FASCISTAS – Michael Mann

Michael Mann (n. 1942) es un sociólogo británico-estadounidense cuyo prestigio proviene fundamentalmente del libro Las fuentes del poder social (Alianza, 2004), uno de los trabajos capitales en el ámbito de la sociología histórico-política. En su obra Fascistas (Fascists, 2004), Mann realiza un análisis genérico de los principales movimientos fascistas históricos, a saber, los de Italia, Alemania, Austria, Hungría, Rumania y España (país cuyo movimiento fascista fue comparativamente el más débil). En procura de un estudio lo más comprehensivo posible, Mann concilia los elementos ideológicos con los de índole material, es decir, las motivaciones y los principios que conformaban el discurso de los movimientos fascistas junto con su actuación concreta y sus organizaciones de poder. Esto supone un análisis exhaustivo de las condiciones históricas y de las bases sociales que fomentaron el auge de los fascismos, sin menospreciar las promesas que hacían los fascistas a sociedades particularmente vulnerables en una etapa crítica de la historia (no era la sofisticación ideológica el fuerte de los fascistas, ciertamente, pero la capacidad de convocatoria de un partido o movimiento rara vez depende de dicho factor). Como se puede suponer, el análisis comparativo de Mann arroja considerables diferencias entre los casos estudiados, no obstante lo cual la perspectiva genérica resulta perfectamente válida: los fascismos del período de entreguerras constituían, en palabras del autor, «variaciones a temas comunes».

Visto en retrospectiva, acaso nos resulte difícil comprender el atractivo que podían ejercer unos movimientos como los de tipo fascista, que prometían erradicar a los elementos perturbadores de la armonía social en momentos en que no había peor agente violentista y socialmente perturbador que los propios fascistas. Este es precisamente uno de los problemas clave que busca afrontar un estudio como el que reseño. El autor distingue inicialmente tres ingredientes esenciales de los movimientos fascistas: nacionalismo orgánico, estatismo radical y paramilitarismo. Unas pocas palabras sobre esto. El elemento orgánico proviene de la manida comparación de la nación con un organismo viviente compuesto de partes armónicamente distribuidas y que funcionan de modo solidario, en pos de metas comunes; como se sabe, a los fascistas les era muy querida la idea de restaurar el sentido de pertenencia a un todo orgánico, una comunidad, en una suerte de contraataque frente a las fuerzas centrífugas de la modernidad. La asimilación del poder estatal, en segundo lugar, no representaba para los fascistas tanto un fin en sí mismo como un medio para anular toda forma de disidencia y ejercer control social, en vistas a la implementación de un proyecto holístico de sociedad; el componente estatizante del fascismo no implicaba necesariamente un repudio integral del modelo económico capitalista. El paramilitarismo, lejos de ser una característica incidental, era la expresión de una voluntad inherente al fascismo de recurrir a la violencia sistemática, física y simbólica, a la vez que un anticipo de su ideal de sociedad homogénea, disciplinada y agresiva. En términos generales, Mann postula que el artículo básico del discurso fascista, aquel que concitaba mayor acuerdo por parte  de la ciudadanía, era la promesa de trascender el conflicto de clases y de partidos, suprimiendo todo aquello que, en vez de unificar, dividía a la nación. De esto derivan los otros dos ingredientes fundamentales del fascismo: el afán de trascendencia y el propósito de limpieza étnica o política de la sociedad.

Valiéndose del caudal de fuentes secundarias existentes en torno a la cuestión, Mann evalúa la base social de los diversos movimientos fascistas (voto, militancia, simpatizantes). En el caso de mayor impacto histórico, el escrutinio demuestra que el nazismo ejerció un atractivo generalizado en la población alemana, tal que sus patrones de votación y de militancia resultan bastante representativos de la estructura de clases de Alemania. Sin embargo, hubo dos segmentos que se mostraron particularmente reacios a dejarse permear por la seducción nazi: los católicos, representados hasta 1933 por el Partido de Centro Católico (el Zentrum), y los obreros de la industria pesada, quienes proporcionaban el grueso de la militancia socialista y comunista. De modo coherente, «rojos» y «negros», izquierdistas y católicos, eran objeto preferente de la animadversión de los nazis, que los consideraban elementos extraños a la nación. Con todo, Mann enfatiza que los estudios de las décadas recientes muestran un importante apoyo al nazismo proveniente del sector obrero, el que se explicaría sobre todo por el atractivo del discurso nacionalista; la evidencia permite interpretar al partido nazi como un partido de protesta nacional socialmente transversal. Por otro lado, el afán de trascender el conflicto de clases es, según el autor, el atributo más volátil del «mínimo común fascista» perfilado arriba: el fascismo italiano resultó claramente conservador y burgués, mientras que el fascismo rumano se tornó decididamente proletario.

Cabe pensar que sin crisis económica no hubiese habido regímenes fascistas, ni se hubiese verificado un auge de los movimientos fascistas (llegasen o no al poder), pero tampoco hay que llevar esta suposición hasta el extremo de sostener que la crisis explique ambos fenómenos. No fueron los más afectados por la Gran Depresión, la masa de desempleados, los que proporcionaron la principal base de apoyo social al fascismo; tampoco aspiraban los fascistas a representar a una clase, confrontada a las demás, sino a trascender las divisiones de clase y a limpiar la nación de sus (presuntos) enemigos. Estos son solo algunos de los elementos que desacreditan la interpretación economicista del fascismo, que establece una causalidad directa entre la teoría de lucha de clases (de raigambre marxista) y el ascenso del fascismo. Por descontado que tampoco se trata de ver en los fascistas a unos secuaces o auxiliares de un capitalismo en crisis; Mann proporciona una convincente argumentación en torno a esta cuestión. Otra vertiente del problema es la de los fascistas como simples reaccionarios, opuestos a la modernidad en su totalidad. No cabe reducir la comprensión de un fenómeno complejo como el fascismo a sus aspectos retrógrados; al respecto nuestro autor reivindica conceptos como los de «modernidad resacralizada» (Emilio Gentile) y «modernismo reaccionario» (Jeffrey Herf), al tiempo que hace hincapié en la profunda afinidad de los tecnócratas nazis con las nociones modernas de administración (cfr. Michael T. Allen, Hitler y sus verdugos). Ciertamente, la fascinación del Tercer Reich por la tecnología moderna de las autopistas y los armamentos avanzados no es propia de un antimodernismo radical.

Una de las observaciones inquietantes que Mann realiza es que el caso alemán demuestra que la existencia de una sociedad civil no es siempre garantía de un régimen democrático y libertario. La Alemania de entreguerras era un país con un alto nivel de asociatividad, con un denso entramado de redes sociales y un grado importante de autonomía  organizativa (organizaciones no subordinadas al estado o al mercado). Desde la representación de intereses gremiales a los deportes y la recreación, Alemania mostraba un alto nivel de activismo y compromiso social, siendo por tanto una sociedad mucho menos fragmentada o atomizada de lo que suele pensarse. Había una sociedad civil fuerte, y los nazis se hallaban en medio de ella; «dirigida por éstos -afirma nuestro autor-, se convirtió en una sociedad civil fuerte pero malvada».

El libro es excelente, sin embargo la traducción dista de ser impecable. A juzgar por la edición española de Las fuentes del poder social, no se puede considerar a Michael Mann un estilista, pero puede que la traducción de Fascistas exagere el carácter entrecortado y apresurado de la escritura del autor. Más graves son los evidentes errores de traducción. Por ejemplo: «La Eliade rumana denunció…» (p. 97); a todas luces, el texto original ha debido referirse al estudioso rumano Mircea Eliade. Que yo sepa, Sturmableitung, el nombre de un organismo paramilitar de los nazis (la famosa SA), se traduce como Sección o División de Asalto, no como «Sección Tormenta» (p. 161). Ersnt Kaltenbrunner fue jefe del Servicio de Seguridad (Sicherheitsdienst) del régimen nazi, no de la «socialdemocracia de Hitler» (p. 245, una confusión nacida seguramente de las iniciales SD).

– Michael Mann, Fascistas. Publicacions de la Universitat de València, 2006. 449 pp.

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7 comentarios en “FASCISTAS – Michael Mann

  1. Trecce dice:

    Magnífica la reseña, Rodrigo. Enhorabuena por ella.

  2. Farsalia dice:

    Muy buen libro. Lo leí hará un par de veranos. Es interesante el planteamiento del libro, como comenta Rodrigo, teniendo en cuenta además que Michael Mann (siempre pienso en el director de cine, jejeje) es sociólogo, y precisamente sus libros utilizan un método de análisis que a los historiadores más canónicos puede espantarles. El análisis de grupos, sectores y comportamientos sociales para explicar el auge de movimientos fascistas. No es un libro de lectura fácil para neófitos en la materia, precisamente por esa concepción sociológica del autor y por un planteamiento teórico que puede despistar. Pero es un libro que indaga en los «entre líneas» de la literatura específica sobre los fascismos. Escribió también El lado oscuro de la democracia : un estudio sobre la limpieza étnica, que puede verse como una continuacion de este volumen: hemos visto a los facismos, veamos ahora los sistemas democráticos, parece decir.

  3. Rodrigo dice:

    El libro es una suerte de aplicación focalizada del modelo teórico formulado por el autor en Las fuentes del poder social, un trabajo verdaderamente monumental. Como es de rigor, se desarrolla en base a una conceptualización genérica del fascismo que recoge y asimila buena parte de las aportaciones realizadas por expertos en el tema, enfatizando –y esta es la peculiaridad más significativa del libro- el aspecto sociológico de la cuestión. Y lo hace desde una perspectiva bastante más amplia que la de la mera estructura de clases, que en solitario supone a estas alturas un riesgo de reduccionismo y obsolescencia teórica.

    No es un árido tratado de teoría sociológica, y aunque de relativa complejidad, resulta recomendable para todo interesado en el tema del fascismo.

    La traducción sí que es fastidiosa, como he señalado.

    Uno que de veras sabe de estas cosas, Ian Kershaw, opina que el libro de Mann ofrece el análisis comparativo más profundo llevado a cabo sobre los seguidores del movimiento fascista, sus motivaciones y acciones.

    Gracias por los comentarios.

  4. David L dice:

    Excelente reseña Rodrigo. Entrando ya en materia sobre lo expuesto aquí, resulta complicado poder establecer un “decálogo” del fascismo, es decir, las diversas características de lo que podríamos denominar “concepto-fascismo” se muestran muy diferentes teniendo en cuenta el país donde se desarrolla este peculiar tercera vía entre el liberalismo y el socialismo marxista, como muchos la han denominado.

    En Italia hablamos de una revolución de corte conservadora y burguesa, es como muy bien califica otro gran conocedor del tema, Emilio Gentile , un maximalismo de las clases medias. Este defendía la burguesía productiva manteniendo el rol histórico del capitalismo y la necesaria colaboración de clases para evitar caer en el caos organizativo y financiero. En cierta manera el fascismo italiano aceptaba el régimen republicano, pero acabó manteniendo a la monarquía. Curioso ¿no?

    En el caso rumano, los fascistas de la Guardia de Hierro eran anticomunistas, antiparlamentarios y he aquí la diferencia con el fascismo italiano, profundamente cristianos y antisemitas. Además, en su intrincado credo ideológico los fascistas rumanos mezclan en un mismo saco los términos socialismo-nacionalismo-cristianismo no rechazando la Monarquía, sino la República. ¡Ahí es nada!

    La Falange en la España de los años treinta pasó también por varias etapas que marcarían la peculiar evolución de esta formación. José Antonio Primo de Rivera, el líder más destacado de Falange, decía que” el ser de derechas o de izquierdas era expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir”. Puede parecer un concepto demasiado reduccionista para denominar el falangismo, pero puede acercarnos a la singular manera de concebir la política de los calificados “fascistas”, en esta caso españoles.

    Un tema fascinante el fascismo, a mí me interesa mucho la implicación de los intelectuales, verdaderos artífices y mantenedores del sustrato ideológico del que debían nutrirse las masas. Me gustaría hacerte una pregunta Rodrigo: ¿Qué papel otorga Michael Mann a la labor desarrollada por los mencionados intelectuales en el triunfo del fascismo, calificando a éste como concepto genérico de los grupos englobados en la calificada anteriormente tercera vía?

    Un saludo.

  5. Rodrigo dice:

    Hola, David.

    Las referencias al segmento de los intelectuales son genéricas e incidentales, con la notable excepción del caso rumano. Mann puntualiza que el fascismo ejerció en la intelectualidad rumana un atractivo mayor que en la de ningún otro país, contándose entre los seducidos un par de intelectuales cuya labor trasciende los márgenes del desvarío fascista: Mircea Eliade y Emil Cioran.

    Si nos atenemos a una concepción más bien laxa de la categoría “intelectualidad”, se puede destacar que en los dos casos más emblemáticos, el italiano y el alemán, el segmento de profesionales liberales y con alta calificación académica estaba altamente representado en el conglomerado de votantes y simpatizantes, con un sorprendente grado de compromiso militante en el caso alemán (las SA y las SS captaron un importante porcentaje de personal altamente cualificado). En todo caso, tengo que decirte que el libro dista mucho de ser una historia ideológica del movimiento fascista, y si a esto sumamos como premisa la relevancia comparativamente menor del ingrediente ideológico en el fascismo –no del todo insignificante pero sí muy pobre en contraste con el marxismo-, la verdad es que el papel de los intelectuales no cuenta demasiado. En este estudio en particular.

    Lo que no quiere decir, insisto, que dicho ingrediente ideológico sea desde todo punto de vista irrelevante. De hecho, Mann considera la variable ideológica como una de las cuatro fuentes del poder social. Sucede que la perspectiva de un estudio concreto como éste, que se centra en la dinámica del apoyo social a un movimiento y cuya metodología supone un grado importante de cuantificación (en fuentes secundarias), deja fuera de foco al papel específico de los intelectuales como proveedores de fundamentos doctrinarios (como creadores o movilizadores de ideas). Por demás, las afirmaciones de Mann acerca del atractivo ideológico del fascismo son de un talante similar a las de un Peter Fritzsche, por ejemplo, en su libro De alemanes a nazis (aquello del anhelo generalizado de regeneración nacional y reforma social, etc.).

    Exactamente, como dices, el caso italiano resulta muy curioso. Quitando la alharaca retórica, acaso fuera el menos revolucionario de todos… aunque no por falta de ganas: harto se afanaron Mussolini y los suyos por hacer de la Marcha sobre Roma –un mito más que otra cosa- la pretendida “revolución italiana”. Precisamente porque las condiciones del país eran las menos propicias para llevar a cabo una genuina revolución política, social y económica –de tipo fascista-, el fascismo italiano compensó o trató de compensar su déficit revolucionario con una gigantesca parafernalia ceremonial o litúrgica, la que debía inducir en las masas la percepción de un orden social distinto del preexistente. De ahí que Gentile haga tanto hincapié en el significado del fascismo italiano como religión política.

    Saaalud.

  6. David L dice:

    Hola Rodrigo,

    No sé si has tenido la oportunidad de leer la obra de Zeev Sternhell “ El Nacimiento de la ideología fascista”, yo estoy ahora mismo metido de lleno en su lectura y te la recomiendo sin duda. Es curioso porque Sternhell sitúa los orígenes del fascismo no en el período de entreguerras, ni tan siquiera como resultado de la crisis de la Gran Guerra, sino que lo emplaza ya desde principios del siglo XX y, además, lo ubica geográficamente en Francia. Considera este autor que la Francia del nacionalismo integral, de la derecha revolucionaria, es la verdadera cuna del fascismo. Es en en el país galo donde se desarrolla la génesis de lo que después denominaremos fascismo y sería en Italia donde se perfeccionaría intelectual, política y socialmente. En definitiva, Sternhell califica al fascismo como una revisión muy específica del marxismo, y no una variedad del mismo, como se ha indicado en otras ocasiones . Este autor viene a querer demostrar que el fascismo supone una revisión del antimaterialismo y del antirracionalismo definidos por el marxismo. Y, como principal impulsor de este examen al mencionado marxismo emerge como figura principal George Sorel, líder del sindicalismo revolucionario francés, verdadero artífice a la hora de nutrir ideológicamente al fascismo.

    Ya sé que la obra de Mann parece estar más orientada a describir los distintos movimientos “fascistas” desarrollados en Europa que a disertar sobre filosofía política, pero creo que este apunte bien puede servir para posicionar en su justa medida la denominación de Fascismo.

    Un saludo.

  7. Rodrigo dice:

    Leí ese libro hace tiempo, David, allá por los 90. Me encanta que compartamos el interés por este tema.

    Recuerdo que los autores, tres académicos israelitas, reivindicaban desde una perspectiva crítica la importancia de la ideología en el fascismo, y que situaban el revisionismo soreliano del marxismo, en síntesis con un nacionalismo orgánico o tribal a lo Maurice Barrès, como una de las fuentes primordiales del fascismo. La conexión con el marxismo es indirecta, pasa justamente por la versión muy heterodoxa de Sorel y el sindicalismo social-nacionalista francés e italiano previo a la Primera Guerra Mundial, y supone desde los orígenes un franco rechazo del materialismo y el racionalismo marxistas.

    Es un libro muy interesante. Uno de los coautores, Mario Sznajder, es nacido en Chile y viene de cuando en cuando a este país, a dictar conferencias. He tenido la suerte de asistir a un par de ellas y me han dejado una excelente impresión.

    Saludos.

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