PEDRO EL ERMITAÑO Y EL ORIGEN DE LAS CRUZADAS – Jean Flori

447113c0Puesto que todos asentían a sus palabras, los reinos se vaciaron de sus gobernantes, las ciudades de sus pastores, los pueblos de sus habitantes. Los hombres, pero también los muchachos jóvenes e incluso gran número de mujeres, se pusieron en camino”.

Annales Rosenveldeses, p.101.

Al grito de “¡Dios lo quiere!” el papa Urbano II enfervorizó a nobles y plebe de Clermont una mañana de noviembre del año 1095, y los convenció para emprender la santa tarea de luchar contra los infieles que habían tomado Jerusalén. Mientras, bastante más al norte de Francia, en las regiones del Rin, un clérigo llamado Pedro y apodado “el Ermitaño” hacía lo propio usando también para ello el poder de sus persuasivas palabras. La cruzada que él emprendió, llamada “popular” por el origen humilde de sus componentes, fue la primera en llegar a Constantinopla, la primera en verse cara a cara con los sarracenos y la primera en ser aniquilada. Pero Pedro el Ermitaño sobreviviría para llegar a Jerusalén y culminar su tarea.

Monumental trabajo el del medievalista francés Jean Flori (Bohemundo, Leonor de Aquitania, Ricardo Corazón de León. El rey cruzado) acerca de la figura de Pedro el Ermitaño y, sobre todo, acerca de la Primera Cruzada. Parte de la culpa de esa monumentalidad la tiene la edición de Edhasa, que con un cuerpo de letra extremadamente grande, hace que el volumen llegue a las mil páginas, de las cuales las últimas 250 consisten en notas (lastimosamente inéditas, dado lo inmanejable del libro), en bibliografía y en los índices habituales. Pero la magnitud de la obra de Flori no viene dada solo por el número de páginas sino por la profundidad de su estudio, que no se limita a analizar la vida de Pedro el Ermitaño sino que pretende buscar, como reza el subtítulo, “el origen de las Cruzadas”. ¿Qué desencadenó tal fenómeno, qué hizo que los reyes y nobles de Europa llevaran sus ejércitos a la (re)conquista de Jerusalén, en manos sarracenas desde hacía siglos? ¿Qué tipo de fiebre o exaltación religiosa se propagó por Europa durante cerca de 200 años? ¿Y qué papel desempeñó durante los años últimos del siglo XI la prédica del monje llamado Pedro el Ermitaño en la organización de la primera Cruzada?

El libro tiene cinco partes no definidas explícitamente pero que el lector atento reconocerá en seguida: en la primera Flori debate sobre las fuentes clásicas de la Cruzada y las interpretaciones que los historiadores recientes hacen de ellas; en la segunda, el autor se explaya desmenuzando los prolegómenos históricos de la Primera Cruzada; en la tercera Flori aborda por fin lo sucedido en relación con la expedición a Tierra Santa: la cruzada “popular” comandada por Pedro el Ermitaño hasta Constantinopla, la llegada de los príncipes a la capital del imperio bizantino, las batallas y asedios que se fueron produciendo durante el avance hacia el Santo Sepulcro (Nicea, Dorilea, Antioquía, Jerusalén, Ascalón). Las partes cuarta y quinta apenas ocupan un capítulo cada una: en la cuarta lleva a cabo un análisis (exclusivo del autor, como él mismo indica) sobre el posible significado simbólico o alegórico del uso de las cifras que los diferentes cronistas de la Primera Cruzada emplearon en sus escritos para informar sobre el número de efectivos, análisis de tipo estadístico en el que emplea técnicas estadísticas y gráficos descriptivos; y la quinta se trata de una especie de reivindicación de la figura de Pedro el Ermitaño, personaje cuyo destacado papel, según Flori, en la Primera Cruzada ha sido olvidado en los últimos tiempos.

En relación con las preguntas formuladas en el segundo párrafo de esta reseña, hay que decir que las primeras 140 páginas del libro de Flori son algo desesperanzadoras. El autor parece sentar para su obra unos objetivos más tendentes al análisis de las fuentes y de cómo han sido interpretadas por medievalistas anteriores, que al análisis directo de los propios sucesos, lo cual sería más del interés del lector común (pero no niego que el erudito sí guste también del otro tipo de disquisiciones). Además, un cierto deje francófilo impregna todo lo que se dice. Pero pasado ese trago inicial, el tono cambia y el libro se hace ameno, amenísimo.

Conviene no simplificar (y desde luego Flori no lo hace) cuando se pretenden explicar las causas de la Cruzada. Existe un hecho clave en la configuración de las bases de la expedición: el discurso del papa Urbano II en la ciudad de Clermont en noviembre de 1095; pero por sí solo no basta para provocar semejantes movilizaciones. La situación histórica previa a este suceso presentaba un mundo dividido en dos partes opuestas y enfrentadas (aunque con matices) a causa de sus diferentes religiones: el mundo cristiano y el musulmán. Mediando entre ambas tierras estaba el mar, nunca mejor llamado Mediterráneo, de modo que los conflictos se dieron en los extremos, donde el mar desaparece y por tanto el contacto entre mundos fue posible: la península ibérica en Occidente y la península anatolia en Oriente. En ambas zonas los musulmanes tomaron la iniciativa en un momento dado: en Occidente fueron capaces en el siglo VIII de llegar hasta los Pirineos, y en Oriente los turcos se acercaron peligrosamente a Constantinopla tras la victoria sobre el imperio bizantino en la batalla de Mantzikert el año 1071; en Occidente fueron frenados por los francos y a partir de entonces, y sobre todo desde el siglo X, se inició una lenta reconquista de los territorios; en cambio en Oriente el imperio bizantino no se vio nunca capaz por sí solo de recuperar lo perdido.

Esa dispar situación entre Occidente y Oriente en cuanto a la resistencia ofrecida a los musulmanes era quizá reflejo (y ahora sí estoy simplificando, me temo) de la diferente idiosincrasia y temperamento entre el Occidente y el Oriente cristianos. En Occidente la belicosidad, la agresividad, la incultura y la violencia estaban al orden del día; una gran cantidad de reyes y nobles con posesiones territoriales pasaban sus vidas guerreando entre sí por un palmo más o menos de tierra, sin otra preocupación que prevalecer sobre sus enemigos. No había tiempo para las letras, la cultura, el refinamiento, que quedaban relegados al ámbito monástico. En Oriente, en cambio, el imperio bizantino sí tuvo tiempo para cultivar el espíritu y, tal vez por ello, descuidó otros aspectos más mundanos. En esta parte del mundo consideraban bárbaros a los del otro extremo, mientras que ellos eran vistos como pusilánimes por aquellos. Como indica la hija del emperador Alejo, Anna Comneno, en su obra Alexiada, escrita hacia el año 1147, para los bizantinos era inconcebible que un hombre de fe (y en principio, en un mundo cristiano, todos lo eran) empuñara las armas, cosa en cambio bastante habitual entre los francos y demás pueblos de Occidente:

Y es que la concepción del sacerdote no es la misma entre los latinos que entre nosotros. Para nosotros, de los cánones, de las leyes y del precepto evangélico recibimos el siguiente mandamiento: “No toques, no grites, no ataques, pues estás consagrado». El bárbaro latino, en cambio, participa a la vez en los divinos misterios, se pone el escudo en el brazo izquierdo y con el derecho enarbola una lanza; al mismo tiempo que comulga con el cuerpo y la sangre divinos, es espectador de la matanza y se convierte en un hombre de sangre, como se dice en los Salmos de David. Así es esa bárbara especie de sacerdotes que son también guerreros.

Anna Comneno, Alexiada, X, 8, 8, t.II.

No es que en Occidente no se dieran cuenta de la incongruencia, de la hipocresía incluso, de empuñar una espada al tiempo que se profesaba una fe que tiene como mandamiento “no matarás” (de hecho los términos militia y malitia eran usualmente relacionados para indicar que lo uno va inevitablemente unido a lo otro), y por ello esos pecados de sangre habían de ser limpiados: para purgarlos las penitencias eran moneda de curso habitual, y la peregrinación a Jerusalén era una penitencia corriente.

Ahora bien: una cosa es que los hombres asuman la incoherencia entre sus querencias y sus creencias, y otra muy distinta que sea la Iglesia como institución la que llame a las armas. Y efectivamente eso es lo que sucedió. Como dice el propio Flori, “la evolución de la Iglesia del pacifismo original a la Cruzada debe considerarse como una verdadera revolución, llevada a cabo en más de mil años […] Los primeros indicios aparecen en el siglo IX.Y es que la reconquista por parte de los habitantes de la península ibérica de las tierras perdidas frente a los musulmanes fue poco a poco recibiendo ese barniz de guerra de religión, que acabaría calándola hasta lo más profundo. No es una mera recuperación de unos dominios territoriales perdidos a golpe de lanza, sino que se trata de una lucha contra el invasor infiel, cuya aniquilación no solo no es pecado sino que incluso permite la liberación de todos los que ya pesen sobre la conciencia y ganarse así el cielo. No solo es una guerra justa, sino sacralizada, y lo que es más: es una guerra santa (Flori define bien lo de “justa”, “sacralizada” y “santa”).

En el último cuarto del siglo XI, cuando Gregorio VII, papa duro y terrible, anima a plebeyos y nobles para que combatan al infiel, focaliza los impulsos guerreros hacia dos puntos: la reconquista ibérica y la defensa de los Santos Lugares, Jerusalén concretamente. Ambas son, pues, guerras santas. Al hilo de esto, Flori discute sobre si la Reconquista (así, escrita en mayúscula, no hay duda de cuál se trata) fue ya una primera cruzada, si reúne los elementos que después se dieron en las movilizaciones hacia Jerusalén de los siglos XI al XIII. En cuanto a Jerusalén, la proclama de Gregorio VII no logró concitar una expedición a Tierra Santa. La ciudad llevaba en manos infieles desde el siglo VII, y recientemente, en el año 1009, la iglesia del Santo Sepulcro, construida por el emperador Constantino en el siglo IV, había sido mandada destruir por los turcos. Curiosamente el Occidente cristiano culpó a los judíos, quienes habrían instigado su demolición. Ello acarreó graves consecuencias para el pueblo judío residente al norte del Mediterráneo, como testimonia el monje cronista Raúl Glaber hacia el año 1044:

Así, objeto de un odio universal, fueron expulsados de las ciudades, algunos fueron pasados por la espada, otros ahogados en los ríos o exterminados de distintos modos, y otros llegaron también a darse muerte entre sí. Tras la consumación sobre ellos de esta justa venganza, apenas quedaron algunos en el mundo romano.

Raúl Glaber, Historiae, III, 7, § 24.

Por otro lado, Flori también ofrece un punto de reflexión relacionado con Jerusalén: si el cristianismo era una fe no idólatra, ausente de lugares terrenales susceptibles de adoración puesto que “su reino no es de este mundo”, ¿en qué momento y por qué comenzaron a venerarse objetos, reliquias, lugares, etc.? Flori sitúa ese punto de inflexión en los tiempos del emperador Constantino. Setecientos años después, en la época previa a las Cruzadas, la Cristiandad contaba ya con infinidad de reliquias desperdigadas por el mundo (huesos de santos, objetos relacionados con Cristo, etc.) y cuatro “Santos Lugares”: Roma, San Miguel de Monte Gargano (en Italia), Santiago de Compostela y Jerusalén (y allí la iglesia del Santo Sepulcro). Jerusalén estaba perdida para la fe cristiana desde hacía siglos, y al parecer la destrucción del Santo Sepulcro tampoco era motivación suficiente para iniciar una movilización, o quizá el papa Gregorio VII no supo encauzar bien el asunto. Su llamamiento no tuvo éxito ni siquiera jugando con la baza de la derrota bizantina en Mantzikert y la necesidad de ayudar al emperador de Constantinopla. Pero el hecho catalizador que desencadenó el fervor y las movilizaciones en masa no llegó hasta el año 1095, en Clermont, con el discurso de Urbano II. Orador con gran poder de convicción, Urbano supo combinar, según se deduce de la exposición de Flori, los elementos necesarios para hacer nacer en el corazón de sus oyentes, nobles y plebeyos, el sentimiento de que había que ir a Jerusalén a reconquistar la ciudad y reconstruir el Santo Sepulcro:

  • Para empezar, el simple argumento de la autoridad de la fe debía bastar: “Quien no toma su cruz y me sigue no es digno de mí” (Mateo 10:38, Lucas 14:27). En efecto, el grito de “Dios lo quiere” voceado por el público de Urbano en Clermont fue el lema que acompañó a los cruzados durante toda la campaña.
  • Urbano se hacía eco de la petición de ayuda del emperador bizantino Alejo a quien, tras lo de Mantzinkert y al verse incapaz él solo de resistir a los turcos, había que socorrer como buenos cristianos.
  • Urbano consolidaba con su proclama la idea de que se trataba de una guerra santa, es decir, una guerra, la única, por la que valía la pena (es más: por la que era preciso) matar al infiel, pues así lo quería Dios.
  • Como consecuencia de lo anterior: esas muertes, esa violencia, ese salvajismo lícito y a veces necesario para prevalecer, estaba libre de cargas, libre de pecado, y era perfectamente compatible con el ejercicio de la fe; la cual cosa quitaba no pocos cargos de conciencia a los cruzados. En efecto, Flori recoge algún testimonio de caballeros que se enfrentaban al dilema de escoger entre la ley de la caballería y la ley del Evangelio, entre la malitia que implicaba la militia y la bondad que ha de acompañar siempre el camino de Cristo; el concepto de “guerra santa”, de militia Dei, solucionaba la cuestión y les permitía seguir siendo caballeros dentro de los parámetros de la ley divina.
  • El simple hecho de la peregrinación a Jerusalén con la intención de recuperar el Santo Sepulcro exoneraba de pecados, y en caso de morir en el intento, garantizaba el ascenso al Paraíso. Casi tan importante como la reconquista era, para Urbano, la peregrinación, como camino de salvación de los hombres.
  • Urbano valoraba también la función de “purga” que se llevaba a cabo con las Cruzadas, y no es este un elemento de importancia menor. Consciente del estado de violencia en el que se vivía de manera casi perenne en el mundo cristiano, tanto en la vida cotidiana como en las cortes de los reyes y nobles europeos, Urbano supo encauzar esos “malos instintos” y darles la vuelta, convirtiéndolos en un mecanismo de purificación para Occidente y en una herramienta de reconquista para la Cristiandad. Fulquerio de Chartres, capellán, guerrero de la Cruzada y cronista de la misma, lo expresó de esta manera:

¡Háganse ahora milites Christi quienes hasta entonces eran sólo bandidos! ¡Que combatan con razón contra los bárbaros, quienes antaño se batían contra sus hermanos y parientes! Van a ganar recompensas eternas quienes se hacían mercenarios por una miserable paga. Trabajarán por un doble honor quienes se agotaban en detrimento de su cuerpo y de su alma. Aquí, estaban tristes y eran pobres; allí, serán ricos y estarán alegres; aquí, eran los enemigos del Señor, allí, serán sus amigos y servidores. Que aquellos que decidan ir no pospongan su viaje, sino que renten sus tierras y reúnan dinero para los gastos; y que, una vez concluido el invierno y llegada la primavera, se pongan en marcha con Dios como su guía.
Fulquerio de Chartres, Historia Hierosolymitana, I, 3.

Y con mayor claridad aún, Guiberto de Nogent, otro monje cronista de su época, describió así la situación unos años después:

Pero como toda intención piadosa ha desaparecido de las almas de todos [los caballeros] y el deseo de poseer se ha apoderado de su corazón, Dios, en nuestros tiempos, ha instituido guerras santas para que la orden de los caballeros y el pueblo que le sigue, ocupados hasta hoy en matarse mutuamente, a imitación del paganismo antiguo, puedan encontrar en ellas un nuevo medio de adquirir su salvación sin verse por tanto obligados, como era de rigor hasta entonces, a abandonar el siglo eligiendo la conversión monástica o alguna profesión religiosa; y que puedan así, en cierta medida, obtener la gracia de Dios con el propio ejercicio de su función, conservando sus costumbres y su modo de vivir.

Guiberto de Nogent, Dei gesta per Francos, I, 4.

 Así pues, y usando las palabras del propio Flori, “Todo parece mostrar, en efecto, que en el espíritu de Urbano II (como en el de Gregorio VII, por otra parte), la idea fundamental es, en efecto, la de una operación militar de reconquista cristiana que, acudiendo en ayuda del imperio bizantino para socorrer a los cristianos de Oriente sometidos a los turcos, llegara hasta Jerusalén para liberar allí el Sepulcro del Señor y, de ese modo, alcanzaría también la categoría de peregrinación”. Reconquista y peregrinación, esas fueron las ideas claves para el movimiento cruzado. Y sin embargo, aunque todo el mundo tenía el mismo derecho, frente a Dios, de coserse una cruz en el hombro derecho de sus ropas y encaminarse a Jerusalén, no a todos autorizó el papa, y esto por un motivo simple: ciertamente todo cristiano puede peregrinar a los Santos Lugares, al Santo Sepulcro, pero no todo cristiano es apto ni útil para reconquistarlo. Y la Cruzada no es lo uno sin lo otro, ni lo otro sin lo uno. Así, en palabras de Roberto el Monje escritas más de 25 años después, el mensaje de Urbano en Clermont aquel 25 de noviembre de 1095 fue el siguiente:

Que los ancianos, los débiles y quienes no son apropiados para las armas no tomen ese camino. No se lo ordenamos y se lo desaconsejamos incluso, al igual que a las mujeres sin sus maridos, sus hermanos o sus tutores legítimos. Tales personas, en efecto, constituyen más una molestia que una ayuda, más un fardo que cargar que un apoyo. Que los ricos se encarguen financieramente de los pobres y lleven con ellos a los hombres para la guerra, corriendo con sus gastos. No está permitido a los sacerdotes ni a los clérigos de cualquier orden partir sin la autorización de sus obispos, pues el viaje, en este caso, no les sería de utilidad alguna […]. Quien quiera que haya tomado la decisión de emprender esta santa peregrinación y haya hecho a Dios esta promesa, consagrándose a él como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, llevará en su frente o en su pecho el signo de la cruz del Señor. Quien, a continuación, en cumplimiento de su voto, se ponga en camino, llevará este signo a la espalda, entre los hombros. Así, con estas dos acciones conjuntas, cumplirán los preceptos del Señor que ordena, personalmente, en el Evangelio: “Quien no toma la cruz y me sigue no es digno de mí” (Lucas XIV, 27).

Roberto el Monje, Hierosolymitana expeditio, I, 2.

Por ello la Cruzada estuvo básicamente compuesta por gente de armas, nobles y caballeros acompañados por el séquito habitual que suele acompañar a todo ejército: servidores, mercaderes, prostitutas, aprovechados de toda especie, etc. Y por supuesto, también había simples peregrinos con una espada al cinto que acudían al llamamiento de Urbano para la mayor gloria de Dios. De hecho, los motivos para unirse a la expedición, aun estando en la línea de lo proclamado por el papa, a menudo no coincidían exactamente con lo dicho por él. En palabras de Flori, “en la mayoría de los documentos referentes a la Primera Cruzada, la intención alegada no es la de llevar a cabo una peregrinación sino una expedición guerrera de reconquista de los Lugares Santos; es a veces resultado de una penitencia, aunque mucho más a menudo del deseo de llevar a cabo, por la salvación de la propia alma o en remisión de los pecados, una obra meritoria ante Dios. Parece, pues, que la salvación personal, el ser bien visto a los ojos de Dios, la limpieza de la propia conciencia y el verse libre de pecados, fueron pensamientos que estuvieron en la mente de los cruzados, tanto o más que el de llevar a cabo la voluntad de Dios por amor a Dios. Flori aprovecha para citar numerosas cartas de la época en las que los caballeros explicaban sus motivaciones para ir a Jerusalén. Hay que tener en cuenta que esa purga de pecados solo se puede llevar a cabo contra los sarracenos. Las batallas que se realizan dentro de la Cristiandad, entre cristianos, no “cuentan”, no pueden contar, para purificar el alma; si acaso al contrario, “penalizan”. En cambio los sarracenos son sucios, impuros, traidores, son literalmente “infieles”, y su muerte no solo es un beneficio para toda la cristiandad en general sino para el caballero que la ejecuta en particular. Es por esta razón que cuanto más se demonizara al enemigo, cuanto más terrible y funesta fuera la imagen del Islam, más convencimiento de la necesidad de expulsarlos de Jerusalén se generaba en la mente de los caballeros:

Se puede, con toda sinceridad, hablar mal de aquel cuya maldad ha estado siempre muy por encima de todo el mal que de él podría decirse.

Guiberto de Nogent, Dei gesta per Francos, I 3-5.

¿Y qué y quiénes eran estos caballeros? Flori, que es todo un experto en el tema, explica así el concepto de caballero: “¿Qué es entonces un caballero a finales del siglo XI? No es un noble deshacedor de entuertos, defensor de la Iglesia, de la viuda y del huérfano, ni siquiera necesariamente un noble. No debe confundirse, como se hace con demasiada frecuencia, nobleza y caballería. En la época de la Primera Cruzada, caballero no es todavía ni un título ni un rango. Es una profesión, la de los guerreros de élite que combaten con armas y de acuerdo con tácticas que, por aquel entonces, apenas comienzan a diferenciarse de las de los infantes; pero guerrean a caballo, protegidos por un armamento defensivo de calidad superior, usando principalmente la espada y la lanza de acuerdo con un método que, en aquella época, está imponiéndose al conjunto de la caballería de Occidente y dándole la supremacía en los campos de batalla”. El caballero, pues, es una especie de mercenario que se pone al servicio de un rey, un príncipe, un noble, o bien subsiste por cuenta propia. Las Cruzadas fueron, como es de suponer, un lugar común para todos ellos, bien porque participaran en ellas siguiendo a su señor, bien porque lo hicieran voluntariamente buscando beneficio personal, material y/o espiritual.

En algún momento Jean Flori plantea una cuestión interesantísima, ya intuida más arriba: siendo como es en esencia el cristianismo una religión de bondad, de vida dedicada a Cristo, de no-violencia y amor no sólo al prójimo sino incluso al enemigo, ¿cómo pudo llegar el occidente cristiano a una situación de violencia cotidiana, a nivel de guerras entre estados pero también a nivel particular? Flori vuelve a remontarse a la época de Constantino, el primer emperador cristiano. Al oficializarse la fe cristiana, al dejar de ser un credo proscrito y convertirse en la religión oficial del imperio romano, la situación se invirtió y ser cristiano pasó a ser un estatus ventajoso y favorecido por los estamentos estatales. Como consecuencia, numerosos romanos se hicieron cristianos buscando ese acomodo dentro del imperio, acomodo del que no podrían gozar ya más como seguidores de cualquier otro culto. De modo que los cristianos “antiguos” vieron como en el cristianismo se llenaba las filas con una gran cantidad de cristianos “modernos” cuyo amor a Cristo era más interesado que sentido. El resultado fue que aquellos siguieron llevando una vida dedicada a Cristo y estos siguieron haciendo su vida normal tratando de compaginarla con los dogmas cristianos; y es esa “vida normal” lo que acarrea, como siempre lo ha hecho, enfrentamientos, disputas, luchas por lo propio y por lo ajeno, cosas todas ellas difíciles de armonizar con la fe en Cristo.

Este era el panorama histórico a finales del siglo XI, que Flori describe prolijamente y al que dedica prácticamente medio libro. La figura de Pedro el Ermitaño, apenas esbozada en algún lugar, cobra a partir de ahora algo más de protagonismo (de otro modo podría pensarse que el título y el subtítulo del libro hubieran intercambiado su lugar). Así describe Anna Comneno al clérigo en su obra, escrita 50 años después de los hechos:

Un celta, llamado Pedro y apodado Pedro el de la Cogulla, había ido a venerar el Santo Sepulcro; tras haber sufrido muy malos tratos por parte de los turcos y de los sarracenos que asolaban todo el Asia, con grandes dificultades logró regresar a su país. Como no podía soportar haber fallado en su objetivo, decidió repetir el viaje. Pero comprendió que no debía volver a hacer solo el camino del Santo Sepulcro, pues podían sobrevenirle peores desventuras, y tomó una hábil decisión. Se trataba de predicar en todos los países de los latinos: “Una voz divina me ordena proclamar, ante todos los condes de Francia, que cada uno de ellos debe abandonar su hogar para ir a venerar el Santo Sepulcro, e intentar con todas sus fuerzas y con todo su ardor liberar Jerusalén de la mano de los agarenos”. Lo consiguió, efectivamente. Como si hubiese logrado hacer oír una voz divina en el corazón de cada cual, consiguió reunir a los celtas, que llegaban de todas partes, con armas, caballos y todo el equipamiento militar. Estos hombres tenían tanto impulso y ardor que lograron cubrir todos los caminos; los soldados celtas iban acompañados por una multitud de gente sin armas, más numerosas que los granos de arena y que las estrellas, que llevaban palmas y cruces a la espalda: mujeres y niños que dejaban su país. Viéndoles, se habría podido creer que eran ríos que confluían de todas partes. Preferentemente por Dacia, se dirigían hacia nosotros con todo su ejército.

Anna Comneno, Alexiada, X, 5, 5-6.

Y sin embargo, pese a lo que pueda parecer al leer a la hija del emperador Alejo, poco es lo que se sabe de Pedro. Quién puede decir hasta qué punto influyó (si es que lo hizo) en Urbano para declarar una guerra santa, o qué grado de mando y de responsabilidad tuvo sobre las masas de peregrinos que le siguieron camino de Constantinopla, lugar de encuentro de los cruzados para desde allí iniciar la expedición contra los turcos. Ese camino estuvo plagado, por decirlo suavemente, de altercados. Los seguidores de Pedro fueron dejando allá por donde pasaron un reguero de violencia (que solo se extinguió cuando cayeron en manos turcas) provocado tanto por la básica cuestión de la necesidad de aprovisionamiento de tantísima gente, como por otra no tan básica de cariz religioso relacionada con los judíos. En efecto, las poblaciones por las que pasaron en el norte de Francia y la zona del Rin se encontraban con que, de grado o a la fuerza, debían suministrar avituallamiento a la expedición de Pedro. Y por si fuera poco, los ciudadanos que profesaban la religión judía eran perseguidos y masacrados por ellos. ¿Por qué? La crónica del hebreo Solomon Bar Simson, entre otros muchísimos testimonios, ilustra la cuestión:

¿Por qué íbamos a hacer la guerra contra los ismaelitas que habitan alrededor de Jerusalén, cuando en medio de nosotros hay un pueblo que desprecia a nuestro Dios, pues en verdad fueron sus antepasados quienes lo crucificaron? ¿Por qué vamos a dejarles vivir y tolerar que habiten entre nosotros? Comencemos pues usando contra ellos nuestras espadas y pongámonos luego en camino.

Solomon Bar Simson, Crónica, p.26.

Y sin embargo, las huestes de Pedro no buscaban, como sí hacían con los infieles seguidores de Mahoma, el exterminio de los judíos tanto como su conversión a la fe cristiana. Los musulmanes eran infieles, traidores y no merecían el perdón; los judíos, en cambio, considerados como pueblo habían tenido sus inicios por la senda correcta, luego cometieron un terrible error (matar al hijo de Dios) pero era posible “reconducirlos” a la fe cristiana si ellos accedían. Citando a Flori, el cual acude de nuevo a la Crónica de Bar Simson (p. 60), “En Mehr, intentan «convertir» a un hombre que finge primero aceptar y solicita un plazo, que aprovecha para inmolar a su mujer y sus tres hijos antes de suicidarse. Pero no consigue matarse y los cristianos lo encuentran yaciendo en el suelo. Le conminan a aceptar el bautismo y le amenaza, para convencerle, con enterrarle vivo en la fosa que ya contiene a su familia. Se niega y se arroja a la tumba con los suyos. Le entierran. Pero los gemidos del moribundo hacen pensar a los cruzados que quiere abjurar. Le sacan de allí y le ofrecen de nuevo el bautismo. Vuelve a negarse y le entierran definitivamente con los suyos”. Tal comportamiento en los cristianos solo es explicable si dan más importancia a la conversión del judío que a su muerte. En cualquier caso, Flori se plantea el grado de implicación de Pedro en estos y otros sucesos similares, así como las posibles razones de la temprana movilización de esta cruzada “popular”, pues se adelantó en varios meses al resto de cruzados. Del mismo modo, tampoco su estancia en Constantinopla fue pacífica. Vistos por los bizantinos como una masa de pobres violentos y agresivos (y aproximadamente eso es lo que eran) que no hacían sino ocasionar problemas, los seguidores de Pedro fueron finalmente exterminados por los turcos en cuanto cruzaron el Helesponto, el Brazo de San Jorge. ¿Fueron engañados por el emperador Alejo, quien supuestamente les invitó (o les empujó) a cruzar el estrecho? ¿Lo hicieron voluntariamente? En todo caso, Alejo se vio así libre de un problema que no sabía cómo resolver, pues con independencia de los inconvenientes generados por la necesidad de aprovisionarlos y de soportar sus correrías por los contornos de Constantinopla, sucedía que aquella no era la ayuda que había solicitado del occidente cristiano: aquello no era un ejército de guerreros sino una turba de gente humilde, mal armada y peor organizada, si es que lo estaba en algún grado. Fue así, a manos de los turcos y en el primer envite, como se desbarató la cruzada “popular” de Pedro el Ermitaño. Los supervivientes, Pedro entre ellos, esperaron en Constantinopla la llegada de la llamada cruzada “de los príncipes”, a la que se unieron.

Y esta expedición llegó, formada por los ejércitos de Hugo el Grande, Godofredo de Bouillon, Bohemundo de Tarento, Raimundo IV de Saint-Gilles, Roberto de Normandía y Esteban de Blois. El, digamos, líder espiritual, era Ademar de Monteil, obispo de Le Puy. Se hizo entonces más patente de lo que ya era la diferencia de caracteres entre los orientales y los occidentales, diferencia que alcanzaba la antipatía más radical. Los francos y sobre todo los normandos, de natural vehementes y agresivos, detestaban profundamente a los afeminados griegos bizantinos, sentimiento que era recíproco por parte de estos hacia aquellos. Esta tensión se hace evidente en cualquier contacto que se produce entre Alejo y los nobles cruzados, y se mantiene hasta que la expedición cruza el Helesponto e incluso después.

El relato de Flori, ameno e interesantísimo, analiza las diversas fuentes que informan sobre todos estos hechos, que en muchas ocasiones ofrecen versiones diferentes o incluso contradictorias. En cualquier caso hay que decir que se trata siempre de cronistas occidentales, y que por tanto la variedad de informaciones se restringe siempre a lo que hicieron o dejaron de hacer los cristianos. En el conjunto de esos datos el papel de Pedro el Ermitaño es bastante limitado, aunque Flori se esfuerza en mostrar lo contrario, pero sucede también que incluso el propio libro de Flori parece más dedicado a la Cruzada que al Ermitaño, hasta el punto de que es dudoso que merezca aparecer en el título del mismo. Ni siquiera parece haber tenido un papel destacado en el momento en que Pedro podría haberse revestido de alguna importancia entre los cruzados como guía espiritual o cabecilla religioso, ya que ese lugar lo ocupaba con firmeza Ademar de Puy. Así, en la primera batalla de los cruzados contra los turcos, en la que se ganó Nicea, es Ademar y no otro quien arenga a las tropas:

Oh, pueblo dedicado a Dios, lo habéis abandonado todo por amor a Dios: riquezas, campos, viñas y castillos; ahora, la vida eterna está a vuestro alcance, pues el que caiga en este combate será coronado con el martirio. Marchad pues sin temor contra esos enemigos del Dios vivo, recibid hoy la victoria que Dios os da.

Alberto de Aquisgrán, Historia Hierosolymitana, II, 27.

Ese encuentro entre cruzados y sarracenos, y el posterior en Dorilea a los pocos días, sirvieron para que los occidentales descubrieran la novedosa forma de guerrear de los turcos y sus desconocidas tácticas de combate. Ni siquiera su conocimiento de las técnicas de asedio les sirvieron: el sitio de la ciudad de Antioquía (del que merece la pena relatar algunos sucesos por lo paradigmáticos que son), de corta duración según las previsiones de los cristianos, se prolongó durante más de siete meses, y cuando la ciudad se tomó se produjo una rocambolesca situación: los cruzados lograron confinar la resistencia enemiga en la ciudadela de Antioquía, donde se hizo fuerte; por otro lado, la ciudad se vio sitiada por un ejército turco recién llegado y dispuesto a expulsar a los invasores cristianos. Estos habían pasado, pues, de sitiadores a sitiados, y se encontraron con que tenían que combatir en un frente interior, la ciudadela, y otro exterior, las murallas de la ciudad. Y si inusual fue esta situación, más inverosímil fue la solución que (según alguna fuente) pensaron los cruzados: enviaron a Pedro el Ermitaño (aquí el clérigo sí parece tener un papel protagonista) al ejército turco con una propuesta:

Karbuqa, príncipe muy ilustre y muy glorioso en tu reino, soy el mensajero del duque Godofredo, de Bohemundo y de los príncipes de toda la multitud cristiana. No desdeñes escuchar sus decisiones y sus opiniones, que yo te traigo. Los jefes del ejército cristiano han decidido convertirse en tus vasallos si aceptas creer en el Señor Cristo, que es verdadero Dios e hijo de Dios, y renunciar a las supersticiones de los gentiles. Están dispuestos, en este caso, a poner en tus manos la ciudad de Antioquía y a servirte como a su señor y príncipe.

Pedro de Tudebode, Historia de Hierosolymitano itinere, p. 107-108.

Es decir: quién sabe si el fervor religioso, lo desesperado de la situación o ambas cosas, les llevó (según alguna fuente, conviene repetir) a plantearse la ingenuidad de entregarse a los turcos si estos prometían bautizarse. Por suerte para los cruzados, los turcos no anduvieron listos y se negaron a tal propuesta. Ese es uno de los dos rasgos característicos de la cruzada que se desprenden, creo yo, del análisis que Flori hace de la Cruzada:

  • La profunda espiritualidad, el entusiasmo religioso, el radical misticismo que impera en todo el movimiento cruzado. En Antioquía los cristianos, desalentados, padeciendo hambruna, cometiendo antropofagia (y no será la última vez), sin posibilidad de salvación y abocados a su fin, recobraron sus fuerzas con el hallazgo (¿amañado?) de la Santa Lanza, la lanza romana que hirió el costado de Cristo, enterrada varios metros bajo tierra. La santa reliquia animó sus espíritus de tal manera que, “milagrosamente”, derrotaron a los turcos de manera aplastante, haciéndolos huir presas de un terror inmenso. Ese misticismo está presente a lo largo de toda la expedición; numerosos clérigos dicen tener visiones en las que Dios, Cristo o algún santo les habla y les indica qué debe hacer el ejército cruzado ante las situaciones que se va encontrando, y en las tropas todo son oídos a ese tipo de mensajes. Pedro el Ermitaño no parece ser uno de esos visionarios, pero sí en cambio un homónimo suyo, Pedro Bartolomé, quien sin embargo halló su fin justamente a causa de la incredulidad que despertó alguna de sus visiones. Habiendo recibido inspiración divina sobre cómo el ejército debía asediar un lugar, los nobles cruzados se mostraron disconformes con la táctica revelada; nacieron entonces dudas acerca de sus visiones, actuales y pasadas, una de las cuales quizá hubiera sido la que facilitó el hallazgo de la Santa Lanza. Como dice Flori, “escandalizado por semejante incredulidad, Pedro Bartolomé propone, a su vez, una ordalía. Puesto que no se cree en las revelaciones ni a los testigos, que se levante una pira y pasará, con la lanza, a través del fuego. Él mismo plantea los términos de la prueba: si es la lanza del Señor, saldrá sano y salvo; de lo contrario, será la prueba de una falsedad”. Pedro Bartolomé atravesó el camino de fuego y sobrevivió, para morir a los pocos días. Otra muestra de esa locura mística se dio en la toma de Jerusalén, donde los cruzados pasaron a sangre y fuego a la población jerosolimitana en una despiadada matanza indiscriminada, pues solo quedaban en la ciudad “enemigos de Dios”:

¿Qué sucedió en aquel lugar? Diremos únicamente que en el Templo y bajo el pórtico de Salomón se cabalgaba con la sangre hasta las rodillas, hasta el bocado de los caballos. Por un justo juicio se derramó en aquel lugar la sangre de quienes, durante tanto tiempo, habían proferido allí, contra Dios, sus blasfemias.

Raimundo de Aguilers, Le «Liber» de Raymond d’Aguilers, pp. 150-151.

Y otra más: una vez tomada la ciudad, debían librar una batalla final en un lugar cercano, Ascalón. Los cruzados, extenuados, hambrientos, desmoralizados y en notable inferioridad numérica, hicieron un nuevo “hallazgo” en el interior de Jerusalén: un fragmento de la Vera Cruz, la cruz en la que murió Cristo. Con la Santa Lanza y la Vera Cruz por blasones, los cruzados, al grito de “¡Dios lo quiere!”, acudieron eufóricos al combate y, como en Antioquía, vencieron una vez más al enemigo:

A la mañana siguiente, a las primeras luces del alba, todo el pueblo del Dios vivo se armó para el combate, manifestando su júbilo con cantos de alegría y con las dulces modulaciones de los instrumentos de cuerda y de viento, como si se dirigieran, muy alegres, a un banquete.

Alberto de Aquisgran, Historia Hierosolymitana, VI, 43.

  • El otro rasgo propio de la Cruzada, a juzgar por el análisis de Flori, es la profunda desunión que existe en el seno del bando cristiano a lo largo de toda la campaña. Cada uno de los nobles cruzados, sin excepción, pretendía hacer las cosas a su manera en beneficio de sus ambiciones personales (y subsidiariamente, es de suponer, de la causa cruzada). El normando Bohemundo de Tarento, de innegable valor en combate, rivalizaba con Raimundo de Saint-Gilles y con Godofredo de Bouillon en sus ansias de conseguir para sí alguna posesión, alguna ciudad, algún territorio. El caballero Balduino de Boulougne se quedó para sí, casi sin quererlo, con la ciudad de Edesa, y algo parecido deseaban los demás nobles. Cuando se tomó Antioquía se disputaron entre unos cuantos el dominio de la ciudad hasta que finalmente Bohemundo prevaleció. En Jerusalén sucedió algo parecido: se nombró un rey, Godofredo de Bouillon, quien al morir fue sucedido por Balduino de Edesa. En cada ocasión, en cada lugar conquistado, aparecía la cuestión de quién se haría con su dominio. Se plantea entonces una pregunta obvia: ¿no era la Cruzada, o al menos una de sus motivaciones, la respuesta de auxilio al emperador bizantino para recuperar sus territorios en Asia Menor? Y en cualquier caso, ¿no era una expedición de reconquista de los lugares santos para mayor gloria de la Cristiandad? ¿No habría de ser en todo caso el papa –no ya Urbano II, muerto antes de finalizar al Cruzada, sino su sucesor Pascual II–, como jefe de toda la Cristiandad, quien ejerciera su autoridad sobre Jerusalén y el Santo Sepulcro? Y sin embargo los cruzados, habiendo cumplido con la parte espiritual de la expedición, se preocuparon muy mucho de no descuidar la parte material.

El trabajo de Jean Flori es, como ya he dicho, más un estudio de la Primera Cruzada que de Pedro el Ermitaño, de quien ciertamente hay menos que decir puesto que las fuentes no lo citan demasiado. Existiendo magníficas obras sobre el conjunto de las Cruzadas, como las monumentales Historia de las Cruzadas de Steven Runciman o Las guerras de Dios de Christopher Tyerman, esta de Flori no les va a la zaga. El medievalista francés, todo un especialista en el mundo de la caballería, lleva a cabo con este libro un trabajo muy personal, exponiendo valoraciones personales y realizando análisis propios aun a riesgo de llevar la contraria a las corrientes establecidas por la tradición historiográfica. El resultado es magnífico.

Como complemento a esta reseña resulta interesantísimo este vídeo de una entrevista realizada a Jean Flori en junio de 2007, en la que el historiador habla sobre su concepción del análisis de la historia, sobre el mundo medieval, el anticristo, Leonor de Aquitania, Pedro el Ermitaño…

http://www.otrocanal.cl/?video=618

TRANSCRIPCIÓN

CW: “Haré un poema de la pura nada. No hablará del amor ni de otra gente, sino que fue compuesto durmiendo sobre un caballo”. Este breve poema pareciera haber sido escrito por un escritor vanguardista. ¿Quién lo escribió? Algún poeta del siglo XX? Fue acaso Guillaume Apollinaire? No, fue otro Guillaume. Fue Guillermo de Aquitania. Fue un gran caballero, un personaje de leyenda de esa época tan fascinante que fue el medioevo, un hombre que mezcló la pasión, la fe, la ironía, las cruzadas, el amor, etc., uno de los personajes de ese tiempo, que algunos han caricaturizado como oscuro, pero que en realidad fue un tiempo de pluralidades, de cruces, de pasiones, de amores, de historia. Y para hablar de ese tiempo, está con nosotros aquí en los estudios de Brie sur Marne, del INA, en las afueras de París, en este programa especial de “Una Belleza Nueva”, Jean Flori, historiador, medievalista, connotado. Nació en Lillebonne, en 1936, realizó sus estudios científicos en París, antes de dedicarse a la teología y a la historia. Es doctor en Letras y Ciencias humanas, una tesis dirigida por el gran maestro Georges Duby, director en investigaciones del CNRS, Centro de Estudios Superiores de la Civilización Medieval. Entre sus libros, muchos de los cuales están en las librerías chilenas, afortunadamente están: “Pedro el ermitaño y el origen de las cruzadas”, una historia fascinante sobre las cruzadas y sobre este personaje un poco olvidado. “La biografía de Leonor de Aquitania”, que también está en castellano. El último libro que está disponible en las librerías en Francia, y que probablemente estará pronto en español, “El islam y el fin de los tiempos”, un libro que toca algunos tópicos actuales, o que cruza tópicos del medioevo con tópicos actuales. Otros libros, por ejemplo, “Ricardo Corazón de León”, el rey caballero, hijo de Leonor de Aquitania, “Guerra santa, Jihad y cruzadas, violencia y religión en el Cristianismo y en el Islam”, “La guerra santa, la formación de la idea de cruzadas en el occidente cristiano”.

“Haré un poema de la pura nada. No hablará del amor ni de otra gente, sino que fue compuesto durmiendo sobre un caballo”, es lo que decía el poeta y caballero Guillermo de Aquitania. Señor Flori, muchas gracias por estar aquí en este programa.

Escogí esta parte del poema de Guillermo de Aquitania, ya que se trata de un personaje fascinante, y usted tiene esa capacidad, ese don de transmitir esa fascinación, ese amor hacia la Edad Media, tema que vamos a tratar hoy en este programa. Muchas gracias por estar aquí. Señor Flori, cuál es el origen de su pasión, de su amor por el medioevo?

JF: Viene de muy lejos. Fue por lo demás reforzado en particular gracias a mi frecuentación con Georges Duby, que conocí hace mucho tiempo atrás, y que era, como ustedes saben, no sólo un gran historiador sino también un gran escritor, lo cual es poco frecuente. Ya que se puede ser un excelente escritor, sin ser historiador, o también, y es más frecuente aun, un muy buen historiador, sin tener por ello esa fulgurancia, esa genialidad de la frase como la tenía Georges Duby. El frecuentarlo por supuesto que reforzó podríamos llamarlo una vocación que yo tenía hace tiempo. El medioevo es un período fascinante, no sólo por ser un período crucial en la civilización occidental, sino también por el hecho de que vivimos en una época en que muchos componentes de la mentalidad medieval se recuperan.

CW: ¿Por ejemplo?

JF: Por ejemplo el retorno de la fe, de la superstición, digamos de las creencias religiosas. No sólo en los países musulmanes, lo cual es evidente, con todos los inconvenientes que un fanatismo religioso como ese conlleva. Sino también en el mundo cristiano, en que hay toda una renovación carismática del cristianismo que puede explicarse en parte con este libro que acabo de escribir sobre “El Islam y el final de los tiempos”. Creo que, sin querer publicitar de ninguna manera mi libro, creo que los hombres políticos no comprenden, y me refiero en particular a Europa, lo que es la mentalidad y el entorno de Georges Bush, el cual no comparto en absoluto, pero que se podría explicar en gran medida por este conocimiento que aun prevalece en algunos medios fundamentalistas protestantes en los EEUU, acerca de las profecías; quizás son mal interpretadas, pero ellas sin embargo tienen su peso en esta mentalidad. En cambio nuestra mentalidad occidental, y en particular la francesa, en que la religión desde hace tiempo es ubicada a nivel de curiosidad algo mundana, es ignorante en cuanto a la mentalidad apocalíptica, de la mentalidad escatológica, lo que explica muy bien por qué no entendemos nada a esta….

CW: Y esta mentalidad escatológica está presente por un lado en los EE.UU., y también en el Islamismo.

JF: Exactamente.

CW: Entonces ¿cuál es el punto de contacto entre estas dos mentalidades. Usted lo estudió un poco?

JF: Hmmm, contacto… yo no diría punto de contacto. Hablaría de semejanzas…

CW: Eso, semejanzas…

JF: Semejanzas en el sentido de que son fenómenos que responden a las mismas necesidades, a la misma espera. La escatología, digamos las cosas claramente: es difícil ser realmente cristiano, sobre todo en el medioevo. En nuestra época es distinto…Pero en la Edad Media y en la Antigüedad, no se puede ser cristiano sin esperar el retorno de Cristo, el reino de Dios. El credo de Nicea finalmente es eso: “Creo en un solo Dios, padre todopoderoso, etc….y en el retorno de Cristo en el fin de los tiempos”, que vendrá a instaurar el reino de Dios, en la tierra primero, y luego en el paraíso…..

CW: Pero el final de los tiempos era inminente para los cristianos.

JF: Para los cristianos de los primeros tiempos, era inminente, sumamente inminente. Ellos hasta pensaban que iba a ocurrir en su propio tiempo, estando vivos. Pero luego, al pasar el tiempo, se acostumbraron a estudiar más las profecías y de escrutar esas profecías, como si fueran una suerte de faros, que debían alumbrar el camino sobre el cual caminaban, hacia ese futuro lleno de esperanzas, hacia ese paraíso que se habría de instaurarse, y muchas de esas profecías están ligadas justamente a la aparición del anticristo, suerte de personaje final, que debe luchar contra Cristo en el fin de los tiempos. Y en efecto, este anticristo que por esencia es opuesto al Cristo, era bastante fácil transponer el anticristo al Islam.

CW: ¿Quiénes fueron el anticristo durante….? ¿Quién fue el anticristo más importante?

JF: Los más importantes…bueno, más que lanzarme en una lista…, bueno, estuvo Nerón.

CW: ¿Nerón?

JF: Sí, Nerón, fue el primer anticristo. Luego la mayoría de los personajes que tiene un papel importante en la historia, que dirigen, que pesan, en muchos casos están asociados al anticristo. Pero lo que me interesa más, es ver que poco a poco en el transcurso de los milenios del medioevo, aparecieron fenómenos, digamos acontecimientos históricos, que parecieran prefigurar la llegada del anticristo. El anticristo es el personaje final que debe luchar contra Cristo en Jerusalén. Jerusalén cae en manos de los musulmanes en 638 y todo Palestina se encuentra sometida, primero a los romanos, y luego a partir de 638 a los árabes. Por lo tanto era lógico pensar, (paso por sobre cientos de años de historia), pero era natural pensar que era necesario primero, que los cristianos tomaran posesión de Jerusalén, para que el anticristo viniera a combatirlos en Jerusalén.

CW: Ah, perfecto.

JF: De ahí la idea que apareció muy tempranamente, en el período de las invasiones árabes, o sea desde el siglo Vll, reforzadas luego por profecías no bíblicas a lo largo del siglo lX, sobre todo aquella de Abson de Montirander quien anuncia que habrá un último emperador que llegará a Jerusalén para apoderarse del poder, y que le entregará el poder al Cristo que habría vuelto al monte de los Olivos. Entonces aparecerá el anticristo. Puede ver que era fácil pensar que el mayor obstáculo que se oponía a la toma de Jerusalén, era el Islam. De ahí la idea de poner al Islam, la lucha contra el Islam, como punto de partida de la lucha contra el anticristo.

CW: Los cristianos se apoderan de Jerusalén, pero Cristo, el Mesías no aparece….

JF: Sí…

CW: Entonces ¿están decepcionados? ¿Qué sucede aquí?

JF: En realidad, sabe, la historia del Cristianismo es la historia de una larga decepción, de espera y de decepción, siempre cuestionada. Hay varias formas, mire, cuando algo no llega, sobre todo algo tan importante como esto, ¡se trata nada menos que del reino de Dios para los cristianos!

CW: El reino de los cielos estaba cerca.

JF: Sí claro. Y además todas las profecías decían que antes que apareciera el reino de los cielos tenían que darse distintos fenómenos históricos. Esta proximidad, ellos creen que es inminente, y luego siempre se decepcionan, por lo menos los cristianos siempre se decepcionan, y en ese momento pueden pasar dos cosas. O bien se dice: “Bueno, lo creímos equivocadamente y tiramos todo por la borda”, y se deja de creer, o bien se dice: “Interpretamos mal las profecías”, de ahí surge una renovación de los estudios de las profecías.

CW: Una nueva hermenéutica.

JF: Una nueva hermenéutica, y se posterga la llegada del anticristo a más tarde.

CW: San Agustín, ¿qué hizo respecto a esas profecías? ¿Cuál es el …?

JF: San Agustín se ubica en una época en que se empiezan a dar cuenta que la espera del fin de los tiempos no será tan inminente como se pensaba. Durante un tiempo se creyó que las invasiones de los bárbaros, por ejemplo, marcaban el fin de los tiempos. Y San Agustín, para luchar contra esta espera un tanto negativa, dice: “No, el fin de imperio romano no es el fin del mundo”. Por otro lado, el último milenio, no son los próximos 1000 años, ya que 1000 años para él no significan 1000 años. Por lo tanto él da un sentido espiritual a las profecías, y al hacerlo, evacua el significado historizante del tema. Lo evacua bastante. Y durante siglos después de San Agustín, la interpretación historizante de las profecías es bastante mal vista, condenada, juzgada como un tanto herética. Sólo vuelve a surgir con fuerza en el siglo Xlll. Pero a pesar de eso, a lo largo del tiempo, y en particular en las cruzadas, hay testimonios bastante sorprendentes de personas, de fuentes, de escritos, que demuestran que se esperaba a pesar de todo, el fin de los tiempos, en particular en la época de las Cruzadas.

CW: Acaso…

JF: Todas las cruzadas tienen una dimensión escatológica, todas, salvo una.

CW: Cuál?

JF: La segunda, en la que no encontré a lo largo de toda la Cruzada, ni un elemento escatológico. Pero todas las otras sí lo tienen.

CW: ¿Se puede hacer una comparación desde el punto de vista de…? A ver, ¿se podría decir que estamos al fin de un nuevo imperio romano y al inicio de una nueva Edad Media? ¿Acaso hay señales históricas?, quizás se puede extrapolar un poco, yo sé que usted no se dedica a hacer futurologías, pero….

JF: En eso no me, no me atrevería….

CW: ¿Pero quizás podríamos hacer alguna comparación?

JF: No, no me voy a aventurar en eso, ya que mi opinión en ese caso…, por cierto, tengo cierta calificación para opinar sobre la Edad Media, ya que estudio esto desde hace cuarenta años, algo más, pero en el campo de la interpretación de los acontecimientos contemporáneos, mi opinión es la del hombre de la calle, ya que…

CW: Pero un hombre de la calle que leyó mucho sobre la Edad Media, una intuición solamente.

JF: Prefiero no aventurarme en esto, es muy especulativo, además a fin de cuentas no tiene un valor científico.

CW: Entonces, ¿es científica la historia?

JF: Debiera serlo. Todo depende de lo que se entienda por ciencia. Si por ciencia se entiende una ciencia exacta, como las matemáticas o la física, entonces no, por supuesto que no. Hay una dimensión… la historia es la ciencia de los hombres, es el estudio acerca de los hombres, por lo tanto hay un conjunto de elementos que escapan a nuestra visión. Pero lo que tratamos de hacer en todo caso desde hace algunos años, desde la renovación de la esencia histórica en Europa, en particular en Francia, pero no sólo en Francia, es lo que se denomina una historia global, es lo que se llamó durante un cierto tiempo la historia de las mentalidades. A mi me gustaba esa expresión.

CW: Es Duby quien….

JF: Sí, sí, es Duby quien…., no es él quien lanzó esta idea. Es uno de mis primeros maestros, Paul Rousset, que estaba en Ginebra, que es realmente un pionero de la historia de las mentalidades. Publicó algunos trabajos sobre las cruzadas, y muchos artículos sobre la mentalidad del medioevo. Es él quien realmente me transmitió el amor por esta forma de historia. Lo que busco personalmente no es tanto la historia de los acontecimientos, porque no hay algo nuevo que se pueda descubrir allí, en la historia de los acontecimientos, sino más bien la interpretación de las fuentes históricas para ver en qué medida esas fuentes reflejan la mentalidad de la época. En qué medida son sinceras, en qué medida no es mera propaganda. En el último libro, que no traje aquí, porque aun no está publicado, saldrá en algunas semanas, demuestro que una de las fuentes fundamentales de las cruzadas, que es la Gesta anónima, que se pensaba era de un caballero, se pensaba que era del caballero de Bohemond, se escribió un relato sobre el cual el historiador se apoya como creyendo que es la mejor fuente, cuando en realidad es un relato de propaganda. Puedo demostrarlo en forma casi irrefutable y creo, al menos lo espero, que se trata de un relato propagandístico que tuvo distintas fases de desarrollo, cuyo objetivo era entusiasmar a los franceses a realizar una nueva Cruzada orientada esta vez, no tanto a liberar Jerusalén, ya que estaba liberada, sino para luchar contra el emperador Alexi, el emperador griego Alexi, que se había transformado en su enemigo principal. Por lo tanto torció completamente los acontecimientos, caricaturizando cada vez más a Alexi, y tratándolo como a un enemigo. Era el diablo, el enemigo, el adversario.

CW: Al leer muchos de los libros de historia de los últimos tiempos, parece haber un cierto desprecio por la historia de los acontecimientos. Quizás es una pena.

JF: Es un error.

CW: ¿Por qué?

JF: Porque no se puede hacer historia sin los acontecimientos. Se puede hacer la historia de batallas, como se hacía antes. ¿La historia de los acontecimientos qué dice?: hubo esto, y esto, y esto, hubo un tratado, y esto y esto. Eso no me interesa en absoluto. Pero no nos podemos sustraer a esto. Se puede hacer referencia a tal o cual hecho importante. Hay que hacerlo, si no, la historia queda en el aire. Pero sin estar ligado a un relato cronológico de los acontecimientos puros y simples, es necesario ubicar cada acontecimiento, cada hecho histórico, sea éste de orden cultural, o del orden de mentalidades o económico, en un contexto cronológico.

CW: Un género que fue abandonado, que es muy importante, es la biografía, porque es la posibilidad de que un público mayor acceda a la historia. Estas biografías fueron abandonadas en manos de personas que hacen…

JF: Exactamente. Es por lo demás el capítulo introductorio a mi próximo libro.

CW: ¿Ah sí?

JF: Es exactamente eso, en que digo que durante años la biografía fue abandonada a lo que yo llamo los historiadores de pacotilla, los historiadores que se limitan a un nombre, en general los hombres políticos por ejemplo que lo único que tienen de historiador es el nombre.

CW: Se trata de …

JF: Sí, ya se, porque venden….Bueno hay que reconocer las cosas hoy. Los libros que se venden hoy en día, son libros cuyos nombres son conocidos, los autores son conocidos. No voy a buscar a Monica Levinsky, pero ahí tienes un ejemplo.

CW: La Edad Media relatada por Monica Levinsky.

JF: Basta con tener un nombre para lo que sea, y usted vende un libro aunque no tenga ningún contenido. Entonces un hombre político, aunque no conozca nada de historia…., hay algunos que son buenos, como Bayrou por ejemplo, es un historiador, no tengo nada que decir en contra de él, es un historiador, tiene la formación de historiador, y puede escribir un buen libro de historia.

CW: Es el candidato del Centro.

JF: Pero hay muchos otros que no tienen nada de historiadores…

CW: Sería bueno que…

JF: …que tienen un nombre y que venden libros de historia, y que el público compra porque el nombre es conocido.

CW: Sería bueno que los políticos de hoy fueran más historiadores….

JF: Sí y no, porque no se puede ser a la vez hombre político e historiador.

CW: ¿Por qué?

JF: Porque la historia a uno le toma mucho tiempo, y la política también. Yo escribo mucho porque sólo hago eso. Actualmente doy muy pocas conferencias, nunca tuve que preparar clases porque era un investigador a tiempo completo, no soporto las reuniones, no hago reunionitis, no hago reuniones mundanas con cocktail y todo eso. Lo único que hago es trabajar, porque me gusta.

CW: Usted investiga sobre el pasado.

JF: Sí, mi vida consiste en examinar las fuentes históricas para descubrir en ellas los elementos nuevos, nuevas interpretaciones, formas de ver cómo vivían esas personas en esa época, no tanto cómo comían, sino conocer cuáles eran sus ideas, en que modificaron su época, en qué son el reflejo de su época, y es eso lo interesante.

CW: Cuando era niño ¿ya tenía esa fascinación por la Edad Media, por el pasado? ¿Cuáles eran sus lecturas, cuáles tuvieron influencia?, porque la infancia es importante…

JF: Sí, claro, claro. Podría citar Ivanhoe, ya que todos empezaron por aquí.

CW: ¿Quién?

JF: Ivanhoe.

CW: Ivanhoe, de Walter Scott.

JF: Eso. Tengo sus obras completas, en una edición antigua.

CW: ¿Es quizás desde ahí que proviene su pasión por la caballería, por el caballero?

JF: Sí, Walter Scott, Cervantes, don Quijote quizás también me marcó mucho. Y también… A tal punto que a veces me llaman don Quijote.

CW: ¿Ah sí?

JF: Parece que tengo algo que don Quijote, en el sentido que, bueno, no voy a hablar de mi, no es el tema, pero soy alguien un poco ingenuo y tiendo a combatir molinos de viento a veces.

CW: ¿Y cuáles son sus molinos de viento?

JF: Mis molinos de viento son los falsos pretextos, todo lo que es artificial, todo lo que son lentejuelas, todo lo que es de mala calidad, que es política de mala fe. Puede ver, hay muchos molinos.

CW: Ivanhoe, El Desdichado… ¿Se acuerda?

JF: ¿Perdón?

CW: El Desdichado, era un personaje que tenía un emblema. Era un caballero que se llamaba El Desdichado, un personaje de Ivanhoe.

JF: No me acuerdo de eso….

CW: De Walter Scott. Usted escribió biografías…Hay muchas en español. Ricardo Corazón de León, Pedro el ermitaño, pero sobre todo las que me gustaron a mi fueron la de Leonor de Aquitania.

JF: Usted también está enamorado de Leonor de Aquitania.

CW: Ah, es mi amor platónico. Tengo a mi mujer, la quiero, estoy casado y soy leal a mi mujer, pero Leonor de Aquitania realmente es la mujer… Vamos a mostrar aquí primero esta imagen, a ver si la cámara puede mostrarla.

JF: No es un…

CW: A ver, muéstreme esta imagen. ¿Qué es esta imagen? Que muestra?

JF: Muestra a un caballero y a una dama, probablemente lleva un gavilán, un ave de presa en la mano. Esto ilustra bien la época de Leonor, es decir la época de la caballería, la época de la caza, la época de los torneos, de todo lo que es el trasfondo de lo que uno piensa, cuando se piensa en la Edad Media: los torneos, las bellas doncellas, las mangas amplias, las novelas de Chrétien de Troyes, el amor cortés, etc. Y eso es verdad, desgraciadamente. Creo que es mucho más real que una batalla de esa época, porque esto marcó una mentalidad durante siglos. El amor cortés que nace en esa época, digamos, el discurso cortés sobre el amor, porque el amor cortés tal como uno se lo imagina…

CW: ¿Eso no existió?

JF: No. No creo que haya existido en la realidad.

CW: ¿Era una doctrina?

JF: Ni siquiera. Ni siquiera una doctrina. Era un discurso.

CW: Un discurso, de acuerdo. Pero ¿cuál es la diferencia?

JF: La diferencia es que se cree, se creía que había una suerte de ceremonial del amor, había que cortejar a la dama, ser platónico durante un tiempo, la enseñanza lenta, etc. creo que esto es un discurso sobre el amor, es decir que se hacen preguntas sobre el amor. ¿Acaso hay que hacer el amor como un animal? ¿Se puede hacer el amor con una campesina? ¿Qué hacer para seducir a una dama cultivada? Eran preguntas que no se habían planteado hasta ese momento.

CW: Pero los trovadores existieron, ¿o no?

JF: Claro que existieron pero no creo que hayan practicado el amor cortés, ellos lo cantaban.

CW: Lo cantaban.

JF: Lo cantaban.

CW: Una cosa es cantarlo, y otra cosa es la vida…

JF: Sí. Tampoco estoy diciendo que no haya habido historias de amor entre los trovadores y las bellas damiselas, lo contrario habría sido sorprendente. Pero digamos que no había una doctrina del amor cortés del todo establecida, para que todos adopten sus rituales.

CW: ¿Usted está de acuerdo con una afirmación que leí, no me acuerdo dónde, que el amor cortés era una herejía dentro del Cristianismo?

JF: SÍ, por supuesto, en parte, porque… Es difícil explicar esto en pocas palabras… La iglesia de esa época está acostumbrada a dirigir la sociedad, y lo hace a través del matrimonio. En el matrimonio en que el amor tiene un rol mínimo. Uno no se casa….No es un hombre que se casa con una mujer, es una casa real que se une a otra.

CW: Por interés, es un contrato, ¿cierto?

JF: Por interés, por contrato. Son alianzas entre casas reales, como sucede aun en estos días en la aristocracia. Hoy en día esto tiene menos importancia, porque el rol político que juegan es mínimo, pero entre grandes burgueses, o grandes familias reinantes, se trataba de alianzas. Para la nobleza de la época eran alianzas, por interés. Se unen dos territorios. El amor en todo esto tiene un rol mínimo y para eso hay concubinas, hay amantes para los hombres.

CW: No para las mujeres.

JF: Ah, no para las mujeres.

CW: Pobres mujeres.

JF: Pobres mujeres….no estoy tan seguro que no hayan encontrado su interés en esto, había una gran promiscuidad en los castillos.

CW: ¿Ah sí?

JF: No estoy seguro que las aventuras masculinas fueran las únicas.

CW: Entonces quizás la Edad Media es una suerte de esquizofrenia entre un discurso y una moral cristiana, y la realidad. ¿Había un abismo entre ambos? ¿Qué sucedía a ese nivel?

JF: Es lo que decía hace un rato atrás. La iglesia dirige los matrimonios, pero se preocupa muy poco del amor. El amor irrumpe en el siglo Xll. Denis Rougemont dijo que el amor no siempre existió, que es una invención francesa del siglo Xll.

CW: La invención del amor, es el libro de Rougemont. “El amor en Occidente”.

JF: “El amor en Occidente”. Es una invención francesa del siglo Xll. No sé si es francés, pero en todo caso proviene del reino de Francia. En todo caso hasta ese momento nadie se planteaba el tema, o más exactamente, quizás el tema era planteado, pero no era un tema debatido. En cambio ahí se plantea toda una problemática del amor que alimenta poemas, escritos, novelas. Es una fermentación intelectual en torno al tema del amor, que ya no se puede ignorar. El siglo Xll es el siglo que realmente remueve los temas existenciales de una gran importancia, como por ejemplo ¿qué es el amor?, ¿a quién se puede amar?, ¿cómo se puede amar?, ¿qué hay que hacer?, ¿acaso el amor en el matrimonio…?

CW: Es una revolución entonces.

JF: Absolutamente.

CW: Privada.

JF: Una gran pregunta: ¿acaso el amor y el matrimonio son compatibles?

CW: De acuerdo.

JF: Se da cuenta que… y es justamente a Leonor de Aquitania a la que se le pide resolver el debate. Y la condesa de Champagne, su hija, justamente responde que no, que es incompatible. ¿Por qué? Porque efectivamente, el matrimonio tal como se lo concebía en esa época, como la alianza entre dos territorios, entre dos familias, ese matrimonio se concluye independientemente del amor. Puede que nazca un amor, pero las posibilidades son muy pocas.

CW: A Leonor de Aquitania….

JF: Sobre todo que hay restricciones….Es el derecho conyugal. Entonces ¿se puede obligar a alguien a amar? ¿Entiende el problema que se plantea? Se plantea todavía en nuestra época.

CW: Es un gran problema. Leonor de Aquitania fue reina de Francia, reina de Inglaterra, tuvo varios hijos, estuvo un buen tiempo en prisión, se comenta que, bueno, no estuvo al origen pero fue un punto crucial del amor cortés… ¿Quién ha sido realmente? Hay una leyenda. Se habló mucho de ella, primero con desprecio, hay monjes que hablan de ella con desprecio.

JF: Sí, claro.

CW: Pero ¿quién ha sido realmente, usted ha investigado sobre ella en Francia, Leonor de Aquitania, la dama de la cual estoy enamorado?

JF: Justamente yo también estoy enamorado de ella.

CW: ¿Usted también?

JF: Absolutamente. Pero ella guarda su misterio. Si yo pudiera decirle “vea, es este o este personaje”, se terminó.

CW: Se terminó el amor.

JF: No hay nada más que descubrir. Pero ella es sumamente misteriosa porque es multiforme, no se puede saber de ella… En realidad, ¿cómo se conoce lo que ella piensa? Por lo que dicen de ella los monjes. Y los monjes por supuesto están escandalizados por su conducta. Porque probablemente ella engañó a su marido, el rey de Francia en Antioquía, con su tío. Esto no es seguro, pero sí es probable. En cuanto vuelve a Francia, toma la decisión de divorciarse, poco tiempo después del divorcio, está cabalgando, es casi secuestrada por dos tipejos, que son diez años menor que ella, y en cuanto llega a sus dominios en Poitiers, decide pedir la mano del hijo del rey de Inglaterra. Ella decide, digamos que es una mujer adelantada a su época.

CW: Es lo que yo quería decirle.

JF: Adelantada en muchos campos.

CW: Sí hoy existe un discurso políticamente correcto, es el discurso de la paridad, entre hombres y mujeres. Pero ella, en la Edad Media vivió la paridad, es decir que….

JF: No, no diría la paridad, porque ella es un personaje excepcional.

CW: De acuerdo.

JF: Se puede hablar de paridad, cuando hay un fenómeno de masa, de hombres y mujeres que se consideran como iguales. Ella se consideraba en tanto persona, femenina sin duda, muy femenina, pero en tanto persona. Entonces su sexualidad, su feminidad, pasa a un segundo plano, en el sentido de que actúa como persona. Como si fuera en realidad un hombre. Es una mujer que actúa como hombre.

CW: ¿Por qué ha sido tan importante en la historia de Francia? ¿Cuál ha sido el rol fundamental de Leonor de Aquitania?

JF: Creo que es éste. Si ha cambiado algo, creo que ha sido sobre todo en la mentalidad de las personas. Obligó a las personas de su época a considerar que una mujer podía perfectamente tener un rol político importante, dirigir a los hombres, nombrar a ciertos personajes, no va a hacer la guerra, se hubiera hecho de ella una amazona, es un absurdo, pero tener un rol político importante…

CW: Ella hasta fue a la cruzada.

JF: Sí, por supuesto, ella acompañó a su marido a la cruzada.

CW: Ese viaje debe haber sido…

JF: Pero como cualquier otro viaje. Había muchas mujeres en las cruzadas.

CW: Ella viajaba mucho, iba a Inglaterra…

JF: Sí, ella viajó muchísimo, y es justamente un punto importante. Ella segunda, ella suple en el fondo a su marido. Cuando su marido está en Inglaterra, ella está en Normandía, cuando él está en Normandía, bueno, se podría decir que de hecho 19 no se entendían, lo que es posible, pero es sobre todo porque hay una relación de confianza política, si no es de confianza personal. Se sabe que se cuenta con ella, ella se mantendrá firme, es una mujer con puño.

CW: Una mujer fuerte.

JF: Una mujer fuerte. Inteligente. Una mujer excepcional, realmente excepcional.

CW: Ella organizó una suerte de, cómo llamarlo, una suerte de golpe de estado frente a su segundo marido, con sus hijos.

JF: Sí.

CW: Cuéntenos la historia, ¿qué sucedió? ¿Es una madre con sus hijos en contra de su padre?

JF: Sí, y es justamente eso lo que escandalizó los monjes de su época, porque hubo muchas rebeliones de hijos contra sus padres; ya las había en la Biblia, como Absalón, era algo frecuente. Pero una mujer que se posiciona a favor de sus hijos y contra su marido, era algo bastante novedoso. Uno podría preguntarse por qué lo hizo. Quizás se sentía engañada. Ella era diez años mayor que su marido. Era bella, pero bueno, el peso de los años… Y creo, seguramente se sintió humillada por el hecho de que su marido haya tenido amantes, en particular a la famosa Rosemonde de Clifford, a quien instala en su palacio. Seguramente se sintió humillada. Pero no creo que sea eso el fondo del asunto, sino el hecho que enfrenta a un hombre dictatorial que quiere todo el poder en sus manos, que estuvo enfermo en 1171, que distribuye el poder entre sus hijos, y que no cumple con su palabra, porque en cuanto se restablece, retoma todo el poder y sólo deja a sus hijos algunas migajas, ni siquiera migajas de poder, sino más bien lo que podríamos llamar una mesada. O sea que los trata con altivez. Y eso no lo pudo soportar. Y sobre todo ella quiere legar a toda costa a Ricardo Corazón de León, su hijo, la Aquitania, su Aquitania. Porque el reino de Aquitania nunca formó parte ni de Francia ni de Inglaterra. Fueron sus territorios, le pertenecieron a ella. 20

CW: Aquí vamos a mostrar el sello de Leonor. Quizás nos puede contar la historia del sello.

JF: Es bastante difícil, porque poseemos muy pocos sellos de Leonor de Aquitania. Hay sólo dos o tres. Los más importantes son aquellos que la muestran como duquesa, junto con el ave de caza sobre su mano. Una de ellas, la izquierda creo, o la derecha, no veo bien, tiene unas mangas muy largas que ilustran la moda de la época, la moda cortés justamente. Las damiselas entregaban su manga al caballero que iba a combatir en el torneo por ellas. Es una buena ilustración de aquellos tiempos, es a la vez, no diría una Diana cazadora, pero sí una mujer política, una mujer de poder, y al mismo tiempo una mujer de cultura, que mujer que impone…

CW: ¿No hay un retrato de Leonor?

JF: Se tiene de ella su figura esculpida en su tumba en la abadía de Fontevreau. Quizás lo hizo hacer ella misma, tiendo a pensar que lo mandó hacer, pero no es seguro, es sólo una hipótesis.

CW: ¿Es eso?

JF: Sí, es su figura. Se ha especulado mucho sobre lo que tiene en sus manos, si acaso es una novela cortés…

CW: Es un libro de poemas.

JF: Un libro de amor.

CW: Un enamorado de ella.

JF: O es una Biblia, o un libro de oraciones, no se sabe. En todo caso pienso que expresa bien que ella era una mujer con cultura. El libro es la marca de la cultura.

CW: usted conoce muy bien, o más que muchos enamorados de Leonor, entre ellos yo, a Leonor. Si usted cierra los ojos, ya no es historiador, un poco novelista que hace ficción, ¿cómo se la imagina? Físicamente. Para inventarla…

JF: Multiforme.

CW: Multiforme?

JF: Sí, a veces la veo morena, a veces rubia. La moda de la época son cabellos rubios. El tipo de belleza…

CW: Isolda con cabellos rubios.

JF: El tipo de belleza en el siglo Xll…

CW: Es Isolda, de Tristan e Isolda…

JF: Sí, Tristan e Isolda,

CW: Isolda…

JF: Es rubia con ojos azules. Personalmente la veo más bien morena, pero en fin, eso no tiene importancia. 22

CW: “Ricardo, Corazón de León”, aquí está su biografía, es el hijo de Leonor de Aquitania, es el rey caballero. Héroe valeroso o héroe de nuestra infancia, acunada por las aventuras de Ivanhoe y Robin Hood, Ricardo Corazón de León sigue siendo recordado como ese rey mítico de Inglaterra que prefirió luchar contra los infieles en vez de administrar su inmenso imperio. Hablemos entonces un poco sobre Ricardo Corazón de León. Qué es lo que aprendió sobre este personaje después de la biografía.

JF: No soy el primer biógrafo de Ricardo Corazón de León, hay uno muy bueno, un inglés, John Gillian. Lo que pretendía hacer con este libro, no es sólo contar la historia de Ricardo, en que no hay muchos elementos nuevos que aportar. En cambio lo que quise hacer sobre todo en la segunda parte de este libro, es mostrar hasta qué punto, y tal como lo hice con Leonor de Aquitania, estos personajes son a la vez, tanto para Leonor, como para Ricardo, son a la vez el reflejo de sus tiempos, y al mismo tiempo hacen que su época avance. De alguna manera, es lo que yo reprocho a la historia de los anales, a la escuela de los anales.

CW: Es Brodel.

JF: Sí, de hecho me reclamo de ellos, formo parte de ellos. Tenía razón en poner el acento en los fenómenos de larga duración, que explican la evolución histórica, por supuesto, y no en la historia puntual, de las batallas etc. Pero al hacer esto, se deja en la sombra el papel de los personajes, de los individuos. Antiguamente se escribía la historia a partir de los personajes, por ejemplo la historia de los reyes, los reyes que transforman la sociedad, son ellos quienes tienen en sus manos los hilos. Hoy sabemos que hay movimientos de masa, movimientos de fondo que explican la historia. Pero eso no excluye que en esos movimientos de fondo, haya personajes que tengan un papel eminente. Voy a tomar un ejemplo, el de Bohemond de Tarante, que estudio en este momento.

CW: ¿Quién es, disculpe?

JF: Bohemond de Tarante es quien conquistó Antioquía durante la primera cruzada. En el momento en que los ejércitos de los sarracenos se acercaban, estaban sitiando Antioquia, y iban a verse atrapados entre los muros de Antioquia y el inmenso ejército de Karbukar. Bohemond de Antioquia toma contacto con un habitante de Antioquia, y logra que le entreguen la ciudad la víspera de la llegada del ejército. Este es un caso preciso. Si Bohemond no hubiera tomado contacto, si no hubiera tenido espías dentro de la ciudad, el ejército de los primeros cruzados hubiera sido exterminado. No hubiera habido una primera cruzada, no se hubiera tomado posesión de Jerusalén, y quizás no hubiera habido más cruzadas. Entonces puede ver ¡hasta qué punto la historia hubiera sido trastocada! Entonces vea cómo los movimientos de larga duración no excluyen que en algunos casos determinados personajes puntuales tengan un papel fundamental, capital para transformar, para modelar la historia.

CW: Y el caso de Ricardo Corazón de León. ¿Qué hizo? ¿Por qué tuvo esa importancia? En relación a su madre…

JF: Es el mismo caso de Leonor de Aquitania. Ella transformó las costumbres, por su forma de vida, por su forma de ser, por su forma de acoger las artes, ya lo hemos conversado.

CW: Por su sensibilidad.

JF: Por su sensibilidad, por su aspecto innovador. Ricardo Corazón de León también transformó la historia porque es un caballero, él adopta completamente la mentalidad de la caballería, de alguna forma la encarna, menos que su hermano.

CW: Es un arquetipo de la caballería.

JF: Sí, bueno, es aquel que mejor lo logró. Su hermano, Geoffroy, era probablemente mejor que él, o su hermano Henry le Jeune, eran seguramente mejores que él en cuanto a la encarnación del caballero de torneos. Bertrand le Borne de hecho lo dice: “él es mejor para los torneos, pero para la guerra, Ricardo”.

CW: Él cantó la guerra.

JF: Absolutamente, es un guerrero y un poeta.

CW: Es maravilloso Bertrand le Borne.

JF: De todas formas.

CW: Él cantó la guerra como la canta Guillaume Apollinaire, cuando dice: “Ah, cuán bella es la guerra”.

JF: Sí, pero él lo hace a la vez por gusto y por interés. Dice así: “Que luego llegue el tiempo de la guerra”. Porque los señores van a mostrarse generosos con los caballeros, porque los van a necesitar. Hay un aspecto interesado. Por un lado es un caballero, y como a todos los caballeros, le gusta la guerra, porque es su razón de ser. Es por eso que realizan los torneos. El torneo se creó por la ausencia de guerras.

CW: ¿Cuál era la visión de la guerra de los caballeros occidentales? Estoy leyendo la visión de la guerra en China, escrita por el filósofo François Julien, la estrategia de los chinos, etc. Cuál era la visión profunda de la guerra, la concepción de la guerra?

JF: Depende de la época. En el siglo Xll la guerra es un enfrentamiento entre especialistas. Digamos que hay dos guerras: la guerra real que pone a los caballeros en escena, que luchan entre sí, la infantería está ahí para figurar, para preparar la caballería a fuerza de arqueros, o de arcos, para lanzar diversos elementos; la infantería que juega un papel secundario, pero finalmente decisivo. Pero a nivel de la ideología, y es eso lo que me aportan todos mis libros; porque lo que me interesa es la ideología, la historia de las ideas, la forma en que la gente percibió los fenómenos. Para la gente de la época, la guerra real era la carga de la caballería, es la forma en que se combate con cortesía, respetando ciertas reglas, no se da un golpe a un caballero por atrás, uno no trata de matarlo, sino de capturarlo para obtener rescate. Hay todo un código de caballería, del mismo modo que había un código del amor cortés, del cual se debatió, pero que no fue plenamente respetado, del mismo modo el código de caballería se impone poco a poco, pero no fue completamente respetado. Sin embargo los caballeros empiezan a darse cuenta que están mejor armados que los otros, de los cuales no queda gran cosa; tienen cotas de malla, tienen cascos, tienen armaduras cada vez más pesadas, tienen una técnica de combate particular, la lanza bajo el brazo, etc.; mientras están sobre el caballo no corren grandes riesgos. Y una vez en el suelo, el objetivo es no caer en manos de la infantería, porque los soldados de la infantería lo matarán. No tienen nada que ganar. En cambio el caballero que hace prisionero al vencido, lo va a extorsionar, le va a sacar su caballo, va a sacarle…es un juego. Es por eso que el torneo es sucedáneo de la guerra.

CW: ¿Es una suerte de juego que representa simbólicamente la guerra?

JF: Es, es una guerra.

CW: Es una guerra.

JF: El torneo es una guerra inicialmente. Es una guerra codificada, es decir que nos encontramos, y nos podemos matar, pero eso es ocasional. Uno busca ganarle, o sea a vencer al enemigo, a desarmarlo, aislarlo, hacerlo prisionero, tomarle su caballo, etc. Pero sólo se mata cuando no se puede hacer de otra forma, y por accidente. En cada torneo, desde el comienzo, en que se desarrollan verdaderas peleas, como en la guerra, se deplora la muerte. Poco a poco esta codificación de la guerra que se desarrolla durante los torneos, va a transferirse a la guerra, se llevará a la guerra como tal. La guerra de los caballeros, la guerra en que se dice en un momento “agrúpense bajo mi pabellón blanco”. Es todo un conjunto de visiones de la guerra que hacen de ella un código de honor, y Francia era el campeón de ésta. 26

CW: Entonces, Sr. Flori, me da la impresión que hay una nueva pasión hacia la Caballería en este momento. Por ejemplo tengo un pequeño hijo de 5 años, y le cuento cuentos sobre los caballeros,

JF: Les gusta mucho…

CW: Y me pide que le compre libros sobre los caballeros, la Edad Media. Hay en los niños de hoy, en forma instintiva, la necesidad, la nostalgia de estas figuras. Usted escribió este hermoso libro “Caballeros y Caballería en la Edad Media”. La pregunta es: ¿cuál es el verdadero origen de la Caballería? ¿Qué son? ¿Es el mundo cristiano? ¿Son los invasores de la Edad Media? ¿Es acaso el componente germánico? ¿Qué es? ¿De dónde vienen?

JF: Es una fusión. Aquí entramos de lleno en los debates que son, digamos, de especialistas. Aquí yo defiendo un punto de vista, no todos lo comparten. Un excelente colega, Dominique Barthelemy, no comparte las mías, aunque también sea historiador, y no comparto sus ideas que a veces me parecen excesivas. Mi idea es que no se puede hablar de caballería antes de ver los diferentes componentes de la noción de Caballería, del mismo modo que no se puede hablar de cruzadas, si no se han reunido un conjunto de hechos que hacen, y en particular Jerusalén, que antes puede tratarse de guerras santas, de guerras sacralizadas, pero no de las cruzadas. Del mismo modo no se puede hablar de Caballería en el siglo Vll o Vlll…

CW: Pero cuándo empieza la Caballería?

JF: La Caballería empieza, y está ligado a lo que comentaba hace un rato, se habla de Caballería cuando la mentalidad caballesca está presente. Es decir cuando se han impuesto en la sociedad de la época, en las mentalidades de la época, la idea que un caballero no es un guerrero como los otros. Se entra en la Caballería, hay un rito de entrada, se respetan ciertas formas de comportarse…

CW: Hay un lenguaje…

JF: Hay un lenguaje, un código de escudo.

CW: Una estética…una ética y una estética….

JF: Eso, es un conjunto de valores, quizás la palabra está obsoleta hoy, pero hay todo un conjunto de valores que se respetan o no, pero que son esenciales, como por ejemplo se combate en una forma diferente a los otros, con la lanza primero, con la espada después, no se busca matar sino vencer, se busca capturar, se respetan ciertos códigos, al mismo tiempo hay que pertenecer a un cierto nivel cultural, y poco a poco por supuesto que esa Caballería se transforma, o más exactamente se reserva a la nobleza. Por lo mismo muchos historiadores han confundido Caballería y nobleza, ciertos han llegado a decir que se llega a la nobleza a través de la Caballería. Personalmente no lo creo, se entra en la caballería y cada vez más esta caballería está reservada a los nobles.

CW: ¿Cómo es posible que si en el discurso cristiano del medioevo, el discurso cristiano nace de un discurso pacífico sobre la paz, de dónde viene entonces la valorización de la fuerza? ¿Es ese aspecto el lado germánico? ¿De dónde proviene esa valorización?

JF: En esto lo remito a “La Guerra Santa”.

CW: ¿”La Guerra Santa”? Vamos a leerlo….

JF: Que es precisamente el tema que trato ahí, y que me preocupa desde que tengo 20 años, que es: ¿Cómo una religión cristiana, en su origen pacifista, Jesús no sólo era pacífico, sino también pacifista, rechaza toda forma de…?

CW: La misericordia…. 28

JF: Él rechaza aquellos que quieren defenderlo, acepta dejarse crucificar, reza por aquellos que lo crucifican, etc. Hay un conjunto de valores cristianos que son resueltamente antibélicos. Entonces la pregunta que me planteé, que me dio vueltas durante toda mi carrera, y que resolví en parte, es que ¿cómo se llegó a pasar de esa noción de rechazo completo a la violencia, a la aceptación de una guerra, al punto que esa guerra sea una guerra santa, las cruzadas, entregando hasta privilegios espirituales por hacerla? Es una larga evolución de más de un milenio, de las que intenté mostrar las diferentes etapas. La primera etapa es evidentemente la de Constantino. Mientras los cristianos eran minoritarios, no, no eran minoritarios; en el imperio romano eran más bien paganos, pero los cristianos terminaron siendo muy numerosos, hasta lograr ser mayoritarios al final. Por lo menos en oriente terminaron siendo mayoritarios. Eso llevó a los emperadores a cambiarse de casaca, y a adoptar el Cristianismo. Pero eran perseguidos en forma episódica, y sólo esperaban una cosa, no esperaban al imperio romano cristiano, sino el reino de Dios. Volvemos a la escatología del comienzo. Cuando el imperio romano se hace cristiano con Constantino, en 313, voy a simplificarlo, en ese momento la iglesia se convierte en un apoyo del estado, y ya no se trata de condenar al estado. En realidad nunca se ha condenado el estado. San Pablo dice claramente, “hay que obedecer al estado, aunque sea por motivos de conciencia, etc. El magistrado lleva la espada, hay que someterse al estado.” Por lo tanto no hay un rechazo al estado. Pero si había un rechazo a la violencia. Y a partir de 314, un año después del cambio que acabo de mencionar, se hace un Concilio en Galia, el Concilio de Arles, en el cual se establece que se van a excomulgar a aquellos que tiran sus armas en tiempos de paz. Lo que significa que hasta ese momento los cristianos eran considerados algo así como “objetores de conciencia”, para simplificarlo, pero ahora que son mayoría, todos por supuesto quieren hacerse cristianos, porque a partir de ese momento….bueno, no todos, claro, pero durante los tres siglos pasados… porque para ser cristiano había que quererlo, había que tener ganas de serlo, había que creer.

CW: Tener una verdadera fe.

JF: Se necesitaba una verdadera fe, porque se arriesgaba mucho. Uno arriesgaba su vida, la pérdida de sus bienes, perder su cargo, etc. A partir del momento en que Constantino favorece a los cristianos, le da a la Iglesia… favorece a la Iglesia, le da cargos a sus obispos, empieza a resultar interesante ser cristiano. 29

CW: Sí, así es.

JF: Al punto que se asiste a una llegada masiva de gente en las iglesias, lo que lleva por lo demás al monaquismo, porque los puros y duros que ven que uno se hace cristiano con facilidad, y que los valores cristianos quizás antes rígidos, o demasiado rígidos, se tergiversan. Ellos ahora están un poco decepcionados y se retiran al desierto. En el mismo orden de cosas, se impone al clérigo y a los monjes el rechazo a la violencia y las armas, mientras que se permite a los otros llevar las armas. Porque hay que defender el país.

CW: Sí, es la paradoja, es la paradoja del poder.

JF: Entonces hay que defenderse, por lo que en un primer tiempo, se habla de una guerra justa, una guerra justificada, digamos una guerra justa, el caso de San Agustín por ejemplo, y poco a poco, dado que….

CW: Pero el cristianismo pierde con eso. El hecho de aliarse al poder hace que el Cristianismo pierda su esencia primitiva.

JF: Sí, eso pasa primero, pero sucede aun más. Aquí sólo estamos en la guerra justificada. A usted lo agreden, usted se defiende. Bien.

CW: Pero después es la guerra….

JF: Pero después es la guerra santificada, porque hay que defender las propiedades eclesiásticas.

CW: Es una suerte de Jihad, pero cristiana. 30

JF: Exactamente, exactamente. Es por lo demás la expresión que empleo en uno de mis libros, creo que es en éste.

CW: En éste. “Guerra santa, Jihad y Cruzadas”

JF: Exactamente.

CW: Son simétricas: Cruzadas y Jihad. ¿Más o menos simétricas?

JF: Sí, pero hay diferencias. Por un lado, la Jihad es originaria del Islam. Desde los primeros tiempos del Islam, el Profeta predica la guerra. Participa de la guerra. No siempre en forma muy asintomática, pero él predica la guerra, acepta la guerra. Acepta la violencia armada. Mientras que Jesús la rechaza. Entonces hay una oposición total en los fundadores. Y el Jihad existe desde el origen en el Islam. En cambio la guerra santa, digamos, la guerra que procurará el paraíso, como lo había dicho el profeta desde los primeros tiempos, el profeta del Islam, que preconizaba eso desde los primeros tiempos. Habrá que esperar a mediados del siglo lX, digo bien, mediados del siglo lX para que la primera encíclica, las cartas pontíficias digan que “aquel que muere en el combate en defensa de la iglesia de Roma y de la cristiandad, ameritará entrar en el Paraíso”. Y eso que se trata de una promesa completamente aislada. Habrá que esperar casi dos siglos para que la guerra santa se generalice, al punto de ser sacralizada, de dar una recompensa espiritual, como en las cruzadas.

CW: Sr. Flori, nos quedan cinco minutos. Este programa ha sido apasionante y podríamos seguir hablando mucho tiempo de la Edad Media, pero hemos dejado a un personaje para el final del programa, que es muy interesante: “Pedro el Ermitaño” y usted agregó “y el origen de las cruzadas”. Por qué escogió usted a este personaje que había sido olvidado completamente?

JF: Olvidado, sí. 31

CW: ¿Dios lo quiere? ¿Cuál era el grito?

JF: Sí, es el grito de los cruzados,

CW: Dios lo….

JF: Dios lo quiere.

CW: Dios lo quiere: que hablemos de “Pedro el Ermitaño” al final de este programa. ¿Por qué “Pedro el Ermitaño” es tan importante para…?

JF: Por dos razones. En primer lugar porque me gustan mucho los personajes olvidados, y “Pedro el Ermitaño” fue olvidado durante… Bueno, durante el siglo XlX tenía una presencia estelar, porque se veía en él aquel que predicó las cruzadas. Y fue él quien le pidió al Papa que tenía que predicarla a su vez. Albert Dex es quien dice eso. Desde entonces, desde Albin Mayer en particular, desde el comienzo del siglo XX, se consideró que Albert Dex nunca participó de las cruzadas, no fue partícipe, por lo tanto sabe menos que los demás. Sí, sabe menos, por lo tanto se privilegiaron las otras fuentes, es decir las fuentes provenientes de personas que sí fueron a las cruzadas. Y en particular las Gestas anónimas de las que hablé hace un rato atrás, ¡que son un relato de propaganda, quisiera recordarlo! Hoy se revaloriza, hay muchos historiadores que revalorizan a Albert Dex. No fue a las cruzadas, pero quería ir, por lo que se interesó…

CW: Él hizo un testimonio….

JF: Escuchó muchos testimonios. Es un hombre de mucha curiosidad. Interrogó a muchos cruzados. En general tiene razón, tiene razón en muchos aspectos respecto a los demás, porque él no hace propaganda. 32

CW: ¿Cómo era Pedro el Ermitaño? Sintéticamente.

JF: Pedro el Ermitaño quiere hacerse pasar por alguien que estuvo en peregrinación en Jerusalén, que recibió una misión en el sepulcro, recibe una visión del Cristo, quien le dijo: “Vuelve a tu hogar. Ya viste en que estado están los cristianos aquí, el Santo Sepulcro ha sido desvastado. Vuelve a tu hogar y predica el envío de apoyo por parte del Occidente”. Según esa tradición él vuelve, cree en esta visión, informa al Papa Urbano, que va a predicar las cruzadas en Clermont y que va a mover cielos y tierra para que los caballeros partan, y el sigue predicando. Sigue predicando en Normandía, en el Norte. Se trata de un fanático; cuidado, es un visionario, verdaderas o falsas, no lo sé, es el que tiene las visiones que puede saberlo, y aun eso es dudoso. En todo caso el juega el papel de alguien que tuvo una visión y que hace su cruzada. Y a través de sus predicaciones fanáticas, lo siguen, por que él era un personaje carismático, y la muchedumbre lo seguía. Tenemos testimonios muy precisos sobre esto. Gente que de hecho no lo quiere, que decía que la gente se peleaba para sacarle un pelo a su abrigo.

CW: Es como Leonor de Aquitania. Había gente que no quería a Leonor de Aquitania, hay otros que no quieren a Pedro….

JF: Absolutamente.

CW: ¿Pedro el Ermitaño representa un poco la iglesia popular, el pueblo?

JF: Exactamente. Es lo que iba a decir. Él predica con las palabras del pueblo, y lo siguen, porque toca la cuerda sensible del pueblo. Jerusalén está en manos de los infieles, hay que liberarla. La peregrinación es la vía de la salvación, la peregrinación al final del siglo Xl, se transforma en una suerte de nueva sensibilidad religiosa. Hasta ese momento, había que convertirse en monje para tener la salvación. Ni siquiera en el umbral de la muerte. Tenemos caballeros que toman el hábito de monje cuando apenas habían dejado el casco, o bien había que hacer donaciones muy importantes. Pero la gente del pueblo no eran ni caballeros, ni ricos. La peregrinación en el siglo Xl es una verdadera “vía salutis”, la vía de la salvación. Esta vía, dicen ahora, está cerrada, los turcos han cortado la vía. Verdadero o falso, da lo mismo. Es en parte verdadero, en gran parte falso. Pero ellos lo creen. Y también predica el final de los tiempos, predican que el anticristo, no tanto él, no tanto él directamente, pero Emiche de Naziguen, o de Foenheim, que retoman su prédica y que hacen que una muchedumbre fanatizada los sigan, con esa misma prédica luego van a masacrar a los judíos. Porque no entienden por qué se van a combatir a los enemigos de Dios en la tierra santa, cuando existen enemigos de Dios en sus propios lugares. Una suerte de fanatismo religioso, muy inquietante, muy cercano al fanatismo musulmán.

CW: ¡Qué época ese medioevo, realmente es apasionante! Sr. Flori, para terminar, juegue un rato conmigo. Se trata de jugar.

JF: Trataremos.

CW: Si hubiera tenido la posibilidad de vivir en el medioevo, ¿hubiera tomado esa oportunidad?

JF. No, francamente no. Le voy a decir por qué, aunque se pueda discutir eso. Yo me intereso a la guerra y a la ideología bélica desde hace 40 años. Pero yo soy pacifista.

CW: Yo sé.

JF: Completamente pacifista. Detesto la violencia, tengo horror de la violencia. Y el medioevo es una época de violencia.

CW: ¿Pero el medioevo es sólo violencia? Había sombras y luces, ¿no?

JF: Por supuesto. Del mismo modo que nuestra época también es muy violenta. Mal que mal, las masacres más grandes de la humanidad son del siglo XX. La violencia está en todos lados y vuelve con fuerza. Pero había contrapesos y una forma de cultura, de civilización. 34

CW: Había una forma…

JF: Una forma, por supuesto muy elitista, muy aristocrática, que está desapareciendo. Quizás hay que decir, lamentablemente, porque no estoy seguro que la democratización de la cultura eleve el nivel cultural, desgraciadamente. Es en esto que usted, hombre inserto en los medios de comunicación, tiene un papel considerable, en esto de elevar la cultura, en vez de hacer (lo que sucede demasiado en Francia), de rebajar la cultura a nivel de la masa.

CW: Es lo que tratamos de hacer…

JF: Le doy las gracias por este programa cultural.

CW: Yo le doy gracia a usted, Sr Flori, ha sido muy interesante, lo felicito por invitar a las nuevas generaciones a este encuentro con esta bella historia, con sus orígenes, para comprender mejor y vivir mejor el presente y el futuro. Muchas gracias.

JF: Gracias a usted.

CW: Bienvenido a Chile.

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29 comentarios en “PEDRO EL ERMITAÑO Y EL ORIGEN DE LAS CRUZADAS – Jean Flori

  1. iñigo dice:

    Me he quedado sin palabras. No es una reseña, es mucho más. Enhorabuena.
    El personaje bien vale el estudio de su figura y la época en la que se encuadra. Interesante no, interesantísimo.

  2. Vorimir dice:

    Uf, exhaustiva reseña que deja a uno exhausto. ¡Después de leérmela -eso sí, la entrevista traducida para otro día- creo que no necesito leer el libro!
    Coincido con Iñigo, y por lo tanto con Cavilius.

  3. Taipan dice:

    Coincido en todo con Vorimir.

  4. Farsalia dice:

    Pues coincido con Vorimir… tras la reseña + entrevista, casi que ya no me leo el libro…

    Te habrás quedado a gusto, Cavilius. :-P

  5. cavilius dice:

    Gracias por los comentarios, amiguitos. Je, pues es estupendo que una reseña de un libro estupendo provoque que los lectores no se lean el libro.

    Aunque no las censuro, no me gustan las reseñas que consisten en hacer un resumen del libro reseñado; me parecen facilonas y poco trabajadas, como un trailer que te cuenta todo lo que pasa en una película. Esta no es en absoluto, y lo digo desde la más absoluta modestia y respeto, un resumen del libro de Flori. Es, o pretende ser, un acercamiento al tema que trata: la Alta Edad Media, la Primera Cruzada y el papel de Pedro el Ermitaño en ella. El libro vale la pena porque es más, muchísimo más que esa reseña; de hecho es otra cosa, completamente diferente a ella.

  6. iñigo dice:

    Y después de lo que has dicho y de tu reseña…¿Quién se va a atrever a reseñar? ;-)
    La verdad es que me ha parecido una especie de pequeña tesis sobre el tema y la época de la primera cruzada y como tal, está muy bien. Es un periodo histórico difícil de analizar, y el tema religioso hay que estudiarlo con la perspectiva suficiente y la mentalidad religiosa de esos siglos.

  7. Balbo dice:

    ¡¡¡Deus Vult!!! Brava reseña. Habrá que leer ya. Gracias

  8. Farsalia dice:

    Te entiendo, Cavilius: cuando me dicen que tras leer una reseña mía, para qué leer el libro, me deprimo…

    Mi mensaje anterior de un modo u otro incidía en ello (sin conseguirlo, claro).

  9. cavilius dice:

    Tolle, lege, oh Balbo. Total, solo cuesta 56 euros con 50 céntimos. A mí, cuando veo esos precios disparatados, casi me duelen más los céntimos que los euros, y no puedo evitar la sensación de que ese pico es puro recochineo del editor (sí, sé que no lo es pero la sensación que me da es esa, oye). En fin, que no hay nada como fomentar la lectura desde dentro.

  10. Balbo dice:

    Es decir… habrá que pillarlo en biblioteca, ese templo de lectura ciudadana. Miraré a ver si lo tienen. ;-)

  11. ARIODANTE dice:

    Cavi, ¿como te metes en las Cruzadas? ¿Lo tuyo no es Grecia?…Claro que, puestos a meterse, Jean Flori es todo un especialista en la época. En fin, ¿que puedo decir? Abrumada, estoy abrumada ante tamaño despliegue….

  12. cavilius dice:

    Cruzadas… pues eso, que se me han cruzado los cables.

  13. Urogallo dice:

    Épica locura la de Pedro. Personajes estos de otro tiempo y otra mente.

  14. Hindenburg dice:

    ¡ Dios lo quiere! A Cavilius, claro.

    Despliegue avasallador. Habrá que imprimirlo para leer este auténtico ensayo al detalle.

  15. cavilius dice:

    Hombre, si a Javi Lereida, hijo de Lereo, pastor de libros, le va bien, podría pedificar la entrada.

    El caso es que, sin tener gran idea de cruzadas (medievales, se entiende), las que más me atraen son la primera, precisamente por el componente popular que añade el movimiento de Pedro el Ermitaño y que acabó casi antes de empezar, y la llamada «cruzada de los niños», sucedida en el año de las Navas de Tolosa (1212) y que dio origen, con el tiempo, al cuento del flautista de Hamelín.

    1. Javi_LR dice:

      Oooooído cocina. En cuanto tega un ratín le doy formato.

  16. JAVILISO dice:

    Bueno, para ser un poco quisquilloso a la vez que patriótico, decir que la primera llamada a una cruzada, aunque mucho más pequeña y desapercibida, fue la realizada en el año 1064 para la reconquista de Barbastro (actualmente en la provincia de Huesca) y a la que acudieron muchos caballeros ultramontanos que liderados por el rey de Aragón Sancho Ramírez reconquistaron la ciudad musulmana, aunque por poco tiempo ya que al año siguiente fue recuperada de nuevo por los sarracenos para ser reconquistada, ya definitivamente, en el año 1101 por Pedro I de Aragón, hijo del anterior rey Sancho Ramírez.
    De todas formas, para cruzada importante e interesante en suelo hispano, la de la reconquista de Zaragoza en 1118 por parte del rey de Aragón Alfonso I El Batallador (hermano del anterior rey Pedro I) al mando de un impresionante ejército lleno de caballeros untramontanos, principalmente francos y normandos…la flor y nata de la caballería medieval europea estaba allí con sus máquinas de guerra y sus coloridos barcos, herederos de los famosos drakkar vikingos, surcando el Ebro y, sobre todo, con la gran experiencia acumulada en la conquista de Jerusalén de 1099 en la que muchos de ellos habían participado…
    Pero de todo eso poco de ha escrito porque en esta tierra somos así de olvidadizos, acomplejados y desagradecidos…pero eso ya es otra historia.
    saludos

  17. cavilius dice:

    Y para mí una extra con queso y mucho ketchup, por favor.

  18. Ausente dice:

    Gran reseña, lástima que el libro sea tan caro por estos lados. Y gran programa el de Cristián Warnken, todo una isla en la televisión chilena.

  19. Valeria dice:

    Cavi leyendo sobre la Edad Media: son tiempos bizantinos :-)

    Me lo he pasado muy bien leyendo la reseña (la entrevista me ha costado, que tiene una redacción un poco…rara, cosas de la traducción) sobre todo porque la primera parte, toda la formación y evolución de la doctrina de la guerra santa, el tema del monje guerrero, me ha recordado al libro que reseñé in illo témpore de Alain Demurger, «Auge y Caída de los Templarios».
    Cavi, tu reseña no me desanima a leer el libro, todo lo contrario. Pero me parece que será por préstamo bibliotecario.

  20. iñigo dice:

    Cavi, ya que estas animado con el tema te recomiendo «Los ejércitos del cielo» de Jay Rubenstein, también sobre la primera cruzada. A mi me gustó mucho… Aquí tienes la reseña de Farsalia y demás comentarios.
    https://www.hislibris.com/los-ejercitos-del-cielo-jay-rubenstein/

  21. atenea dice:

    Sin palabras. Está el libro (interesantísimo) y la reseña de Cavi (imprescindible)

  22. Horus dice:

    Bueno, Cavilius, no te quejes del precio, que este en concreto te lo sacaste por cuatro o cinco eurillos en los «saldos de Edhasa» de la difunta librería Catalònia, eh pillín? Cuando vi que lo pusiste en el post de compras, en su debido momento, una envidia cochina corrió por mis venas…

    Por otro lado, alguien se sorprendía por aquí de que Cavilius leyera sobre la primera cruzada. Es que nadie se acuerda ya del relato subcampeón del año pasado?

    Bueno, al grano, que me pierdo. Increíble reseña de un libro más que sugerente. Jean Flori es garantía suficiente como para no pensárselo mucho, vamos. Si pudiera conseguirlo en biblioteca, fijo que lo acaparo.

  23. cavilius dice:

    Ejem, no me descubras, Horus, que quería hacerme pasar por mártir de la política de precios de Edhasa. Pero sí, la verdad es que el libro me salió por la undécima parte de su precio. Si no, de qué…

    No, si en realidad no hay problema en que cada cual lea o deje de leer lo que quiera, faltaría más. Solo me había resultado paradójico que reseñas elogiosas de un libro hicieran que este se leyera menos.

    Conocía la reseña, iñigo, y el libro, que me interesa bastante. Pero hasta que no lo encuentre de saldo me temo que no podré catarlo, salvo bibliotecariamente, claro.

  24. Farsalia dice:

    Ya te lo saco de la biblioteca de la UPF; en un mes y medio (tres renovaciones), te dará tiempo a leerlo…

  25. cavilius dice:

    Gracias, farsalia, sé que lo harías. Pero soy más de mentalidad capitalista, me temo, y me gusta tener en mi estantería los libros que leo (así me va…). De todos modos, supongo que también podría pedirlo a través de la biblioteca de mi trabajo.
    Pero gracias de nuevo, farsalia.

  26. Farsalia dice:

    A mí también, pero el presupuesto… ya se sabe. Encargo muchos libros a la biblioteca, y suelen llegar la mayoría. Y eso que me ahorro… porque a parte del dinero, lo que precisamente no me sobra en casa es espacio…

  27. cavilius dice:

    Sí, estamos igual. Aristóteles erró cuando definió este mundo nuestro como de dos dimensiones; se descuidó la tercera, seguramente porque él iba sobrado deella. Porque todo lector de libros, a poco que piense, se convencerá de que el cosmos está regido por tres dimensiones: espacio para guardar los libros, tiempo para leerlos y dinero para comprarlos.

  28. Farsalia dice:

    Cada vez me preocupa más la primera dimensión…

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