TREN DE LA MAÑANA A TALAVERA – Guillermo Pilía

TREN DE LA MAÑANA A TALAVERA - Guillermo PilíaTren de la mañana a Talavera no es una obra sobre el toreo. En las setenta y ocho páginas que preludia el magnífico dibujo de su portada, aparecen figuras, subalternos, cuadrillas, ruedos, pasodobles, tercios, suertes, cogidas y, sin embargo, el tema que percibe el lector no es el toro.

Es el arte.

El arte entendido como rasgo constitutivo de lo humano; algo específico de su naturaleza que, al mismo tiempo, la trasciende y la libera. El arte como momento de perfección absoluta, apenas perceptible a nuestros ojos dada la fugaz irrupción con la que nos zarandea. Acción dinámica, inaprehensible que, sin embargo, permite intuir el sentido de todas las cosas, su fin. El arte como un pálpito alegre que inaugura en quien lo siente una plenitud desconocida.

Guillermo Pilía para hablar del arte elige la tauromaquia.

Los toros aparecen ante nuestros ojos como una creación artística asimilable a la literaria, pictórica, interpretativa, arquitectónica, musical… Porque, como ellas, el fenómeno que se inicia en el paseíllo y concluye con una estocada supone una suspensión de los parámetros espacio-temporales al uso, sustituidos por la expectación de ese instante eterno, inmóvil, redondo, perfecto, en el que los espectadores encuentran, recuerdan o inventan el significado exacto de su humanidad. El toreo como un lugar, el sitio que permite intuir de dónde venimos, lo que somos y cuál es el camino. Por eso nadie debe llamarse a engaño precipitando su juicio: los cinco relatos, pese a estar construidos sobre una urdimbre taurina, remiten a algo distinto, profundo y extenso. Al Enigma que nos configura y al Misterio que nos envuelve.

Lo primero que encuentra el lector ante la obra de Guillermo Pilía es su inigualable estilo narrativo. Con un dominio absoluto del vocabulario taurino, empleado con precisión, sin estridencias ni veleidades, los cinco cuentos son, ante todo, poéticos. La poesía habita en las palabras, los personajes, el espacio y la atmósfera con un rotundo lirismo. Incluso la estructura del conjunto está organizada en un paralelo dual que recuerda al quiasmo, donde las historias se ordenan en dos parejas con un elemento central que, modulándolas, permite establecer una secuencia rítmica A-B-C-A’-B’. Así, nos encontramos con dos relatos similares, Quite a la sombra y Una buena vara, que transcurren dentro de la plaza, con protagonistas secundarios del escalafón taurino, narrando un hecho parecido, frente a otras dos narraciones, de carácter histórico y del mismo modo semejantes, Como todos los muertos de la tierra y Tren de la mañana a Talavera. En medio, La música callada del toreo, una historia que, al desarrollar la acción fuera del coso, dirige nuestra mirada hacia los sonidos de la tauromaquia, su música.

Quite a la sombra, premiado en el concurso de Cuento Taurino «Peña El Albero», nos muestra a alguien que ha sido primer espada en el pasado y que ahora forma parte de la cuadrilla de un matador joven, para el que actúa como sobresaliente (al igual que en el teatro, es la figura que distrae, apuntilla o suple al principal en el final de una faena). Su nombre es Juan Carmona (no hay constancia de que sea real, si bien en la película de 1956, Tarde de toros, obra de L. Vajda, aparece un personaje, matador, llamado así). El relato nos sitúa en una plaza de provincias donde se está celebrando un mano a mano con dos matadores, Colmenares y Pozoblanco. El pretexto, como el propio título indica, un «quite de sombra». ¿Y qué es eso?

Un quite de sombra es una revelación. El instante en el que el artista (aquí, el torero) conoce que el tiempo de la gracia ha concluido y, con él, los días gloriosos. A partir de ahora el esfuerzo, la aptitud y el arrojo taparán el hueco que antes ocupara lo inexplicable. Se puede decir que la percepción de la sombra, su advenimiento, señala el momento en el que el artista se vuelve artesano.

Una buena vara, el cuarto relato por orden de disposición, sitúa la mirada del lector en dos perspectivas diferentes y, a la vez, simultáneas. Por un lado, la descripción del puyazo; por otro, el sentimiento de un profesional ante el abismo de la vejez anónima.

En el primer tercio de una corrida, tiene lugar la «suerte de varas», cuando el picador prepara al animal para recibir las banderillas. Sin sustraer ni un ápice de la crudeza que el castigo conlleva, Guillermo Pilía describe con maestría las sensaciones de los tres protagonistas: el astado, el caballo y el picador. A lo largo de sus líneas, el cuento nos hace partícipes del desconcierto de Perdigón, el toro que ha sido condenado a cambiar el bienestar de la dehesa por el horror de la plaza. Conocemos el cansancio del caballo Albaicín, ese animal cautivo en un peto, con los ojos ciegos y las orejas taponadas, obligado a soportar las embestidas brutales que provoca la garrocha sobre el astado. Y, entre ambos, vértice de un triángulo, sabemos del hombre, Rafael, el picador embrutecido por una tarea en sí misma salvaje, preso de la decepción y del resentimiento que supone temerse reemplazado por un garruchero joven y ambicioso. Los ojos lectores sienten que los tres –toro, potrenco y subalterno- son idénticos: seres en el ocaso de la vida, cautivos y desalmados ante la muerte, el matadero o la jubilación. Sin embargo, como ocurriera con Quite a la sombra, toda la escena queda iluminada durante un minuto por el relámpago del triunfo. Si allí, Juan Carmona borda el quite que le ofrecía el primer espada, aquí, Rafael clava la puya en el morrillo del toro con precisión canónica, lo que produce el reconocimiento entusiasta del público, la manera como se muestra la gloria en esta dimensión del arte.

Del mismo modo que se dice de un virtuoso (ya sea escritor, cineasta, arquitecto o músico) que su genialidad consiste en haber sido pionero de un hecho sublime, único, original e irrepetible y que, a partir de ese momento, su labor será reiterarlo una y otra vez introduciendo variaciones, en el arte de la tauromaquia, al diestro tocado por la gloria no le queda más recorrido que sentir pasar el tiempo buscándola afanosamente en cada quiebro cada vez con más afán, con más esfuerzo. Eso, o la muerte. Dos de los relatos, los ya comentados, exponen la primera de las posibilidades; la otra pareja de cuentos en el espejo imaginario, además de tener un eminente carácter histórico, tiene como protagonistas toreros fallecidos tras una cogida.

Como todos los muertos de la tierra y Tren de la mañana a Talavera narran los últimos momentos de dos grandes figuras del torero, que es tanto como decir de la Historia de España: Ignacio Sánchez Mejías y José Gómez Ortega, Joselito.

Las vidas de José (también apodado Gallito) y de Ignacio estuvieron íntimamente ligadas entre sí: sevillanos y amigos desde la infancia, ambos mostraron la inclinación taurina con precocidad, fueron cuñados (Ignacio se casó con la bailaora Dolores Gómez) y cada uno de ellos repitió el esteoreotipo del torero-actriz manteniendo relaciones amorosas con figuras del teatro (es conocido el romance de Sánchez Mejías con La Argentinita; y está documentado el noviazgo de Joselito con Consuelo Hidalgo, que era la primera tiple del Reina Victoria en 1920, cuando murió él). Y, sobre todo, los dos constituyeron referentes sociales en una España que amagaba profundas transformaciones internas. Sin embargo, cada uno de los relatos, manteniendo la uniformidad temática y una absoluta rigurosidad histórica, suponen reflexiones distintas.

Como todos los muertos de la tierra, el cuento sobre la cogida de Sánchez Mejías por Granadino, es un monólogo interior, apenas interrumpido por las voces teatrales del médico, la enfermera y José (aunque el texto no lo precisa, seguramente hace referencia a Pepe Bienvenida, el amigo que estuvo en los momentos finales a su lado), en la cama del sanatorio madrileño donde murió. Exhaustivamente histórica (basta leer la crónica que Eduardo Palacio publicó en el ABC), nos narra el final del hombre, cualquier hombre y cualquier mujer, porque el ser que habita en las líneas del libro es el que será cualquiera de nosotros cuando nos veamos abocados a doblar la curva que dicen que hay cuando todo se ha concluido.

«La realidad definitiva, el ansia de nuestros místicos, la apetencia de muerte que no es otra cosa que sed de inmortalidad. Cómo podría comprenderse, de otra froma, que un hombre se vista oro y de seda para sacar belleza de su enfrentamiento con un toro…» Así inicia la lengua inerme de Ignacio su soliloquio de recuerdos, anhelos y sensaciones. Expresándose como lo haría un poeta, pero con la oratoria de un pensador. Porque eso fue Ignacio Sánchez Mejías, un humanista moderno: mecenas, intelectual y artista. La excepción de su tiempo. Una persona extraordinaria a quien, tal vez por ello, el destino le ha otorgado el regalo de la inmortalidad, perpetuando su nombre de modo paradójico en la literatura, no en el toreo.

El otro relato histórico, el que cierra el libro, sitúa la acción en un tren que va de Madrid a Talavera de la Reina; uno de aquellos trenes de madera, asientos macizos, estrechos pasillos y ventanas de guillotina, donde el tiempo instala su sopor infinito, haciendo difuminar el contorno de todas las cosas, como le ocurre a José Gómez Ortega, Joselito, su protagonista. Estructurado en dos partes (la remembranza y el sueño), Tren de la mañana a Talavera ofrece al lector todos los rasgos del relato histórico perfecto: veracidad, concisión, rigor, estilo y entrega personal. En la aparente simpleza de un trayecto ferroviario, el autor nos ofrece un recorrido biográfico por cuatro de las más importantes figuras del arte y la cultura española, matadores que constituyeron parte esencial de la llamada Edad de Oro del toreo. Con la maestría derrochada en los cuentos precedentes, Guillermo Pilía nos habla de los inicios de Sánchez Mejías, la alternativa en Barcelona, su vocación literaria y teatral; los orígenes modestos de Belmonte, sus nupcias en Méjico; y la cautela de Rafael, esa suspicacia supersticiosa ante los astados que le hicieron célebre. Y mezclando hechos reales y oníricos, nos da cuenta de que esa misma tarde Bailaor va a acabar con su vida.

Efectivamente, la tarde del dieciséis de mayo de 1920, el quinto toro del festejo, un animal raquítico, burriciego, cruce de Veragua y Santa Coloma, le asestó una cornada certera. Dicen las crónicas (la de Corrochano en el ABC es pura literatura) que fue nada más salir de la suerte de varas, en el segundo tercio, el del capote, cuando el animal tuvo un arranque inesperado y, enganchándole por el muslo derecho, lo lanzó al aire hasta ensartarlo por el vientre. Muerto ya, agonizó en la enfermería el tiempo justo que estuvo su cuñado Sánchez Mejías cerrando la corrida.

Finalmente, el relato central, La Música callada del toreo, marca un capotazo en  la fiesta que es para el lector la obra de Guillermo Pilía. Unas breves líneas para fijar la atención en la música taurina, a través de Ramón Escalante, un personaje sin biografía, callejero, concertista de pasodobles que interpreta arrancándole sonidos a su cuerpo. Un hombre común en el paisaje urbano. Acaso un loco, un mendigo, una figura mediocre dentro del toreo, de escuetos éxitos, olvidado por el tiempo.

No puede cerrarse esta breve semblanza sin recalcar la belleza con la que Tren de la mañana a Talavera está escrito y las múltiples cuestiones que surgen tras su lectura. La primera de ellas, la tauromaquia como pervivencia del héroe; representación del pasado y, sin embargo, legado específico de la Modernidad. La voluntad de los dioses transformada en Reglamento que dicta y sanciona. El ansia inmortal de antaño convertido en sorteo, búsqueda y revalidación de la propia vida en el ruedo. Porque es la Vida desafiada, pase tras pase, jugueteando con la muerte entre los quiebros de un capote, el trabajo del heroico matador.

Y la gloria. Aquella gloria eterna que permitía descansar a los mitos clásicos en una felicidad perpetua, ahora mudada en el aplauso del público o la columna de un periódico. Gratificaciones endebles y efímeras como la herencia de una admiración.

Podéis leer el primer capítulo cómodamente aquí.

 

TREN DE LA MAÑANA A TALAVERA.
Guillermo Pilía.
Evohé Narrativa, 2009.

 

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17 comentarios en “TREN DE LA MAÑANA A TALAVERA – Guillermo Pilía

  1. Koenig dice:

    Caramba, caramba. Que reseña más interesante. No se si tentar a los dioses leyendo el libro o considerarme ya suficientemente afortunado habiendo leído la reseña.
    Gracias Rosalía.

  2. Farsalia dice:

    Plas, plas, plas. Y ademas estreno reseñil, ¿cierto?

  3. Lucía dice:

    Magnífica reseña Rosalía. Debería figurar como un prólogo del libro. Has hecho que desee leer el libro y saborearlo y tratar de sacarle todos esos matices que tan bien comentas. Sales por la puerta grande reseñil.

  4. Balbo dice:

    Peaso reseña que te has marcado Rosalia. ¡Enhorabuena! Me lei el libro hace tiempo y tambien me encanto. Se lo recomiendo a todo el mundo ;-)

    1. Javi_LR dice:

      Bienvenida al mundo reseñístico hislibreño, Rosalía. Has entrado por la puerta grande.

      En cuanto a la obra que reseñas, yo estoy convencido que lo mejor es no decir nada, pues todo suena hiperbólico. Eso sí, recomiendo a todos por lo menos la lectura de ese relato al que se puede acceder mediante el vínculo.

      Saludos.

  5. Lopekan dice:

    ¡Esa imagen de cabecera, por Mitra! :O
    Qué duelo de miradas…
    Nuru: mira que nos haces pensar!

  6. Arturo dice:

    Impresionante reseña, Rosalía. Me sumo a los comentarios precedetnes.

  7. Josep dice:

    Lo siento, Rosalía: una vez haces la primera reseña quedas atrapada para siempre, como cuando comes los primeros granos de la granada. Felicidades y enhorabuena.
    El libro ya lo tengo, aunque aún no lo he leído. Será cuestión de hacerse el ánimo de una vez.
    ¡Hay, Javier! Así que ABCAB… me sorprende que un clásico como tú no lo haya ordenado como un ABCBA, el tradicional «quiasmo»…

    1. Javi_LR dice:

      ¡Ja, ja, ja…! Totalmente cierto, Josep. Me vendí al ritmo narrativo ;o) y a la fuerza y genialidad del último de los relatos y la soltura del primero (para mí, el más hondo es el segundo, el que tiene las imágenes más bellas y logradas y el más transcendente, pero para iniciar el libro me parecía mucho morlaco).

  8. ARIODANTE dice:

    Enhorabuena, Rosalía, ¡y bienvenida al club! No has podido entrar con mejor pie. ¡Menuda reseñaza has hecho! hora estás pillada, no te puedes escapar: has de seguir reseñando. Te lo va a pedir el cuerpo serrano, ya verás. Y cuando el cuerpo no te lo pida, te lo pediremos nosotros, jajajaja!
    Me pasa lo que a Josep: lo tengo en casa y aún no lo he leído. Ahora, me temo, que no tendré excusa.
    Pues, ¡un abrazo, chata!

  9. Rosalia de Bringas dice:

    ¡Muchísimas gracias a todos por vuestras palabras!
    En realidad la gratitud debería ir a Guillermo Pilía, el autor. Es él, y solamente él quien debe llevarse el aprecio.
    (No obstante, yo os agradezco muy de veras tan calurosa acogida en este rinconcito hislibreño, el de las reseñas).
    Saludos.

  10. Valeria dice:

    Si ya es complicado en ocasiones el parto de una reseña, hacerla sobre un tema tan complejo, misterioso y debatido con esa elegancia se merece que agite yo ahora un pañuelo blanco, al grito de Oleeee

  11. Nuruialwen dice:

    No puedo más que sumarme a todo lo dicho, Rosalía: más que bienvenida con semejante estreno, que lo hayas hecho de esta manera y con estos relatos de Pilía nos toca también la fibra evohética, inevitable, y además se le añade a la que suscribe el hecho de que hayas disfrutado de la portada. Bienvenida, lo dicho, y que te leamos mucho también por aquí.

    Lopekan, mil gracias por decir eso. Y me alegro, porque como comentaba hace un momento a Rosalía, y aunque todo el trabajo se mime, para mí no son ni una portada ni una cabecera cualquiera.

    Saludos a todos.

  12. Rosalia de Bringas dice:

    ¡Por supuestísimo que la portada es uno de los elementos configuradores del libro!
    ¡Ese toro!, ¡con esa mirada! Realmente comunica fuerza, dignidad, presencia… Apenas si mencioné el hecho para evitar que el punto de interés se centre en el toro, y no en el arte… ¿comprendes?
    ¡Eres una gran artista!

  13. Guillermo Pilía dice:

    Querida Rosalía: Sin desmedro de otros comentarios que ha recibido el libro, creo que el tuyo es el mejor. Desearía seguir en contacto contigo por línea privada. Escríbeme a mi correo o bien a la dirección de la Cátedra Libre de Cultura Andaluza de la Universidad de La Plata, de la que soy director: cultura_andaluza@yahoo.com.ar. Gracias, mil gracias!!!

  14. juanrio dice:

    El libro, mejor en unos cuentos que en otros, tiene un altísimo nivel que Rosalía hace aumentar con su reseña. Uno, que dejo de ser aficionado a los toros, no puede dejar de admirar la maestría con que Guillermo Pilía nos traslada a esos ruedos antiguos, a esos colores, olores, sensaciones…junto a Juan Belmonte, matador de toros, de Manuel Chaves Nogales, de lo mejor que se puede leer sobre el mundo del toro, muy por encima de los libros de Hemingway.

    Gracias Rosalía, es un placer compartir este espacio contigo y el gusto por la literatura.

  15. Curistoria dice:

    Lo primero de todo, enhorabuena a Rosalía por la reseña, pedazo de estreno.

    Yo lo he dicho en todos los foros que he podido y no voy a dejar pasar esta oportunidad. Este es un grandísimo libro. En algún momento dije que era el mejor libro que había leído en el año en que lo leí, y lo mantengo.

    Saludos.

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