“Otro Alejandro ha nacido, sanguinario, despiadado e insaciable, que sólo piensa en ir más lejos, siempre más lejos…”
Puestos a hacer elucubraciones gratuitas (e inútiles, por cierto), podríamos decir que Alejandro es probablemente junto con Jesucristo, el personaje histórico sobre el que más literatura se ha escrito. Además, en ambos casos se dan curiosos paralelismos (ambos murieron a los 33 años, ambos cambiaron el mundo tal y como se conocía hasta entonces, ambos gozaron de lo que podríamos llamar un “atractivo especial”, todos los textos conservados sobre ellos son posteriores a sus muertes, ellos mismos no dejaron nada escrito… ), pero también radicales distinciones (uno era un hombre de paz y el otro un experto en la guerra, uno era el hijo de un simple carpintero y el otro era rey e hijo de rey, uno fue un proscrito y acabó condenado y crucificado, y el otro vivió de batalla en batalla, de éxito en éxito, y murió de enfermedad rodeado de sus hombres y honrado póstumamente hasta el paroxismo… ). El absurdo juego de los parecidos y las diferencias, que iniciara honorablemente Plutarco con sus Vidas Paralelas (y que sin duda encontró en Julio César un contrapunto más razonable a Alejandro que el que yo he utilizado) daría de sí tanto como quisiéramos, y de hecho a lo largo de la Historia la figura del rey macedonio ha sido comparada con la mayoría de grandes generales que las naciones han alumbrado. Pero… Alejandro no hubo más que uno.
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