LOS MITOS CLÁSICOS – William Hansen

LOS MITOS CLÁSICOS - William Hansen“Ea pues, indaguemos ahora qué condición divina o qué origen tuvo ese Júpiter al que los antiguos llamaron padre de los hombres y rey de los dioses”.
Natalis Comitis: Mythologiae sive explicationum fabularum libri decem. Libro Segundo, cap. I (año 1551). (Traducido y publicado como Natale Conti, Mitología. Universidad de Murcia, 2006).

Era un tiempo en el que aún no existía el tiempo, en un lugar en el que aún no existía el espacio. No había dimensiones ni había distancias. No había principio ni final. No había vida ni había muerte; no había nada. Nada que ver, nada que oír, nada que tocar, y nadie para ver, oír ni tocar. Sólo existía una pura, completa y absoluta ausencia. Sólo vacío, negación, ocultamiento. Nada era nada porque no había nada que pudiera ser nada ni nada que se pudiera ser. Sólo la nada era; en sí misma, tal cual, la nada era. Una nada abismal, un vacío primordial, una ausencia esencial. Ante la nada ninguna otra cosa podía haber más que la nada misma. Por eso de la nada tuvo que originarse todo.

Nada había en la nada; no había premisas que cumplir, no había límites que respetar, no había preceptos, jerarquías, estructuras; la nada era el caos, caos en estado puro, caos por sí mismo, sin sentido, sin intención, sin finalidad. Al no haber nada en la nada, al ser la nada el caos, del caos cualquier cosa podía seguirse; como no había premisas que cumplir, como no había límites que respetar, como en la nada no había nada que hubiera de ser respetado, que debiera prevalecer o a partir de lo cual tuviera que inferirse algo, entonces tomando la nada como origen, todo era posible. Y eso es precisamente lo que sucedió: la nada dio origen a todo. Y como la nada era el caos, el todo que siguió a la nada fue el orden, pues de no haber habido orden habría seguido habiendo caos, es decir, nada.

Así se pasó de la nada al todo, del caos al orden, del vacío al universo. Un universo ordenado, un universo que lo era todo, pues la nada ya no era. Un universo que era, en esencia, orden. Y el orden primordial fue que hubiera tres partes en él: Cielo, Tierra y Tártaro. Y que hubiera tanta distancia del Cielo a la Tierra como de la Tierra al Tártaro. Y así, una vez extinguido para siempre el caos, una vez surgido de la nada el universo, el proceso de generación fue imparable. El día, la noche, el amor, la oscuridad, el éter, las montañas, el océano… Todo se llenó, todo se colmó, todo quedó establecido, fijado, nombrado. La Tierra fue génesis de todo lo que llenó el universo, de todo lo que ocupó un lugar en él; y de la Tierra nació también el Tiempo. Y de la Tierra y el Tiempo hubo más génesis, más nacimientos, más orden, más universo. A todo lo que nació, a todo lo que tuvo su lugar en el universo, se le llamó dios.Y los dioses engendraron más dioses, y estos lo llenaron todo, y el universo fue un universo de dioses.

Los dioses poblaron el universo, fueron el universo. Pero debían cumplir las reglas, debían ajustarse al orden. No les fue difícil, el orden era muy permisivo, muy laxo con ellos: habían nacido de él, era lógico que así fuera. Para empezar, serían inmortales. Habría para ellos un nacimiento pero no una muerte, a lo sumo reclusiones en el Tártaro, castigos ineludibles, privaciones dolorosas, pero nunca su desaparición del universo. No envejecerían nunca, para ello bastaría con que se su alimento fuera el néctar y su bebida la ambrosía. Gozarían de prerrogativas intransferibles, estarían investidos de atributos consustanciales a su propio ser, y nunca lo hecho por uno podría ser deshecho por otro. Serían sabios aunque no omniscientes, podrían alterar su forma y apariencia, llevarían una existencia disipada y sin necesidades que cubrir. Quizá por ello los dioses acabaron enfrentándose unos contra otros, porque tal holganza y holgura, tal molicie e indolencia,  no eran soportables en un universo ordenado sin llegar al conflicto. Y de las guerras entre los dioses surgió la jerarquía, las relaciones de obediencia, los castigos. Unos dioses prevalecieron sobre todos los demás, los llamados Olímpicos, y de estos uno, el más poderoso, fue el rey de todos ellos. En adelante los demás le rindieron pleitesía, pero la autocomplacencia les llevó a pensar que en un universo ordenado no estaba bien que ellos rindieran pleitesía a alguien y nadie se la rindiera a ellos. Así que un dios habilidoso y sagaz creó figurillas de arcilla a imagen y semejanza de los dioses, figuras para que les reverenciaran, les adoraran, les honraran. De ese modo vieron la luz los hombres en el universo.

A los hombres también se les sometió a las reglas del universo ordenado. Pero eran reglas menos permisivas que las de los dioses: se les negó habitar el Cielo, así que se multiplicaron sobre la Tierra. Su condición fue mísera: mortales, limitados, inferiores, con la necesidad de esforzarse para sobrevivir y con la obligación de honrar a los dioses para no ser castigados. Pese a todo, a los dioses no les importó relacionarse y engendrar con ellos nuevos seres que siguieron poblando la Tierra, seres mortales pero de condición más divina que humana: los héroes. La raza de los héroes proliferó y fue querida por los dioses y honrada por los hombres. Pero tanta honra recibió y tanto proliferó que los dioses se sintieron desplazados, en segundo plano, y por ello dejaron de engendrar héroes. A todos ellos les fue llegando la muerte, aunque algunos afortunados recibieron la inmortalidad como regalo divino. Y de nuevo el universo quedó habitado solo por dioses y hombres.

La raza humana siguió arrastrando su mísera existencia mortal y los dioses siguieron gozando de su despreocupada inmortalidad. Y tanto más mísera era la existencia del hombre cuanta más conciencia tenía de la despreocupación de los dioses. Hasta que decidió hacer suya esa despreocupación y dejar de honrar a los dioses, negándolos, olvidándolos, inventando dioses nuevos o viviendo sin creer en dios alguno. Y la displicencia de los dioses fue tanta que no hicieron nada por evitarlo. Los hombres comenzaron a hablar sobre asuntos divinos con indiferencia, con desapego, con frialdad. Empezaron a objetivar a los dioses, a cosificarlos, a llamarlos “mitología”. Muchos hombres se acostumbraron a hablar de esa “mitología” como si se tratara de un ente abstracto y empezaron a escribir libros sobre ella. Muchos, muchísimos libros fueron escritos: recopilaciones de mitos, catálogos de dioses, genealogías divinas, estudios sobre su mundo, sus atributos, sus poderes, sobre su vida y también … sobre su muerte. Uno de esos libros se tituló Los mitos clásicos, escrito por un hombre llamado William Hansen, que con el tiempo fue comentado en un lugar de reseñas de libros llamado Hislibris. La reseña decía lo siguiente:

A la enorme bibliografía existente sobre los mitos clásicos viene a sumarse esta obra de William Hansen, una lectura deliciosa que, sin querer entrar en el densísimo bosque de las explicaciones de mitos y genealogías divinas, expone el universo mitológico griego (y, de rebote, romano) con un texto ameno, adornado continuamente con ejemplos, usando un tono cercano y sin tecnicismos. No se trata de un diccionario de dioses al estilo del de Grimal, ni de un catálogo de mitos como el de Graves, ni mucho menos un desmenuzamiento crítico y árido de los motivos míticos como el de Ruiz de Elvira . Es más bien la presentación de cómo era el mundo de los dioses y los hombres en aquella época en la que dioses y hombres coexistían. Es más bien un acercamiento a ese mundo sobrenatural en el que casi todo era posible.

Se dice, por ejemplo, que el universo se dividía en tres niveles: Cielo, donde habitaban los dioses, Tierra, donde lo hacían los hombres, y Tártaro, una especie de prisión donde los dioses malvados eran retenidos (un cuarto nivel incluido en este último sería el Reino de los Muertos). Se dice también que el Cielo era el lugar donde se situaban los luminares: el Sol (que los hombres usaban para contar los días), la Luna (para contar los meses) y las Constelaciones (para contar las estaciones). O que el Érebo, Hades o Reino de los Muertos no era un “infierno” como lo entiende la religión cristiana sino solo el lugar donde iban a parar todas las almas de los muertos. O que los doce dioses olímpicos, como todo el mundo sabe, eran al menos trece. O que los romanos, en su afán de protagonismo y para así entrar con mejor pie en la posteridad, se apropiaron del tema de la huida de Troya y posterior llegada de Eneas a la península itálica donde dio origen al pueblo romano (“basándose en el principio de que es mejor ser buscado por asesinato que no ser buscado en absoluto, era mejor haber combatido en la guerra de Troya y haber perdido que ni siquiera haber participado en ella”). O también el modo en que los cristianos se enfrentaron al corpus mitológico griego (“Puesto que los cristianos, al igual que los judíos, aceptan la mitología preservada en las escrituras hebreas como un hecho histórico, no podían admitir a su vez los correspondientes relatos griegos. Si uno era cierto, el otro había de ser falso o, como mínimo, menos cierto”).

En ocasiones el libro puede parecer anárquico, poco sistemático o incluso poco riguroso a la hora de abordar temas. Algo de eso hay, la verdad, pero hay obras en las que tal cosa no debería ser considerada un defecto, y esta es una de ellas. Por otra parte es más que probable que la sistematicidad estuviera muy lejos de la mente del autor cuando decidió escribir el libro. Los muchísimos aspectos relacionados con la mitología que son mencionados suplen con creces ese aparente desorden expositivo.

La primera parte de la obra es una especie de introducción en la que se habla de modo general sobre el modo de vida de los dioses, su origen, sus interrelaciones entre sí o su trato con los seres humanos. Le sigue una especie de diccionario o catálogo de temas mitológicos. En esta sección se mantiene el mismo tono cercano y amigable que al principio pero los asuntos tratados están diseccionados a modo de entradas. La poca sistematicidad se hace aquí más patente que nunca, pues estas entradas son tanto nominales como temáticas, dependiendo su elección del criterio subjetivo del autor del libro: “Afrodita”, “Jasón”, “Cambios de sexo”, “Abstracciones personificadas”, “Zeus”, “Cadmo”, “Relatos románticos”, “Mitos y leyendas sobre combates”, etc. Cada una de las entradas acaba con unas lecturas recomendadas, que a veces parecen bien escogidas pero otras más bien no.

El libro cierra con una “Bibliografía comentada impresa y no impresa” (lo de “no impresa” es porque se citan algunos recursos de internet y archivos consultables relacionados con la mitología), donde se mencionan los títulos clásicos de rigor (Homero, Hesiodo, Ovidio, Apolodoro…) y algunos de los muchísimos libros de bibliografía secundaria que se han escrito sobre mitología. Esta bibliografía tiene una pega, extensible a las lecturas recomendadas de las entradas, y es que es por completo anglosajona. Era previsible pues anglosajón es el autor, pero al lector que no lo es este apartado se le hace especialmente inútil por dos razones: porque si este libro es divulgativo a todas luces, los títulos de las obras citadas hacen que estas parezcan todo lo contrario; y porque en la traducción al castellano no se ha hecho el esfuerzo de buscar si existe versión en nuestro idioma de tales libros. Quizá no la haya de la bibliografía secundaria, ciertamente (tan específica parece que bien pudiera ser así), pero sí la hay de los textos clásicos, y no habría costado nada incluir las referencias correspondientes.

Se trata, en fin, de un libro idóneo para acercarse al mundo de la mitología, escrito de manera clara, sencilla y atrayente; una obra de las que gusta leer o consultar, interesante y amena sobre un tema a su vez ameno e interesante.

La mediocre reseña pasó sin lucimiento por aquel lugar y pronto cayó en el olvido, como en el olvido de los hombres habían caído los dioses. La ataraxia en que se habían instalado desde hacía ya tanto tiempo, la casi desidia que presidía su existencia, se prolongó aún durante mucho tiempo.

Hasta que un día el rey de los dioses salió de su letargo apático e hizo que los demás dioses salieran también del suyo. Entonces, paradójicamente, la “mitología” se extinguió y los dioses volvieron a ocupar su lugar en el universo…

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25 comentarios en “LOS MITOS CLÁSICOS – William Hansen

  1. Antígono el Tuerto dice:

    Jo, Cavilius; vaya reseñaza, dan ganas de abalanzarse sobre el libro y obtenerlo al precio que sea. Si el libro esta a la altura de tu poesía merece la pena.
    Dejando al lado las flores y alabanzas al reseñador, me interesa el tema del libro, de los mitos griegos sólo tengo el libro de Robert Graves, y una enciclopedia de mitologías del mundo, pero esta los tiene de forma muy sucinta.

  2. Galaico dice:

    Chapeau, Cavilius. Ni el más erudito en la mitología griega sería capaz de expresar con semejante estilo el origen de las deidades helénicas y su diferencia con los hombres: la inmortalidad y la mortalidad. Esta reseña es un regalo para la vista y te felicito por el estilo cuasi poético quie has utilizado. Felicidades.

  3. jerufa dice:

    ¡Jó, Galaico!
    Te animo a que leas parte del repertorio del «señor».
    Enhorabuena, griego. Siempre tan original.

  4. Galaico dice:

    Lo tendré en cuen… Jerufa. Faltaría más, visto lo que acabo de leer. Saludos.

  5. Rodrigo dice:

    Pedazo de artista este Cavilius. Gran reseña.

    1. Javi_LR dice:

      Donde uno piensa que ya no hay sobresaltos ni sorpresas, va y aparece una recensión futura de una reseña hislibreña pasada y publicada en el presente. Has estado muy tubauista, Cavi, aunque en el fondo de la cuestión has permanecido «Cavilius 100%». Por cierto, ¿recuerdas aquel relato titulado «Las malas noticias de Hermes»? Me ha venido a la cabeza pensando en que no todos los dioses se comportan ni con la misma displicencia ni con la misma ataraeso.

      Por cierto, si los dioses volvieran, dices, se acabaría la mitología, pero entiendo que no es así; pasaría a llamarse de otra forma y la convención no pasaría de la iconología, pero hubiérela, habría.

  6. Josep dice:

    Esto es lo que pasa cuando quien hace una reseña es, a su vez, un brillante escritor.
    Me quitaría el sombrero, pero estoy en casa y no lo llevo, así es que me limitaré a inclinarme 45º.

  7. Vorimir dice:

    Otra humilde reverencia ante el arte del compañero Cavilius. ¡Chapó!

  8. Valeria dice:

    Y al final todo es un cuento, y el mejor contador de cuentos que tenemos por aquí tenia que recordarnos la hermosura de lo sencillo, y la complejidad de lo simple. Te echaba de menos, heleno, y me alegro que sigas a lo tuyo, y que lo compartas con nosotros.

  9. Akawi dice:

    ¡Si señor! Este en mi griego, como no podía ser menos.

    Maravillosa explicación, te felicito.

  10. cavilius dice:

    Bueno, bueno, ya vale de flores (que se agradecen) o esto va a parecer un jardín botánico en primavera. Además no sé de qué habláis, si mi reseña es el comentario sobre el libro en cuestión nada más; la voz en off esa que dice no sé qué rollo de nadas que nadean y caos con cola no sé de dónde ha salido. Eso sí, la cita del principio hay que agradecérsela a cierta apache afincada en Murcia que me regaló así, porque quiso y le dio la gana, una estupenda edición de un libro de mitología escrito en el siglo XVI que sospecho que poquita gente tendrá.

    Recuerdo el relato que dices, Javi, en la primera edición del Concurso de relatos mitológicos de La Revelación, hace ya cuatro años. Aquellos sí que eran tiempos míticos y no estos de ahora, tan prosaicos y desgraciados (faltos de gracia quiero decir). Y yo sí que creo que la mitología sólo puede existir, paradójicamente, en ausencia de los dioses que son su contenido; si los dioses resucitaran, si salieran de su letargo, la mitología tal como entendemos ese término (de los más curiosos y contradictorios que recuerdo, por otra parte, ya que aúna mythos y logos; claro que en realidad ambos son una y la misma cosa) entraría en su propio letargo particular hasta nueva orden. Los griegos no tenían ni creían en la mitología: creían en los mitos y punto. La mitología nació cuando nació el descreimiento, y no pudo ser de otra manera pues la mitología no es otra cosa que el certificado de defunción de los dioses griegos. Un certificado muy bonito, eso sí.

    Este rollo también va a ser que me estoy cayendo de sueño, sospecho…

    1. Javi_LR dice:

      Hum. No estoy muy de acuerdo, Cavi, a no ser que te refieras a retrotraernos al mythos. Desde que el logos es logos, pese a que sea lo mismo pero sin serlo, la mitología existe. Platón y muchos otros lo hicieron, de hecho. De forma especial, sí, quizá no como entendamos nosotros la mitología, pero en puridad… la hacían. Eso es lo que entiendo yo al menos.

  11. cavilius dice:

    Bueno, entendiendo la mitología como un «hablar acerca de dioses y mitos» sí, claro. Incluso acompañados de análisis a favor o en contra de ellos. Platón habló de mitos y usó el formato del mito para exponer sus propias ideas, Jenófanes habló de dioses, Heráclito también, y si vamos más para atrás, hasta Homero y Hesíodo hablaron de dioses, mitos, héroes y hombres. Pero yo no diría que hicieran mitología, al menos tal y como la entiendo yo, que diría que es como la enfocan casi todos los libros de mitología. Para ellos, par alos griegos, creo que el mundo de los dioses y sus mitos era un elemento de su propio mundo cotidiano, un elemento que todos respetaban y en el que la mayoría creía. Salían a la calle y allí arriba estaba Helios con su carro, más allá Atenea inspirando las palabras de alguien que hablaba, bajo el suelo Gea, en aquella esquina Hermes en forma de mojón, en aquel altar recibía Zeus alguna que otra ofrenda… Cuando algunos griegos hablaban sobre mitos el objeto de su discurso era algo vivo, algo que tenían ante la vista, con lo que convivían y en lo que, claro está, podían estar más o menos de acuerdo. Cuando nosotros, o William Hansen, o Graves, o Grimal o quien sea, hablamos de mitos, nos referimos a algo disecado hace centenares de años, algo que fue pero que ya no es. No es la misma perspectiva, no es el mismo mundo y por tanto, creo yo, el resultado, la «mitología» resultante, no puede ser «lo mismo» que el hecho de que Sócrates recuerde deberle un gallo al dios Asclepio antes de morir.

    Opino, obviously.

    1. Javi_LR dice:

      Hombre, no sé, opinando que es gerundio insistiré que por muy vivos que estén los dioses, cuando se investiga acerca de «su naturaleza» de manera etimológicamente lógica y se «entienden» como mitos (una verdad fuera del discurso etimológimante lógico), se está haciendo mitología. Sí, ya dije que de manera «especial», no como los ejemplos que señalas, pero mitología a fin de cuentas. También por eso dije que quizá no nos atreveríamos a llamarlos «mitologia», sino, acaso, bibliología, estudios patrísticos o algo parecido. ¿No está viva la religión católica para los católicos?, ¿no consideran la mayoría al Eden, a la Creación, un mito?

      Quizá en mi razonar falle, o sea determinante, el concepto de «ser consciente del mito». ¿Hasta qué punto Platón no era consciente de ello?, ¿Sócrates?, ¿Jenófanes?, ¿Eurípides si exceptuamos su Bacantes? Desde luego, lo que parece claro a mi modo de ver es que estos trataron el mito ya de diferente manera que Homero, Hesíodo o incluso Esquilo. Lo criticaron, lo analizaron, lo modificaron a sabiendas para su uso y lo racionalizaron. Para mí, eso es mitología o requiere de ella pese a no existir el concepto, y a lo que tú te refieres son tratados y ensayos mitológicos.

      Opino, obviously too.

  12. Antígono el Tuerto dice:

    Opino como cavilius; para los griegos de la época clásica, los dioses eran una presencia real y manifiesta; para ellos los mitos no eran mitología sino realidad, parte de su esencia y de su religión. En época helenística es cuando ya podemos hablar de mitología con algunas escuelas filosóficas como el evemerismo y el alegorismo que reinterpretan los mitos como fábulas metafísicas…y prefiguran el fin de la religión olímpica y el triunfo de las nuevas religiones orientales.

    1. Javi_LR dice:

      De todas formas, creo que los dioses son al mito como la guinda a un pastel. Ojo, al mito, no a la religión. Yo pretendía centrarme en el mito en su sentido amplio (el de mito, leyenda y cuento popular), porque en él se basa nuestro concepto de mitología (en otros países nórdicos hace más clara referencia al mito, mito, mito…). Y los griegos clásicos sabían, más o menos de la misma manera que nosotros conocemos y comprendemos las ondas hertzianas, la electricidad o la relatividad, que del mito al logos, que del mito a la historia o a la ficción, mejor dicho, había un trecho. Los mitos, más que formar parte de su religión, Antígono, formaban parte de sus costumbres (algo, por otro lado, inherente al mito, no así la religión: una religión no construye mitos, no está en la naturaleza de estos; son los mitos, si acaso, los que pueden construir una religión) y de sus creencias a partir de estos mismos.

      Cuando señalaba que Cavi a lo que se refería no era a «mitología» sino a «tratados de mitología», señalaba, más bien, que ese es el concepto de mitografía. De hecho, y si me apuráis, mitología se escribe cuando los mitos están vivos. Cuando están muertos, cuando se estudian y diseccionan, se hace mitografía. Mitología hizo Homero, Hesíodo, etc. Los trágicos, también, aunque cada vez con mayor carga de ficción. Es común con mucha frecuencia utilizar mitología y mitografía como sinónimos (de hecho es válido), aunque tal y como está la conversación convendría aclararlo. Ah, y por mucho que hayamos hablado aquí de racionalizar (si, culpa mía) o estudiar, criticar o reinterpretar, no se requiere nada de eso para hacer mitología.

      Os pondré un ejemplo: algunos de los relatos y poemas de los Camino de los mitos son mitológicos, aunque su mayor parte son novelescos, girando en torno a algún mito, e incluso los hay que rozan la superchería. Según el concepto de Cavi, para que así fueran (mitológicos) deberían de ser tratados críticos acerca de los mitos. Sin embargo un griego del siglo V a.C. podría perfectamente haber participado en ellos (haciendo, él sí, relato mitológico puro, más que ficción como ahora prima).

      Con sinceridad, creo que el debate en algún punto se volvió confuso, y creo que el punto he sido yo; pido disculpas. No obstante, son términos complicados de digerir y con una multitud de matices y sinonimias que lo hacen todo más complicado.

  13. cavilius dice:

    Sí, creo que entre mitología, mitografía y tratado mitológico, estamos montando una discusión bizantina algo casposa. De todas formas te perdono, Javi, siempre y cuando tú hayas perdonado previamente a Antígono pero no antes de que él me haya perdonado a mí, aunque él no deberá perdonarme sin que antes tú no tengas mi perdón…

  14. Lohengrin dice:

    Copiado de ‘Los mitos griegos’ de Robert Graves

    El verdadero mito se puede definir como la reducción a taquigrafía narrativa de la pantomima ritual realizada en los festivales públicos y registrada gráficamente en muchos y casos en las paredes de los templos, en jarrones, sellos, tazones, espejos,cofres, escudos, tapices, etc. La Quimera y los otros animales del calendario deben de haber figurado prominentemente en esas representaciones dramáticas que, a través de sus registros iconográficos y orales, se convirtieron en la primera autoridad o carta constitucional de las instituciones religiosas de cada tribu, clan o ciudad. Sus temas eran actos de magia arcaicos que promovían la fertilidad o la estabilidad del reino sagrado de una reina o un rey —los de las reinas habían precedido, según parece, a los de los reyes en toda la zona de habla griega— y enmiendas de aquéllos introducidas de acuerdo con lo que requerían las circunstancias. El ensayo de Luciano Sobre la danza registra un número imponente de pantomimas rituales que todavía se ejecutaban en el siglo II d. de C.; y la descripción de Pausanias de las pinturas del templo de Delfos y de las tallas del Cofre de Cipselo indica que una cantidad inmensa de inscripciones mitológicas misceláneas, de las que no queda actualmente rastro alguno, sobrevivía en el mismo período.

    El verdadero mito debe distinguirse de:
    1. La alegoría filosófica, como la cosmogonía de Hesíodo.
    2. La explicación «etiológica» de mitos que ya no se comprenden,
    como el uncimiento por parte de Admeto de un león y un jabalí
    a su carro.
    3. La sátira o parodia, como el relato de Sueno sobre la Atlántida.
    4. La fábula sentimental, como el relato de Narciso y Eco.
    5. La historia recamada, como la aventura de Arión con el delfín.
    6. El romance juglaresco, como la fábula de Céfalo y Procris.
    7. La propaganda política, como la Federalización del Ática por
    Teseo.
    8. La leyenda moral, como la historia del collar de Erifile.
    9. La anécdota humorística, como la farsa de Heracles, Ónfale y
    Pan en el dormitorio.
    10. El melodrama teatral, como el relato de Téstor y sus hijas.
    11. La saga heroica, como el argumento principal de la Ilíada.
    12. La ficción realista, como la visita de Odiseo a los Feacios.

    1. Javi_LR dice:

      Lectura esa, Lohengrin, interesantísima, creativa y especial. Robert Graves siempre es aconsejable… salvo para casos como este. A mi juicio, se debe de leer con cierta lejanía, más por placer que por conocimiento.

  15. Antígono el Tuerto dice:

    Lohengrin; Graves es una lectura muy recomendable para los mitos griegos pero sus explicaciones e interpretaciones acerca de los mitos son bastante polémicas…por decirlo suavemente.
    No te preocupes cavilius nos perdonamos todos…y yo me perdono a mí mismo el primero ;-)

  16. Josep dice:

    Entre otras cosas porque el listado de Graves excluye de los mitos a todos los mitos…

  17. Josep dice:

    Bueno, a casi todos…

    1. Javi_LR dice:

      Curiosamente, el significado que trae Graves tiene cierta lógica. Me imagino que en su cabeza habría matices entre todo el listado que da, pero a fin de cuentas él parece centrarse en el sentido estricto de «mito», esto es: algo que nace con afán de veracidad para explicar los fenómenos naturales y los dioses, con una carga nula de certeza, y barnizado por la tradicción, lo cual, efectivamente, lo delimita mucho, quedándose fuera las leyendas (relatos acerca de héroes y hechos grandiosos) y los cuentos populares (relatos acerca de hombres más comunes y hechos más cotidianos). Efectivamente, si consideramos a la Ilíada como un libro acerca de héroes y de la Guerra de Troya, entraría más en la leyenda que en el mito estricto, así como la Teogonía si la consideramos una creacción más fruto de una intencionalidad nueva por parte de Hesíodo que una recopilación de mitos antiquísimos.

      No obstante, tanto esas leyendas como esos cuentos populares son mitología. O mitos, en el sentido amplio del término.

  18. Lopekan dice:

    Robert Graves se consideraba a sí mismo como poeta. Y hace falta tener alma de poeta para ser vehículo del mito, para poder trasmitirlo con veracidad, es decir, intuitivamente. Confiando en lo que sabes desde lo que eres. Así, aunque inventes no mientes.
    Siempre me maravilló cómo Graves se preguntó a sí mismo por la naturaleza de la «ambrosía» que bebían los dioses… y cómo se respondió y a la vez nos respondió a todos.
    Con él, los mitos griegos (y otros también) despertaron durante unos instantes «de su letargo apático».
    Que sus musas sean buenas con todos nosotros y nos visiten en vez en cuando :)

  19. Sansón dice:

    Al contrario de lo que prometen las guardas del libro, éste ES «otro árido diccionario de mitos»

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