EL LAZO DE PÚRPURA (y Benasur de Judea) – Alejandro Núñez Alonso

El tiempo saca a luz todo lo que está oculto y encubre y esconde lo que ahora brilla con el más grande esplendor» (Horacio)

Olvidada por el gran público, silenciada por la crítica y desahuciada por los editores, la narrativa histórica del gijonense Alejandro Núñez Alonso (1905-1982) hace mucho que desapareció injustamente del mercado editorial. Desde entonces navega por las “librerías de viejos” u ocupa, si arribó sana y salva a buen puerto, un lugar de privilegio en las estanterías de los buenos aficionados. La realidad, especialmente la del negocio de la cultura, es así: injusta, necia y miope. Porque el autor no sólo se adelantó al concepto actual de novela histórica, convirtiéndose en uno de los mejores representantes españoles del género, sino que, desde la óptica comercial, algunas de sus publicaciones fueron auténticos éxitos de ventas que, incluso hoy, siguen generando ingresos en el mercado de segunda mano.

Alejandro Núñez Alonso era un magnífico escritor, con una imaginación portentosa, un gran talento literario, un profundo conocimiento de la Antigüedad y una capacidad envidiable para combinar Historia y Ficción (ambas con mayúsculas) en una misma receta, sin grumos indigeribles pero, al mismo tiempo, sin mezclas gustativas indeseables. Porque sus argumentos, a diferencia de los guiones cinematográficos que escriben muchos novelistas mediocres, jamás retuercen la verdad de los hechos; al contrario, los personajes ficticios de Núñez Alonso aprovechan los resquicios que ofrece la Historia para filtrarse en ella sin ser advertidos y casi sin rozarla, desplegando su actividad -a veces intensa y apasionada- sin alterar la dinámica de los acontecimientos y adaptándose perfectamente al entorno social de la época.

Benasur de Judea, el protagonista de “El lazo de púrpura” (Premio Nacional de Literatura de 1957) y de la serie que siguió a su publicación, constituye, entre esos personajes, el paradigma de la fusión entre ambos mundos, el de la imaginación literaria y el de la realidad histórica. Benasur es un potentado judío, dueño de una notable flota mercante y artífice de un imperio comercial que ha crecido a la sombra de Roma en tiempos de Tiberio. Su actividad mercantil y su lealtad aparente al Imperio ocultan, no obstante, un odio irrefrenable hacia todo lo que Roma representa y una sed insaciable de venganza. Utilizando sus negocios como pantalla y acompañado de su leal administrador Mileto de Corinto, Benasur recorre el Imperio y sus más recónditos rincones (Roma, Gades, Garama, Alejandría, Jerusalén… y otros muchos en los volúmenes siguientes) conspirando aquí y allá, alimentando sus desmedidas ambiciones de poder y engrosando, al mismo tiempo, su cuenta de resultados. Pero no sólo hay “romanos” y pueblos sometidos en la saga de Benasur. De un modo paulatino, la ambientación se traslada a los orígenes del cristianismo y a las primitivas comunidades cristianas, tan acertadamente recreadas como la realidad cotidiana del mundo altoimperial que las envuelve. Y, de hecho, lo que inicialmente no parece sino una rama lateral, acaba convirtiéndose, andando páginas y tomos, en el tronco principal del que emana la savia argumental…

En la saga de Benasur, todo es detalle, riqueza, variedad, cromatismo, profundidad… Y así, por ejemplo, los protagonistas viven, aman, sufren y odian entre minuciosas y casi platerescas descripciones de entornos históricos (puertos bulliciosos, agencias financieras y comerciales, ciudades abigarradas, lujosos palacios, oscuras tabernas, cálidos y alejados desiertos, minas de frenética y dura actividad, ensordecedores anfiteatros…) cuya recreación, pese a los anacronismos que a veces soporta, ofrece con frecuencia al lector un grado de autenticidad, viveza y verosimilitud realmente gratificantes. Al tiempo, los soberbios escenarios de la Antigüedad alternan con abundantes reflexiones éticas, políticas, religiosas… y hondas discusiones filosóficas entre el pragmático y ambicioso Benasur y el culto y refinado Mileto, que simbolizan las controversias culturales de una época mucho más heterogénea de lo que a veces parecen traslucir los manuales de historia política. Y todo ello dispuesto sobre un andamiaje estilístico de gran riqueza semántica, elegante prosa y fluido verbo, salpicado aquí y allá de algunas magistrales pinceladas de ironía.

Los frecuentes alardes de erudición histórica y arqueológica, el barniz apologético que impregna la interpretación de los hechos, la presencia excesivamente evidente de lo sobrenatural en algunas recreaciones, el maniqueísmo proselitista impenitente y una cierta inconsistencia argumental en los finales constituyen los principales defectos de la serie, sobre los que el lector queda convenientemente avisado. Sin embargo, el amplio conjunto de virtudes que la saga ofrece eclipsa con facilidad los vicios que afloran en una obra que, no está de más recordarlo, nace en la España de los 50 y se nutre de las categorías mentales que imperaban en el momento. Por ello, el lector capacitado para soslayar sus propios prejuicios culturales y para enfocar con la lente adecuada la prosa de tiempos pasados, sabrá identificar en la larga nómina de personajes que desfilan por “El lazo de púrpura” (sin duda alguna, la mejor novela de la serie) y sus secuelas, las elegantes y polícromas imágenes de un extraordinario retablo, entre cuyos cuerpos y calles se disponen, tan coloridas como preciosistas, luminosas tablas repletas de escenarios añejos y sugerentes perspectivas.

Siempre, claro está, que a alguna editorial… le venga en gana.

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