LOS NÁUFRAGOS DE LA GLORIA II – Fernando Aquilué

Si en mi anterior reseña sobre el volumen precedente de Los náufragos de la gloria mostré cierta duda sobre la conveniencia de publicar en tomos una obra que no parecía pensada para ello, no ya por el hecho de quedar interrumpidos de forma brusca muchos hilos narrativos a resolver, sino porque creía ─de forma harto errónea como he podido constatar a posteriori─ que la editorial, por su dimensión, tardaría en dar a la luz una segunda parte que se preveía de, al menos, semejante tamaño a la inicial, he de desdecirme, y con agrado, puesto que solo han pasado unos cuatro meses entre febrero de 2022, fecha de la publicación del primer volumen, y junio del mismo año, mes en el que hemos podido conocer el desenlace y acabamiento, entre la urdimbre de la Historia, de todas las historias vitales, tanto de partiquinos como de personajes principales o figurantes históricos de la narración. Y bien que lo agradezco yo, pues llevo muy mal la dilación cuando algo me interesa. Todavía recuerdo con desagrado, y cito el hecho a mero título de ejemplo, los plazos anuales en los que la editorial Minotauro vino publicando las distintas partes de El señor de los anillos, allá por los fines de la década de los setenta.

Dejamos la acción del primer tomo con la resolución del conflicto del trapacero de Taberner y su esposa María en el marco del final del primer asedio y la retirada, tras el anuncio de la derrota de Bailén, de las tropas de Lefèbvre-Desnoëttes. En esta segunda y última entrega ─más gruesa incluso que aquella primera─ asistimos al desarrollo de las venturas y desventuras vitales de los protagonistas, quienes, a su vez, nos muestran, a través de sus propios ojos y de los de otros habitantes de las páginas de la novela, pero sin que en ningún caso se conviertan en materia central de lo narrado, los sucesos históricos del interludio, del segundo sitio y de la posterior ocupación de la ciudad del viento. De hecho, el libro se abre con un capítulo, Inmolación, en el que la ahora denominada Pañería de la Virgen del Pilar, deviene, tras la desastrada muerte de su propietario galo, Jean Sant-Martin, en centro y nudo de los amores de Pascual y María, mientras el edificio pasa de centro de comercio al por mayor de la intendencia fernandina, a hospital de heridos y, posteriormente, a baluarte de resistencia en la barrera del Coso.

Mientras tanto, el comandante de ingenieros, Jean-Paul Bajou, tras ocuparse de las fortificaciones de Vitoria a la espera de la llegada de Napoleón, se incorpora a la División Gazán, en el Quinto Cuerpo de Ejército del general Mortier. Su viaje desde Mallén a Zaragoza nos permite conocer los horrores de la ocupación, mientras que sus conversaciones con Lacoste y el capitán Lepot, en tanto que se hace cargo de las labores de zapa contra el barrio del Arrabal y el Puente dePiedra, nos trasladarán diversas opiniones francesas sobre la guerra, el asedio y la sociedad española. En cualquier modo, la poliédrica atmósfera que cayó sobre la capital en esos momentos, está perfectamente descrita a lo largo de sus páginas y es verdadero trasunto de las distintas tormentas emocionales que anegan, por momentos, a los protagonistas. No me resisto a poner un ejemplo de ello, por lo completiva que resulta la descripción que el autor hace de las circunstancias del segundo asedio entre los defensores:

«El capitán [el capitán Galiana que comanda la fuerza que defiende el Coso desde la pañería], hombre experimentado, sabía que había llegado el momento en que la carcoma de la derrota había roído lo suficiente el ánimo de sus hombres para que el miedo al enemigo empezara a pesar más que al de parecer cobarde. Hasta entonces aquel delicado equilibrio se había mantenido a base de fe en la indudable ayuda divina –era imposible que Dios estuviera de parte de los servidores del impío, sacrílego y tirano Napoleón en vez de los curas y frailes que luchaban junto a ellos–, de las promesas de inminente llegada de refuerzos y de la constatación del enorme esfuerzo y lentitud con que los sitiadores avanzaban. Y por si todas esas razones no hubieran bastado para contener el desaliento, los cuerpos de los cobardes colgando al final de una cuerda, tanto en el Coso como en el mercado, terminaban por reequilibrar la balanza» (pág. 225).

La toma del Arrabal con el axial puente y el arriado de la bandera roja de combate que venía ondeando sobre la Torre Nueva, constituyen el pórtico del segundo de los capítulos, Saragosse, en el que en una ciudad bajo administración directa del Imperio ─las cuentas de Aragón se rendían directamente a Napoleón y no al rey José─, se traban y destraban nuevas relaciones de amor y desamor entre los principales protagonistas con centro en una pañería cuyo edificio, devenido ahora en verdadero espigón en un mar de ruinas, ha de alojar, con sus oficiales, al muy cortés y mundano comandante de ingenieros Jean-Paul Bajou. Así, esas difíciles y complejas relaciones interpersonales se desarrollan bajo la sombra de las políticas de Junot y de, sobre todo, Suchet. Pero no todo se centra en los personajes conocidos. El abanico de secundarios de relevancia es importante, y, para mi gusto, destaca con mucho la construcción de Mariano Domínguez, antiguo intendente fernandino y ahora, convencido colaboracionista, comisario general de policía y corregidor; un hombre práctico y muy avisado, -«hay que prevenir sobre todo lo imprevisible», es su lema-, pero también muñidor en sus negocios particulares, pero claro de intenciones y directo en sus conversaciones con el bordelés, con quien, como director de fortificaciones,  debe relacionarse para organizar la demolición de ruinas, la reparación de inmuebles y la limpieza que exige el saneamiento de la ciudad. Sin embargo, un tedeum, una fiesta, una polonesa, un asedio amoroso y una carta desencadenan el desencuentro que da paso a una nueva etapa en la vida de María, Jean-Paul y Pascual.

Bandidos y soldados es el capítulo en el que se coserá el desenlace. El huido Pascual se convierte en brigand o guerrillero, según se mire por unos u otros. Lleno de odio y arrebatado por su tan encarnada ira se unirá a una de las partidas del navarro Espoz y Mina. Eso nos permitirá conocer a nuevos personajes (Pepe Tris el Malcarau, el leal y confidente Cabrero, el cura constitucionalista Cagasayas, Chapalangurra y otros tantos como el propio Mina), pero también las propias andanzas bélicas del denominado «Corso Terrestre de Navarra y Guerrillas de Mina» por las tierras de Cinco Villas y del Somontano pirenaico. Entre tanto, Bajou devana su firme pero socialmente arriesgado amor por la Couturière ─liberada esta por erradas noticias─, mientras Domínguez sigue hilando sus artes políticas en la ciudad ocupada y la alta sociedad zaragozana bulle de fiestas y maledicencia. Solo será, después de cuatro años, cuando, en el marco de la evacuación gala, al llegar el convoy del, entonces ya major Jean-Paul Bajou a Alcubierre, se resuelva de forma no simple todo el tejido tramado. Por el camino quedan muchas cuestiones y personajes: el tedeum de Lannes y su política, el manto de la Virgen bordado por María a encargo de los galos, los turbios negocios a cuartas del mayordomo del gobernador general, del comisario, del director de fortificaciones y de la mercera Nougués, o las marchas, contramarchas, emboscadas y huidas de brigands o imperiales…

Un breve Epílogo nos da noticia, al modo más clásico, del futuro de los tres personajes principales, cuyas vidas, verdaderos pecios en el mar de la gloria, el autor cierra y completa, aunque yo echo de menos, de entre ellos, el devenir personal del comisario Mariano Domínguez, quizá porque, aún no formando parte de la trama principal, su carácter y su actitud vital me concitaron la atención sobremanera. A título de ejemplo no puedo resistirme a citar la autojustificación que formula, cuando todo parece perdido, ante su compinche y, al final, amigo Jean-Paul:

«Sé que se dice de mí por ahí -volvió a mirar a Jean-Paul- que soy un traidor, un desleal. Pero todos los magistrados de esta ciudad juramos, uno por uno en el templo del Pilar, fidelidad y obediencia al rey don José Napoleón I. Nunca sabremos qué hubiera pasado si alguien se hubiese negado a prestar el juramento porque ninguno lo hicimos. Así que soy tan traidor como cualquiera de ellos. No he hecho otra cosa que cumplir con mi obligación como comisario. Muchos de los que ahora murmuran contra mí se han beneficiado del orden público que ha reinado durante estos años, cosa que ha sido el único objeto que he perseguido» (pág. 523).

Reconozco que la sinopsis anterior me ha quedado un tanto extensa, si bien he pretendido –espero haberlo logrado– no revelar casi nada de tramas, subtramas y contextualizaciones. Solo he de decir que los caracteres que discurren por las páginas de esta novela no son, en cuanto a los principales actores, ni acartonados, ni monolíticos. Y salvo Bajou, más decidido y claro en sus determinaciones no amorosas, todos están llenos de dudas, de indecisiones y de contrastes emocionales. De otra parte, también la armatura histórica y topográfica me ha parecido, en lo que yo puedo saber, bien construida. Si acaso, la obra de Fernando Aquilué peca de cierto clasicismo en la forma, lo que no es un óbice para mí, aunque pueda serlo para muchos lectores actuales. Este mérito, o pecado, bien puede verse a las claras tanto en las introducciones de cada capítulo, pues el autor sitúa con ellas la acción en el marco histórico particular y el general, como en la, aunque convenga por su utilidad,  decimonónica coda final.

En definitiva, y como apostilla final, me reafirmaré –ahora con más peso, razón y conocimiento de causa– en aquello que ya dije respecto del primer volumen: «la obra resulta una novela densa, profusa y bien trabada, que he leído con gusto», tanto por la propia materia sobre la que versa, como por el estilo elegido por el autor. Quizá podría haberse podado la obra literaria de sucesos históricos y personales para hacerla más llevadera. Sí, sin duda, pero todos los hechos narrados contribuyen a explicar o construir, y se disfrutan si el lector no tiene prisa por conocer la resolución ni es un adicto a la mera literatura de ocio y entretenimiento. Esta literatura merece también, desde luego, todos los respetos, pero no es ese el campo en el que Los náufragos de la gloria, ni mi gusto personal, navegan.

Y cerraré, por último ─y esta vez será verdad─, con la reflexión final del autor

«…millones de soldados murieron gloriosamente por el honor de sus naciones y sus soberanos. Y con ellos, centenares de miles de civiles corrieron la misma suerte sin contar con quienes, arruinadas irreversiblemente sus vidas, se agarraron como náufragos a la deriva a cualquier cosa que flotara en medio de aquel mar plagado de cadáveres inmortales; el mar de la gloria.

¿Le fue suficiente a las naciones tanto sacrificio, tantas matanzas, tantas ruinas?

No. Solo fue el principio» (pág. 588).

Fernando Aquilué se refiere, claro está, a la dialéctica entre Revolución Francesa y Reacción como pórtico de los enfrentamientos del siglo XIX y parte del XX, pero… ¡qué actual, cercano y amenazador nos resulta todo esto ahora a nosotros quienes nos creíamos a salvo de tales locuras!

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Fernando Aquilué, Los náufragos de la gloria II. Madrid, Editorial Maluma, 2022, 588 páginas.

     

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