BREVE HISTORIA DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA – Carlos Canales

Breve historia de la Guerra de IndependenciaCon el tema del bicentenario, que sin duda ha traído y traerá mil exposiciones, libros y eventos, me decidí a comenzar el año leyendo este libro de introducción a la Guerra de Independencia que llevaba un tiempo ya en casa. Conocía al autor del programa de radio «La Rosa de los Vientos», del tristemente desaparecido Cebrián. Además, el Señor Canales ha sido directo de las revistas Ristre y Ristre Napoleónico, así que de esto tiene que saber algo.

Pero después de todo esto, he de decir que el libro me ha defraudado de manera considerable. ¿Por qué? Porque si bien es cierto que en la narración de una guerra, las batallas son la base, el libro es básicamente eso, una sucesión de batallas. No hay casi más análisis, explicaciones o comentarios. ¿Sólo batallas? Eso no es malo y de hecho, me suelen gusta las batallas. Pero el problema es cómo están narradas las batallas.

Sin un mapa o esquema, sin conocer bien los ejércitos, sus mandos o disposición en el campo de batalla, frases del tipo «y el general X atacó por la derecha lo que causó que el interior retrocediera dejando el flanco del 5º regimiento sin protección». Vamos, que es posible que yo sea un poco lento, fijo, pero no hay quien siga así una batalla.

Lo mejor son algunas páginas en las que se narran qué debe hacer cada parte de un ejército y como iban equipados. Resumiendo, tener que leer otro libro para hacerme una idea buena de la Guerra contra los franceses.

La victoria es del mas perseverante. (Napoléon Bonaparte)

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22 comentarios en “BREVE HISTORIA DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA – Carlos Canales

  1. Urogallo dice:

    Entonces puede ser un buen complemento para «El sueño de la nación Indomable» de Ricardo García Cárcel, que huye de los aspectos estrictamente militares concentrándose en el resto.

  2. Vorimir dice:

    Ese que dices Uro lo tengo por aquí, que hace un mes o asi vino de regalo con una revista (en edición de bolsillo claro).

    No creo que le hinque el diente, pero hace poco me vi el telefilm de Napoleon (uno q son 4 episodios) y despues de leerme Un día de Cólera me ha picado un poco el gusanillo (y ya me hice con el Tacticas Militares en la Edad Moderan, q completan los otros dos que tengo de Natigua y Edad Media).

    Por cierto, yo no estoy muy puesto osbre el tema, pero… ¿que opinión os merece el susodicho telefilm de Napoleón?

    Es éste:
    http://tiendacine.terra.es/napoleon~pelicula~10326.html

    A mi me entretuvo, y hasta me ha gustado, pese a que el tema español es tratado tangencialmente. Lo que no se como de «veridico» será todo lo que nos cuenta…

  3. Urogallo dice:

    Yo lo ví en TV. Las omisiones eran tantísimas ( curioso el «príncipe Fernando de España») y el personaje tan endiosado que no puedo considerarla una buena serie.

  4. karateka dice:

    Disiento en cuanto a tu apreciación, Curistoria, acerca de «breve historia de la guerra de la Independencia». Carlos Canales Torres es de sobra conocido como experto en cuestiones militares del siglo XIX, sobre todo de nuestra guerra de la Independencia y las guerras carlistas -Por cierto, que yo tuve el honor de estrenarme en estas páginas con su magnífica «La primera guerra carlista, 1833-40»- por lo cual, no estamos ante la obra de un historiador multifacético al uso, esto es, que abarque el conflicto desde diferentes puntos de vista: económico, político, geoestratégico, social… Para eso hay otros expertos como Charles Esdaille o Ricardo García. Sí es cierto, que se le podría haber añadido el latiguillo de «militar», o de «la campaña militar» o algo así al título final, para saber exactamente qué nos vamos a encontrar en sus páginas. Por ejemplo, el capítulo V, donde nos habla de las tácticas y armamentos de los ejércitos combatientes, es simplemente de una sencillez y claridad ejemplar, donde se aclaran muchas dudas y porqués que otros autores más exhaustivos sólo tocan de pasada y de forma partidista.

    De todas formas, para mi gusto, el título en cuestión tiene tres cualidades que son muy de agradecer: es ameno, instructivo e imparcial. Algo que otros autores, no lo tienen. Los que habráis leído a Charles Esdaille ya sabéis a lo que me refiero…

    Otra cosa. Siempre que tenemos un libro de este tipo en las manos es recomendable agenciarnos un buen mapa al respecto, porque si no, es inevitable perdernos en el campo de batalla. Recomiendo el Servicio Cartográfico del Ejército, así como unos pequeños trozos de papel de confección particular, simulando las unidades en cuestión (yo lo hago con soldaditos, queda más colorista) puestos encima del mapa en cuestión. Sólo de esta forma entenderemos que quiere decir que: «la retaguardia se vio colapsada por la carga de los coraceros y el embite por el flanco izquierdo de los cazadores de la Guardia, cogiendo a los tres batallones de cara a las marismas, y dejando sin una retaguardia activa al resto del ejército».

    Saludos.

    PD.: FORO YA!!

  5. Curistoria dice:

    Karateca, no dudo para nada de la capacidad de Canales, es más, estoy convencido de su capacidad, por las cuestiones en las que está metido y ha desempeñado.

    Pero el libro me sigue pareciendo flojo e «inconexo». Quizás una obra «corta» sobre una guerra, no debería entrar en ese detalle de las batallas, es decir, o todo o nada.

    Saludos.

  6. karateka dice:

    Quizás como dices se pueda achacar este libro como «flojo e inconexo», aunque tampoco estoy muy de acuerdo, pero es que precisamente lo que de verdad le interesa a Canales en «breve historia de la guerra de independencia» es el acontecer bélico, las batallas y su descripción, las cargas de caballería, los cuadros de infantería resistiendo, la artillería barriendo el campo de batalla, los guerrilleros masacrando unidades francesas dispersas a diestro y siniestro, la testarudez de Welllington, la indecisión de Ney y la parsimonia de Castaños.

    Canales reivindica eso de que «¡qué bella es la guerra!» pura y llanamente, sin sociólogos ni economistas que se interpongan en una buena carga de los lanceros de Carmona.

    Cuestión de gustos.

    Saludos

  7. Curistoria dice:

    Karateca, creo que estamos de acuerdo ambos, y es más, estoy de acuerdo con Canales en que la parte «bella y noble» de la Guerra es algo digno de admiración.

    Pero sigo pensando en que lamentablemente el libro se hace complicado de seguir. Es posible que sea un problema mío :) Lo que sí es cierto, es que recuerdo algunas páginas en las que explicaba unidades y demás, muy interesantes.

  8. davide dice:

    En cuanto a los aspectos militares de la contienda, hablan muy bien del de Artola.
    http://www.casadellibro.com/fichas/fichabiblio/0,,2900001214109,00.html?codigo=2900001214109&nombre=LA%20GUERRA%20DE%20LA%20INDEPENDENCIA

  9. pepe dice:

    Hablar de la belleza y la nobleza de la guerra es como hablar del elegante vuelo del avestruz o de las exquisitas maneras del chacal en la mesa. Y decir que ambas son dignas de admiración es tanto como decir que lo son el buen juicio y el entendimiento que exhiben algunos comentaristas y reseñadores de Hislibris.

  10. Curistoria dice:

    Efectivamente es como el «entendimiento de algunos comentaristas de Hislibris» :)

    Saludos.

  11. Koenig dice:

    LA GLORIA DE LOS CORACEROS.

    «El caballo se sacudió el cuello nerviosamente. Fue como un pequeño temblor, tan sólo destinado a espantar algún insecto, y a continuación piafó. Sobre su montura, el coracero dio un respingo.
    Había estado recordando los largos meses de instrucción. Desde el primer día. Su primera función había sido acarrear estiércol. Sucedía con todos los nuevos. Daba igual dónde estuviera el estiércol había que cambiarlo de sitio. Luego, poco a poco, entró en la rutina. Levantarse, ocuparse de los caballos, desayunar, practicar, ocuparse de los caballos, comer, preparar los caballos, practicar, ocuparse de los caballos, cenar… Así un día tras otro los había pasado trabajando duro, cubierto de sudor, entre las moscas, acarreando grano y paja, o estiércol, almohazando, engrasando la silla, abrillantando la coraza, las espuelas y la espada, embetunando las botas, levantándose al alba y acostándose derrengado.
    Los que nunca parecían derrengados eran los oficiales. Ellos no hacían nada, tan sólo gritar si su caballo no estaba bien atendido, gritar si alguien faltaba a la lista, gritar si se ejecutaba mal la maniobra, gritar si no eran saludados según las ordenanzas… gritar. Bueno, algunos empleaban la fusta. A veces mas a menudo sobre los hombres que sobre los caballos.
    Luego recordó como de vez en cuando habían tenido un día libre. Entonces habían invadido la ciudad, o el pueblo, mas cercanos. Sólo por una noche. El destino era siempre el mismo: garitos, bares y lupanares. Al principio el coracero se había mostrado reacio a participar en todo aquello, le parecía depravado, bajo, ruin. Había preferido mandar lo poco que podía ahorrar a su familia. Luego había bebido algo de vino, después una partida de cartas… después las putas, y los picores.
    No dejaba de ser curioso que justo en ese momento se acordara de sus padres, de su hermana y de su hermano. De la vida de aventuras y gloria que había ido a buscar. Hasta entonces sólo había encontrado sudor y miseria, tanto moral como física.
    Había llegado el momento, la aventura estaba a punto de empezar, la gloria iba a brillar en breve.
    Recordó el día en que había empezado la guerra, todos habían jaleado, y los oficiales les habían hecho llevar un barril de licor, que se bebieron hasta casi perder el sentido. Luego había comenzado la larga cabalgata. Habían cruzado el país, donde todo estaba organizado: cuarteles para pasar la noche, cena caliente, sonrisas amables. Y después la frontera. Mas allá las cosas cambiaron. Los cuarteles se conseguían expulsando a los habitantes de sus cabañas, la comida cogiéndola sobre el terreno, los placeres pagando algunas veces, y las demás, gratis, y por la fuerza. Había visto a sus compañeros degradarse hasta límites que jamás hubiera imaginado, incluso cuando salían de juerga antes de la guerra. Y se había unido a ellos.
    En el país enemigo los oficiales se volvieron mas amables. Si robaban un pollo de una granja no les decían nada. Si incendiaban un granero, chasqueaban la boca, si violaban a una mujer, intentaban no enterarse. Siempre decían que el enemigo se merecía todo eso y mas, así que no se esforzaban demasiado en corregirlos. En cambio recordaba como azotaron a un soldado por destrozar por error la vajilla del general. Desde luego, algunas cosas no cambiaban nunca.
    Y aquel día, finalmente, estaban en el campo de batalla.
    Alineados, los metales bruñidos, el cuero brillante, los uniformes imponentes… vistos de lejos, porque si uno se acercaba se veían algunos desgarrones, faltaban botones o el color se había agrisado un tanto bajo la intemperie. Se habían levantado al alba y habían ido a donde los edecanes del general, vociferantes, les indicaron. Deprisa, siempre deprisa. Tras una ladera. Allí se dispusieron a la espera del momento en que les ordenaran cargar. Toda la brigada de coraceros cargaría, como un solo hombre, en pos de la gloria, en pos de la victoria.
    A su derecha pudo ver un grupito de hombres. Era el general X, con su estado mayor. Desde donde estaban observaban la torre de señales desde donde se les daría la orden de atacar. Bromeaban entre ellos y tomaban vino en vasos de cristal, que sus asistentes les acercaban. Estaban esperando su momento de gloria, igual que los soldados. Al coracero le llamó la atención que no fueran a observar el campo de batalla que se extendía al otro lado de la colina y que desde allí no podían ver. Pero pensó que ellos sabrían lo que hacían.
    Entonces pudieron oír, por fin, el toque. El toque que daba un nuevo inicio a todo, largo, severo, melancólico tal vez. Los caballos empezaron a avanzar al paso. Los oficiales y los suboficiales a gritarles que mantuvieran la alineación, que miraran al frente, que no se apresuraran. Avanzaban loma arriba, listos para crestear y descender hacia el campo de batalla.
    Se imaginó lo que iba a ser. Había visto otros regimientos cargar, durante los ejercicios, allí en casa, en los amplios campos de prácticas de los cuarteles. Era la visión mas gloriosa del mundo: los metales reflejando el sol, los banderines al viento, las lanzas enhiestas y los sables apuntando al frente, los caballos perfectamente enjaezados atronando el suelo con sus cascos, los cornetines sonando la carga con la alegría de una mañana de domingo, los hombres gritando su desafío borrachos de emoción. Siendo el coracero un mero espectador y lo que veía un simple entrenamiento, se había sentido impresionado ¿Cómo iba a sentirse el enemigo cuando fueran de verdad a por él? Aterrado, estaba seguro.
    Entonces llegaron a lo alto de la cresta. Frente a ellos se extendía, real y descarnado, el campo de batalla. Hedía. Era un hedor a humo de pólvora, excrementos y sangre, dulce y pegajosa. Atronaba. Un tronido de cañones, fusiles, hombres que gritaban muertos de miedo y heridos que gritaban aún mas. Allí la gente estaba muriendo. Muriendo de verdad. Esa era la gran diferencia entre aquello y los ejercicios. La línea hizo una especie de pausa a causa de la impresión. Fue fugaz, como si todos los caballos se detuvieran apenas una fracción de un segundo, hasta que los gritos de los suboficiales y los oficiales, que ya esperaban el parón, empujaron de nuevo a los jinetes hacia delante.
    Entonces empezaron a bajar la cuesta, y las cornetas tocaron al trote, y el miedo vino a expulsar a la inconsciencia, ocupando su lugar junto al valor, porque no hay valor sin miedo. Lo sintió, creciendo en su pecho y aflojando sus intestinos. Lo olió, en el sudor que salía por sus poros, lo oyó, cuando, como todos los demás, empezó a gritar. Pero no era el grito de matasiete de las cargas de los entrenamientos. Ese grito no era para jugar a soldados, era el grito del hombre enfrentado a un horror para el que no ha sido instruido. Porque era el horror lo que los esperaba allí delante.
    Primero pasaron por encima de hileras de hombres tendidos sobre el suelo. Sus uniformes eran de todos los colores, pero eran todos iguales: pantalones, camisa, casaca, algunos conservaban incluso el sombrero. Todos iguales porque dentro de todos ellos había seres humanos. Muertos. Aunque no todos. Algunos se movían, los vio, y vio que el regimiento avanzaba directamente hacia ellos, y casi pudo oír crujir sus huesos cuando los crueles cascos herrados de los caballos los aplastaron al pasar por encima. El regimiento no podía detenerse, los oficiales y los suboficiales los azuzaban, a sabiendas, y él también lo sabía, que tan sólo la inercia los llevaba hacia delante. Si paraba volvería grupas, y saldría de allí cabalgando tan deprisa que mataría a su caballo del esfuerzo.
    Entonces las cornetas tocaron la carga, y ya no sonaba con la alegría de una mañana de domingo, pero los caballos se pusieron al galope igual.
    Después pasaron por encima de grupos dispersos de hombres que caminaban. En este caso sus uniformes eran todos del color del de los coraceros. Eran sus propios compañeros. Infantes derrotados, atemorizados, heridos a los que un amigo intentaba llevar a algún lugar donde pudieran restañar sus heridas, hombres con la razón perdida que miraban estupefactos el inmenso caballo que estaba a punto de arrollarlos. Y los arrollaron. La carga era imparable. Todo lo que estuviera delante era el enemigo, vistiera del color que vistiera. Notó un golpe contra su pierna derecha, y fue consciente de que había derribado a uno de esos hombres, un hombre que no le había hecho nada, un hombre que simplemente había tratado de sobrevivir, volver a casa, exactamente lo mismo que él deseaba hacer en ese momento. Sobrevivir, volver a casa. Vio un gesto a su derecha. Era uno de sus camaradas, llevado por la inercia, por la furia, por el miedo y por la inconsciencia de la carga, había clavado su lanza en el pecho de uno de los hombres que se retiraban, apenas consciente de lo que hacía. Todo lo que había delante debía ser el enemigo, y nada mas. No había tiempo para mirar, sólo para ver, ni para pensar, sólo para reaccionar.
    Lo tercero fueron los cañones. No los propios, sino los del contrario. Una hilera de fogonazos iluminó el campo, y los obuses iniciaron su vuelo, rectilíneo y ciego, hacia la brigada. Pudo ver como volaban hacia ellos aquellas inmensas bolas metálicas. Como tocaban el suelo seco y como botaban. Vio una cruzar justo por delante de él, impactando en el caballo de su compañero de la derecha, el mismo que había alanceado al infante. Vio trozos de su compañero desperdigarse en todas direcciones, y la sangre y los grumos salpicar a todos los que estaban alrededor. Oyó luego un relincho agudo, y un grito de dolor que se destaco muy claro sobre la cacofonía de la carga. Fue amargamente consciente de que una bala de ese tamaño no la para un solo cuerpo, ni dos, tal vez ni siquiera tres. Que los de atrás corrían tanto peligro como los de delante. Notó un golpe en su costado izquierdo, y cuando miró, vio como el caballo de su compañero de la izquierda se pegaba a él, empujado a su vez por el que estaba a su izquierda, un caballo cuyo jinete, aún montado, no tenía ya cabeza. Abrío la boca para respirar, y se le llenó de algo nauseabundo, salado, que lo obligó a vaciar sus tripas sobre la pechera del uniforme. Entonces trató de detener su caballo, pero como surgido de la nada apareció un suboficial gritándole al oído. Y como llevaba haciendo desde el inicio de su vida militar, obedeció a la voz. Sin pensar, sin razonar, no era la orden, ni el suboficial, sino la voz lo que le obligó a clavar las espuelas en los flancos de su caballo.
    Y así, cubierto de babas y de desayuno, de sangre y de grumos, se enfrentó a la metralla. Oyó miles de proyectiles silbar a su alrededor, oyó los golpes sordos de los impactos, oyó los gritos de dolor de animales y bestias. Sus oídos se llenaron de miedo y sus intestinos acabaron de soltarse. Se dijo en un lúcido atisbo de ironía que estaba de mierda hasta el cuello. Totalmente cierto.
    Las filas se apretaron y frente a él vio la valla de bayonetas del cuadro de infantería enemiga. Se suponía que los caballos evitaban los obstáculos sólidos. Los que cabalgaban a su derecha giraron hacia la derecha. Los que cabalgaban a su izquierda giraron hacia la izquierda, y el… Se estrelló contra el muro de bayonetas. Su caballo, cegado por la metralla, fue incapaz de ver lo que tenía delante, había corrido por pura inercia, regando de sangre los vómitos de la pechera de su jinete con los hilillos rojos que manaban de su rostro desgraciado. El jinete, cegado por el miedo y por el horror, también había sido incapaz de ver lo que tenía delante. El choque fue brutal. Los hombres cayeron bajo la masa y la inercia de coracero y montura, que fueron atravesados como acericos por las bayonetas y las balas disparadas a la desesperada, acuchillados por los puñales, golpeados con piedras, reducidos a pulpa desesperadamente. La oscuridad se hizo sobre el campo de batalla.
    Lo que siguió fue una continuación del horror. Roto el cuadro, los jinetes mataron infantes, y los infantes, jinetes. Hombres destripados por las lanzas, caballos desjarretados por los cuchillos de los soldados, cabezas abiertas por los atacadores de los cañones, espaldas quebradas por los cascos de las monturas, corazones atravesados por las balas de los mosquetes, cuellos seccionados por los pesados sables…
    Años después los libros de historia publicarían las memorias del general X, al mando de la brigada de coraceros en la batalla de Y. Hablarían de la gloriosa carga de su unidad y de las medallas otorgadas al general por la magnífica victoria conseguida. Nada mas.»

    Saludos.

    Koenig.

  12. Incitatus dice:

    Hellou a todos

    Interesante reseña, en breve llegará una mía sobre otro libro de la Guerra de la Independencia leido y reseñado con motivo de la polémica de UN DIA DE COLERA. A diferencia de lo que dice Curistoria, el libro ESPAÑA, EL INFIERNO DE NAPOLEON, me ha parecido un señor libro y muy recomendable, pese al precio. Ya veréis. De Carlos CAnales no puedo decir nada, pero sí puedo decir que si se hace un libro militar y no se incluyen mapas, es un gran error.

    saludos

  13. davide dice:

    Por si alguien está interesado. Ayer, por la compra de dos libros de Alianza de bolsillo, me regalaron un pequeño libro sobre la guerra de independencia española, escrito por Miguel Artola. Le estuve echando un vistazo, y a pesar de no tener mapas y de contenido muy básico, está bastante bien para aquellos que busquen una aproximación al asunto sin excesivas florituras. Además, tiene una prosa que se hace muy amena.
    Echadle un vistazo si queréis.
    Por cierto, los libros que me pillé fueron Las escalas de Levante de Maalouf y Lord Jim de Conrad.

  14. Incitatus dice:

    Gran novela LAS ESCALAS DE LEVANTE una historia que recuerdo con mucho cariño, muy recomendable.

  15. davide dice:

    Pues tenía pensado leerla en el viaje a los USA, pero tengo miedo que en la aduana tenga problemas por el hecho de que el autor sea árabe. No me fío yo nada de esa gente, y mejor no tentar al diablo. Ya he empezado por recortarme la barba.

  16. karateka dice:

    Cuando hablaba del dicho ese «qué bella es la guerra», lo decía por supuesto, en sentido figurado, y a raíz que Carlos Canales en el susodicho libro, lisa y llanamemente trata de los aspectos militares de la contienda, en ningún momento se me pasa por la mente regocijarme en los aspectos más dramáticos, siniestros y dantescos que una guerra significa… sobre todo a la hora de comer, vaya a ser que a alguno le siente mal el puchero.

    Por cierto, que tampoco he dicho en ningún momento que una guerra sea «digna de admiración», aunque sí que soy de la opinión que algunas guerras son justas. Mientras que algunos se escandalizan gratuitamente sin saber leer entre líneas, el que esto suscribe presenció de primera mano una guerra, y fue testigo de hechos y sucesos que a muchos de los pacifistas-de-salón-a-la-hora-del-té ni se les pasa por la mente.

    Si alguien de la Agrupación Canarias destacada en Bosnia en 1993 lee ésto, sabrá a lo que me refiero.

    Saludos.

  17. davide dice:

    http://www.elmundo.es/yodona/2008/02/20/actualidad/1203509298.html
    Quizás te interese echarle una ojeada Karateka.
    En cuanto a la «belleza» de la guerra, valgan los versos del poeta persa al-mutanabi: .

  18. davide dice:

    Perdón, son estos:
    «Si un león te enseña los dientes, no supongas que te está sonriendo».

  19. Incitatus dice:

    Davide, si te dicen algo diles que es francés (de adopción) y cristiano maronita.

  20. karateka dice:

    Muchas gracias, Davide, por el enlace, interesante entrevista.

    Igualmente interesantes los versos de Al-Mutanabi.

    Saludos.

  21. davide dice:

    Sí claro, y amigo de los niños.

  22. ochnas dice:

    Pues para mí el libro de Carlos Canales es bastante flojo. Coincido con la opinión de karateka en lo referente a las batallas, pero lo peor son los errores de los que está plagado, sin duda por haber «fusilado» fuentes poco fiables, y que con un poco de investigación podría haber evitado.

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