«MUNDUS MULIEBRIS» ÉLISABETH LOUISE VIGÉE LE BRUN, PINTORA DEL ANTIGUO RÉGIMEN FEMENINO – Marc Fumaroli

Nada más abrir el libro que me ocupa, el autor ofrece en el apartado de Epígrafes, una breve pero clarificadora mirada del sentido histórico del término latino Mundus mueliebris. En las diversas definiciones o acepciones que muestran el significado de este término, Marc Fumaroli se acerca a autores como Félix Gaffiot, Ambrogio Calepino, Tanucci, los hermanos Goncourt o Baudelaire, en un acercamiento a los diversos diccionarios y manuscritos realizados entre los siglos XVII y XIX. Todos ellos se refieren en general al adorno femenino por el cual la mujer se embellece, al aseo personal apropiado a la feminidad, a las maneras, fisonomía, miradas o aspectos adquiridos por la mujer dentro de la sociedad y para la sociedad, incluyendo todo tipo de aditamentos de tocador, entre otras características. En definitiva, siempre referido a todo cuanto sirve para ilustrar la belleza de la mujer, para finalmente, llegar a esta aparentemente y simple conclusión cargada de sentido en la época que nos ocupa: ¿Qué poeta se atrevería, en la pintura del placer causado por la aparición de una belleza, a disociar a la mujer de su vestido?

Marc Fumaroli, catedrático de Historia de la Sorbona y del Collége de France, fallecido en 2020, realiza en este pequeño gran ensayo, un detallado análisis alrededor de la figura de la retratista de la reina Mª Antonieta, E. L. Vigée Le Brun, en base, no solo a su ir y venir como pintora del Antiguo Régimen, sino como modelo y testigo de una manera de ver a la mujer, en el complejo contexto del comienzo la Revolución Francesa. Y lo hace con la premisa del Antiguo Régimen de la Francia Borbónica basada en una administración jerárquica rotundamente masculina enfrentada al poder aristocrático y cercano a la monarquía absoluta del poder femenino, ciertamente tan invasivo aún cuan indirecto. Éste, denominado por el autor, mundus musliebris protagonizó aquel momento previo a la revolución misógina, tanto en la política, en lo moral y en lo social, tomando como chivos expiatorios a la reina María Antonieta y a su retratista oficial.

Fue en este universo previo a la ruptura y al enfrentamiento, cuando Madame Vigée Le Brun llevó el arte menor del retrato a la altura de la pintura de historia monárquica, hasta entonces vetada a la mujer, confirmada en una conciencia victoriosa irradiada en sus retratos. Retratos que no solo representan a la reina de origen austriaco, sino que incorpora a su favoritas, la marquesa de Pompadour y la condesas Du Barry, y a la propia pintora en su afán por mostrar en autorretratos su propia imagen y la de su hija, eso sí, remarcando una clara diferencia entre los retratos oficiales, y los realizados en el entorno bucólico y pastoril del paraíso del Petit Trianon de Versalles, micro universo especialmente reflejado en la estupenda película de Sofia Coppola, María Antonieta.

Fumaroli realiza un somero repaso de las biografías de la reina y su retratista, realizando un viaje paralelo entre ambas figuras, quienes se apoyaron mutuamente en su corto viaje compartido de experiencias y relaciones antes de la muerte de la esposa de Luis XVI. Aún con todo, si bien esta relación fue fiel y sólida, la pintora no se vio obligada a pasar por el mal trago de compartir el futuro de su protectora, saliendo del país a tiempo para, años después regresar y continuar con su profesión, tras haber deambulado por toda Europa en una de las grandes contradicciones artísticas, dentro del devenir de su país y la evolución de aquella revolución convertida en imperio y más tarde recuperada de nuevo en monarquía. En un momento dado, el autor se retrotrae a la experiencia y situación de la mujer, en el arte de la pintura en la Francia del Antiguo Régimen, reconociendo la calidad y presencia de algunas de ellas, a pesar del escaso reconocimiento por parte de las altas instancias artísticas del país, que casi nunca les reconocieron como hacedoras de pinturas de primer orden, relegadas a los géneros de naturaleza muerta, muestras florales, retrato y paisaje y, por tanto, complicándoles durante mucho tiempo el ingreso en la famosa y tradicional Académie Royale.

Madame Vigée Le Brun gozó de facilidad y don artístico desde muy joven, exponiendo junto a otras pintoras en el Salón del Louvre en el año 1782. Su estilo y éxito como retratista la llevó a ser adoptada por la reina y su camarilla, entrando, sin quererlo, en el epicentro objeto de odio y repulsión prerrevolucionaria contra la austriaca. La reina presionó con constancia la entrada de la pintora en la Académie Royale, a pesar de la oposición de la propia institución. Curiosamente, otras académicas previas a ella, también habían entrado en la afamada academia gracias relaciones familiares o de posición. Aquella pertenencia al universo más cercano a Mª Antonieta y su adopción impolular, la convirtieron en copartícipe de su mala prensa. Las frivolidades de la reina, su derroche en tiempos de austeridad y déficit, a pesar de la exposición artística de su maternidad y sus disfraces de pastora o granjera en las pinturas realizadas por la protagonista de este ensayo, se convirtieron en el talón de Aquiles de Luis XVI, por cierto, fiel a su esposa y ausente de su entorno más cercano y pueril.

Al final de este escueto pero profundo estudio de apenas cien páginas, el autor deviene en trasladar al lector la presencia de tan extraordinaria pintora en la época post revolucionaria. Su inclusión en el mundo de las letras, con la publicación de un diario, titulado Souvenirs, en el que narró sus experiencias vividas en los viajes realizados por Europa y sus cortes tras su salida de Francia, la convirtieron en una turista ilustrada de aplaudido prestigio. Su profesión de retratista, reconocida en toda Europa, le otorgó una holgada fortuna, dándole la posibilidad de vivir entre París y la localidad de Louveciennes, dejando tras de sí una notable obra para la posteridad, refutando las calumnias de un pasado convulso.

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Marc Fumaroli, «Mundus muliebris» Élisabeth Louise Vigée Le Brun, pintora del Antiguo Régimen femenino, traducción de José Ramón Monreal, Ediciones Acantilado, 2024, 112 pp.

 

     

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