Por decirlo sin rodeos: el terreno en que discurre el libro que nos convoca, escrito por el historiador francés Florent Brayard (n. 1967), es el de la estructura y funcionamiento del Holocausto; un área de estudios sobremanera complejo y en que, a la luz del ímprobo esfuerzo que trasluce la obra, aún quedan vertientes por dilucidar. Premisa fundante de la misma es el cuestionamiento de la visión esquemática del genocidio de los judíos como un proceso monolítico, temprana y exhaustivamente planificado, reducible a un modelo cognoscitivo de simple progresión acumulativa y cronología lineal. Es esta una visión que hunde sus raíces en los juicios de Nuremberg y cuya validez renguea desde hace varias décadas por causa del persistente escrutinio historiográfico, pero que no deja de permear los lineamientos generales de la percepción del Holocausto (y no solo la vulgar: también la académica). Por ilustrar la situación: muchos de nosotros, lectores interesados en conocer –con grados variables de profundidad- los entresijos del traumático acontecimiento, hemos profesado una altísima estimación por un libro como el de Mark Roseman, La villa, el lago, la reunión (RBA, 2002), compacta y sugestiva monografía sobre la Conferencia de Wannsee (20 de enero de 1942), considerada habitualmente por la literatura en torno al asunto como el definitivo punto de partida de la denominada “solución final de la cuestión judía”. El desmenuzamiento por Roseman de la jornada ha venido a subrayar su presunta relevancia histórica. Por el contrario, Brayard sostiene –con la mentada publicación como referencia explícita- que la importancia de la reunión fue marginal en el abstruso proceso de toma de decisiones que condujeron a la matanza, constatación que incide no solo en el perfilamiento del desarrollo del Holocausto sino también en la pesquisa de la lógica estructural subyacente. En la línea de indagación seguida por el francés, el concepto de complot asume un lugar preponderante, pero de un modo en nada asimilable a la mentalidad paranoica y anticientífica de las teorías de la conspiración. Brayard hace hincapié en la circunstancia de que la puesta en marcha de la “solución final” tuvo entre sus directrices supremas el secreto, observado en grado suficiente como para que la mayoría de las autoridades del régimen nazi, tanto civiles como militares, adquirieran una noción global del alcance y ensañamiento del exterminio de judíos solo en una etapa tardía (prácticamente consumada ya la fase más intensiva del genocidio). » seguir leyendo