HISTORIA DEL ARTE DE LA ANTIGÜEDAD – Johann Joachim Winckelmann

“La exquisitez que el arte alcanzó entre los griegos se debe, en parte, a la influencia de su clima, así como también a su forma de gobierno y al modo de pensar que este había ido produciendo, y no menos al cuidado que mostraron por sus artistas y al cultivo general que del arte se hacía en Grecia”.

Si en la actualidad las librerías están llenas de manuales sobre historia del arte, la situación era bastante diferente hace dos siglos y medio. Los libros dedicados al tema eran escasos y se limitaban a catalogar obras y artistas, acompañando las listas con biografías y explicaciones sobre técnicas artísticas. Pero en 1764 Johann Joachim Winckelmann, alemán afincado en Roma, publicó su Historia del arte de la Antigüedad, y desde ese momento la manera de estudiar el arte y de mirar al mundo antiguo, cambió.

Era esta una obra necesaria, a juicio de su autor. En los libros existentes sobre historia del arte, se daba la paradoja de que el arte intervenía poco en ellos, ya que no empleaban una metodología adecuada. Usando sus propias palabras:

La historia del arte ha de enseñar el origen, el desarrollo, la transformación y la decadencia del mismo, así como los distintos estilos de los pueblos, épocas y artistas, demostrando en la medida de lo posible, y por medio de las obras antiguas que han sobrevivido, la veracidad de lo expuesto.

El llamado “padre de la historia del arte” vivió en el XVIII, el Siglo de las Luces y la Ilustración. Winckelmann nació en Alemania en 1717, ejerció como maestro y bibliotecario en diversos lugares suizos y alemanes, y pasó sus últimos 12 años, los más fructíferos, en Italia, sobre todo en Roma. Murió a los 51 años en Trieste, apuñalado por un vulgar ratero que pretendía robarle. Toda su vida fue un enamorado de Grecia, de su historia, su cultura, su espíritu y sobre todo su arte. Los griegos, a sus ojos, fueron un pueblo libre, saludable y feliz, y su arte no es sino una manifestación de esa libertad de espíritu, que les permitió alcanzar cotas jamás igualadas por ninguna otra civilización antigua o moderna. La idealización y la exaltación del mundo griego que hace Winckelmann se manifiesta sin tapujos en todas las obras que escribió, y en especial en la Historia del arte de la Antigüedad.

Y sin embargo, el alemán también conocía bien el arte de épocas posteriores, y como es obvio el que le era contemporáneo, pero lo denostaba sin pudor. Hizo valoraciones que invitan a la reflexión, como la de que “la comparación de Miguel Ángel con Rafael es como la de Tucídides con Jenofonte”, pero su veredicto final fue demoledor:

La sabiduría con que los artistas antiguos usaron los medios de expresividad se refleja hoy día en los efectos contrarios producidos por las obras de la mayoría de los artistas posteriores, que no saben expresar mucho con poco sino poco con mucho.

Fuente: Biblioteca de la Universidad de Heidelberg

En su magna obra, Winckelmann demuestra un profundo conocimiento de la cultura clásica (como dato anecdótico: las fechas no aparecen expresadas en años sino que cuando se trata del mundo griego, cuenta el tiempo por Olimpiadas, y cuando se trata del romano, siguiendo el sistema de cómputo habitual romano, es decir, desde la fundación de Roma). Aunque el autor abarca el arte de los egipcios, fenicios, persas, etruscos, griegos y romanos, su esfuerzo está dedicado sin discusión al pueblo heleno. Con convicción y sin atisbo de menosprecio, Winckelmann reconoce que “la historia del arte egipcio es como su propio país: una inmensa llanura desierta que puede contemplarse desde dos o tres altas torres”. En cuanto a los fenicios y los persas, “poco puede decirse sobre el arte de estos dos pueblos, ya que, exceptuando los datos históricos y las huellas generales, nada concreto nos indican las diversas partes de sus dibujos o figuras”. Finalmente, el mayor mérito que concede a los etruscos es el que alcanzaron cuando se decidieron a imitar el arte griego, lo cual no deja de tener sentido, a juicio de Winckelmann, puesto que ambos pueblos tienen un origen común: los pelasgos.

Despachadas así las manifestaciones artísticas ajenas al mundo griego, el erudito alemán dedica el resto de su historia del arte a Grecia. Hasta donde se sabe, Winckelmann no pisó nunca suelo heleno y basó todas las referencias artísticas a las obras que se encontraban en territorio italiano. En aquella época, la Antigüedad clásica estaba en Roma. Era allí donde se encontraba el arte griego —se suele decir que Winckelmann es el primero en distinguir entre arte griego y romano; luego veremos con qué matices—, y salvo excepciones como el Partenón, Grecia, entonces perteneciente al Imperio Otomano, no albergaba más que paisajes agrestes y ruinosos. Quien pretendiera conocer el arte clásico debía ir a Roma. Fueron precisamente esfuerzos como el de Winckelmann los que despertaron, en las décadas siguientes, el interés por viajar a Grecia para descubrir y contemplar sus tesoros ocultos. Es por ello que en la Historia del arte de la Antigüedad no aparecen apenas menciones a lugares de la geografía griega y sí a un buen puñado de villas y palacios romanos, en cuyos salones y jardines se encontraban hospedadas las obras clásicas: Villa Borghese, el Campidoglio, Villa Ludovisi, el Palacio Barberini, Villa Médicis, el Palacio Farnesio, Villa Albani, el Belvedere (el Patio situado en el Vaticano, no el palacio, que está en Viena), Villa Adriana, el Palacio Spada, Villa Negroni… “Roma es el lugar en que mis observaciones pueden ser estudiadas y empleadas”, dice Winckelmann, y añade:

Pero un juicio acertado sobre ellas y su utilidad no puede obtenerse apresuradamente. Lo que al principio no pueda parecer de acuerdo con la opinión de este autor, ira cobrándole semejanza a través de un estudio repetido, y una larga experiencia, unida a la madura reflexión, que conducirá a confirmar finalmente lo dicho en este tratado.

El Apolo de Belvedere, el Toro Farnesio, la Venus de Médicis, el grupo de Níobe con sus hijas (sito en la Villa Médicis en tiempo de Winckelmann, en la actualidad se encuentra en la Galería de los Uffizi de Florencia) o el Laocoonte, son algunas de las muchas, muchísimas esculturas, la mayoría de ellas identificables con esfuerzo hoy en día, citadas y descritas en esta obra. Porque el objeto de estudio de Winckelmann es sobre todo la escultura, aunque también dedica páginas a las pinturas griegas encontradas en Herculano o que se hallan en otros lugares de Italia o incluso Francia. No habla de arquitectura, pero sí menciona otras artes menores como la alfarería (por ejemplo, cita al falsario llamado Pietro Fondi, que logró imitar el dibujo y el estilo de los vasos etruscos).

Fuente: Wikipedia

Winckelmann es consciente también de algunas de sus carencias: por ejemplo, se ve incapaz de definir la belleza, en especial en las esculturas, pero insiste en que la blancura de la piedra y el mármol contribuyen a ella (“un cuerpo resulta más hermoso cuanto más blanco”). Es uno de los errores más cacareados de Winckelmann, ya que, aunque en algunas páginas habla de pigmentos dorados aplicados a ciertas partes de algunas figuras, él piensa que las obras gozaban de un color blanco inmaculado. Así es como el tiempo las ha conservado, en efecto, pero en la actualidad sabemos que los griegos las pintaban para dotarlas de mayor realismo. El estudioso alemán no podía saberlo y se había de atener a lo que conocía, y en base a ese conocimiento construye su argumentación. Y por defenderla no se calla si piensa que ha de corregir o amonestar incluso al mismísimo autor de las Vidas Paralelas: “Plutarco demostró entender muy poco de arte cuando afirmó que los antiguos maestros solo prestaban atención al rostro, dejando a un lado el resto del cuerpo”. Por el contrario, Winckelmann dedica muchas páginas a las proporciones de las esculturas griegas: la cabeza, el rostro, el tronco, las extremidades, las manos, los pies, el pecho, el abdomen, el ombligo, los brazos, las piernas… Lo cual le conduce a ocuparse también de la indumentaria, los tejidos (lana, lino, algodón, seda), los tipos de prendas masculinas y femeninas, el calzado, los abalorios, los brazaletes… Si se quiere estudiar la belleza del desnudo, dice Winckelmann, bastarán 4 o 5 estatuas; para la indumentaria, en cambio, harán falta más de cien obras.

Fuente: Biblioteca de la Universidad de Heidelberg

Pero si por algo es conocido Johann Winckelmann es por haber reconocido por primera vez una evolución en el arte antiguo y haber delimitado apartados en el estilo artístico. “Toda acción o proceso”, escribe, “tiene cinco partes o grados: el comienzo, el desarrollo, el apogeo, la decadencia, y el final”. Aplicado al arte griego, y en especial a su faceta escultórica (sobre todo la marmórea, pero también dedica unas páginas a los bronces), Winckelmann traduce los grados anteriores en varios estilos sucesivos: antiguo, sublime, bello e imitativo. El primero abarca hasta la aparición de Fidias (mitad del siglo V a.C.), y el sublime recoge las obras del propio Fidias y de artistas como Policleto, Alcámenes, Mirón (siglo V a.C.) y Escopas (siglo IV a.C.). El estilo bello es el que definen los escultores Praxíteles, Lisipo y el pintor Apeles, todos del siglo IV a.C. Algún tiempo después de muertos todos ellos, el arte griego comenzó su lenta decadencia de la mano de los imitadores, quienes, carentes ya de ideas nuevas, se limitaban a copiar el estilo de sus antecesores. Es la época romana, una época artística de ocaso: “la verdadera época de la decadencia total del arte tuvo lugar antes de Constantino”.

Es esta una valoración de Winckelmann que suele levantar ampollas entre los que consideran que el arte romano tiene entidad con independencia del griego, y calidad por sí mismo y no en comparación con aquel. El erudito alemán, tal vez anticipando estas protestas, matiza:

El lector debe tener en cuenta que, cuando hablo de la decadencia del arte, me refiero principalmente a la escultura y a la pintura, ya que mientras estas se acercaban a su hundimiento, la arquitectura tuvo un cierto resurgir. En Roma se realizaron obras cuya grandeza y esplendor no había conocido Grecia ni en sus mejores días.

Pese a estas palabras, Winckelmann está lejos de concederle entidad propia al arte romano, aunque parezca que reconoce la etiqueta. Así, comienza aceptando la categoría de “arte romano”:

Una vez finalizado el tratado sobre el arte griego y siguiendo la opinión general, debemos hablar ahora del estilo de los artistas romanos, principalmente de los escultores, puesto que tanto los anticuarios como los escultores hablan de un estilo propio romano.

Pero rápidamente confiesa que esos artistas romanos no llegaron a crear ningún estilo propio sino que imitaban a los etruscos y a los griegos:

Si ahora nos preguntamos si la mayoría de las pinturas antiguas era obra de artistas griegos o romanos, debemos inclinarnos a creer lo primero, ya que en Roma y entre sus césares, los artífices griegos gozaron de gran consideración.

Y su conclusión final es taxativa:

Por lo tanto, me creo capacitado para decir que el concepto de un estilo romano del arte es pura imaginación, al menos según nuestros conocimientos actuales.

Fuente: Biblioteca de la Universidad de Heidelberg

Remata el erudito alemán su obra haciendo un somero repaso de la historia de Grecia y Roma, poniendo el foco como es lógico en los artistas y las obras que se llevaron a cabo en tan extenso período de tiempo. No deja de tener encanto leer esta breve historia del mundo grecorromano, unas 80 páginas, escrita hace 250 años, con el conocimiento que entonces se tenía de la Antigüedad, y realizada por un amante de la cultura clásica como Winckelmann. Comienza con el mítico artesano griego Dédalo, y concluye con la decadencia artística en los tiempos del emperador romano que aceptó de forma definitiva el cristianismo en el imperio, y a partir de quien las manifestaciones artísticas anteriores fueron consideradas paganas y por ello menospreciadas y destruidas:

No sabemos mucho más sobre el arte inmediatamente posterior a Constantino, pero es de sospechar que, como pronto fueron destrozadas todas las estatuas de los dioses en Constantinopla, las obras artísticas de Grecia seguirían el mismo camino.

Winckelmann fue un enamorado de lo griego y su obra rezuma ese amor por el arte y la cultura helenas. Su Historia del arte de la Antigüedad es, como todas lo son, una obra esclava de su tiempo: padeció las limitaciones de la prácticamente inexistente arqueología de la época (a Winckelmann se le llama también el padre de la arqueología, de manera un tanto exagerada). Por aquel entonces Herculano estaba en plena fase de descubrimiento, y Winckelmann se beneficia de lo poco que por entonces se había descubierto allí. Grecia y Asia Menor permanecían prácticamente inexploradas, y aún habrían de pasar más de cien años para que la palabra “arqueología” tuviera un significado parecido al que tiene en la actualidad.

Fuente: Biblioteca de la Universidad de Heidelberg

Esta es una ojeada a vista de pájaro del contenido de la Historia del arte de la Antigüedad. Winckelmann escribe con soltura y agilidad, con un estilo ciertamente moderno, y solo puede llegar a desesperar la ausencia, al menos en la edición que ahora nos trae La Esfera de los Libros, de imágenes que muestren las obras a las que se hace mención en el texto, o al menos de los grabados (poco orientativos, dicho sea de paso) que Winckelmann incluyó en la edición original del libro. Sería encomiable que alguna editorial realizara el esfuerzo de incorporar esas imágenes, y de hecho creo que así lo hizo en 2014 la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, al sacar a la luz la primera traducción que diera el castellano de la obra de Winckelmann a cargo de Diego Antonio Rejón de Silva en 1797. La presente edición de La Esfera ha reeditado la traducción de Herminia Dauer que la editorial Iberia publicó en 1990, y cuya versión original es de 1967. Desconozco si en dicha edición se incluían imágenes. Los grabados de Winckelmann sí aparecen en la edición de Akal de 2011 (traducción de Joaquín Chamorro), pero no en la que la editorial Folio publicó en 2002. Era esta una edición parcial de la obra de Winckelmann, a la que acompañaba otra obrita, Observaciones sobre la arquitectura de los antiguos, y una semblanza interesantísima de Johann Winckelmann escrita por Goethe en 1805. La edición parcial de Folio, similar a la de Orbis de 1986, parte de la completa que publicó Aguilar en 1955 (traducción de Manuel Tamayo Benito), que sí incluía los grabados del autor. En la edición de la Esfera se echa de menos, además de imágenes, un estudio introductorio sobre la obra de Winckelmann, sobre él mismo o sobre la época. La ocasión era propicia, ya que cualquier texto escrito hace 250 años, y la Historia del arte de la Antigüedad en particular, tiene peso específico suficiente para requerir de este tipo de prólogos que sitúen al lector acerca de lo que tiene en las manos y se dispone a leer.

En cualquier caso, bienvenido sea la recuperación de este clásico de la historia del arte, una obra que marcó época en los estudios artísticos y sentó las bases de cómo se ha de contemplar una obra de arte. Para los más curiosos, que además dominen el alemán, un ejemplar de la edición original publicada en Dresde en 1764 puede consultarse y descargarse en la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.

 

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Johann Joachim Winckelmann, Historia del arte de la Antigüedad (traducción de Herminia Dauer). Madrid, La Esfera de los Libros, 2023, 358 páginas.

     

5 comentarios en “HISTORIA DEL ARTE DE LA ANTIGÜEDAD – Johann Joachim Winckelmann

  1. Iñigo dice:

    Precioso libro, al parecer, y preciosa reseña, afirmo. Gracias.

  2. cavilius dice:

    El libro lo vale, sí. Cualquier interesado en el arte clásico debería echarle un ojo.

  3. hahael dice:

    Winckelmann influyó decisivamente en nuestra forma de ver el arte. Estupenda esta iniciativa de reeditar su obra, pero faltaría a mi juicio una edición crítica para ponerla en el contexto histórico, cosa que tú si haces en tu esmerada reseña, Cavilius.

  4. cavilius dice:

    Gracias, Hahael. Sí, ya puestos a reeditar un clásico, habría estado bien incorporar un poco de contexto a la edición.

  5. Farsalia dice:

    Un libro de estas características necesita de un estudio introductorio, un prólogo siquiera, a cargo de un especialista en la materia, y que sitúe al autor no solo en su contexto sino en lo que ha significado y su legado en la disciplina de la historia del arte. Si no, flaco favor se le hace…

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