STALIN. LA ESTRATEGIA DEL TERROR – Walter Laqueur

En el convulso escenario de la Rusia de 1917, multitud de circunstancias hacían improbable que un partido moderado se impusiese a los demás en la lucha por el poder. Con un partido bolchevique decidido a hacerse con el control total del país y a suprimir todo signo de oposición, las expectativas para el establecimiento de un régimen que no fuese otro que una férrea dictadura eran prácticamente nulas. Que este régimen adquiriese la forma extrema que tuvo con Stalin al mando era quizás menos inevitable, algo más cercano al accidente histórico. ¿Qué hubo detrás del estalinismo, de un régimen que simboliza buena parte de los horrores del siglo XX? Este es, en líneas generales, el tema del libro que reseño.

Stalin, la estrategia del terror fue publicado originalmente en 1990, fecha que sugiere bastante sobre su naturaleza y alcances. Hace apenas dos décadas, los estudios sobre la Unión Soviética y el estalinismo aún tenían mucho que dar de sí, y esto se refleja en el carácter focalizado y compartimentado del análisis llevado a cabo por el autor; una rápida mirada al índice revela que no se trata de una biografía de Stalin ni de un estudio global sobre su régimen. Por otra parte, el libro fue escrito a la luz de la apertura de archivos y de los debates sobre el pasado nacional impulsados por la glásnost, entre 1987 y 1989: cosa de la que no dejan de dar cuenta sus páginas, pues en ellas Laqueur deja constancia del impacto que provocaron en la sociedad soviética las revelaciones –por limitadas que fueran- sobre los crímenes del estalinismo. Un impacto tremendo, sin lugar a dudas. Podemos imaginar lo que sería aquella atmósfera de liberalización, de relajación de la censura, para un país sujeto por décadas a un régimen opresivo como pocos.

Los cines proyectaban películas otrora censuradas; los teatros montaban piezas en que se describía la vida en tiempos de Stalin; las orquestas interpretaban obras de compositores silenciados; artistas plásticos exhibían obras que traslucían un total desprecio de los dictados del realismo socialista. La imprenta, a su vez, daba al conocimiento del público ediciones íntegras de literatura anteriormente prohibida. Cedían también algunas de las ataduras que habían impedido no ya investigar el ominoso pasado (esto por descontado), sino reconocer el carácter ominoso de ese pasado. Se abrían, pues, las compuertas a la desmitificación y la reescritura de la historia. Dilucidar la verdad sobre lo sucedido conllevaba la oportunidad de proveer justicia histórica a las víctimas del estalinismo. Múltiples problemas se plantearon entonces, desde el alcance real que tendrían los homenajes a las víctimas del terror (construcción de monumentos conmemorativos y medidas de rehabilitación póstuma) hasta la posibilidad de aclarar responsabilidades y distribuir culpas (¿sólo Stalin y sus más próximos secuaces?; ¿que había de los verdugos de rango intermedio o menor?; ¿qué de los delatores?). Se trataba, pues, de la experiencia a medias traumática y a medias catártica que padecen las sociedades que rinden cuentas consigo mismas tras un pasado de sistemática represión.

¿Por qué Stalin? ¿Que relación tuvo su régimen con el legado de Lenin? ¿Era el terror un elemento consubstancial al régimen bolchevique, una fatalidad histórica, o sólo el resultado del despotismo practicado por una personalidad paranoica? ¿Cómo se explica la facilidad con que se llevaron a cabo los procesos y purgas del Gran Terror? ¿Fue el Gran Terror un fenómeno específicamente ruso? ¿Qué grado de responsabilidad recae en el pueblo que apoyó a Stalin? Estas son algunas de las cuestiones que se ventilaron a fines de los 80, cuando al régimen soviético -hoy lo sabemos- no le restaba sino muy poco tiempo de vida. Lo que puede llamarse «psicología del estalinismo» fue uno de los aspectos que concitaron mayor atención en la masa de publicaciones aparecida en aquellos días: resulta claro que la eventual complicidad del común de las gentes era uno de los elementos que más afectaban a la conciencia nacional de los rusos, que no podían sentirse indiferentes ante la acusación de «llevar en la sangre el amor a las prohibiciones y la confianza en su omnipotencia». ¿Fue al culto a Stalin, en lo que concierne al pueblo ruso, un caso de mera veneración servil, una manifestación patológica del «culto al padre» y de su corolario, el «síndrome del huérfano»? ¿Fue el estalinismo una anomalía histórica o presentaba signos de congruencia y continuidad en el marco de la historia rusa? Como sea que se responda a estas preguntas, parece haber consenso en torno a la idea de que el predominio de una mentalidad de fortaleza sitiada y una cultura carente de tradición democrática no podían ser sino factores propicios para la consolidación de la dictadura estalinista.

Es a tenor de estas cuestiones que Laqueur examina algunos de los aspectos cruciales y más sórdidos del estalinismo, enfocándose en temas como los siguientes: el origen y la naturaleza del Gran Terror; la destrucción del mando del Ejército Rojo; los brutales mecanismos que operaron durante los bullados procesos de 1937-1938; la amplitud de las purgas; el papel de los «camaradas de armas» de Stalin (Molótov, Voroshílov, Kaganóvich, Beria y otros); el culto a la personalidad, asunto en que el autor traza un contraste con fenómenos equivalentes (Hitler, Mussolini, Mao); Stalin como conductor de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto, el trauma del estalinismo conducía en la URSS de Gorbachov a la cuestión de las alternativas bujarinista y trotzkista: ¿qué hubiese sucedido si Trotzki o Bujarin hubiesen asumido el mando del país? Hubo, durante la glásnost, quienes postulaban la necesidad de rehabilitarlos, levantando la condena que pesaba sobre ambos. Laqueur concede poca relevancia a las posibilidades de un «comunismo de rostro humano» como el atribuido a Bujarin; en su opinión, la dirección de Bujarin habría generado un sistema político distinto del estalinista, sin los horrores del gran terror, pero es una probabilidad insignificante puesto que Bujarin carecía de suficiente ambición como para disputar el poder a Stalin o cualquiera de los líderes menores del régimen, y es dudoso que hubiese prevalecido en una lucha por el poder; tampoco representaban sus ideas (supuestamente, el fuerte de Bujarin, que se tenía a sí mismo por ideólogo consumado) una alternativa real a las brutales políticas agrarias y de industrialización implementadas por Stalin. Trotski, por su parte, resultaba una personalidad más conflictiva (acaso en proporción a su arrogancia y bullante temperamento, tan distinto del apacible Bujarin): en paralelo a las solicitudes de rehabilitación, abundaban las acusaciones y recriminaciones de variado calibre, no faltando las de una derecha nacionalista que hacía del «judío Trotzki» el gran chivo expiatorio. Laqueur deja en claro que las tendencias despóticas de Trotzki carecían del componente patológico que había en Stalin; tampoco era la suya una mentalidad de «déspota oriental». Imputarle la mayor de las responsabilidades en la dirección tomada por el estalinismo, como hicieron muchos de sus críticos durante la glásnost, roza el absurdo. Lo cierto, sostiene nuestro autor, es que no hay pruebas de que Trotzki ejerciese la más mínima influencia sobre la ideología o la política práctica después de su exclusión del partido; «por el contrario –afirma-, que Trotzki sugiriese cierto curso de acción probablemente bastaba para inducir a Stalin a rechazarlo».

Queden, para el balance final, las siguientes palabras de Laqueur:

«El carácter paranoico específico del dominio soviético entre fines de la década de los veinte y 1953 –es decir, el estalinismo- puede haber sido un accidente histórico. Pero la tendencia general del desarrollo armonizaba con el modo en que el comunismo ruso había asumido el poder. Suponer que podría haberse desarrollado de otro modo, que podía haberse alejado de la represión para acercarse a la libertad política y la democracia en pocos años o en pocas décadas, significa desdeñar la experiencia histórica.»

Walter Laqueur (n. 1921, Breslau) es un historiador especializado en Historia Contemporánea, autor de numerosas publicaciones y con una amplia trayectoria académica en los EE.UU., el Reino Unido e Israel. Entre sus objetivos de interés intelectual destacan los totalitarismos, el antisemitismo y el terrorismo. Fue fundador y primer director de la revista Survey, orientada a los estudios soviéticos.

– Walter Laqueur, Stalin. La estrategia del terror. Ediciones B/Vergara, Buenos Aires, Argentina. 2003. 426 pp.

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18 comentarios en “STALIN. LA ESTRATEGIA DEL TERROR – Walter Laqueur

  1. Javi_LR dice:

    Se me ocurrían pocas cosas para cerrar el año, así que… qué mejor que con dos textos de dos de nuestros mejores reseñadores, Rodrigo y Farsalia.

    Feliz año a todos. Que la tolerancia, comprensión y respeto que se respira en Hislibris, en la mayoría de ocasiones, se contagie al mundo entero.

    Salud.

  2. ARIODANTE dice:

    ¡Igualmente! Una excelente idea, Javi y unos deseos que comparto ampliamente.

  3. Rodrigo dice:

    Un honor, Javi. Suscribo ciertamente tus deseos.

    Que 2012 sea un buen año para todos.

  4. ARIODANTE dice:

    ………y ahora, que ya me he leído la reseña, (como siempre, estupenda, Rodri) me gustaría apuntar ese fenómeno de complicidad de las masas en las dictaduras y regímenes totalitarios. No solo son las masas rusas, como en otros libros que tú u otros han reseñado aquí, se comprueba que los grandes dictadores siempre están acompañados de una cierta sugestión que cautiva al pueblo, que desea inconscientemente delegar la decisión en otros. Pasó en Alemania, pasó también en Francia, más encubiertamente, el caso es que no se puede hacer recaer toda la culpa del Terror en una o dos personalidades, paranoicas o no. Una ideología totalitaria ha de ser aceptada mayoritariamente para que se pueda mantener. ¿Trotski, Bujarin? Creo que hubiera sido lo mismo.

  5. Publio dice:

    Gran reseña, Rodrigo, de un tema apasionantísimo. Aparte de la complicidad de las masas, creo más bien que es el pánico de las masas a sufrir las consecuencias de oponerse a un poder omnímodo y tan despótico y cruel como el de Stalin u otros personajes totalitarios. Ahora mismo se comprueba con los llantos del pueblo norcoreano por la muerte de su difunto dictador.

    Me sumo a vuestros buenos deseos para el 2012.

  6. Farsalia dice:

    «Agradecido y emocionado, solamente puedo decir gracias por venir».

    ¡Feliz año!

  7. Rodrigo dice:

    Sin duda que uno y otro factores son relevantes, Ario, Publio. Consenso o complicidad v/s terror, y añadamos una dosis de liderazgo carismático y de culto a la personalidad, de escasa tradición democrática y de cultura paternalista, etc. Circunstancias históricas favorables, que también… Lo cierto es que sacudirse de encima un despotismo totalitario resulta muy difícil si los mecanismos del terror funcionan a mil (Publio), peor aún si escasean el coraje cívico y el aprecio de la autonomía personal y de las libertades civiles (Ario).

    ¿Trotzki, Bujarin? Pienso como tú, Ario. Y es la conclusión a que llega Laqueur, sobre todo con respecto al primero: todo indica que Trotzki habría ejercido un poder arbitrario, aunque sin la monstruosa paranoia asesina de Stalin.

    Se agradecen los comentarios.

  8. Bernardita dice:

    ¡Qué interesante me parece las reseñas que he leído de éstos libros, es de gran ayuda a los que nos gustan las novelas históricas. Esta es una página que acabo de descubrir y me encantó!!

  9. CalpurniaT dice:

    Pues me parece una idea fantástica y muy acertada el acabar este año 2011 con estos dos pedazos reseñistas, toda la razón tienes Javi_LR!!!

    Muchas gracias a ti Javi_LR por tu inmenso curro y dedicación a este universo hislibreño.
    Muchas gracias a Rodrigo y Farsalia por esas RESEÑAS, con las que disfrutamos y sobretodo aprendemos!!

    Que tengais un Feliz salida del 2011 y una Feliz entrada en el 2012!!!

    Y que tengamos un 2012 con muchas, muchas reseñas!!!

    saludillo, CalpurniaT

  10. Rosalía de Bringas dice:

    Como no podía ser menos, ¡magnífica reseña!
    Gracias, Rodrigo.

  11. Rodrigo dice:

    A vuestro servicio, queridas.

  12. ARIODANTE dice:

    Efectivamente, el problema no estaba tanto en las personas, que sólo hubieran variado en el método de machacar a la gente, sino en el totalitarismo ideológico y la complicidad de las masas. Esto último es algo que no siempre se quiere reconocer.

  13. Publio dice:

    Totalmente de acuerdo contigo Rodrigo. Es ese cóctel de factores que apuntas de terror, complicidad, culto a la personalidad, escasa tradición democrática… Lo que lleva a que se den esos regímenes totalitarios.

  14. juanrio dice:

    En este momento estamos viviendo en directo un caso paradójico, uno más, en Argentina. Operan a la presidenta del país y la gente sale a manifestarse en la calle y a las puertas del hospital, ojo que no la comparo con Stalin o cualquier otro dictador, ella ha ganado unas elecciones. ¿Qué mecanismo hace que la gente salga a hacer esto? ¿El miedo? ¿La posibilidad de ascenso social? ¿El clientelismo? No se cual es la respuesta, pero visto desde este lado del mar rechina que una nación con la capacidad de la Argentina conviva con este fenómeno «bananero».

    En cuanto al libro y la reseña, cabe pensar que podría haber existido otro régimen comunista si es que la ideología en la que se basaba era la que defendían sus líderes, pero da la impresión de que la misma fue un medio para conseguir los fines de siempre, el poder y la riqueza. Tal vez hubiera sido posible con otros al frente, tal vez con un sistema democrático y un parlamento de verdad, pero hasta ahora, tras el paso por el poder de Gorbachov y Yeltsin, tenemos a un individuo que ha demostrado que domina todos los resortes de la política soviética, convirtiendo las elecciones en una farsa, esa impresión dan, saltándose las propias leyes rusas, intercalando un títere en el poder, y dispuesto a establecer normas propias.

    Tenemos por otra parte el ejemplo de China, que ha pasado del comunismo maoista a una rareza capitallista….Eso si que tiene pinta de ser difícil de explicar.

  15. David L dice:

    Gracias por la reseña Rodrigo. No sé si habréis leído el libro “El terror nazi: La Gestapo, los Judíos y el Pueblo Alemán” de Eric Jonson, Editorial Paidos, 2002. Este trabajo es todo un ejemplo de cómo la coacción y la colaboración con el régimen dictatorial del momento puede conseguirse a veces sin demasiados agentes gubernamentales, es decir, la propia población inmersa en el pánico o en el miedo a ser acusado de desafección al mismo puede ayudar a tejer una inmensa tela de araña donde el trabajo “sucio”es desarrollado mecánicamente por el mismo pueblo. El régimen estaliniano bien puede incluirse en este tipo de totalitarismo paranoico que acaba por inyectar en sus propios ciudadanos ese miedo patológico al dictador de turno.

    Un saludo.

  16. Rodrigo dice:

    Bien, Juanrio, es que la ideología misma era un impedimento para la democracia parlamentaria. Y lo que ha venido después de 1991 en aquel país parece confirmar que no se trata sólo de unos cuantos individuos.

    Leí el libro que mencionas, David, y concuerdo contigo en su valoración. Resulta muy pertinente para dimensionar la importancia del consenso y la complicidad del común de los ciudadanos en el sostenimiento de un régimen totalitario. Al hilo de este asunto, vale la pena recomendar un par de libros de Robert Gellately, No sólo Hitler y La Gestapo y la sociedad alemana.

  17. Pere dice:

    Felicidades por una reseña que su autor ha convertido en una pieza literaria con valor autónomo y enhorabuena por la elección del estalinismo que es un tema que, al menos en mi caso, produce mórbidos efectos fascinadores: la elite intelectual que se consideraba luz y guía en la conducción de la humanidad al mas alto estadio de ilustración y bienestar y que acaba instaurando el más abyecto e inimaginable sistema de esclavitud y destrucción de las personas. Sistema al que con deseo de imitación durante lustros rinden culto los sabios de Occidente instalados en periódicos, universidades y editoriales fascinados por buscar el cielo donde solo había infierno y que descubierta la incomoda verdad del experimento comunista, que no es otra que la dictadura del proletariado que muta en leninismo, que muta en estalinismo, que muta en castrismo o chavismo para concluir que dictadura era y en dictadura se queda. Pero los sabios y sus adláteres que son de sostenella y no emmendalla nos hicieron perder más y más el tiempo debatiendo sobre oximorones como el comunismo de rostro humano, revolución permanente, los puentes entre marxismo y cristianismo y toda cuanta bagatela intelectual destinada a tapar sus errores, que jamás ellos los van a reconocer, cosa sobre lo cual François Furet en “El Pasado de una ilusión” y Jean François Revel en “El conocimiento inútil” ya dictaminaron todo lo que habia que decir.

    Aunque me temo que le libro reseñado no va de eso sino de los mecanismos del sistema estaliniano en su esplendor (por decir algo) mi temor, mi morbo, mi interés es percibir su presencia oculta en determinados discursos de nuestra posmoderna y desconcertada contemporaneidad. Hay un fondo irracional en Occidente y los herederos de quienes propugnaban el estalinismo como panacea sobreviven con ropajes variopintos, esperando el retorno como los grandes ancianos de las sagas de Lovecraft.

    Para dar mi pincelada concretita, diré que no soy conocedor de la obra de Laqueur, en el sentido que no he leído este libro que por lo que veo discurre por la senda de las “condiciones objetivas” que hicieron posible un gobierno despótico – con base ilustrada- en Rusia entre 1917-1919, con las puntas infernales del estalinismo. Mis lecturas más recientes sobre el tema son los libros de Simón Sebag Montefiore “La corte del zar rojo” y el monumental y esclarecedor “Llamadme Stalin” en el cual, tras rastrear en los archivos georgianos, el autor, buen conocedor de esta lengua, halla lo inimaginable: documentación de la infancia y juventud del padrecito Stalin que azarosamente había escapado al celo de la Lubianka (¿o quiza no se les ocurrió buscarla?) y que aporta una luz nueva sobre lo que Montefiore llama “la prehistoria de la URSS”. De los orígenes del camarada Stalin en el oscuro limes caucásico del impero zarista se conocía la historia del paso del seminario ortodoxo al comité del partido. Sin embargo la historia que cuenta Montefiore es la parte previa de esta parte previa de la carrera de Stalin; de cómo Iosif Vissarionovitch Djugaschwili un precoz y genial – dotado hasta tal punto de inteligencia que pronto tiene por norma ocultarla a los demás- emerge del anonimato del arroyo de una familia que hoy llamaríamos desestructurada para convertirse en padrino de los bajos fondos de Gori y Tiflis y encauzar una carrera como líder mafioso de una red clientelar experta en asesinatos, atracos y chantajes. Síntesis de poeta, místico y capo el georgiano llamará la atención de Lenin y su círculo por su eficacia organizativa y su eficiencia en la acción directa contra el estado; donde antes intelectuales solipsistas con extrema alergia a cualquier programa de acción enredaban para dirigir el camino hacia las maravillas del paraíso comunista, Stalin va a aportar acción, propaganda, financiación procedente de los robos a bancos y – esta es la parte mas apreciada- una despiadada y eficacísima habilidad en hacer desaparecer los dirigentes incómodos para la dirección. Las técnicas de dirección mafiosa desarrolladas en su primera juventud se ponen al servicio de un partido en la clandestinidad. Lenin no puede creer en su suerte. Con este background los bolcheviques asaltaran el poder y lo retendrán durante 70 años.

    El sistema evolucionará sobre esta base cultural – como el poder nazi lo hizo sobre la de matones de cervecería- de la que va a perecer cuando se salga. Verticalidad extrema, irracionalidad, paranoia, brutalidad, las ideas forjadas por un niño solitario y genial (valga la expresión) para sobrevivir en un entorno social extremo ,en una sociedad programada para aceptar el poder omnímodo del estado, de cualquier tipo de estado.

    Saludos y enhorabuena a Rodrigo

  18. Rodrigo dice:

    Precisamente hace unos meses estuve enfrascado en lo del estalinismo y la intelectualidad francesa, cuestión emblemática por más de un motivo. A los autores mencionados –Furet y Revel- yo añadiría a Tony Judt y su Pasado imperfecto.

    Excelente libro el de Furet, El pasado de una ilusión. Pensar que el año pasado encontré unos ejemplares en ventas de saldos, ¡década y media después de haber sido publicado en castellano! Imperdonable. Por otra parte, el Llamadme Stalin de Montefiore lo tengo en la mira. Robert Service apunta algunas cosas interesantes sobre el joven Koba, en su biografía del personaje, pero un libro dedicado específicamente al tema resultará sin duda un buen aporte. El enjundioso comentario me motiva a conseguirlo.

    Gracias, Pere. Saludos.

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