SILENCIO – Shusaku Endo

9788435062077A finales del siglo XVI la política del Japón dio un violento viraje en materia de tolerancia religiosa. Por entonces existía en el país una pequeña pero nada despreciable comunidad de católicos nativos, fruto del esfuerzo evangelizador desplegado por decenas de sacerdotes llegados desde 1549 (el primero de ellos, como se sabe, fue San Francisco Javier). A partir de 1587, los cristianos comenzaron a ser perseguidos con fiereza, de resultas de lo cual muchos de ellos fueron atormentados y asesinados; unos cuantos, sacerdotes y feligreses, perecieron crucificados y quemados vivos. En 1614 el shogun en funciones decretó la expulsión de los misioneros cristianos, orden que fue cumplimentada de manera expedita. Sin embargo, algunos de ellos permanecieron ocultos, decididos a no abandonar a su feligresía. En el curso de unas décadas estos hombres resultaron capturados y torturados, forzados a renegar del cristanismo; los que no lo hacían perecían en medio de atroces suplicios: muchos de ellos, en efecto, optaron por morir como mártires de la fe. Un caso notorio de apostasía fue el del portugués Cristóbal Ferreira, sacerdote jesuita que se hizo un renombre en Roma merced a su celo misional y que gozaba de gran predicamento entre los curas jóvenes, que ansiaban imitar su ejemplo. (En 1632, poco antes de ser apresado por las autoridades japonesas, ostentaba el cargo de Provincial de la Compañía de Jesús en Japón.) Su vigor y determinación, empero, acabaron doblegados por el tormento aplicado a una porción importante de sus feligreses y a su propia persona; la noticia de su consiguiente apostasía supuso una terrible conmoción en el Vaticano y una decepción para los discípulos que había dejado en su patria natal. La novela Silencio, del japonés Shusaku Endo, se enfoca en la temeraria tentativa de dos jóvenes sacerdotes portugueses de tomar el relevo del padre Ferreira, reconstruyendo en lo posible los cimientos de la resquebrajada iglesia católica en Japón y lavando de paso lo que consideran la afrenta cometida por su antiguo maestro. En 1638, los padres Sebastián Rodrigues y Francisco Garpe desembarcan clandestinamente en una isla del archipiélago japonés, adentrándose sin pérdida de tiempo en un territorio erizado de peligros, en busca de lo que quede de la comunidad cristiana. El suyo, conforme muestra la libre recreación de los hechos por el novelista, será un itinerario breve y surcado de padecimientos. 

Endo, nacido en 1923 y fallecido en 1996, fue un escritor japonés que disfrutó en vida de una sólida reputación en su país. Profesaba la religión católica, y estudió literatura francesa en la Universidad de Lyon. Publicada por primera vez en 1966, Silencio es considerada una de sus obras maestras; séalo o no, sin duda es el destilado de sus más profundas inquietudes espirituales, no sólo como católico sino como miembro de una minoría religiosa que en el pasado sufriera una ensañada persecución. Una parte considerable de la novela reproduce el punto de vista de su protagonista, el padre Rodrigues, tomado de unas cartas que el escritor le atribuye –son, por cierto, ficticias-; el resto procede por medio de la narración en tercera persona. Valiéndose de una prosa a un tiempo transida de angustia y austera, concentrándose siempre –sin un asomo de distracción- en el asunto mismo y en los personajes que lo encarnan –muy pocos, todos ellos cruciales para el desarrollo de la trama-, Endo da forma a una historia impregnada de dilemas de índole religiosa pero también de amplia resonancia moral, esto por cuanto trascienden el estricto ámbito de la fe. El título pone de relieve la vulnerabilidad del creyente en medio de las circunstancias más extremas, justo cuando zozobran las convicciones sobre las que se construye el andamiaje moral del individuo. Apremiado en medida insuperable, invoca éste a la divinidad y no halla respuesta, chocando con un silencio de tinieblas que lo sume en desesperanza y desconsuelo. Es precisamente lo que le ocurre al padre Rodrigues y lo que ha debido sucederle al padre Ferreira, cuya aparición confirma los informes llegados a Europa sobre su apostasía.

Espiritualmente derrotado, convertido en un despojo de sí mismo, quien inspirara otrora en Rodrigues el más ferviente ánimo evangelizador actúa ahora como una suerte de opuesto radical: Ferreira es utilizado por los captores del joven sacerdote como un tentador, el mismo que tratará de convencerlo de la inutilidad de mantener la fe. Al parecer, el Ferreira histórico supo echar pie atrás y someterse a las consecuencias materiales de una recuperada religiosidad, mas en la novela, cuya figura central es Rodrigues, lo tenemos como la contraparte funcional a las urgencias de la narración; pero es una contraparte que, por repulsiva que pueda por momentos parecer, mueve más a comprensión que a rechazo. Endo es suficiente artista y tiene bastante de pensador como para no simplificar: no son sus protagonistas unos personajes unidimensionales ni lo reduce todo a una visión esquemática en blanco y negro. Ferreira ha sido torturado, lo mismo que sus fieles seguidores; Rodrigues en su cautiverio es sometido a un tratamiento similar. Quizá más que el sufrimiento en carne propia, el sufrimiento deparado a otros, aquellos por los que el joven portugués había atravesado medio mundo y por los que estuvo dispuesto a sacrificarlo todo: esto es lo que parece hacer mella en su determinación, llevándolo a sucumbir. ¿Vale más su integridad religiosa que la integridad de sus feligreses, a quienes torturan –principalmente- por causa de él? Pero ellos, por lo general, desean verlo inquebrantable, esperan de él que sea un modelo a seguir. Desde la perspectiva de estas simples aunque denodadas almas, ¿qué valor tiene un credo cuyos ministros son incapaces de defenderlo hasta las últimas consecuencias, exponiéndose al martirio? ¿Se mostrará el pastor indigno de su rebaño, e indigno del Crucificado al que veneran? Otra dimensión significativa de entre las que componen el entramado de dilemas es la que concierne a la posibilidad de considerarse auténticamente cristiano a pesar de haber apostatado, con las muy chocantes formalidades del caso (pisotear y escupir los símbolos de la religión, ante todo). Algunos de los pasajes más intensos de la novela son los que tienen a Rodrigues consumido por las dudas que tamaña cuestión le provocan.

Uno de los pocos japoneses que merecen el calificativo de personajes es ni más ni menos que Inoue, señor de Chikugo (1585-1661). Fue este un poderoso jerarca que desempeñó un papel clave en la persecución de los cristianos y que a sus muchos cargos sumó el de jefe de la Oficina de Cambio de Religión; él mismo había sido cristiano en su juventud, antes de apostatar y de entrar al servicio del shogun Tokugawa Hidetada. Temido por los pocos cristianos nativos que sobreviven, y con razón, Inoue encabeza el despiadado proceso de hostigamiento del padre Rodrigues, con quien sostiene una especie de duelo dialéctico que sintetiza buena parte de los dilemas planteados por el novelista. (Lógicamente, el hostigamiento no es puramente verbal; Inoue no es un filósofo ni un teólogo: es el magistrado de asuntos religiosos, y como tal su panoplia de recursos incorpora con perfecta naturalidad la tortura.) Otro personaje relevante –aun más importante a efectos literarios, aunque ficticio- es Kichijiro, un individuo del bajo pueblo y de más baja catadura moral a quien Rodrigues y Garpe conocen en Macao y que les sirve de guía en Japón. Pronto descubre Rodrigues que la conducta sospechosa del sujeto se debe no solo a su natural rastrero y apocado sino a que había renegado del cristianismo, tiempo atrás. De alguna manera Kichijiro cobija una secreta añoranza de la que fuera su religión, pero su cobardía es aun mayor; deviene pues el Judas de Rodrigues, y luego procura obtener su perdón. Apenas puede ser mayor el contrate entre aquellos de los japoneses que soportan valerosamente el suplicio y este Kichijiro que, literalmente, se arrastra tras el padre Rodrigues, cuya caridad cristiana es más que nunca desafiada por el abyecto individuo.

Shusaku Endo construyó una obra a la altura de las dificultades intelectuales de su tema y congruente con su telón de fondo histórico, preñado del mayor dramatismo. Silencio es una novela estremecedora en su crudeza y capaz de suscitar el interés incluso de quienes no se sientan involucrados por disyuntivas de tipo religioso. En suma, una lectura valiosa.

La novela ha sido muy recientemente llevada al cine por Martin Scorsese.

– Shusaku Endo, Silencio. Edhasa, Barcelona, 2009. 256 pp.

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12 comentarios en “SILENCIO – Shusaku Endo

  1. APV dice:

    Interesante asunto.

    El asunto de la persecución tuvo además de motivos religiosos una naturaleza política, se creía que podían ser una 5ª columna para una invasión española o extranjera.
    Además con los jesuitas venían ideas y tecnología extranjera; una de ellas fueron las armas de fuego, lo cual era un problema para un estado que quería terminar con las guerras civiles y monopolizar la fabricación de armas de fuego; los Tokugawa centralizaron esa fabricación y elevarion a la nobleza a los artesanos estableciendo el monopolio sobre los escasos pedidos (sin armas de fuego el riesgo de crear ejércitos peligrosos para el sogún se reducía).
    También por ello el contacto con el extranjero se limitó a los holandeses en Nagasaki.

    A pesar de todo los Kakure Kirishitan sobrevivieron en la clandestinidad sin sacerdotes llegados de fuera con un cristianismo católico sincretico con elementos locales (tomados del budismo, shintoísmo, animismo,…). En 1865 cuando volvió la Iglesia a Japón encontraron a miles de ellos, y tras una última persecución, en 1873 por la presión internacional se les dejó en paz.

  2. Rodrigo dice:

    Enjundioso y oportuno apunte histórico. Se agradece.

    La relevancia de la cosa histórica en la novela de Endo deriva del hecho de proporcionar el punto de arranque y el telón de fondo. La sustancia misma es de orden filosófico moral y, sobre todo, teológico. Recuerda claramente al Graham Greene de mayor calado, el de las novelas de trasfondo religioso, y a François Mauriac, a quien el japonés muy probablemente estudió durante su estadía en Francia. También a Camus, que no era cristiano pero sí un eximio perfilador y analista de conflictos morales (ver La caída, o Los justos).

    Se trata de una lectura intensa y desasosegante en que la peripecia, impactante sin duda, es relegada a un segundo plano por la dimensión moral y religiosa de la historia. Muy buena novela.

  3. Vorimir dice:

    Una gran reseña de Rodrigo y muy oportuna ahora que la película sobre Silencio está en los cines. :D
    Yo, de este hombre, me he leído El samurai, sobre la embajada japonesa a Europa a comienzos del XVII y también está repleta de conflicto religioso y persecuciones a los cristianos. La novela es bastante pausada, densa, pero es muy buena novela e históricamente está muy documentada. Endo era japonés y cristiano y se sentía un extraño en su propio país (más aun cuando vivió y estudió París varios años) y eso le creó un profundo trauma personal que siempre reflejaba en sus escritos.

  4. Rodrigo dice:

    Tengo en la mira la novela que refieres, Vorimir. Con el buen sabor de boca que me ha dejado Silencio, me apetece repetir.

    Por lo que ponía Farsalia en su reseña de la película, parece que Scorsese ha hecho una adaptación bastante fiel de la novela.

  5. Derfel dice:

    Curiosamente, ayer lo estuve hojeando en la librería, tras años sin pararme en la sección de novela histórica, quizá por el trailer de la película, que vi hace poco.

    Me lo apunto como futurible.

    Gracias al reseñador/descubridor de libros interesantes.

  6. sombra dice:

    El samurai es muy recomendable, ciertamente.

    En cualquier caso, la huella de los misioneros cristianos por Japón no fue precisamente pacífica, puesto que cometieron muchos atropellos (incluso sangrientos) mientras la religión cristiana fue tolerada.

    Buena reseña como siempre, Rodrigo. Un saludo.

  7. Rodrigo dice:

    Yo la encontré en librería de viejo, Derfel, me llamó la atención la belleza de la portada (la de la edición de los 80, reproducida parcialmente en la cabecera: gracias por el detalle, Nuru, o Javi.). Del autor apenas tenía una noción muy vaga, la cosa es que me he llevado una buena sorpresa.

    Bueno saberlo, Sombra. Supongo que entrará en la cuenta de la expansión de las religiones, asunto con muchas luces y sombras.

    Gracias, estimados.

  8. Arturus dice:

    Creo que mi madre tiene un libro de Endo sobre la vida Jesucristo y me ha comentado varias veces que está muy bien. Me apunto este «Silencio» como futurible.
    Muy buena reseña, Rodrigo.

  9. Rodrigo dice:

    Pues no sabía de ese libro, Arturus. La verdad es que no soy creyente así que no creo que vaya a pastar en esas tierras.

    Muchas gracias, compañero.

  10. luis dice:

    Gracias por la recomendación del libro, aunque no soy cristiano, había terminado de ver una serie y tenía la intención de saber un poco sobre esos sucesos en la historia. El libro fue muy bueno y entretenido, aunnque las cartas al final no me gustaton mucho.

  11. Rodrigo dice:

    Esas cartas… A veces los escritores no se resisten a la tentación de “redondear” sus historias con apéndices que aparentan ser datos precisos sobre el paradero o destino final de sus personajes. Por lo general, lo que consiguen es estropear el impacto moral y afectivo del desenlace y lastrar innecesariamente la narración. Es lo que le sucedió, por ejemplo, a Sofi Oksanen en [i]Purga[/i]. Y a Endo, en esta novela.

  12. Joaquim Palau dice:

    Acabo de leer el libro y tiene el sabor de las grandes narraciones. Yo si soy cristiano y entiendo el grave dilema que se le presenta al Padre Rodríguez, la importancia no esta en pisotear una imagen sino en la decepción de los feligreses, sólo una fe madura puede trascender la importancia de un gesto, el sufrimiento y la renuncia a la vida puede transformarse en amor y servicio a aquellos que creen y ahondar en la profundidad de esa creencia. El Padre Rodríguez llega a un pacto consigo mismo y hace una renuncia exterior, como si quisiera ganar tiempo antes de que se presente su propia muerte.

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