La vida de Christopher Marlowe (Canterbury, 1564- Deptford, 1593) ha estado siempre rodeada de un halo de misterio. Nos han llegado algunos datos: hijo de un zapatero de Canterbury, estudiante –becado- de teologÃa en Cambridge, en el Corpus Christi College, autor teatral isabelino, contemporáneo y precursor de Shakespeare, incluso existe la teorÃa de que parte de la obra shakesperiana podrÃa ser de su autorÃa; de Marlowe se dice también que trabajó al servicio de Su Majestad, cual ancestro de 007; sus misiones secretas, a las órdenes de Lord Walsingham (se trata de un negocio sucio para mantener el reino limpio) para desenmascarar conjuras católicas, se entremezclan con la leyenda, le sumergen en esa niebla de incertidumbre que rodea a todo espÃa. Incluso su inclinación sexual era dudosa, como dudosa era su fe; de los años pasados en Londres, no se sabe mucho, salvo sus magnÃficas obras teatrales Tamerlan, Fausto, Dido y Eneas… Su propia muerte es incierta. Murió, sin cumplir los 30 años, supuestamente, de una absurda reyerta entre amigos, enterrado en fosa común, sin lápida y desaparecidos sus restos, quedando la duda de si no seguirÃa viviendo bajo otro nombre, como buen espÃa, y escribiendo sus dramas para otro. El autor británico Anthony Burgess publicó en 1993, poco antes de fallecer, una espléndida novela llamada Un hombre muerto en Deptford, en la que da su propia versión personal de la vida y la muerte de Marlowe. Su edición española de 2008 es la que comentamos a continuación.
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