MODERNIDAD Y HOLOCAUSTO – Zygmunt Bauman

modernidad_y_holocausto«El asesinato en masa de la comunidad judía europea perpetrado por los nazis no fue sólo un logro tecnológico de la sociedad industrial, sino también un logro organizativo de la sociedad burocrática». Christopher Browning

Durante décadas, el exterminio de millones de judíos de Europa emprendido por la Alemania nazi fue percibido como un acontecimiento horroroso pero excepcional, un accidente y un hecho marginal a la civilización occidental. En el imaginario del común de las personas, pero también en el de los profesionales de las ciencias sociales, la excepcionalidad del mentado genocidio arraigaba en lo que pasaba por peculiar condición de los principales involucrados: Alemania, de la mano de una dirigencia imbuida de voluntad rupturista, se había excluido a sí misma de los marcos de referencia civilizatorios, tanto políticos como sociales y morales, mientras que los judíos, pueblo sin Estado, encarnaban la eterna y obstinada alteridad y el más radical de los desarraigos. Ambos actores, la Alemania del III Reich y los judíos, representaban sendas anomalías en el proceso de la civilización, por lo que su papel como agentes históricos colectivos carecía de puntos de comparación con el de británicos, franceses o estadounidenses. Por consiguiente, el Holocausto constituía una calamidad que atañía en exclusiva a alemanes y judíos, especialmente a los herederos nacional-estatales del desastre, las dos Alemanias e Israel (bien que la Alemania comunista pretendiera eximirse de la conciencia de culpa). Exento el Occidente de toda responsabilidad, su imagen y su prestigio subsistían impolutos, y el gran mito del progreso –consubstancial a la civilización occidental- podía, quizá mejor que nunca, sostenerse incólume e irreprochable, tanto más cuanto se hacía hincapié en la marginalidad de los victimarios: según una difundida afirmación, si Alemania había perpetrado un crimen como el Holocausto era porque el derrotero de la nación alemana había sido distinto del de Occidente; empecinada en seguir un “camino especial” (el famoso argumento del Sonderweg), la Alemania de entonces adolecía de insuficiente modernidad o de una modernidad perversa, exponiéndose por cuenta propia a los peligros de la anormalidad histórica. Así pues, la conciencia contemporánea respiraba tranquila y la historia seguía su curso: confinado al rango de episodio sin parangón y poco menos que ininteligible, el Holocausto era un acontecimiento sui generis que nada tenía que ver con el mundo civilizado. 

De resultas de esto, la narrativa del Holocausto desempeñaba una función secundaria en el área de los estudios sociales, y su lugar en el horizonte mental de la mayoría de los occidentales era más impactante que el de las ficciones de horror sólo porque la matanza había ocurrido en el terreno de la realidad. Su misma excepcionalidad quitaba el aguijón a la memoria de un hecho cuya índole monstruosa movía más a espanto y repulsión que a un genuino afán por comprender. Pero ¿es que no fueron por lo general seres racionales y empapados de cultura occidental los que cometieron el genocidio, individuos que podían jactarse de pertenecer a la nación de Goethe y Schiller, de Hegel y Kant, de Bach y Beethoven? ¿No era aquella Alemania un país que había obrado prodigios en los más variados ámbitos de la ciencia y la tecnología, poniéndose a la vanguardia del desarrollo industrial? ¿No se contaban sus universidades y sus centros de investigación entre los más prestigiosos del orbe? ¿No era su aparato administrativo-gubernamental un modelo admirable de modernísima burocracia? Más aún, ¿no había procedido el Holocausto de modo tal que se lo calificaba como una matanza industrializada en que operaban los principios de la producción en cadena (una caracterización que supera los límites de los símiles meramente ilustrativos)? ¿Es que no se detecta en la planificación y en la implementación de la denominada Solución Final la racionalidad que es propia de la moderna cultura burocrática, con su típica división del trabajo, su meticulosa movilización de recursos y su búsqueda de una gestión eficiente? Habida cuenta de estos interrogantes, hay razones de sobra para poner en cuestión la concepción del Holocausto como un accidente intrínsecamente ajeno a la modernidad.

Semejante cuestionamiento es el que acomete justamente Zygmunt Bauman en Modernidad y Holocausto, obra publicada por vez primera en 1989 y devenida desde entonces un referente obligado en los estudios sobre el genocidio de los judíos. Bauman (n. 1925) es un renombrado sociólogo polaco de ancestros judíos, profesor emérito de diversas universidades en Polonia, el Reino Unido e Israel, autor además de una nutrida bibliografía relativa al mundo moderno. Modernidad y Holocausto supuso un remezón para la sociología, a la que Bauman reprochó su autocomplaciente negativa a abordar el genocidio de los judíos por considerarlo un fenómeno anómalo, extraño a sus parámetros cognoscitivos. La tesis central del libro es que el Holocausto representa, en vez de un fallo o accidente histórico, un producto típico de la modernidad, por lo que su significado moral, político y social compete no a una parcela de la humanidad sino a la humanidad entera. En el contexto de la globalización, la modernidad es de una u otra manera una circunstancia ineludible de la condición humana, de lo que se colige que la mayor de las atrocidades perpetradas por los nazis contiene una advertencia histórica de la que es inútil escapar. Lo que nuestro autor postula no es que la modernidad sea por sí sola condición suficiente para un hecho como el Holocausto, pero sí una condición necesaria: la matanza sistemática de judíos por los nazis no era una fatalidad determinada por la modernidad, pero sin ésta no habría llegado a producirse. Sin modernidad, la matanza habría tenido las características de un pogromo a la rusa, o se habría parecido a un genocidio como el que sufrieron los armenios a manos de los turcos en días de la Primera Guerra Mundial.

La idea del Holocausto como un fallo histórico supone que la explicación de tamaña calamidad pasa necesariamente por el filtro de la dicotomía barbarie v/s civilización, debiendo catalogarse el acontecimiento en el casillero de los fenómenos aberrantes que demuestran lo peligroso que es apartarse de la senda civilizadora, entre cuyos beneficios está la inhibición del primitivismo y de los impulsos agresivos del ser humano. Ahora bien, en la visión etnocéntrica subyacente a esta idea, “civilización”, “progreso”, “modernidad” y “Occidente” son conceptos indisolublemente asociados, al extremo de resultar intercambiables entre sí. Dando por descontado que la historia de la humanidad implica evolución, ninguna sociedad representa como la occidental -civilizada, moderna y progresista- el modelo por antonomasia de evolución, que en buenas cuentas significa un dominio cada vez más acabado del mundo de la naturaleza y de lo que hay de naturaleza en el propio ser humano. El conocimiento científico y la técnica son por definición las herramientas de la evolución, por lo que el predominio de la racionalidad instrumental es el sello característico de una sociedad evolucionada, esto es, moderna. Lo que está en juego en la modernidad es un proyecto holístico de domeñar lo silvestre por medio de la técnica, incluyendo el espacio de lo social, presto a ser remodelado conforme criterios estrictamente racionales. El objetivo de reconstruir lo social y su lógico correlato, la supresión de la violencia en la vida cotidiana, concedieron legitimidad a lo que Bauman denomina “Estado jardinero”, una metáfora que ha tenido fortuna en las ciencias sociales: el moderno Estado «que toma a la sociedad que dirige como un objeto por diseñar y cultivar y del que hay que arrancar las malas hierbas». Aunque no cabe establecer una correspondencia excluyente entre Estado totalitario y Estado jardinero (la ingeniería social, que de esto se trata, no es privativa del totalitarismo), regímenes como el nazi y el estalinista son ejemplos extremos del Estado en cuestión, en que la racionalidad burocrática y la técnica aplicada a la transformación de lo social son fundamentales.

Bauman recoge una imagen dramática de la faceta más estremecedora del Holocausto, aportada por el historiador Henry Feingold: «[Auschwitz] fue una extensión rutinaria del moderno sistema de fábricas. En lugar de producir mercancías, la materia prima eran seres humanos, y el producto final era la muerte, tantas unidades al día consignadas cuidadosamente en las tablas de producción del director. De las chimeneas, símbolo del sistema moderno de fábricas, salía humo acre producido por la cremación de carne humana». Producción serializada, administración, logística, optimización de recursos: la red de campos de exterminio viene a ser en la práctica un caso de libro de texto de moderna gestión fabril. Nuestro autor enfatiza que la índole del genocidio, especialmente de la Solución Final, se percibe mejor cuando la vemos a la luz de los principios directivos de la cultura burocrática. Un asesinato en masa de esa magnitud y esas características dependió, en palabras de Bauman, «de la existencia de técnicas y hábitos meticulosos y firmemente establecidos, de una división del trabajo precisa, de que se mantuviera un suave flujo de información y de mando y de una sincronizada coordinación de acciones independientes pero complementarias: en suma, todas las técnicas y hábitos que crecen y se desarrollan en el ambiente de una oficina». Una vez tomada la decisión de exterminar a los judíos, los pasos siguientes consistieron en planificar, fijar los presupuestos, diseñar la tecnología adecuada y movilizar el personal y demás recursos necesarios, todo lo cual responde al esquema de la típica rutina burocrática.

El perfil rigurosamente tecnocrático de la Solución Final está expuesto en su mismo funcionamiento, que obedeció al principio supremo de la búsqueda racional de la eficiencia o, dicho de otro modo, de la óptima consecución de objetivos. Es éste un principio que neutraliza las resonancias morales de la acción social basada en el cálculo, cuyo contexto es ni más ni menos que la modernísima racionalidad instrumental. La cultura burocrática es de suyo amoral; su ideal por excelencia es el de la disciplina organizativa, la que dispensa a los miembros de la organización de cualquier compromiso que no se relacione con la observancia de la cadena de mando, la ejecución de las tareas encomendadas por la superioridad y la coordinación del trabajo compartimentado. Los parámetros de normalidad de la racionalidad instrumental no tienen que ver con la evaluación moral de la acción sino con la solución eficiente de problemas, y esto es justamente lo que orienta el desempeño de la burocracia. Como señala Bauman, la Solución Final «surgió de un proceder auténticamente racional y fue generada por una burocracia fiel a su estilo y a su razón de ser». En cuanto a las eventuales objeciones morales del personal, dada la perturbadora violencia del caso, cabe apuntar que los conflictos de esta índole eran inhibidos por la concurrencia de tres factores: a) el peso de la autoridad, cuya legalidad amparaba la realización de tareas violentas; b) el encuadramiento de la acción en una rutina, de origen normativo y asociada con la delimitación de funciones; c) la deshumanización de las víctimas. Los dos primeros se relacionan con la disciplina organizativa, que deposita la responsabilidad moral de la acción en los superiores y exige de los subordinados el cumplimiento fiel y puntual de las órdenes, siempre en el marco de la estructura organizativa. El tercero concierne a la invisibilidad moral de las víctimas, un asunto en que vale la pena detenerse un poco.

La técnica surte el efecto de suprimir la proximidad física y síquica entre el acto y sus consecuencias, así como entre víctima y victimario. No es lo mismo matar a un enemigo asestándole un golpe de sable o clavando una bayoneta en su cuerpo que arrojándole bombas desde el aire o disparándole proyectiles a larga distancia. Los operarios de una fábrica de armamento sofisticado repudiarían en su mayoría la incitación a matar personalmente a civiles indefensos, sin parar mientes en que el producto de su trabajo tiene una alta probabilidad de ser utilizado en matanzas multitudinarias. Algo similar ocurre con los mecanismos burocráticos, que involucran a un número significativo de individuos que nunca llegan a ver a las personas que soportan las consecuencias de su desempeño, lo que implica que las aristas morales del mismo permanecen ocultas. El trabajo burocrático supone una serie de instancias que intermedian entre el acto y sus resultados, escamoteando la atribución de responsabilidad moral. En el adormecimiento de la conciencia moral de los perpetradores de la Solución Final, el factor de la técnica fue fundamental. Es sabido que el uso de cámaras de gas fue motivado no sólo por el afán de propiciar la eficiencia de la matanza sino también porque el método de fusilamiento o ametrallamiento de los judíos afectaba la estabilidad síquica de los ejecutores. El asesino que arrojaba cristales venenosos por un orificio podía verse como un oficial de sanidad que acababa con una plaga. En verdad, todo se conjugaba para que la distancia entre los asesinos de escritorio y los de los campos de exterminio, de un lado, y sus víctimas del otro, fuese cada vez mayor. La humanidad de los judíos sencillamente se desvanecía.

Modernidad y Holocausto es un libro que aborda otras facetas del problema en cuestión, me he limitado a resumir apenas la tesis principal, por medio de la cual Bauman desnuda la tendencia de la modernidad a preterir las motivaciones valóricas de la acción social. Lejos de idealizar la civilización de la que solemos preciarnos, el autor llama la atención sobre su faceta oscura: «Debemos tomar en consideración que el proceso civilizador es, entre otras cosas, un proceso por el cual se despoja de todo cálculo moral la utilización y despliegue de la violencia y se liberan las aspiraciones de racionalidad de la interferencia de las normas éticas o de las inhibiciones morales. Hace ya tiempo que se reconoció que una de las características constitutivas de la civilización moderna es el desarrollo de la racionalidad hasta el punto de excluir criterios alternativos de acción y, en especial, la tendencia a someter el uso de la violencia al cálculo racional. Debemos aceptar, entonces, que fenómenos como el del Holocausto son resultados legítimos de la tendencia civilizadora y una de sus constantes posibilidades.» (Cursivas en el original.)

Quizá la debilidad mayor del planteamiento de Bauman resida en que soslaya el papel de la ideología: una atrocidad como el Holocausto requiere de una ideología que motive una política de exterminio y que contribuya a interponer una brecha sicológico-moral insalvable entre víctimas y perpetradores –el efecto precisamente de la deshumanización del judío por el credo nazi-. A propósito de esto, resulta pertinente la breve pero aguda crítica vertida por Ian Kershaw en Hitler, los alemanes y la Solución Final (La Esfera de los Libros, 2009, cap. XIV). En todo caso, cabe insistir en que Bauman ha postulado que la modernidad no es en sí causa suficiente para un genocidio. El mismo Kershaw admite que «la violencia nazi sólo llegó a ser tan extrema ‘porque’ fue moderna» (íd.).

En suma: una inquietante inmersión en el corazón de las tinieblas del mundo en que vivimos.

– Zygmunt Bauman, Modernidad y Holocausto. Sequitur, Madrid. 5ª edición, 2010. 270 pp.

 

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19 comentarios en “MODERNIDAD Y HOLOCAUSTO – Zygmunt Bauman

  1. Rosalia dice:

    ¡Bueno, bueno, bueno, qué reseña!!!

    El libro, no sé; pero sólo por lo que nos explica la incisiva mirada de Rodrigo sobre él, creo que voy a hacer hueco para adquirirlo (de momento va a la lista de Reyes).
    Yo lo único que siento (muy de veras) es que mi admirado Rodrigo (y no le llamo «maestro» porque aquí, en España este título ya está cogido por un magnífico músico) no dedique su interés a un periodo histórico anterior a los 30-40, en los que es especialista (aunque alguna vez sí que lo trata).

    Bueno, y también que esté tan lejos de nosotros (o nosotros de él) porque una de las cosas que más me gustaría en este mundo es que compartiera una reunión de hislibreños (para poder escucharle).

    Gracias por tus lecturas.

  2. Rodrigo dice:

    Rosalía, mi muy estimada Rosalía. Especialista no, de ninguna manera, en esta ni en ninguna otra época de la historia. Sólo soy un aficionado. Y la verdad es que sí, como lector y como aficionado me interesan otras épocas, pasa nomás que desde un tiempo a esta parte me he concentrado en el siglo XX (no de manera excluyente).

    Por aclarar un poco. El libro en cuestión es monografía, un estudio de especialista –en este caso sí-, pero en definitiva resulta mucho menos denso de lo que, quizás, pudiera parecer. En mi opinión, es una obra de obligada referencia para todo aquel que quiera profundizar –por poco que sea- en un tema tan crucial como es el del Holocausto, pero también en lo que respecta a la Modernidad, en general. A propósito de esto, me parece pertinente hacer hincapié en la reflexión con que Bauman abría su libro, allá por los 80: lo relevante es comprender, no contentarnos con la sola reprobación moral.

  3. Rodrigo dice:

    Tan importante y solicitado es este libro que ya va en la séptima edición (o sexta reimpresión). Creo que la más reciente es de 2013.

    De veras, es para no perdérselo.

  4. ARIODANTE dice:

    Excelente, Rodrigo, excelente. La he de releer con más calma para ver eso de la modernidad, porque si bien entiendo que la racionalidad (la planificación, la consideración de la masacre como un elemento similar a la construcción, fabricación …o eliminación de un producto cualquiera más) aplicada al mal produce un mal más eficazmente malo, si podemos decirlo así, no acabo de ver el tema de la modernidad.

  5. Rodrigo dice:

    Pues, Ario, para decirlo en líneas gruesas…

    Que en el Holocausto concurrieron elementos característicos de la modernidad, a saber: técnica avanzada, producción industrial eficiente y racionalidad burocrática. Que el Tercer Reich fue un ejemplo extremo de “Estado jardinero”, un fenómeno típicamente moderno. Y que modernidad no equivale necesariamente a civilización.

    Lo que Bauman enfatiza es que los responsables del Holocausto eran hombres imbuidos de modernidad, y que el Holocausto fue lo que fue justo porque lo emprendió una sociedad moderna, inserta en la civilización del logos y altamente industrializada; una sociedad que representaba lo más avanzado de su tiempo en el campo de la administración –teórica y práctica-. (Sobre esto último hay una monografía excelente de Michael T. Allen: Hitler y sus verdugos.) Como telón de fondo de todo esto está la premisa de que no se entiende bien la modernidad si la asociamos exclusivamente con conceptos luminosos como democracia, libertad y derechos humanos, o con la idea de eximir el ámbito de lo público del control ejercido por la religión y por la tradición (un signo característico de la sociedad premoderna). La técnica, la racionalidad instrumental y la lógica del régimen burocrático son también modernos, muy modernos, y lo que pasa con estos elementos es que son amorales. Lo que orienta la operación burocrática y la actividad industrial no es la moral sino el cálculo y la eficiencia, de lo que se sigue que en la sociedad moderna hay un gran espacio en que la responsabilidad moral es sustituida por la técnica, por su lógica subyacente. El libro de M. T. Allen muestra precisamente que la administración y la organización de negocios son perfectamente compatibles con el trabajo esclavo y el genocidio (dos operaciones que sin titubear calificamos como “bárbaras”).

    Otra arista fundamental de la cuestión es que el concepto de civilización, planteado en la relación dicotómica civilización v/s barbarie, no se ajusta como quisiéramos a la realidad del mundo moderno. «Civilización como superación del estado de naturaleza y, por ende, como domesticación de la barbarie instintiva del ser humano. » Pues bien: esta idea, tan cara a nuestras ilusiones modernistas, también puede aplicarse al Holocausto. No eran seres primitivos, dominadas por sus instintos, los que planificaron y los que ejecutaron el genocidio de los judíos.

    Uno puede alinear la tesis de Bauman con las que, formuladas con posterioridad, han venido a descubrir lo que hay de moderno en un fenómeno tan aberrante como el nazismo. Lo de Roger Griffin y su Modernismo y fascismo es, en este sentido, fundamental.

  6. ARIODANTE dice:

    Por lo pronto, la circunscripción del enlace judíos /Alemania creo que se ha demostrado falsa: Francia, Inglaterra, Países Bajos, Polonia, Italia, Checoslovaquia…todos ellos han tenido una altísima población judía ( unos más que otros, ya) y las discriminaciones se han dado, y muy fuertemente, ( pienso en Francia) aunque no se llegara a lo que se llegó en Alemania.

  7. ARIODANTE dice:

    Que la modernidad tiene dos vertientes queda también claro. Pero ¿qué no tiene dos vertientes en la humanidad? Desde que el hombre es hombre se han dado masacres y crueldades terribles, si bien muchas veces aceptadas por el inconsciente colectivo ( si es que eso existe) y la modernidad supone un paso adelante, qué duda cabe. Toda mejora en los medios técnicos es susceptible de ser usada para bien o para mal, no es necesario poner ejemplos.
    Como tú bien dices al final de tu reseña, el papel de las ideologías no se debe descartar, puesto que ellas son las responsables de medidas políticas francamente reprobables moralmente. Las ideologías y su propaganda aleccionadora y unificadora son contrarias a la libertad de pensamiento y por ende, de acción. Tienden al esquema, al panfleto y a las consignas, lo cual es contrario a la libre razón del individuo. Bueno, no sé si me expreso bien, no tengo tu terminología sociológica, pero es tal como lo veo. Y tan ideológico es el racismo nazi como determinados panegíricos ecologistas, si nos ponemos.

  8. Rodrigo dice:

    Por supuesto, Ario, el papel de la ideología es primordial. También el de ciertas individualidades. Está claro que sin un Hitler embriagado de la idea de que había que exterminar a los judíos, el Holocausto no habría tenido lugar.

    A lo que apunta el autor es que el Holocausto, en la escala y la forma que tuvo, fue posible porque lo perpetró una sociedad moderna. Ten en cuenta que Bauman planteó su tesis en un momento, los años 80, en que lo usual era despachar el genocidio de los judíos como un accidente en la trayectoria europea o como un fenómeno anómalo, completamente extraño a la modernidad: una perturbación ocasional y muy puntual del proceso civilizador. Entonces vino este hombre y nos hizo la advertencia de que la modernidad es mucho más compleja de lo que hemos querido creer, y que en sus entrañas alberga una amenaza terrible, como la que se desencadenó justamente por obra y gracia del Tercer Reich. Al contrario de lo que se pensaba, el Holocausto no representaba la antítesis exacta de la civilización moderna sino la materialización de su lado oscuro.

    Bauman, pues, puso el foco en el hecho de que en la civilización occidental coexisten tendencias de muy distinto cariz, y que entre ella y el peor de los males no existe una contradicción absoluta.

  9. Naranjito dice:

    Increíble la entrada. Sólo por la forma de contarlo dan ganas de adquirirlo y leerlo por uno mismo. Intentaré hacerle un hueco y darle una oportunidad, creo que merece la pena.
    Un saludo

  10. Rodrigo dice:

    La merece, Naranjito, y mucho. Es una obra de referencia.

    Aprovecho de reforzar una idea fundamental. La lección que Bauman extrae del Holocausto es que la Modernidad, que por obra de nuestros hábitos mentales asociamos con el progreso de la civilización, contiene sin embargo en sus tensiones y sus contradicciones una amenaza mortal. Y ésta no es otra que la disociación entre responsabilidad moral y lógica instrumental –la de la técnica y el trabajo burocrático-. «En un sistema en el que la racionalidad y la ética apuntan en direcciones opuestas, la humanidad es la principal derrotada», escribe el polaco.

    Por cierto, se trata de una idea nueva de puro vieja. No es que Bauman pretenda haber descubierto la América.

    Saludos.

  11. ARIODANTE dice:

    Exacto, Rodrigo…Por cierto, estoy leyendo ahora «El pintor de batallas» de Pérez Reverte, casi por casualidad, porque quería leer «Hombres buenos» y vi que también tenia esta y empecé por ella. Es una narración harto especial, pero si la traigo a colación es porque en una conversación entre el protagonista y el otro personaje (me parece que solo van a haber dos …y la chica, ausente) hablan de las guerras y de la maldad humana y se plantean el problema de la crueldad, y Reverte, por boca de su protagonista, lo pone en la inteligencia. Cito:

    “—¿Y cuál es, a su juicio, la razón de que el hombre torture y mate por gusto?
    —La inteligencia, supongo.
    —Qué interesante.
    —La crueldad objetiva, elemental, no es crueldad. La verdadera requiere cálculo. Inteligencia, como acabo de decir… »
    y otra:
    “—Ya veo —concluyó tras unos instantes—. Quiere decir que el malvado no puede evitar serlo.
    —Digo que somos malvados y no podemos evitarlo. Que son las reglas de este juego. Que nuestra inteligencia superior hace más excelente y tentadora nuestra maldad… El hombre nació predador, como la mayor parte de los animales. Es su impulso irresistible. Volviendo a la ciencia, su propiedad estable. Pero a diferencia del resto de animales, nuestra inteligencia compleja nos empuja a depredar bienes, lujos, mujeres, hombres, placeres, honores… Ese impulso nos llena de envidia, de frustración y de rencor. Nos hace ser, todavía más, lo que somos.” (págs. 116-118)

  12. Rodrigo dice:

    Una visión muy ácida de la naturaleza humana, Ario.

    1. Javi_LR dice:

      Y falaz, a mi jucio. La crueldad, «supongo», requiere de inteligencia (pervertida, añadiría). Como el amor, como la compasión, como la amistad o como la maldad. Pero que la inteligencia sea la razón de ella…

  13. ARIODANTE dice:

    Ácida, desde luego, Rodrigo. La visión que muestra Pérez Reverte, ojo (una persona que ha visto muchas guerras, in situ) y no me extraña nada… No digo yo que no me sienta algo atraída por esa visión, ya que en la dicotomía Hobbes/Rousseau, me inclino hacia Hobbes. Pero el ser humano no es tan fácilmente catalogable. Distingue entre violencia y crueldad. Para la violencia estamos preparados por nuestra parte «natural», de modo instintivo, como el resto de los animales. Para la crueldad, no.
    La crueldad es un acto aprendido, un acto «civilizado», es decir, propio de la parte humana, social, inteligente, del hombre. Esto es lo que sugiere Reverte en los diálogos de esta obra (a caballo entre la novela y el ensayo, un mix )
    No es la inteligencia la razón de la crueldad, Javi, ¡claro que no! Simplemente necesita de la inteligencia, de la racionalidad, para manifestarse. A más inteligencia, más posibilidades de ser cruel para aquel que está dominado por una ideología malvada.Es decir, más posibilidades de efectividad en el ejercicio del mal. Del mismo modo, más probabilidades de ser magnánimo cuanto más inteligente sea aquella persona inclinada hacia la bondad.
    Aunque en mi fuero interno, creo que las personas inclinadas a la bondad, a la compasión, al amor, suelen estar más dominadas por los sentimientos y no por la parte racional. Es decir, que usan menos de su inteligencia. (Afortunadamente, hay excepciones, y muchas) De ahí que suelan ser pisoteadas, ninguneadas…Vease capítulo «víctimas» de cualquier abuso.
    En cambio, el malvado inteligente suele dejar a un lado los sentimientos para ejercer el cálculo racional en la aplicación de sus principios malvados. Véase, mismamente cómo los terroristas planifican al milímetro sus acciones…

  14. David L dice:

    La vedad es que no puedo estar más de acuerdo con el autor, la modernidad fue determinante para perpetra el Holocausto. El genocidio superó las propias expectativas alemanas, ni en sueños hubiesen imaginado haber podido lograr tan terrible desarrollo industrial de matanzas, todo eso fue posible gracias a los adelantos militares, a la gran capacidad alemana de desarrollo y al competente desarrollo logístico germano a pesar de todos los problemas que conllevaron los mismos. Gestionaron bien sus recursos, todo funciono en la dirección adecuada y al ritmo exigido convirtiendo la maquinaria nazi de eliminación física de seres humanos en una industria de destrucción acorde a la gran técnica innovadora en tan pérfida función.

    Saludos.

  15. Rodrigo dice:

    Suscribo, David.

    Parece un asunto resuelto que la manera en que procedió el Holocausto, la faceta de los medios, es típicamente moderna. Pero, ¿qué hay de los fines?, ¿qué hay de lo que motivó el genocidio? A este respecto, acaso quepa constatar alguna ambigüedad. El afán de exterminar a los judíos puede remontarse en parte al principio del estado orgánico como suprema materialización de la “comunidad del pueblo”, por tanto un estado racialmente -hoy diríamos “étnicamente”- homogéneo y entregado a la conducción de un líder, personificación providencial del Volk. Entre proclamar el ideal de la homogeneidad racial y exigir la purificación de la nación (limpieza étnica, sin más) media un trecho bastante corto. Pues bien, todo esto hiede al romanticismo alemán de la peor especie, y ya se sabe que el romanticismo surgió como una reacción contra la modernidad. Por otra parte, el antisemitismo es muy, muy viejo… pero el antisemitismo biologicista, con sus pretendidas justificaciones científicas y vinculado al darwinismo social, es muy nuevo, un retoño contrahecho del moderno paradigma científico. Una de las cosas que distinguían al nazismo de las derechas tradicionales de Alemania –antisemitas al viejo estilo- era justamente la idea de que la conversión religiosa no cambiaba nada de la condición judía, ante todo una condición fisiológica, y que sólo la erradicación absoluta del judío solucionaría el peligro de contaminación y degeneración que él representaba. Y el nazismo fue consecuente con su predicamento. Pues bien, este ser consecuente a través del Holocausto viene a ser la concreción más perfecta y radical del totalitarismo, del “Estado jardinero”, de la limpieza étnica como una forma de regulación ecológica aplicada a la población y como ejercicio más violento de ingeniería social, todo lo cual es muy moderno. Tanto como la índole burocratizada e industrializada de la matanza de los judíos.

    El nazismo en sí es un fenómeno ambiguo, sobre todo en lo que concierne a sus fuentes de inspiración ideológica. Pero puede decirse que lo que tiene de moderno es lo que más asusta.

  16. latitaquelee dice:

    Muy interesente el artículo. Respecto a la modernidad no podemos olvidar al filósofo inglés Stephen Toulmin y su ensayo. «Cosmópolis» el trasfondo de la modernidad. En esta obra de finales del siglo XX Toulmin propone el inicio de los tiempos modernos a finales del siglo XVI, con los pensadores humanistas. Se derivarían dos lineas de «modernidad» una más humanista ( tolerante y centrada en el ser humano) y otra más científica y filosófica (más dogmática y abstracta). Ante el contexto social y político del momento, las guerras de religión del 1618-1648 la linea que triunfó fue la segunda. Si os interesa el tema lo he profundizado más en un artículo que he titulado «La Agenda oculta de la modernidad» y está publicado en revista de historia.

  17. Rodrigo dice:

    Pues he quedado con ganas de leer el libro.

    Gracias por la recomendación, Noemí.

  18. Rodrigo dice:

    Leído Cosmópolis, de Toulmin. Debo darle vuelta a un par de cosas aún, a modo de recapitulación, pero sin duda es un gran, gran libro. Fundamental para la comprensión de la Modernidad.

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