ARMAS DE LA ANTIGUA IBERIA – Fernando Quesada Sanz

ARMAS DE LA ANTIGUA IBERIA - Fernando Quesada Sanz «Desde Posidonio a Estrabón, los autores clásicos fueron, con diferentes matices, panegiristas del derecho de Roma a imperar.»

Los Iberos, los Celtiberos, los Astures… Los bárbaros hispanos. ¿Qué sabemos de ellos? En gran medida se nos ha transmitido una historia construida sobre tópicos: Amor a la independencia, eterna división, combate irregular… Bárbaros. Amaban la guerra y el saqueo, eran guerreros por naturaleza, y su civilización era una sombra de la gloria de Roma y de Grecia. Bárbaros.

¿Podían ser los antiguos iberos más bárbaros y belicosos que otros habitantes del Mediterráneo? Su cultura aristocrática y guerrera no parece diferente a la de otras civilizaciones coetáneas. ¿Era su permanente división en pequeñas unidades políticas un distintivo? Algo podrían enseñarnos los helenos sobre divisiones permanentes y sobre los conflictos intestinos. ¿Eran incapaces de combatir de otra forma que como guerrilleros? Las propias fuentes romanas nos detallan grandes batallas campales donde los hispanos se enfrentaban en campo abierto a las legiones.

No, no eran bárbaros. Los Iberos vivían en ciudades, disfrutaban de los beneficios del comercio y formaban sus ejércitos sobre las llanuras para enfrentarse de igual a igual con las legiones de Roma. La recreación del «espíritu» de los antiguos hispanos se produjo durante el siglo XIX para convertirlos en el antecedente de valores y caracteres contemporáneos. Una arqueología limitada e imaginativa, unida a unas fuentes forzosamente parciales, crearon el prodigio de convertir a una civilización sofisticada en un mosaico de barbarie, bandidaje y salvajismo. Los príncipes que reinaron orgullosos sobre ricas ciudades y fértiles campos se convirtieron en capitanes de bandidos que solo gobernaban aldeas miserables.

De estos príncipes, y más concretamente de sus armas, sus gestas y sus guerreros va a hablarnos el profesor Quesada. De unas culturas avanzadas que alcanzaron una riqueza material enorme y que nos hablan a través de las armas que les sobrevivieron.

Comenzamos con Tartessos, y con la época en que debieron gobernar sus reyes. Una aristocracia heroica y opulenta surge en Iberia en la edad del bronce. Estos nobles se encuentran en sus playas con gentes venidas del otro extremo del mar, cuyo comercio y tecnología aceptan, pero cuyas modas militares no absorben. Llega la edad del hierro pero no termina la edad de los héroes. Hispania vive inmersa en un tipo de cultura guerrera plenamente aristocrática, basada en el combate singular de los campeones.

Estos príncipes extienden su predominio hasta la época clásica de Atenas. Desarrollaron un tipo de armamento pensado para ese modelo de combate, individual y extremadamente perfeccionado, donde el pueblo solo participa como espectador. Pero la riqueza del comercio y las necesidades bélicas hacen evolucionar a las culturas peninsulares, y la clase guerrera aumenta en número a la vez que sus armas se simplifican. Nuevos guerreros más pobres reclaman un armamento más sencillo, más homogéneo y por tanto más barato. Este nuevo guerrero estará dispuesto para combatir en batallas más grandes y organizadas, con formaciones cerradas que chocan de frente. Es en este momento, mientras estos pequeños ejércitos combaten en sus cortas campañas de verano, cuando Iberia es forzada a implicarse en el gran conflicto del momento: Las guerras púnicas. La historia se acelera y se consume. Y esos guerreros van a seguir combatiendo como lo han hecho hasta entonces: En grandes formaciones, densas y firmes, que se baten en campo abierto. La infantería pesada de Púnicos y Romanos se nutrirá de estos hombres, a los que los historiadores del futuro considerarán incapaces de otra cosa que de emboscadas y asaltos por sorpresa.

Enfrentados a estos modernos ejércitos los infantes de Iberia empezarán a «coger peso» en forma de grandes escudos y cascos de bronce. Dotados ya masivamente de su mítica gladius, nos encontramos con los ejércitos iberos y celtíberos que los historiadores romanos describirán, unas veces como aliados y otras como enemigos. La zona costera, densamente urbanizada y civilizada, acepta la imposición del gobierno romano. Será en el interior donde los iberos y los celtiberos desafíen el poder de Roma durante generaciones.

Esta es la historia de los hombres, y también la historia de las armas que empuñaron. La temible falcata, que se ha convertido en el símbolo de los guerreros íberos; los múltiples puñales, simples y de antenas; la gladius, el puñal y el soliferrum, que los romanos adaptaron e hicieron suyas hasta el punto de convertir a la espada hispana en un símbolo de su condición de soldados. Las míticas hondas de las Baleares, extrañas en la península. Pero por supuesto, para aquellos hombres que vivían por la lanza, las armas de asta eran las más importantes. Y tampoco podemos olvidar la caetra, el scutum y los cascos, las únicas armas defensivas de unos pueblos que nunca apreciaron la cota de malla y que reservaron las corazas y las grebas para sus aristócratas.

Estas armas son protagonistas principales, como único testimonio objetivo y directo de los hombres que las empuñaron. El autor describe su forma, su evolución y su composición, que delataba la tecnología metalúrgica de los hombres que las construyeron. Esta cuestión es importante, porque podemos enfrentar las fuentes clásicas con la investigación moderna. Hay todo un capítulo dedicado a este arte de herreros. No se elude tampoco el pensamiento guerrero de la época, y el significado de la guerra en su ideario. Como señala el profesor Quesada, los romanos eran soldados, y los hispanos eran guerreros, con toda la carga simbólica e ideológica que esto supone.

Con estas armas ya míticas combatieron también fuera de la península ibérica. Marcharon a Grecia, Sicilia y Cerdeña como parte de un fenómeno también tradicionalmente asociado a los guerreros de Hispania: El Mercenario. Los hispanos aceptaron el oro y la plata de quienes necesitaban guerreros, y lucharon y murieron en las guerras de otros. No era escaso su crédito. La primera vez que los romanos recurrieron a los mercenarios fue para lograr tener a los hispanos libres bajo su mando. Sería una colaboración de éxito para la larga guerra que comenzaba. Una guerra extraordinariamente dura, sobre todo si se tiene en cuenta que no había ningún gran poder estatal organizado para hacer frente a los romanos, que ya eran una super-potencia mediterránea. Iberos, Celtiberos, Numantinos y Galaicos irán cayendo en el camino de la gloria de Roma.

Pero claro, hay que dejar lo mejor para el final. Este libro es ante todo un libro ilustrado. Este libro ha sido pensado para tener un soporte gráfico, y completar sus descripciones con la reconstrucción de los guerreros de los que habla. Son las imágenes las que lo hacen distinto y superior, y un hito en nuestro mercado editorial. Y de esas imágenes no se puede hablar, basta admirarlas: www.historiayarmas.com

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