VIDA Y MUERTE EN EL III REICH – Peter Fritzsche

VIDA Y MUERTE EN EL III REICH - Peter Fritzsche Si en De alemanes a nazis, libro anteriormente reseñado, Peter Fritzsche abordaba el tema de la popularidad del nazismo como condición de posibilidad de su llegada al poder en 1933 (en otras palabras, el problema de la comprensión del «voto nazi»), en Vida y muerte en el III Reich (Life and Death in the Third Reich, 2008) se ocupa del problema de la adhesión del pueblo alemán al III Reich; más específicamente, la identificación de los alemanes con el «nuevo orden racial» propugnado por el régimen nazi -guerra mundial y genocidio de por medio-.

Detrás de la aprobación de las políticas nazis no sólo hubo diversos niveles de convicción ideológica, explica Fritzsche, sino también factores como el miedo, la pereza, la ignorancia y la apatía. Empero, lo decisivo para el enfoque del autor es que una importante proporción de alemanes se mostró altamente receptiva ante el proyecto de regeneración nacional preconizado por los nazis, aprobando la conversión de la historia germana en una gesta heroica que culminaría en la hegemonía de la raza «superior».

Un proyecto que se consumó en base a una dinámica de radicalización progresiva, la que ya ha sido observada por otros autores. En lo concerniente a la solución de la denominada «cuestión judía», Fritzsche sostiene -no de modo muy original- que el curso inicial de la guerra y el optimismo en torno a su final fomentaron la radicalización del antijudaísmo, pasando de la mera erradicación a la eliminación de los judíos. Más tarde, la perspectiva de la derrota aceleró el proceso, al extremo de concretarse la masiva deportación de judíos húngaros a los campos de exterminio en época tan tardía como 1944, cuando la suerte de las armas alemanas había declinado por completo.

En la construcción del nuevo orden de hegemonía racial tuvo un papel importante la explotación por los nazis de la idea de «nación en peligro», una retorcida imagen de Alemania como nación amenazada por multitud de enemigos, internos tanto como externos: judíos, marxistas, potencias enemigas, razas inferiores, falta de espacio vital, visiones de mundo contrapuestas a la del nacionalsocialismo (las que con su prédica humanitaria y pacifista supuestamente minaban el temple alemán). Frente al presunto peligro, la guerra fue la respuesta promovida por los nazis; guerra como estado multiforme y permanente que permitiría a la «raza aria» depurarse de elementos extraños, expandirse y sobrevivir. También resultó crucial la mitificación de los judíos, reducidos por la propaganda nazi a un estereotipo de conspirador internacional que, más que una caricatura, era una suerte de abstracción aterradora que amenazaba supuestamente el corazón mismo de la germanidad.

Fritzsche echa mano de cartas y diarios privados a objeto de sondear la difusión de información sobre la campaña de exterminio de judíos y, objetivo mediato, el grado de afinidad entre la población alemana y el nazismo. Advierte que las fuentes pueden no ser representativas (detalle nada menor), pero sí muy reveladoras. De su estudio el autor extrae la conclusión de que una parte importante de la población alemana era todo menos ignorante de lo que sucedía en el este, en particular el trato deparado a civiles en la Unión Soviética y el asesinato de judíos. Fritzsche deduce que la propaganda nazi resultó altamente efectiva puesto que si bien no todos los alemanes se volvieron unos nazis convencidos –ni mucho menos-, muchos de ellos sí que se ajustaron al régimen en medida tal que no hubo necesidad de someter al país a un sistema de terror intensivo.

La oposición al régimen nunca fue una alternativa que tuviera muchos adeptos (puede que en este acápite Fritzsche subestime la importancia del aparato represivo en un estado policial como el hitleriano, el que, de todos modos, debía mucho de su eficiencia a la cooperación voluntaria de una parte significativa de la población; por otra parte, las reacciones frente al atentado del 20 de julio de 1944 -Operación Valkiria- demostraron la identificación de la opinión pública con el régimen). Las prácticas cotidianas en el III Reich se basaban en obediencia pero también en consentimiento, y muchos alemanes se pusieron en sintonía emocional e ideológica con los nazis. Cuando se atrevían a formular críticas, especialmente en su correspondencia o en sus diarios, usualmente lo hacían en nombre de los fines ideológicos del III Reich y salvando el prestigio de Hitler; no se cuestionaba tanto la legitimidad del régimen como la idoneidad de los subordinados del Führer (especialmente autoridades locales y hombres del partido, pero también altos dirigentes como Goebbels y Göring).

Relatos sobre las atrocidades perpetradas en la URSS, contenidos en cartas de soldados alemanes y frecuentemente documentados por medio de fotografías, aunque solían expresar desconcierto y desaprobación, revelan una gradual asimilación de los términos implacables de una guerra planteada como lucha por la supervivencia de la «raza aria». Por otro lado, muchos civiles desaprobaron la deportación de sus vecinos judíos y se escandalizaron también ante las historias sobre los horrores del frente oriental, pero la mayoría acabó por volverse indiferente ante tales acontecimientos; incluso se esforzó, esta mayoría, por alinearse con el horizonte ideológico del III Reich. Cierto es que, conforme el conflicto se prolongaba y menguaba la fortuna de las armas alemanas, la población tuvo cada vez mayores razones para ocuparse de sus propios padecimientos.

El ensañamiento de la guerra en el frente germano-soviético y el recrudecimiento de la lógica extrema en que se asentaba su justificación –«todo o nada», «nosotros o ellos», «supervivencia o muerte»-, quedó de manifiesto en la exhortación a la guerra total por el ministro de propaganda Joseph Goebbels (febrero de 1943). Tras la derrota sufrida en Stalingrado y avanzado el exterminio de judíos, se intentaba movilizar la sociedad en su totalidad y forzar un compromiso mayor con las exigencias de una guerra sin cuartel: verdadera política de naves quemadas cuya mala conciencia demandaba complicidades. No había vuelta atrás, no después de los crímenes cometidos en suelo polaco y soviético; sólo cabía proseguir la lucha hasta las últimas consecuencias. «Pasaremos a la historia como los estadistas más grandes o como los mayores criminales», escribió Goebbels en Das Reich, periódico de difusión masiva. Eran señales de que el propio régimen admitía su naturaleza criminal al tiempo que apelaba a lo que había de «conciencia nazi» en el pueblo alemán. Sólo venciendo –una posibilidad cada vez más lejana- se evitaría el ajuste de cuentas.

El autor concluye de modo lapidario que la legitimidad básica del III Reich se mantuvo prácticamente hasta el final porque la mayoría de los alemanes prefería ganar la guerra, aun bajo los términos y la conducción de los nazis; la mayoría hizo suyos los motivos alegados como justificación de la guerra y la mayoría resultó incapaz de imaginar una alternativa deseable al nacionalsocialismo. Consideraciones que mueven al autor a hablar de una gradual nazificación de la población alemana.

«Los dos colectivos, los alemanes y los nazis –afirma Fritzsche-, estaban tan enredados entre sí que después de la guerra las personas normales [sic] y corrientes nunca trataron a los asesinos como tales; ni purgaron sus vecindarios de perniciosos funcionarios nazis locales. En lugar de ello, la mayoría de los alemanes optó por amnistiarse. La conciencia de que «los criminales están ‘unter uns’ [entre nosotros]» en todos los niveles de la sociedad explica por qué en el Bundestag [parlamento de la RFA] una mayoría abrumadora votó a favor de una amnistía judicial a comienzos de la década de 1950 y por qué esta ley encontró un respaldo tan amplio entre la opinión pública alemana» (p. 258).

En la memoria del conflicto por el común de los alemanes, con su imagen distorsionada, autoexculpatoria y victimista (uno de cuyos puntales fue el mito de una Wehrmacht «limpia» y libre de culpas), prácticamente no hubo lugar para los judíos y el atroz final de millones de ellos. El recuerdo de los propios sufrimientos pasó por alto el programa racial y el Holocausto.

Para terminar. Cabe añadir que Fritzsche, de paso, se declara en general conforme con los planteamientos expuestos por Christopher Browning en su libro Aquellos hombres grises, aunque a su entender se basan en una muestra no cabalmente representativa (el Batallón de Reserva Policial 101), sesgo que había llevado a Browning a subestimar la función de la ideología. Según Fritzsche, la mayoría de los Einsatzgruppen y batallones auxiliares de policía que participaron en la matanza de civiles en la URSS estaban conformados por voluntarios más jóvenes e ideológicamente comprometidos que los de la unidad estudiada por Browning, y los oficiales que los comandaban eran también menos flexibles.

– Peter Fritzsche, Vida y muerte en el III Reich. Crítica, Barcelona, 2009. 350 pp.

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15 comentarios en “VIDA Y MUERTE EN EL III REICH – Peter Fritzsche

  1. juanrio dice:

    Intensa reseña, Rodrigo, que concuerda con la mayoría de las veces que hemos intercambiado en estas páginas información sobre el nazismo y la culpa de los alemanes en la guerra de exterminio que iniciaron. Por mucho que uno lee testimonios y escritos sobre la época, nunca acaba de encontrar donde se rompía esa unión entre pueblo, partido y gobierno, o sobre si fué total la responsabilidad de todos y cada uno de los alemanes.

    Por otro lado, aunque es cierto que Browning se basa en un ejemplo limitado en cuanto a la responsabilidad del pueblo «llano» en las masacres, también es cierto que no le quita esta al resto de los grupos de la muerte que funcionaron en el frente del este y que se formaron con voluntarios y criminales, o tropas auxiliares de los países ocupados.

  2. ARIODANTE dice:

    Excelente reseña, Rodrigo. Como la anterior del mismo autor, veo que insiste en el tema de la difusa línea de demarcación entre los ciudadanos alemanes y los nazis. Hay una escena muy divertida e ilustrativa, en la película «Un, dos tres» ,mordazmente crítica, de Billy Wilder, en la que un antiguo nazi ejerce de encargado en la empresa de coca Cola en Berlín Oeste y se empeña siempre en taconear cada vez que el jefe (James Cagney) le da una orden. Y toda la oficina se levanta en pie cada vez que entra el jefe. Y ante la reconvención de Cagney, el encargado dice que, con los tiemos democráticos, aunque se empeña en decirles que no se levanten, ellos hacen lo que quieren…que es levantarse y taconear. O sea, loq ue han estado acostumbrados a hacer durante la guerra.

  3. Jesús Hernández dice:

    Buen libro, recomendable.

  4. Rodrigo dice:

    Suscribo, Juanrio. En todo caso, Fritzsche, más que oponerse frontalmente a las tesis de Browning, añade un matiz, nada irrelevante creo yo. Pero sólo lo hace de pasada, incidentalmente.

    La difícil transición, Ario. Y otra película que me gustaría ver.

  5. lucano dice:

    Excelente reseña como siempre, muchas gracias Rodrigo.
    Qué difícil de tragar es la píldora de la responsabilidad de los pueblos con respecto a los crímenes de sus regímenes totalitarios, y qué fácil deslizarse hacia una ceguera voluntaria que evita tener que afrontar semejante realidad (leyes de amnistía, etc). Sin embargo, ¿cómo pensar que una mayoría de alemanes pudieran estar de acuerdo con eso? En la reseña entiendo que para Fritzsche no era el miedo lo que movía a no oponerse, sino la aceptación mayoritaria de los principios básicos de los nazis (supremacía alemana, victoria final, guerra total, etc), lo cual resulta aterrador, y para mí novedoso.
    Saludos

  6. Rodrigo dice:

    … La idea de “comunidad del pueblo” sobre base racial y en general el proyecto de regeneración social y nacional levantado por los nazis. Sí, la tesis de Fritzsche es que hubo un alto grado de consenso en torno al acervo ideológico nacionalsocialista, lo que es consecuente con lo formulado por el propio autor en el libro anterior, De alemanes a nazis. En todo caso, Fritzsche no llega a decir que el pueblo alemán tuviese un conocimiento pormenorizado y cabal de los crímenes cometidos por el régimen; lo contrario sería absurdo.

    Por precisar, estimado Lucano: el concepto de “guerra total” tiene un sentido más específico y circunstancial que el de “guerra como estado permanente” (al que aludía en el cuarto párrafo). Fue la tentativa de Goebbels de movilizar de raíz a la sociedad alemana en la fase crítica del conflicto, cuando las cosas se le pusieron feas al III Reich. Sobre ese punto Ian Kershaw –por ejemplo- es más explícito (ver su biografía de Hitler). Suponía incorporar a las mujeres alemanas a la fuerza de trabajo, contemplando su empleo en la industria armamentística (algo que a Hitler repugnaba al máximo y que, en cambio, tanto soviéticos como los aliados anglo-estadounidenses habían hecho hace rato); una reorganización a fondo de las fuerzas armadas y del funcionariado civil; la supresión total de los privilegios remanentes de la antigua oligarquía; más adelante, la formación de una milicia popular de autodefensa.

    Gracias por el comentario.

  7. David L dice:

    Excelente reseña Rodrigo. Es un libro que he ojeado en más de una ocasión pero que todavía no me he decidido a incorporarlo a mi biblioteca, tu reseña me lo va a poner más fácil para hacerme con él. Estoy con lo que ha comentado un compañero anteriormente, ¡qué difícil resulta poder asumir que uno haya podido ser cómplice o actor pasivo en un régimen totalitario! La cantidad de teorías que los historiadores manejan para explicar el cómo y el por qué de la aceptación del nazismo por un pueblo que se consideraba tan avanzado para la época sigue siendo todavía un misterio. ¿Predisposición histórica? Como comenta Goldhagen, ¿seguidismo a la inviolable figura de Hitler? Como parece argumentar Kershaw y otros….difícil respuesta. Me ha llamado la atención que el autor haga referencia y utilice una base de cartas y testimonios de alemanes de la época para intentar, sin tomarla como dogma absoluto, la participación y conocimiento de aquéllos de las atrocidades que se estaban llevando a cabo contra los judíos, además de mostrar como los alemenes se extorsionaban entre sí utilizando la figura del judío para demostrar fidelidad al régimen. Hay un libro muy bueno, “EL TERROR NAZI. LA GESTAPO, LOS JUDÍOS Y EL PUEBLO ALEMÁN”, de Eric A.Jonson, editorial Paidos, 2002, donde el autor demuestra que a los servicios de seguridad alemanes, caso de la Gestapo, les bastaba con una organización muy justa en hombres para controlar al país, para ello contaban con numerosos vecinos que hacían de vigilantes del régimen, bastaba que un vecino hiciese una denuncia anónima para que la Gestapo iniciase la investigación y la detención del denunciado. El pueblo, en cierta manera, estaba contribuyendo a la seguridad del Tercer Reich, la gran habilidad de los nazis fue conseguir involucrar a tanta gente anónima en labores de garantes de la seguridad interior del mismo, ese y no otro fue el gran el gran éxito de los nazis.

    Un saludo.

  8. juanrio dice:

    Eso que comentas, David, sobre el escaso número de personal que necesitaba la Gestapo, o cualquier otra policía política, se da en cualquier régimen totalitario. Aquí en España pasaba lo mismo durante el franquismo, en la URSS durante el stalinismo y posteriormente, etc…El miedo, el servilismo y la aceptación vencen muchso escrúpulos y favorecen las delaciones o los simples chismorreos que acaban en manos de los ejecutores de la voluntad de las dictaduras.

  9. Rodrigo dice:

    Gracias, David.

    Concuerdo con lo que dices, incluyendo tu opinión sobre el libro de Eric Johnson, que sí he leído. Sostiene precisamente lo que has señalado. La participación por parte de muchos civiles en una extendida red de denuncias hizo viable un sistema represivo formado por apenas unos pocos miles de agentes, en un país de algo así como 80 millones de habitantes. Se trataba de un estado policial y de coerción, ciertamente, pero con una base de aprobación, consenso y complicidad muy amplia.

    En esta línea, otro autor a tener en cuenta es Robert Gellately, sobre todo por su libro La Gestapo y la sociedad alemana (Paidos, 2004), referido al sistema de delaciones como fundamento estructural de la política racial del III Reich. Y en otro de sus libros, No sólo Hitler (Crítica, 2002), Gellately trabaja más ampliamente el tema del consenso y el apoyo al régimen nazi. Ambos son muy buenos.

  10. Rodrigo dice:

    Bueno, Juanrio, me parece que el aparato represivo de la URSS era mucho más grande que el de la Alemania de Hitler, y que imponía un terror mucho más extendido; de hecho, un terror universal al que prácticamente nadie escapaba –especialmente en los años del estalinismo-. El terror nazi era más selectivo, y contaba con un nivel de consenso y aprobación mucho mayor que el soviético.

  11. David L dice:

    Me gustaría que los días tuviesen más de 24 horas para poder disfrutar todavía más con la lectura, pero como no es posible ahí está la pila de libros en espera de que pueda leerlos. Comento esto porque Rodrigo ha mencionado el libro, NO SÓLO HITLER, de Robert Gellately, del cual dispongo de una edición de planeta Agostini, 2001, que ya me habría gustado leer hace tiempo. Estudios como el mencionado en esta reseña y obras como la de Johnson, o el propio Gellately, muestran muy a las claras que los alemanes sí sabían más de lo que realmente quisieron demostrar una vez acabada la guerra. Está claro que una vez acabada ésta me imagino que la gente lo que querría es intentar pasar página y “olvidar” ese pasado tan turbulento. Creo que humanamente es comprensible, aunque suene duro decirlo.

    Un saludo.

  12. Farsalia dice:

    Reseña de este libro, junto con el díptico de Saul Friedländer sobre el Holocausto, en el número de septiembre de 2011 de Revista de Libros.

  13. Toni dice:

    Lo acabo de conseguir. La reseña, como siempre es aractiva, Rodrigo.

  14. Rodrigo dice:

    Mil gracias, Toni.

    Espero que el libro no te defraude.

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