LOS HUESOS DE DESCARTES – Russell Shorto
Corría el año de 1819 cuando autoridades de gobierno y representantes de la Academia Francesa de Ciencias procedían a sepultar los restos mortales de René Descartes en una iglesia de París; parecía ser el final de una trayectoria que había sabido de varias etapas: fallecido en la corte de la reina Cristina de Suecia, en 1650, se lo había sepultado en un cementerio a las afueras de Estocolmo. Dieciséis años después sus restos fueron trasladados a la parisina iglesia de Santa Genoveva. Exhumados nuevamente en 1796, fueron acogidos provisoriamente por las dependencias del efímero Museo de los Monumentos Franceses. En 1819, en el curso de la ceremonia que debía poner término a semejantes azares, la apertura del sarcófago inscrito con el nombre de Descartes deparó a los presentes una ingrata sorpresa: faltaba la cabeza. ¿Qué había sido del cráneo del filósofo? ¿Eran los demás restos óseos, en realidad muy mal conservados, los del ilustre «Padre de la Modernidad»? ¿Por qué extrañas circunstancias el cráneo de Descartes fue a parar a una subasta apenas dos años después, en 1821, y en Suecia?
El enigma de los huesos de Descartes proporciona a Russell Shorto, historiador y periodista estadounidense, el pretexto adecuado para elaborar un libro que es a la vez una exploración en los recovecos de la mentalidad moderna, un alegato en favor de la modernidad y una introducción a algunos de los dilemas que articulan el desarrollo del pensamiento moderno: el problema del dualismo cartesiano, que escinde la mente del cuerpo –el mundo espiritual del material-; la controversia entre fe y razón, entre religión y ciencia; los límites del racionalismo y los fallos del secularismo radical. Así pues, Shorto lleva a cabo una pesquisa de ribetes detectivescos cuyo objetivo son, precisamente, los huesos de quien es reputado como el fundador del método científico y en general del mapa mental del mundo moderno. Pero esta historia, una «historia menor, extraña, sinuosa e insignificante» (son las palabras del autor), viene a ser ni más ni menos que una metáfora de la modernidad. El referido enigma es la premisa de la que arranca la indagación de fondo de Shorto, quien se sumerge en los orígenes, desarrollo y problemas fundamentales del paradigma que sustenta a la secularizada sociedad occidental. Si valoramos algunos de sus grandes contenidos, bienes preciosos como la democracia, las libertades individuales, el conocimiento científico y un marco de resolución de problemas basado en la razón y el respeto de la diversidad, entre otros principios, tenemos que el tema abordado por Shorto es cualquier cosa menos insignificante. Más aun en el contexto actual, en que la modernidad y con ella la sociedad occidental soportan severos ataques, desde dentro y desde fuera.
Se trata de una indagación que por momentos parece desviarse en digresiones que, sin embargo, pronto se revelan como ramificaciones perfectamente coherentes con el hilo argumental. El mismo derrotero de los huesos de Descartes está hecho de giros y ramales secundarios. El sentido metafórico que impregna al texto se revela incluso en la preponderancia adquirida por el cráneo de Descartes, en detrimento del esqueleto restante: como a propósito para ilustrar la tendencia cartesiana a hacer prevalecer la mente sobre el cuerpo, el espíritu por sobre la materia.
El tratamiento deparado inicialmente a los huesos del filósofo da cuenta de las ambigüedades de la época, en que las actitudes seguían imbuidas de una profunda religiosidad; la época entera era una encrucijada entre la mentalidad moderna y la mentalidad antigua. Los primeros seguidores del mentor del racionalismo deparaban a sus restos una veneración característicamente religiosa. El diplomático que organizó su traslado a Francia, un devoto católico y miembro de la Orden de San Juan, expresó su admiración por el pensador al apropiarse de un hueso del dedo índice. Un militar sueco que estuvo en posesión del cráneo lo conservó con el cuidado debido a «la rara reliquia de un santo filosófico». La ceremonia de recepción de los huesos de Descartes y su inhumación en la iglesia de la patrona de París, en 1666, se ciñó al modelo católico, con la suntuosidad y el fervor de los más elevados actos religiosos: el efecto estaba calculado para favorecer la causa del cartesianismo, precisamente cuando arreciaba la disputa entre autoridades de la iglesia y el estado, partidarios de proscribir el legado del filósofo por considerarlo una amenaza al orden establecido, y entre quienes lo defendían, valorando en él el germen de un nueva forma de conocimiento, aplicable tanto a las cosas de este mundo como a las de la trascendencia; en efecto, un primer cartesianismo consideraba pertinente formular las bases de una teología cartesiana. El mismo Descartes, enfatiza Shorto, «estaba convencido de que su teoría mecanicista de la naturaleza era una defensa del cristianismo, porque fijaba límites al mundo material como dominio de la ciencia y dejaba a la teología el campo libre para ocuparse del alma humana».
Tras el fragor de los años revolucionarios, entre cuyos grandes y pequeños proyectos inconclusos estuvo el de sepultar los famosos huesos en el Panteón, los azares del cráneo de Descartes sirven de testimonio del cambio de paradigmas. El enfoque científico y el conocimiento histórico se impusieron a la veneración religiosa. Fueron científicos los que se encargaron de seguirle la pista al cráneo aparecido en Suecia y de demostrar su autenticidad, desenvolviéndose de un modo que honraba al fundador del método científico. La historia no acabó ahí puesto que la pieza en cuestión estuvo en el meollo de algunas de las candentes polémicas científicas del siglo XIX, cuando diversas teorías o ramas del saber pugnaban por obtener reconocimiento de las instituciones oficiales. Por entonces era la Academia Francesa de Ciencias la que acaparaba el mayor de los prestigios en ese sentido, tanto que uno de los iluminados del momento, Franz Joseph Gall, natural de Baden, esperaba que su aprobación reportase legitimidad a sus innovaciones, reunidas bajo el nombre de «frenología»; un término que hoy asociamos con el de pseudociencia. Pues bien, este Gall, que por perseverancia no se quedaba corto, sumó el cráneo de Descartes a una colección de especímenes ilustres que incluía los cráneos de Voltaire y Goethe, con los que pretendía demostrar sus ideas sobre la actividad mental y el carácter determinados por la anatomía craneana. Las disputas en torno a la validez de la «organología» de Gall –quien prefería este término al de frenología, acuñado por uno de sus discípulos- sobrevivieron a la refutación de la pretendida ciencia: el problema de la separación de la mente y el cuerpo no iba a ser resuelto en aquella centuria. Por cierto, el tema del dualismo cartesiano es objeto de algunas de las más interesantes disquisiciones rastreadas por Shorto.
Rastreo que no esquiva lo que puede tenerse por revancha del paradigma premoderno, evidente en la vitalidad alcanzada por ciertos fundamentalismos religiosos y en la condición dual de la potencia hegemónica, los EE.UU. (epítome de modernidad a la vez que seno de una cultura nacional imbuida de religiosidad). En el colmo de las paradojas, hay una suerte de fundamentalismo del paradigma racionalista, cuyo origen se remonta a la Ilustración y su discurso etnocéntrico, universalista y afanoso de secularizarlo todo. Por mucho que se justifique el recelar de la intolerancia y el fanatismo religiosos, no parece apropiado suscribir la idealización que los ilustrados hicieran de la razón. Como en el caso de los fundamentalismos religiosos, el secularismo radical implica «una visión demasiado estrecha de la realidad», opina Shorto. Y agrega: «Con el rechazo categórico de la religión, aquellos que pregonan el uso de la razón se exponen a caer en la irracionalidad, en la intolerancia».
Estamos en presencia de una obra espléndida y sobradamente amena, de comprensión abierta a un público amplio. De su lectura deducimos –por si no lo teníamos suficientemente claro- que guiarse por la razón no es lo mismo que estar en lo cierto, pero que renunciar a los parámetros de la racionalidad, de la modernidad en conjunto, puede ser la peor de las opciones de cara a los problemas del mundo actual.
Russell Shorto, nacido en Pennsylvania en 1959, es colaborador habitual del New York Times. Desde 2007 dirige el John Adams Institute de Ámsterdam. Autor de varias obras, en castellano disponemos también de su Manhattan (The Island at the Center of the World, 2011), una historia de la colonización holandesa de la isla en que nació la ciudad de Nueva York.
Los huesos de Descartes.
Russell Shorto.
Duomo Ediciones, Barcelona, 2009. 305 pp.
[tags]Descartes, huesos, modernidad, racionalismo[/tags]
Ayuda a mantener Hislibris comprando LOS HUESOS DE DESCARTES en La Casa del Libro.
Interesante libro. Veré si lo tienen en la biblio. Muchas gracias. La idea de los huesos perdidos y no hallados me ha recordado los libros de «Polvo eres» de Nieves Concostrina. En uno de ellos me parece que hablaba de los huesos de Descartes, no sé tendré que ojearlo. De todas maneras ¡buena reseña!
Saludetes ;-)
¡Fantástico, Rodri! Qué libro tan apetecible.
¿Cuánto tardará Cavi en pasarse por aquí?
Estupenda reseña, Rodrigo. Me has dejado con muchas ganas de echarle el ojo a este libro :) Desde que ando por aquí, la pila está subiendo, y subiendo, y subiendo… ¡Eso me encanta!
Rodrigo, interesante reseña ¡gracias! Una pregunta si me permites: aborda el autor de que murió Descartes o que sucesos hubo alrededor de su muerte (a modo de introducción o poniendono en antecedentes…) o por el contrario se centra en el período que sobrevino después de su muerte y el trasiego de los huesos.
Un saludo.
Gracias a ustedes, chicos.
JF, el capitulo inicial se refiere entre otras cosas a las circunstancias del fallecimiento de Descartes. También sitúa el pensamiento del filósofo en su contexto histórico, incluyendo las reacciones iniciales de partidarios y detractores, los agrios debates en un par de universidades holandesas que hicieron de primer foro del cartesianismo y las circunstancias del traslado de Descartes a Suecia. Todo muy bien escrito y muy interesante.
Precisamente ayer comencé a leer el otro libro de Shorto publicado por Duomo, una historia de la colonización holandesa de la isla de Manhattan. No dejarse engañar por el título de la edición española, Manhattan, la historia secreta de Nueva York. Es un libro serio -y muy ameno, hay que decirlo-, nada de enigmas y misterios al estilo de cierta literatura barata que pulula por ahí.
Pues no me va a quedar más remedio que leerlo. Tenía visto el libro hacía tiempo por las librerías pero dudaba, y ahora Rodrigo me ha liberado de todas mis dudas, como si su reseña estuviera impregnada del método cartesiano propiamente. Estaría bien, aunque parece que no le falta material para ser ameno, si el libro hablara algo de la vida de Descartes, la cual por lo que sé de ella, que tampoco es mucho, no fue especialmente aburrida.
Y aprovecho para recomendar, como hago siempre que tengo ocasión, la lectura de su obrita Discurso del método, que por si alguno no lo sabe Descartes publicó como especie de introducción a otros tratados suyos aparentemente más «prácticos»: la Diòptrica, los Meteoros y una Geometría.
Pues sí, Cavilius, hay algo de la vida y de la personalidad de Descartes. Shorto hace hincapié en la importancia del cuerpo y la enfermedad como detonantes del trabajo de Descartes: fue un niño enfermizo y conservó a lo largo de su vida un profundo temor a la muerte, llegando a decir a uno de sus corresponsales que todo su quehacer debía responder en último término al problema de la conservación de la salud. Motivación incrementada por la muerte temprana de su única hija, fallecida a los cinco años de edad (si mal no recuerdo).
Muy amable Rodrigo. Te comentaba lo de la muerte de Descartes, pues parece que no hay una sola versión de ella ¿cúal es la que indica el autor… «la oficial»? si es que solo indica una…
Gracias y un saludo
Lo que recuerdo del libro es que la naturaleza de la enfermedad de Descartes está poco clara, JF. El autor deja el asunto en la nebulosa, refiriéndose vagamente a los síntomas y a la progresión de la enfermedad. Más importante para Shorto –y para el tema del libro- es la renuencia del filósofo a dejarse tratar por los médicos, es decir, a hacerse sangrar. Uno de los objetivos de Descartes, dice el autor, era demoler la ciencia médica de su tiempo y poner en evidencia a los médicos como unos charlatanes y mixtificadores.
Excelente reseña, Rodri y libro que me ha atraído sobremanera. Recuerdo que cuando estuvimos en Estocolmo, fuimos a visitar la Iglesia donde habían reposado los restos de Descartes, pero ¡creyendo que seguían allí! Dimos veinte vuelas y nada, que no aparecían. Y luego resultó que sólo había una lápida y cuando conseguimos un folleto en inglés decía que los restos habían sido llevados de nuevo a tierra francesa. Me parece que el libro tiene, por lo que tan ampliamente expones, un interés enorme, para todos aquellos que estamos interesados no sólo en la filosofía sino en la relación de pensamiento y vida.
Enhorabuena. No solo escribes muy bien, sino que además, encuentras temas siempre interesantísimos y candentes. Sigues siendo «el amo» (como diría mi hijo) en esto de las reseñas…Chapeau. (Luego me mandas el jamón…o una caja de bombones, jijijij…)
Y chapeau por la cabecera, Sandrita!
Pierre Bergounioux trata en «Una habitación en Holanda», retazos de la vida del joven Descartes. Lo digo porque es un libro muy breve pero que puede servir como ampliación de lectura. Es un ensayo casi filosófico, en el más puro sentido del ensayo, una divagación sobre diversas ideas. Es interesante, ameno, y se lee en un pis pas. Pero da que pensar. Habla de la costumbre de Descartes de trabajar en la cama, es decir, permanecer hasta muy avanzada la mañana en la cama leyendo o escribiendo, o, simplemente pensando. Las costumbres de la reina sueca eran muy otras y el clima del palacio real sueco debió agudizar la frágil salud del filósofo, al que maldita la gracia que le haría levantarse a las cinco de la mañana por real orden y salir de la cama para discursear con su real pupila. La prueba es que duró poco con esa disciplina.
Mis felicitaciones Rodrigo, realmente debe ser un libro muy interesante. Tomo buena nota de él.
Gracias, Ario. Tomo nota de la recomendación.
Estocolmo, qué envidia… Según informa Shorto, el cráneo de Descartes se conserva en el Museo del Hombre de París, surcado de inscripciones en latín y en sueco; los estudios hechos a principios del siglo pasado parecen demostrar la autenticidad de la pieza. Pero esto en realidad es anecdótico, lo verdaderamente interesante es cómo el asunto de los huesos ilustra lo relativo a la modernidad y sus contrariedades. Shorto suscribe la tesis del historiador Jonathan Israel sobre los tres campos surgidos del desarrollo de la modernidad: Ilustración radical, Ilustración moderada y tradicionalismo religioso. Representantes de la primera son gentes como Christopher Hitchens (recientemente fallecido) y Hayaan Hirsi Ali, la famosa activista somalí, partidaria de la secularización del mundo islámico. Personas de ideas interesantes –a veces, no siempre- pero un poco pasados de revoluciones. La defensa de una Ilustración moderada como la que hace Shorto resulta muy convincente.
De sobra interesante, Akawi.
Yo he tomado nota de la recomendación hecha por Ario, pero esto ya lo digo en un mensaje que está en moderación.
Yo, como el hijo de Ario, creo que eres el amo.
Ya tengo grabada en la memoria esta frase: «Guiarse por la razón no es lo mismo que estar en lo cierto».
Un abrazo, Rodri.
¡¡¡¡Toooooma ya!!!! Canelita en rama! A mi también me gusta esa frasecita, Valeria.
Sí. Igual que a ti, Valeria, esa frase se me quedó. Muy pero que muy certera, aunque pueda que no estemos en lo cierto: algo depende de lo que consideremos razón y del propietario de la misma, imagino.
Bueno, si el autor lo deja en la nebulosa como dices, creo que nos deja en ascuas, no se «moja» en el asunto; aunque si se centre en otros aspectos. La vesión oficial o una de ellas: muerte por pulmonía. En el año 2009, año de la misma publicación de la obra que has reseñado, otra obra nos dice que el filosofo posiblemente lo asesinaron. El autor se basa en un informe médico encontrado en un archivo. El móvil sería el conocimiento filosófico de Descartes que impartía a la reina, por eso lo asesinaron; el arma, el arsénico y; el «verdugo» (un sacerdote): la Iglesia Católica.
Un saludo.
Como siempre, magnífica reseña.
Personalmente de Descartes destacaría su antropología (recuerdo que me llamó mucho la atención que localizase el alma en la glándula pineal).
Me gustaría preguntarle a Rodrigo cómo aparece este tema en la novela.
¿Lo recoge de algún modo?
Un saludo.
Valeria, Ario, Javi: he cometido un involuntario pero grueso error. La frase es de Shorto.
Es posible que el autor no estuviese al tanto de aquella versión, JF.
Es ensayo, Rosalía. Un breve, enjundioso e interesantísimo ensayo. Y creo que en él no consta el tema al que aludes.
Mil gracias, Ario. Pude echar mano entre otras cosas de uno de mis Rembrandts favoritos.
Y un texto sin desperdicio como siempre, Rodrigo, enhorabuena.
Gracias a ti, Nuru. Haces un muy buen trabajo.