EL PRÍNCIPE ROJO – Timothy Snyder

9788415863946Principios del siglo XX. Europa está inmersa en una época de profundos trastornos socioculturales y en su seno se gesta un cataclismo que arrojará el continente a unos segundos Treinta Años de pesadilla. En los años de vértigo que preceden a la catástrofe, los Habsburgo pueden tenerse por encarnación de la estabilidad y la permanencia. Erigida en dinastía reinante desde 1273, cuando Rodolfo de Habsburgo accedió al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, la Casa ha sobrevivido a la Reforma, a la Revolución Francesa y a las guerras napoleónicas; a la disolución del Sacro Imperio, a la oleada revolucionaria de 1848 y, en la segunda mitad del siglo XIX, a una sucesión de derrotas militares a manos de potencias emergentes. Francisco José gobierna desde 1848, y es en 1914 “el emperador más viejo del mundo” (Joseph Roth), tanto por su edad como por la duración de su reinado, y el único soberano que ha conocido la mayoría de sus súbditos. Él mismo simboliza la capacidad de resistir, pues ha debido soportar la muerte de sus seres más cercanos: su esposa, su único hijo y su hermano. Sin embargo, en el siglo que siguió a la derrota de Napoleón, una fuerza ha tenido tiempo suficiente para madurar y ejercer al fin su poder centrífugo: el nacionalismo, cuya amenaza conoce el emperador desde su coronación. Es por obra de esta fuerza que, más que nunca, se ve expuesta la estructura en que se sustenta el reinado Habsburgo como una construcción artificial, no tan precaria que sea incapaz de sortear por buen tiempo los embates nacionalistas, pero sí vulnerable. Y es por necesidad –y por tradición- que el frondoso linaje Habsburgo hace gala de un airoso cosmopolitismo… hasta que el ascenso del nacionalismo obliga a trazar planes especiales. Planes de los que surgiría un Habsburgo ucraniano por propia elección, aspirante a una soñada corona de Ucrania y a quien sus compatriotas electivos llamarían “el Príncipe Rojo”, por su tendencia a simpatizar con los intereses del pueblo llano. 

A fines del siglo XIX, uno de los miembros de la Casa de Habsburgo, el archiduque Carlos Esteban (1860-1933), decide hacerse polaco en previsión del surgimiento de un reino de esa nacionalidad cuya corona, cómo no, asumiría (si no él, sus hijos). La familia toma como residencia un castillo en Galitzia, provincia septentrional del imperio austro-húngaro con una fuerte presencia polaca. Los hijos del archiduque aprenden polaco como lengua materna, y él espera que todos ellos se impregnen de “polonidad”. Pero uno de ellos se rebela contra los planes paternos: es el hijo menor, Guillermo, archiduque de Habsburgo-Lorena nacido en 1895. En vez de la identidad polaca, adopta la ucraniana, también presente en la provincia. Es una opción problemática puesto que la nación carece de una tradición monárquica autónoma, y al nombre “Ucrania” le falta el relumbre histórico y simbólico de Polonia (en Occidente, un sinónimo de patriotismo y anhelo de independencia). Todo arranca en 1912, cuando Guillermo explora de incógnito la zona ucraniana de Galitzia, disfrutando de la hospitalidad de sus rústicos pobladores; principia también a compenetrarse del idioma ucraniano, del que hasta entonces sólo conocía unas cuantas palabras. Durante la Primera Guerra Mundial, el joven oficial Guillermo comanda tropas ucranianas, se identifica con los hombres bajo su mando y anhela fundar un reino ucraniano, un reino matizado quizás de un difuso socialismo. (¡De verdad era joven, Guillermo!) Comienza a usar una camisa bordada ucraniana debajo de su uniforme austríaco. En 1918, aprovechando el desmoronamiento del orden zarista, se instala durante un tiempo en la Sich de Zaporozhia (Ucrania), el campo fortificado que ha sido durante siglos la capital virtual de los cosacos, y allí aglutina fuerzas ucranianas dispuestas a combatir por la independencia nacional. Pero los acontecimientos no son propicios a las aspiraciones del Príncipe Rojo, ya que ni los alemanes –que en 1918 son los verdaderos señores del país, hasta que se ven obligados a retirarse- ni los bolcheviques –sus sucesores- ven con buenos ojos la idea de un estado ucraniano soberano.

Antes de Tierras de sangre (2010), obra que le dio fama en el mundo hispanoparlante, Timothy Snyder había publicado en 2008 la biografía de Guillermo de Habsburgo-Lorena. Ahora la tenemos traducida al castellano, a remolque del bien ganado prestigio del autor; enhorabuena, pues es un buen libro. Aunque no cuente en el registro de grandes estadistas o estrategas del siglo pasado y difícilmente se lo pueda considerar modélico, el personaje merece atención porque la suya fue una trayectoria pletórica en acontecimientos de todo tipo, y porque el telón de fondo de la misma es de primerísimo interés. Guillermo (1895-1948) vivió en aquella primera mitad del siglo XX que determinó la historia no sólo de Europa sino en grandísima medida del mundo, y su vida aventurera y trashumante estuvo entrelazada con los hilos que compusieron la urdimbre del período. A medias un típico aristócrata llevado de sus caprichos, un juerguista veleidoso de la existencia y falto de la necesidad de rendir cuentas de sus actos; a medias un alma denodada y comprometida, capaz de honrar una causa nacional que por nacimiento le era ajena, y de honrarla al extremo de sacrificarle la vida misma: Guillermo de Habsburgo-Lorena, el Príncipe Rojo de los ucranianos, ofrece una buena ocasión de sondear la época.

Sus zigzagueos en el plano de los proyectos y las convicciones, sus idas y venidas a través de las fronteras de Europa, la variedad de gentes con las que trabó relación: desde soldados de origen campesino hasta testas coronadas, pasando por estafadores, trepadores, intelectuales nacionalistas, espías, conspiradores políticos e individuos de baja estofa que le sirvieron de amantes ocasionales –pues era bisexual-; todo en la vida del personaje habla tanto de una aristocrática inconstancia como de un espíritu libérrimo, renuente a las ataduras (de la clase que fueran). Guillermo era apuesto y encantador, y un archiduque, miembro de una deslumbrante Casa imperial. Casi nunca supo de las modestas preocupaciones materiales que constriñen y no pocas veces oprimen a la mayoría del género humano. Con su liviandad de vividor y de aventurero, no es casualidad que el vendaval de ideas y tendencias de la época lo zarandease como a una veleta. Coqueteó con el socialismo, pero también con el fascismo. Su educación políglota e imperial lo hacía proclive al cosmopolitismo, pero se identificó con la causa ucraniana (tanto que se hizo con un nombre ucraniano: Vasil Vishivani). Lo escandalizó el arraigado prejuicio antisemita de sus queridos ucranianos, capaces de cometer los más cruentos pogromos; años más tarde, no obstante, lo sedujo el antisemitismo nazi… del que lo enajenó la mismísima brutalidad de los nazis, que torturaron y esquilmaron a la rama polaca de su linaje (los hermanos y sobrinos de Guillermo, nada menos). Monárquico de toda la vida, acabó militando en un partido republicano austríaco.

Después de su episodio ucraniano, Guillermo acarició la ilusión de contribuir desde Francia a la restauración de los Habsburgo, al tiempo que se daba a los placeres de un auténtico bohemio; un escándalo judicial y la difusión por la prensa francesa de los pormenores de su vida disoluta –incluidas sus correrías homosexuales- dieron al traste con el plan. Residente una vez más en Austria, se vinculó con oscuros círculos de extrema derecha de Europa central, aproximándose al nazismo en parte porque creía que una Alemania triunfante en el este apoyaría la creación de un estado ucraniano. (La fidelidad a Ucrania fue quizá la única que permaneció inalterable a lo largo de su vida.) Durante la Segunda Guerra Mundial espió para los aliados occidentales, transmitiéndoles información sobre los alemanes; en la posguerra prosiguió su actividad clandestina, pero con los soviéticos como objetivo. Finalmente, el contraespionaje soviético lo capturó. Las autoridades de la URSS lo acusaron y condenaron por sus actividades antisoviéticas, las que además del espionaje reciente comprendían sus intentos de crear un reino ucraniano, treinta años atrás; quién sabe, quizás se tomó esta parte de la acusación –anclada en su más profunda pasión política- como un motivo de orgullo. En todo caso, para entonces su salud estaba minada por la tuberculosis y una afección cardíaca, por lo que no resistió mucho tiempo al cautiverio.

En una Europa desgarrada por los nacionalismos, Guillermo de Habsburgo-Lorena fluctuó entre la identidad apátrida y una nacionalidad escogida por él mismo. Por supuesto, no era ésta una de carácter legal, pero sí lo era en sentido emocional, y en un individuo tan poco convencional como él (inconstante y escasamente arraigado), semejante afinidad electiva podía surtir un efecto muy poderoso. De hecho, nuestro hombre arriesgó sosiego e integridad física en aras de su quimera ucraniana. Y lo hizo a sabiendas de que el obstáculo a esta quimera, la URSS, era a la sazón el enemigo más formidable que cupiera imaginar. En el origen de sus planes para Ucrania había tanto de romanticismo como de pragmatismo. Al parecer, desde su peripecia adolescente de 1912 quedó por siempre prendado de ese pueblo de feroces bandoleros y de indómitos guerreros cosacos –tal era la leyenda-. Si la época dictaba que los pueblos debían disfrutar de la autodeterminación, ¿por qué excluir a los ucranianos de este derecho? Pero también había un fondo de ambición personal: en vez de resignarse a ser un comparsa en Polonia, o en Austria, podía aspirar a ser rey en Ucrania. El primer Habsburgo ucraniano sería por demás leal al linaje imperial, extendiendo así el poder y el prestigio de la dinastía… En su edad madura, Guillermo había abandonado sus juveniles proyectos, pero el ideal de la independencia ucraniana no se lo arrebató ni siquiera el peligro soviético.

– Timothy Snyder, El príncipe rojo: las vidas de un archiduque de Habsburgo. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2014. 448 pp.

 

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6 comentarios en “EL PRÍNCIPE ROJO – Timothy Snyder

  1. José Sebastián dice:

    Magnífica reseña Rodrigo. No conocía su historia. ¡¡¡Menudo personaje el Príncipe Rojo!!!.

    Me has recordado con tu reseña a otro personaje que «iba por libre» y con ciertos paralelismos con el archiducque de Habsburgo: Roger Casement (cuyas peripecias relata Mario Vargas Llosa en su novela «El Sueño del Celta»). De diplomático del Imperio Británico – y Sir – pasó a convertirse en patriota irlandés ejecutado por traición y espionaje a la Corona Británica. También se ocupó de los desfavorecidos denunciando el salvaje colonialismo en el Congo Belga y en la Amazonía, aunque ello le costara su cargo diplomático y su estatus. También destacó por su libertina vida sexual.

    Si en otros hilos hablábamos de la trágica historia de Polonia, ¿Qué decir de Ucrania? Incluso hoy en día, alcanzada la independencia, el país sigue preso de una funesta maldición.

    El personaje y el autor – Timothy Snyder – le confieren a esta obra un atractivo especial.

    Saludos y felicidades por la reseña.

  2. Rodrigo dice:

    Mira, no se me había ocurrido esa asociación. Y sí, perfectamente podemos hallar más de algo en común entre Casement y el Príncipe Rojo. Dos espíritus inquietos y a su modo transgresores, con los nacionalismos haciendo de vectores de sus respectivas existencias.

    Muchas gracias, José Sebastián.

  3. Derfel dice:

    Este libro caerá, antes o después.

    Tiene todos los elementos para hacer atractiva una historia.

    Rodrigo, siempre descubriendo libros.

  4. Rodrigo dice:

    Movida, emotiva, atractivísima historia, y con un trasfondo histórico de lo más interesante.

    Gracias, Derfel.

  5. Milius dice:

    Está en la lista de espera. ;-)

  6. Rodrigo dice:

    Muy bien, pues.

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