LA GRECIA ANTIGUA CONTRA LA VIOLENCIA – Jacqueline de Romilly

LA GRECIA ANTIGUA CONTRA LA VIOLENCIA - Jacqueline de Romilly

«Alcibíades era un hombre de naturaleza violenta y poco respetuoso con las leyes; de niño, se peleaba con furia; de joven, se entregaba a sus múltiples pasiones; como hombre casado, empleó la violencia para ir a recuperar a su mujer ante el magistrado que amenazaba con concederle a ésta el divorcio. Propinó una bofetada a un maestro de escuela porque no tenía los poemas de Homero; y conocemos todas las infracciones a las leyes que cometió en su vida política, llegando incluso a combatir contra su propio país».

Este es un libro difícil. El tema que presenta lo es, y el querer contextualizarlo en la época histórica en la que lo hace también lo es. Tratar de buscar en los griegos (probablemente pasaría lo mismo con los romanos, los egipcios, los asirios o cualquier otra civilización antigua -o no tan antigua-) una oposición cierta y veraz contra la violencia en general es ya de por sí meritorio, pero pretender tener éxito en esa búsqueda es, cuando menos, discutible. ¿Realmente tuvieron los griegos, como pueblo, como cultura, como civilización, una conciencia de oposición a la violencia, realmente existió entre ellos un posicionamiento contra los violentos? Difícil reto, desde luego, responder a esa pregunta.

Jacqueline de Romilly es una institución dentro y fuera de Francia en lo que se refiere a conocimiento del mundo griego. Profesora de griego, filóloga, helenista, miembro de la Academia Francesa desde 1989, autora de numerosos libros sobre Grecia, sobre Tucídides, los sofistas, Pericles, la tragedia griega, Alcibíades… Romilly tiene actualmente 97 años y la lista de títulos que han salido de su pluma rivaliza en extensión con la de premios y distinciones que ha ido recibiendo durante su vida; y aún sigue escribiendo y publicando. Sus trabajos aparecen frecuentemente citados en los libros sobre Historia griega. Quiere darse a entender con todo esto que la intencionalidad del libro que nos ocupa no es ninguna frivolidad, que si su autora quiso escribirlo, allá por el año 2000, es porque alguna razón seria debió motivarla. Y sin embargo, como encabeza la primera frase de la reseña, este es un libro difícil. ¿Qué deberíamos entender por «violencia»? ¿Y qué deberíamos entender por «posicionarse contra la violencia»? ¿Son conceptos atemporales o su definición depende del contexto histórico? ¿Podemos hacer un juicio de valor, con valores actuales, sobre los actos que cometieron los griegos en su historia particular? ¿Meteríamos en el mismo saco la violencia individual, cuyo responsable es tal o cual sujeto humano, y la violencia colectiva, la violencia de un pueblo, la violencia como parte de su cultura, de su modo de ser y de afrontar la vida? ¿Está de algún modo la una vinculada a la otra? ¿Podemos deducir, como hace la autora, que Alcibíades era de naturaleza violenta en función de lo que las fuentes dicen de él y alumbrando esas fuentes con la luz de nuestro tiempo?

Romilly no se hace estas preguntas pero su objetivo, manifiesto ya en la primera página, ayuda a darles cumplida respuesta: el tiempo que nos ha tocado vivir, nuestra época, es violenta, y debemos encontrar el mensaje de oposición a la violencia que los griegos lanzaron al mundo a través de sus textos para que nos sirva de refuerzo, consuelo y ayuda en la (paradójica expresión) lucha contra la violencia. No es, pues, una investigación histórica per se, su motivación no es el conocimiento de los griegos sino que los griegos nos ayuden a conocernos a nosotros mismos. Lícito pero tendencioso, porque el análisis parte de un posicionamiento claro y se pretende que lo que se encuentre en la investigación se ajuste a las ideas preconcebidas que rigen en ese posicionamiento. Es cierto que éste, el posicionamiento en cuestión, la oposición a la violencia, no puede ser más defendible y digno de elogio, pero es cierto también que en este tipo de investigaciones se suele siempre pensar que, se encuentre lo que se encuentre, eso era precisamente lo que se estaba buscando.

«La cultura griega se define como una búsqueda apasionada de todo lo que pueda poner fin a esta violencia considerada brutal e indigna del ser humano», dice la autora. La cultura griega, el mundo de los griegos, caracterizado por el enfrentamiento continuo entre sus ciudades, por el agon que preside su vida en muchas de sus facetas (competiciones deportivas, disputas orales, certámenes musicales, rivalidades entre familias, entre regiones, entre razas), por las continuas guerras, por individuos casi perennemente armados y llamados a filas en sus ejércitos, por la crueldad de muchos de sus mitos y la intemperancia de muchos de sus dioses; ese mundo cuesta definirlo como buscador de la no violencia. Aunque quizá no estemos siendo justos en esta especie de balanza del bien y el mal porque la violencia, como la sangre, es escandalosa, mientras que su ausencia no lo es, y un gramo de violencia contrapesa toneladas de paz. Sin embargo Romilly no habla de simple ausencia de violencia sino de «búsqueda apasionada» de los medios con los que acabar con ella; es una no-violencia militante lo que la autora dice haber buscado y encontrado en el mundo griego. ¿En qué consiste esa militancia, de qué medios se vale la cultura griega para expresar su repulsa a la violencia, cómo hacen los griegos para oponerse a ella? ¿Qué es lo que ha encontrado Romilly, en definitiva?

El libro recoge tres estudios que en diferentes momentos y pasando por diferentes procesos de elaboración realizó Jacqueline de Romilly acerca del tema. Dos puntos en común hay entre ellos: primero, el asunto a tratar, evidentemente. Y segundo, el lugar donde Romilly ha buscado las respuestas, y este lugar no es otro (no podía ser otro) que los textos griegos. Por otra parte, son también esos mismos textos los que nos descubren la violencia en el mundo griego (violencia que Romilly en ningún momento pretende negar, pues sería absurdo pretender la existencia de una «conciencia anti-violencia» si no hay violencia a la que enfrentarse), y por tanto con ellos como testimonio tal vez alguien podría pretender hacer una invectiva con la tesis de una Grecia «pro-violenta» con la misma legitimidad con la que Romilly hace su análisis en el sentido contrario.

El primer ensayo es La violencia y la tragedia. No hay textos más terribles, más pavorosos acerca de la condición humana que los que escribieron los trágicos griegos (o lo que es lo mismo, los trágicos atenienses: Esquilo, Sófocles y Eurípides). Crímenes, incestos, torturas, humillaciones, degradaciones morales, castigos divinos, injusticias… Sin embargo, no es una necesidad morbosa de los griegos ni un especial gusto por las desgracias lo que les lleva a acudir a los teatros o a aprenderse fragmentos de las tragedias. Según Aristóteles, la tragedia viene a ser algo así como una catarsis, una purificación, un aprendizaje para dejar atrás lo que de inicuo hay en el ser humano y librarse de ello para siempre. Si Pericles dijo alguna vez que Atenas es la escuela de Grecia, sin duda la tragedia ática lo es del alma de los griegos. Más o menos esta es la línea por la que discurre el artículo de Romilly: poner en la palestra la violencia del modo en que lo hace la tragedia griega es el mejor medio de denunciarla. Romilly va  recogiendo citas y fragmentos de la Orestíada, el Prometeo encadenado, o Los persas de Esquilo, Hécuba, Hipólito o Las troyanas de Eurípides, Antígona, Áyax o Electra de Sófocles… Dice la autora que «la justicia está ligada a las leyes; y la violencia, a la tiranía». No contrapone, pues, violencia a no-violencia sino a justicia, asumiendo que la tiranía es injusta per se, lo cual en la actualidad es indiscutible pero no lo era tanto en tiempo de los griegos. «La tiranía para Atenas era una abominación», dice Romilly, pero esta apreciación se habría de matizar tanto que quizá acabaríamos renunciando a ella. Romilly, en cambio, se vale de ella y de los fragmentos de los trágicos para sacar a la luz una oposición activa a la violencia, tan activa y vital como pudieran serlo las tragedias griegas.

Los dos ensayos siguientes, Violencia divina y benignidad humana y Violencias cotidianas. ¿Qué recurso oponerles?, así como la Conclusión. Violencia y belleza, perseveran en el camino del primer artículo, apoyándose en los trágicos griegos y añadiendo también fragmentos de Demóstenes, de la Ilíada, de Platón, de Tucídides… Puesto que todo lo que nos queda del pensamiento griego son sus textos, toda búsqueda ha de acudir a ellos y eso es lo que Romilly hace. Es perfectamente lícito, pero no lo es tanto sin embargo sacar conclusiones generales de los mismos. La autora llega incluso a hacer un recuento del uso de ciertas palabras en los textos griegos (praos, philantrophia, epieikeia -«benigno», «filantropía», «equidad»-) como argumento para defender su tesis. Es verdad que es lo único en lo que apoyarnos para tratar de descubrir qué y cómo pensaban los griegos, pero parece un tanto aventurado deducir que los griegos rechazaron la violencia basándonos en nuestras interpretaciones (porque no se trata ni más ni menos que de eso: de interpretaciones) de las palabras que escribieron. Por otra parte, ¿qué otra cosa es la investigación histórica sino tratar de interpretar, de entender, el pasado con los medios de que disponemos y basándonos en los restos que nos quedan de las épocas pretéritas? Sin riesgo no habría avance, sin interpretaciones no habría conocimiento. Pero bien cierto es que no sabemos, no podemos saber por muy cerca que creamos estar de ello, si un griego interpretaba lo que leía del modo en que nosotros creemos que lo hacía, o si quien lo escribió tenía en mente lo que nosotros creemos que tenía, a la luz de nuestra interpretación de su legado escrito. Nada sabemos tampoco de lo que no se escribió, ni de lo que se escribió y se perdió. Nada sabemos acerca de tantísimas cosas sobre los griegos, tantas que sacar conclusiones de índole casi universal tomando como base lo que sí sabemos parece un juego de equilibrios basado justamente en esa balanza que pesa lo que conocemos y lo que ignoramos de los griegos.

¿Acaso Jacqueline de Romilly no es consciente de todo esto? Es obvio que sí, y es casi ridículo plantear siquiera la pregunta. ¿Entonces por qué este libro, a qué este alegato contra la violencia buscando un apoyo tan traído por los pelos? La respuesta ya quedó apuntada en cierta manera en los primeros párrafos de esta reseña: porque la razón de ser, la motivación que ha llevado a la autora a elaborar estos artículos, no es conocer a los griegos sino conocernos a nosotros mismos, y no tanto -creo yo- probar que los griegos eran de tal o cual manera, como defender la idea de que es posible e incluso necesario oponerse a la violencia del mundo actual. Esa razón justifica ampliamente cualquier investigación, y desde luego valida de sobras el análisis de Romilly.

Viene bien un libro como este. Viene bien para Hislibris, portal de reseñas de libros de Historia los cuales en una inmensa mayoría tratan más de violencia que de ausencia de ella. Y viene bien para el mundo literario en general, para sus lectores, que con él salen ganando por partida doble: en primer lugar porque, cuando menos, ofrece un acercamiento a los clásicos, un recorrido por algunas de las obras de los textos griegos, recorrido del cual cada uno podrá sacar más o menos partido en función de sus conocimientos previos sobre esos textos; y en segundo lugar porque la única lucha lícita en la que todo vale es la lucha contra la violencia. Como dice Romilly, «desde luego, no creo que la literatura sea el primer remedio contra la violencia, ni el más eficaz. Si hay mucho que hacer para restaurar los sentimientos que acabo de nombrar, en primer lugar esa ingente tarea habría que llevarla a cabo en la realidad. Pero ¿por qué privarse de la ayuda de la literatura, la ayuda de la educación, la ayuda de los textos, la ayuda de Grecia, cuando está ahí, reconfortante y luminosa, capaz de prestarnos auxilio y al alcance de nuestras manos?»

 

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27 comentarios en “LA GRECIA ANTIGUA CONTRA LA VIOLENCIA – Jacqueline de Romilly

  1. farsalia dice:

    Vaya, vaya, el libro promete más de lo que parecía hojeándolo. Estupenda reseña.

  2. Hindenburg dice:

    De todos modos, tiene pinta de obra que busca los cinco pies al gato. Porque anda que venir con esas despues de las Termópilas, Salamina, Micala, la guerra del Peloponeso, Leuctra, etcetc… más forzada no puede ser la argumentación. Otra cosa es el debate, que siempre ha habido, de cuales son los límites de esa violencia o sus reglas de juego, cuestión perennemente espinosa, como seguimos viendo hoy en día: la violencia necesaria y la gratuita o cruel.

  3. Antígono el Tuerto dice:

    «anda que venir con esas despues de las Termópilas, Salamina, Micala, la guerra del Peloponeso, Leuctra, etcetc… más forzada no puede ser la argumentación.»
    Pues sí, la cultura griega era una cultura guerrera, es más, muy guerrera, ello explica no sólo sus guerras constantes (decía Negrete que la guerra era el estado natural de los griegos) sino también sus victorias sobre el Imperio de los persas (un estado sometido al Gran Rey y que por ello era relativamente más tranquilo…como sucedió con Grecia tras ser sometida por Roma).
    Por mucho que se admire a los griegos hay que reconocer que en su mundo la violencia era algo natural y hasta moralmente bueno, su división de polis y tribus hacía inevitable el conflicto; así que me parece que el libro es algo así como intentar encontrar una explicación enrevesada para sostener que en realidad los griegos eran unos cachos de pan que eran violentos por casualidad.
    Lo siento por Jacqueline de Romilly, que ha escrito muchos libros interesantes sobre la cultura helena, pero me parece que aquí se ha dejado llevar por sus deseos y no por los datos.

  4. Javi_LR dice:

    Estupendísima reseña, Cavi. Profunda, inteligente y muy crítica. Incluso demasiado lógica para mi gusto y con poca cabida para la intuición. Es cierto que es una cuestión realmente difícil la del tema del libro y, sobre todo, la de su correcta contextualización. Mojándome un poco, pues tu reseña no pide menos, creo que a la vez somos muy diferentes al mundo griego y muy similares. La manera en cómo contemplamos el mundo, en cómo el hombre, en esencia, es la misma, pero multitud de detalles nos alejan de esos tipos, pequeñas cosas que nos van distanciando de ellos toda vez que nos deshumanizamos, por un lado, y adquirimos conciencia, por otro. A uno le va quedando la impresión que los eslóganes van ganando terreno a las convicciones y estas se diluyen, cada vez más, en el ámbito de lo político o de lo conveniente. Del mismo modo, nuevos avances también han hecho que modifiquemos nuestros ángulos de vista. Con sinceridad, desde el fondo de nuestra razón lo que nos aleja más del concepto de la violencia que podía tener un griego es la lejanía/cercanía de conflictos que generan esa violencia. Y también deberíamos de especificar: lo que he venido diciendo siempre acotado al militarismo, ya que hay otros tipos de conflictos inherentes a nuestra cultura actual que generan una violencia nunca vista en la antigüedad. Detalles antibélicos y humanos los tenemos ahora y los tenían los helenos, tanto en sus hechos como en su literatura, pero el contexto, esa cercanía de conflictos, lo hacía todo diferente: nosotros (Occidente) los conflictos que generamos los tenemos bien lejos. Iría aún más allá: en ciertos conflictos del pasado siglo y de este, la expresión de la no violencia ha sido más tenue que lo que lo fuera en la antigua Grecia.

    Comprendo ese debate al que hace referencia Hindenburg, aunque no entienda la expresión de «violencia necesaria». O, mejor dicho, no comparta ese eufemismo. No creo que el debate válido sea entre violencia «buena» (o «menos mala») o violencia «mala», sino de ausencia total de ella. Al modo cristiano, para que nos entendamos. No ya porque dude en que el fin justifica los medios, no ya por el dolor que pueda generar, sino porque me pregunto si es, a fin de cuentas, práctico, lo cual enlaza con ese «necesario». Que conste que no tengo claro si defendería esa «violencia necesaria» en determinados casos, pero si lo hiciera, tengo para mí que lo haría desde el egoísmo.

    Antígono, creo que considerar que el griego percibía la violencia como algo «moralmente bueno» es más que discutible. O, al menos, son tierras movedizas. ¿A qué te refieres exactamente?, ¿a la costumbre heredada, a las normas de conducta socialmente aceptadas o a una percepción del bien y el mal? Yo he leído en muchas ocasiones a los autores griegos decir que la violencia es mala, en determinadas situaciones, de manera explícita e implícita; y a otros defendiéndola, también en determinados contextos. Algo bastante parecido a la actualidad, de hecho, salvo por los ropajes ya mencionados de lo políticamente correcto. En las tragedias, como expone Romilly, es algo meridianamente claro. Incluso en la más brutal, en las Bacantes, por la carga de irracionalidad y la bestial violencia que allí se ejerce, el hecho es obvio. Desde nuestra perspectiva moderna, el golpe que recibimos al leerla, a no ser que seamos unos sádicos, es tremendo. Cavilius duda de las conclusiones de Romilly pues se pregunta si el heleno percibía esos escritos de la misma manera. Pero… si no lo hiciera… ¿a cuento de qué, si no es por esa impresión, por esa catarsis…, el arrollador éxito de esa obra? Recordemos que en otras obras más, digamos, intelectuales, humanistas y «modernas» Eurípides no había cosechado mucho éxito popular. (Sin hablar del gozo estético que tiene la obra original per se.) Para mí, la conclusión es clara, sin necesidad de partir desde algo preconcebido: el griego de la calle percibía lo mismo que yo, o algo muy parecido, en la locura de Ágave: una burrada irracional de violencia que le encogía en el asiento. Todo en esa obra conduce a un arrebato buscado por el autor, palmo a palmo, verso a verso, acto a acto. Si estaba escrito para los griegos y para su concepción de la violencia, dentro de su «moralidad», ¿por qué a mí me produce el mismo efecto? ¿Pensaremos acaso que Eurípides escribía para personas de siglos venideros y sus coetáneos solo le aplaudieron por sus coros perfectos?

    ¡Saludos!

  5. Antígono el Tuerto dice:

    «creo que considerar que el griego percibía la violencia como algo «moralmente bueno» es más que discutible. O, al menos, son tierras movedizas. ¿A qué te refieres exactamente?, ¿a la costumbre heredada, a las normas de conducta socialmente aceptadas o a una percepción del bien y el mal?»
    Me refiero a la educación griega que hacía incapié en el culto al valor en combate (Ilíada) y a la defensa en favor de la polis (que en muchos casos era a nivel tribal); los propios juegos panhelénicos se concebían como un combate o lucha por tu propia polis. Eso no significa que los griegos amasen la violencia por la violencia, pero sí es cierto que muchas de las justificaciones que dan a la violencia son bastante paupérrimas, los griegos fueron una cultura que claramente exaltaba los valores guerreros, si bien es cierto que algunos griegos más que otros, no eran lo mismo los espartanos (cultura guerrera por antonomasia) que los atenienses pero todos participaban de un mismo culto guerrero…lo cual es normal teniendo en cuenta lo conflictiva que era la Grecia Antigua.
    Y ya me he enrollado ;-)
    Por cierto, magnífica reseña cavilius; aunque algunas de las ideas de la autora me chirríen.

  6. ARIODANTE dice:

    Magnífica reseña, Cavi. Magnífica, e interesantísima reflexión. Javi, me has dejado de una pieza con tu larguísima disertación. La has cogido con ganas, la palabra. ¡Dioses olímpicos! Menos mal que estás ocupadísimo, que si no, nos tienes aqui leyendo tu intervención hasta mañana por la tarde…
    Yo, la verdad, no sabría ahora mismo qué decir. Nunca se me había puesto por delante una reflexión de este cariz. Había visto siempre la violencia en Grecia como algo connatural, no sólo a Grecia, claro, sino a todos los pueblos contemporáneos a ella.

    Hay un punto en la reseña donde Cavi dice: «No contrapone, pues, violencia a no-violencia sino a justicia» y yo creo que efectivamente el asunto iría en esa línea. Pensar en el concepto de la no-violencia al modo oriental en la Grecia clásica es salirse del tarro. Eliminar la violencia en absoluto es algo incluso hoy en día impensable y difícilmente defendible, me parece. Bueno, defendible podría ser, pero realizable… Sobre todo si bajamos de la teoría a la práctica. Contraponer violencia a justicia me parece más lógico y razonable.
    Aún así, creo que el tema se centra en Grecia aunque sea, según Cavi, un intento de conocernos a nosotros en la medida en que somos herederos de esa cultura, y como dice Javi, no somos demasiado distintos a ellos, en esencia.

    1. Javi_LR dice:

      ¡Je…!

      Los atenienses lo tenían muy claro en ese punto, en el de la justicia/violencia. ¿Cuáles eran esas palabras con las que contestaron a los melios, recogidas por Tucídides? Eran algo así como: «La justicia es para dos opciones equilibradas. Pero cuando hay mayor fuerza en un lado, no hay justicia que valga». No es muy textual y buscaré la cita, pero algo así era.

      No obstante, Tucídides lo recoge de manera, digamos, poco afectuosa. Lo cual me dice que no estaba muy de acuerdo en ese hecho.

  7. JJSala dice:

    Violencia versus justicia.

    No lo veo nada claro. La justicia es un concepto relativo, no tiene vigencia material propia.

    Cuando hablamos de justicia nos estamos refiriendo a un mundo de estados y situaciones dependientes de leyes y costumbres.

    Por otro lado la violencia no es más que el uso de la fuerza individual o colectiva, contra algo o alguien y forma parte del genoma vital de todos los seres.

    En cuanto a los griegos, dudo que se plantearan la violencia (y la no-violencia) como algo más que un meero ejercicio filosófico y estético.

  8. farsalia dice:

    Ayer tarde compré este libro y lo leí en las horas siguientes. Realmente bueno. Interesantes las interpretaciones (pues de eso trata el libro, de interpretaciones) que Romilly realiza en a partir del material de qué dispone. Siendo interesante el libro en general, la sensación que me queda es que la argumentación es circular, volviendo una y otra vez sobre el mismo punto de partida: cómo los griegos, esencialmente los atenienses, reflexionaron sobre la violencia, ya en una tragedia anual, ya en relación con la práctica religiosa, ya en la vida cotidiana.

    Pues de ello trata el libro, de reflexiones griegas sobre (más que contra) la violencia. Romilly no cae en la excesiva idealización (aunque ella misma reconoce que algo hay) sobre la sociedad griega y como se enfrentó a sus propios demonios, para contraponerla a nuestra sociedad actual, en la que la violencia ya no sólo es cotidiana, sino endémica. No pretende tildar de pacifistas a los griegos (sería anacrónico), pero sí insiste en que el debate acerca de la violencia estaba muy presente en la sociedad griega, ya fuera en el agon, en el teatro o en el templo. Y en ese sentido, sus interpretaciones resultan más que interesantes.

    Un buen libro, sí señor, que vale la pena leer.

    1. Javi_LR dice:

      Sip, Farsalia. Estoy más cercano de tu mini reseña que de la de Cavi.

      1. Javi_LR dice:

        Por cierto, me viene a la cabeza unas líneas de un texto con el que estoy trabajando, el Logos enamorado, de María R. Gómez Iglesias, la ganadora del I Premio de Hislibris de relatos históricos y del III concurso de relatos mitológicos de LaRevelación:

        No se trata de conducirse al modo de los viejos clasicistas, abstrayendo de los textos principios y valores aceptados y eternos, pero tampoco de actuar poseídos por la meta incendiaria de reinventar el pasado, sometiendo la investigación a la nostalgia de arcadias perdidas.

        Creo que son palabras acertadísimas cuando se acomete el estudio de cualquier cultura antigua. En el estudio, porque en el placer y el arte (incluso, en algunos casos, en el la formación) cabe cualquier arcadia. A no ser que seas Platón.

      2. Javi_LR dice:

        Y otro «por cierto», la cita de Tucídides a la que hacía mención más arriba:

        En los asuntos humanos interviene la justicia cuando las fuerzas están igualadas, mientras que cuando lo hace la fuerza, los que son superiores actúan y los débiles se someten.
        (Th. 5.89)

  9. cavilius dice:

    Javi, es obvio que estás más cerca de la mini-reseña de farsalia que de la mía: la tienes justo encima de tu comentario…

    En realidad creo que farsalia y yo tampoco diferimos demasiado en las conclusiones acerca del libro, aunque yo sí que entendí el cometido del libro, por algunos párrafos en concreto que ahora tendría que buscar, como un cierta reacción de rechazo a la violencia del mundo actual. Algo así como «este mundo nuestro está endémicamente enfermo de violencia, habría que hacer algo, ¿no? ¡Busquemos ayuda entre los griegos!».

    Me reafirmo en lo que dije anteriormente: poca cosa podemos saber sobre cómo se enfrentaban los griegos a la vida, cómo interpretaban su día a día, cuál era la escala de valores del griego de a pie, si miraba al sol de cara o de reojo, si apreciaba la vida de un buey más que la de un saltamontes, si su paciencia se movía entre uno y diez o entre uno y cien, si observaba a menudo el cielo o prefería mirar a tierra, si le importaba dejar huella al caminar o lo hacía ligero para no marcar el suelo… Poco sabemos de todo eso, que son en verdad los elementos de los que se compone la vida y con los que se construye a sí mismo cada ser humano día a día, y el conjunto de seres humanos que habitaron Grecia en aquel tiempo constituyeron, con su día a día, lo que sea que signifique «ser griego»; poco sabemos de ello más que lo que nos ha quedado escrito por algunos de esos griegos. Textos que que dan pistas sobre qué significaba (qué suponía, mejor dicho) «ser griego» pero que son tan escasos como si quisiéramos conocer a los esquimales mirando un mapa de Groenlandia. Pero es lo que tenemos, no hay otra cosa sobre lo que fue «ser griego» más que esas migajas, así que hemos de aferrarnos a ellas como clavos ardiendo y estrujar meninges para deducir, inducir, imaginar, demostrar, suponer, que los griegos fueron así o asá, o en este caso, que rechazaban la violencia o que no lo hacían. Así de endeble es el edificio de la Historia de aquellos tiempos, tal como yo lo veo, y los ingenios han de aguzarse hasta lo inimaginable para tratar de reconstruir los tiempos pasados y las mentalidades de los hombres que los habitaron. Hace unas semanas leí sobre Demóstenes, de quien se sabe, por los textos de quienes le oyeron hablar que tenía ciertas dificultades de dicción pero que se desconoce cuáles fueron porque nadie las especificó; pues los historiadores suponen que tal vez tuviera problemas de pronunciación de la letra «r». ¿Cómo pueden saberlo? Porque, en proporción, es de los autores griegos que menos utilizó en sus discursos palabras que comiencen por esa letra, aproximadamente una de cada mil.

    De modo que no sé cuán próximos podemos estar los espectadores actuales de las Bacantes de los que la vieron a finales del siglo V a.C.. Para empezar, nosotros somos lectores de la obra, no espectadores. Además, el teatro en sentido moderno nada absolutamente tiene que ver con el teatro en sentido griego. Allí el griego iba a otra cosa, allí el estado le pagaba la entrada a quien no tenía un par de óbolos, allí los heraldos anunciaban y proclamaban acciones notorias que merecían reconocimiento, allí los huérfanos de guerra tenían asientos de honor. Allí no se representaba una función. El hecho del descuartizamiento de Penteo puede sobrecogernos, desde luego, pero no creo que ese sobrecogimiento se acerque a lo que un griego de entonces pudiera sentir al contemplar la escena. No puede ser, desde el momento que el espectador griego «vive la vida» de un modo diferente a como lo hago yo, y en su «vivir la vida» queda incluida la tragedia de las Bacantes. Su «vivir la vida» incluye entender la esclavitud como un hecho natural, cotidiano y no repudiable; entender que la mujer es un ser inferior semejante a una mercancía que se compra o se alquila y que permite procrear o dar placer; entender que el origen y la familia de un individuo importa más que el que sea buena o mala persona, y que un jurado escuchará con mejores oídos al de buena fama que al infame; entender que todo está lleno de dioses o bien que quizá no todo está lleno de dioses… Y todo esto no son más que reflejos de lo que realmente sería «vivir la vida» para un griego, porque todo esto proviene de la destilación de aquellos escasos y manoseados textos que decía antes.

    ¿Rechazaron los griegos la violencia? Probablemente. ¿La aceptaron? Probablemente también. Pero ¿qué entendían ellos por «rechazar», por «aceptar», por «violencia»? Juguemos a hacer suposiciones, porque de algo hay que hablar y con algo se ha de construir la Historia.

  10. farsalia dice:

    Destilación compleja de aquellos textos, también manipulada por nuestra perspectiva. Estoy de acuerdo contigo en gran parte de lo que dices: nosotros leemos las obras, ellos las veían y las vivían. También el «ser» griego nos viene mediatizado por esos textos, que, en en fondo, también eran otra reflexión de los griegos desde su propia perspectiva, o incluso algo alejada de ella: del mismo modo, por ejemplo, que hoy en día leemos sobre la vida cotidiana en Barcelona durante la guerra, especialmente si lo hacemos a partir de los textos ideologizados de la época o de las experiencias de periodistas como Orwell.

    Por tanto, la «experiencia» griega sobre la violencia era tan de «rechazo» como nos plantea Romilly en función de las tragedias? Es difícil saberlo. Con todo, algo de razón tiene Romilly en su circular libro conj las reflexiones que realiza. O, al menos, son reflexiones mediatizadas, sí, pero partiendo de algo.

  11. Antígono el Tuerto dice:

    El problema es que la visión que tenemos de los griegos esta deformada por nuestra época y por las idealizaciones políticas contemporáneas, como mencionaba un historiador podemos entender el concepto de democracia griego pero no sus creencias en la magia, los maleficios o los sacrificios (animales o humanos) en honor a los dioses, así que es muy difícil ponernos en la piel de los griegos de la Antigüedad.

  12. cavilius dice:

    Yo diría que, más que difícil, es imposible ponernos en el lugar de los griegos. Imposible no sólo de facto sino de iure, es decir, no sólo en la práctica sino por principio. Y no es que los griegos sean especiales, porque sucede lo mismo si intentamos acercarnos a la mentalidad o al modo de vivir y hacer las cosas de un romano, o de un caballero del Medievo, o de un francés de la corte del Rey Sol, o incluso de un japonés, o de un bosquimano, o de un esquimal de nuestros días. Somos lo que somos y hemos de cargar con ello siempre, una carga de la que casi nunca nos damos cuenta, una especie de «música de las esferas» que nunca oímos de tan acostumbrados que estamos a ella pero que siempre está ahí; y ese «ser lo que somos», esa música , es la que nos castra y nos imposibilita de iure y de facto, no para ver cómo fueron los griegos (en la medida que eso sea posible, como dije en mi comentario anterior) o los romanos, o cómo es un japonés o un esquimal, sino para entender qué es «ser un griego», «ser un romano», etc.

    De hecho, y para rematar esta visión solipsista y casi catastrofista de la Historia y del mundo, creo que ni siquiera puede llegar a entenderse cómo fuimos cada uno de nosotros en nuestros tiempos pasados. Yo tengo recuerdos de mi infancia, tanto de hechos como de maneras de pensar (el tener hijos ayuda a mantener vivas o a refrescar estas sensaciones olvidadas), pero soy incapaz de adentrarme en ellas, de entenderlas, de recuperarlas y comprenderlas; simplemente las contemplo como quien ve un documental en blanco y negro con la imagen borrosa y el sonido defectuoso. Y eso que se trata de mí mismo, tanto más cuando se trata de otras personas, de otras épocas, de otras civilizaciones.

  13. ARIODANTE dice:

    Cavi, cada vez me gustan más tus comentarios sobre este tema. Te estás poniendo de un filosófico que produce vértigo (Entre paréntesis, mi marido en su tesis doctoral entre otras cosas defendía que no podemos ponernos en el lugar de nadie).
    Por todo ese solipsismo del que hablas, creo que hay que ser muy cuidadoso al escribir una novela histórica; debemos repetir a los cuatro vientos que es ficción, por muy documentados que estemos. Porque hay un punto que es inevitable y en el que llevas más razón que un santo. No podemos pensar como pensaban ellos. Nuestros parámetros son diametralmente opuestos. Sólo somos parecidos en un punto, y no es baladí, por cierto: somos humanos, es decir seres que razonan y que sienten, que son capaces de distinguir entre el bien y el mal. Qué se conciba como bien y como mal, los detalles, ya es más cercano a cada época. Qué razonamientos pueblan nuestra mente, en cuanto a contenidos, también (no la estructura del razonamiento) puede variar. Los sentimientos, las emociones, son los mismos: por eso nos identificamos mejor con la literatura, que expresa sentimientos.

    1. Javi_LR dice:

      Yo, sin embargo, me niego a rendirme ante esa visión de las cosas. Por principios y porque tengo la seguridad de que ahí fuera se esconde la verdad, una realidad objetiva e independiente de nuestros caprichos subjetivos. Y porque sé que las gafas, que me hacen ver, como dice Cavi, mi misma vida pasada totalmente distorsionada por mis circustancias actuales, se pueden llegar a quitar, o se puede disminuir sus engañosas dioptrías. ¿Que no puedo encontrar la verdad? Posiblemente, no soy tan soberbio, pero, ya digo, al menos, por principios, lo intento. Aceptar ese solipsismo es aceptar una derrota para mí muy dolorosa, y quizá un sentido último que mueve mi vida, por no hablar de lo peligrosa que resulta para los que te rodean y de sus posibles frutos. El día que me rinda en ese asunto estaré más muerto que vivo.

  14. ARIODANTE dice:

    ¿Pero tú no estabas de viaje?¡Mira que hay vicio en esto…no podemos separarnos de la pantallita!
    Javi, el solipsismo no es total: existe en un cierto modo, y hay que contar con él; en otro, efectivamente, tenemos puntos en común. Y tenemos más puntos en común con los griegos clásicos que con los pueblos germánicos o nórdicos, por ejemplo, o con los bosquimanos, por poner un ejemplo alejado. Pero los puntos básicos siguen siendo los mismos, y radican en nuestra humanidad. Esta es la reflexión que se hace Conrad precisamente en El corazón de las tinieblas. ¿Qué une a Marlowe con Kurtz? ¿Qué le une a los africanos que Kurtz esclaviza y masacra? Y Conrad encuentra puntos de unión, y no sólo los buenos. Seguimos siendo viles, deshonestos, crueles, traidores …y violentos. Para nuestro bochorno.

  15. cavilius dice:

    Cierto lo que dices, Ariodante, muy cierto. Y sobre lo que comentabas acerca de escribir novela histórica, recuerdo algo que dijo aquel traductor de novelas (me temo que no recuerdo su nombre) que estuvo en el Caldito en abril: que en una novela no se le puede dar al público toda la fidelidad a una época histórica que el autor sea capaz de ofrecer, por la sencilla razón de que esa fidelidad en su mayor parte le es ajena al lector y le importa tres pepinos. Haciendo el paralelismo con la argumentación de este hilo, la idea sería: en una novela el escritor no puede pretender, suponiendo que fuera posible, transmitir la mentalidad de otra época porque al lector esa mentalidad ni le suena ni la entiende, y seguramente le rechinará y le parecerá incluso absurda o incongruente con el sentido común, es decir, incongruente con la época actual que es la suya.

    Javi, en absoluto entiendo la cuestión en términos de victoria o derrota, de rendirse o de salir airoso. Yo recuerdo que de niño me quedaba mirando a las palomas o a las nubes y ellas me daban la respuesta acerca de disyuntivas, dudas o modos de actuar que se me planteaban. El recuerdo está ahí, podría incluso tratar de revivirlo, volver a mirar las nubes (que cuando niño no sabía, ni me importaba saber, qué eran ni qué hacían allí en el cielo, y en cambio ahora ya sé qué son, físicamente hablando, y sé que unas se llaman cirros, otras cúmulonimbos, otras estratos, y que unas anuncian tormenta, otras buen tiempo…) y volver a encontrar respuestas a mis dudas actuales. Pero sé que todo eso no sería más que apariencia, fingimiento, como si me obligara a mí mismo a comerme un tomate porque sé que cuando niño me gustaba el tomate. Pero eso no es ninguna derrota, o al menos no hasta el punto de condicionar mi existencia y entenderla como una muerte en vida. Estamos montados en un tren y el paisaje va pasando, y pretender volver a ver lo que vimos hace diez kilómetros es inútil; podemos tratar de recordarlo, de rememorar las sensaciones que nos produjo el haberlo visto, de sentarnos en el asiento del vagón en la misma postura en que estábamos hace diez kilómetros, pero nada más, eso es todo. No por eso uno ha de sentirse más muerto que vivo, porque no sé si tiene sentido ser capaz de tener presente, aprehensible como la primera vez, lo que vimos hace diez kilómetros. Eso sería algo así como el mito del eterno retorno nietzscheano. Por supuesto que me gustaría poder revivir el instante, tal cual fue, de hace diez kilómetros; por supuesto que me gustaría volver a entender el idioma en que hace 30 años me hablaban las nubes; pero eso sólo lo lograría volviendo a ser niño, y eso me temo que es imposible.

    ¿Entonces no hay solución, no hay salida, no hay meta en este camino? Por supuesto que sí: no es un camino sin meta, sino que la meta es el propio camino.

  16. ARIODANTE dice:

    La magdalena, la magdalena de Proust.
    El traductor, y muy bueno, por cierto, era Carlos Fortea.
    Bueeno…yo no llegaría a afirmar que la meta es el camino, y que se hace camino al andar, y todo eso.
    Sólo que el hilo que se mantiene a lo largo de nuestra vida y a lo largo de la vida de la humanidad es un hilo de Ariadna, un hilo finísimo: nos permite salir y nos permitiría volver a entrar. Pero si volvemos nos podemos encontrar con algo que no queremos ver: el cadáver de un monstruo, probablemente.
    Uuuh, qué literaria estoy esta mañana…

    1. Javi_LR dice:

      De mi idolatrado Aute:

      La verdad
      dónde estará la verdad,
      la verdad, la verdad, la verdad.

      Dónde estará el sendero
      que naciera de mí,
      por qué oculto deseo
      no me basta existir.
      Por qué busco y no encuentro
      las raíces en mí,
      es que acaso los muertos
      las hallarán al fin.

      Yo rechazo el misterio
      que me esconde de mí
      y le reto al silencio
      que me invita a morir.
      Pues que vivo sin puerto
      y no es caso de huir,
      mi temor, que es el vuestro,
      no es buen barco a subir.

  17. ARIODANTE dice:

    Otro que está literario…

  18. cavilius dice:

    El poema que siempre cito, de Manuel Machado:

    Esto es sumamente serio
    y encierra un sentido grave.
    La fuente tiene un misterio:
    dice… lo que el niño sabe.

    Porque él lo sabe, y atento
    a la parlera corriente
    tiene lleno el pensamiento
    del discurso de la fuente.

    Pero tú no entenderás
    la voz demasiado oída.
    Eso no se sabe más
    que al principio de la vida.

    Todos mis comentarios anteriores podrían suprimirse porque este poema expresa lo que torpemente he querido decir yo.

  19. Antígono el Tuerto dice:

    Que metafísicos estamos.

  20. Lopekan dice:

    Muchas veces un breve poema —sobre todo si es de los Machado— ilumina, ilustra, y ofrece más consuelo que toda la disertación, argumentación y semiótica de la que seamos capaces. Dicho esto, sigo con mi prosa prosaica:
    ¿Nos hemos fijado en la «mascota» del blog? un mini-hoplita. Representamos al protagonista de la historia con un escudo para defenderse, lanza para atacar, y casco con cimera para fardar. Parece que la Historia —no sólo la de los griegos— se escribe con violencia (no «contra» ella).
    Por cierto, me encanta el hoplita «RSS» de arriba a la derecha :))

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