FILIPO DE MACEDONIA – Mario Agudo Villanueva

“Afirmo que tú debes ser el bienhechor de los griegos, reinar sobre los macedonios y mandar sobre el mayor número posible de bárbaros. Si haces esto, todos te lo agradecerán, los griegos por los beneficios que reciban, los macedonios porque los gobernarás como un rey, no como un tirano, y los demás pueblos porque, libres de la dominación bárbara, tendrán un gobierno griego”. Isócrates, Filipo, 155.

En principio y pensándolo fríamente, que algunos libros sean esperados con mucho interés no parece buen asunto. Las expectativas del lector crecen de manera directamente proporcional al temor a verse defraudado. Además, la etiqueta de “esperado” a menudo —aunque no siempre— se fragua en torno a un hecho que en sí mismo tampoco es bueno: el de que existe un vacío en algún tema específico, el cual va a ser llenado por el libro (en el caso de los ensayos, claro; rara vez una novela vendrá a “llenar un vacío” sobre un tema). El caso que nos ocupa cumple estos preceptos citados: las expectativas eran muy altas y existía un vergonzante vacío que llenar. Pues bien, el resultado de semejante ordalía impuesta por el lector, tal vez injusta (qué ordalía no lo es, en el fondo), es la absolutio summa cum laude.

En el ámbito de los estudios dedicados a Filipo II de Macedonia, poca cosa se ha escrito en nuestro idioma. La sombra de su hijo Alejandro es tan grande que, cuando se habla del padre, su figura siempre aparece como un apéndice preliminar en la vida del hijo. La loable aunque breve monografía de Arturo Sánchez Sanz Filipo II y el arte de la guerra (HRM, 2013) y el reciente libro editado por Borja Antela-Bernárdez y Marc Mendoza Filipo II de Macedonia (Universidad de Sevilla, 2021; recopilación de artículos de historiadores como los propios editores, César Fornis, Gómez Espelosín, Laura Sancho, Domingo Plácido, Ignacio Molina y algunos más) son, diría, el balance de los monográficos filípicos llevados a cabo en nuestro país. El prólogo de este último libro recalca precisamente “la necesidad de un estudio transversal que se acerque a Filipo como figura histórica por sí mismo”. En cuanto al mundo anglosajón, evidentemente hay más material, pero no demasiado, y menos aún que haya sido traducido a nuestro idioma. Además, casi siempre que aparece Filipo lo hace dentro del contexto alejandrino, es decir, sin entidad temática propia. Recientemente llegó a nuestras librerías Filipo y Alejandro. Reyes y conquistadores de Adrian Goldsworthy (La Esfera de los Libros, 2021), donde se dedicaban al padre de Alejandro unas 200 páginas, lo cual no está mal. Sin embargo, esas páginas sabían a poco en un libro en el que la estrella era el hijo, y seguía echándose de menos un estudio riguroso y dedicado exclusivamente a Filipo.

Ese era el vacío, ni más ni menos. Y el libro que lo ha llenado (porque así ha sido) es Filipo de Macedonia, de Mario Agudo Villanueva. Se trata de un análisis crítico y profundo del reinado del macedonio (“el argéada”, “el teménida”, pero nunca —que yo recuerde— “el padre de Alejandro”), sus acciones, motivaciones, hechos bélicos y diplomáticos, logros y fracasos, en el duro escenario de la Macedonia de mediados del siglo IV a.C. Un escenario que el propio Filipo buscó, como sabemos: otro hombre hubiera permanecido en un discreto segundo plano cuando llegó el momento decisivo, el de ocupar la vacante en el trono al morir el rey Pérdicas III, hermano mayor de Filipo. El sucesor natural, Amintas, hijo de Pérdicas, era menor de edad y Filipo asumió la regencia y, con el tiempo, el poder absoluto. Su ambición y carisma le permitieron ir segando las espigas que sobresalían en la carrera por ceñirse la corona argéada, pero cuando lo logró tampoco pudo sentarse a descansar. Acababa de asumir el trono de un reino en franco declive, con un ejército mermado en sus dos terceras partes a causa de la derrota sufrida por Pérdicas (en cuya batalla murió) en las fronteras del norte ante los ilirios, con disensiones internas y una explotación deficiente de sus recursos económicos.

El libro está lejos de ser una hagiografía del rey macedonio. De hecho, quizá en un hábil intento de demostrar que incluso Filipo fue mortal y cayó bajo el poder del cuchillo, comienza dedicando unas páginas al lugar donde supuestamente se halla enterrado su cuerpo: las tumbas de Vergina, la primitiva Egas, que fue capital de la antigua Macedonia hasta que algún rey, tal vez Arquelao I, trasladó la corte a Pela. Le siguen otras páginas donde tienen cabida las críticas y críticos más acérrimos de Filipo y contemporáneos suyos: Demóstenes y Teopompo, aunque precedidos del quizá mejor embajador del macedonio entre los griegos: Isócrates. Otra serie de interesantes cuestiones preliminares en torno al panhelenismo y la idea de la hegemonía en los antiguos griegos (quienes jamás hasta el momento actuaron guiados por un único líder o un objetivo común —salvo en la guerra de Troya, como bien señaló Tucídides—) y acerca de la helenidad de los macedonios (¿eran griegos o bárbaros?), y por fin el libro se adentra en el reinado de Filipo II de Macedonia. Aunque a esas alturas el lector perspicaz sin duda se habrá dado cuenta de que estábamos en él desde el inicio.

Hay que decir que Mario Agudo no es precisamente un novato en asuntos de la antigua Macedonia: dirige desde hace años, junto con Borja Antela-Bernárdez y Antonio Ignacio Molina, el boletín digital Karanos. Butlletin of Ancient Macedonian Studies, y en 2016 publicó en DStoria Edicions Macedonia. La cuna de Alejandro Magno. En esta monografía se hacía un recorrido somero por la historia del reino macedonio desde sus orígenes míticos, cuando recibía el nombre de Ematia, hasta Alejandro Magno, y se dedicaban unas escasas 30 páginas a Filipo. El desarrollo del volumen que se reseña aquí probablemente le debe mucho a aquel otro libro, y de hecho mantiene en cierto modo la misma estructura en lo que a Filipo se refiere.

Agudo da buena cuenta de las dificultades que tuvo que afrontar el macedonio al llegar al poder. Los primeros años acometió una tarea ingente: además de tener que vérselas con los otros candidatos macedonios que también se postulaban para suceder a Pérdicas III, hubo de hacer frente a las revueltas de las tribus fronterizas norteñas, que ciertamente no supieron (o no les interesó, en especial a los ilirios) aprovechar la oportunidad de atacar con mayor intensidad a un reino de Macedonia descabezado. Entretanto y de modo progresivo, Filipo hizo una transformación completa del ejército y podría decirse que de la sociedad macedonia. El autor describe las reformas e innovaciones que implementó en sus tropas, como la inclusión en la infantería de la conocida sarisa, la larga lanza de entre 5’5 y más de 7 metros (hay un apéndice final que recoge las medidas de la sarisa según las diferentes fuentes), o la potenciación de la caballería hasta el punto de convertirla en elemento esencial de su ejército. De manera pormenorizada y con gran detalle, el autor desmenuza estos primeros años en los que Filipo también se preocupó de mantener una relación lo más estable posible con Tesalia, sus vecinos del sur, y de buscar una salida al mar Egeo, la cual sin duda contribuiría a la mejora de la economía macedonia.

Mérito de Mario Agudo es presentar a Filipo como un personaje que evoluciona y se adapta al panorama que se va encontrando a medida que suceden los hechos. Así, se destaca que a partir del año 355 a.C., ya con casi un lustro en el poder, se produjo un punto de inflexión en la política de Filipo, cuando comenzó a involucrarse en los “asuntos de los griegos” a través de la puerta que le proporcionó la Tercera Guerra Sagrada en torno al control del santuario de Delfos. El autor también se hace eco, como es lógico, de las derrotas y fracasos del rey macedonio, situándolos en su contexto correspondiente. De ellos quizá el más sonado fuera la doble derrota que sufrió, en su participación en la citada guerra, ante el focidio Onomarco (el ejército macedonio no volvió a ser derrotado hasta 24 años después, ya siendo rey Alejandro: fue en las riberas del río Politimeto, en la actual Uzbekistán, frente al sogdiano Espitamenes).

Filipo de Macedonia nos presenta al rey militar, al político, al diplomático, al estratega… pero no al Filipo, digamos, “hombre”. Queda fuera de este estudio el análisis, que habría sido eminentemente especulativo (¿y cómo podría no serlo?), de las relaciones entre el rey y su hijo Alejandro o su esposa Olimpia, o su actitud personal en cuestiones tales como la bebida, el carácter agresivo que la tradición le atribuye, etc. Agudo no ha hecho una obra especulativa. Se ahorra hacer valoraciones imaginativas respecto a esas cuestiones, o mejor dicho: responde a ellas del mejor (¿el único?) modo que se puede hacer: ciñéndose a las fuentes, a lo que sabemos acerca de Filipo de manera fidedigna, sin dejar de hacer notar que esas fuentes manan eminentemente de los enemigos de Filipo (recalca el autor apenas comenzar su libro que, en el caso del rey macedonio, la historia no la han escrito los vencedores sino los vencidos). Si acaso, un aspecto del Filipo “hombre” que sí se muestra en las páginas del libro es el del valor: siempre situado en primera línea de batalla, el rey perdió un ojo en la toma de Metone, a los pocos años de ceñirse la corona; en el 345 a.C. se fracturó la clavícula persiguiendo a la tribu iliria de los ardieos; también, hacia el 338 a.C., luchando contra los tribalos, una lanza le atravesó de parte a parte el muslo y mató a su caballo. Con razón Isócrates, en alguna de sus cartas, le rogó que no se expusiera tanto.

La obra de Agudo no es, pues, una biografía estrictamente hablando, ni se ciñe a una cronología año-tras-año (aunque, evidentemente, sí sigue un orden de los sucesos marcado por la sucesión temporal de los mismos). No es tanto, o esa impresión se desprende de la lectura, un relato de la trayectoria vital de Filipo, como una exposición de los asuntos con los que el macedonio fue lidiando en su reinado. Y el planteamiento funciona a la perfección, porque la imagen de Filipo de Macedonia queda diseccionada a través de los hechos y las circunstancias: la campaña del Estrimón, fruto de la cual Filipo consiguió fortalecer su reino; la paz de Filócrates, instrumento a través del cual continuó desarrollando una base sólida y hegemónica para su reino en el concierto internacional; la batalla de Queronea y su consecuencia, la creación de la Liga de Corinto, en la cual se creó la figura del hegemón,el eje vertebrador de toda la organización y máxima autoridad militar, con poder de decisión y sanción”; los fracasos en los asedios de Perinto y Bizancio, los cuales obligaron a Filipo a hacer un replanteamiento de sus movimientos en la zona de los estrechos. En alguna entrevista ha dicho el autor que Filipo no tenía un plan preconcebido para Macedonia, y mucho menos para Grecia. Al menos en un principio: con los años fue fraguando la idea de mantener aplacados y en paz a los vecinos griegos, para acometer la tarea de atacar a los persas en su propio territorio. Solo la muerte podía evitar que Filipo llevara a cabo el salto a Asia, el cual ya había preparado destacando una fuerza militar al mando de Parmenión y Atalo. Y, en efecto, fue la muerte la que le privó de cumplir sus objetivos; una muerte que de nuevo se convierte en campo abonado para la especulación.

Filipo de Macedonia está estructurado en capítulos breves y directos que facilitan la lectura rápida, y que sin embargo requieren de pausa por la sucesión inagotable de datos que se despliega en sus páginas. El acompañamiento es impecable: un aparato crítico abundante y excelentes y detallados mapas, además de una extensa bibliografía (18 páginas) y un breve glosario. La introducción, inmejorable, corre a cargo de Francisco Javier Gómez Espelosín, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá de Henares y autor de innumerables obras, un buen puñado de las cuales están dedicadas a Alejandro Magno. Es este un libro excelentemente editado por Desperta Ferro, en el cual Mario Agudo ha llevado a cabo un trabajo analítico exhaustivo de primer nivel. Sin duda se convertirá en breve, con toda justicia, en obra de referencia.

 

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Mario Agudo Villanueva, Filipo de Macedonia. Madrid, Ediciones Desperta Ferro, 2024, 398 páginas.

     

3 comentarios en “FILIPO DE MACEDONIA – Mario Agudo Villanueva

  1. Farsalia dice:

    Librazo, pero qué voy a decir si no…

  2. cavilius dice:

    Como digo en la reseña, se trata de una gran obra, por el valor que tiene en sí misma (un trabajo completísimo) y por lo que supone: por fin una monografía sobre Filipo, y en nuestro idioma.

  3. Vorimir dice:

    Muy interesante, apuntado en la lista de libros para que me vayan regalando. :D

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