EL FASCISMO Y LA MARCHA SOBRE ROMA – Emilio Gentile

TapaMalosetti.qxdUna revolución sui generis, “a la italiana”, notoriamente distinta de las revoluciones francesa y rusa y heredera en cierto modo de las proezas decimonónicas de Garibaldi y sus camisas rojas… La tentación de concebir de esta manera la denominada “marcha sobre Roma” fue grande entre los contemporáneos, cuando se verificaron los hechos de los días 27, 28 y 29 de octubre de 1922. Con un imaginario mundial de la revolución dominado por años icónicos como 1789 y 1917, las jornadas que llevaron al fascismo italiano al poder parecían en comparación menos convulsas y menos preñadas de una voluntad de romper de raíz con la institucionalidad vigente, escoradas como estaban del lado derechista. Ciertamente, terciaba en esta percepción una dosis de apresuramiento y de distorsión de la memoria, ya que aun en las revoluciones francesa y rusa hubo una progresión del radicalismo: el ascenso de jacobinos y de bolcheviques no se produjo de la noche a la mañana, no fue el primer acto de las respectivas revoluciones. Pero también es cierto que la consagración del fascismo como fuerza gobernante trascurrió en buena medida por las vías de la negociación, cuando no de la legalidad. No todo fue pronunciamiento masivo por parte de las mesnadas paramilitares del fascismo, no fue la sola marcha y demás formas de movilización orquestadas a lo largo de Italia lo que puso a Mussolini a la cabeza del gobierno. También hubo tratativas y concesiones mutuas entre fascismo e institucionalidad, en aquellas fatídicas jornadas; es un signo de lo ocurrido el hecho de que el nuevo gabinete recibiera el espaldarazo del Parlamento y que incluyera representantes de la mayoría de los partidos, con exclusión de los extremistas de izquierda, es decir, socialistas maximalistas y comunistas. Fuera de esto, ni uno solo de los actos de aquellos días alcanzaría el rango de violencia ni el estatus simbólico del asalto a la Bastilla o el asalto al Palacio de Invierno –episodio por demás mixtificado por la propaganda bolchevique-. El propio Mussolini había atemperado oportunamente su discurso ideológico, poniendo mucho cuidado en congraciarse con los baluartes del tradicionalismo: Corona, Ejército e Iglesia. Según una difundida opinión, la marcha sobre Roma no fue sino una puesta en escena o, peor aun, una farsa coreografiada y un farol, un mito diligentemente construido. (Ver, por ejemplo, D. Sassoon: Mussolini y el ascenso del fascismo; Crítica, 2008.) Sin embargo… 

¿Cabe tener por mito el acontecimiento que inauguró el auge del fascismo y que, por consiguiente, abrió la puerta a lo que fue la “primera expresión de totalitarismo en Europa occidental”? La frase es del historiador Emilio Gentile, y es indicativa de una trayectoria intelectual que se toma muy en serio el fascismo mussoliniano. Así como en La vía italiana al totalitarismo (1995), Gentile hacía denodados –y convincentes- esfuerzos por caracterizar el fascismo italiano como una manifestación del fenómeno totalitario, en El fascismo y la marcha sobre Roma (2012) pone el foco en los hechos que supusieron nada menos que la génesis del régimen de Mussolini: difícilmente una farsa, según nuestro autor. A Gentile, que no deja de ser un notable historiador, le choca la nota de sarcasmo que subyace a la idea de la marcha sobre Roma como un mito, pues conlleva el riesgo de distorsionar y banalizar unos acontecimientos cuyas consecuencias son de todo menos triviales. Empeñándose en imbuirnos de la seriedad que merece el asunto, Gentile somete a escrutinio el nacimiento del régimen fascista, atendiendo a los inicios de la carrera política de Mussolini, la fundación y primeros pasos del fascismo y el contexto en que pudieron ambos, personaje y colectividad, medrar. Como se desprende del título, los entresijos y el desarrollo de la marcha sobre Roma son cruciales en el examen desplegado por el autor.

Ahora bien, uno puede preguntarse si en la motivación y en el enfoque de Gentile no habrá algún malentendido. Hay una vertiente de la cuestión que el historiador parece no tener en cuenta, y que no llega a desmentir en su libro. Es un hecho que los fascistas hicieron ingentes esfuerzos por exagerar las proporciones y tergiversar los entretelones de la marcha, llegando entre otras cosas a propalar el infundio de que en aquellas jornadas murieron tres mil fascistas. La parafernalia del ceremonial fascista, una vez consolidado el régimen, adornaba con fastos de gloria la memoria de una movilización que en sí tuvo poco y nada de glorioso, y mucho en cambio de zafio –partiendo por la organización de la marcha, bastante improvisada. Para el propio Mussolini, la marcha sobre Roma revestía un carácter simbólico que superaba las consecuencias prácticas que pudiera tener. Con o sin ella, lo más probable era que el líder del fascismo accediese al gabinete ministerial; la importancia de la marcha residía en su condición de manifestación de fuerza, de instrumento de presión en virtud del cual Mussolini podría imponer los términos de las negociaciones con el rey y con el gobierno en funciones. Más tarde, la marcha, travestida en gesta heroica provista de su correspondiente martirologio, sería tremendamente funcional a las necesidades propagandísticas del régimen, fungiendo como hito fundacional del mismo y como ingrediente central del culto fascista. (No hay que olvidar que el fascismo italiano practicó una intensa sacralización de la política; ver E. Gentile, El culto del littorio.) Por otra parte, Gentile tiene a bien contraponer el caso italiano con el ruso, enfatizando el carácter falaz de la versión oficial del asalto al Palacio de Invierno -hito fundamental de la “mitología bolchevique” (sic) que en realidad tuvo tan poco de épico como la marcha sobre Roma. Si el episodio ruso es un mito, hay razones de peso para considerar la faceta mítica de la famosa marcha.

A favor de la postura de Gentile está la observación de una arista que acaso no sea siempre debidamente sopesada: que a la marcha sobre Roma subyacía la intención de conquistar el poder y monopolizarlo tan pronto como fuera posible. El fascismo, bien lo sabemos, no era un partido como cualquier otro, era un movimiento devenido partido –por razones de conveniencia táctica-, y encima un partido-milicia. La ilegalidad era su elemento, embebidas como estaban su ideología y su actuación de un hondo desprecio de la institucionalidad republicana. Prácticamente desde sus inicios, el fascismo aspiraba no ya a controlar el Estado sino a absorberlo por completo, fusionando partido y Estado; un objetivo que presuponía -con toda tranquilidad de conciencia- una identidad perfecta entre el partido fascista y la nación italiana. El mismo hecho de movilizar una milicia armada y dispuesta a chocar con los organismos estatales era una expresión de la voluntad de dar al traste con la democracia liberal e implementar una dictadura. Para Mussolini y sus secuaces, la conquista del poder y la hegemonía fascista eran hechos consumados e irreversibles, estableciendo desde el principio de su gobierno la incompatibilidad entre fascismo y régimen liberal. Ahora bien, nótese lo que apunta Álvaro Lozano en su libro sobre Mussolini y el fascismo italiano, a propósito del primer gabinete Mussolini: “Italia contaba ya con un primer ministro fascista, pero no, en puridad, con un Gobierno fascista ni mucho menos con un régimen fascista”. Gentile estaría en desacuerdo con esta idea. No sin cierta vehemencia argumentativa, el historiador italiano proyecta el ethos totalitario del fascismo –su aspiración al totalitarismo- a los hechos concretos, asegurando que el régimen fascista comenzó con la misma marcha sobre Roma. A primera vista, esto puede resultar excesivo, ya que parece confundir el plano de la índole de un partido, el de sus principios y objetivos –el del discurso-, con el de la consecución de los mismos –la materialización del discurso-. ¿Niega Gentile que la instauración de la dictadura fascista se produjo no de modo abrupto sino por etapas? No, no lo hace. Sucede más bien que el hombre se hace eco de una acepción menos formal o legalista que programática del concepto de régimen, enfatizando el cariz transgresor y rupturista del partido que asumía el poder. Gentile aduce que el fascismo hizo uso de una acepción hasta entonces desacostumbrada del concepto de régimen, término que en el contexto italiano no solía aplicarse –por ejemplo- a la democracia parlamentaria. Cuando Mussolini y los suyos hablaban de “régimen fascista”, lo que hacían era aludir al afán totalizante y radical del partido y anunciar el carácter irrevocable del nuevo estado de cosas. Se trata por cierto de una vieja discusión, similar a las que conciernen a la índole del régimen nazi. Comparaciones aparte, acaso pueda verse en la argumentación de Gentile un síntoma de cierto fallo metodológico denunciado por Enzo Traverso: la propensión de su colega y compatriota a exagerar la relevancia heurística de la autorrepresentación del fascismo y de la literalidad del discurso fascista (ver Traverso, La historia como campo de batalla).

Con todo, estamos en presencia de una obra valiosísima, esto por varias razones. Una de ellas es la idea del “momento huidizo de la historia”, motivo que orienta la indagación y que el autor toma prestado de Trotski. Gentile, en efecto, quiere mostrar de qué manera y en qué circunstancias pudo el fascismo hacerse con el poder en una democracia liberal como la italiana, y en tal sentido uno de los factores decisivos es la confluencia del hombre de acción y el momento propicio para llevar a cabo sus planes: un instante huidizo cuyo aprovechamiento –o desperdicio- decide el curso de la historia. Asumida como premisa, la idea del instante huidizo hace hincapié en la naturaleza dramática de los acontecimientos, en cuyo desarrollo interviene un complejo entramado de oportunidades, opciones y decisiones. También es uno de los fuertes del libro el examen de la doble vía que transitó el fascismo en su ascenso al poder: legalismo e insurrección, que en términos de táctica política se traducía en posibilismo o intransigencia radical. (Naturalmente, ninguno de estos temas deja de evocar en el lector la experiencia alemana, el ascenso del nazismo, que no deja de tener varios puntos en común con su par italiano.) No menos logrado es el estudio del papel desempeñado en esos días por Mussolini y otros líderes fascistas, Michele Bianchi sobre todo, sobre cuyos hombros pesa una importantísima cuota de responsabilidad en lo sucedido; en general, el escrutinio de Gentile muestra que la gestación y el ascenso del fascismo no son en absoluto privativos de Mussolini. Por de pronto, Bianchi, que en 1922 era Secretario General del partido, encabezaba codo a codo con Balbo y Farinacci la facción favorable a la vía revolucionaria y fue el verdadero gestor de la marcha sobre Roma.

El fascismo y la marcha sobre Roma recoge una serie de testimonios vertidos en aquella época por observadores italianos o extranjeros, tan lúcidos como bien informados. Se trata de un material de primera mano que reproduce la atmósfera del momento y que favorece la reconstrucción de un proceso asaz dramático, crucial en el devenir de la historia moderna.

– Emilio Gentile, El fascismo y la marcha sobre Roma. El nacimiento de un régimen. Edhasa, Buenos Aires, 2014. 324 pp.

     

25 comentarios en “EL FASCISMO Y LA MARCHA SOBRE ROMA – Emilio Gentile

  1. Farsalia dice:

    Un libro que por estos pagos no se ha editado, al parecer sólo en Edhasa Argentina. Apuntado…

  2. José Sebastián dice:

    Una obra, sin duda, muy interesante. Aún tengo en la pila de «pendientes» la obra de Álvaro Lozano «Mussolini y el fascismo italiano». Es una asignatura pendiente. Siempre me ha atraído – literariamente hablando, se entiende – más el nazismo que el fascismo aunque las similitudes, como bien señalas en tu espléndida reseña Rodrigo – son muchas.

  3. Rodrigo dice:

    El libro de Lozano está muy bien como panorámica del régimen italiano, José Sebastián. Igual, no he querido exagerar la equivalencia o semejanza entre ambos casos, el italiano y el alemán, mira que las diferencias son bastante importantes. Pero sí, es comprensible que el nazismo genere mayor interés que el fascismo italiano. Al fin y al cabo, no carga éste con la mácula del Holocausto.

    Debiera resultarte muy interesante, Farsalia. Ofrece una buena oportunidad de contrastar perspectivas en torno a este tema.

  4. Farsalia dice:

    Cierto, Rodrigo, y más tras el breve libro de Sassoon. A ver si lo consigo… o quizá Edhasa lo edite a este lado del charco.

    El libro de Lozano es estupendo, una obra general y al mismo tiempo un estudio de caso del fascismo y la Italia de Mussolini, y que también incide en la idea de la «marcha sobre Roma» más como una puesta en escena de cara a las filas fascistas y a generar presión para hacer caer el Gobierno de Luigi Facta, que como un «golpe» plenamente desarrollado. Robert Paxton también lo trata en Anatomía del fascismo (Ediciones Península, 2005), donde, si no recuerdo mal, se menciona cómo la marcha de Roma fue una escenificación (violenta, aunque sin esos miles de fascistas muertos), con Mussolini esperando en un hotel de Milán una llamada del rey Víctor Manuel III o del primer ministro Facta entregándole el poder; en el viaje en tren a Roma, Mussolini se pondría un traje negro para dar una imagen de «seriedad» ante el monarca (y en contradicción con la «camisa negra» fascista que en las calles de ciudades como Piacenza o Ferrara provocaban algaradas), que le encargaría formar gobierno. Los fascistas llegaron al poder pero la fascistización de Italia y la creación de un estado «totalitario» tardarían en llegar. De hecho, si miramos imágenes de prensa de la época, hasta los años treinta no abundan los retratos de Mussolini en «traje fascista», siendo muy común verle en la década precedente con traje y sombrero de copa en actos oficiales. La retórica fascista se impuso antes que la «imagen fascista» per se, y aún así la primera también tuvo un proceso gradual.

  5. Rodrigo dice:

    Respecto de Gentile, la mirada de Paxton es aún más antagónica que la de Sassoon. Partiendo por el hecho de que Paxton, a diferencia del italiano, es un crítico del paradigma totalitario.

    Curioso. Pensé que a estas alturas la edición argentina habría cruzado el charco.

  6. Urogallo dice:

    ¡Pardiez! ¡Interesante libro!

  7. José Sebastián dice:

    Con vuestros comentarios Rodrigo y Farsalia me animais a leer el libro de Álvaro Lozano. Son ya varios años en la pila de «pendientes». Lo adquirí tras leer «La Alemania Nazi» y me habeis picado la curiosidad. Estoy finalizando «El Combate» de Norman Mailer – altamente recomendable aunque no seas aficionado al boxeo – y le hinco el diente.

    Saludos

  8. José Sebastián dice:

    Por cierto, magnífica la fotografía de la portada, como suele ser habitual en Edhasa. Pienso en las fotos de las portadas de «Los que Susurran», «La Revolución Rusa» o «Crimea» del genial Orlando Figes. El Duce en todo su esplendor y con una pose tan estudiadamente teatral. Siempre que voy a la encantadora Roma y paso junto al Palacio Venecia me vienen a la mente sus arengas a las enfervorecidas masas.

  9. Farsalia dice:

    De hecho es el Duce de los años veinte: rodeado de ras y squadristi y él aún con traje de «civil»… aunque ya con esa pose que suya tan característica. Aún no se había afeitado la cabeza y parecido a los antiguos senadores romanos. ¿Es una imagen del mismo año 1922, Rodrigo? ¿Se explicita en la página de créditos y copyright?

    Por cierto, olvidé mencionarlo ayer, el trasfondo de la marcha sobre Roma, recogiendo el exemplum de la Roma clásica: de Sila y César en adelante. La simbología romana siempre presente en todo lo que hacía…

  10. Rodrigo dice:

    Creo que no, pero tengo que confirmarlo. No llevo el libro conmigo…

    En unas horas lo reviso.

  11. Rodrigo dice:

    Pues no, la edición no incluye información sobre la fotografía.

  12. David L dice:

    Hola Rodrigo,

    Espero que este trabajo de Gentile pueda ser publicado pronto en España, me apetece de verás leerlo. Entrando en materia parece que el historiador italiano quiere dejar muy a las claras que el ascenso del fascismo, o mejor dicho, la marcha sobre Roma, no se produjo a la manera que se dio en hechos tan trascendentales para la historia como fueron la Toma de la Bastilla o el Palacio de Invierno en la Rusia de los zares, por el contrario tampoco puede plantearse esta ocupación o entrega del poder en Italia en 1922 como un suceso mitificado por la propaganda fascista, aunque resultara una acción comedida y planeada más de lo que se llegó a pensar . ¿Mitificado? Es una buena pregunta cuando se acerca uno a la historia de los totalitarismos, no nos llevemos a engaño, la mistificación forma parte indisoluble de estos movimientos, es más, yo me atrevería a decir que son la base de su ideología y son además la llama que no debe nunca apagarse; sin el mito de la nación, del hombre nuevo, de la revolución que debe ser parte integrante del ser fascista no tendría sentido este tipo de corrientes políticas, de ahí que el fascismo comenzara con una buena dosis de pragmatismo y siguiera su camino hacia un estado totalitario, una meta a la que el mito servirá de aliciente y de impulso y que jamás debe sentirse como un punto final, sino como un camino a recorrer permanentemente en pos de una nación más fuerte y poderosa.

    En España, José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange española y representante del movimiento más cercano al fascismo italiano, comentaba que “España es una unidad de destino en lo universal”, sin querer desviar el tema hacia el falangismo lo que quiero mostrar es como la base de los movimientos de inconformistas, porque así se llamaron muchos de ellos durante aquellos convulso años, se basan en mitificar aspectos como la nación. En Italia, con Mussolini y la Marcha sobre Roma , se plantó la semilla sobre la que debería asentarse la nueva nación a construir, y el mito aquí debería jugar un papel importantísimo, de ahí que aunque la misma acción que llevaron a cabo los fascistas en 1922 fuera solamente el principio de un final que debería ganarse cada día, la acción mistificadora no había hecho más que comenzar a dar sus primeros pasos, por esto mismo creo que el profesor Gentile no está muy de acuerdo con la versión que menoscaba la mencionada Marcha sobre Roma de 1922. A partir de este momento histórico, los diferentes movimientos de corte similar que se dieron en otros países de Europa buscaron también su “Marcha sobre Roma”.

    Un saludo.

  13. Rodrigo dice:

    Hola, David. Muy enjundioso tu comentario.

    La verdad es que ni siquiera la toma de La Bastilla y el asalto al Palacio de Invierno han escapado a la mitificación: ninguno de estos acontecimientos fue todo lo dramático y determinante que presumieron sus contemporáneos. Pero sí, los fascistas quisieron ponerse a la altura de las revoluciones icónicas del mundo moderno y por esto es que tergiversaron mucho de lo ocurrido en aquellas jornadas de octubre. En cuanto a Gentile, me parece conveniente enfatizar que su desacuerdo con la corriente historiográfica que califica la marcha sobre Roma como un mito proviene de la condición originaria o fundacional que tuvo el acontecimiento, y que es a lo que este historiador apunta. La marcha, junto con las negociaciones de la cúpula fascista con el gobierno en funciones y con la Corona, catapultó a Mussolini al poder, cosa que significó ni más ni menos que la apertura de una era política que el propio Gentile concibe como un manchón en la historia de Italia. Puesto que ocurrió así, a Gentile no le cabe en la cabeza que se pueda considerar la marcha como un mito. Pero, por lo que he podido observar, la idea de mito tal cual es esgrimida por algunos historiadores concierne a otro aspecto de la cuestión, no a lo que se refiere Gentile. Es por esto que en la reseña aludo a un cierto malentendido.

    Es más que nada una cuestión de matices, pero también de conceptos (lo de la instauración de un cierto tipo de régimen y la fascistización gradual de la sociedad italiana, por ejemplo). No deja de tener sus bemoles, lo mismo que el problema del mito y su papel en movimientos como el fascista, tal cual refieres atinadamente en tu comentario.

  14. José Sebastián dice:

    He comenzado la lectura de «Mussolini y el fascismo italiano» de Álvaro Lozano y me está enganchando como ya hizo con «La Alemania Nazi». Gracias a vuestros comentarios me he decidido y lo estoy disfrutando.

    Saludos

  15. Jose Sebastian dice:

    La fotografia de la portada del libro de Gentile también aparece entre las del libro de Lozano y el autor la subtitula «Mussolini con miembros del Partido Fascista tras la marcha sobre Roma. Roma, 28 de octubre de 1922».

    Saludos

  16. Jose Sebastian dice:

    Aunque no sé si la fecha de la fotografía sea la correcta pues Mussolini fue.nombrado.primer.miinistro el 29 y fue recibido por el rey el 30 de octubre. Dudo que el 28 estuviera ya en Roma…

  17. Rodrigo dice:

    El 28 todavía estaba en Milán.

    En fin, detalles…

  18. David L dice:

    Creo que fotográficamente Mussolini daba mucho juego, hay documentos gráficos buenísimos, a mí hay una que me encanta en la que se ve a Mussolini vestido de uniforme a la marcha junto a sus generales. ¿Alguien se imagina a Hitler o a Franco corriendo de uniforme a la manera que lo hacían los fascistas italianos ?

    Saludos.

  19. Rodrigo dice:

    Hitler en particular adhería a un ideal hierático de la imagen del gobernante, sobre todo si se trataba de cierta clase de gobernante. En cierta ocasión manifestó su malestar por una foto en que se veía a Stalin con un cigarro (o cigarrillo) en la mano, cosa que menoscaba su dignidad.

    (Fijo que le importaba un rábano el clásico puro de Churchill…)

  20. Farsalia dice:

    Créditos de la imagen de portada del libro: Benito Mussolini durante la marcha sobre Roma, autor desconocido, 28 de octubre de 1922″.

  21. Rodrigo dice:

    ¿Hay ya edición española del libro?, ¿con los créditos de la foto?

  22. Farsalia dice:

    Justo acaba de salir a la venta (lo puse en el foro). Y sí, eso es lo que pone en los créditos.

  23. Rodrigo dice:

    Vale, no me había fijado. Llevo unos días sin entrar al foro.

    Como solemos decir: ya comentarás (si te place, claro).

  24. David L dice:

    Acabado el libro de Emilio Gentile. Ha resultado muy interesante su lectura, uno puede sacar conclusiones que bien pueden aplicarse en cualquier momento de nuestra historia más reciente. El Estado no puede sucumbir ante una amenaza como la que le presentó el movimiento fascista en 1922, la dejación de funciones, la desidia y la no determinación en aplicar la ley, una ley que provenía de una democracia parlamentaria, que no es cualquier cosa, no pudo o no supo hacerla respetar y los fascistas camparon a sus anchas ocupando prefecturas, avasallando a cualquiera que osase retarles…. Cuestiones que me planteó .¿Pudo hacer algo más el Estado italiano? A mí me ha dado la sensación tras leer el libro que sí, creo que tenía medios para haber frenado con firmeza el desafío fascista, pero cuando un Estado duda, no cree en sí mismo, se produce lo que Emilio Gentile denomina “instante huidizo”, ahí es cuando muestra debilidad, el Rey Victor Manuel III y su jefe de gobierno Giovanni Giolitti no supieron manejar la situación…¿exceso de confianza? ¿Impotencia? ¿Negligencia? Creo que un poco de todo hubo, al final creyeron que podrían controlar a los fascistas en el parlamento y no fue así, desde luego a toro pasado es muy fácil adivinar las cosas, pero está claro que el recorrido de los fascistas hasta llegar a la Marcha sobre Roma en octubre de 1922 había sido de todo menos pacifico, la violencia como arma política no podía augurar nada bueno.

    Curioso que el PNF fuera el único partido representado en un parlamento europeo con una milicia armada asociada y mantenida a expensa del Estado. Otro aspecto llamativo ha sido conocer la importancia de Mussolini como líder del fascismo en aquel año 1922, no parece que fuese un liderazgo tan asentado como pudiera parecer a tenor de su evolución posterior, ahí está la figura de otro jerarca fascista, Michelle Bianchi, al que tal vez habría que otorgarle más protagonismo que al propio Duce en la decisión de tirar adelante la Marcha con todas sus consecuencias. Las dudas no entraban dentro de los planes de Bianchi. Tampoco el movimiento fascista era tan homogéneo como creía, seguramente su corta trayectoria, solamente hacía tres años que se había formado, le daba todavía un aire posibilista donde su crecimiento ofrecía posibilidades de transformación, aunque no sabemos hacia donde se podía orientar la misma, la toma del poder le garantizó y guio hacia el nacimiento de un régimen y a convertirse en Estado con letras mayúsculas.

    Saludos.

  25. Rodrigo dice:

    Sí, el estudio de Gentile ilustra muy bien la crisis del Estado liberal y de la democracia parlamentaria en el período de entreguerras, tema que ciertamente trasciende el marco italiano de la historia en cuestión. La ligereza e irresponsabilidad de los dirigentes de corte tradicional de la época, tanto liberales como conservadores, queda en evidencia, e inevitablemente salta a la mente lo de enero de 1933, en Alemania, cuando la clase política le sirvió en bandeja el poder a los nazis. También es cierto que el libro arroja luz sobre la real envergadura del personaje Mussolini en aquellos tiempos. En esta otra vertiente, el contraste con Hitler y su indiscutido liderazgo –tempranamente consolidado- apenas puede ser más dramático.

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