VIAJEROS EN EL TERCER REICH. EL AUGE DEL FASCISMO CONTADO POR VIAJEROS EN LA ALEMANIA NAZI – Julia Boyd

“¿Ese hombre, canciller? Antes lo nombro cartero y que se ponga a lamer los sellos que llevan mi efigie”.
Paul von Hindenburg, citado en Wheeler-Bennett, John: Hindenburg (Londres, Macmillan, 1967, pág. 40).

La frase la pronunció el ya octogenario y enfermo presidente alemán, unos meses antes de verse obligado a comerse sus palabras y ofrecerle su puesto a una pujante estrella política llamada Adolf Hitler. Al año siguiente, Hindenburg murió y el nacionalsocialismo se convirtió en dueño y señor de la nación. Ya hacía años que Hitler era un personaje de sobras conocido en el ámbito de la política alemana. Sin embargo, en el momento de su ascenso a la presidencia del Reich alemán, en enero de 1933, pocos, dentro y fuera de las fronteras germanas, podían prever la magnitud de lo que se les venía encima. ¿O sí?

El libro de Julia Boyd Viajeros en el Tercer Reich presenta esa cuestión desde la perspectiva de los hombres y mujeres no alemanes que visitaron Alemania, con normalidad y flema británica, durante el período de entreguerras, y en especial en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la pregunta flota en el libro de principio a fin, y no es hasta los últimos capítulos que se pretende dar una respuesta a ella, la cual por otro lado no deja de ser obvia y previsible. La pregunta, formulada de un modo más incisivo y ajustado, sería la siguiente: ¿Cómo fue posible que extranjeros, bien fuera por ocio, por negocios, o incluso como simple lugar de paso, visitaran Alemania en un tiempo en que el nazismo estaba en pleno auge? Visto desde la perspectiva actual, no puede uno evitar pensar en una especie de ceguera colectiva, involuntaria y autoimpuesta a partes iguales, quizá. Un mirar hacia otro lado que, en realidad, guarda pocas diferencias con la celebración de un mundial de fútbol en un país en el que las libertades y derechos fundamentales se hallan coartados, o hacer turismo en lugares del mundo cuyos gobiernos son dictatoriales o donde sus habitantes mueren de hambre o se hallan inmersos en guerras intestinas, públicas o privadas. Los paralelismos entre estos ejemplos contemporáneos y viajar a la Alemania nazi son evidentes, y sin embargo es aquel escenario el que nos produce asombro, a causa del horror que vino después; si ese horror no se hubiese producido, este y otros muchos libros no se habrían escrito jamás.

Los alemanes de la posguerra, la que siguió a la Gran Guerra y el Tratado de Versalles, se sentían, en palabras de Julia Boyd, humillados y traicionados por Europa. Las condiciones económicas, territoriales y de diversa índole impuestas al estado alemán destrozaron a la población, que dejó de tener autoestima y se vio arrastrada a la miseria a causa de una inflación absolutamente vertiginosa y demencial. El marco alemán estaba tan devaluado que en diciembre de 1923, poco después de producirse un intento de golpe de estado liderado por un entonces poco conocido Adolf Hitler, la libra esterlina valía 18 mil millones de marcos. Y sin embargo, la Alemania de la República de Weimar que presidía Hindenburg era un lugar llamativo y diferente al resto de Europa. Las posibilidades de ocio en Berlín, la independencia y autonomía que disfrutaba el individuo, eran un reclamo para los turistas ingleses, franceses, chinos, neozelandeses y de otras nacionalidades. Boyd destaca por ejemplo la libertad de que gozaban las mujeres y el escaso recato (también de los hombres) para desnudarse sin ningún pudor en parques, jardines o ríos: “la pasión por desnudarse no era ninguna moda de minorías, sino que las practicaban los alemanes de todas las clases sociales”. Sin embargo, la autora es consciente de que todo ello no era sino una máscara que encubría la situación de descontento, miseria y desolación de la ciudadanía alemana:

El caldo de cultivo de Berlín rebosa de desempleo, desnutrición, pánico bursátil, odio al Tratado de Versalles y otros ingredientes muy potentes. Es decir, exactamente las condiciones que necesitaban los nacionalsocialistas para convencer a los votantes de que la receta de Hitler de dictadura, odio y patriotismo pervertido era la única esperanza de recuperación nacional.

No era extraño que una ciudad y un país con ciertos atractivos, pese a (o precisamente por) hallarse empobrecido, llamara la atención de los turistas deseosos de contrastes y emociones. La situación interna cambió con el auge del nacionalsocialismo, y sin embargo Alemania mantuvo su lugar como destino turístico. ¿Cómo fue eso posible? Hitler encandiló a toda la nación con su vehemencia y sus llamamientos al patriotismo y a la recuperación de la pujanza económica y de la histórica importancia del país en el panorama internacional. En menos de una década pasó de ser un presidiario por golpista (fallido), a recibir en bandeja la presidencia del Reich. Dice Boyd que ante el nazismo el turista en general, ciertamente, se volvió algo receloso:

Hacia el verano de 1933, exactamente seis meses después de que Hitler ascendiera al poder, los turistas normales ya tenían una actitud cautelosa ante Alemania. Las historias de las “cazas de judíos”, la quema de libros, las leyes de esterilización, los campos de concentración y el aplastamiento despiadado de la oposición no eran buenos eslóganes para atraer al turismo, sobre todo de los países que Hitler se esforzaba por seducir: Inglaterra y Estados Unidos. Los artículos periodísticos que comparaban a los nazis con el Ku Klux Klan (publicados en el Manchester Guardian poco después de la ceremonia de quema de libros) no animaban precisamente a viajar a Alemania.

La autora se hace eco de la intensa campaña que llevó a cabo el Comité del Turismo del Reich para tranquilizar o directamente mentir a los potenciales visitantes: Alemania era una “nación progresista, de fiar y amante de la paz, un país feliz de gente que disfrutaba con los festivales y con la comida, y de campesinos sonrientes y amantes de la música”.

El libro se apoya en infinidad de diarios, cartas y documentación diversa de quienes viajaron a Alemania en los años 20 y 30, la mayoría aristócratas, periodistas, diplomáticos, estudiantes y personalidades famosas. Las continuas citas llenan las páginas, convirtiendo el trabajo de Boyd en un exhaustivo y variado mosaico de puntos de vista y percepciones de quienes tuvieron la experiencia de vivir en la Alemania nazi durante un tiempo. Hay que decir que el antisemitismo, principal achaque que se le podía hacer a las políticas sociales de Hitler, en realidad se extendía por todo el mundo, y por ello el brutal acoso al que los judíos alemanes eran sometidos fue, hasta cierto punto, comprendido y tolerado por los ociosos visitantes. Por otro lado, y de esto los nacionalsocialistas hacían gala y lo proclamaban con orgullo, Alemania defendía al Occidente libre y capitalista de la amenaza bolchevique de las tierras del este, razón por la cual tenía ganada la admiración del resto de naciones europeas. Como contrapunto, la autora plasma la confusión que a menudo sufrían muchos intelectuales a la hora de distinguir el nacionalsocialismo del comunismo, dos sistemas de gobierno radicalmente distintos pero, en la práctica, peligrosamente parecidos. (Viene al pelo recordar el conocido chiste que enuncia la esencial diferencia entre el sistema capitalista y el socialista: en el primero el hombre explota al hombre, mientras que en el segundo sucede exactamente lo contrario.)

Visitas de periodistas al campo de concentración de Dachau, la celebración de unas olimpiadas en Berlín (“cuando fuimos a las Olimpiadas, no nos interesaba la política. Solo nos interesaba ir a Alemania, participar en nuestras competiciones, tratar de ganar el mayor número de medallas posible y volver a casa”), estancias de escritores intelectualmente independientes, de exmilitares británicos veteranos de la Primera guerra Mundial… ¿Cómo fue eso posible? Algunos no eran capaces de percibir nada extraño, pero otros muchos compartían la admiración por Hitler y la animadversión hacia los judíos, y se llevaban una buena impresión de sus viajes por Alemania, pese a la palpable brutalidad, al creciente militarismo y al omnipresente saludo de “Heil Hitler” con el brazo en alto (era esta una decisión que cualquier viajero debía tomar antes de cruzar la frontera: hacer el saludo nazi y aceptar tácitamente lo que eso significaba, o no hacerlo y atenerse a las consecuencias). Reconocían que se estaban haciendo bien las cosas ya que, después de todo, muchos de los logros nazis parecían, al menos en la superficie, elogiables, lo cual conducía a la esperanza de que la brutalidad y el exacerbado antisemitismo acabarían por menguar, en el marco de una mejora general. La autora entonces se pregunta, con sano criterio, y al hilo de la valoración positiva de Hitler por parte de un teniente coronel británico tras su visita a Alemania:

Si un gobierno basado en la supresión brutal del otro, en las leyes corruptas y en la persecución sin piedad de toda oposición era inaceptable en el Reino Unido, ¿por qué debía admitirse en el Tercer Reich?

Incluso en 1937 y 1938, cuando la confianza en la idea de que la guerra era un mal que todas las naciones, incluida Alemania, deseaban evitar, se resquebrajaba, aún había turistas británicos y estadounidenses que sentían curiosidad por la nación germana y acudían a pasárselo bien. El panorama que pinta Julia Boyd es desolador, pero también incluye testimonios de personalidades que supieron (o quisieron) ver la realidad. El intelectual afroamericano William Edward Burghardt Du Bois viajó a Alemania para estudiar y conocer la sociedad germana: “No es posible conocer a sesenta y siete millones de personas, y mucho menos condenarlos. Simplemente los he observado”. Confesó que, pese al color de su piel, no se había sentido discriminado (cosa que sí le sucedía a diario en Estados Unidos), aunque “su actitud [de los alemanes] hacia los negros es tan mala como contra los judíos, y, si hubiera negros en Alemania, se expresaría de la misma manera”. Du Bois dejó por escrito lo evidente:

La campaña contra los judíos supera en crueldad vengativa e insultos públicos a todo lo que yo haya visto jamás, y he visto muchas cosas. (…) Es un ataque contra la civilización, solo comparable a los horrores de la Inquisición española y a la trata de esclavos africanos. (…) Lo que sucede en Alemania se hace de acuerdo con las leyes y abiertamente, aun si es cruel e injusto.

Viajeros en el Tercer Reich es un libro esclarecedor y sorprendente, que invita a reflexionar acerca cuán fácil es mirar a otro lado, cuán fácil es que a uno lo engañen y cuán fácil es dejarse engañar. Conviene no pasarlo por alto.

 

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Julia Boyd, Viajeros en el Tercer Reich. El auge del fascismo contado por viajeros en la Alemania nazi (traducción de Claudia Casanova). Barcelona, Ático de los Libros, 2022, 448 páginas.

     

7 comentarios en “VIAJEROS EN EL TERCER REICH. EL AUGE DEL FASCISMO CONTADO POR VIAJEROS EN LA ALEMANIA NAZI – Julia Boyd

  1. Iñigo dice:

    Estos libros en los que el tren y los viajes por Europa son nexo de unión me suelen gustar mucho. Y más con el trasfondo de aquellos complejos años. Me lo apunto.

  2. Urogallo dice:

    Este lo leí cuando salió. Bastante curioso, sobre todo la diversidad de opiniones sobre los objetivos a potenciar por parte del gobierno alemán. ¿La modernidad insolente o el medievalismo pintoresco?

  3. cavilius dice:

    Un libro que, además de servir como fuente de información histórica, invita a la reflexión, a esforzarnos en descubrir qué vendas invisibles llevamos puestas en los ojos y, por consiguiente, a quitárnoslas.

  4. Garnata dice:

    Muy interesantes la perspectiva y el análisis del libro.

    No estaría mal algún libro que sirviera de contrapunto a esta temática, en este mismo estilo. Imagino que existirá algo, pero de ejemplos muy concretos y minoritarios.

  5. Sombra dice:

    Pues me ha venido bien esta reseña tuya, estimado Cavilius, porque últimamente voy buscando libros sobre el nazismo y los prolegómenos de la IIGM.
    Gracias por traerla, me lo llevo apuntado.

  6. cavilius dice:

    Como acercamiento al fenómeno del nazismo, me parece un buen libro. No lo analiza en profundidad, no es ese su objetivo, pero uno se hace una idea bastante clara y le quedan ganas de seguir investigando.

    1. Sombra dice:

      Entonces es justo lo que busco… ¡Gracias!

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