DELFOS – Michael Scott

9788434419414“El señor cuyo oráculo es el que está en Delfos no habla ni oculta nada sino que se manifiesta por señales”. Heráclito

¿Delfos nace o se hace? podría haber sido también el título de este ensayo de Michael Scott. ¿Brota el santuario de Apolo con el marchamo de “centro del mundo antiguo” (como reza el subtítulo del libro) o va ganando ese prestigio con el paso de los siglos? Podría decirse que esto es lo que trata de dilucidar Scott en su obra, y podría decirse, como es de imaginar, que la respuesta es: un poco de ambos extremos. Pocas cosas en la vida son o blancas o negras, y precisamente Delfos, el santuario oracular más importante del mundo occidental durante siglos, cuyo origen se pierde entre el mito y la historia, cuyo papel en el mundo griego siempre ha jugado con la ambivalencia, cuyos vaticinios destacaban precisamente por su ambigüedad, no iba a ser ejemplo de lo contrario. 

La ladera escarpada de un monte no es lugar adecuado para construir un templo; entre otras cosas, harían falta muros de contención para evitar deslizamientos de tierra y existiría siempre el peligro de desprendimientos de rocas que arruinarían el edificio. Además, un terreno escasamente fértil y poco apto para pastorear el ganado no es el más idóneo para establecerse; sería de antemano una condena a la pobreza, una perenne dependencia de los recursos que llegaran del exterior. ¿Por qué entonces la ladera del monte Parnaso, entre las escarpadas cimas de las rocas Fedriades, frente a la extensa llanura de Crisa, fue el lugar escogido por Apolo para establecer su santuario oracular? Según el mito, Zeus decidió averiguar cuál era el centro del mundo y soltó dos águilas desde los dos extremos de la tierra para que, al cruzarse, determinaran “el ombligo del mundo” (en la Antigüedad, “ombligo” es sinónimo de centro). Ese lugar fue Delfos, y quedó marcado por la piedra que las águilas soltaron al cruzarse: el Ónfalos. Y allí decidió Apolo establecer su oráculo:

“Aquí pienso procurarme un templo hermosísimo a fin de que sea oráculo para los hombres que por siempre me traerán aquí hecatombes perfectas, ya cuantos habitan el fértil Peloponeso, ya cuantos habitan Europa y en las islas ceñidas por las corrientes, dispuestos a consultar el oráculo. A ellos yo podría declararles mi infalible determinación, a todos, vaticinando en el espléndido templo.”
Himno a Apolo, 287

Dice también el mito que, antes de establecerse, Apolo tuvo que matar a la serpiente Phyton, hija de la diosa Gea, que tenía allí su propio oráculo:

“En cuanto a la Dragona [la serpiente Phyton], a todo el que se la encontraba se lo llevaba su día fatal, hasta que le lanzó un poderoso dardo el Soberano Certero, Apolo. Ella, abrumada por terribles dolores, yacía jadeando intensamente y rodando por el suelo. Un grito sobrehumano, indescriptible, se produjo, y por el bosque no cesaba de retorcerse violentamente, aquí y allá. Perdió la vida, exhalando un aliento ensangrentado, y se jactó Febo Apolo.”
Himno a Apolo, 357

Según el himno homérico, a continuación Apolo se transformó en delfín y captó a unos navegantes cretenses para que fueran sus primeros sacerdotes. Estos, dudosos del éxito de la idea, objetaron al dios los inconvenientes del lugar: terreno estéril, ausencia de pastos… Pero Apolo respondió airado:

“Que cada uno de vosotros, teniendo en la mano diestra el cuchillo, degüelle corderos sin cesar. Éstos los tendréis a vuestra disposición generosamente, todos cuantos me traigan las gloriosas estirpes de los hombres. Cuidad el templo, acoged a las gloriosas estirpes de los hombres que se congregarán especialmente aquí…”
Himno a Apolo, 535

Parece entonces que, según el mito, el santuario oracular de Apolo en Delfos nació ya por voluntad divina con vocación de ser el centro geográfico y espiritual del mundo griego. En cuanto al templo, si atendemos lo que en el siglo II d.C. cuenta el viajero Pausanias en su Descripción de Grecia, parece ser que:

“Dicen que el templo más antiguo de Apolo fue hecho de laurel, y que las ramas fueron llevadas del laurel del Tempe. Este templo habría tenido forma de cabaña. Dicen los delfios que el segundo templo fue hecho por las abejas de la cera de las abejas y de plumas, y que fue enviado a los hiperbóreos por Apolo.”
Pausanias X, 9

Hubo según Pausanias un tercer templo hecho de bronce y un cuarto de piedra; este último entroncaría ya el mito con la historia. Ese cuarto templo, añade Pausanias, resistió hasta que a mediados del siglo VI a.C. un incendio lo destruyó. Ese fue, pues, el enclave que sirvió de hogar terreno a Apolo “Loxias” (el ambiguo) tres cuartas partes del año, ya que en invierno se ausentaba de allí y era el dios Dioniso quien vivía en el templo.

Y en cuanto a la misión oracular que se autoimpuso Apolo en Delfos, los mitos son abundantes en referencias. El día siete del mes délfico Bysios (el Antesterion de los atenienses, hacia febrero-marzo), fecha de su cumpleaños (con el tiempo las consultas serían el día siete de cada mes), el dios atendía consultas y por boca de la Pitia (en principio solo una, más adelante hasta tres) comunicaba su oráculo a los solicitantes. Así, a Delfos acudió Pelias, rey de Yolco, en busca de consejo para un buen reinado, y el oráculo le previno contra “el hombre con una sola sandalia” (Jasón, su sobrino y legítimo heredero al trono). Teseo hizo a Apolo la acostumbrada ofrenda en Delfos de sus largos cabellos cuando alcanzó la juventud (siglos después, en el lugar exacto en que hizo la ofrenda los atenienses construyeron su famoso Tesoro que conmemoraba la victoria de Maratón en el 490 a.C.). Cuando Heracles asesinó a Ífito, quien le acusaba de haber robado unas yeguas, pidió consejo a Apolo para curarse de la enfermedad que le sobrevino, y el oráculo le dijo que se pusiera al servicio de Ónfale, reina de Lidia. Y cuando el mismo Heracles mató en estado de locura a sus hijos y acudió a Delfos para purificarse, el oráculo de nuevo le aconsejó ponerse al servicio de alguien, en este caso el rey Euristeo de Tirinto (quien le encargaría los famosos doce trabajos). Edipo preguntó en Delfos (en la que quizá sea la consulta más famosa de la mitología griega, que transmite Sófocles y a pesar de que Eurípides da una versión diferente) quiénes eran sus verdaderos padres, pero el oráculo, haciendo gala de la ambigüedad que le daría fama, no solo no se lo reveló sino que le aconsejó no volver a su patria si no quería matar a su padre y yacer con su madre (y ni la patria, ni el padre ni la madre resultaron ser los que Edipo creía, de modo que a la postre sucedió todo aquello contra lo que había sido prevenido). Alcmeón, hijo de Anfiarao, quien murió en la campaña contra Tebas entre los hijos de Edipo (uno como rey y otro como aspirante igual de legítimo), acudió a Delfos para saber si debía matar a su madre Erifile, cosa que le prometió a su moribundo padre Anfiarao ya que Erifile lo había traicionado (el oráculo asintió y Alcmeón mató a Erifile, lo cual provocó que se lanzaran sobre él las Erinias, diosas vengadoras). Cuando Orestes, hijo del rey de Micenas Agamenón, fue a Delfos para consultar si debía matar a los asesinos de su padre, que no eran otros que su propia madre Clitemnestra y el amante de esta, Egisto, Apolo Loxias respondió que si no lo hacía caerían sobre él todo tipo de males, y si lo hacía las Erinias vengadoras le perseguirían (y así sucedió, ya que Orestes cometió el matricidio).

Los ejemplos mitológicos que hacen referencia a la labor oracular de Delfos y a su importancia sin parangón en el contexto griego, son interminables; ello demostraría que para los griegos, desde el primer momento de su existencia, fuera este cuando fuese, perdido en el limbo intemporal del mito, Delfos fue el auténtico centro del mundo. Hubo otros oráculos, de otros dioses o incluso del propio Apolo, pero ninguno como este. El oráculo de Delfos formaba parte de los “topoi”, de los lugares comunes, de los rasgos característicos y definitorios del cosmos griego, como la laguna Estigia, lo más sagrado por lo que un mortal o un dios podían pronunciar un juramento, o el monte Olimpo, el hogar de los dioses; el oráculo de Delfos era el oráculo por excelencia, porque allí, desde el centro del mundo, es decir, del universo, y qué mejor lugar, el hijo favorito de Zeus daba a conocer a los hombres la voluntad del padre de todos los dioses:

“¡Sean para mí mi cítara y el curvado arco! ¡Y revelaré a los hombres la infalible determinación de Zeus!”
Himno a Apolo, 132

Delfos formaba parte del mito, ese mito que el hombre griego conocía y aprehendía de pequeño, el mito que le enseñaba a reconocer el bien y el mal, a honrar a los dioses y a creer en ellos.

Era preciso, creo, hacer este excurso previo para tratar de situar el santuario de Apolo délfico dentro de ese cosmos griego; había que tener una idea, por pequeña que fuese, de cuál fue el sentido, la profundidad y el brillo que ese oráculo pudo tener para un griego, que en absoluto tiene que ver con el sentido, profundidad y brillo que le hayan podido dar casi mil años de historia, que es como nosotros lo contemplamos transcurridos otros mil seiscientos años. Era necesario decir que Delfos no fue solo un lugar que ganó prestigio con el tiempo sino que, para un griego, fue el centro del universo. A la pregunta inicial de si Delfos nace o se hace, creo que es evidente que un griego respondería sin dudar lo primero: desde su nacimiento, Delfos ya es Delfos, igual que Atenea nace de la cabeza de Zeus ya como Atenea: adulta, totalmente armada y con todos sus atributos.

Sería un tema apasionante hacer una “historia mítica”, valga el oxímoron, de Delfos; algo en esa línea, aunque no exactamente, es lo que puede encontrarse en castellano en el estupendo libro de mitología comparada de Joseph Fontenrose Python. Estudio del mito délfico y sus orígenes (editorial Sexto Piso, 2011). No es eso lo que nos presenta Michael Scott en su libro Delfos. Historia del centro del mundo antiguo; por decirlo así, Scott responde a la pregunta sobre el origen de Delfos con la segunda opción, siendo entonces un contrapunto a la obra de Fontenrose.

El joven profesor de la Universidad de Warwick (antes lo fue de Cambridge) plantea un recorrido histórico del paso de la palabra oracular de Apolo por el mundo de los mortales. Más que de la palabra, del enclave geográfico desde el que esta se daba a conocer, es decir, el pequeño santuario de Delfos, en la ladera del monte Parnaso, en la región de la Fócide. Ciertamente, en ese recorrido lineal Scott intenta transmitir lo que más o menos he tratado de esbozar en los párrafos precedentes: que Delfos ya nace con las medallas puestas (“Algunos nacen grandes”, reza el título de la primera parte del libro), pero siempre ciñéndose las bridas de la historicidad: esas primeras páginas rezuman arqueología y análisis de fuentes documentales; de hecho todo el libro tiene ese aroma, como ha de ser, por otra parte, en todo ensayo histórico que se precie.

Pero seamos justos: si apasionante sería un recorrido mítico por Delfos, no lo es menos el histórico al que nos invita Scott. Hay que decir que para esa labor el autor se apoya bastante, quizá demasiado, en una obra ya clásica sobre el oráculo: los dos volúmenes de The Delphic Oracle, de H. W. Parke y D. E. Wormell, de 1956 (han pasado ya 60 años, pero Scott acude a ella una y otra vez probablemente porque no se ha escrito desde entonces nada más completo). En un principio el trabajo de Scott describe, con más incertidumbres que certezas –el tema es el que es y se conoce lo que se conoce–, el funcionamiento del oráculo (quien más y quien menos sabrá que no todos los oráculos griegos funcionaban de la misma manera). Sobre este tema puede echarse un ojo a lo poco que contaron sobre todo Plutarco (Sobre la E de Delfos, Sobre por qué la Pitia no profetiza ahora en verso, Sobre la desaparición de los oráculos), pero también Pausanias (el libro X de su Descripción de Grecia está dedicado a la Fócide) o Píndaro (sus odas Píticas, en honor de los vencedores de los Juegos Píticos celebrados en Delfos, revelan muchos detalles, especialmente mitológicos), o a libros actuales como el de David Hernández de la Fuente Oráculos griegos, cuyos párrafos dedicados a Delfos son una especie de versión reducida del libro de Scott; o el de Philipp Vandenberg El secreto de los oráculos (y que cada uno le dé la credibilidad que quiera), que fue extrañamente reseñado en esta casa; o el ya clásico (y al que Scott acude bastante a menudo) de Robert Flacelière Adivinos y oráculos griegos; o bien libros con más vocación de manual, como La religión griega en la polis de la época clásica, de L. B. Zaidman & Pauline Schmitt Pantel (donde se hace un buen análisis del oráculo délfico), o el imponente  Religión griega arcaica y clásica de Walter Burkert.

Tras esa introducción sobre cómo el solicitante ha de plantear su pregunta y cómo obtiene su respuesta, Scott se zambulle en la historia de Delfos y su imbricación en el complejo mundo agonístico de las poleis griegas, camino que ya no abandona hasta llegar a las últimas excavaciones realizadas en el siglo XX por arqueólogos franceses. El libro concluye con una pequeña guía, útil si alguien se encuentra in situ, de los actuales restos de Delfos y del museo construido junto a ellos, el cual cuenta con un buen puñado de obras maestras del arte griego, importantísimas por lo que son y/o por lo que representan: el auriga de Delfos, el friso del Tesoro de los Sifnios, el del Tesoro de los Atenienses, el Ónfalos, los frontones del templo de Apolo, una inscripción sobre mármol con la  más antigua notación musical griega que se conserva, la escultura de Antínoo…

Pero conviene centrarse en el grueso del libro, constituido por esa panorámica histórica del papel que Delfos ha jugado, o le han hecho jugar, en la lucha de poderes que siempre existió entre las poleis griegas. Scott se hace eco del importante papel que tuvo siempre el oráculo délfico en lo que podríamos llamar anacrónicamente “política griega nacional e internacional”, y en cómo a causa de ello fue una pieza codiciada por unos y por otros. Sin embargo, ese prestigio difícilmente pudo comenzar antes del siglo VIII a.C., momento clave en el que Delfos “subió al escenario”, por decirlo así. Antes de dicha centuria la arqueología no tiene pruebas de actividad oracular en el lugar, aunque la intemporal mitología diga lo contrario, como se ha visto. Si el santuario antes perteneció a la diosa ctónica Gea (o Gaia), o a Poseidón (dios del mar pero también “el que sacude la tierra”) es algo que se atisba en el mito y en la historia, por otra parte. El caso es que, aún a finales del siglo VII a.C., seguía sin haber templo en Delfos:

“En consecuencia, hasta finales del siglo VII a.C. (…), parece que el asentamiento de Delfos fue una mezcla de actividades seculares y sagradas, sin la existencia de un espacio de culto estrictamente definido y separado.”

Lo cual no es sinónimo de que no existiera un oráculo, sino sencillamente una falta de vinculación entre un espacio sagrado delimitado y una actividad oracular:

“A pesar del importante aumento internacional del registro oracular y de ofrendas durante el siglo VII a.C., seguía sin existir una separación entre el espacio secular y el sagrado, sin ningún santuario delimitado ni probablemente un templo de Apolo durante este tiempo.”

Es hacia 575 a.C., según Scott, cuando se levanta la primera construcción dedicada a Apolo. Según el mito, sin embargo, el primer templo se remonta a más antiguo y fue construido por los legendarios arquitectos Trofonio y Agamedes bajo las órdenes de Apolo. En cualquier caso, a finales del siglo VII y principios del VI a.C. Delfos ya había entrado en la historia de los griegos, y no saldría en los próximos mil años. En tan extenso periodo estuvo implicado en los acontecimientos más importantes de la civilización griega, como bien relata Scott. Así por ejemplo, durante el periodo de la colonización del Mediterráneo occidental, siglos VII-VI a.C., fue casi preceptivo consultar a la Pitia antes de iniciar una expedición (aunque, como dice el gran helenista G. W. Forrest, se podría decir que la colonización hizo más por extender el prestigio de Delfos de lo que Delfos hizo por la colonización).

La historia del santuario délfico antes de la ocupación romana ha sido convulsa: se vio envuelta a lo largo de los siglos en cuatro guerras sagradas, la primera a principios del siglo VI a.C. y la última en el 339 a.C.. Conviene tener en cuenta que Delfos era un lugar muy rico (las ofrendas presentadas por las poleis griegas eran numerosas y valiosas) y estaba desprotegido, no disponía de ejército, por lo que su gobierno y protección corrían a cargo de una Anfictionía, una especie de institución conjunta formada por miembros de diferentes poleis griegas que tenían intereses diversos en Delfos. Así, en las tres primeras guerras sagradas fue la Anfictionía la que veló por el santuario frente a enemigos griegos que, por diversas razones, amenazaban su seguridad; en la cuarta fue Filipo II de Macedonia (que ya intervino en la tercera y se ganó el derecho a formar parte de la Anfictionía) quien aprovechó la coyuntura para sus propios intereses y derrotar a Atenas y Tebas en la batalla de Queronea. De hecho, los actores dominantes en Delfos fueron muy diversos, dependiendo de la época: Esparta, Corinto, el reino de Lidia en Asia Menor, Atenas, Tebas, Macedonia, Etolia…

Delfos fue también víctima de varias catástrofes: un incendio en el 548 a.C. destruyó el antiguo templo (¿el de Trofonio y Agamedes?) y dio pie a una gran renovación en la que participaría la importante familia ateniense de los Alcmeónidas, iniciando así una relación con Delfos que perduraría durante mucho tiempo. En el 373 a.C. hubo un terrible terremoto que demolió hasta sus cimientos el templo, y requirió un nuevo esfuerzo para levantarlo de nuevo (los restos que se pueden ver actualmente pertenecen a este templo del siglo IV a.C.). En el 365 d.C. un nuevo terremoto hizo temblar Delfos, en lo que pareció el final del santuario tras un milenio de vida. Al margen de estos desastres, durante las Guerras Médicas, a principios del siglo V a.C., sufrió el acoso del ejército persa (que salió huyendo cuando el propio Apolo salió en defensa del santuario lanzando piedras contra las tropas persas); y sufrió también el acoso de los galos en el 270 a.C., del que solo pudo librarse gracias a la ayuda de los etolios, que iniciaron entonces un breve periodo de poder en el santuario.

También habla Scott de las frecuentes y trascendentes consultas que recibió Delfos procedentes tanto de poleis griegas como de otros lejanos lugares. Para ello Herodoto es el autor recurrente, ya que en él aparecen algunas de las más célebres, como la doble consulta realizada por el rey Creso del reino de Lidia, en Asia Menor (la primera pidiendo a varios oráculos que adivinaran qué estaba él haciendo en un momento determinado –solo Delfos acertó–, y la segunda preguntando a la ganadora, Delfos, qué sucedería si iniciaba una guerra contra los persas –con la archiconocida respuesta de que si así hacía destruiría un gran imperio, que luego resultó ser el lidio, no el persa–. Algunas pruebas de que Delfos pasaba por ser un oráculo de enorme importancia entre los gobiernos griegos es que el legendario legislador espartano Licurgo pidió consejo a la Pitia para elaborar su Rethra, o que Clístenes de Atenas también solicitó su ayuda a la hora de denominar las nuevas tribus en las que iba a distribuir la polis de Atenas, en lo que iba a ser la base de un sistema de gobierno que con los años recibiría el nombre de democracia. Por no mencionar la seguramente más famosa consulta de la Antigüedad: aquella que con motivo de la invasión persa de Atenas hizo Temístocles, y que con todo lujo de detalles relata Herodoto en el libro VII de su Historia. Por supuesto, Delfos no estaba en absoluto restringido a ser objeto de consulta por los gobiernos sino que también recibía numerosísimas solicitudes de particulares: famosa es la consulta de Jenofonte sobre a qué dios debía honrar para tener buena fortuna en su futura expedición por tierras persas (relatada en su Anábasis), o la del ateniense Querefonte, quien ingenuamente acudió a Delfos para preguntar si existía alguien más sabio que Sócrates (que Platón relata en su Apología).

Esto demuestra el peso específico que tenían las palabras de la Pitia, y que las consultas  iban más allá de ser una mera solicitud de consejo. ¿Significa esto que los oráculos pronunciados en Delfos jamás eran puestos en duda? Es difícil responder a eso y Scott tampoco lo intenta, pero las fuentes han transmitido varios casos de oráculos tendenciosos, o directamente de soborno a los sacerdotes délficos para obtener respuestas. En este sentido es llamativa la consulta que en 352 a.C. hicieron los atenienses sobre si debían o no cultivar las tierras sagradas pertenecientes a los santuarios de Eleusis, consulta que hace pensar en un cierto grado de desconfianza:

“En vez de enviar simplemente a sus embajadores a Delfos con la pregunta, hicieron constar en la inscripción que habían escrito las dos opciones (cultivar o no cultivar) en láminas de estaño. Estas láminas fueron envueltas en lana, colocadas en una jarra de bronce y agitadas, tras lo cual una fue colocada dentro de una jarra de oro y la otra en una jarra de plata. Las dos jarras fueron selladas, de manera que nadie sabía qué jarra contenía cada opción. La pregunta que los atenienses decidieron presentar ante el oráculo fue simplemente qué jarra debían escoger. (…) Los atenienses decidieron inscribir y mostrar públicamente el método tan complejo que habían utilizado para garantizar que nadie –en Atenas o en Delfos– pudiera influir en la respuesta del dios.”

Y así prosigue la historia de Delfos a lo largo de las páginas del libro, hasta llegar a la última respuesta pronunciada por la Pitia durante el gobierno del emperador romano Juliano atendiendo una petición, según la tradición, del propio Juliano, respuesta que se desentiende del asunto preguntado y parece vaticinar su propio fin:

“Diréis al emperador: el vestíbulo ornado cayó a tierra, Febo no tiene ya abrigo, ni laurel profético, ni fuente que hable; el agua parlante se calló.” (La traducción que ofrece Scott es otra, quizá menos poética)

Pocos años después, antes de acabar el siglo IV d.C., el emperador romano Teodosio proscribió los cultos paganos y el cierre de todos los santuarios, lo cual supuso el fin del oráculo de Delfos después de más de mil años de actividad ininterrumpida.

Delfos pasó a convertirse con los siglos en un lugar abandonado y de poco interés; la zona se cubrió con tierras desprendidas, las obras de arte y los edificios fueron saqueados y una comunidad cristiana pasó a habitar el lugar, hasta que en el siglo VII fue definitivamente abandonado. En algún momento después, sobre las ruinas de Delfos se construyó un nuevo pueblo llamado Castri. Y así desapareció todo rastro de su existencia hasta que hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX el interés que en Europa y especialmente en Alemania se despertó por la antigüedad clásica, combinado con una incipiente disciplina, la arqueología, que comenzaba a dar sus primeros pasos, hicieron que Delfos volviera a ver la luz del sol. Durante esos dos siglos personalidades del mundo de la cultura como Johann Winckelmann (autor, sin haber estado jamás en Grecia, de una monumental Historia del arte en la Antigüedad), Goethe (“que todo el mundo sea griego; a su manera, pero que lo sea”), Schiller, Hölderlin, Schelling, Lord Byron y tantos otros, se encargaron de sacar de nuevo a flote el interés por la civilización y la cultura griegas. Y por su parte, arqueólogos franceses liderados por el francés Théophile Homolle se encargaron de sacar de nuevo a flote los restos de Delfos, ya en el cambio del siglo XIX al XX.

Muchos otros aspectos son tratados en el libro de Michael Scott: el enriquecimiento de Delfos provocado por la enorme cantidad de ofrendas presentadas a lo largo de los siglos (ofrendas que Delfos jamás rechazó, salvo en el caso de una ofrenda de Temístocles que cuenta Pausanias, X 14.5), el espíritu agonístico entre las diferentes poleis griegas por levantar el tesoro más suntuoso, o el monumento mejor construido, o la escultura más bella; la utilización de Delfos por parte de los romanos como “escaparate” de sus intervenciones en Grecia… Una muestra de todo ello son los restos que en la actualidad pueden visitarse, una cantidad ínfima de lo que hubo pues buena parte de los exvotos fueron destruidos por el paso del tiempo, de manera accidental o intencionada (como el caso de las valiosísimas estatuas de bronce que fueron fundidas por los focidios para financiar la 2ª Guerra Sagrada, por el descomunal valor de 10.000 talentos de plata).

En cuanto al autor, Michael Scott, ya es conocido en estas páginas por su obra Un siglo decisivo. En la que nos ocupa ha utilizado un estilo quizá más académico pero igual de ameno, lo que denota (eso y su currículum) que Scott es un gran divulgador. Quizá se echa de menos, en el tratamiento del tema, una mayor profundización en el capítulo dedicado al funcionamiento del oráculo: el papel del laurel, de la fuente Castalia, la Pitia, los sacerdotes, las emanaciones del subsuelo…, aspectos estos que se ventilan, a mi parecer, demasiado pronto y demasiado brevemente. Eso sí, el libro cuenta con una abundante bibliografía eminentemente anglosajona y francesa, idiomas que el autor domina. Sin duda sería un excelente complemento de este libro el que el propio Scott escribió anteriormente, Delphi and Olympia. The Spatial Politics of Panhellenism in the Archaic and Classical Periods, y alguna editorial se colgaría una buena medalla si se decidiera a traducirla al castellano.

En cuanto a la edición, solo cabe elevar la cansina protesta por situar las notas al final del libro y no a pie de página, y el algo mareante baile de páginas que el lector ha de hacer cada vez que  el texto le invita a consultar alguna de las ilustraciones que se hallan desperdigadas por las páginas del libro. Al margen de esas minucias, y como conclusión, hay que decir que se trata desde luego de un libro muy recomendable e interesante. El tema lo es, y difícilmente el libro podía ser de otra manera. Cualquier obra que nos acerque a lo que fue el mundo griego (aunque en el intento algunas más bien nos alejan) vale la pena. Este Delfos, por méritos propios, es un libro que merece figurar en la biblioteca de los filohelenos en particular y de los amantes del buen ensayo histórico en general.

(Conviene no confundir, como hace alguna que otra página web dedicada a los libros, al ensayista Michael Scott autor de Delfos y Un siglo decisivo con el novelista Michael Scott autor de títulos como El nigromante o El alquimista. Y desde luego conviene no confundir, como hace por ejemplo Ediciones B, editorial de Un siglo decisivo, la página web del Michael Scott ensayista, www.michaelscottweb.com, con la página web del Michael Scott cantante –supongo–, www.michaelscott.com).

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20 comentarios en “DELFOS – Michael Scott

  1. ARIODANTE dice:

    Excelente y apabullante reseña, querido Cavi. Digo apabullante porque yo ya me doy por satisfecha con leer la reseña, donde das una cantidad de información, resumida, claro, pero extensísima, sobre un tema altamente interesante para los amantes del mundo griego clásico. El libro parece enjundioso, quizás en exceso para mí. Gracias por aclararnos los distintos Michaeles Scott que andan por ahí…
    Y mira por donde, a partir de ahora voy a llamar a Javea apolínea y a Godella dionisiaca, por aquello de pasar temporadas en una u otra localidad. En este caso, la localidad, Delfos, permanece y los ocupantes cambian. En mi caso, soy yo la que me muevo..

  2. Urogallo de Delfos dice:

    Esta es una reseña que aquellos que nos purificamos en la fuente de Castalia podemos apreciar muy especialmente.

  3. Clodoveo11 dice:

    Lo de las notas al final de página es un coñazo insufrible, y más si son eruditas, porque si son recensivas sin más no importa demasiado (se obvian y ya está).

    Veremos a ver si lo saldan en un futuro, porque por lo que comentas creo que con Herodoto, Pausanías, tu reseña y el de Hernández de la Fuente sobre Oráculos griegos voy de momento bien servido.

    La gran pregunta en cuestión es porqué se eligen determinados puntos o lugares para comunicar con la divinidad o divinidades, y no otros. Una pregunta extensible a centros de culto, paganos, critianos, budistas o jainitas y que, por lo visto, me parece que más puede responderlo ese libro de Fonterose que comentas.

    Enhorabuena por tu reseña, Cavilius.

  4. Clodoveo11 dice:

    Jodó qué precio el de Fonterose, 37 pavos… habrá que quedarse con el beneficio de la duda. :-D

  5. Urogallo dice:

    Para los paganos era más sencillo: Eran lugares marcados por la divinidad con hechos fundamentales de su existencia.

  6. cavilius dice:

    Gracias por los comentarios.

    Las notas son en su mayoría, pero no todas, bibliográficas, Clodoveo11, referidas a fuentes primarias y secundarias. No tenerlas a pie de página te obliga a decidir, a cada paso, si te vas al final a buscarla y ver si ha valido la pena, o a seguir la lectura y confiar en que no sea una nota especialmente destacable. Un estrés continuo, vaya.

    El libro es eminentemente histórico: no es un estudio sobre tal o cual aspecto de Delfos sino un recorrido por los siglos de los siglos. Muy jugoso y muy interesante, sí, pero eso es lo que es. Fontenrose es otra cosa (lo voy leyendo a ráfagas y apenas estoy en el 20% de sus más de 700 páginas), y Hernández de la Fuente también lo es. ¿Recomendaría este libro de Michael Scott? Sí, sin ninguna duda. ¿Agota el tema o lo trata con ánimo de exhaustividad? No, desde luego.

  7. cavilius dice:

    Y, como dice el romano Urogallo, los oráculos están donde están porque allí «le pasó algo» al dios o héroe de turno. En Delfos Apolo mató a la serpiente Phyton, en Oropo el héroe muerto Anfiarao «salió a la luz» a través de una fuente sagrada, etc. Para estas cosas recomiendo el inconmensurablagnífico libro de Pedro Olalla, que increíblemente nadie ha reseñado aún y eso que tiene ya unos años, Atlas Mitológico de Grecia. Mucho más que un atlas antiguo, mucho más que un atlas moderno, mucho más que una guía mitológico-geográfica. Tan útil o más (sí, definitivamente más) que Pausanias para quien viaje por Grecia con inquietudes diferentes a las del típico turista.

  8. Farsalia dice:

    Completísima reseña del griego, pero que ello no os disuada de leer el libro: al contrario, que sirva de estímulo, pues el libro merece una buena lectura.

  9. Clodoveo11 dice:

    Sí, sí, Cavilius y Urogallo, allí pasó algo con una divinidad, pero sigo preguntándome porqué allí y no a un par de kilómetros. Porque da la casualidad, como algunos eruditos han señalado, que tras el paganismo los cristianos reutilizaron muchos de esos sitios o los reacondicionaron para sus vírgenes, como han señalado estudiosos de la talla de Julio Caro Baroja, Juan Gª Atienza, etc. Y ello tanto a nivel de templos ciudadanos como de pequeñas ermitas rurales. Más allá del tema de apropiarse de los terrenos adscritos al templo, no me imagino cómo los nuevos ocupantes sacros quisieran asentar a sus objetos de adoración en el mismo lugar de los denostados gentiles, paganos o quienes sean. Es decir, el porqué de la fascinación de determinados puntos a lo largo de los siglos y las advocaciones y no otros.

    Pero bueno, son desbarres de mi cosecha. Sigan con el libro de Delfos. :-)

  10. Antígono el Tuerto dice:

    Gran reseña, cavi. Como todas las tuyas no decepciona, es amplia y jugosa. Y de libros muy apetecibles…que éste tiene muy buena pinta, pardiez.
    Clodoveo, muchos de esos santuarios fueron reutilizados por muchos cultos, los propios santuarios «paganos» habían pertenecido anteriormente a deidades neolíticas…y quién sabe si no habrían sido previamente centros de culto paleolíticos, en las profundidades de la Prehistoria, retrotrayéndonos hasta quién sabe cuándo.

  11. cavilius dice:

    Bueno, Clodoveo11, quizá ese reacondicionamiento de los emplazamientos de culto pagano para su uso cristiano tenga que ver con una idea muy básica: qué mejor modo de mostrar la derrota de un hombre y la victoria de otro que quitarle su propio hogar e instalarse en él; qué mejor modo de conquistar un imperio que conquistar su capital y reinar desde ella; qué mejor modo de mostrar la derrota del paganismo y el triunfo del cristianismo que quitarle sus santuarios y convertirlos en iglesias. El Partenón de Atenas fue una iglesia durante mucho tiempo, la mezquita de Córdoba se reconvirtió en catedral católica… Incluso Delfos sufrió reacondicionamientos ya que perteneció, antes de Apolo y según los indicios, a Gaia y tal vez también a Poseidón.

    Tiene E. R. Dodds (el autor de Los griegos y lo irracional, obra venerada por muchos entre los que me incluyo) un librito, Paganos y cristianos en una época de angustia, sobre la extraña convivencia que desde Marco Aurelio hasta Constatino mantuvieron paganos y cristianos en el seno del imperio romano. Lo tengo pedificado en el ordenador y nunca me he decidido a leerlo. ¿Será ahora el momento?

  12. APV dice:

    La reutilización era habitual, sencillamente si tienes unas buenas instalaciones donde acude la población a orar, para que trasladarlas.

    Gran reseña, solo un detalle fue la 3ª guerra sagrada cuando los focidios «limpiaron» el santuario para pagar su ejército mercenario para pagar su ejército de mercenarios, con la paz les impusieron devolverlo al ritmo de 60 talentos por año (es decir que no lo harían).

  13. cavilius dice:

    Cierto, APV: la tercera, a mediados del siglo IV a. C.; la segunda fue unos 100 años antes. Lapsus.

  14. Thersites dice:

    Enhorabuena por la reseña, Cavilius. Me pareció un libro excelente… a pesar de haberlo mirado solo en ‘lectura diagonal…’. Cada vez el tiempo es más corto.

  15. cavilius dice:

    Hombre, Thersites, cuánto tiempo y qué honor que te pases por aquí. Sí, el libro está bien, francamente, en la mejor línea anglosajona de los libros que divulgan sin vulgarizar.

    Por cierto, leí hace poquísimo (y lo comenté por el foro) una de las novelas de tu «top five», El águila en la nieve de Wallace Breem. Está bastante bien, sí; el último tercio da un poco la sensación de «venga-que-pase-ya-lo-que-tenga-que-pasar-y-dejáos-de-rodeos», pero bien.

    Saludos. Y no te pienso preguntar por tu libro de armas micénicas…

  16. Antígono el Tuerto dice:

    La mezquita de Córdoba es un buen ejemplo, de templo de Jano (que sepamos, vete a saber a quién pertenecía anteriormente) a templo cristiano, de templo cristiano a templo islámico….y de ahí otra vez a ser templo cristiano. Toda una odisea divina.

  17. Urogallo dice:

    ¡En ese ejemplo meditaba yo en la nostalgica tristeza de los sombríos bosques! Basilica romana-Basilica Bizantina-Iglesia Arriana-Iglesia Católica…Pero igual que el palacio colindante: Eligieron el mejor lugar.

  18. hahael dice:

    Interesantísimo todo lo que habéis comentdo. Enhorabuena por la reseña, Cavi. Luz para los profanos como el menda.

  19. Rodrigo dice:

    Eso mismo, luz para profanos como uno. Algo que me incentiva es que el tono sea más académico, menos juvenil que el del libro anterior.

    Gran reseña.

  20. cavilius dice:

    Si tenéis interés en el tema (Delfos, los oráculos griegos, la historia de los griegos en general…), es un buen libro. Cierto, Rodrigo: no es tan juvenil como Un siglo decisivo, pero no pierde en amenidad lo que gana en seriedad en el tono.

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