BAJO LA ÉGIDA DE ÁRTEMIS – Jon Edward Martin
–¿Tú sabes cuántos hombres tomaron parte en los asaltos a las ciudades que han caído anteriormente, Acanto, Sane y el resto?
–No, general.
–Yo te lo voy a decir –afirmó, mirando fijamente a Licas–. Te lo voy a contar todo. –Ahora colocó un solo dedo en el aire delante del mapa de Tracia–. Un solo espartano, sin escolta, nos arrebató todos esos lugares.
Licas se rió entre dientes con incredulidad.
–¿Se trata de un héroe o de un dios?
–No. Es sólo un simple espartano.
–¿Y quién es ese simple espartano que consigue ciudades sin ninguna ayuda?
–Su nombre es Brásidas.
No hay que dejarse llevar por los impulsos. No es bueno dejarse llevar por los impulsos. El sentido común aconseja no dejarse llevar por los impulsos. En general. Así que recomiendo pulsar aquí para comenzar a leer esta reseña a partir de este punto y así ahorrarle pérdidas de tiempo al lector. Claro que si el lector se deja llevar por un impulso y sigue leyendo lo que viene a continuación, allá él, pero la advertencia va por delante.
Vamos a ver: ¿es lícito, correcto, estético, adecuado, etc. usar notas a pie de página? En un ensayo no veo por qué no, yo soy partidario de su uso (esponjan la lectura, aligeran el texto poniendo en el «sidecar» información adyacente, por decir algo) y de su uso precisamente a pie de página, no al final de los capítulos o del libro. Pero ¿en una novela? Uf, uf, pues vamos a pensarlo… no, decididamente no. Si una novela necesita aclaraciones puntuales, informaciones adicionales, avisos, apuntes, lo que sea, escríbase un apéndice con todo ello, hombre, pero no se lastre una historia de ficción con yunques de realidad. Porque la única razón de existir de una nota en una novela , creo yo, sería esa, la de aclarar términos o nociones, es decir: la de hacer volver al lector momentáneamente a la realidad, insertarle en el cerebro una píldora necesaria para la comprensión de la lectura (y recalco lo de «necesaria para la comprensión», si no, no ha lugar a la nota) y dejarle en el limbo con la esperanza de que pueda volver a zambullirse en la historia, de que pueda volver a dejarse envolver por la magia de la ficción. Porque la magia de la ficción es sagrada en una novela, y si se rompe, y quien la rompe es precisamente la propia novela con su nota a pie de página, la novela corre el riesgo de que el lector no vuelva a engancharse, se aturda, se desinterese y se desentienda de la historia. Y adiós novela. Hace poco leí un libro en el que se hacía una pequeña reflexión sobre este tema, tal que así:
«Siempre he sido aficionado al pie de página, a qué negarlo. Frente a los pedantes que lo usan y abusan de él para ocultar sus pasos, siempre he creído en su utilidad: pies de página para reconocer deudas, para indicar nuevas vías al lector/a, para mostrar el lugar del que uno parte o allí donde uno va… Hasta muy recientemente pensaba que nada malo producen si se les trata bien. Sin embargo, hace poco he leído una crítica que me ha dejado perplejo y preocupado. En ella, como en tantas otras, se abunda en la descripción del pie de página como una molestia que interrumpe el hilo del discurso, rompe la sensación de veracidad de la narración, su elegancia, su inmediatez, como una insufrible pedantería académica destinada tan sólo a hacer parecer al que escribe más listo de lo que es, para apabullar al lector y quizá acallarle. Hasta aquí nada que no hubiera leído antes y que no pudiera ser, creo, adecuadamente contrargumentado. Lo que me produjo una profunda impresión fue una frase en la que Noel Coward resumía su sensación ante el pie de página: «… tener que leer un pie de página es como tener que bajar las escaleras para abrir la puerta mientras estás haciendo el amor».»Rafael del Águila, Sócrates furioso. Editorial Anagrama.
En la novela Bajo la égida de Ártemis aparecen numerosas notas a pie de página. Todas ellas definen palabras empleadas en la novela, muchas emplean la expresión «en la antigua Grecia» (¿dónde si no?), alguna está repetida y ninguna es necesaria. ¿Por qué? Pues porque al final del libro, con estupendo buen criterio, se ha añadido un glosario de términos, que es donde procede aclarar esas cosas. ¿Por qué aparecen entonces notas a pie de página si se puede añadir –y de hecho así se hace– un glosario? Por otro lado, ya dije que las notas son –deberían ser– apuntes de realidad, lo cual pone al autor en el brete de saber de qué está hablando. En este caso Jon Edward Martin es presentado en la solapa interior del libro como gran conocedor de Grecia, erudito y asesor literario de la publicación Sparta – Journal of Ancient Spartan and Greek History. Eso pone el listón muy alto, demasiado como para que luego nos encontremos en una de las notas que «el himatión era una vestimenta romana». Da que pensar en que las notas, estas notas que me han trastocado el seso hasta el punto de escribir estas parrafadas, son un añadido de la editorial.
En la Grecia de hace 2500 años se hablaba griego, como ahora, y los lugares geográficos tenían nombres griegos, también como ahora. Al escribir una novela sobre aquella época se puede optar entre usar la transcripción de los términos griegos al idioma de que se trate, o bien usar directamente el término actual que traduce al griego, si es que existe tal traducción. Todo esto lo digo porque al leer esta novela uno tiene un poco la sensación de descubrir lugares irreales del estilo de El señor de los anillos. Me refiero a usar términos geográficos como Euboia, El Megarid, Apothetai, Aphetaid, Delfi, en lugar de los más usuales –aunque quizá al lector absolutamente profano le resulten igual de exóticos– Eubea, Megáride, Apotetas, Afetas y Delfos (bueno, sus versiones en inglés en el original, evidentemente). La cuestión se hace extensiva también al uso de términos como perioikoi, harmost, triboun o ambrakiots, en lugar de los más llevaderos periecos, harmosta, tribón y, ambraciotas. En mi opinión es bueno encontrar palabras originales de cuando en cuando en una novela porque contribuyen a crear atmósfera: prefiero encontrar tribón que manto, por ejemplo; pero triboun me suena ya tan peregrino… Por otro lado, ciertas imprecisiones en el texto, como escribir de dos maneras distintas el nombre de la misma cosa (El Megarid/Megaris, Apothetai/Apothai, Corcira/Corfú, Lycas/Licas –uno de los personajes–), contribuyen aún más al descoloque. Y más descoloque si cabe se produce por lo siguiente: en la novela se habla de horas, minutos, metros, lo cual es perfectamente asumible, comprensible y puede que ni siquiera sea criticable; pero cuando uno encuentra que también se habla de millas, ya empieza a hacer cálculos de a cuántos kilómetros equivale una milla, cuántos estadios tiene un kilómetro y cuántos metros caben en un estadio. Y si a continuación se nos habla de yardas, entonces a uno ya deja de preocuparle que estemos en Grecia, en la universidad de Cambridge o en el campo de béisbol de los Yankees de Nueva York. Ciertas otras imprecisiones son más o menos tolerables: rollos de pergamino (estamos en el s.V a.C.), hippeis espartanos montando a caballo (no eran un cuerpo de caballería pese a su nombre), Atlas y Heracles como nombres de perros en Esparta (los perros en Esparta, y en toda Grecia, no gozaban habitualmente de mucha estima, al contrario que en la actualidad –aunque ahora me viene a la memoria que por ejemplo Odiseo, Jantipo o Alcibíades tenían un perro como mascota–, y por tanto no cuadra que reciban el nombre de un dios y de un héroe, y menos Heracles, de quien decían descender los espartanos). Tales imprecisiones son obviables e incluso pasan desapercibidas si uno está hipnotizado por la magia de la ficción, pero es que tal magia tiene tantas trabas a lo largo de la novela…
Nombres de ciudades, de ríos, de regiones… muchos, a cada paso. Nada que objetar, por supuesto. Pero es entonces cuando se hace conveniente, imprescindible diría yo, la inclusión de algún mapa, aunque sea orientativo. Porque se nos habla de Mesenia sin decirnos si está a oriente o a poniente de Esparta, la cual instintivamente y por razones de supervivencia mental tomamos como el centro de la tierra al menos en esta novela; se nos habla de Arcadia sin que sepamos si está a tres kilómetros del Ática o a cuarenta yardas de Pilos, estén estos lugares dondequiera que estén; se nos habla de Anfípolis sin que sepamos si se puede ir caminando desde Atenas o si hay que coger un barco que haga escala en Naupactos, la cual tampoco sabemos seguro que tenga puerto; y así sucesivamente. Y cuando en el propio texto no se nos indica, siquiera por aproximación, dónde están los lugares en los que se desarrolla la acción (al menos dónde están los unos en relación con los otros), la sensación de estar flotando en un mundo irreal sólo se evita con la visión de un simple, sencillo, escueto y esquemático mapa.
De todas maneras, todo lo dicho hasta aquí no dejan de ser detalles que en una balanza no deberían pesar más que otros aspectos que sí se han de considerar como importantes en una novela: calidad literaria, recreación histórica, etc. Pero es que tanta piedrecita en los zapatos hace que uno se sienta algo incómodo mientras va andando por las páginas, caramba.
En cuanto a la Historia: el espartano Brásidas fue uno de los protagonistas destacados del primer tercio de la guerra del Peloponeso. Elogiado por el historiador ateniense Tucídides, que fue su enemigo en el campo de batalla, a quien derrotó y fue causa de su exilio de Atenas, Brásidas participó en algunos de los hechos más notables que se produjeron en la primera década de la guerra, siendo los más destacados el suceso de Esfacteria («el desastre de Esfacteria» para los espartanos) y el de Anfípolis («el desastre de Anfípolis» para los atenienses). También adquirió popularidad por haber comandado, con gran éxito además, un ejército espartano formado por hilotas a quienes se prometió (y concedió finalmente) la libertad a cambio de luchar por Esparta: los llamados brasideos. Fue uno de los generales espartanos más relevantes de toda la guerra (junto con Gilipo y Lisandro, seguramente), y por tanto reúne muy buenas condiciones para ser el hilo conductor de una novela. En ese sentido cabe alegrarse del buen ojo del autor, Jon Edward Martin, al fijarse en Brásidas, cuyo escudo, por cierto (o al menos ese nombre se le da, «escudo de Brásidas»), se conserva en el museo del ágora de Atenas.
En cuanto a la historia: se nos cuenta, como ya he dicho (o no lo he dicho pero ya se intuye, ¿no?) la vida del espartano Brásidas desde su infancia (la época de la llamada «Pentecontecia», los 50 años que hay entre el fin de las guerras Médicas y el comienzo de las del Peloponeso) hasta que la vida le abandona, en el 421 a.C. Aparecen en la novela secundarios de lujo: los reyes de Esparta, el historiador Tucídides, Pericles, Cleón (particularmente agradezco que no aparezca por allí Sócrates, omnipresente en las novelas de esta época), y la trama avanza, a grandes rasgos, en función de lo que las Historias de la guerra del Peloponeso de Tucídides cuentan sobre los hechos en los que intervino Brásidas, pues es el historiador ateniense la principal fuente disponible para conocer los hechos del espartano. Disputas por el poder, rivalidades políticas, una pequeña historia de amor (posible pero más que improbable) entre una esclava hilota y el propio Brásidas, todo ello narrado con un pulso narrativo irregular que, sin ser malo, no acaba de convencer. Por momentos entretenida y por momentos anodina, la novela no acaba de conectar con el lector pese a que la historia permitía en muchas ocasiones crear un clima épico que suele apetecer bastante en las novelas de batallitas.
Es, en fin, y por no hacer eterna esta reseña, una novela que va de menos a más, sin ser el «menos» mucho menos que el «más» ni el «más» mucho más que el «menos». La recreación histórica, en mi modesto y limitado entender, no diría yo que es buena ni mala sino, como el tono general de la novela, irregular. No acaba uno de asimilar, aun siendo perfectamente posible, que un espartano diga «¿y mamá?», o que a veces los espartanos hablen como caballeros de la Edad Media. Sin embargo, y pese a lo dicho, si se la concibe y acepta como novela ligera, novela de verano, novela de evasión, etc., entonces es aceptable sin más. Lo cual no es poco, por otro lado.
[tags]Bajo la égida de Ártemis, Jon Edward Martin, Brásidas[/tags]
Desaparecieron todas las cursivas, Javi. Y había un porrón…
Yo sí soy partidario de poner notas a pie de página, con moderación, en una novela, y sólo si sirven para aclarar conceptos en una o dos líneas, no más. Si hay algo que me molesta en un libro es estar constantemente yendo a los apéndices finales a saber qué carajo significa tal o cual cosa. Consecuencia: dejas de consultar, en aras de seguir con la narración de la novela, que es lo que importa. Y si encima falta un mapa, exijo juicio sumarísimo para el autor y la editorial.
Luego hay otra cuestión: una novela no es un ensayo. No se trata de complicar la vida al lector, queriendo mostrar una erudición del copón, sino de contar una historia. Si hay muchas notas a pie de página o en el apéndice final explicando lo que sea, algo falla en la novela. Se corre el riesgo de convertir lo que debe ser un ejercicio literario en un texto cuasi-doctoral. Me importa menos que se intente ser exhastivo con nombres, instituciones o funciones que el hecho de que se trate de reflejar un ambiente, una época y un espacio, aunque haya algún que otro anacronismo. Pues se trata de literatura, no de ensayo.
También se corre el riesgo de ser demasiado «presentista» o «superficial»; hay casos extremos como Los negocios del señor Julio César de Bertolt Brecht, cuya reseña está en fase de redactado, donde palabras como «bolsa de valores», «Cámara de Comercio» o «City» se repiten de manera constante… siendo, de hecho, un valor añadido a la novela, pero ya entraré en ello cuando toque.
Respecto a la novela reseñada: la hojée cuando se publicó y no me llamó la atención especialmente. De hecho, olvidé su título hasta que he leído esta reseña. Y posiblemente lo siga olvidando. Pero me gusta esta reseña por introducir esos aspectos en los que me temo que nos extenderemos con detalle. Sólo por eso, ¡bravo!
El caso es que queda alguna cursiva, Cavilius. Demoledora reseña, amigo. Creo que en algún rincón, de alguno de los hilos del foro, hablamos acerca de las notas en las novelas, y su inutilidad general. Está bien aclarar algún término oscuro, preferentemente en un glosario como bien dices, pero a mi personalmente me desalientan las notas en una novela. Me hacen perder el ritmo y eso es una de las cosas más importantes cuando estás leyendo. Si «tartamudeo» mientras estoy leyendo acabo pensando que se me va a «calar» el cerebro y se me acaban quitando las ganas de seguir leyendo. Sin embargo cuando una novela tiene ese ritmo, las horas se suceden y uno no se da cuenta de ello hasta que cierra el libro, mira al cielo y descubre que ya se ha hecho de noche. Así que me temo que Brásidas tendrá que combatir sólo entre las brumas del mapa de Grecia.
Cavilius, hermano, yo te entiendo. He tenido una experiencia similar con Valentia. A la reseña me remito, así que…. no hay preguntas.
Bueno, sí: Puedo preguntarte qué es correcto: escribir ilota o hilota. Porque creo recordar que en la ultima novela que leí el término no tenía esa hache que se has puesto tú en la reseña.
Por arte de magia aparecieron todas las cursivas, Javi. Ya no hace falta que hagas nada.
De todas maneras, repito lo dicho en la reseña: una cosa es el asunto de las notas a pie de página, y otra la novela en cuanto tal. Y en cuanto tal es algo flojilla, qué le vamos a hacer.
Vale, en el hilo de Puertas de Fuego se habló en una ocasión sobre eso. La RAE dice que lo correcto es «hilota» pero muchos autores de ensayo histórico utilizan «ilota». A mí, la verdad, me gusta más sin la hache, por eso en la reseña lo he puesto con hache (¿?).
Por un momento pensé que había aparecido un nuevo reto a solventar con una F5* o cualquiera de la saga al pinchar en el enlace que introduces y que lleva a la misma página, líneas más adelante.
Y es que eso de los númeritos, asteriscos o indicaciones para mirar al pie de página, no digamos si es al final*, es un tema delicado. En una novela creo que es preferible que la explicación se incluya en el texto, de una forma natural ** o practicando el arte del uso de cursivas para resaltar términos no habituales****. Eso sí, mérito tiene, porque escribir en dos planos es más complicado que leerlos.
Qué pena de libro, porque prometer, la historia prometía.
Buena reseña, Cavilius.
* Aunque nadie sepa para qué sirven, son una caja de sorpresas cuando uno se habitúa a su uso.
** Usar dos marcadores, con cuidado de no mezclar.
***Luego vendrá Ascanio a protestar de demasiadas explicaciones innecesarias, claro.
**** Sigo sin saber cómo demonios se ponen las cursivas en la Papri.
Fácil:
1) Escribes el signo «menor que», luego una «i» y luego el signo «mayor que».
2)Seguido de lo anterior, escribes el texto que va a salir en cursiva.
3)A continuación escribes el signo «menor que», la barra de dividir (la que está en la misma tecla que el número 7), una «i» y el signo «mayor que».
Y si en vez de cursivas quieres negritas, en lugar de una «i» pones una «b».
Y si en vez de cursvas o negritas quieres letra gótica, en vez de una «i» o una «b» pones una «g».
De nada.
A mí no me gustan nada las notas a pie de página en una novela, la verdad. Soy de la opinión que la novela, en tanto que es narración, ha de quedar exenta de tales señales, y si se necesitan, mala señal, válgame la rebuznancia. Acaso las notas han de ser un trabajo editorial: las llamadas ediciones críticas. Obviamente éstas tienen un carácter distinto y sirven para estudiar el texto.
Farsalia, a modo de ejemplo, permíteme una pregunta. Cuando dices que sí que aceptas un nivel mínimo de notas a pie de página, ¿cuál es ese límite?, ¿lo que tú desconoces? Ten en cuenta que un profano, pues, en la materia necesitará con seguridad muchas más notas que tú, para él tan vitales como para ti esas pocas. ¿Qué hacemos?
Creo que tanto las explicaciones intempestivas (obvias para el personaje que las emite) como las notas atentan contra el ser de la novela. No obstante, estamos ante un género curioso dentro de la literatura (no por naturaleza, sino por cómo se percibe), en donde parece haber más interesados en la Historia que en la historia, trama y personajes de la obra. Es curioso. De carácter más científico que creativo, más deductivo que intuitivo, más laborioso que inteligente.
Recuerdo que cuando era un niño y leía algo que no comprendía, me iba rápidamente al Libro Gordo de Petete, a la Crónica de la humanidad o a algún otro libro de Historia. Eso era tan enriquecedor como interesante, pues la investigación la hacía yo por mi cuenta.
Un saludo.
Javi dixit:
«Farsalia, a modo de ejemplo, permíteme una pregunta. Cuando dices que sí que aceptas un nivel mínimo de notas a pie de página, ¿cuál es ese límite?, ¿lo que tú desconoces? Ten en cuenta que un profano, pues, en la materia necesitará con seguridad muchas más notas que tú, para él tan vitales como para ti esas pocas. ¿Qué hacemos?»
Pues pocas, no tres o cuatro en cada página, sino cuando única y realmente son necesarias, aclaran conceptos y lo hacen sucintamente. Lo importante es que haya pocas: el autor ha conseguido crear un estilo que le permita explicar cosas dentro del texto sin que sean un pegote no haya necesidad de poner una nota al pie obligatoria. Si hay muchas notas, algo falla.
Jejeje, creo que pensamos lo mismo pero con otras palabras.
Cielos, Cavi, ¡menuda reseñita! Demoledora, ¡jajaja! Yo también pienso lo que la mayoría respecto a las notas a pie de página. Y la diferencia entre novela y ensayo, y todo eso. Y lo de los nombres. Y tambien pienso lo que Javi: que parece que haya más interesados en le Historia que en la historia (=narración que nos cuentan). Con lo que el derroche de datos y erudición apesta a veces. en fin…otra más.
No había visto tu comentario, farsalia.
Efectivamente, el problema está en dónde ponemos el límite de lo que vale la pena aclarar y lo que no. La solución (si la hay) creo que estaría en lo que dice Aretes: que la aclaración llegue a través de la propia novela. Pero eso es francamente difícil, y lo digo por experiencia.
Por cierto, ahora estoy con un libro que tiene tres cuartas partes de cada página con notas. No es ensayo ni novela, sino un texto clásico. ¿Qué hacemos con esto?
No se como será tu texto, Cavilisu, pero yo si he leído libros comentados y editados por expertos y hacen que uno comprenda las claves que encierran, pero pienso que esto está bien para una segunda lectura de la obra, si es en la primera te quedas sólo con el fondo de la obra y pierdes la calidad literaria que encierra.
A la hoguera, claramente :-)
Estoy también de acuerdo en que las novelas no deberían llevar notas, más allá de cosas como la primera vez que hablan de un estadio, expliquen la equivalencia en kilómetros, o algo así. Si hay varias, al glosario. Si hay muchas, a la bazura.
Saludos,
Richar.
Cavilius, entonces las editoriales sin preguntar al autor pueden añadir las notas a pie de página y fastidiar la obra por creer que estará mejor. ¿Es a eso a lo que te refieres?. Si es así menudo fallo.
De la inclusión de mapas, no creo que sea tan complicado y casi todas las novelas carecen de ellos. ¿De quién es la culpa?
Estupenda reseña y valientes comentarios. Si no te ha gustado está muy bien que lo dejes claro.
Te lo agradezco.
Probando, probando…
¿Se me lee?
Quizá las notas a pie de página sean del traductor. De todas formas, qué complicado es todo esto. No digo que sea este el caso, pero un buen traductor de inglés no tiene por qué conocer todas las transcripciones del griego al castellano. Fijaos cómo está el tema de las humanidades. No me quiero ni imaginar los futuros, que no habrán visto el latín o el griego ni en sueños. El caso es que como está el mercado, en el que se requiere competividad, rapidez, ahorro de costes…, en la mayoría de editoriales no caben las revisiones de gente especializada en el tema.
Imaginaos:
Primero, traductor competente, con un buen estilo de castellano y no ignorante del tema que trata: hoy en día, un pastón. Y darle tiempo, tiempo suficiente para que elabore un trabajo digno y bueno. Más pasta.
Segundo, un especialista en el tema que corrija los fallos del traductor, lógicos, pues no ha sido instruido ni en historia griega ni en su filología, por mucha cultura que tenga. Más pasta.
Otra revisión ortotipográfica. Más tiempo, más pasta.
Aunar esfuerzos y coordinar revisiones. Más tiempo. Más pasta.
No exagero si digo que el trabajo que requiere dicho libro es de meses. Ahora, toca pagarlo y competir con la bazofia que sale al mercado, más barata, más rápida, más asequible, más…
Los mapas, Akawi, añaden hojas a la edición y, si no rellenan un pliego, ha de aumentarse uno por su causa. Más dinero.
En fin. Me voy a laborar.
Visto de esa manera…… Javi LR, recuerdame que nunca me meta a fundar una editorial. ja, ja, ja,
Hay dificultades para todos, Akawi, al igual que facilidades y alegrías. C’est la vite.
Buenas tardeeees.
Un poco larga la reseña. ¿No? Y con tanta historia de notas no me ha quedado muy claro si es ensayo o novela.
Por lo demás no parece haber gustado mucho el libro, no. Así que me quedo tranquilo.
Saludos.
Uff, el oficio del traductor/corrector/revisor… o los que traducen pero no saben lo que traducen… o los que corrigen y tratando de mejorar empeoran… y los revisan y se dan con un canto en los dientes si apenas encuentran una docena de erratas. Porque la errata es inmortal, siempre la encuentras.
Y que estos días me haya dedicado a traducir del catalán al castellano y que me lleve las manos a la cabeza por algunos parrafitos. Y que luego eso se publique, sin que nadie lo haya revisado.
En fin, un cirio bien grande para los editorestraductores/correctores/revisores la próxima vez que me acuerde de San Pancracio…
Pues Cavilius, tu reseña me ha parecido fabulosa. Me lo he pasado mejor, por lo que parece, que si hubiera leído la novela ;)
En cuanto a las notas, yo las prefiero a pie de página mejor que al final, tener que ir hacia atrás cada vez que no sabes de qué demonios habla el autor, es un rollo. Pero siempre con moderación. Si el autor o traductor abusan de ellas, al final ni las leo y, claro, así me va, que a veces no me entero de lo que leo.
Muy buena reseña Cavi. Alguna que otra nota perdida de vez en cuando no me molesta, de vez en cuan do repito.
saludos
Se me ocurre ahora que si uno se pone a leer el Quijote, prácticamente cualquier edición la encontrará plagada de notas (sólo con las primeras frases ya hay para escribir páginas enteras de explicaciones, si se quiere). Entonces puede uno optar entre o bien no leerlas y tratar de entender los términos y expresiones por el contexto, o bien no hacer ese intento y correr un tupido velo sobre aquello que no comprenda, o bien leerlas. Son tres lecturas diferentes para la misma obra, cada una con sus pros y sus contras, y proporcionan un disfrute distinto cada una de ellas.
Insisto: a eso se le llama edición crítica, labor editorial realizada por un especialista e independiente de la motivación del autor, que por definición es la de causar goce estético, conmover y entretener, no la de enseñar ni hacer historiografía.
Ayer puse un comentario y no sé qué debí hacer que no aparece :(
Decía que me había encantado la reseña, quizás más que la posible lectura del libro. Cavilius, gracias.
Y comentaba que a mí no me molestan las notas a pie de página si no son abusivas (como a todos), y que las prefiero a los apéndices al final, que me da mucha rabia tener que estar consultando las últimas páginas.
Anda, pues cuando le he dado a enviar el último comentario, veo que el que puse ayer se ha actualizado de repente, más un par que iban detrás. Siento las molestias, chicos.
En mi opinión ese trata de una novela bastante floja, de esas que olvidas rápidamente y ya apenas sabes de qué iba la historia. Un saludo.