NAPOLEÓN – Jean Tulard
Uno de los mejores libros de los últimos años sobre el perÃodo napoleónico es La Europa napoleónica, 1792-1815, de Esteban Canales (Cátedra, 2008). Un libro que pone al personaje en su contexto, recogiendo, cómo no, el aspecto militar, pero no sólo esto (para tal cuestión, y con largueza, ahà está el librazo de Chandler), y que, además de la etapa final de la Revolución Francesa, incide en Napoleón como actor, protagonista, director y leyenda. Y en los paÃses que dominó, en los paÃses que se le enfrentaron (especialmente Inglaterra, al que se dedica, si no me falla la memoria, dos capÃtulos), en el legado revolucionario y napoleónico y, por supuesto, en Napoleón Bonaparte como persona, general, estadista y soberano. Por tanto, el libro de Jean Tulard, Napoleón (CrÃtica, 2012), que es el tema de esta reseña (y no otro), me recordó en su lectura la realizada hace unos pocos años del libro de Canales.
Quizá llegue tarde el libro de Tulard al mercado hispano: en los créditos del libro se menciona la edición francesa de 1996, pero buscando por la red encuentras que ya hubo una edición en 1987, que a su vez debÃa ser la reedición de una primera edición en 1978. Y el libro ha tenido mayor fortuna en Francia con una reedición en 2009. Pero, claro está, hablamos de Jean Tulard (n. 1933), quizá el mayor especialista francés actual sobre Napoleón, al que ha dedicado toda una vida. Pero no estamos en esta ocasión ante una biografÃa del personaje, sino más bien ante un libro que ya en el tÃtulo original nos dice mucho de sà mismo: Napoléon, ou le mythe du sauveur (Napoleón o el mito del salvador). Y es ahà donde incide gran parte del objetivo de este libro: narrar la historia de Napoleón como el salvador de un régimen, el republicano, el 18 de brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799), representando a una Francia que trata de superar la pugna partidista (termidorianos, neojacobinos, directorianos, realistas…), que se establece en el poder como Primer Cónsul y defendiendo a los notables, los propietarios, a los que no obstante, comenzará a traicionar con sus ansias de poder, evidenciadas en la deriva monárquica que culminará en la coronación imperial de diciembre de 1804. Porque esta es la esencia de la leyenda de Napoleón como salvador de la República francesa: el hombre que pugnaba por vencer resistencias, por superar diferencias y que, paso a paso, camino hacia el dominio continental por medio de las armas y endiosado por los aromas de la monarquÃa que enterraba la Revolución.
Tras el golpe de brumario, Bonaparte declararÃa: «Yo soy la Revolución», para prácticamente decir a continuación: «La Revolución ha terminado». El juego de palabras subyacente no es gratuito: en muchos sentidos, Napoleón encarna la Revolución, desde sus orÃgenes en Córcega, y su carrera hasta 1799 se nutre de una escala hacia el mando militar y el control de una República vacilante que amenaza con hundirse en el caos. El fin de la Revolución, sin embargo, se produjo años atrás tras la reacción termidoriana, pero los frutos evidentes de la misma eran patentes en brumario: el triunfo, no incontestable, de una burguesÃa que ha conseguido lo que pretendÃa –el fin del feudalismo y de las prebendas de una nobleza propia del Antiguo Régimen– sin que la propia Revolución acabe devorando (necesariamente) a todos sus hijos. Sin una victoria del proletariado urbano, por otro lado. Y su caballo de batalla serÃa, a la postre, un Napoleón Bonaparte que habÃa bebido en la década anterior del paolismo corso, del jacobinismo, de la Ilustración y de la contrarrevolución barrasiana. Menudo banquete, lo raro es que no se indigestara. Y como resultado del ensalzamiento de su propia leyenda (Lodi, RÃvoli y Egipto mediantes), Bonaparte se encarama hacia el cargo de Primer Cónsul prometiendo defender los intereses de los propietarios, de los burgueses, de los notables.
Pero en la promesa queda implÃcita la traición, y a ella dedica su atención Tulard: analiza como el ansia de un blasón propio, el envanecimiento de un militar que aspira a ser un estadista, la necesidad de contar (velis nolis) con la aristocracia (anatema para la burguesÃa) y las veleidades, costos y cortesanÃas monárquicas (a fin de cuentas, de Borbones se pasa a Bonapartes), se encaminan, poco a poco, hacia la ruptura contra esos notables. Pero el libro no se queda en la cuestión de la esencia polÃtica del régimen napoleónico: Tulard realiza, en la tercera parte, una panorámica del imperio napoleónico, a nivel económico, social e incluso cultural. Y nos queda el Napoleón militar, el que siempre acaba llamando la atención: sus hazañas, desde luego, su genio y su carisma; pero también sus errores, sus carencias y sus defectos: su rechazo a las innovaciones técnicas; su pasmosa ignorancia del clima y de la geografÃa (Rusia es la más evidente, pero no la única); su incapacidad, a medio plazo, de comprender que la «guerra relámpago» funcionó bien hasta 1806, cuando paulatinamente Europa aprenderá pronto las reglas del nuevo juego y anulará las trampas habituales del emperador. La guerra de España será el inicio de la debacle napoleónica desde 1808. La falta de hombres, nutrida con una conscripción que poco a poco izará la bandera de la oposición en el interior de Francia, será su otro hándicap.
Tulard también se centra en otro aspecto fundamental: el Bloqueo Continental (que más bien deberÃa ser llamado el bloqueo inglés). El sistema, a pesar de sus defectos, puso a Inglaterra casi de rodillas a finales de 1811 y Napoleón apenas supo lo cerca que estuvo ya en 1809 de derrotar a la nación insular con un bloqueo económico al que le faltó una mayor presión. El bloqueo tuvo sus contrapartidas, que en esencia fueron internas dentro del imperio: la renuencia de su hermano Luis, rey de Holanda, le causaron a la larga el trono a este Bonaparte menor; la neutralidad de Suecia dejaba una vÃa de escape a los ingleses; la negativa del papa PÃo VII a aplicarlo en sus puertos le llevó a ser reducido a la condición de prisionero (alzando el clamor de los católicos por toda Europa, incluidos los franceses).
El libro de Tulard es valioso también por el componente historiográfico: al final de cada capÃtulo, en una sección titulada «Debates abiertos», el autor francés sintetiza las principales aportaciones de la historiografÃa (esencialmente francesa) sobre las diversas cuestiones planteadas, comenta con detalle algunos elementos esenciales, y aporta fuentes y bibliografÃa sobre los que profundizar. Se echan de menos más mapas (apenas hay uno, al final del texto), pues la extensión del imperio nunca se mantuvo inalterable. Y una revisión de la traducción: duele a la vista encontrar erratas como «emperadora». Con todo, aun siendo la errata inmortal, no acaba por erigirse en omnipresente.
En definitiva, pues, estamos ante un libro muy completo, que requiere de ciertos conocimientos previos por parte del lector, y que nos acerca de una manera que casi podrÃa calificarse de global a la figura, el contexto, el imperio y la leyenda de Napoleón Bonaparte. Un buen libro, sin dudarlo.
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Hay unos cuantos personajes que siguen siendo atractivos, atemporales y sin duda, Napoleón forma parte de ese grupo.
Buena reseña en la que nos alertas de pros y contras.
Buena reseña Farsalia, como dice Trecce personaje atemporal como muchos otros (Alejandro entre ellos) y del que es difÃcil hacer una biografÃa equilibrada, oscilando muchas veces entre las hagiografÃas de Napoleón y las leyendas negras del corso.
Y a veces se da la sensación de que en este perÃodo no hay más personajes que Napoleón y que todo giraba en torno a él, cuando no es cierto.
Bueno, en cierto modo todo giraba en torno a Napoleón, inevitablemente, en aquel perÃodo; Santa Elena no es casual. Como el recuerdo (y el fantasma) de Alejandro (la imitatio Alexandri) impregnó a Escipión, Pompeyo, César, Antonio, Trajano, Severo,… El modelo (o la idea) imperial bonapartista creó escuela en Europa (y América Latina). No era el único personaje importante de la época, pero sin duda fue el más influyente, filias y fobias aparte (que, en realidad, me importan poco).
¿Napoleon? ¿Otra vez? ¿Para cuando una reseña sobre Julio Cesar o de Alejandro Magno?
Jejejejeje
Fuera de bromas, es una reseña especial Farsalia. Es como el nudo de un nudo, o como el rizo de un rizo.
Bien por ti Far.
Dales tiempo a los editores para seguir publicando libros sobre César o Alejandro, jejeje. ¡Nunca hay suficiente, según ellos! Lo interesante de este libro de Napoleón es que no es una mera biografÃa (más), ni solamente un manual sobre el perÃodo, o una monografÃa sobre el imperio napoleónico, o un libro sobre las campañas militares. Es un poco de todo a la vez. Y ahà reside su encanto.
– Ha sido un placer para mi leer su reseña amigo Farsalia. No hay muchos libros en español que de una forma seria y completa nos acerquen a la época napoleónica. Este creo que puede ser uno de ellos y por lo tanto me sumo a su recomendación.
Aunque me da la sensación que con este personaje ocurre como con el Titanic, que ambos ofrecen un atractivo inusual, después de leer este estupendo comentario, verdaderamente me dan ganas de acercarme a Napoleón.
Felicidades por la reseña, Farsalia (una vez más).
Merci beaucoup, mes amis! ;-) El libro vale la pena a pesar de la ausencia de un corrector en algunos tramos.
En enero de 2024 Editorial CrÃtica reeditará este libro.