«Sí, cantaba -respondió ella-, cantaba lo que los dioses habían dicho a mi corazón… pues tenía la certeza de que llegaría aquel a quien antes había amado, aquel a quien sólo yo debo amar para siempre. ¡Y no eras tú quien colmaba mi corazón, falso Paris!»
Hay cosas que no cuadran. Y sin embargo la evidencia cae por su propio peso. Odiseo fecundo en ardides, aventurero por excelencia, listo como el hambre y tramposo como las ganas de comer, Odiseo el viajero, el único ser humano capaz de armar su propio arco, Odiseo el guerrero, el navegante, el rey de Ítaca; Odiseo, en fin, y no otro, fue quien tomó Troya para los aqueos. Muchas fueron sus artimañas en aquella guerra, las más decisivas probablemente lograr que Aquiles participara en la contienda y construir el caballo de madera. Odiseo, por tanto y a fin de cuentas, fue quien recuperó a Helena para Menelao. Tales hazañas fueron cantadas por Homero, y ese canto le hizo volver a su hogar tras diez años de guerra y otros diez de regreso a Ítaca. Y esto es lo que no cuadra. No puede ser que héroe semejante regrese al hogar y, sin más, acaben allí sus aventuras; no puede ser porque él mismo es la aventura. El sentido común no concibe que tal cosa suceda. Y la evidencia cae por su propio peso.
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