LOS SUPLICIOS CAPITALES EN GRECIA Y ROMA – Eva Cantarella

Los suplicios capitales en Grecia y RomaPor el patio, pasado el umbral, a Melantio traían: con el bronce cruel le cortaron narices y orejas, le arrancaron sus partes después, arrojáronlas crudas a los perros y, al fin, amputáronle piernas y brazos con encono insaciable”.
Homero, Odisea.

El castigo físico y la muerte violenta como métodos punitivos son prácticas con las que los antiguos han convivido con toda naturalidad. El ejercicio de la justicia por parte del estado o de los particulares ha sido saldado frecuentemente, desde que el género humano empezó a tener uso de razón (que no a usarla), con sangre o con cadáveres; de hecho, no hemos de remontarnos muchos años para encontrar en la Historia espectáculos públicos cuyo plato fuerte fuese la ejecución de un reo. Pero cuando la muerte y los castigos corporales han tenido más presencia (proporcionalmente) que en cualquier otra época, ha sido en los tiempos que suelen quedar recogidos bajo la etiqueta de Edad Antigua. Por ello la muerte no natural no era, en esos tiempos, algo ajeno al ciudadano común, ni un elemento exclusivamente asociado a la guerra, sino que formaba parte de su vida. No es de extrañar que la palabra ajusticiamiento no sea en la actualidad sinónimo de «hacer justicia» sino de aplicar la pena capital. No es de extrañar tampoco que un componente tan asumido e integrado en la cotidianidad de la vida humana sea objeto de observación y análisis por parte de algunos eruditos.

El estudio que lleva a cabo la catedrática de Derecho Romano Eva Cantarella en este libro está a priori condenado a adolecer de los dos males que afectan, casi por definición, a los libros de investigación, a saber: que abordan temas que no suelen gozar del interés general, y que normalmente están escritos en un estilo sólo apto para especialistas. Sin embargo, en este caso el lector puede sobrellevar sobre sus espaldas esos padecimientos con gran placidez y sin excesivas dificultades, ya que tanto el tema tratado como el estilo empleado (pese al gran número de notas a pie de página -que, como es sabido, tienen la misma virtud que las lentejas- y de latinismos que aparecen en el texto) son viables para quien esté mínimamente habituado al ensayo histórico. Si bien su título puede dispersar el sentido real del libro hacia el terreno de lo morboso o lo malsano, el subtítulo (Orígenes y funciones de la pena de muerte en la antigüedad clásica) centra la cuestión: se trata de una rigurosa indagación, usando todos los recursos (arqueológicos y bibliográficos) que la autora tiene a su alcance, con objeto de desentrañar los orígenes de las distintas “muertes de Estado” que se aplicaban en Grecia y en Roma, las razones que existían para aplicar una ejecución y no otra, y el significado de los rituales y parafernalias que acompañaban a los suplicios.

El punto de partida del análisis, tanto en el caso de Grecia como en el de Roma, son los castigos que se aplicaban cuando el género humano aún vivía en una situación “pre-civil”, entendiendo por tal aquella etapa de convivencia en la que no existía un “ente estatal” que se hiciera cargo de la justicia y ésta dependía de los particulares, en concreto de los cabezas de familia. Con el advenimiento del aparato estatal y por tanto de la “justicia pública”, muchos de los castigos, no todos, dejaron de ser de índole privada y pasaron a gestionarse oficialmente, esto es: el estado se hizo cargo de ellos, tanto del porqué como del cómo. Cantarella presenta en su estudio no sólo las conclusiones a las que llega, sino también todos los caminos que ha tenido que recorrer, las pistas que ha seguido, los titubeos que la han asaltado, enriqueciendo de esta manera al lector, que contempla, a lo largo del viaje de investigación a través de fuentes, textos y algún que otro hallazgo arqueológico, todo ese paisaje poblado de historia.

Aunque en muchos y provechosos casos se compara Grecia con Roma, no es éste el objetivo; cabe decir, por otro lado, que el número de páginas dedicadas a suplicios romanos duplica al heleno. Curiosamente, afirma la autora, el investigador se siente más seguro (respecto al estudio del origen y sentido de los castigos) en el terreno griego que en el romano. Se presenta éste como un pueblo profundamente supersticioso y apegado a costumbres y ritos ancestrales que en algunos casos ya han perdido su significado pero que se siguen practicando. La increíble variedad de suplicios que incluye la justicia romana contrasta con los 3 ó 4 castigos con que los griegos despachan a sus condenados. Asimismo, y como es de suponer, el género y la condición social son aspectos tenidos muy en cuenta por griegos y romanos a la hora de administrar justicia y dictar sentencia.

Resulta sorprendente descubrir que existían tipos de muerte típicamente femeninas tanto en Grecia (ahorcamiento, vivisepultura) como en Roma (estrangulamiento, vivisepultura de nuevo); que la venganza era más un deber que un derecho; que el suicidio era un acto de valentía y no de cobardía; que la muerte por precipitación al vacío era una constante (la roca Nauplia en Delfos, el abismo Kaidadas en Esparta, el monte Tipeo en Elis, el Barathron en Atenas, la roca Tarpeya en Roma… ); que la lapidación popular estaba, si no contemplada, sí consentida por el sistema judicial… El análisis de todos estos aspectos sin duda permite comprender mucho mejor, y lejos de los estereotipos habituales, la manera de entender la vida y la muerte en el mundo grecolatino. Huelga decir que el libro dedica bastantes páginas al que es probablemente el suplicio más popular de la Antigüedad: la muerte en la cruz, tanto en su versión helena (el apotympanismos, la llamada “crucifixión griega”) como romana, con todas sus variantes. También me resisto a no mencionar, por lo curioso, el castigo romano llamado poena cullei, “pena del saco”, aplicado a los parricidas y a los adúlteros, que consistía en lo siguiente: el reo era en primer lugar apaleado con vergas; posteriormente se colocaba en torno a su rostro una capucha de piel de lobo y se le calzaba con zuecos de madera; se le introducía en un saco al que se le “cosía”, juntamente con un perro, un gallo, una víbora y un mono; se cerraba dicho saco y finalmente se le arrojaba al curso de agua más próximo. Un suplicio cruel y cargado de simbolismo, que no hace sino confirmar la sentencia que pronunciara aquel gran filósofo epicúreo de origen galo: “están locos esos romanos”.

Cantarella maneja la tesis, como ya se ha dicho, de que los castigos capitales pre-civiles (circunscritos al ámbito de la familia como máxima entidad administradora de justicia) fueron heredados por la ciudad cuando ésta nació, y desde ese momento pasaron a depender del estado. La ciudad griega no añadió ningún castigo a los ya existentes (salvo la cicuta, para quien pudiera permitirse pagarla), en cambio el estado romano sí “inventó” tantos como heredó, si no más. Sin embargo, en ambas culturas los cabezas de familia siguieron ostentando la potestad de juzgar y castigar a los miembros de su clan en determinados casos, y también el pueblo dispuso, de manera más o menos oficial, de un recurso exclusivo para hacer justicia. Estos dos aspectos, familia y pueblo, ponen de relieve dos lugares comunes en toda la Antigüedad, que en la Modernidad han perdido casi toda su fuerza. Por un lado, la importancia del clan, la sangre, la jerarquía familiar: los hijos, así como los esclavos y la mujer, pertenecen al cabeza de familia. Suya es su vida y sus bienes, suya la virginidad de sus hijas y el honor de sus hijos. De modo que suyo es también el poder de juzgarles, castigarles e incluso matarles, y nadie podrá negárselo. Y la ciudad no es sino una extrapolación, una gran familia cuya cabeza visible es el estado. Por otro lado, la importancia de la masa humana, del pueblo (una polis griega estaba allá donde estaban sus ciudadanos; su valor, su importancia, dependía de ellos; en Grecia rara vez se habla de “Atenas”, «Esparta», «Tebas», sino de “los atenienses”, «los espartanos», «los tebanos», y de hecho no se hablaba de «Grecia» sino de «los griegos»; y en el caso de Roma, baste citar el trillado Senatus Populusque Romanus o el panem et circenses para entender la importancia de la masa popular), pueblo que es soberano a la hora de expresar su cólera cuando ha sido ofendido, lo cual es asumido, tolerado e incluso en ocasiones cultivado por el estado. La lapidación, tanto en Grecia como en Roma, constituye una manifestación popular espontánea y moralmente justa, tanto como que un padre mate a palos al hijo que le ha deshonrado. En la sociedad occidental en la que vivimos, estos dos valores, familia y pueblo, están enormemente devaluados, para lo bueno y para lo malo. En concreto sobre el tema que nos ocupa, la justicia pública les ha despojado de autoridad y se la ha apropiado, hasta el punto que se hace incomprensible y hasta monstruoso que la justicia pueda ejercerse de otro modo. Las sociedades en las que, para lo bueno y para lo malo, no se ha producido tal degradación de esos valores, se mantiene la potestad de hacer justicia en manos del cabeza de familia y del pueblo, lo cual suscita gran escándalo en el mundo “civilizado” (término éste que no figura en el Diccionario de la Real Academia Española, por cierto), que suele utilizar su propio sistema de valores para medirlo todo, sea pasado, presente, este u oeste, y acostumbra justificar las crueldades propias y condenar las ajenas.

Se trata, en fin, de una investigación honesta y limpia, que da como resultado un libro interesantísimo y recomendable. Hacia el final de la obra aparece una impagable referencia a Demóstenes que puede servir perfectamente como recomendación para los legisladores de cualquier época, y que reproduzco textualmente: “Merece la pena recordar, por su singularidad, la norma adoptada por los habitantes de Locres Epicefiria de acuerdo con el relato de Demóstenes. En Locres, en donde estaba vigente para las lesiones personales la ley del talión, se adoptó una ley según la cual si un tuerto privaba de un ojo a un conciudadano no se le podía privar del único ojo del que disponía. En efecto, de hacerlo así, se le haría sufrir un mal bastante mayor que el provocado por él … En aquella ciudad, escribe Demóstenes, estaba vigente la regla según la cual quien proponía una ley lo hacía en pie con un lazo en torno al cuello. Si se aprobaba la propuesta se soltaba el lazo; en caso contrario se estrechaba en torno al cuello del proponente. Estando así las cosas en Locres Epicefiria, en doscientos años sólo se hizo una ley, precisamente la referente al talión del tuerto”.

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47 comentarios en “LOS SUPLICIOS CAPITALES EN GRECIA Y ROMA – Eva Cantarella

  1. Arauxo dice:

    Es un aspecto, éste de los suplicios que nos propones, Cavilius, muy interesante y de muy recomendable lectura. No ya por que la monografía sea buena y proceda de una exahustiva investigación, bien escrita y de agradable lectura, según tu valoración, sino por que la propia temática la hace -o debiera hacerla- atractiva. Y no me refiero, claro está, al morbo que puede suscitar, sino al efecto que puede causar en el lector.

    Me explico. Este tipo de investigaciones y estudios ayuda a poner las cosas en su sitio. Lamentablemente, la imagen que tenemos de los distintos periodos históricos y de sus civilizaciones suele estar distorsionada por los tópicos y clichés que abundan tanto en el cine como en la literatura (por no añadir a la lista otro tipo de «fuentes» de carácter sensacionalista, esotérica o sencillamente simplista). Ocurre con la Edad Media (y su «oscuridad»), con Egipto (y su «ciencia prodigiosa»), con la Revolución Francesa (y su «democrática sabiduría»), con el Siglo de Oro Español (y su «explosión cultural») y con muchos otros acontecimientos, culturas y épocas. Y, concretamente sobre el mundo clásico, los tópicos y los iconos sobreabundan. Ahora, quizás, más que nunca (y basta recordar películas como Gladiator ó 300…).

    Con frecuencia pensamos en Grecia como una época dorada de brillantez intelectual, de civilización paradigmática, de episodios épicos y de comportamientos heróicos. Y en Roma -tal vez, algo menos, porque es difícil no acordarse de las crucifixiones…- como un conjunto de valerosos legionarios, grandes estrategas y mejores oradores que imponían el orden por la fuerza para extender la civilización a todo el orbe conocido. Y no digo que tales tópicos sean falsos. Lo que afirmo es que la verdad es siempre mucho más compleja que la idea mental que de ella nos hacemos.

    Por eso, libros como el que propones, Cavilius, enseñan a valorar las cosas en sus justos términos. Grecia y Roma -en diferente medida, por supuesto- son dos de los tres componentes culturales más importantes de occidente y de la llamada «civilización occidental». Pero eran, al mismo tiempo… un rato bestias. Y esto no es una valoración moral, que conste. Es sólo una expresión que pretende definir la mentalidad antigua, en la que convivían, con absoluta naturalidad, el logos y el mito, la filosofía y la guerra, el heroísmo y la traición, la «civilización» y la crueldad. Y una mentalidad en la que, como tú mismo apuntas, Cavilius, la vida (y la muerte) de los seres humanos tenía un significado, una importancia y un valor muy diferentes al que hoy le conferimos.

    En fin, el libro parece una sugerencia interesante para quien guste de zamparse, junto a las frescas aguas de la playa o de la piscina, el catálogo de barbaridades que la crueldad humana puede llegar a diseñar.

    Saludos.

    PS: Soberbia reseña, Cavilius, como siempre. Casi un ensayo en pocos párrafos. Nos estás mal acostumbrando…

  2. Paco T dice:

    Excepcional reseña, Cavilius, sí señor. Me interesa mucho el tema y es muy probable que compre el libro… pero adelántame el simbolismo de la «poena cullei», por favor. Creo que estaba relacionado con la idea asociada a cada uno de los animales en cuestión (el gallo la soberbia, el perro la lascivia, etc.), pero no estoy muy seguro, y tú puedes iluminarnos mucho mejor.
    Respecto a la crucifixión, ¿se explaya quizá la autora en la más famosa de todas o las explica en general?
    Un cordial saludo

  3. pepe dice:

    Cavilius: tu reseña me ha parecido excelente y no exagero al decir que es de las mejores que he leido en Hislibris. Me ha recordado una novela de Manfredi en la que aparece un terrible castigo etrusco llamado phersus, reservado para crímenes horrendos y que se parece mucho a la poena coelli que describes más arriba, aunque no puedo precisar ahora si se trata exactamente de lo mismo.

    Tengo, sin embargo, un pequeño «pero» en relación con el uso que haces de la palabra honesto (dices que es una investigación honesta y limpia) que en una reseña tan bien escrita me ha resultado un poco discorde. El RAE tiene cuatro acepciones para honesto: 1. Decente o decoroso, 2. Recatado, pudoroso,3. Razonable, justo. 4. Probo, recto, honrado. Exagerando muy poco se suele decir que, en español, lo honrado se aplica de cintura para arriba y lo honesto de cintura para abajo. En inglés hay una sola palabra para ambas nociones, honesty, y algunos lingüistas como Alex Grijelmo (antes ya lo hizo Lázaro Carreter en uno de sus famosos dardos que no tengo ahora a mano) ya han alertado de que «perder la diferencia entre honrado y honesto, lo que ya está sucediendo en nuestro idioma, significa que empezamos a pensar como ellos [los ingleses]».

    Saludos.

  4. ignaci el dasaparecido dice:

    Cavilius, Gracias por la magia.

  5. Aquiles dice:

    Buena elección, Cavilius, si señor. Un interesantísimo libro en el que la autora no se deja llevar por el camino fácil de recrearse en la «casquería», sino que profundiza en el concepto de «castigo» tanto dentro del ámbito individual como en el público. Por cierto, que Eva Cantarella me parece una investigadora de mucha solvencia: recuerdo que lo primero que leí de ella fue el libro «La calamidad ambigua» sobre la presencia de la mujer en las culturas griega y romana y me pareció muy bien estructurado y explicado.

    Saludos.

  6. Ascanio dice:

    Uy, qué libro más interesante y original y que reseña más buena, querido Cavi.
    Una de las cosas que más me llamó la atención de los libros de Colleen McCullough sobre la roma tardorrepublicana era la facilidad con la que los romanos acudían al suicidio «arrojándose sobre su espada» para recuperar su dignidad y manifestar su valentía.
    La frecuencia de los «ajusticiamientos» haría difícil caminar por las calles de Grecia y Roma, evitando a la gente que se caía de las azoteas como si fueran macetas, esquivando los pedruscos de las lapidaciones, agachándote para no recibir un palo en la cabeza y, si padecías de hirsutismo, escapando de los lazos no te fueran a confundir con un mono y acabaras dentro de un saco junto con un perro, un gallo y una víbora. Jesús, qué tiempos…
    La cita del comienzo me ha recordado a la muerte de Hipatia de Alejandría, por cierto.

    PS: richar, durante sólo unos segundos, y antes de que apareciese el libro de Cavilius, me pareció ver un lindo gatito en forma de reseña de Paco T…

  7. cavilius dice:

    Gracias por los comentarios. Cuando se tiene un buen libro entre manos, es una grata tarea reseñarlo.

    Así es, Arauxo, lo que se suele conocer de cualquier período histórico son las batallitas, los nombres propios, las grandes obras de arte, en fin, lo que con buena fe nos explican los manuales. Se hacen necesarios, para quien quiera ahondar más en el conocimiento de lo antiguo, libros que describan la situación económica, la vida cotidiana, los aspectos sociales y culturales, no a gran escala como lo haría un manual, sino más a ras de suelo. Porque si no, uno tiende a idealizar o a excomulgar imperios, civilizaciones y culturas, según los grandes trazos con que las pinte el manual que haya leído. Por eso yo no soy persona de manuales, aunque no niego su enorme utilidad. Claro, que tampoco soy persona de sesudos ensayos que versen sobre si los antiguos escupían por educación o para ofender cuando eran invitados a comer en casa de la autoridad competente; creo que hay que moverse un poco entre ambos extremos.

    Sobre el suplicio llamado poena cullei, la autora recopila datos de las fuentes de que dispone para encontrar algún simbolismo de tan extravagante castigo. Vas bien encaminado, Paco T, en lo de que cada animal tiene un significado concreto para los romanos, como también para los griegos. Según los datos que refiere la autora, una primera teoría iría por el camino del simbolismo que cada animal por separado encarna: el perro goza de una pésima fama en Grecia y en Roma, se le considera una bestia inmunda, y en Grecia es el peor insulto contra una mujer (el rasgo con que le define el mundo moderno, la fidelidad, en la Antigüedad apenas aparece); el gallo es particularmente feroz y batallador, mata incluso a las serpientes, sugiriendo así una cadena sin fin de muertes circunscrita al interior del saco; la víbora, como el perro, también tiene mala fama (una víbora hembra da a luz cada día a una cría, y así hasta veinte, las cuales, por pura impaciencia, devoran a su madre); el mono es, por un lado, la caricatura del hombre, y por otro, ama tanto a sus hijos que los mata con su abrazo. La segunda teoría expuesta por Cantarella es la de que para los romanos esos animales son seres monstruosos, maléficos, malignos, que hay que eliminar, al igual que al reo parricida. Y, en tercer lugar, otra teoría los define como animales perseguidores de espíritus funestos, de modo que perseguirían al parricida incluso cuando éste no fuera más que un espíritu. En cualquier caso, lo que sucedería en el interior del saco sería que los animales atacarían al parricida y también entre ellos, morirían con él y sus restos se confundirían con los suyos en una promiscuidad macabra de huesos y vísceras.

    El libro no dedica más que unos párrafos a la muerte de Jesús, en cambio sí se extiende varias páginas (no muchas) para analizar el suplicio de la cruz, reservado en principio a los esclavos. Así, se habla de la cruz humilde y la sublime (en función de la longitud del stipes o madero vertical; la de Jesús fue de este segundo tipo, es decir, con stipes largo, lo cual no era frecuente); de la cruz commissa (el patibulum o madero horizontal se colocaba en el extremo del stipes, resultando así una estructura con forma de T) y la immissa (propiamente una cruz con forma de + y con el stipes más largo que el patibulum; así habría sido la de Jesús), del uso de clavos y no de cuerdas, de su colocación en las muñecas y no en las palmas de las manos…

    Hombre, pepe, si lo dijo Lázaro Carreter hay que santiguarse; nada, nada, donde dije honesta digo honrada, y little pieces of hair to the sea. Aunque, pensándolo bien, no sé yo si esa apreciación de la cintura para abajo será aplicable cuando se habla en femenino. Hum, meditativo y pensatibundo me dejas.

    En Roma, Ascanio, sobre todo en los primeros tiempos del imperio, el suicidio estaba a la orden del día. Incluso existía un diminuto utensilio, una especie de lazo que llevaban oculto los que “tenían algo que temer”, y que en un santiamén se lo podían ajustar al cuello y se les iban todos los temores.

    ¿Un lindo gatito? No, no creo, aquí sólo has podido ver monos, perros, serpientes y otros bichos de mal vivir.

    Saludos.

  8. Germánico dice:

    Buena reseña, Cavilius. Sigo muy interesado en el libro. Caerá cuando menos se lo espere…

  9. Valeria dice:

    A mi me suscita una cuestión esta reseña tan maja: hablando sobre los suplicios capitales (la muerte o castigo físico como pena) no me queda claro se si se profundiza en algo básico para este estudio: la idea de la muerte que en cada civilización se tiene. A ver si me explico. Entiendo que el simbolismo de las penas está ligado a lo que en cada momento se consideraba una forma «honorable» de morir. Por eso en Roma morir en la cruz es una muerte infamante, porque es la muerte reservada a los esclavos , y se decapitaba a los ciudadanos romanos. Por eso la muerte por la espada era más apreciada para la «dignitas» que la muerte por envenenamiento. Y por eso también la falta de sepultura que algunos suplicios llevaban aparejado era un castigo ultraterreno añadido
    En fin, que me gustaría saber si existe alguna idea sobre esto en el libro, o entra a saco sobre el suplicio.
    Y Cavi, eres un artista, porque hablar de este tema con tanta elegancia…

  10. richar dice:

    Cavilius, compañero. La próxima te la pago. Y digo literalmente, porque la verdad es que tus reseñas son para ser compradas y no para ir desparramándolas por cualquier blog que se te ponga a tiro…

    Una temática de lo más sugerente, aunque creo que no haré caso de la recomendación de Arauxo, porque te pueden mirar raro en la piscinita si te ven con el libro de marras mientras juegas con tus hijas menores de tres años.

    Pepe, también recuerdo vagamente la muerte que mencionas en la novela de Manfredi (Chimaira) pero creo que no era exactamente así; me parece que les metían con un perro en un saco y luego los sepultaban, pero no iban al agua patos, ¿puede ser?

    Por cierto, desconocía que los griegos también practicaran la crucifixión, ¿de qué iba en este caso?

    Un saludo y una genuflexión reverncial.

    Richar.

  11. cavilius dice:

    Gracias de nuevo, y ya vale, hombre. Que al final me lo creeré y entonces sí que la habremos hecho buena.

    Vale, si no te entiendo mal (que será lo más probable, según me dicen últimamente), preguntas si el libro trata del «más allá» de los griegos y los romanos, de qué significa morirse, de qué viene después. Pues no entra mucho en ese tema, no; algo se deja ver en algún momento, pero no lo aborda abiertamente. Menciona que los héroes homéricos no temían a los muertos (porque iban derechos al Hades y punto, no andaban luego incordiando a los vivos), en cambio los griegos de épocas posteriores y sobre todo los romanos, sí. Especial interés tenían ambas culturas en que los cuerpos recibieran sepultura pues tenían la idea de que éstos debían estar lo más próximos posible a las divinidades ctónicas, de la tierra, de modo que toda muerte que impidiera o dificultara tal contacto terreno (incluso durante el proceso del suplicio: morir ahorcado o en lo alto de una cruz, por ejemplo) era, en su aspecto simbólico, especialmente cruel. En cambio, las muertes por precipitación (arrojar al condenado por un precipicio o incluso al mar) en ese sentido eran más «benévolas», pues acercaban el cuerpo del condenado a esas divinidades de la tierra. De hecho, quedaban incrustados en ellas (lo siento, no he podido evitarlo; pero seguro que era el típico chiste que le contaba al reo el que le empujaba por el barranco). Por otro lado, la precipitación en su origen se concebía como una ordalía, es decir, como una prueba: si el condenado sobrevivía es que era inocente. Humor no les faltaba.

    Sobre ese tema hay mucha bibliografía, Vale, pero como es habitual, así de memoria no recuerdo más que un título, que vale por todos, eso sí (hablo de Grecia, claro; de Roma mi desconocimiento es de todos conocido): Psique, de Erwin Rohde. Bueno, el libro tiene sus 100 años y pico, pero no se nota nada. Y sobre el tema de que hablaba Arauxo en su comentario, sobre la conveniencia de abandonar los clichés históricos y culturales que existen sobre Grecia y Roma, recuerdo otro libro con el que disfruté mucho cuando lo leí, hará 15 años: Los griegos y lo irracional, de E.R. Dodds. Éste sólo tiene unos 50 años.

    El apotympanismos o «crucifixión griega» no era tal. Se destinaba a adúlteros y malhechores en general, era un castigo bastante difundido en Grecia y consistía en atar al reo a un madero con grilletes o garfios por las manos y el cuello, y dejarle morir en lenta agonía. Al parecer, se han encontrado restos arqueológicos de este tipo de maderos. Cantarella, y la crítica moderna, contradice así la interpretación tradicional que afirmaba que este castigo consistía en matar al reo a garrotazos (ya que tympanon significa «mazo», «garrote», pero de forma más genérica también se traduce como «madero» o «arquitrabe»).

    Saludos.

  12. Paco T dice:

    «El apotympanismos o “crucifixión griega” […] consistía en atar al reo a un madero con grilletes o garfios por las manos y el cuello, y dejarle morir en lenta agonía». O sea, que los griegos inventaron el «garrote vil», vaya… ¡Cuánto le debemos a los insignes helenos!
    Recuerdo haber leído en alguna parte (qué mal estamos de la cabeza…) que los romanos reservaban una pena especial para las vírgenes vestales que cometían fornicación, junto a sus animosos galanes, claro. Quizás sea la comentada poena cullei, por aquello de reunir varios elementos de crimen nefando: sacrilegio, crimen contra la República… pero vuelve a ilustrarme en este punto, por favor. En todo caso, supongo que se mencionará en el ensayo algún ejemplo concreto en época republicana o imperial.
    Y por añadir algo al lote de libracos antiguos: en «La rama dorada», de Frazer, también aparecen menciones al simbolismo en algunos suplicios antiguos, aunque ignoro si se basó en los estudios de Rohde, y desde luego son comentarios muy extensos, asociando la magia y la religión objetos de estudio comparado. De hecho, el libro se inicia con el extraño ritual de acceso al sacerdocio en el bosque que rodeaba el lago de Nemi, en Italia: para ser sacerdote y obtener el título de rey (en plena época republicana romana), el candidato debía asesinar al sacerdote anterior, y estaría a partir de ese momento en constante peligro de ser a su vez asesinado y destronado; podía tal vez lograr eludir durante un tiempo su funesto destino, pero las primeras canas no tardarían en sellar el mismo. El libro tiene más de cien años, pero es una maravilla.

  13. cavilius dice:

    Una auténtica maravilla, ya lo creo. Y libro de cabecera de la Antropología toda.

    Paco T, me está dando la impresión de que, como diría Uro, necesitas este libro. El castigo para las vestales (que eran -digo esto para quien lo ignore, o sea, para quien esté como yo estaba antes de saberlo, como diría Perogrullo- las sacerdotisas de la diosa Vesta, quienes entre otras cosas debían guardar voto de castidad durante 30 años) por quebrantar ese voto era el mismo que en general se reservaba a toda mujer romana adúltera, sólo que con una parafernalia ritual que le daba un aire más solemne. Las emparedaban vivas («vivisepultura») en una cámara subterránea acompañadas de un lecho, pan, agua, leche, aceite y una antorcha. En el libro se mencionan varios casos de vestales así ejecutadas: la vestal Pinaria fue el primer caso que se conoce, en tiempos del rey Tarquino Prisco; también Opia, Orbinia, Minucia, Sestilia, Emilia, Licinia y Marcia, todas ellas en época pre-imperial. Y durante el imperio, se nombra a Cornelia, Aurelia Severa, Clodia Laeta… Las fuentes empleadas por la autora son principalmente Tito Livio, pero también Dionisio de Halicarnaso, Macrobio, Suetonio, Plinio y otros.

    Saludos.

  14. Arauxo dice:

    Abundando en esto de la crucifixión, pero llevándola de nuevo al terreno de Roma, se me ocurren algunas preguntas, Cavilius, relacionadas, claro está, con la crucifixión más famosa: ¿Se detiene la autora a explicar los pormenores del suplicio? ¿Habla de la práctica de romper las rodillas al reo para aliviarle la agonía? ¿Conoce o menciona algún ejemplo -además del que todos conocemos- de flagelación previa? ¿Analiza alguna norma -escrita o consuetudinaria- sobre la práctica de la crucifixión, las sentencias, la casuística, etc?

  15. cavilius dice:

    Seré breve: no.

    Racanerías aparte, la verdad es que no habla con detenimiento de la crucifixión de Jesús, como ya dije, sino que se dedica a analizar el suplicio de manera general. Menciona, por ejemplo, algunos controvertidos experimentos que algún investigador hizo con cadáveres para intentar aclarar la cuestión de dónde se ponían los clavos; también menciona que la crucifixión, que no fue inventada por los romanos ya que ya se venía empleando con normalidad en latitudes más orientales, sí que fue un suplicio depurado y perfeccionado por ellos. Lo de las rodillas no lo recuerdo (no tengo el libro delante), aunque sé que lo he leído en alguna parte; y sí que habla de flagelaciones previas, pero no sólo en el caso de la cruz, sino como elemento «ornamental» habitual de cualquier suplicio. En cuanto a normas, no me suena que analizara ninguna, no.

    Resumiendo: que tú también necesitas este libro.

    Saludos.

  16. Arauxo dice:

    Pues va a ser que sí.

    Por cierto, amplío: el primer investigador que hizo los experimentos referidos con cadáveres fue Pierre Barbet, en los años 30 si no recuerdo mal. Hasta entonces, toda la imaginería cristiana había dispuesto los clavos en la palma de las manos de los crucificados. Barbet, interesado en la Síndone de Turín, demostró que eso era imposible porque las palmas acababan rasgándose y el cuerpo se desplomaba. Curiosamente y contra toda la tradición artística occidental, el lienzo de Turín… tenía razón: las muñecas -los huesos del carpo, para ser exactos- eran la única solución viable.

  17. Germánico dice:

    Yo también lo quiero…

    Hay un manual de Anatomía Artística, cuyo autor no recuerdo ahora mismo, que estudia con amplitud el efectio de la crucifixión en el cuerpo humano. No recuerdo autor ni editorial, pero con un poco de suerte, seguro que lo encontráis en internet.

    Saludos.

  18. Ascanio dice:

    Qué bonitas lecturas de cabecera para el demonio…

  19. Arauxo dice:

    Pues anda que con esos datos, jomío… Como no hay más que uno…

  20. cavilius dice:

    Creo que en mi libro (porque aquí hemos venido a hablar de mi libro) menciona en las notas a pie de página algún estudio de esos. Ya miraré, ya…

  21. Arauxo dice:

    Yo conzoco un libro que no sé de quién era, ni cómo se llamaba ni en que editorial lo publicaron que estaba estupendamente. No recuerdo bien de qué iba, pero me pareció uno de los mejores libros que he leído en mi vida. Os lo recomiendo.

  22. Ascanio dice:

    Pues en el VIPS (porque aquí hemos venido a hablar del VIPS) también había un libraco enorme de Anatomía. Pero aparte de cabezas con ojos salientes, vísceras chorreantes y brazos sanguinolentos no vi nada de crucifixiones. Estaba al lado del libro espeluznante de los dibujitos egipcios de Napoleón.
    Pero viendo lo que he descubierto en este hilo sobre vuestras preferencias lectoras, igual os gusta y todo.

  23. cavilius dice:

    Arauxo, ese libro ya lo he leído y no es tan bueno como dices. Exagerado.

    (¿Vísceras chorreantes? ¿Cómo he podido no verlo?)

  24. La verdad es que este libro – el de los suplicios capitales, no el arcano que menciona Arauxo – es tan completo que ofrece incluso momentos para la sonrisa. Veréis: cuando habla de la cicuta – convertida en «veneno de Estado» en el Ática – y del chupito que se metió entre pecho y espalda el bueno de Sócrates, menciona que los griegos consideraban que, como la cicuta actuaba bajando la temperatura corporal, sus efectos podían ser contrarrestados por el vino, que actúa subiéndola (la temperatura, se entiende); de tal modo que, si te echabas un trago de cicuta, no había problema: unos buenos pelotazos de «Don Simón» sin aguar y a seguir funcionando.

  25. Arauxo dice:

    Joé… ¿tan antiguo es Don Simón?

  26. Ascanio dice:

    Simón Pedro, claro.

  27. Paco T dice:

    Suerte que no conocían todavía el arsénico… ¿o sí lo conocían?

  28. Paco T dice:

    Me contesto a mí mismo leyendo en wikipedia lo siguiente:
    «El arsénico (del griego άρσενιχόν, oropimente) se conoce desde tiempos remotos lo mismo que algunos de sus compuestos, especialmente los sulfuros. Dioscórides y Plinio conocían las propiedades del oropimente y el rejalgar y Celso Aureliano, Galeno e Isidoro Largus sabían de sus efectos irritantes, tóxicos, corrosivos y parasiticidas y observaron sus virtudes contra las toses pertinaces, afecciones de la voz y las disneas. Los médicos árabes usaron también los compuestos de arsénico en fumigaciones, píldoras y pociones además de en aplicaciones externas. Durante la Edad Media los compuestos arsenicales cayeron en el olvido quedando relegados a los curanderos que los prescribían contra la escrófula y el hidrocele.»
    http://es.wikipedia.org/wiki/Ars%C3%A9nico#Historia
    No hay nada como el intenné pa enterarse de cosas raras…

  29. cavilius dice:

    Vaya, pues me lo has quitado de la punta de la (wiki)lengua…

    Si no recuerdo mal, en el libro se dice que la planta de la que se obtenía la cicuta era muy escasa en Atenas, y por eso había que cobrársela a quien quisiera morir con ella. 12 dracmas. Teniendo en cuenta que un salario normal podía ser perfectamente de un par de óbolos o tres al día, y que una dracma son 6 óbolos, resulta que para disfrutar de la «muerte dulce» tenías que gastarte el salario de un mes.

    Saludos.

  30. Aquiles dice:

    Cavilius, si te interesa mucho el tema, hay un libro que se titula «Du châtiment dans la cité. Supplices corporels et peine de mort dans le monde antique»; son las Actas de una mesa redonda organizada en 1982 por la Escuela Francesa de Roma. En ella intervino la propia Eva Cantarella con una ponencia centrada en los relatos homéricos.

  31. cavilius dice:

    Pues sí que me interesa el tema, Aquiles, de hecho hace poco vi un libro de segunda mano, «Historia de la tortura», no recuerdo de qué autor, y estuve a puntísimo de comprarlo. Lo que pasa es que el que tú dices parece estar en franchute, y mi francés es más bien de andar por casa. Vamos, que es mi mujer la que sabe, yo ni papa. Tardaría en leerlo varias décadas. Pero se agradece.

    Saludos.

  32. Arauxo dice:

    Historia de la tortura… mmmmmmm… qué bonito. Y ofrecerá todo tipo de detalles ¿No, Cavilius? Por eso me aficioné a la Historia, para enterarme de todo con pelos y señales. Es que yo soy un romántico…

  33. Paco T dice:

    Mmmm… Arauxo romántico… A que nos vuelve una especie de reencarnación del marqués de Sade…

  34. Germánico dice:

    ¿Es el de Alianza Editorial, Cavilius? No está mal. Ya te dejaré la referencia completa, si te interesa.

  35. cavilius dice:

    No era Alianza, pero igual Alianza lo ha reeditado, porque era una edición antigua, en tapa dura y tamaño semibolsillo. He vuelto a ir a la librería y ya no lo tenían. Pásame la referencia, a lo mejor, a lo mejor viendo el nombre del autor hago memoria. Gracias.

    Saludos.

  36. Germánico dice:

    Este fin de semana te lo miro.

  37. cavilius dice:

    (Y pasó el fin de semana, y el otro, y el otro… y cavilius languideció de pena y se murió, chim pón).

  38. Valeria dice:

    Pero ya se encontraba con Caronte en el reino de las sombras cuando alguien dijo: ¡Un viaje a Grecia! . Y tanto se revolvió entre las aguas oscuras del inframundo el alma de Cavilius, pensando que se iba a perder la excursión, que al propio Hades le dió penita y lo dejó volver. Y por aquí anda de nuevo.

  39. Germánico dice:

    Joé, perdona. Lo olvidé por completo. Estooooooooooo… este fin de semana te lo miro.

    Saludos.

  40. cavilius dice:

    Si hoy es lunes…

    Estos romanos…

  41. Germánico dice:

    Es que tengo Nundinae el miércoles, y claro, entre la ida y la vuelta, pues como que vuelvo el viernes.

  42. cavilius dice:

    No te apures, Germánico. Si dices que está en Alianza, creo que podré localizarlo fácilmente.

    Y gracias, Valeria, por resucitarme, que estaba muy oscuro por ahí abajo…

  43. Germánico dice:

    «La tortura» de Edward Peters. Lo leí hace ya unos cuantos años, pero recuerdo que me había gustado.

    San Google Bendito…

  44. cavilius dice:

    Hombre, gracias.

    http://www.sangoogle.com

    Pues sí que va bien el santo éste, sí.

  45. Valeria dice:

    Pues sí que va bien, sí. Si tecleas Cavilius en el sangoogle ese, lo primero que te sale es: «La guarida de Cavilius». Pero no dice nada de si el tal Cavilius era santo, , o por qué te va a librar de no se qué apuros. Y si yo no fuera quien soy, eso de la guarida de Cavilis me sonaría a monstruo mitológico. Imaginad, una criatura colosal que te exige que le respondas cuáles eran todas las piezas de la panoplia de un hoplita (o la altura de los capiteles jónicos según Vitrubio, un suponer), y si no te lo sabes te convierte en forraje de bantha.

  46. cavilius dice:

    Muchos desdichados han corrido ya esa suerte…

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