EL NAZI PERFECTO – Martin Davidson

«Estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron (…) terrible y terroríficamente normales». Hannah Arendt.

Es lógico que la bibliografía en torno al nazismo se enfoque principalmente en las personalidades emblemáticas, Hitler y los gerifaltes del Tercer Reich pero también los verdugos, individuos tan sórdidos como Rudolph Höss, Joseph Mengele y Oswald Pohl. Cuando la mirada académica se posa en la muchedumbre indiferenciada de los partidarios del nazismo, o en las bases sociales que cimentaron su ascenso y consolidación en el poder, produce libros como los de Peter Fritzsche (De Alemanes a nazis y Vida y muerte en el III Reich), William S. Allen (La toma del poder por los nazis), Robert Gellately (No solo Hitler), George L. Mosse (La nacionalización de las masas), Richard Grunberger (Historia Social del Tercer Reich), Michael Mann (Fascistas): obras excelentes sin duda, imprescindibles en la medida que ofrecen una perspectiva general, a vuelo de pájaro, de la viciada atmósfera moral y política que propició el auge del nazismo, así como una panorámica de las dinámicas sociales que lubricaron la mecánica cotidiana del Tercer Reich. Con todo, bien puede echarse de menos la mirada puesta en lo singular, un primer plano de los individuos que, en calidad de secuaces o de funcionarios de rango inferior, hicieron posible la abominación histórica que nos convoca. Proporcionar un complemento de este tipo a la perspectiva académica global es uno de los méritos del libro del escocés Martin Davidson, El nazi perfecto, obra que expulsa del anonimato a uno de los muchos militantes y agentes menores del nazismo: un sujeto de nombre Bruno Langbehn, dentista de profesión y miembro condecorado de las SS, abuelo materno del autor.

Davidson (n. 1960, Edimburgo), licenciado por la Universidad de Oxford, es un documentalista y productor de televisión especializado en temas históricos y culturales, actualmente encargado de la sección de Historia de la BBC. A su haber tiene la dirección de documentales sobre Albert Speer y Leni Riefenstahl, entre otros. Su madre, de nacionalidad alemana, emigró al Reino Unido en los años 50 y contrajo matrimonio con un escocés. Dado el contexto, no extraña que los dos hijos del matrimonio, Vanessa y Martin, se preguntasen por lo que había hecho su abuelo materno durante la Segunda Guerra Mundial. La cuestión, todo un tabú familiar, solo pudo ser dilucidada tras la muerte de Langbehn, acaecida en 1992. Cuán desagradable sería para los hermanos ver confirmadas sus peores sospechas: su abuelo no fue un combatiente común de la Wehrmacht, fue un nazi convencido y comprometido, militante desde edad tan temprana como los 19 años, el que desde 1926 y hasta la caída del Tercer Reich consumó una carrera ininterrumpida en las filas del partido. De camorrista callejero a agente de la policía secreta y guerrero racial, la de Bruno Langbehn fue una trayectoria similar a la de muchos “viejos luchadores” que conformaron el cuerpo funcionarial del régimen nazi. Vanessa y Martin Davidson se dieron a la tarea de investigar el pasado de su abuelo; consultando documentos, entrevistando a supervivientes de la época, atando cabos sueltos, conjeturando sobre bases verídicas, apoyándose -en fin- en la bibliografía disponible, tanto académica como testimonial, el fruto de sus indagaciones es la trayectoria de un arquetipo de nazi, un nazi perfecto, como tal plasmada en el libro de Mr. Davidson.

Entregado en cuerpo y alma a la causa de Hitler, al tiempo que se formaba como dentista, Bruno Langbehn fue del número de los alborotadores callejeros en los días convulsos de la República de Weimar, miembro de una unidad berlinesa de las SA denominada Sturm 33, célebre por su salvaje aplicación a la hora de apalear y asesinar antagonistas: comunistas, socialdemócratas, judíos. (Como refiere el propio Davidson, el abogado Hans Litten se vio las caras con miembros de esta unidad en un bullado proceso criminal que involucró al mismísimo Hitler.) Destinado a la medianía por sus escasas dotes personales, no dudó empero en incorporarse a las SS, en las que alcanzó el grado equivalente al de capitán. Langbehn se  desempeñó como funcionario del organismo más temible de todos: el SD, servicio de inteligencia y seguridad de las SS dirigido por Reinhard Heydrich y que llevó la delantera en la organización de las actividades genocidas del Tercer Reich. Los Einsatzgruppen, la Operación T4 (asesinato de minusválidos físicos y mentales), la Operación Reinhard, la logística de los campos de concentración y de exterminio: todos llevaron la marca del SD. También fue el organismo que, en colaboración -y sempiterna rivalidad- con la Gestapo, se encargó de permear los intersticios de la sociedad alemana a la caza de eventuales opositores al régimen, erigiéndose en la versión nazi de policía totalitaria del pensamiento.

El interés mayor del libro reside en que contribuye a esclarecer el ambiente moral y social en que se gestó el nazismo desde una perspectiva, por así decir, minimalista. Más allá de cualquier consideración relativa a los grandes factores históricos, caldo de cultivo del fenómeno en cuestión, el énfasis está puesto en lo que debía pensar y sentir un individuo ordinario en aquellos años cruciales, alguien que por su fecha de nacimiento (año de 1906) no pudo participar en lo que sus compatriotas consideraban una gesta nacional, la Primera Guerra Mundial. Un individuo que, a partir de esta contingencia, se sumió de lleno en la marea de frustración y resentimiento que inundó Alemania después de 1918, asimilando la deplorable mitología que tergiversó la verdad sobre la derrota alemana, dejándose imbuir de un clima ideológico que alentaba el culto a la violencia, el ansia nacionalista de revancha, la exacerbación de las virtudes marciales, el antisemitismo y el odio a la democracia y el liberalismo. Por descontado que las pesquisas realizadas por los hermanos Davidson enfrentaron las reticencias de sus parientes alemanes, como de muchos de quienes podían proporcionarles información en un país que comenzaba a superar el proceso de encubrimiento y negación en torno al traumático pasado nazi; un proceso tan celosamente ejecutado que resultaba ser una genuina conspiración del silencio. (Lejos, en todo caso, estaban los días en que, cuando el juicio a Adolf Eichmann, los sentimientos de los alemanes fluctuaban entre el hastío y la indiferencia.)

Como tantos, Langbehn fue un caso de asimilación perfecta en la sociedad alemana de posguerra, aunque apenas puede decirse que hubiera sido un desadaptado o un marginal; no después de 1933, cuando lo nazi dejaba de ser una anomalía para convertirse en normalidad, y Langbehn se situaba -gracias a una mezcla de ambición e inquebrantable convicción ideológica- en su centro mismo. Si algo ha motivado las indagaciones de sus nietos es precisamente el abismo de incomprensión que parece abrirse ante nuestros pies cuando constatamos la enormidad de semejante extravío, peor si involucra a un antepasado: que lo nazi pudiese devenir paradigma de normalidad; que alguien tan cercano, persona por demás muy corriente –no un pervertido, no un sádico-, colaborase en la más que dudosa tarea de consolidar la supremacía de la cosmovisión nazi. Este espectáculo de ruina moral de una sociedad fue lo que inspiró en la pensadora Hannah Arendt la idea de que «la conciencia, en cuanto tal, se había perdido en Alemania, y esto fue así hasta el punto de que los alemanes apenas recordaban lo que la conciencia era, y habían dejado de darse cuenta de que “el nuevo conjunto de valores alemanes” carecía de valor en el resto del mundo» (v. Eichmann en Jerusalén).

Davidson tiene muy en cuenta, entre otras cosas, el influjo que pueden ejercer los mandarines culturales, escritores de aquellos que no solo reflejan la atmósfera espiritual de su tiempo sino que contribuyen a moldearla. Es el caso señero de Ernst Jünger. De modo sintomático a la vez que revelador, Davidson recibió de manos de su abuelo un ejemplar de Tempestades de acero, novela que a éste lo había subyugado en la adolescencia. Jünger, sí, el literato que idealizó la guerra moderna como experiencia formadora, como crisol de un “hombre nuevo” y de una “sociedad regenerada”; el escritor que con su áspero imaginario bélico fomentó -en medida acaso inigualada por sus contemporáneos- el fetichismo militarista y vindicativo de la Alemania de entreguerras, cautivando a tantos de aquellos espíritus frustrados que se dejaron seducir por la agresiva retórica nazi. ¡Qué contraste tan penoso el de este hombre con uno como Erich Maria Remarque, denodado pacifista, o con los memorialistas británicos que expusieron su rechazo de la guerra! La de Jünger fue una pasión infame que lo aleja por completo de coetáneos como Wilfred Owen y Robert Graves, aludidos por Davidson. «Ellos –afirma nuestro autor- son compasivos y Jünger es despiadado; en ellos hay elegía, en él éxtasis; en él hay hierro y acero en lugar de carne y sangre; en lugar de los muertos, cuyo recuerdo persigue y escarmienta, para Jünger están los caídos cuyo sacrificio consumará algún día la venganza; en vez de barro y ratas hay tierra que la sangre hace sagrada. El Jünger soldado de asalto nunca se siente más vivo que cuando está rodeado de los hombres que acaba de matar. Pero las intensas evocaciones del combate se convierten en algo más funesto: en una celebración de la propia guerra».

El autor no ha hallado pruebas de que su antepasado tuviese ingerencia directa en el Holocausto y otras de las peores atrocidades perpetradas por el Tercer Reich, pero esto apenas le sirve de consuelo; como no le consuela demasiado el manido pretexto de las circunstancias (“aquellos eran otros días”, “los que regían eran otros parámetros”, “nos limitábamos a obedecer órdenes”, etc.). Todo sugiere que Langbehn estaba secretamente orgulloso de su pasado nazi, como si hubiese sido partícipe de algo grande y honroso (pretexto característico suyo era el de “Lo único que queríamos era un imperio como el de vuestro Churchill”). No le queda a uno más remedio que solidarizar con la desolación -y la repugnancia- que han debido experimentar los hermanos Davidson al progresar en sus indagaciones, y, de paso, persistir en el estupor que provoca el nivel de adhesión que pudo granjearse un movimiento como el nazi. Por más que en la actualidad nos beneficiemos de las ventajas de la mirada retrospectiva sobre hechos consumados, por más que nuestros tiempos y nuestros apremios sean otros, nada atenúa el horror que nos embarga ante tamaña aberración histórica: el auge de lo que abiertamente se proclamaba como una negación radical de todo lo que  podemos considerar amable y valioso en la condición humana. A manera de colofón, valgan las palabras del autor:

«La abominación capital del nazismo no era sólo su militarismo o su ansia bélica, sino su insistencia en que los valores que situaban lo humano en el centro eran débiles, corruptores e insignificantes. Había que degradarlo todo a favor del Volk, que, aunque compuesto de seres humanos, no le debía nada a la idea de humanidad. La visión del mundo nazi utilizaba la biología para socavar la propia vida. Utilizaba la racionalidad para avalar lo irracional. Y convertía las matanzas no sólo en la única consecuencia de todos sus criterios, sino en su validación definitiva. Nuestro abuelo pasó veinticinco años de su vida subyugado por esas ideas, convencido de su verdad absoluta» (p. 320; cursivas en el original).

– Martin Davidson, El nazi perfecto. Anagrama, Barcelona, 2012. 405 pp.

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24 comentarios en “EL NAZI PERFECTO – Martin Davidson

  1. iñigo dice:

    Estupenda reseña que ahonda en el por qué del nazismo del pueblo alemán. Buen trabajo y un libro muy interesante.

  2. Rodrigo dice:

    El libro vale la pena.

    Gracias, Iñigo.

  3. Valeria dice:

    Gran reseña, Rodrigo. Y qué casualidad, hace dos días terminaba yo de leer «Paradero desconocido», de Kressman Taylo. Una joyita de apenas setenta páginas, escritas en 1938 (¡con qué lucidez!) donde también se aborda a través de la correspondencia entre dos amigos cómo las personas normales eran subyugadas por el nazismo, el nivel de adhesión que consiguió en ciudadanos normales.

  4. Valeria dice:

    Perdón, debe decir «Kressman Taylor». Me he comido la última letra.

  5. Derfel dice:

    Obviamente, eras tú el que tenías que escribir la reseña. ¡Enhorabuena!

  6. Rodrigo dice:

    Vaya, hombre… Yo te estoy agradecido por la recomendación, Derfel.

    Tomo nota, Valeria. La verdad es que no sabía de ese libro, y parece muy bueno. Es novela, ¿no?

  7. Carolina dice:

    Estupenda reseña. Pongo el libro en la cola de mis futuras lecturas. Y me sumo totalmente al comentario de Valeria. Hace unos meses leí «Paradero desconocido» de K. Taylor y me pareció una maravilla, bien escrito, original, ingenioso…

  8. Salvador Héctor Tortosa dice:

    Gracias por la reseña, procuraré leerlo. De todos modos (no se si cabe el excurso), el fenómeno nazi no se ha afrontado aún con la honestidad que se atisba en H. Arendt, quien encabeza la nota. En el terreno de lo subjetivo, el hecho contrasta como pesadilla de las almas bellas, tambiíen como aguamanil y pediluvio de burgueses correctos que ostentan incapacidad para tan siniestros designios, los que delegan en sicarios. En el plano objetivo, el pueblo alemán asumión en su integridad una misión propia de un jefe de Estado. Nada hay del Nazismo que no perviva en las relaciones entre las naciones ni tampoco en en la manipulación mas inescrupulosa, de los más atroces recursos, con que los «conductores», presionan a sus propios «electores», esos «ciudadanos» encrucijados. (Justificandose, apaciguandose además, en la contricción de que nada puede haber de peor, que lo peor es pasado) Gracias.

  9. juanrio dice:

    Un libro al que acercarse convencido tras tu reseña, Rodrigo. Me ha recordado, en parte, lecturas anteriores como Aquellos hombres grises, por tratar a individuos «normales» en un contexto anormal o uno que penetra en la vida de uno de los verdugos nazis «Desde aquella oscuridad» de Gitta Sereny, basado en las entrevistas que mantuvo con el comandante de Treblinka, Franz Stangl. Ahí también subraya la autora como Stangl va pasando pasos desde un nivel inferior en la organización nazi hasta el punto de máximo encumbramiento personal con esa comandancia.

    Aún siendo totalmente cierto que no todos los alemanes fueron nazis y aún menos de ellos estuvieron en las organizaciones mas señeras del régimen, es cierto que resulta muy interesante comprender como ciudadanos comunes se convierten en personajes sin escrúpulos que escalan posiciones en la vida por medio de su adhesión incondicional y por ese estar dispuestos a todo, siendo ess todo tan terrible como lo que hemos conocido y aprendido del universo de los campos de concentración.

    Imagino que Davidson no es benevolente con su abuelo, al menos eso parece por tu reseña, Rodrigo, ya que de otra manera el libro carecería de interes.

    En cuanto a Paradero desconocido, posiblemente su mayor interés se encuentre en la fecha de su escritura, cuando para prácticamente todo el mundo no «existía» el problema nazi. Interesante por ello y por lo que cuenta, además de la originalidad de dar con el tono adecuado en las dos voces de la correspondencia epistolar que cubre sus escasas páginas.

  10. Rodrigo dice:

    Gracias, Carolina.

    Imaginas bien, Juanrio: de benevolente, nada. Cierto que los hubo muchísimo peores, dice Davidson; no fue su abuelo un Eichmann ni un Höss –ni un Strangl, ya que lo mencionas-, pero fue de todos modos uno de los agentes transmisores del mal.

    Sí, al leer este libro me he acordado del de Christopher Browning, aunque es obvio que Davidson no tiene propósito de sistematizar o teorizar en torno al problema. Una de las cosas espeluznantes de la cuestión es precisamente la normalidad o medianía de los individuos involucrados; de lecturas como Aquellos hombres grises o El nazi perfecto se concluye que los ejecutores y agentes del nazismo eran individuos perfectamente intercambiables, reemplazables por otros individuos tan corrientes o grises como ellos, todos extraídos de en medio de la población alemana.

    Definitivamente, me apunto a Paradero desconocido. Veré si tengo suerte de hallarla.

  11. Valeria dice:

    Mini reseña de Paradero Desconocido, copiada de la red: El libro cuenta la historia de dos amigos y socios en el mercado de obras de arte, Martin Schulse, un alemán, y Max Eisenstein, un judío estadounidense, que viven en California. En el año 1932, Martin decide volver a Alemania con su familia. Empieza a partir de ese momento un intercambio de cartas en las que enseguida se descubre, a través de los detalles de su relación profesional y personal, la sombra de la situación política de Alemania.

    Sí que es novela, Rodri. Es una novela muy cortita (y muy baratita) escrita en forma de intercambio epistolar. Se publicó por primera vez en 1938, en la revista Story. Lo más asombroso de esta obra, al menos lo que a mí más me llamó la atención, es la fecha en la que fue escrita. ¿Quién, en esa fecha, habría sido capaz de denunciar con tal clarividencia hacia dónde se encaminaba la sociedad alemana?

    Te dejo los datos del libro por si te hiciesen falta. Seguro que es fácil de encontrar.
    RBA Bolsillo
    80 páginas
    ISBN: 9788492966257

  12. Rodrigo dice:

    Millón de gracias, Valeria. La he ubicado en una librería local así que no se me escapa.

  13. Akawi dice:

    Tras esta estupenda reseña de Rodrigo, no sólo encontramos un buen libro, sino que además, nos mostrais otras tantas novelas sobre los mismos temas e igual de apasionantes.

    Es un lujazo compartir con vosotros la página de Hislibris y su foro. Gracias chicos.

  14. Koenig dice:

    ¿Ein?

    Sin duda una interesante reseña, cierto, sobre un libro que, como poco, demuestra la extraordinaria valentía de sus autores a la hora de enfrentarse a la realidad. Me lleva a reflexionar cuantos de nosotros seríamos capaces de indagar de verdad sobre nuestros abuelos.

    Un saludo.

  15. David L dice:

    Si uno advierte la tremenda potencia que llegó a alcanzar el Tercer Reich durante su corto período de existencia, podrá darse cuenta que para una extensión tan rápida y con tan aporte de violencia, aquel régimen necesitara para ello que muchos hombres como Bruno Langbehn se unieran al festín y dieran un paso adelante de consecuencias impredecibles. La sociedad alemana de posguerra tuvo que lidiar con el peso de saber con certeza que miles de aquellos hombres volvían a formar parte de la nueva Alemania Federal democrática, además con el agravante de que muchos de ellos ocupasen puestos de importancia. El caso de Davidson puede extrapolarse, sin temor a equivocarnos, al de muchos nietos de aquellos hombres que un día dispusieron del poder para decidir quién debía morir o vivir.

    Tal vez lo peculiar de este caso resida en el seguro y comprobado compromiso ideológico de nuestro protagonista, miembro de las SS, con la Solución Final, pero aún resulta todavía más terrible comprobar como más de un alemán influenciado en menor medida por la ideología nacional-socialista pudo participar de lleno en el Holocausto. Horrible.

    Un saludo.

  16. Akawi dice:

    Se le saluda cordialmente señor Koenig. Aunque quizás parezca demasiado atrevida al dirigirme a usted, así por las buenas, después de tanto tiempo que…

    Ja,ja,ja…

  17. Koenig dice:

    Una dama nunca resulta atrevida, a lo sumo interesantemente excéntrica.

  18. Rodrigo dice:

    Bueno David, me da que, en vez de lidiar con todo aquello, la generalidad de la sociedad alemana prefirió darle la espalda y hacer la vista gorda. Después de todo, el “yo no sabía” fue la cantilena habitual, y no faltaban elementos –los bombardeos, las salvajadas de los soviéticos- que sustentasen la ilusión de un empate moral.

    Sin duda que la distancia física y emocional ha favorecido el empeño de los Davidson, Koenig; residente en Alemania, su abuelo era solo una presencia esporádica. La propia madre de los Davidson aprovechó la menor ocasión para alejarse de su padre, hombre de trato difícil, radicándose en el Reino Unido. Y no se debe descartar el peso de la brecha entre uno y otros: dos británicos investigando el pasado de su abuelo alemán…

  19. Akawi dice:

    ¿Qué me has llamado Koenig?

    Perdona Rodrigo la intromisión.

  20. José Sebastián dice:

    Extraordinaria reseña, como es habitual en tí, apreciado Rodrigo.

    Disculpa la tardanza pero esta semana pasada estuve fuera de juego con tanta fiesta (el 9 festivo en la comunidad valenciana y el 12 en toda España).

    Precisamente ayer en la 2 de TVE emitieron un documental donde nietos de jerarcas y genocidas nazis (Himmler, Goering, Frank, etc) se enfrentaban a la cruda realidad que les fue negada por sus padres. Especialmente emotiva resultó la visita del nieto de Rudolf Höss a Auschwitz donde mantuvo un cara a cara con uno de los supervivientes y con jóvenes estudiantes judíos.

    ¡Qué lucidez la de Hanna Arendt: «Estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron (…) terrible y terroríficamente normales»! Creo, sinceremante, que obras como «Eichmann en Jerusalén» de Arendt o «Desde aquella oscuridad» y «El trauma alemán» de la genial Gittta Sereny tendrían que ser de obligada lectura en los institutos de todo el mundo.

    Como afirma Alvaro Lozano en su imprescindible “La Alemania Nazi”: ES UN PASADO QUE NO QUIERE PASAR (ni, añado, debemos permitir que pase ni se repita)

  21. Rodrigo dice:

    Opinión que suscribo.

    Gracias, José Sebastián.

  22. David L dice:

    Al hilo de lo que comenta José Sebastián sobre el documental que ofrecieron en la TVE2 sobre los familiares de los más importantes líderes nazis, y que viene muy bien a la reseña de Rodrigo, me impactó ver al nieto de Rudolf Höss, comandante del campo de Auschwitz desde 1940 a 1943, llorar en el campo delante de jóvenes israelíes y solicitando a estos que le perdonasen. Un superviviente se acercó a él y lo abrazó comentándole que él no tuvo la culpa de lo que hizo su abuelo. Más tarde, fue también emocionante ver como todos los jóvenes se abrazaron al nieto de Höss mientras éste emocionado y entre lágrimas les agradecía este acercamiento. A mí, lo reconozco, se me puso un nudo en la garganta. Fue algo realmente conmovedor.

    Un saludo.

  23. Carolina dice:

    He vuelto a leer tu reseña, Rodrigo, porque en su momento me gustó tanto que me hice el firme propósito de conseguir el libro. Y así fue (en la preciosa librería La Central de Barcelona lo encontré si ningún problema). Ahora lo estoy leyendo, voy por la mitad y me tiene totalmente atrapada. Aparte de la valentía de Davidson y su hermana, me gusta subrayar lo bien escrito que está y lo claro que resulta. Las razones que expone para intentar explicar como influyó en un niño (que era su abuelo) el final la I Guerra Mundial con la derrota y posterior humillación del pueblo alemán, me parece que arroja algo de luz ante un tema tan turbio y negro. Toda una generación de jóvenes prefirió culpar a judíos, y en mucho menor grado a los comunistas (bolcheviques), que a cualquier otra razón de la caída del imperio alemán. La violencia contra todos ellos fue creciendo y arraigando en un pueblo cada vez más enceguecido que terminó por encumbrar y convertir en líder a un loco asesino… En fin, qué decir sobre algo que han analizado lúcidos estudiosos. Sólo insistir en la idea de la ayuda que proporciona este libro, que, además, contiene varias fotos procedentes del albúm familiar que ilustran, amenizan y te acercan a la narración.
    De nuevo, Rodrigo, estupenda tu reseña. Me alegro mucho de haberla leido.

  24. Rodrigo dice:

    Gracias, Carolina. Me alegra que te guste el libro.

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