«Cuando desembarcamos, y mientras nos conducían por los muelles, el capitán Nicholls caminó todo el rato a mi lado mirando hacia el mar para que nadie se diera cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Había heridos por todas las partes: en camillas, con muletas, en ambulancias descubiertas, y todos y todos los hombres tenían grabada en la cara una expresión de desdichada miseria y dolor. Intentaban hacerse los valientes, pero incluso los chistes y las pullas que gritaban a nuestro paso iban cargadas de tenebrismo y sarcasmo».
Durante la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) los países e imperios involucrados en el conflicto armado enviaron a millones de jóvenes a un verdadero matadero de acero, barro y sangre. Esta es una historia que todos conocemos, pero lo que mucha gente no sabe es que de igual manera que se mandaban soldados al frente también miles de caballos participaron en aquella guerra mundial. Estos fueron utilizados en todos los lados del conflicto, ya fuera en el frente occidental como el oriental, pues en un principio los países participantes creían que los caballos iban a ser igual de esenciales que en guerras pasadas. Hay que recordar que la tradición de la caballería era muy fuerte. Pero pronto se dieron cuenta de que nada iba a ser igual que antes, ya que ante el poder de las metralletas, los tanques, la continua artillería o los alambres de espino reforzado la caballería y sus jinetes no iban a poder hacer nada. Su tiempo había pasado. Los primeros en percatarse de la nueva situación fueron los imperios centrales (Alemania y el Imperio austrohúngaro), aunque los ingleses, debido a la tradición de su infantería montada, limitaron su acción a cargas puntuales de caballería. Aun así el uso de los caballos como arma de combate fue más grande en el frente oriental, en donde, al haber más espacios de acción y menos trincheras, se pudieron utilizar con mayor frecuencia. » seguir leyendo