INTERREGNO – José Vicente Pascual
7 dEurope/Madrid septiembre dEurope/Madrid 2015Hubo un tiempo en el que la luz de la civilización se apagó, la ley y la paz quedaron en el olvido, el hombre volvió a la cultura de sus ancestros y un nuevo faro (con una nueva fe) iluminó los campos entonces sombríos y anegados de sangre y muerte. Podría parecer que tras la caída de un imperio, como el romano, el mundo se detuvo: las ciudades se abandonaron, el hambre y el caos camparon a sus anchas. Roma cayó, dicen, y con ella la civilización. Como materia de leyendas y cuentos, esta idea resulta muy evocadora, casi romántica, como si en el devenir de los tiempos la decadencia y la caída formen parte del guion escrito por el cosmos (los imperios, como los grandes hombres, «ascienden y caen, ascienden y caen…»); todo lo que estuvo arriba debe caer para que de sus cenizas surja un nuevo reino, una nueva ciudad, una nueva nación. Roma cayó en el año 476, ese hecho forma parte de los anales de la historia que nos han repetido machaconamente: un joven emperador, apenas un niño, fue depuesto por un líder bárbaro, que no osó ponerse las vestiduras imperiales, sino que las devolvió a la «otra» Roma (Constantinopla). Italia sería campo de batalla durante unos años, entre hérulos y ostrogodos, prevaleciendo finalmente estos bajo la égida de Teodorico el Amalo, que formó un reino en una parte del extinto Imperio Romano de Occidente, mientras que visigodos ocupaban la mayor parte de Hispania tras la derrota ante los francos de Clodoveo en Vouillé; de esta manera se establecieron tres grandes entidades –ostrogodos, visigodos y francos–, con otras menores (burgundios, suevos, vándalos) en las antaño provincias, diócesis y prefecturas romanas. » seguir leyendo