UN SIGLO DECISIVO – Michael Scott

UN SIGLO DECISIVO - Michael Scott«El poeta Lord Byron, uno de los primeros filohelénicos o amantes de Grecia, que moriría luchando por la independencia griega en el siglo XIX, dio con el león de piedra que coronaba la tumba de Filipo en Queronea en uno de sus viajes. El animal estaba caído y enterrado. Se maravilló por su majestad y energía y volvió a enterrarlo cuidadosamente para preservarlo hasta futuras generaciones

Isócrates el ateniense apenas tuvo la oportunidad de conocer a Pericles, y tampoco llegó a ver los logros de Alejandro Magno. Y eso que murió casi centenario. Qué vida más desaprovechada, qué pena de tiempo vivido, justo los años que van de la muerte de Pericles al ascenso de Alejandro. Porque si algo tiene prestigio y nombradía cuando se habla de Grecia, si algo se destaca por encima de todo lo demás, son los logros de Pericles y las conquistas de Alejandro. Y resulta que Isócrates nació y murió entre lo uno y lo otro. Ya es lástima, desde luego, haber ido a vivir en un tiempo intermedio, en una «edad media», en un valle entre dos montañas. Ya es mala suerte haber vivido en un tiempo de brumas en el que no pasó nada importante.

Cuando Isócrates nació, a Pericles le quedaban ocho años de vida antes de que una peste se lo llevara. Isócrates tuvo la mala fortuna de pasar su infancia en una ciudad sitiada y en un ambiente de guerra continua. Cuando esa guerra terminó Isócrates ya tenía más de treinta años. Se las arregló (su familia no era pobre) para ser una persona letrada, y con el tiempo fundó una escuela de oratoria que alcanzaría gran renombre, en la que se enseñaba también, y sobre todo, una manera de vivir y de entender el mundo. La fama de sus enseñanzas sobrepasó a la de Platón y su Academia, y de hecho el propio Isócrates gozó de más reconocimiento que Platón. Y eso que él era de natural tímido y retraído, nada dado a hablar en público ni a destacar en ningún sentido. Inauguró una nueva manera de entender el arte oratorio: los discursos escritos. Isócrates escribió magníficos discursos que nunca pronunció, otros los leyeron por él. Pero eso no le hizo vivir ajeno a su tiempo, un tiempo mediocre y turbio en el que una espesa niebla se cernió sobre Grecia, una bruma que vino a oscurecerlo todo después de la claridad desprendida por la figura de Pericles.

Pero el sagaz Isócrates era capaz de ver entre la niebla. Atenas se levantó rápidamente tras la derrota en la guerra, y en los años siguientes buscó su supervivencia mediante alianzas con otras ciudades: con Tebas, con Esparta, incluso con Persia. También Esparta buscó alianzas con Persia y con Tebas, incluso con Atenas; y Tebas hizo lo mismo. Alianzas no de progreso sino de destrucción. Atenas y Tebas contra Esparta, Esparta y Atenas contra Tebas, Persia y Esparta contra Atenas. Hoy los unos con los otros y contra aquellos, mañana aquellos con los unos y contra los otros… Hasta que finalmente, todos se aliaron contra Tebas, por la sencilla razón de que Tebas, la Tebas de Epaminondas y Pelópidas, empezó a asomar demasiado la cabeza por encima de la niebla. Y por asomarla la perdió, e Isócrates supo que la única salida para disipar la oscura bruma sería que alguien lograra asomar su cabeza por encima de ella y no la perdiera.

Un tal Filipo lo logró. En ese tiempo turbio y oscuro en el que nada ni nadie era capaz de aportar luz, en el que nada destacaba por encima de la mediocridad, en el que Grecia parecía incapaz de sobrevivir a sí misma, Filipo brilló. E Isócrates lo vio con alegría, tanta como miedo sintieron otros que también lo vieron. Isócrates escribió a Filipo y sobre Filipo. Y Demóstenes el ateniense, persona tímida y retraída como Isócrates pero que fue capaz de vencer su timidez, escribió y habló sobre Filipo. Él estaba en el bando de los que sentían miedo; se erigió en líder de la oposición griega a Filipo y demostró cuán poderosa puede llegar a ser la palabra hablada. Mientras Isócrates era incapaz de pronunciar un discurso, Demóstenes se convirtió en el orador más importante de la Historia. Hasta que logró, o contribuyó, a que la niebla que había empezado a disipar Filipo se cerrara de nuevo y le cortara la cabeza. Isócrates no vivió para verlo pero murió con la sensación de que algo así iba a suceder tarde o temprano. Murió sin llegar a ver que el hijo de Filipo, Alejandro, lograría por fin y de forma fulminante hacer desvanecer la niebla que se cernía sobre los griegos desde hacía tantos años y volver a meter a Grecia en la Historia.

Esta es la época que Un siglo decisivo, el libro de Michael Scott aborda, el periodo comprendido entre el final de la guerra del Peloponeso, a finales del siglo V a.C., y el advenimiento de Alejandro Magno, muerto el 323 a.C.. Casi cien años de historia griega sobre los que, como reconoce el autor, existen pocos trabajos específicos y por los que los manuales de Historia suelen pasar un poco a la carrera, como deseando llegar a la nueva era que inaugura Alejandro. Sin embargo, en ese periodo sí ocurrieron muchos y no irrelevantes acontecimientos, a todos los niveles. Fue el tiempo de Isócrates, como se ha visto (quien parece que va a ser el hilo conductor del libro de Scott aunque finalmente no es así), de Demóstenes, de Platón, de Aristóteles, de las campañas de Epaminondas y Pelópidas, de la democracia ateniense (que, si bien nació y brilló en el siglo anterior, fue en el IV a.C. cuando realmente vivió sus años de posicionamiento más estable). Fue el tiempo también de Dionisio de Siracusa y de Filipo de Macedonia, de los escritos de Jenofonte, del templo de Asclepio en Epidauro, el teatro de Dionisio en Atenas, las esculturas de Praxíteles.,el Mausoleo de Halicarnaso. La fama de Pericles y el fulgor de Alejandro no deben oscurecer estos años en los que Grecia en su conjunto y en muchos sentidos dejó de ser lo que hasta entonces había sido. El título original del libro, De demócratas a reyes, apunta a lo que sucedió en tierra griega en ese siglo decisivo en el que se pasó de la caída de la democracia griega a la llegada de Alejandro Magno, unificador de toda Grecia.

Hay que aplaudir el trabajo de Michael Scott al menos por dos razones: por venir a llenar un hueco en el que había poca bibliografía hasta ahora, y por su amenidad. Muchos son los libros divulgativos (los anglosajones están muy puestos en esto) sobre asuntos históricos, pero pocos se leen tan bien como este. No cae en frivolidades (aunque alguna hay, como decir que Pericles fue la versión ateniense de Winston Churchill) y no da rodeos vanos . En contra se le puede achacar un excesivo posicionamiento en determinados casos (Demóstenes aparece juzgado y sentenciado a cadena perpetua casi desde el primer momento) y alguna que otra laguna (ni una palabra de Ifícrates, por ejemplo) perdonable en tanto que no es una obra que busque la exhaustividad sino la visión de conjunto, el acercamiento. Y como tal, al final del libro hay unas sugerencias de lecturas para profundizar en lo tratado en cada uno de los capítulos. Aquí llama la atención que se consideren trabajos eruditos Fuego Persa de Tom Holland, Termópilas de Paul Cartledge o La batalla de Salamina de Barry Strauss, obras de claro sentido divulgativo (como la del propio Scott) dos de ellas escritas, eso sí, por eruditos. El volumen se completa con unos buenos mapas y una buena cronología del periodo.

El recorrido histórico que hace Scott es en muchas ocasiones un vuelo a vista de pájaro, ofreciendo una visión global de los acontecimientos que van ocurriendo, cambiando ágilmente de escenarios (se nos habla de lo sucedido en Beocia, en Sicilia, en Atenas, en Macedonia…). Y es meritoria la habilidad del autor para relatar con coherencia y de modo inteligible el especialmente caótico escenario de conflictos entre ciudades de las primeras décadas del siglo IV a.C. y la política veleta de Atenas en esos años. Por otro lado, y para contrarrestar la sensación de lejanía que produce el relato de los hechos sin más, a menudo Scott desciende a tierra, donde está la anécdota, y, con Plutarco debajo del brazo principalmente, dedica páginas y páginas a la rebelión tebana contra sus líderes proespartanos o a las aventuras de Platón en Sicilia. En esas páginas es donde el texto es más ameno, que no quiere decir que en las otras no lo sea. El resultado de contar los hechos desde lejos y desde cerca es bueno: el contraste funciona, las dos velocidades se agradecen y la impresión de conjunto es positiva.

Siguiendo la estela y el estilo de las obras divulgativas de Strauss o Cartledge, Michael Scott ha elaborado un dignísimo relato de ese periodo por el que se suele pasar de largo y ha sabido mostrar sus puntos de interés, que no son pocos. En esa estela seguramente Scott ha superado a los citados autores, a quienes en mi opinión no les acabó de funcionar del todo bien el tono de divulgación sin renunciar al rigor. Es, pues, un libro a tener en cuenta que hay que colocar en el hueco que todas las estanterías tienen entre los que se ocupan de la guerra del Peloponeso y las monografías de Alejandro.

     

28 comentarios en “UN SIGLO DECISIVO – Michael Scott

  1. farsalia dice:

    Coincido contigo, Cavilius, con tu exhaustiva reseña y con lo que cuentas, y que a grandes rasgos ya escribí en la mía propia. Un libro muy recomendable, que a vista de pájaro sobrevuela un período minusvalorado. La juventud del autor (aún no ha llegado a la treintena) se nota en la frescura de un texto que no pretende impresionar al staff académico –aunque él mismo forma parte del departamento de Historia Antigua del Darwin College de la Universidad de Cambridge–, sino acercar un siglo de la historia griega a un público más amplio. Y lo consigue, gracias a ese estilo, esa frescura y el hecho de que no obvia el rigor académico (como se puede comprobar en las referencias bibliográficas).

    Un libro a tener en cuenta.

  2. SIVERA dice:

    Buenas, Cavilius y demás foreros. Es mi primera participación en esta estupenda página, aunque hace meses que os leo en silencio. Sin más dilación, puesto que no es éste lugar de presentaciones, vayamos al grano.
    Muy buena la reseña; sin duda se trata de un libro interesante, puesto que como bién refiere Cavilius es una época que no suele centrar los focos de los expertos. Quizás la parte del libro que mas me ha interesado haya sido la referente a Tebas, resaltando la importancia de una figura como Epaminondas, poco tratada en general; mas floja me parece la parte final dedicada a Filipo y Alejandro, pero quizás se debe a que últimamente he leido demasiado sobre ambos y estoy un pélín saturado.
    La narrativa me parece ágil y amena, sin dejar de lado múltiples datos de interés; si bien, como dice Cavilius, el tono es cercano al lector , me parece mas atinado que el de Holland -demasiado aficionado a las suposiciones- menos denso que el de Strauss – que me parece embarullado por momentos – y infinítamente superior al de Cartledge, al cual tengo algo atravesado -manias mias-.

    En general, una obra interesante y muy recomendable, en mi humilde opinión.

    saludos a todos

  3. Vorimir dice:

    He estado a punto de comprarlo dos veces. A más tardar, en Navidad caerá ya que la excelente reseña de Cavilius no deja muchas dudas.

  4. Tasos dice:

    Esmerada y convincente reseña, Cavilius, gracias. Coincido en que esos cien años son una laguna que se deja de lado con demasiada frecuencia. Bienvenido sea este libro que ayuda a rellenar ese hueco.
    ¿Podría ser que Scott no alude a Ifícrates porque no está en sus miras tratar evoluciones militares?
    Saludos y bienvenido Sivera.

  5. cavilius dice:

    Saludos, SIVERA. Vaya, pues si lees en silencio ya puedes decir que tienes algo en común con Aristóteles y con San Ambrosio. Bienvenido.

    Probablemente el hecho de que no hubiera grandes guerras durante el periodo del que se ocupa este libro, o que ninguna polis griega destacara demasiado por encima de las otras (Esparta ya nunca fue lo que había sido, Atenas solo vivió un espejismo y lo de Tebas duró apenas una década), ha hecho que el medio siglo largo que va del fin de la guerra peloponesia a las primeras conquistas militares de Filipo de Macedonia no haya llamado la atención de casi nadie. Pero si uno empieza a repasar nombres de individuos que vivieron en esa época, se dará cuenta de que ese lapso de años es cualquier cosa menos un «tiempo muerto» entre la guerra del Peloponeso y la entrada en escena de Filipo y Alejandro. Los oradores Isócrates y Lisias, grandes donde los haya cada uno en su terreno, aquel en los discursos «a campo abierto» y este en los juicios privados; los también oradores Demóstenes y Esquines, el primero de oratoria difícilmente superable por nadie y el segundo de oratoria sólo superada… por el primero, claro; los dirigentes atenienses Licurgo y Eubulo, quienes hicieron revivir en Atenas la bonanza de los tiempos de Pericles partiendo de muchísimos menos recursos; los militares tebanos Epaminondas y Pelópidas, que revolucionaron el arte militar derrotando por primera y no única vez a los espartanos; los también militares atenienses Ifícrates, «inventor» de una nueva manera de entender la infantería ligera, o Conón, a quien sus conciudadanos consideraron merecedor de una estatua en el ágora (cosa que no hacían con nadie desde hacía más de 100 años), o su hijo Timoteo, uno de los más grandes militares que jamás tuvo Atenas pese a que casi nadie se acuerda de él; o Foción, que fue elegido estratego por los atenienses nada menos que en 45 ocasiones (Pericles ni por asomo lo había sido tantas veces); o los filósofos Platón («toda la filosofía occidental no son más que notas a pie de página de las obras de Platón», dijo el filósofo del siglo pasado Alfred Whitehead) y Aristóteles, el autor de obras sobre ética, zoología, metafísica, lógica, retórica, política, etc. que no dejarán de leerse nunca; o Jenofonte, el más «renacentista» de los atenienses, con perdón, que también escribió sobre temas tan variados como la cinegética, la agricultura, la biografía hagiográfica, los caballos, la historia, la novela de aventuras (o como queramos llamar a su Anábasis), la filosofía (a mucha distancia de Platón, ciertamente); con comediógrafos como Aristófanes, que en esos años aún escribiría algunas de las obras que se nos han conservado, o Menandro, máximo representante de la «comedia nueva»; los escultores Praxíteles, Scopas, Lisipo, Leocares…

    En fin, que hacía falta un libro que reivindicara esas décadas en la que Grecia no dejó de florecer en casi ningún sentido; y aunque esta obra de Scott no es exhaustiva ni lo pretende, es un excelente punto de partida para animar a unos a que escriban sobre esos años y a otros a que nos interesemos por ello.

  6. Valeria dice:

    Casi me lo compro el sábado, pero sólo podía quedar uno, como en Los Inmortales, y fue otro libro el elegido. Otra vez será, sabiendo cómo le suelta la lengua al reseñador de puro entusiasmo.

  7. cavilius dice:

    No había visto tu comentario, Tasos. Sí, supongo que es por eso por lo que no menciona a Ifícrates, como tampoco alude a muchos otros. El libro pretende un recorrido general y ameno por esos años, y lógicamente no puede ni quiere meter en el saco todo lo que hay.

    Vale, es que últimamente he estado leyendo cosas de esa época y estoy sensibilizado, snif. Siempre había sido reticente a leer discursos de oradores, porque creo que viene a ser como leer el guión de una película en lugar de verla; puede llegar a ser incluso aburrido y uno se pierde lo que de verdad da vida al discurso, que es el papel del orador: la entonación, la voz, el volumen, los ademanes, la actitud, el saber navegar sobre las reacciones de los oyentes… Y sigo pensándolo, pero aun así vale la pena leer a Esquines defendiéndose de los delitos que le imputaban, o denunciando y atacando a Demóstenes de una manera implacable y que hace que uno sienta lástima del pobre Demóstenes. Y luego lees el discurso de defensa de éste y ves cómo destroza al pobre Esquines (tuvo que irse exiliado de Atenas, no te digo más), y sigues leyendo sus Filípicas y sus Olínticas y sientes vergüenza ajena por la inacción y falta de determinación del pueblo ateniense. O lees a Isócrates, con su exquisitez y sus amplias miras puestas en el liderazgo de Filipo. O a Lisias, logógrafo (lo más parecido a un abogado de aquella época) de prodigiosa retórica, camaleónico, que tan pronto escribía discursos de defensa de gente infame como de nobles atenienses, por no hablar de su emotivo Contra Eratóstenes en el que busca hacer justicia por el asesinato de su hermano a manos de los 30 Tiranos («Habéis visto, habéis oído, habéis sufrido. Lo tenéis. Juzgadlo», final tan célebre de su discurso que incluso Aristóteles se hizo eco de él en su Retórica).

    Ah, qué tiempos fueron aquellos…

  8. APV dice:

    Ciertamente esta época ha quedado rebajada entre la Guerra del Peloponeso (aunque hubo guerras en el S. IV tan extendidas como ela) y el ascenso de Macedonia.
    Pero lo mismo pasa con la etapa griega posterior, desde la muerte de Alejandro y el reparto del Imperio hasta la llegada de los romanos pasa un siglo en Grecia al que también se suele mirar poco.

  9. Valeria dice:

    Snif, snif. Si al final firmaré el manifiesto para que el libro sea objeto de estudio obligatorio en cualquier facultad. Y para acceder a Hislibris. Y pediremos a la editorial que lo vendan de manera conjunta e inseparable con un ejemplar de «El macedonio».

  10. Pere dice:

    Saludos cavilius y enhorabuena por la reseña de un libro que a uno, como vicioso que es uno de todas las cosas de la Hélade, no podía sino llamar la atención. Caerá seguro, por navidad cuando supere mi actual circunstancia lectora (ya se sabe, rodeado de papeles por todas partes menos por una: mi sillón).

    Con respecto a tu comentario y sin ánimo de polemizar parece, interpreto, desprender una cierta malquerencia hacia los periodos de la historia en que “no pasa nada” (que hay que ver los epítetos de “tiempo muerto”, “valle entre dos montañas” y “vida desaprovechada” la de los que allí vivieron) y sin embargo pienso que son estos periodos grises los que, para bien y para mal, forjan en silencio el carácter de las naciones y tienen su gracia y su ángel, a parte que está por ver – y esto sí que lo pongo en cuestión- el valor que se atribuye al concepto “unificación”; más aún cuando viene ejecutado – nunca mejor dicho- manu militari por un agente histórico como Alejandro ante cuya leyenda me sigue cayendo la baba sin dejar por ello de estar perplejo por sus métodos brutales, tan puestos en entredicho por los helenistas de la segunda mitad del siglo XX.

    Pues eso, que frente a estas tesis hegelianas, que no me queda claro si son del libro o del reseñador, reivindico modestamente el interés singular que tienen los periodos históricos “de cocción” que, aunque siempre, siempre, siempre será inferior al interés de los periodos en que las naciones “se vuelven a meter en la historia” (no creo que haya duda sobre qué tema despierta más avidez lectora: las tácticas empleadas en Gaugamela o los inventarios de ánforas del periodo geométrico “S” del siglo VIII ac), unos no se entienden sin los otros. Aparte de que en tu propia reseña trascribes un elenco impresionante de acontecimientos y personalidades para el periodo en cuestión que, aunque discretos frente a los héroes de las guerras médicas y al gigante Alejandro, bastarían por si solos para entrar en la historia. Finalmente permite que me quite el sombrero y salude ante la frase apoteósica en que compara a Pericles con Churchill, esplendida metáfora que cosquillea la intuición y que confirma el interés del libro.

    Apa, saludos.

  11. cavilius dice:

    No hay polémica, Pere. Todas esas expresiones que he empleado en la reseña y en los posteriores comentarios las he usado (pésimamente, me temo) en tono irónico y siempre acompañados de una retahíla de nombres de señores de primera categoría que vivieron en esos años, para enfatizar lo absurdo del tópico ese de que entre la capitulación de Atenas del 404 y Queronea en el 338 no pasó nada en Grecia con «altura histórica». Evidentemente, entre esas fechas no hubo ningún Temístocles, Pericles o Alejandro, pero sí otras cumbres no menos altas como Demóstenes, Platón, Aristóteles… Pero, como bien insinuas, por desgracia sucede que donde esté una buena batalla de Granico que se quiten las metafísicas del estagirita.

    Saludos.

  12. cavilius dice:

    De hecho, y para acabar de desmontar ese tópico de que hay periodos en la Historia en los que no pasa nada, uno a veces se pregunta si desde el fin de la segunda guerra mundial ha pasado por este mundo nuestro algo digno de mención, algo que destaque por encima de la mediocridad y que sirva para poner un mojón en la Historia y trazar hasta él una línea desde el que ya pusimos en 1945 en Hiroshima. Es fácil pensar que la Guerra Fría fue una nadería, que las guerras de las últimas décadas palidecen al lado de la segunda guerra mundial, que los políticos del último medio siglo han brillado por su poca brillantez… El tiempo de Isócrates se parece mucho a este nuestro pero seguro que si nos lo proponemos podemos hallar en él a nuestros Platón, Praxíteles, etc.

    No hay malquerencia por mi parte hacia los periodos en los que «no pasa nada» históricamente hablando; no puede haberla porque creo que estamos viviendo en uno de ellos y aquí estoy yo, feliz y tan ricamente.

  13. surenas dice:

    Llevo leído un tercio del libro, pero por el momento estoy totalmente en desacuerdo con la reseña de caviluis.
    Me he detenido en la siguiente frase que habla de los espartanos: «Tomaron sus espadas, seguramente sus largos cabellos brillaron al viento como en un moderno anuncio de champú». Me ha dado un patatús por el calibre de la idiotez y me planteo seriamente abandonar definitivamente la lectura.
    Hasta el momento este Michael Scott me parece una mala copia de Tom Holland pero con la mitad de recursos y lucidez. No se si es la traducción o no pero me parece un libro de redacción pobre con pretensiones. Es un modelo de divulgación que no entiendo. Ignoro a quién va dirigido este libro, por el tipo de lenguaje y la absoluta elementalidad de la exposición (no explica adecuadamente nada; todo es un confuso y atropellado sucederse de acontecimientos descontextualizados con frustrados intentos de captar atmósfera y psicologías) no puede ir más que dirigido a un lector que no sabe ni ubicar Grecia en el mapa. Lo cual contrasta con la bibliografía incluida, que remite a lectores de mucho más nivel que sin embargo no encontrarán nada de chicha en un libro tan básico como éste.
    Prefiero divulgación con criterio y sin bibliografía que esto, francamente. Personalmente creo que este trabajo está años luz de cualquiera de las propuestas divulgativas de los de Cartledge o Holland de turno.
    Enorme decepción y una oportunidad perdida porque el período es apasionante.

  14. cavilius dice:

    Hola, surenas.

    Es cierto, el autor dice eso de los espartanos en vísperas de la batalla de Coronea del 394 a.C. Y también dice aquello otro de Pericles y Churchill, y no te digo nada cuando habla de los Estados Unidos de Beocia o de la situación en Irak y Afganistán. Eso por no mencionar los títulos de los capítulos («Flautistas y piquetas», «Bailando con el rey persa», «El filósofo vegetariano y el filántropo culturista», «La vejiga de vaca, la maldición de amor y la caricatura»…). Pese a todo ello, que a ti te gusta tan poco como a mí, no dejan de ser minucias en el conjunto del libro. Perlas como esas aparecen por desgracia también en los libros divulgativos de Cartledge o de Holland, qué le vamos a hacer. No sé, debe de ser que esos autores piensan que guiños de ese tipo agradan al lector al que dirigen sus libros. Pero como dije más arriba, comparando unos con otros en cuanto a la gracia y el salero, a la amenidad y al uso de esas perlas, creo que el que sale mejor parado es Michael Scott. Otra cosa es que te parezca embarullado; a mí no me lo ha parecido, teniendo en cuenta que la época que trata de describir en el primer tercio de libro es francamente embarullada. Yo de ti no abandonaría la lectura, porque tanto el uso de disparates pseudosimpáticos como el posible barullo de la narración decrecen considerablemente, en mi opinión.

    Supongo que cuando uno busca libros divulgativos tiene se fija en si el autor es un experto en el tema o no, confiando además en que erudición vaya unido a buena divulgación. Eso pasa con los libros de Cartledge, por ejemplo, o con Barry Strauss (no con Holland, que no me parece experto). Pero a veces ese silogismo no funciona porque un experto no tiene por qué necesariamente ser un buen divulgador. Fernando Quesada sí lo es, Donald Kagan también, o Nicholas Hammond, pero son excepciones. Cartledge puede ser la máxima autoridad mundial en temas espartanos pero sus libros de divulgación a mí no me gustan. Kagan es el summum en cuanto a la guerra del Peloponeso, y Hammond en asuntos macedonios, y además resulta que divulgan bien. Michael Scott parece (por currículum, aunque es tan joven que vete a saber qué será de él con los años) que base sólida y conocimientos los tiene, y además a mí no me ha parecido un mal divulgador, pese a la perla del champú y de los USA Beocia.

    En fin, que por suerte lo que leemos a cada uno nos parece de una manera: a unos pasable, a otros bien, a otros inaceptable… Mi consejo es que le des una oportunidad al libro, ya que lo has empezado.

  15. Vorimir dice:

    Aprovecho para preguntar una cosa a Cavilius:
    ¿Que opinas de los libros de Holland?

  16. cavilius dice:

    He leído Fuego Persa y tengo por casa Rubicón. Me parece que lo que hace Holland es algo así como «historia novelada», o sea, que ni es ensayo histórico ni es novela, y a mí esa tierra de nadie no me acaba de gustar. Se lee muy bien, es ameno y entretenido, pero uno no sabe si está leyendo lo que realmente pasó o lo que Holland imagina. Dibuja personajes, cosa innecesaria y contraproducente en un ensayo, y pocas veces presenta dudas sobre lo que sucedió en tal o cual situación; le ahorra al lector el conocimiento de las lagunas históricas y se las da resueltas sin que éste se entere. Ya digo que sólo he leído Fuego Persa pero me da la impresión, por comentarios oídos, que Rubicón va también por ahí; de Milenio no tengo ni idea pero a priori tiene la misma pinta que las otras dos.

    Creo que antes Holland escribía novelas de terror, de vampiros o algo así.

  17. Pere dice:

    Ciertamente la frase sobre el champú de los espartanos roza el esperpento por desmadrada y excesiva (¿el anuncio será de Nenuco o Legrain París?), pero insisto en defender la comparación de Pericles y Churchill que se reporta negativamente en la reseña como un recurso lícito del escritor para crear marcos mentales que enlacen al lector con la situación que describe. Se me objetará que un historiador, que aspira también a ser un científico, debe ser más ponderado en el uso de la pluma. Y yo seguiré defendiendo que existe margen para que obras solventes de divulgación histórica utilicen recursos literarios a fin y efecto de revivir el pasado en la mente del lector. Avisados estamos que no leemos una sesuda tesis doctoral. No. Estamos en otro tipo de género en el que arriesgo a decir que lo que importa es la interpretación de un determinado periodo histórico y los puentes que puede haber (o no) con el presente. Eso, sí, como historia que pretende ser ha de ceñirse a un cierto canon, por eso digo que este libro caerá seguro después de leer la reseña y la solvente exposición de cavilius de la nueva bibliografía sobre Grecia y el juicio que le merecen sus autores: Cartledge, Barry Strauss, Holland, Donald Kagan, Nicholas Hammond, gente que arriesga (con mayor o menor fortuna) para contarnos una y otra vez, con nuevas luces y sentidos, lo que ya tenemos por archisabido.

    Por cierto, que me atrevo a defender los libros de Holland. Encuentro que son ágiles, documentados, bien escritos e inspirados en una visión muy suya de lo que es el ser humano y de los problemas que presenta vivir en sociedad. A mi modo de ver y por poner un ejemplo, comparar el relato que contiene Rubicón, que juzgo su mejor libro, con los anteriores relatos sobre la caída de la Republica romana, es como comparar comunicarse por medio un teléfono de manivela con hacerlo a través de un móvil última generación. Nada que ver. Pienso que las intuiciones de Holland van muy al fondo de los temas aunque, aunque, aunque no deja de ser sospechoso tan amplio despliegue de publicaciones en periodos tan diversos (así como también son inquietantes sus incursiones en el terreno de relatos de vampiros, con los que aventuro que paga facturas y la guardería de los niños, o quizá no). Modestamente los libros de Holland me parecen recomendables (los de historia, los de vampiros y maldiciones faraónicas no los conozco)

    Apa, saludos

  18. cavilius dice:

    A mí es que eso de crear marcos en la mente del lector me parece peligroso. Creo que pueden ayudar tanto como complicar la vida. Por seguir con el ejemplo de Churchill: ¿qué sabe Michael Scott lo que a mí me parece Churchill, la opinión que me merece o simplemente si tengo la más remota idea de quién era Churchill? Si Churchill me cae bien, automáticamente Pericles también me caerá bien; si no, pues no; y si no conozco al tal Churchill más que porque sé que dicen que dijo una frase sobre sudar, sangrar y llorar, pues igual me da por pensar que también Pericles dijo algo parecido. En fin, que ese recurso es tender un puente que no se sabe si el lector lo va a cruzar en la manera en que el autor confía que lo haga.

    Sobre los Cartledge, Strauss, etc., lo dicho no es más que mi opinión, que vale tanto como la de vorimir, surenas o cualquier otro. Termópilas y Los espartanos de Cartdlege no están mal pero no me entusiasmaron; viniendo de un experto como él esperaba otra cosa, y el tono de «erudición divulgando» no le quedó muy fino. A Strauss creo que le pasa algo parecido a lo de Holland: que te cuenta la Historia como si fuera una historia, y eso muchas veces es hacer trampa. En los otros, Kagan y Hammond, no he tenido esa impresión, qué le vamos a hacer.

  19. Vorimir dice:

    Yo estoy con Pere, los libros de Holland me parecen bastante recomendables para quien no busque ensayo sesudo ni novela histórica. Es cierto que muchas de sus comparaciones con el mundo actual y los problemas de EEUU chirrían demasiado, pero en conjunto sus libros me parecen correctos.
    Como bien dice Cavilius, al fin y al cabo todo depende del gusto o la opinión de cada uno.
    Me encantan este tipo de obras, y es por eso que ya tengo decidido comprar este que reseña Cavilius -pese a que a él no le gusten mucho los de Holland XD.

  20. cavilius dice:

    En el fondo todo radica en que cada lector es un mundo y el placer de la lectura depende de lo que cada uno espera encontrar en un libro. Holland es un buen narrador, y sé que si leyera Rubicón disfrutaría más, paradójicamente, que con Fuego Persa porque no me interesa la historia romana tanto como la griega. Y si leyera Milenio quizá disfrutara más aún que con Rubicón.

    Y si me leo sus novelas de vampiros, ya ni te cuento…

  21. Vorimir dice:

    Aaaaiiiis, me han venido a la memoria las discusiones sobre el tema, los tochazos y los sabanazos que se soltaban en las reseñas de Holland sobre si ese tipo de enfoque ala hora de hacer libros de historia era válido y conveniente.

    «O tempora, O Mores.»

  22. cavilius dice:

    Je, pues a mí, con la paradoja esa de que cuanto menos te interesa un tema más fácil es que el libro te guste, me ha venido a la memoria el lema aquel de todo buen estudiante: «cuanto más estudio, más sé; cuanto más sé, más cosas olvido; cuanto más olvido, menos sé. Entonces ¿para qué estudiar?»

  23. Pere dice:

    Lo dicho. Los autores mencionados, que entiendo que son historiadores con vocación de narradores, construyen relatos. No acumulan hechos. Por ello toman decisiones y cortan y pegan. Holland por ejemplo entronca el expansionismo persa con el imperialismo asirio y el legado de Mesopotamia ¿cierto o falso? Pues un poco de todo, Holland te está colocando su moto, como todos estos autores. ¿Qué Scott compara a Churchill con Pericles? Pues en manos de los lectores queda valorarlo. A mi no me chirría ponerlos de parejita y quizá el tema daría para unas buenas vidas paralelas (no me extiendo, no es el tema, pero los nazis compararon Occidente con la Hélade, al Tercer Reich con Esparta, a Francia y Gran Bretaña con Atenas y a los malvados asiático-bolcheviques con los persas, o sea que el tema, al que insisto en considerar un imaginativo y brillante recurso de escritor, pero que ahí se queda y punto, da bastante de sí)

    En todo caso, insisto en que no estamos ante historiadores de academia como Werner Jaeger por poner un ejemplo sesudo pero que se lee bien y es conocido; sino ante escritores que están construyendo un relato, cuestionando y poniendo al día la valoración del pasado, para hacerla suya y para que, sin distorsionarlo, el pasado sea útil en el presente (esto último a parte de ser de un notable optimismo, me parece matizable, ¿en que punto se dispone de todas las piezas para poder reconstruir «fielmente» un periodo histórico? ¿no está todo período histórico abierto a un número razonableme de interpretaciones/distorsiones? ). Por eso las interpretaciones van variando. Otra cosa es la solidez científica con la que se acometen, cosa que no está sujeta a discusión. El teórico decimonónico Ulrich Willamowitz Moellendorf decía que para adentrarse en el pasado hay que hacerlo inyectándole sangre, esto es aplicando inevitablemente nuestra noción de vida, que es la única que conocemos y a partir de ahí, ir valorando las fuentes con honradez, corregir las interpretaciones ante las nuevos descubrimientos y proseguir el viaje, como en todas las ciencias.

  24. cavilius dice:

    Sí, Jaeger se lee bien en general. Creo que ya no tenemos gente como él, o como Finley, o Bengtson (o quizá es la añoranza por el paso del tiempo lo que hace que uno piense que cualquiera idem pasado fue mejor), gente que daba (o da) gusto leer y con la que aprendes algo en cada línea. Aunque el día que traduzcan al castellano los trabajos sesudos de Cartledge sobre Esparta y Laconia, que dicen que es lo mejor que se puede leer hoy en día sobre los espartanos (aunque también he oído que lo mejor jamás escrito sobre Esparta es de W.G. Forrest A history of Sparta, hace ya bastantes años), o los 4 volúmenes de The Peloponnesian war de Kagan, veremos cuán amenos pueden ser estos señores cuando van en serio.

    Pero en fin, hay que leer de todo, erudición y divulgación, y quédese cada uno con lo que más le guste.

    Saludos.

  25. Urogallo dice:

    Yo te invoco de las brumas de la muerte y el olvido…

    Bueno, llevo leída la mitad, y el libro me está gustando bastante.

    Lo principal es lo evidente: Es un libro breve, de lectura fácil, para presentar a un público mayoritario el gozne que une dos periodos de los que posiblemente resulta sencillo encontrar gran cantidad de publicaciones: El siglo de oro de Pericles y las conquistas de Alejandro Magno.

    Como libro destinado a aportar al gran público una época, cumple su función sobradamente: Sencillo y claro, pero escrito por un conocedor de la materia, agil y fluído, y sin poder evitar guiños de cercanía ( Si se va en coche de aquí alla, culturista, Churchill…)

    Obviamente, va a resultar escaso, y a veces iconoclasta para un conocedor de la materia, pero es una lectura ligera y entretenida, sin ningún fallo remarcable, y sin la típica simplicidad enojosa de intentos parecidos.

  26. gustavo dice:

    la verdad que es mi primer libro del tema , y me he enganchado a fondo con la lectura , estoy apasionado con el siglo IV ac . y me ha ervido de hilo conductor para otras obras , no se lo pierdan ¡¡¡¡¡ es un placer ¡¡¡

  27. Balbo dice:

    A quien le interese esta a 5/95 en el bookscenter de Princesa.

  28. Clodoveo11 dice:

    Terminado el libro. En relación con lo que se ha dicho por aquí, opino que hay que juzgarlo procurando evitar presupuestos previos. Sí, como me pasa a mí, te lees el libro tras tragarte las sesudas monografías de F.J. Fernández Nieto, Raquel López Melero o Domínguez Monedero, pues se te queda un poco corto, pero sería injusto considerarlo así. Tampoco es un Javier Murcia, con su exhaustiva erudición. Es un libro divulgativo orientado al público anglosajón principalmente, al que más de la mitad de lectores de Grecia no conocen más que Pericles o Alejandro y de los que el 90% Epaminondas les suena a nombre de bichillo de alguna peli de Walt Disney. Es decir, intenta explicar divulgativamente, y lo hace con solvencia a mi entender, una fase anfibia y confusa de la helenidad entre individualidades inmortales. El libro mejora conforme se avanza en la lectura, pero porque la época también se define más en personajes y circunstancias; se recurre mucho a estereotipos tópicos para fijar caracteres, se repiten las ideas y se reiteran los patrones fundamentales, pero no olvidemos que el autor es asesor de Canal Historia (que también tiene documentales buenos, ojo) y que en la comunicación anglosajona se prefiere dar 4 ideas pero muy machaconamente remarcadas a recordar que una profusión de datos fácilmente olvidables, con lo cual estoy de acuerdo. En conjunto recoge las líneas básicas para entender esta embrollada fase de hegemonías frustradas, agotamiento guerrero continuo e inefectividad de la polis como ideal comunitario, a menudo con ejemplos y situaciones inesperadas (p.ej, desconocía lo de la muralla ática esa). Es muy plutarquiano, pero es que lo que conocemos a la postre de las personalidades o es suyo o de Diógenes Laercio-Pausanías casi todo, con las pegas que ello conlleva.

    En fin, que no veo porqué juzgar el libro con excesivo rigor si lo que se busca es una idea general con que engarzar la guerra del Peloponeso y Alejandro. Quizá gracias a sus comparaciones actualizadas y su lenguaje cercano dota de amenidad a un ínterin histórico que en frío sería bastante aburrido con marchas, contramarchas, alianzas, traiciones y personajillos muy prescindibles. En ese sentido no es de extrañar que se prefiera recordar a Filipo o a Platón que a Antálcidas o a Pelópidas, digo yo.

    ¿Recomendable? Sí, si a uno le interesa conocer la continuidad entre el clasicismo y el helenismo inicial, y la pérdida de sentido de la organización política (de polis). Pero si no tampoco uno se pierde mucho. ;-)

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