TODOS SABRÁN MI NOMBRE – Tony Gratacós

Tenochtitlán, 1528. Tras enrolarse en la segunda expedición hacia las islas de la Especiería junto a su admirado Juan Sebastián Elcano, dejando atrás Castilla y a su amada Auristela, el patache Santiago en el que navega Diego de Soto se aleja del resto de naves, debido a una fuerte tormenta, y termina con el aprendiz de cronista cayendo por la borda. Cuando abre los ojos, meses después, se encuentra en un hospital construido en una tierra conquistada años atrás por Hernán Cortés, sin memoria de lo que ha ocurrido y a merced de los intereses de los capitanes que acompañaron al conquistador a Nueva España, tan resentidos como ávidos de poder. Diego deberá, de nuevo, esclarecer cuál es la verdad, embarrada bajo el velo tejido por las mentiras de aquellos que anhelan desacreditar a Cortés para ostentar su cargo, y descubrir qué fue del oro perdido por los castellanos durante aquella noche triste. Un oro que le abrirá la puerta a desentrañar otro secreto aún mayor que puede poner en peligro el destino del Imperio español.

Tony Gratacós es un hechicero que te embruja desde la primera página, atrapándote con ese estilo fluido, reflexivo y acorde al momento histórico en el que transcurren los hechos, que lo caracteriza, y unos personajes que siguen enamorando. Pero si algo rezuma esta novela, aparte de misterio, intriga, humor, amor, amistad, lealtad, ambición, traición, aventuras, y una bruma oscura de cierto misticismo a través de una prosa impecable, trabajada y hermosa, entre múltiples analepsis que te exhortan a no dejar de leer para ensamblar las piezas convenientemente desordenadas del puzle, sin duda es justicia, así como un grave sentido de la unidad y del derecho de las generaciones futuras a saber la verdad. Justicia hacia nuestro vilipendiado pasado. Justicia hacia nuestra denostada memoria histórica. Y justicia para todos aquellos que lucharon para hacer de este país lo que una vez fue, y que a cambio sólo recibieron infamia, ingratitud y rencor por parte de figuras menores, que fueron precisamente las encargadas de ir hundiéndolo poco a poco en el barro, hasta convertirlo en la sombra ignorante de lo que una vez fue.

«Hay algo que nadie puede quitaros. Ni tan siquiera Dios todopoderoso, creador de cielo y tierra, se atrevería a arrebatároslo con todo su poder. ¿Sabéis lo que es? Vuestra existencia, eliminar vuestra historia, borrar las palabras que vuestra sangre ha escrito en el tiempo. Es lo más sagrado que custodia nuestra alma, las acciones que, buenas o malas, libremente elegimos. Sin palabras que lo cuenten, toda nuestra gesta, la sangre que derramamos por esta tierra, la gloria que supimos dar a Dios a pesar de nuestra miseria, dejará pronto de existir. Llegará entonces el día en el que cualquier imbécil pondrá sus pies en estas tierras y reescribirá nuestra historia a su antojo. Desapareceremos entre el remolino de mentiras y opiniones de quienes no saben lo que realmente ocurrió. ¿Y quién fue Cortés?, se preguntarán, ignorantes, las futuras generaciones, huérfanas de su pasado porque un rey mandó silenciar nuestra historia».

Hay tres cosas que hacen a un buen novelista, las tres des: deseo, devoción y disciplina. Las dos primeras deben venir de serie, pero la tercera se puede trabajar, y Tony Gratacós es un claro ejemplo de la misma. Es importante que un autor, si el narrador es un personaje, adapte el estilo a su perfil, que guarde coherencia. Tratándose de un aprendiz de cronista, la prosa tenía que ser elegante, trabajada, entusiasta e ingeniosa, pero sin dejar de lado esa ingenuidad e incluso cierto candor que caracterizan a Diego de Soto. Y aunque se aprecia la evolución del personaje de una novela a otra, siendo menos inocente, no deja de caer en las trampas que le van tendiendo Salazar, Bernardino Vázquez, Isabel de Moctezuma e incluso se siente incapacitado para lograr ocultarle sus pensamientos a su querida Auristela. Ambos, Diego y Auri, forman un tándem emotivo y tierno, que incluso suscita cierta envidia al lector, sabiendo lo difícil que resulta encontrar una pareja con quien poder hablar como contigo mismo, sintiéndote respaldado, admirado y no menos amado. Puedo decir, y así lo afirmo, que Diego de Soto es, a día de hoy, uno de los mejores narradores en primera persona que podemos hallar en la novela histórica.

No es este un libro sobre la conquista de Tenochtitlán por parte de Hernán Cortés, tratado normalmente por historiadores, novelistas y tertulianos ignorantes como un monstruo sin alma ni piedad, asesino de indios y destructor de una civilización de nubecitas azules y color rosa. No, ese no fue Hernán Cortés, ni tampoco sucedió así la conquista del Imperio azteca. Sus intenciones, como acertadamente nos muestra el autor, fueron muy diferentes. Y ya no sólo Tony Gratacós, sino otros autores, cuyas obras han sido calculadamente silenciadas, realizaron otro retrato que difiere en exceso de esa imagen que algunos, por motivos que escapan a mi entendimiento, se empeñan en mostrar del conquistador y de lo que sus actos supusieron para México. Y yo me pregunto, ¿qué se hizo tan mal? ¿Librar a un pueblo de dioses crueles que les obligaban a realizar sacrificios humanos? ¿Liberar a otras tribus indias de los gobernantes de ese mismo pueblo que los subyugaba? ¿Traer conocimiento, cultura, medicinas y otra religión que no demandaba que sus padres, madres, hermanos e hijos fueran sacrificados en honor a dioses de nombres impronunciables? Seamos justos y serios, por favor.

Como he dicho, en este libro no se narra de pleno la Noche Triste, ni tampoco todos y cada uno de los enfrentamientos entre indios y castellanos por el control de Tenochtitlán. Habría sido fácil caer en ello, muy fácil. Pero Tony Gratacós ha sabido escoger tres momentos clave para poder armar su ficción y contar la historia de una forma plausible que pueda dar explicación y salida a la verdad de lo que ocurrió en esa tierra. De hecho, uno de los sucesos descritos es el preludio a la rebelión del pueblo azteca mientras Cortés hacia frente a Pánfilo de Narváez. ¿Fue un baño de sangre? Sí. ¿Lo comenzaron los españoles? Sí y no, al menos según la ficción. Nadie puede saber con certeza qué es exactamente lo que desencadenó la matanza que derivó en revuelta. Pero ¿qué hay de todos esos españoles que no lograron huir de Tenochtitlán? ¿Qué ocurrió con esos soldados, algunos todavía imberbes, como al que se enfrente Juan de León, que fueron apresados por los aztecas antes de escapar de la ciudad? ¿Qué habrían opinado fray Bartolomé de las Casas o el propio secretario Francisco de los Cobos si supieran que los evisceraron y despeñaron como sacrificios a sus dioses antes de que Cortés regresara para hacerse definitivamente con la ciudad? Eso, claro, nadie lo piensa.

Sé que esto es un juicio de valor, pero lo tengo que decir en honor a la verdad y la justicia. España ha demostrado ser una tierra de ingratos, acomplejados y mediocres, incapaces de dignificar a aquellos que más hicieron por él. Y es algo que, a día de hoy, seguimos arrastrando, permitiendo que aquellos que no saben, hablen; y aquellos que saben, callen por temor a ser juzgados e increpados por los que no saben. Por esa razón, novelas como esta, a pesar de contar con un elemento de ficción, son tan necesarias como aproximación a la verdad. Esa verdad que los historiadores, los encargados de despejar ese velo de podredumbre que nos sacude, no han querido disipar por lo mismo por lo que el duque de Medina Sidonia no acudía a Toledo para apoyar a Cortés: cobardía. Pues bien, Hernán Cortes no fue un diablo, ni tampoco un dios. Hernán Cortés sólo fue un hombre, un hombre notable, con una visión, un sueño llamado Nueva España, que fue traicionado y repudiado por aquellos en los que confiaba y a los que servía. Y aun así, siguió luchando en su nombre para honrar a su emperador y su patria. Así pues, tengamos un poco de respeto por nuestros héroes y honremos su memoria en lugar de ensuciarla con calumnias y embustes.

«Pero ¿sabéis cuál es la ironía? Que los hechos acaban por desaparecer en el túnel del tiempo, y lo único que queda son las palabras que los explican; una combinación de letras que narrarán los acontecimientos tal y como sucedieron, o no, dependiendo de quien las ordene. Tengo motivos para pensar que si no contamos nosotros mismos lo que ha sucedido en estas tierras, vendrán otros a contarlo, y lo que dirán será mentira, todo en su propio beneficio. Sois un hombre inteligente y sabéis que entre los hechos y las palabras puede mediar un abismo […] Todo está en manos de la integridad del cronista que las escriba. Su labor debería consistir en juntar los hechos con las palabras y coser un único tejido sin costuras capaz de resistir el tiempo y los tirones de cualquiera que pretenda manosear la historia en su propio beneficio».

En otro orden de cosas, considero que el halo de misticismo y misterio con el que Gratacós envuelve Tenochtitlán es más que adecuado, con las pesadillas de doña Elvira, Diego y Auri, con ese jaguar negro tan enigmático como fascinante que nos acompaña a lo largo de todo el relato. Ciertamente, las lagunas en la memoria de Diego de Soto, cuando comienza a recordar, gracias a su charla con el franciscano Diego de Olarte, me resultaron algo complicadas de entender y tuve que leerlas varias veces para poder situar cada elemento donde correspondía. La historia de Olarte también es curiosa, o como al autor le gusta denominarlo, un salto mortal, pero cae bien y resulta plausible, que al final en una novela es lo más importante. Al fin y al cabo, toda ficción esconde una parte de verdad, y las memorias históricas contienen muchas trampas. Pero, insisto, esa bruma, que por algunos momentos lo impregna todo, dotando incluso de magia a parte del misterio hasta que pueda y deba ser resuelto, le viene a la novela que ni pintado y alimenta el ansia del lector por seguir leyendo para desentrañar la verdad, sin perder en ningún momento el sentido de la verosimilitud de lo narrado.

A título personal, me he reído mucho con las conversaciones entre Diego y su amigo Tomás; la singular entrevista en Sanlúcar con el duque de Medina Sidonia, que me arrancó una carcajada; y el reencuentro con Alí Bey, cuando le habla de sus peculiares y equinas amantes, y en concreto de Sonajero. Cuando nos adentramos en un relato cargado de tanto misterio, intriga e incertidumbre por saber qué es lo que ocurrirá a continuación, siguiendo la estela de una ristra de cadáveres, y con un villano que parece la misma encarnación del diablo, una dosis de humor para destensar es el contrapeso adecuado para equilibrar la balanza y que el lector no se sature. Sin duda, Tony Gratacós sabe cómo darle al lector lo que quiere, cuando quiere y en el momento preciso. Como buen admirador de Charles Dickens, sabe hacerle esperar, pero con un estilo mucho más pulido que agiliza el ritmo de lectura que el que empleaba el autor de Historia de dos ciudades u Oliver Twist, entre otros títulos para la posteridad.

Otro aspecto a destacar es el punto de equilibrio entre la trama del presente y el pasado, mediante analepsis en forma de memorias escritas y recuerdos de los personajes que formaron parte, de un modo u otro, de la conquista de Tenochtitlán. En ningún momento sientes que uno tenga más interés que otro. Así, cuando Diego se sumerge en la crónica de Andrés de Tapia, o se zambulle en los recuerdos de Juan de León, Isabel de Moctezuma, José Villalobos, Juliana Ángela o el propio Cortés, no te embarga la sensación de estancamiento que sí ocurre, en ocasiones, con otras novelas, donde los saltos temporales se convierten en un obstáculo para que la trama avance o que desmotivan al lector, sumiéndolo en el aburrimiento. En Todos sabrán mi nombre, como ya sucedió con Nadie lo sabe, todo está equilibrado y se agradece, puesto que de ese modo el lector no deja de disfrutar en ningún momento.

«En los tiempos que corren se ha perdido el amor por lo bello. Buscamos la riqueza, no la belleza. Pero es nuestro deber salvaguardarla cuando la identificamos. Preservarla para la posteridad, y que algún día alguien, al ver sus joyas, admire a los hombres que las hicieron posible. Sé que pensáis igual que yo. La verdad no solamente son los escritos en los que la contamos; también lo es todo lo que dejamos atrás para que otros lo contemplen en el futuro. Sabrán entonces que los mismos hombres que ofrecían sacrificios humanos terribles a sus dioses fueron también capaces de arrojar destellos de belleza infinita».

En definitiva, y hablando de tesoros, esta novela lo es. Un claro ejemplo de cómo construir una historia, con calma y mimo, aderezándola con los ingredientes necesarios para que el resultado sea perfecto, con unos personajes maravillosos, que encandilan, y un final redondo. Una lectura amena, entretenida, enigmática y profunda, en la que el autor te transporta a esa tierra repleta de misticismo para contarte la historia de uno de los personajes más importantes y al mismo tiempo maltratados por la Historia. Una lección magistral de que un país dividido está condenado al ocaso, y de que nadie puede arrebatarnos lo que por derecho nos pertenece: nuestra memoria. Si dijera que lo recomiendo, me quedaría corto, pues se trata de otra de mis mejores lecturas del año. Tony Gratacós es una voz a tener en cuenta.

 

*****

Tony Gratacós, Todos sabrán mi nombre. Barcelona, Ediciones Destino, 2024, 768 páginas.

     

Un comentario en “TODOS SABRÁN MI NOMBRE – Tony Gratacós

  1. Valeria dice:

    Acabo de caer en esta reseña de casualidad, y aunque la época de la novela no es una de las que me entusiasme, sí me ha llamado la atención la propia reseña. No sé si es la primera que envías, Scorpius, pero es la primera tuya que creo que he leído. Felicitaciones por ella, y gracias por compartirla.

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