CABO TRAFALGAR – Arturo Pérez Reverte

Cabo Trafalgar. Arturo Pérez ReverteA estas alturas poco se puede decir de Cabo Trafalgar, una novela que levanta pasiones y recelos al mismo tiempo, con los partidarios de Pérez-Reverte ensalzándola a lo divino frente a los más clásicos, fieles a Benito Pérez Galdós y a su afamado Trafalgar (dentro de la serie de los Capítulos Nacionales), a la que consideran como el mejor reflejo sobre la célebre batalla de 1805.

Comparaciones al margen, y también las acusaciones sobre si la novela está hecho por encargo para celebrar el bicentenario (lo mismo que ha ocurrido recientemente con un Día de Cólera), lo cierto es que Cabo Trafalgar es un libro excelente para los amantes de la historia, de la naval en particular.

El mejor acierto de Cabo Trafalgar es que está narrada desde varios puntos de vista. Vemos así el transcurso de la batalla desde la cubierta principal del navío ‘Antilla’, con el capitán Carlos de la Rocha y el guardiamarina Ginés Falcó como protagonistas, mientras que en las profundidades del sollado vivimos la experiencia del marinero de leva Nicolás Marrajo en su primer combate naval.

Reverte, que no pierde la ocasión para darse golpes de pecho y gritar a los vientos que es más marino que nadie, no se corta a la hora usar todo tipo de terminología náutica que, no obstante, es bien recibida, con su correspondiente glosario para los poco doctos en el tema, pero que es fundamental cuando de novelas amparadas en el mar se trata (la cuerda en los barcos es la del chorizo).

El autor hace uso de su narrativa agresiva y mordaz, con su hábil sentido del humor y su sempiterna declaración de lo malos que son y han sido nuestros gobernantes (tal como hace constantemente en su saga del Capitán Alatriste).

Eso sí, la novela en sí no tiene ningún tipo de mensaje profundo, y su argumento pierde interés si tenemos en cuenta que todos sabemos cómo va a acabar todo. Se trata simplemente de una narración de la batalla apasionante, con mucho ritmo y fuerza (Reverte sabe perfectamente cómo ponerte los vellos de punta), tanta que dan ganas de cerrar el libro y reconquistar Gibraltar.
Prueba de ello es que Reverte se inventa el nombre del barco (algo que tampoco agrada a muchos) y no nombra el de los enemigos, ya que para él es lo de menos, ya que su único fin es la de hacernos sentir lo más cerca posible de este acontecimiento histórico, que veamos volar las astillas sobre nuestras cabezas, dejarnos sordos con el estampido de los cañones y que sintamos el sabor y el olor de la pólvora mientras intentamos salir vivos del combate.

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48 comentarios en “CABO TRAFALGAR – Arturo Pérez Reverte

  1. Vorimir dice:

    Buena reseña Capitán.

    A mi me entretuvo, pero me gustan más la mayoría de libros de tema históricos de Reverte que he leido (Alatristes, la Sombra del Águila-con la que le enuentro un tono humoristico muy similar-, Un Día de Cólera).
    Aparte de que la literatura naval no es lo mio.

    Pero bueno, que es entretenida y cumple a la hora de mostrarnos lo que debió ser la batalla de marras. y tan popular fue la novela en su monento que incluso hubo alguna reconstrucción de la batalla en la que incluían el navio inventado por Reverte para su novela.

    Aprovechado o no, veo bien el intento de reverte de rescatar estos episodios y acercarlos a la gente, para que conozcan al menos parte de los pasajes más importantes d ela historia de este (ejem) país.

  2. Incitatus dice:

    Capitán muy buen reseña… por otro lado es bien sabido que no soy aficionado a Reverte así que no la he leído.

  3. farsalia dice:

    Desde hace unos años, me da una pereza Pérez-Reverte…

  4. cavilius dice:

    A mí desde que escribe, concretamente.

  5. Incitatus dice:

    Suscribo

  6. Uther dice:

    Felicidades Capitan por la reseña. A mi me gustó mucho la novela, mas bien novelita, sin ánimo de menospreciarla, por la extensión. Con muchas reminiscencias a la Sombra del Aguila, aunque menos humorística que ésta. Pérez Reverte ha encontrado un estilo propio, que podrá o no gustar, pero que es inmediatamente reconocible, y que lleva aparejado una descripción de la acción llena de garra y detalles que te hacen vivir la acción descrita como si estuvieras allí mismo. Aparte de la presentación de los personajes protagonistas, lúcidos (como le suele gustar indentificarlos) y conocedores de una realidad nacional, en la que, normalmente, el pueblo está por encima de sus gobernantes; a modo de maldición que persigue a España a través de los siglos. Un saludo

  7. curistoria dice:

    Felicidades Capitán por la reseña. Yo no he pasado por el libro, pero está en casa y algún día caerá.

    Saludos.

  8. Valeria dice:

    Lo mejor de todo: la cuerda en los barcos es la del chorizo
    Sí señor, un reseñador del género de » sal en sangre». ;-)

  9. Balbo dice:

    Captain Daniels, me has tocado la fibra sensible. Muy buena reseña. Me encanto el libro, y es de los que al pasar por la estanteria me digo ¿cuando volveré a releermelo?. Excelente novela, y excelente reseña. ciao

  10. Guayo dice:

    Excelente Reseña Capitán, no me considero un fan de las novelas Marítimas, aunque me he leído tres de la serie de Patrick O´brian sobre Aubrey y tuve que comprarme un Illustrated Companion to Jack Aubrey’s World, para que me ayudara con la terminología marítima, no se porque solo pude leer el primer capitulo de esta novela de Perez-Reverte, la he dejado en stand by para cuando me salga algún viaje al mar, tal ves el ambiente marítimo me ayude. Últimamente al señor Reverte se le refleja mucho en sus novelas su pasión por el mar, en la última novela del Capitan Alatriste, inclusive en la reina del sur… Se estará convirtiendo…..

  11. Gracias a todos por vuestros comentarios, que son bien recibidos.
    Personalmente de Reverte he leído libros que me han encantado (el Húsar es mi favorito), y otros que no tanto (como la Carta Esférica), y aunque este Cabo Trafalgar no es ni mucho menos el mejor libro que se puede conseguir, es muy ameno y entretenido.
    Y nada, bien cortita la reseña, para no aburriros mucho :-)

  12. Por cierto, y una vez más, preciosal la imagen de cabecera. Se huele desde aquí la pólvora.

  13. CORCONTAS dice:

    Buenísima reseña capitán.

  14. Marbenes dice:

    Muy buena reseña Capitán, cómo os envidio a quienes sabeis resumir ;-). Tengo la novela, curiosamente de la misma editorial de la portada que encabeza el artículo (5€), sin decidirme a leerla. Es que Reverte a veces me gusta y a veces me aburre, y el tema marítimo no me va mucho, pero si dices que es amena lo mismo me animo.

  15. Marbenes dice:

    ¡Ay va, pero si me la leí hace mucho en otro formato! Alguien conoce un remedio milagroso contra la pérdida de memoria, por favor?

  16. Gracias a ambos. Yo creo que es una novela entretenida, aunque tiene toque ‘Reverte’, y si no gusta pues se comprende que los que no gusten tanto de su pluma prefieran pasar.

  17. Soldadito Pepe dice:

    Buena reseña de un libro que me gustó y me divirtió y me emocionó mucho. Lo que no entiendo muy bien es eso de que el tito Reverte se da golpes de pecho y vocea que es más marino que nadie. ¿Donde ha hecho eso? Me sorprende porque presumo con los amiguetes y con la parienta de leerme todo lo que escribe ese cabrón. Que por cierto hoy domingo 1 de junio acaba de ponerme el vello de punta con el articulo de Los perros de la Brigada Ligera. Yo lo que sé de eso, de lo del Reverte nautico, es que a veces escribe articulos en XL Semanal donde habla del mar, y muy bien por cierto, porque es uno de los pocos, o el unico escritor español muy leído que lo hace y demuestra conocerlo bien. Y que ha hecho unas novelas con el mar de fondo cojonudas: Carta Esferica, Cabo Trafalgar y Corsarios de Levante, sin olvidar el relato corto La pasajera del San Carlos. Así que me gustaría mucho una cita entrecomillada de esos presuntuosos alardes nautico-fanfarrones y golpes de pecho marineros revertiles, por curiosidad. Una cita, insisto. No una interpretación. Saludos.

  18. Antonio dice:

    Buenas tardes:

    El artículo del Semanal de hoy es muy bueno; es lo que tienen los perros militares ingleses…

    Feliz día del Señor.

  19. En gran parte de sus artículos, sin venir a cuento, habla de su barquito, del mar, y lo demás. Era más bien un comentario jocoso, sin ánimo de ofender a nadie, porque yo he leído mucho de Reverte, y lo seguiré haciendo.
    Pero un amigo mío le pidió un autógrafo, le trató como el culo, y a mí esas cosas me molestan.
    Como escritor me gusta. Como persona y articulista del semanal creo que es un presuntuoso que no es capaz de escribir tres líneas seguidas sin mentar a la madre de alguien.

  20. Soldadito Pepe dice:

    Pues fíjate, compañero. En lo de que mente o no a las madres, cada cual se lo toma como le parece, y ahí en tu juicio no me meto. En lo otro, creo que cada uno habla de las cosas según le va, o lo que es mucho peor, según le cuentan.Tiene gracia la cantidad de gente a la que «le han contado» que el tito es esto y es lo otro. Y resulta que quienes lo han tratado personalmente y no por lo que «les han contado» dicen todo lo contrario. Yo te puedo decir una cosa en lo estrictamente personal: lo he abordado dos veces, una en una conferencia donde se pasó exactamente una hora y cuarenta y cinco minutos firmado en pie, no sentado como un escritor funcioanrio, sino de pie, firmando autografos a todo el que se acercó y haciénose fotos sin poner nunca mala cara, y lo sé porque yo era de los últimos. Otra fue cuando iba con mi chica por la calle Mayor e Madrid y me acerqué a pedirle que se hiciera una foto con nosotros. Dijo «Siempre y cuando no llamemos mucho la atención, que me da mucha vergúenza» y se la hizo, con una sonrisa y mucho afecto. Y no se me olvida que cuando me iba dijo «gracia por leerme». Eso es lo que puedo contarte de mí. Y tengo amigos que podrían contarte lo mismo. Seguro que en este foro hay gente que lo ha abordado alguna vez. Me gustaría saber si alguno de ellos, Urogallo por ejemplo, que ha estado en presentaciones de sus libros, tiene una experiencia «personal» y no «contada» como la de tu amigo o como la mía. Saludos.

  21. Urogallo dice:

    Me gustó «la pasajera del San Carlos», pero es curioso, yo la incluía más en tema «colonial» que «naval».

    Veo al tío muy «naval» no obstante, y ciertamente «más marinero que nadie» si que es…A lo mejor le gana Cervera Pery, por lo de ser escritor de temas navales, pero un novelista/divulgador que represente ese interés profundo por el mar ( le gusta, pero sobre todo, creo yo, plantea el interés de lo naval para un país como España) si que es casi único de él, así que más que pretenderlo, lo consigue.

    Miradme a mí, que toda la vida he vivido en la costa y nunca me he montado en una embarcación de altura. Nos falta un buen corazón de roble a los españoles…y más aún, nos ha faltado ( y en eso tiene muchísima razón el Reverte).

  22. Josep, el manco del espanto dice:

    Yo voy a ser de los que se quejen….
    En primer lugar, la literatura debe ser universal. No puede escribirse un libro cuyo encanto fundamental sea la xenofobia, poniendo verde a cualquiera que no sea español. Las bromas sobre ingleses, franceses, italianos o provenzales (como colectivo, no como personajes) constituyen un humor cruel y fácil, aunque popular.
    En segundo, el abuso de las onomatopeyas queda de lo más cutre. Al final se harta uno de tanto «rasss-rasss» y «chaca». Una vez, en boca de un personaje, puede pasar, pero setecientas y como narrador me parece agotador.
    En tercero tenemos el lenguaje anacrónico. Que si «la iteuve pasada de mala manera», que si…
    Y fianl, el chistecito (plagiado de Forges sin citarlo, y además fuera de contexto) de la mirada inteligente de la vaca fue de lo más infame

  23. Josep, el manco del espanto dice:

    Dice: «Y fianl»
    Debe decir: «Y final».
    Si ya escribía mal con tres dedos…

  24. Soldadito Pepe dice:

    Josep, respetando abolutamente tu opinión, no creo que Cabo Trafalgar sea xenòfoba. Lo que tiene es mucha coña, y esa coña incluye tambien a los españoles, a los que sacude tanto o más que a los ingleses y a los franceses, a los que por otra parte creo que trata bastante bien. Creo que en todos ellos desprecia a los politicos y a los almirantes, porque mira que le sacude a Gravina, y respeta el valor y la dignidad esté donde esté, sin distincion de bandera. Por cierto, acusarlo de plagiar a Forges es un poco fuerte, no te parece?. Podría ser cita, guiño o lo que quieras, aparte que lo de la mirada inteligente es un chiste viejo, muy anterior a Forges, aplicado a los marines USA en los años 60, dicen. Que yo lo conozco por mi oficio desde hace algún tiempo. En cualquier caso, la palabra «plagio» es demasie. No me imagino al Reverte, con los recursos y el mundo que tiene, buscando desesperadamente en Forges algo que plagiar. En cuanto al lenguaje anacrónico, evidentemente deliberado como opción narrativa, a algunos entre los que me cuento nos encanta y nos partimos de risa con él, cosa que supongo es lo que buscaba Reverte. No hay que olvidar la espléndida Sombra del Alguila y sus maravillosos anacronismos, que todavía hoy me hacen carcajearme cada vez que la releo. En otro genero de cosas y de lectores, sigo teniendo curiosidad, compañero Urogallo, por saber tu opinión personal sobre si el Reverte es grosero con los lectores o todo lo contrario. Creo recordar que en algún post dijiste que estuvistes en un par de presentaciones suyas. Un saludo.

  25. Soldadito Pepe dice:

    Sobre los anacronismos, y al hilo de los de Cabo Trafalgar, me permito pegar este texto que se publicó hace unos años en XL Semanal, que no tiene desperdicio, a ver si consigo que Josep se reconcilie con el tito Reverte. saludos.

    JODÍA PAVÍA (1525)

    (Desde su cárcel madrileña, en carta a su amante Mimí la Biche de la Garce, Francisco I de Francia rememora la batalla en que fue derrotado y preso en Italia por las tropas de Carlos V)

    Querida Mimí:
    Aquí me tienes, voilá, de turista forzoso en Madrid. Alojado en una torre que llaman de Los Lujanes, con ese fanfarrón cabroncete de Carlos, emperador de los alemanes y de los españoles y de la madre que los parió a todos, que mala gota le dé Dios, visitándome cada tarde para chotearse entre tapices gobelinos y mucho vuesa merced, primo, hermano, monarca francés y toda la parafernalia. «Estais en vuestra casa, rey cristianísimo», dice, como si esto fuese otra cosa que una carcel; y me muerdo de rabia los encajes almidonados viendo la sonrisa guasona que le apunta bajo la barbita. Menudo pájaro, mi primo el Ausburgo. Vaya suerte la suya, oyes; y eso que lo suyo fue de pura chamba, hay que fastidiarse. Que si Fernando de Aragón e Isabel de Castilla no llegan a hacer aquella boda —menudo braguetazo—, y Felipe el Hermoso, su yerno osterreiche, no se va a criar malvas y deja a la Juana Majareta esa viuda, y al chaval este, al flamenco Carlitos que Dios y el turco confundan, no le toca la corona imperial en una rifa, a lo mejor yo no me veía ahora aquí pintando la mona de huésped forzoso, y el emperador europeo sería el menda, como el tato Carlomagno, que en gloria esté con Roldán y los doce pares; y no estaría escribiéndote desde la Torre de los Lujanes, plaza de la Villa, Madrid, Spain, sino retozando contigo en Blois, a orillas del Loira. Yo comiendo fuagrás, mon petit chú. Y tú lo que ya sabes.
    Recordarás que mi última carta te la escribí en Pavía con fecha 23 de febrero de 1525, la noche antes de la batalla. Leída ahora supongo que te parecerá un poquillo confiada, a ver si me entiendes, sobre todo aquello de «a esos españoles muertos de hambre nos los vamos a comer sin pelar», lo de «entre ellos y nosotros no hay color», o lo de «vamos a darles de hostias hasta en el carnet de identidad». Pero las cosas, Mimí, hay que considerarlas en su contexto. Ponte en mi lugar: rey de un país glorioso que te rilas Domitila, caballero de pro, rodeado de la flor y la nata de caballeros choisís entre la nobleza más granada de la France, y encima con una pasta gansa para pagar la soldada a un ejército de treinta mil fulanos suizos, alemanes y franceses, con más cañones que el enemigo y con una caballería a la que daba gloria verla, con sus penachos, y sus gualdrapas, y sus armaduras relucientes de Sidol, y sus camisitas, y sus canesús. La créme de la créme, para que me entiendas. Unos soldados que estaban, te lo juro, para comérselos. Y enfrente, como enemigos, con muchísimos menos jinetes y cañones, cuatro mil españoles morenos y bajitos oliendo a ajo y a vino tinto, imagínate a los muy tiñalpas, con diez mil alemanes —borrachos y amotinados, como de costumbre— y tres mil italianos apellidados Luchino, y Moschino, y Armani y todo eso, calcula las perlas de la milicia, todos de extrema sensibilidad y mucho diseño, con uniformes divinos, eso sí, pero de escasa eficacia a la hora de tararí, tararí, sobre el hombro, marchen, etcétera. Que entre todos, en fin, componían las tropas imperiales, y además iban ya medio en retirada y muy hechos polvo, hasta el punto de que yo estaba plantado allí con mi campamento y mis banderas con la flor de lis, asediando Pavía tan ricamente, y con ansias de terminar la campaña para volver a Francia y darte, mon amour, las tuyas y las de un bombero.
    Total. Que allí estábamos, yo asediando comme il faut y los enemigos, o sea, Antonio de Leyva —veterano de treinta y dos batallas y cuarenta y siete asedios, el jodío— dentro de la ciudad y su colega el marqués de Pescara en la otra punta, donde a Cristo le pusieron el gorro. Y a todo ésto se le ocurre a los imperiales aprovechar la noche y la lluvia y la niebla para jugarme la del chino. Como te lo cuento, cheríe. Mismamente la de Fumanchú. Nada, oye, de presentarse después del desayuno con trompetas y banderas y todas esas cosas propias de gentilhombres y gente bien educada; sino que los muy perros se ponen camisas encima de los petos para reconocerse en la oscuridad, hacen tres brechas en la muralla del parque frente a Pavía, y se cuelan por allí después de oir misa y confesarse, y de que Pescara, que es soldado viejo y conoce el paño, les diga eso que con los españoles en cuestión de guerras y de conquistas es mano de santo y no falla nunca: «Hijos míos, estais muertos de hambre, y yo también. El pan está en el campo francés, así que maricón el último». Y encima el muy canaille va y me los calienta más contándoles —lo que además era una cochina mentira—-, que yo había ordenado degüello general y no dar cuartel a ningun español, y que o ganaban o iban listos de papeles de aquí a Lima. Así que figúrate. Con la mala leche que ya de natural tienen esos prójimos, allá fueron todos, o más bien vinieron, o sea, imagina con qué talante, blasfemando en arameo, que si Santiago y Cierra España y que si Dios y la Virgen y San Apapucio, y el Copón de Bullas y la Puta de Oros a caballo. Y resulta que en plena noche nocturna están mis centinelas allí, de guardia tan campantes, saboreando el vino de Burdeos y los caracoles a la borgoñona que teníamos de rancho, au clair de la lune como quien dice, mon ami Pierrot, y de pronto se lía la pajarraca, pumba, zaca, cling, clang, y se monta un cipote de tres pares de cojones. La de Pavía.
    En fin. Que yo salgo de la tienda de campaña en camisa, con la armadura flordelisada a medio poner. Y pregunto qué coño pasa, mondieu, y un imbécil de mi estado mayor, el marqués de Les Couilles Violets, va y dice: «Es que los españoles huyen, majestad». Y añade que lo sabe de buena tinta, el muy subnormal. Entonces yo contesto que parfait, que me traigan el caballo y la espada y la lanza que vamos a perseguirlos hasta hacerlos picadillo. Una carga de caballería voy a darles, digo, que se van a ir de vareta por la pata abajo. Pour la France, con un par. Así que entre la niebla y el amanecer organizamos la galopera, y los dos bandos nos acometemos con unas ganas que para qué te cuento, mon amour. Lo primero de todo le hacemos filetes a los malos un escuadrón de caballería, y nos quedamos con sus cañones por todo el morro, vive la France y todo eso, mientras ellos intentan su movimiento de flanqueo. Lástima que no me vieras, chochito mío, tan gallardo como acostumbro, cargando a la cabeza de mis gendarmes y caballeros como en los torneos, la caballería andante rediviva, sus y a ellos, deliciosamente feudal, como te digo, el espectáculo, que no me daba besos a mí mismo porque con el casco y la armadura no podía. Y fíjate cómo le pondríamos de chunga la cosa a los imperiales, que luego me contaron que un capitán italiano, viendo el panorama, le dijo al de Pescara: «Pardiez, paréceme cordura recogernos un poco en aquel bosquecillo». Pero el otro, un abuelo correoso que no veas, con más batallas a cuestas que le grand pére Cebolleté, le dijo anda y que se recoja tu puta madre, chaval, que yo estoy viejo para ir corriendo de un lado para otro. Así que se volvió a la infantería española, los arcabuceros de las compañías vizcaínas y guipuzcoanas y castellanas y los otros que por allí andaban hasta sumar mil y pico, y les dijo: «Señores, mecagüentodo. No hay que esperar sino en vuestros arcabuces y en Dios, por ese orden». Y entonces todos se pusieron a gritar: «Olé tus huevos, aquí están los españoles, aquí está Pescara, Es-pa-ña, Es-pa-ña», como si aquello fuera una final de liga, que en realidad lo era. Y a todo esto, mientras tanto, allá les vamos nosotros, o sea, yo, moi, le roi, con toda mi flamante caballería pesada de la nobleza francesa y con los lansquenetes alemanes que nos siguen pasito misí, pasito misá. Y cuando veo a los jinetes enemigos hechos una piltrafa, considero que la batalla está ganada, pues como buen caballero y gentilhombre desprecio a la chusma de a pie, y creo —hasta ese momento te juro por mis muertos más frescos que lo creía— que es la flor y nata a caballo, la elite montada, la que decide ese tipo de cosas. Así que toco carga, tía. Una carga preciosa, las cosas como son, espadas y banderas en alto y todo eso. Pero aquellos fulanos chaparros y morenos y barbudos de enfrente, asómbrate, con los cojones duros y pegados al culo como los de los tigres, aguantan, cherie, o sea, maldita la madre que los parió: se mantienen en sus posiciones junto al bosquecillo de marras aunque les vienen encima cientos de toneladas de caballos y de armaduras y de mis piqueros tudescos; y cuando decido retroceder un poco y me reagrupo para ordenar las filas y tomar aire, veo que me han dejado en el campo, a bote pronto y allí mismo, por la cara, cinco mil palmados. Los hijoputas.
    Y encima resulta que en el resto del frente las cosas no van mejor. Para ser exactos, van de pena. Mis mercenarios alemanes de la Banda Negra, o sea, lo mejor de cada casa —tendrías que verles el careto a esos animales, si hubiera quedado alguno vivo— se enfrentan a los también alemanes que se lo curran para el Emperador. Imagínate el cuadro, habida cuenta que unos y otros se odian a muerte, todo ese cipote de tudescos dándose hostias unos a otros, hasta arriba de cerveza y marcando, supongo, el paso de la oca: up, aro, up, aro. Aberrante, o sea. Kafkiano. Al final ganan los imperiales, que también es mala suerte la mía, y al mismo tiempo me entero de que, en el otro lado, el grueso de infantería española, al grito de «Santiago, España, cierra, cierra», está pasándose por la piedra, ris-ras, a mis pobres mercenarios suizos, que con esa cara de intelectuales que suelen tener los suizos ponen pies en polvorosa, por primera vez en su larga y honorable historia de tropas a sueldo del mejor postor; y de suizos sólidos y fiables pasan a convertirse en suizos de café con leche. A esas alturas de la feria, comprendo que no es mi día. Ni mi año. Tengo quince mil muertos, que se dice pronto, y el río Tesino baja lleno de fiambres de orilla a orilla. En realidad me encuentro, te lo confieso, bastante confuso. No logro explicarme cómo un ejército tan caballeresco y flamante como el mío, en orden y bien alimentado, un ejército francés de la Francia, acaba de ser hecho trizas ante mis ojos en poco rato por una chusma meridional y sudorosa que carece de modales, ni cómo esos arcabuceros impasibles y con tan mala follá han sido capaces, contra toda lógica, de destrozar en una sola mañana y en campo abierto a la mejor caballería de Europa, la francesa, y a la mejor infantería de Europa, la suiza. Histórico, nena. Como para aplaudir, si no fuera yo quien pagara la juerga. Un huevo de la cara, por cierto, como te digo. Y ahora todo es bang, y ziaang, y chas, y me veo con toda mi estupenda caballería emperifollada en el centro de aquella merienda de negros. Y de tí para mí, lo confieso: bastante acojonado. Para qué te digo que no, si sí.
    Porque imagínate el cuadro, prenda mía. En ese paisaje sólo quedo yo en el centro con mis mejores jinetes, bien agrupados y a caballo, la créme de la créme esa de la que te hablaba antes, mis marqueses y mis condes y mis duques y sus hijos y sus cuñados, todos con sus armaduras floridas y sus penachos y sus caballos purasangres que valen un pastón largo, en busca de un hueco no para cargarle al enemigo, que eso ya es lo de menos, sino para largarnos de allí como quien se quita avispas del culo, entre las filas de arcabuceros españoles que nos rodean arrojándonos encima una nube de plomazos que repica contra los arneses como si granizara. Al final empiezan a pegarnos tiros a los caballos, con una grosería y una falta de modales inaudita, y cada vez que uno de mis leales vasallos da con la armadura en tierra, con mucho cling-clang y mucho ruido, los españoles dejan sus arcabuces, y a la carrerilla se meten entre nosotros, espada o daga en mano, para rematarlo en el suelo. Yo grito mucho vive la France, a mí, uníos a mí, sus y a ellos, etcétera, que es lo que se espera, supongo, que un rey francés diga en esos casos; pero de allí no hay quien salga, y los españoles ya se meten ahora entre las patas de los caballos, desjarretándolos o destripándolos con sus dagas, para hacernos caer al suelo —imagínate el hostiazo, cubiertos también de coraza, cataclás, quinientos kilos de carne y acero viniéndose abajo con jinete incluído— y se arrojan como lobos sobre mis pobres gentilhombres, a los que degüellan sin misericordia metiéndoles los puñales entre las junturas de petos y yelmos mientras éstos intentan levantarse del barro con las pesadas armaduras que los cubren; y da lástima verlos protestar a los pobrecillos, pero quesquesé, esto no es jugar limpio, pardieu, qué falta de etiqueta, etc, etc, mientras los otros les meten los aceros por el garganchón, chaf, ras, glup. Así los míos pasan de ser florida caballería a montones de solomillo sangrante bajo los armaduras: al pobre Couilles Violets le levantan la visera del yelmo y le destrozan la cara con la moharra de una pica. Al duque de La Refanfinflére le sacan el casco, y mientras unos le quitan la cadena de oro y las sortijas, otros le echan atrás la cabeza y lo desangran como a un cerdo. A La Soufflebottoniére y a no sé cuántos les levantan los faldetes del peto y les disparan el arcabuz en las entrañas, reventándolos dentro de su armadura, pumba, chof, que da grima, te lo juro, sólo recordarlo. Así me los van haciendo palmar uno por uno, a mes enfants de la patrie, bang, ris, bang, ras, y me quedo más solo que la una. Alone, que diría el gordinflas de mi primo Enrique VIII, el hijoputa, ahí tan campante en Londres descabezando esposas y ñaca-ñaca, mientras disfruta con el espectáculo de ver los toros desde la barriére.
    Y en esas sale mi número, o sea, que me llega el turno. Quiero decir que a mi caballo, el fiel Gastón Royal Fashion, le pegan varios tiros en la cabeza, bang, bang, y me voy abajo con todo mi golpe de armadura, zaca, pegándome una costalada de veinte pares de cojones. Pero mucho ojito, cherie, soy un rey francés y para cojones los míos; así que intento levantarme a pesar de la armadura, y cuando casi lo he conseguido meneo la espada dispuesto a morir empachado de gloria como el resto de mis pobres muchachos. Pour la France. Pero cuando echo un vistazo alrededor y veo la que se me viene encima, el tropel de fulanos barbudos con los ojos inyectados en sangre que se arroja directamente a mi real pescuezo, me lo pienso mejor y digo bueno, vale, voyons, soy el rey, a ver aquí a quién hay que rendirse. A ver si nos organizamos un poco. Pero la cosa no está nada clara, porque en mitad de la pajarraca me caen encima varios de esos cromañones, y uno, con las manos ensangrentadas, la cara tiznada de pólvora y una cara de loco que te cagas, llega y me dice: «Errenditú, bestela barrabillak mostuko dizkiat». Y yo me digo que tiene delito la cosa, seis años estudiando español con un profesor nativo particular, figúrate, y el tal profesor en plan pelota, perfecto, majestad, un acento que ya lo quisiera Carlos V, etcétera, y ahora resulta que estoy aquí en una batalla y con el ruido y la vorágine no me entero de nada. No comprendo un carajo de lo que suelta este fulano. Barra de billar, me parece que dice, pero no sé qué coño tiene que ver una barra de billar con todo este invento. Así que me levanto la visera del casco, acerco la oreja y le digo, con mucha educación y mucho tacto: «?Pardon?… ?Qu’esque vudit?». Y el otro, con una cara de mala leche que ni te cuento, me pone la espada en el real gaznate y me pregunta «?Errenditú?». Y yo le contesto que yo bien, gracias, Bien de momento. ¿Y tú?, añado. Pero empiezo a mosquearme, porque de pronto se me ocurre que a lo mejor no me estoy rindiendo a un español, sino a un alemán, o a un suizo, o a un croata, o vete tú a saber. A lo mejor la he cagado, me digo, y éste sólo pasaba por aquí y no manda un huevo, o es de otra guerra. Así que decido no rendirme, y me bajo otra vez la visera del casco, y le tiro al fulano raro ese una estocada, pero le fallo. Y no veas cómo se pone, el tío. Ya ni dice errenditú, ni errendiyó, ni barra de billar ni nada, sino que empieza a darme sartenazos con la espada, que se los voy parando de milagro, y al final, sin resuello, me subo otra vez la visera y le digo vale, tío, me has convencido, me rindo. ¿Capichi?. Je suis le roi, y me renduá pero ya mismo. Rendemoi. Así que deja de darme espadazos en los huevos. Y en estas llega otro español, o lo que sean estos fulanos, y le dice al energúmeno: «Juantxu, detente pues. Rey francés es, trincado lo hemos. Aúpa Hernani». Y entonces empieza a llegar gente y a abrazarse y a decir aúpa, aúpa, y resulta, al fin me entero, que los que me han trincado son de una compañía de arcabuceros guipuzcoanos, y que el energúmeno se llama Juan de Urbieta y es de un sitio que por lo visto le dicen Hernani, y que eso que mascullaba del errenditú y la barra de billar significa literalmente, en su lengua de allí: «O te rindes o te corto los cojones». Que ese es el problema, ahora me doy cuenta, que tienes con los españoles en esto de las guerras: que vas a rendirte con toda tu buena fe, y si no controlas la cosa linguística, depende con quién caigas pueden darte matarile por el morro, mientras tú miras alrededor desesperado en busca de un intérprete. Como si ya no tuvieran bastante peligro por sí mismos, estos hijoputas.
    En fin, chica. Que aquí me tienes, comiéndome más talego que el conde de Montecristo mientras espero que a mi primo el emperador se le ponga en los huevos soltarme. La torre ésta de Los Lujanes no es mal sitio: un poco oscura y húmeda, pero me consuelo pensando que peor están ahora mis nobles caballeros, La Soufflebottoniere y los otros, la créme de la créme y todo eso, putrefactos y a dos palmos bajo tierra. Sic transit gloria mundi, que decía no me acuerdo quién. Demóstenes, me parece. O uno de ésos. A mí, volviendo a lo importante, me toca, créeme, la prueba más cruel, lo más duro y terrible: seguir vivo. Pero no me quejo, porque mi vida no es mía —por eso no dejé que me mataran en Pavía, y muy a mi pesar, haciéndome gran violencia ética, pedí cuartelillo— sino de Francia. Y quien vive hoy puede luchar mañana. O pasado mañana. O vete tú a saber cuándo. Respecto a mi libertad, Carlos dice que de rescate ni hablar, que eso es muy antiguo y que desde el Amadís no se usa, y que a ver si me creo que soy Ricardo Corazón de León. Que menos lobos, Paquito, dice —no te puedes imaginar lo que me revienta que me llame Paquito ese fantasma—. Aprovechándose de los trenes baratos, ahora se ha puesto flamenco y quiere que le devuelva la Borgoña, y que abandone mis pretensiones sobre Flandes, y sobre Nápoles y Milán, y un montón de cosas más. Mucho me temo que con esto de Italia y Flandes y con esa gente que los españoles están mandando para América —tiemblo sólo de imaginar al errenditú y sus colegas en América— estos cabrones van a crecerse mucho, y a ese chico, Carlos, y a su familia les espera por delante una buena racha, y que al menos por un siglo o dos nos van a dar bastante por saco a nosotros, a Europa, e incluso a Su Santidad, que les tiene tanto miedo en Italia que no le cabe un cañamón por el ojete. En fin, qué remedio. Ya vendrán tiempos mejores; hasta entonces, ajo y agua. El caso es que dice Carlos que si le doy mi palabra de honor de caballero de que respetaré esos compromisos, me da boleta pero ya mismo. Y la verdad es que me lo estoy pensando. Me refiero a lo de dar la palabra de honor, que es gratis, porque lo otro no pienso darlo ni harto de rioja, que es un líquido al que aquí —no te rías, cariño— llaman vino. A fin de cuentas, eso se arregla luego con retractarme de lo prometido cuando esté otra vez libre y en Francia. Que de caballerosidad y honra ya tengo lo mío, maldita sea mi estampa. Tengo murga de ésa por un tubo: tararí, tararí, y al final de tanto tararí, uno, por muy caballero y muy elegante y mucho real paquete que marque, termina con el errenditú de los cojones, el Juan de Urbieta ése y toda su cuadrilla de vascongados, de españoles o de lo que sean, encima de la chepa y dándote las del pulpo. Mucho me temo, chata, que los tiempos están cambiando. Y que esta vez, en Pavía, Francia et moi hemos hecho bastante el chorra.
    Te adoro, etcétera.
    François

  26. Estoy de acuerdo contigo soldadito pepe en lo de «éste me dijo ésto» o «aquél me dijo lo otro». Lo que ocurre es que éste del que hablo es buen amigo mio, y tampoco creo que me vaya a mentir porque sí sobre la actitud de Reverte.
    Te repito que como autor me gusta, que he leído bastante suyo, pero eso no quita que en algunas entrevistas en la que lo he visto me ha parecido demasiado en su papel y no me haya agradado en exceso.
    Espero tener la oportunidad de poder cruzarme algún día con él y emitir mi propio juicio.

  27. Urogallo dice:

    Soldadito Pepe, te respondo: Estuve en 2 presentaciones.

    ¿Grosero con los lectores?. En persona con los lectores es indiferente, y con las lectoras todo un caballero. Así que sigue la etiqueta española.

    Si nos referimos a las novelas, yo creo que abusa de una expresividad un tanto mundana para forzar la intimidad con su lector.

  28. Soldadito Pepe dice:

    ¿Puedes matizar indiferente, compañero?

  29. Urogallo dice:

    Indiferente. Hola, ¿Qué tal?. ¿Quiere un autografo?. Hasta la vista.

  30. Soldadito Pepe dice:

    Joder. Tienes razón. Ahora que lo pienso, es un borde. Tenía que habernos besado en la boca uno por uno y luego preguntar un rato por la familia y por el trabajo de cada cual a cada una de las 500 personas que formábamos la cola. Sólo le habría llevado tres o cuatro horas en vez de la hora y media que nos dedicó firmando de pie. Ya me lo has aclarado. Un abrazo y buenas noches, que mañana tengo que ir al cuartel.

  31. Defienda la patria con salud señor

  32. Urogallo dice:

    Indiferente=Borde.

  33. Josep, marinero de su ducha dice:

    No hace falta que me reconciliéis con APR: he leído otras cosas que me han gustado. Pero voy a defender dos de mis principios.
    A) Un buen autor puede escribir un mal libro: Taylor Caldwell con «yo, Judas», Graves con «rey jesús», etc
    B) No se puede empkwear el mismo estilo literario en soportes diferentes, para lectores diferentes y con finalidades diferentes. «Jodía Pavía» queda perfecto en un semanal, pero el mismo lenguaje no debe ser la baase de una novela histórica con pretensiones serias. Para eso me quedo con «la guía del autoestopista galáctico»

  34. Todo se reduce al final a una cuestión de gustos.

  35. Urogallo dice:

    Sobre gustos no haya disputa.

  36. Josep, navegante con patito, dice:

    Aaaaaaamén

  37. Soldadito Pepe dice:

    Que mierda de Anónimo.

  38. Arauxo dice:

    Yo creo, Josep, marinero de su ducha, que te has equivocado al expresarte, hombre Un buen autor puede escribir un mal libro: Taylor Caldwell con “yo, Judas”. Yo creo que tú querías decir exactamente Un mal autor puede escribir un montón de malos libros: Taylor Caldwell con “yo, Judas”, «Médico de cuerpos y almas», «La columna de hierro» e incluso todos los demás que ha escrito. ¿A que he interpretado correctamente lo que querías decir?

    Y, por cierto, La guía del autoestopista galáctico está muy bien, sí, señor.

  39. Aretes dice:

    Pues yo creía que ha dicho EXACTAMENTE lo que quería decir.

  40. Aretes dice:

    Bueno, quizás para lo de «empkwear» necesite la guía esa.

  41. JJSala dice:

    Hace unos diez o once años, me crucé, en un pasillo de un hotel de sevilla, con Pérez Reverte.

    Recuerdo perfectamente que me puse a balbucear, !Ud. es……! y él me contestó mientras corría por el pasillo, ¡Sí, sí, soy yo!.

    La verdad es que me quedé sorprendido por su falta de, digamos, tacto y me propuse no leer nada más suyo (ünicamente había leído La sombra del Aguila).

    Afortunadamente, el tiempo es el olvido y no cumplí con mi propósito, con lo cual he podido disfrutar de la obra de P.R. y espero seguir haciéndolo en el futuro.

    Salud

  42. Soldadito Pepe dice:

    Hombre, si corría por el pasillo es que tendría prisa, digo yo. Llamarle a eso falta de tacto me parece algo osadillo. Yo, sin embargo, he estado en varias firmas suyas de libros (siempre firma de pie) y me pareció amable y afectuoso. Aunque la cantidad de gente que éramos le dejara poco tiempo para intimidades.

  43. JJSala dice:

    Bueno, debería haber añadido que la contestación fue de «malos modos».

    En cualquier caso, como recien dije, aquella impresión se difuminó con el tiempo y eso me ha permitido disfrutar de la completa obra de P.R.

    salud

  44. Javi_LR dice:

    No me resisto a dejaros una joya de Manuel Valera. Un vídeo no slo acerca de este libro, sino del placer de la literatura. Vedlo. Espero que lo disfrutéis.

  45. iñigo dice:

    Buen video… que diferente es leer algo en tu cabeza y oirlo leído por otra persona… A veces deberíamos intentar leer en voz alta para expresar lo que se lee, que de otra manera se queda dentro de nuestro coco sin llegar a expersar esos momentos emotivos y heróicos que necesitan estos fragmentos tan típicos de APR. A veces pide incluso gritarlos.

    1. Javi_LR dice:

      Íñigo, creo que has dado bastante en el clavo.

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