(Murillo) retrata una emoción mucho más profunda, la de la compasión, la de la inocencia. (Espido Freire)
Hace dos años, Sevilla y España en general, celebraban el IV Centenario del nacimiento de uno de nuestros pintores mas universales: Bartolomé Esteban de Murillo (1618–1682), aquel genio de la paleta que por primera vez se atrevía, en aquellos años que le había tocado vivir, a enseñar a las gentes como el cielo les sonreía. Murillo, que firmaba con el apellido de su madre (María Pérez) por tanto se nos muestra hoy en día como un pintor humano, cercano, de gran belleza y que sabía empatizar con la gente que le rodeaba mostrando su natura de manera humilde y sublime a la vez que actuaba como bálsamo en un tiempo duro como aquel en el que se produjo la peste de 1649. Frente a otros pintores de la época, los cuadros de Murillo, no solo los religiosos sino también los que reflejan a niños desarrapados de la calle, mendigos o nobles, son identificables a primera vista porque a lo largo de su vida, tras desprenderse de la influencia de otros compañeros del oficio consiguió un estilo propio en el que, como ya he dicho antes, los ángeles sonríen al ser humano. Por él, por sus pinturas, se pelean las mejores pinacotecas del mundo, desde Sevilla, Madrid, Londres y hasta las ubicadas en Estados Unidos ya que reconocen en este sevillano de pro a uno de los grandes pintores de la Historia del Arte. Así pues para conocer de manera intima la vida de aquel que puso una mirada serena al barroco les invito a leer la novela histórica: Murillo, el mago sevillano del pincel, del autor Antonio Cavanillas de Blas, publicado por La Esfera de los Libros en 2018. » seguir leyendo