VIDA DE UN DESCONOCIDO – Andreï Makine

VIDA DE UN DESCONOCIDO - Andreï MakineEn una de sus más recientes novelas, el escritor ruso-francés Andreï Makine (Krasnoyarsk, 1957) retorna a uno de sus temas preferidos: el siglo XX ruso desde el punto de vista del hombre común, con su repertorio histórico de despotismo, campos de concentración y  guerra de exterminio con la Alemania nazi. En formato de narración en tercera persona y con la probada elegancia y sobriedad estilística de Makine, Vida de un desconocido (2009) ofrece también una suerte de comentario, escasamente complaciente, sobre la Rusia postsoviética. La base argumental la proporcionan las vicisitudes de un personaje que evidentemente es un alter ego del autor, aunque sólo de modo parcial: un escritor ruso radicado en París, Iván Shútov, quien ronda la cincuentena y ha sido abandonado por su joven pareja, sumiéndolo en un trance emocional  que lo impulsa a visitar su patria natal después de veinte años de ausencia. Para esto, Shútov puede argüir una motivación tan concreta como es la de reencontrarse con Iana, quien fuera su novia treinta años atrás. Parece la fórmula perfecta para un desencanto anunciado, del tipo que suele producir el choque entre el recuerdo idealizado y la vulgar realidad del presente. La fórmula no falla: Iana está hecha una exitosa arribista, miembro de la cohorte de nuevos ricos surgidos tras la caída de la Unión Soviética, y en su rutilante estilo de vida no hay espacio para individuos nostálgicos y medio fracasados como su antiguo novio.

El viaje entero resulta una fuente de frustraciones para este hombre. Sin desearlo, ha ido a parar a un San Petersburgo que celebra su tricentenario. El frenesí del carnaval se apodera de sus calles al tiempo que se realizan solemnes ceremonias oficiales. La hueca alegría de las gentes parece un desquite –si acaso pospuesto- por las décadas de opresión. Es como si las personas tratasen de lavar la sangre derramada por revoluciones, guerras y matanzas, para luego pasar página de una vez y para siempre. Al mismo tiempo, la nueva sociedad se muestra empecinada en parodiar la proverbial opulencia de Occidente, importando su delirante modernidad y sus modos hedonistas y consumistas. Rusia se une al gran teatro del mundo, con el resultado de que todo apunta a la estandarización.  El hijo de Iana ofrece, con su desenvoltura y su aspecto idéntico al de los jóvenes occidentales, un epítome del triunfo de la globalización, que en mayor medida significa una progresiva occidentalización del globo. (Ciertamente, el viaje de Shútov no contempla como destino la «Rusia profunda», o lo que uno a mucha distancia y no poca ignorancia puede imaginar como tal.)  Nuestro personaje se siente como emergiendo de un letargo de veinte años, sin comprender un ápice de lo que sucede alrededor. Es «una antigualla soviética». Súbitamente, se percata del aspecto absurdo del caso: él, Shútov, que fue un disidente y que supo de los sinsabores de la pobreza, se ha estado dejando llevar de la nostalgia de un pasado que no hay cómo idealizar. Es el azar lo que de alguna manera zanja la situación y redime de paso el frustrado viaje.

Del modo más inesperado, el escritor traba conocimiento con un anciano moribundo al que están a punto de desalojar de lo que fuera una vivienda comunitaria, y que Iana y sus asociados están transformando en una residencia de lujo. Ganada su confianza por Shútov, Georgy Volski –que es como se llama el anciano- le narra la historia de su vida, similar a la de muchas otras vidas rotas por la guerra, la represión y el Gulag, y sin embargo preñada de la dignidad y la singularidad de toda vida humana.  De orígenes humildes, Volski estaba en camino de convertirse en cantante profesional cuando  los alemanes invadieron la URSS.  Lo que sigue es un crudo relato cuyas etapas van desde el asedio de Leningrado hasta un modesto éxito profesional logrado años más tarde como educador. En tiempo de guerra, integró en Leningrado una compañía de opereta que, con sus cantantes y músicos desfalleciendo de hambre, llegó incluso a interpretar La Internacional en la misma línea en que se libraban los combates. El final de la guerra sorprendió a Volski en Berlín, cuando servía como artillero del Ejército Rojo. El otro protagonista del relato es Mila, la novia de Volski, con la que se reencuentra años después de darla por muerta. Cuando ambos creían haber hallado un espacio para su modesta felicidad, la oleada de terror que se desata al finalizar la década de los 40 les cae encima, inmisericorde. Poco de bueno se puede esperar de un régimen que aspira incluso a subyugar la memoria colectiva de las catástrofes: un enfurecido Georgy Malenkov, lugarteniente de Stalin, se apersona un día en la sede del «museo del asedio de Leningrado»,  en que los sobrevivientes han ido depositando toda suerte de objetos, en sí mismos simbólicos de los padecimientos y de la resistencia al enemigo; las autoridades soviéticas consideran que el museo distorsiona  la historia del asedio, pues parece que Leningrado hubiese resistido sin la dirección del Partido y sin la guía del Padre de la Victoria. Malenkov, pues, ordena arramblar con el recinto.

El narrador vierte palabras que, aunque referidas a la desventurada historia de los padres de Mila y Volski, son perfectamente extensibles a los hijos: «Estas dos historias bastaban para explicar el país en que vivían: sus miedos, sus conflictos, la imposibilidad de compartir el desamparo. La extrema dificultad de creer en la bondad del hombre y,  al mismo tiempo, la conciencia de que sólo esa fe podía llevar a la salvación. Un país en el que millones de seres humanos se despertaban por la noche atentos al chirriar de unos neumáticos en el asfalto: ¿pasa el coche de largo o se detiene ante la puerta». ¿Qué nostalgia cabe respecto de semejante tiempo de pesadilla?  Shútov retorna a Francia, más consciente que nunca de que el pasado de su patria, en cuya versión moderna no encaja, es una «época que sabe indefendible y en la que, sin embargo, vivían seres a los que tendrá que salvar del olvido». La literatura, bien lo sabe nuestro personaje –lo mismo que su creador-, es un medio idóneo para este propósito.

-Andreï Makine, Vida de un desconocido. Tusquets, Barcelona, 2010. 263 pp.

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10 comentarios en “VIDA DE UN DESCONOCIDO – Andreï Makine

  1. ARIODANTE dice:

    Estupendo, Rodrigo. Un poco de novela entre ensayo y ensayo, no viene naaada mal. Y este autor es para mí desconocido, pero por lo que cuentas sumamente interesante. Quizás, si me permites una pequeña crítica, quizás cuentes en exceso el argumento. Lo que en un ensayo es perfecto, en una novela hay que dejar al lector un poco a medio. Y te lo digo yo, que he sido asimismo criticada -con mucha razón,of course- por pasarme contando el argumento.

  2. Rodrigo dice:

    Vale, Ario. Tomo nota.

    Gracias por la sugerencia.

  3. Valeria dice:

    Aunque así fuera,a mí me encanta leer las reseñas de Rodrigo. Son tan evocadoras… Lo que daría yo por hacer un resumen de un libro que a su vez fuese una pequeña historia.

  4. Rodrigo dice:

    Pues tus reseñas no desmerecen en nada ante un resumen como este, Valeria.

    Agradecido por el elogio pero, la verdad, lo que tenga de evocador la reseña se debe derechamente a la novela. Por mucho que Makine escriba en francés, su obra tiene mucho del aire evocador y el tono lírico de los grandes novelistas rusos –o al menos los más conocidos-, con su característica sobriedad y miedo a los efectismos. (Salvo, claro, ese magnifico energúmeno que fue Dostoievski, señor de la desmesura.)

  5. ARIODANTE dice:

    Y don León, claro. Otro feliz desmesurado.( Ya sabes que me inclino más por el león que por el tigre, Rodri).
    Efectivamente, Valeria, las reseñas de Rodrigo son pequeñas historias. Y además, Rodrigo tiene la virtud de descubrirnos -al menos a mí- autores o novelas ocultos o desatendidos. Lo cual es absolutamente de agradecer.

  6. Rodrigo dice:

    El desmesurado Tolstói, desde luego. Pero es que Don León lo era más bien en su vida privada, en sus ideas y aspiraciones. Sus novelas, en cambio, son de una serenidad monumental… quitando aquello de ser desmesuradamente ambiciosas (especialmente las más extensas).

  7. ARIODANTE dice:

    Tooda la razón tienes, Rodri. Por eso me gusta Tolstoi.

  8. Valeria dice:

    La única pega que le pondría a las impresiones que suscita este resumen es ese «sentimiento trágico de la vida» que tanto abunda en la literatura rusa. Ya se que el mundo no está para tirar cohetes, pero a veces deberían tratar de equilibrar un poco la balanza.

  9. Rodrigo dice:

    Puede ser, Valeria, pero es que en ese país las han pasado canutas; fíjate qué siglo XX el suyo.

    En todo caso, no me parece que la literatura decimonónica rusa sea mucho más dramática que su equivalente francesa o alemana, por ejemplo. (Los ingleses son otra historia: el humor se les da muy bien desde hace tiempo.) Y en el siglo pasado hubo en Rusia una corriente de escritores satiristas bastante notable; ahora mismo me acuerdo de Mijaíl Bulgákov, Mijaíl Zoschenko y el dúo de Ilf y Petrov. La sátira fue un verdadero instrumento de crítica política, suficientemente eficaz como para caer en la mira de los censores soviéticos y atraer sobre los autores las penas del infierno. También fue una de las escasas vías de escape para las restricciones que suponía el realismo socialista, esa camisa de fuerza. Lo que pasa es esos autores no han tenido una difusión internacional comparable a la de Pasternak o Solyenitzin, por mencionar a dos emblemáticos.

  10. Rodrigo dice:

    … También es muy posible que la obra de esos autores no esté a la altura de los exponentes más famosos de la narrativa rusa. Como excepción mencionaría El maestro y Margarita, de Bulgákov; fluctuando entre la parodia y la sátira, es una novela de un humor ácido y delirante.

    Tal vez sea el caso de Chevengur, de Andréi Platónov, que no he leído pero por referencias tengo entendido que es una parodia de la utopía comunista.

Responder a Valeria

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