EL PEQUEÑO SALVAJE – T. C. Boyle

Quizás por ser un tema muy conocido, quizás porque hay una película homónima (la de Truffaut, en 1969) que también ha tratado ―y muy bellamente― esta historia, parece que al pasar las páginas de El pequeño salvaje de T.C. Boyle, volvemos a encontrarnos en un lugar ya familiar. Inevitablemente los que hemos visto la película nos vemos mediatizados por el recuerdo, e incluso el propio autor reproduce escenas que nos llevan directamente a momentos del filme. Pero la historia contada por Boyle ―publicada en 2010 en América― diverge de la contada por Truffaut, más poética; probablemente la de Boyle se acerque más a una especie de reportaje histórico que a una novela. Tanto el escritor como el cineasta basan su relato en unos hechos reales: el niño salvaje existió, como existió Kaspar Hauser en Alemania, también llevado a la pantalla grande, y existieron otros salvajes encontrados en diversas partes del mundo.

La cuestión es que el niño salvaje encontrado en L’Aveyron, (Francia), cuya vida y tratamiento educativo es el tema del libro, ocurrió en 1800, finalizada la etapa del Terror revolucionario y Napoleón acaba de vencer en Marengo y será próximamente cónsul vitalicio. Las teorías contrapuestas de Rousseau y las de Hobbes están aún en boca de los tertulianos de los salones, y muchos investigadores y científicos trabajan sobre el tema del aprendizaje, tanto en niños como en sordomudos o en discapacitados de alguna clase.

Tras varios avistamientos fugaces en años anteriores, en los que el niño acababa siempre por escapar de sus perseguidores, finalmente es capturado, como si de una bestia se tratase ―y ciertamente lo era― y llevado ante las autoridades, entre la agitación y curiosidad del pueblo, como un fenómeno de feria. Después de un tiempo en un orfanato, donde a la pequeña bestezuela no había modo de domeñarla, causando graves problemas a sus educadores/guardianes,  fue trasladado a París, a una escuela para niños sordomudos, ya que en principio le tomaron por tal.  Allí quedó a cargo de Jean-Marc-Gaspard Itard, un médico de 26 años, al que le interesaba la investigación sobre el alma humana. El muchacho era, escribió Itard, «un niño desagradablemente sucio… que mordía y rasguñaba a quienes se le acercaban, que no demostraba ningún afecto por quienes lo cuidaban, y quien era, en síntesis, indiferente a todo lo atento a nada» (Harlan Lane, El niño salvaje de Aveyron). Lo cierto es que Itard trabajó durante cinco años con el niño, sufriendo lo indecible, y gratificándole pequeños éxitos, como el aprendizaje de las letras y de algunas palabras, así como la adquisición de unas elementales costumbres civilizadas.

Por las características concretas del niño/adolescente, del que no llegó a saberse su origen pero del que por alguna razón alguien (¡bonita humanidad!) quiso deshacerse de él cortándole el cuello y abandonándolo en el bosque, el niño no consigue avanzar, no consigue dar esos pasos que le convertirían en uno más de la familia humana. ¿Y en qué consiste esa naturaleza humana de la que los filósofos han estado discutiendo desde que comenzó la filosofía? ¿Cómo, por qué proceso nos integramos en esta familia humana? Porque no sólo se trata de cómo nos integramos en las costumbres y usos de cada país o cultura, sino simplemente, cómo nos civilizamos, como adquirimos un lenguaje y nos comunicamos con nuestros semejantes, y un pensamiento simbólico, conceptual, habilidades sociales y físicas, en fin.

Victor, el niño salvaje del que se habla en esta historia no es equivalente a un niño de una tribu de las que llamamos aborígenes o por el estilo. No, este niño es más asimilable a un animal. Un lobezno, completamente inmerso en el lado natural de la especie humana, a la que por sus genes pertenece. Y aquí he llegado al quid: ¿son los genes los que determinan que crezcamos como humanos, que desarrollemos un lenguaje, un pensamiento conceptual y simbólico? ¿O es la sociedad la que nos acoge y enseña esos comportamientos y hábitos? ¿Nacemos con conceptos morales o los adquirimos? ¿Percibimos ideas religiosas? ¿Qué depende de los genes y qué de la educación? ¿Podemos adquirir estas habilidades de modo aislado? Podríamos decir, para salir del paso, que mitad y mitad. Pero el asunto es bastante más profundo y largo. Ríos de tinta se han vertido sobre el tema y no es éste el lugar. De un modo u otro, la aparición de este niño fue recibida como una posibilidad de experimentar y buscar la respuesta a todas o algunas de estos interrogantes. La investigación llevó sólo a respuestas parciales. Porque las condiciones no eran las ideales, porque se desconocía lo que había ocurrido con el niño antes de ser abandonado en el bosque, si tenía alguna tara congénita o alguna incapacidad, en fin, lo cierto es que el resultado no fue exitoso.

T.C.Boyle nos muestra en su relato la parte salvaje y la parte humana. Los atisbos de humanidad mezclados con los de animalidad que dominaban en el comportamiento de Víctor, las reflexiones del maestro Itard, los ejercicios a los que somete al niño y su rebeldía ante ellos; y también la otra parte humana, la emocional: la relación con la señora Guérin que ayuda al maestro ocupándose de la alimentación, la limpieza, el cariño y la calidez que una mujer inculta y simple podía darle a un niño que también lo era y que entendía las manifestaciones de cariño pero no las del intelecto. Víctor era como un lobezno al que se acaricia y se alimenta. Agradece el mimo, pero de pronto se le despierta el instinto ancestral y aúlla o muerde.

En general, el tono del texto es, como dije, más de reportaje histórico novelado e incluso científico, en los pasajes donde desarrolla los ejercicios y pruebas a los que somete Itard a Víctor (llegado un punto decide llamarle así, por su reacción ante el sonido O); sin embargo, hay pasajes de gran belleza que recuerdan ―es inevitable― a la película, sobre todo aquellos momentos en los que el niño se reencuentra con la naturaleza. Y en el capítulo penúltimo, al contar la huida de Víctor por las calles de París, desembocando, cómo no ―la comida, principal interés del niño―, cerca del Mercado de les Halles y el reencuentro con Madame Guérin, Boyle emplea un lenguaje más subjetivo, describiendo las sensaciones del niño, la angustia y miedo que le dominaban, cuando se lanza en una desesperada carrera, buscando el antiguo medio natural, que no encuentra.

Lectura interesante y muy atractiva, de un autor que ya ha demostrado sobradamente su maestría literaria y su interés por novelar hechos reales. La presentación exquisita, con ese toque de libro antiguo que Impedimenta tiene como sello habitual, y una  buena traducción, hacen un conjunto de lectura obligada.

EL PEQUEÑO SALVAJE
T.C. Boyle
Trad. Juan Sebastián Cárdenas
Ed. Impedimenta, 2012

Ariodante
Febrero 2012

[tags]niño, salvaje, L’Aveyron, Francia[/tags]

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12 comentarios en “EL PEQUEÑO SALVAJE – T. C. Boyle

  1. iñigo dice:

    LO vi el viernes en una librería y la verdad es que tiene su atractivo.

  2. ARIODANTE dice:

    Veo un error de redacción: Donde dice: «finalizada la etapa del Terror revolucionario y Napoleón acaba de vencer en Marengo», debería decir: «… Terror revolucionario. Napoleón acaba….»
    En fin, un despiste mío.

  3. Pintaius dice:

    Estupenda reseña, Ariodante. Yo leí hace años la novela «Música acuática» de este mismo autor y la disfrute enormemente. Me encantó su estilo tan personal, plagado de humor y fina ironía, describiendo los viajes de Mungo Park, el explorador escocés del Africa ecuatorial a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y del protagonista de la novela, un pilluelo londinense que acaba enrolado como soldado en una de las expediciones del explorador. Tengo pendiente la lectura de otro de sus libros, «El fin del mundo», para el que todavía no he encontrado tiempo. Saludos.

  4. ARIODANTE dice:

    Gracias, Pintaius. Yo tengo pendiente la Música Acuatica, pero leí El fin del mundo hace años y me gustó mucho, como también El Balneario de Battle Creek. De todas formas, esta historia es diferente. Parece de otra persona, porque quizás deja un tanto de lado el humor.

  5. Nausícaa dice:

    Me ha gustado mucho la reseña. Muy acertada sobre un libro que me pareció precioso cuando lo leí en clase de filosofía, en el instituto. Luego, en la facultad, cuando estudié neurología, fue una lectura de referencia al hablar del autismo, pues mi profe, original él en su teoría, defendía la posibilidad de que fuese un niño autista abandonado por sus padres por su deficiencia.

  6. ARIODANTE dice:

    Sí, cabe esa posibilidad, claro que en esa época no sabían nada del autismo, creo yo. Lo cierto es que es interesante ese estudio porque ves que el ser humano, abandonado de sus congéneres, no deriva necesariamente hacia un Tarzán o un Mowgli, sino más bien hacia un animalillo.
    No es el caso de Kaspar Hauser, que fue encontrado ya adulto y recluido, no en pleno bosque.

  7. Valeria dice:

    Pues yo no conozco el libro ni el autor, pero recuerdo perfectamente la película de Truffaut. Tengo grabada la escena en la que el protagonista pretende averiguar si el crío es capaz de reconocer las conductas injustas. Qué cosas recordamos a veces.

    Me ha gustado mucho la reseña, Ario; queda anotado el libro en la sección de «muy interesante».

  8. ARIODANTE dice:

    Me alegro, Valeria. Yo también me acuerdo de la escena de la injusticia. Como aquella- que por cierto no está en el libro- en la que Truffaut coloca al niño bebiendo sus vasos de agua/premios ante la ventana, mirando hacia el bosque. De una belleza increíble. Y un simbolismo genial.

  9. Rodrigo dice:

    Un tema fascinante y muy bien presentado, desde luego. En lo que me concierne se trata de una interesante revelación, ya que el autor me es completamente desconocido. ¿Dices que Boyne acostumbra novelar hechos reales, Ario? Pues tendré que investigar porque ni siquiera sé si está activo o no.

  10. ARIODANTE dice:

    ¿Activo, dices? ¡Claro que lo está! El libro es del año 2010.

  11. Rodrigo dice:

    Vaya pues, son varias las obras disponibles en castellano de este autor. Además de la que has reseñado me llama la atención la novela sobre Mungo Park y aquella otra el Hudson, El fin del mundo. Tomo nota, creo que me he estado perdiendo algo muy interesante.

    Se agradece este nuevo “descubrimiento”, Ario.

  12. Pintaius dice:

    Rodrigo, no dudes en que «Música acuática» te va a gustar. A mí es uno de esos libros que me ha dejado huella imborrable y que recuerdo siempre muy gratamente por los estupendos ratos que me hizo pasar con su lectura, en muchos pasajes a carcajada limpia.

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