LOS REYES DEL RÍO. UNA NUEVA HISTORIA DE LOS VIKINGOS DESDE ESCANDINAVIA A LAS RUTAS DE LA SEDA – Cat Jarman

“Una nación oscura, una nación sin importancia, una nación de esclavos, desconocida, pero que se ha ganado un nombre desde la expedición contra nosotros; insignificante, pero ahora famosa; humilde e indigente, pero ahora elevada a alturas espléndidas y a una riqueza inmensa; una nación que se halla en algún lugar lejos de nuestro país, bárbara, nómada, armada con arrogancia, sin vigilancia, sin respuesta, sin líder…”.
Focio, patriarca de Constantinopla; segunda mitad del siglo IX.

Han aparecido los restos de un hombre y un niño en la localidad de Repton, Gran Bretaña. La villa actualmente no alcanza los 3.000 habitantes y en el momento del hallazgo, hace 40 años, probablemente son muchos menos. Los huesos muestran señales de violencia por arma blanca, y junto a ellos hay una espada; todo apunta a que la muerte fue violenta. No hay escándalo, no hay sospechosos ni interrogatorios, no se abre investigación alguna, puesto que los esqueletos se hallan en una tumba del siglo IX y por tanto el crimen, si lo hubo, ya ha prescrito. No hay nada extraordinario, nada especial, nada que se salga de los parámetros habituales de los hallazgos de tumbas milenarias. Pasadas unas décadas las técnicas de datación evolucionan y los expertos anuncian que el niño era hijo del adulto. Esos expertos son arqueólogos, pero no unos arqueólogos cualesquiera: son bioarqueólogos. Como Cat Jarman. Pero Jarman sí se fija en algo que le resulta extraño. Una cuenta de collar. Tallada a mano, desde luego. Y hecha de un material curioso, un mineral llamado cornalina, que no existe en Gran Bretaña. Un mineral cuyo origen hay que buscarlo en la remota Asia.

Sí, este libro es una investigación casi detectivesca que hay que seguir paso a paso; pero también es un recorrido, un viaje. Y antes de que se me olvide decirlo, se trata de un viaje apasionante. Por eso esta es una de esas reseñas que da pena escribir, porque como reseña que es, hay que contar cosas del libro, y sin embargo lo ideal es dejarse llevar por él ignorando por dónde nos llevarán sus páginas. Lástima que el subtítulo ya revele algo (poco, pero algo) de la aventura que nos aguarda: “Una nueva historia de los vikingos desde Escandinavia a las Rutas de la Seda”. Este término se refiere a los caminos comerciales que durante siglos atravesaron vastísimos territorios asiáticos y conectaron Occidente con el lejano Oriente, con la China de Marco Polo y la de después. Y también la de antes. Las rutas de la seda constituyeron durante siglos “el sistema nervioso central del mundo”, según palabras del barón Ferdinand von Richthofen, que acuñó el término a finales del siglo XIX (aunque hay quien pone en duda esa autoría). Esas rutas al parecer fueron conocidas por los habitantes de las tierras norteñas occidentales de lo que ahora es Europa, unas gentes a las que solemos llamar vikingos.

Los reyes del río de Cat Jarman es muchas cosas, pero ante todo es una obra arqueológica. En ella se palpa y se huele la tierra mojada de los yacimientos, pero también se siente el frío aséptico de los laboratorios. Porque la autora es, como he dicho, bioarqueóloga; eso quiere decir que para construir sus hipótesis y sacar sus conclusiones, en especial en cuestiones de datación cronológica, utiliza técnicas como contar los anillos de los árboles (dicho así suena muy tosco, pero si lo llamamos dendrocronología ya es otra cosa), echar un ojo al esmalte de los dientes de las calaveras (odontoarqueología) o analizar los restos óseos que aparecen en las tumbas (osteoarqueología). Jarman se desenvuelve igual de bien entre esqueletos de más de mil años de antigüedad, que entre estudios de isótopos, detecciones de estroncio, análisis de ADN o dataciones de radio carbono. Todo esto pesa en el libro, pero no abruma; al contrario, es de lo más llevadero e ilustrativo, porque no se trata de información proporcionada a discreción sino que siempre está enfocada a un objetivo. Jarman dedica todo su empeño y conocimiento a averiguar cómo es posible que una minúscula cuenta de collar de cornalina aparezca en una tumba de Repton, Gran Bretaña, cuando su origen se halla a miles de kilómetros al sudeste. ¿Ya existía la globalización en la Alta Edad Media? Pues parece que algo de eso sí había.

La disciplina de la Historia de vez en cuando nos depara afirmaciones un tanto inconsistentes. Decir, por ejemplo, que la historia de América comienza con Colón sería, como poco, etnocentrista, y como mucho, absurdo y hasta ofensivo. En cambio, no parece serlo afirmar que la era de los vikingos se inicia con el ataque que realizaron a Lindisfarne, en Gran Bretaña. El mundo vikingo sin duda ya existía desde mucho antes y, desde luego, no se reducía a hordas de guerreros con ansias de botín. Quizá ese modo de “inaugurar” a los vikingos para el mundo occidental, con una acción (y las que siguieron) agresiva e invasiva, ha condicionado la imagen que tenemos de ellos, o como mínimo no ha ayudado a imaginárnoslos de otro modo que con un hacha en la mano y yendo de saqueo en saqueo. Jarman, en su papel de arqueóloga y detective, no pretende (al menos no de manera explícita) desmentir el hecho innegable de la beligerancia de los vikingos; de hecho, durante buena parte del libro se pregunta por la presencia en tierras inglesas del “Gran Ejército” (una especie de McGuffin durante muchos capítulos). Pero sí busca añadir una nueva perspectiva, una nueva dimensión a la imagen de un pueblo del que, en realidad, sabemos bastante poco (por cierto: para tratar de paliar esa ignorancia es altamente recomendable el libro de Neil Price Vikingos). Uno de los principales méritos del trabajo de Jarman es mostrar que los vikingos fueron no solo un pueblo destructor y guerrero, sino que también se interrelacionaba con otras gentes y culturas de latitudes más meridionales, con las que comerciaba y mantenía contactos más o menos estables. Esa conexión entre los “norteños” y los “sureños” no le será novedosa a quien conozca a Ibn Fadlan, viajero árabe del siglo X que convivió con los vikingos durante un tiempo y dejó testimonio de ello en una crónica, que Jarman también menciona en su libro. Crónica la cual, por cierto, fue utilizada por el escritor Michael Crichton como base para su novela Devoradores de cadáveres, la cual posteriormente John McTiernan convirtió en película con el título de El guerrero número trece.

Esa nueva dimensión que ofrece Los reyes del río, en la que los vikingos aparecen integrados en un entramado de relaciones entre pueblos y culturas, es la que hace más comprensibles ciertos descubrimientos arqueológicos. Deja de ser tan chocante que en la Inglaterra del siglo IX aparezcan, relacionadas con los hallazgos vikingos, monedas fabricadas en el mundo islámico, dírhams. O que toda Rusia esté llena de estas monedas, y que el segundo país europeo con más dírhams medievales sea Suecia. O la aparición en una tumba de la pequeña ciudad de Birka, en Suecia, de un anillo fabricado hacia el año 850 con la inscripción “Por Alá”. O que fuera de Escandinavia se hayan encontrado más artefactos de origen escandinavo en Oriente que en Occidente. O que en una excavación a 75 kilómetros de Kiev, Ucrania, aparezca una cuenta de cornalina idéntica a la hallada en Repton, Gran Bretaña.

¿Acaso los vikingos estuvieron presentes no solo en lugares costeros como Inglaterra, la cornisa atlántica y la cuenca mediterránea (esto es indiscutible), sino también en el interior, en Ucrania, junto al mar Negro? ¿Y tal vez llegaron más allá? ¿Es posible que se plantaran en Constantinopla, la Constantinopla del siglo IX, uno de los centros del mundo de aquel tiempo? Pues parece que sí lo hicieron: numerosos descubrimientos arqueológicos dan prueba de la presencia vikinga en Miklagard, la “Gran Ciudad”; por ejemplo, grafitis de drakkares (barcos vikingos) en la mismísima catedral de Santa Sofía. Afirma Jarman que las relaciones fueron amistosas en sus inicios, aunque pronto se tornaron peligrosas para los constantinopolitanos. Según el Google Maps, Estambul está a 2.000 kilómetros de la punta más meridional de Escandinavia, en línea recta. Quizá no parezca una distancia exageradamente grande, pero tengamos en cuenta que son dos millares de kilómetros por tierra, no por mar. Y los vikingos eran un pueblo eminentemente navegante. Así que mejor no hablemos de Bagdad o la India… ¿Y entonces cómo se movieron los vikingos tierra adentro? ¿A caballo, en caravanas de carros tal vez? Pues no hay más que pensar un poco en los grafitis de Santa Sofía o echar un ojo al título del libro, para resolver el misterio. Y quien sepa de qué modo atacaron la ciudad de París, situada a 140 kilómetros de la costa, también hallará la respuesta.

En efecto, las Rutas de la Seda que recorrieron los vikingos iban desde Escandinavia hasta el mar Negro y más allá, y las vías que utilizaron fueron fluviales, navegando ríos como el Dnieper o el Volga. Cat Jarman también pone sobre la mesa (sobre el papel, mejor dicho), aunque no va mucho más allá, la tradicional idea de que los vikingos daneses y noruegos enfocaron sus desplazamientos hacia Occidente, y los suecos hacia Oriente. Y sucede que, tanto en los testimonios de Oriente como en los escritos árabes, los “norteños” ya no son conocidos como vikingos y se han metamorfoseado a la perfección en un grupo con una nueva identidad: los Rus. ¿Eran realmente vikingos estos Rus? La autora observa la cuestión a vista de pájaro, y menciona que la habitual separación entre los “vikingos orientales” y los “vikingos occidentales”, comienza a verse desmontada a la luz de los nuevos descubrimientos arqueológicos. En cualquier caso, y en lo que a los viajes hacia el este se refiere, no deja Jarman de hacer referencia, y mucha, a este pueblo que habitaba buena parte de la actual Rusia, y que fueron protagonistas de los contactos pacíficos (comerciales) y no tan pacíficos con el oriente. Dice por ejemplo la bioarqueóloga que los Rus, como cualquier otra cultura de la época, eran muy aficionados a la compraventa de esclavos, los cuales pertenecían en su mayoría a los pueblos eslavos que habitaban en la Europa nororiental. Jarman aprovecha para recordar que la etimología del término “esclavo” deriva de esta etnia.

Vale la pena mencionar también, y son ya un buen puñado de razones por las que conviene echar un ojo a Los reyes del río, que la autora ocupa un destacado papel como restauradora de la importancia de la mujer en la sociedad vikinga. Es evidente, por lo que se deduce de los análisis de los restos arqueológicos y casi también por sentido común, que en los campamentos vikingos había mujeres. Esto choca frontalmente con la tradicional y cada vez más trasnochada idea de que las mujeres no formaban parte de las incursiones. Ahora bien: ¿cuál era su función? ¿Tomaban las armas? A este respecto, Jarman se entretiene en relatar el hallazgo de una tumba del siglo X en Birka, Suecia, en la que aparecieron objetos de guerra junto a los restos óseos de una mujer. También describe el caso de la despiadada y poderosa Olga de Kiev, quien ocupó el trono de su marido asesinado Igor y se vengó con crueldad del pueblo que cometió el crimen. Las mujeres, afirma Jarman, eran una parte muy activa de la sociedad vikinga.

En fin: habiéndose dicho poco en esta reseña acerca del libro, ya se ha dicho demasiado. No hay como sumergirse en sus páginas guiados por el desconocimiento y la curiosidad, y sentir cómo aquel se diluye y esta queda satisfecha. Los reyes del río es una lectura interesantísima, amena y nada complicada, pese a lo que pueda parecer por el estroncio, los isótopos y los cromosomas del ADN. Todo lo contrario: la investigación de Cat Jarman mantiene en vilo al lector como si fuera una novela de detectives, el recorrido por toda Europa lo entretiene como si de un libro de viajes se tratara, y el aprendizaje lo ilustra como el mejor de los ensayos históricos, abriendo una nueva dimensión en la manera de entender el mundo vikingo. ¿Qué más se puede pedir?

 

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Cat Jarman, Los reyes del río. Una nueva historia de los vikingos desde Escandinavia a las Rutas de la Seda. Barcelona, Ático de los Libros, 2022, 334 páginas.

     

12 comentarios en “LOS REYES DEL RÍO. UNA NUEVA HISTORIA DE LOS VIKINGOS DESDE ESCANDINAVIA A LAS RUTAS DE LA SEDA – Cat Jarman

  1. Vorimir dice:

    Con todo el cansinismo de series y películas (y videojuegos) sobre vikingos que llevamos siempre es bueno que haya libros de investigación que pongan todo en contexto. Buena reseña, Cavilius.

  2. cavilius dice:

    Gracias. Por añadir un dato sobre el asunto de la cuenta de cornalina hallada en Gran Bretaña en una época tan temprana como el siglo IX, lo cierto es que adornos hechos con ese mineral abundan en el Egipto milenario, y también se han encontrado en yacimientos de Creta y en Micenas.

    La globalización es lo que tiene.

  3. Sombra dice:

    La bioarqueologia podría acabar reescribiendo la historia. Nos esperan apasionantes descubrimientos a la vista en los próximos años.
    Gracias por esta estupenda reseña. Este es uno de los libros que caerán, sin duda, antes de que termine el año.

  4. cavilius dice:

    Sí, la aplicación de la biología, la química y otras disciplinas de laboratorio al estudio de los restos arqueológicos, óseos o no, es como una ventana abierta que deja entrar nueva luz al cuarto oscuro que es la investigación histórica. Una oscuridad en la que cada vez hay menos sombras, aunque aún quedan muchísimas.

  5. Farsalia dice:

    Pinta muy bien este libro. Ayer tentado de llevarme la apetecible edición de bolsillo en inglés en la Casa del Libro (apenas 13€), pero me contuve; por no mucho tiempo me temo…

  6. Urogallo dice:

    Este lo leí no hace tanto y me entretuvo, por lo menos tenía la humildad de tocar solo temas que podían aportar algo nuevo y no repetirnos los tópicos habituales.

  7. cavilius dice:

    Tópicos ni uno, desde luego. Aporta una visión nueva y diferente (y contrastada por la arqueología) del mundo vikingo.

  8. Garnata dice:

    Muy interesante todo lo que cuentas. Una buena combinación de ingredientes. Habrá que leerlo.

  9. cavilius dice:

    Es un libro que vale la pena.

    1. Iñigo dice:

      Creo recordar que leíste el año pasado Vikingos de Neil Price al que le otorgamos el premio a mejor ensayo… En comparación, ¿Qué te ha llamado la atención de uno y otro o que puedes comentarme al respecto? Porque el que se reseña aquí no lo he leído y me está entrando el gusanillo.

  10. cavilius dice:

    Son dos libros absolutamente complementarios. En el de la Jarman no encontrarás, o solo de modo accesorio, noticias sobre el modo de vida de los vikingos, religión, estructuras sociales, etc., aspectos estos que son el punto fuerte del libro de Price. Parafraseando un comentario de farsalia en la reseña correspondiente, si Price muestra a los vikingos desde dentro, Jarman lo hace desde fuera, pero no desde la estereotipada y tradicional óptica de los clichés aplicados a los vikingos (pueblo agresor, guerrero y despiadado), sino desde un nuevo enfoque. Un enfoque que no se saca de la manga, sino que lo sustenta en los datos que la arqueología, la nueva arqueología, saca a la luz. Si acaso, podría establecerse el nexo de unión entre Jarman y Price en que sus respectivos trabajos se apoyan, como por otra parte es lógico que suceda, en lo que es su profesión común: la arqueología.

    Por decirlo de otra manera: Jarman viene a afirmar que la visión que en general tenemos del pueblo descrito tan a fondo por Price en su libro, una visión (la cual Price no refuerza en absoluto, por cierto) que define al vikingo como un guerrero depredador, amoral y salvaje, es muy parcial ya que la realidad era bastante más compleja que todo eso.

    1. Iñigo dice:

      Perfecto. Tomo buena nota. Muchas gracias.

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