«Todos deseamos rescatar a través de la memoria cada fragmento de vida que súbitamente vuelve a nosotros, por más indigno, por más doloroso que sea. Y la única manera de hacerlo es fijarlo con la escritura». Enrique Vila-Matas.
Yuri Dombrovski sobrevivió a los trallazos homicidas del Gran Terror y a los campos de concentración soviéticos. Sobrevivió al estalinismo, con cuyas peores facetas se las vio cara a cara, y aunque tuvo más suerte que muchos de los millones de víctimas de la maquinaria de moler carne –apelativo corriente entre los zeks (presidiarios) para referirse al Gulag-, su vida quedó por siempre señalada por la experiencia traumática de la reclusión siberiana. De hecho, toda una sociedad quedó marcada por la arbitrariedad sistemática del estalinismo, arbitrariedad connatural a un régimen cuya lógica misma contemplaba la necesidad de movilizarse contra los enemigos internos, reales o, más frecuentemente, ficticios: el régimen comunista, al decir de Tony Judt, vivía en un estado permanente de guerra no declarada contra sus propios ciudadanos. La inseguridad y el temor eran parte de la atmósfera que todos respiraban, cuyo enrarecimiento remitía sólo a rachas, en las ocasionales pausas de relativo relajamiento que el más acabado sistema de control social –precisamente en razón de su perfección- podía permitirse. Cuando las purgas de la segunda mitad de los años 30 dieron pleno sentido al concepto del terror como mecanismo de represión y sometimiento en un contexto totalitario, así como a la idea del sempiterno estado de guerra interna, se hizo más evidente que nunca el grado en que la Unión Soviética encarnaba el más burdo de los contrasentidos: el Estado que se proclamaba como dueño de la constitución más democrática del mundo era en realidad el que menos garantizaba la integridad de la persona, el más dispuesto a atropellar los derechos y libertades individuales. Dombrovski estuvo entre los que padecieron en carne propia la gran falacia soviética, y lo mismo que a otras víctimas de la iniquidad, la escritura le proporcionó el antídoto contra el olvido -contra lo que Vila-Matas califica como la indiferencia de una mirada contemporánea cada vez más inmoral-. Su personalísimo testimonio de la aberración estalinista tiene forma de novela y fue publicada originalmente en el extranjero, en 1978, bajo el título de La facultad de las cosas inútiles. » seguir leyendo