LA VOZ DE LOS DIOSES. LOS ORÁCULOS Y LA ADIVINACIÓN EN EL MUNDO GRIEGO – Diego Chapinal-Heras

“Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto —pero como he dicho, no protestéis, atenienses—, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano suyo, puesto que él ha muerto”.

Platón, Apología, 21a

¿Quién no desea conocer lo que le depara el futuro? Algún estoico habrá por ahí que viva despreocupado y feliz, al modo que  proclamaba Epicteto, pero en general quien más y quien menos sentimos curiosidad por saber con anticipación los hechos que están por suceder, y cómo afectarán nuestras vidas. Son tiempos de incertidumbre, y un poco de previsión nunca viene mal. No, eso no es del todo exacto: no se trata de que los tiempos actuales sean o no inciertos; nunca han sido de otro modo. De lo que se trata es de que, desde que pisa sobre la tierra y ha tenido dioses a los que preguntárselo, el ser humano siempre ha querido conocer el futuro. Y si no, que se lo digan a los griegos.

Los aficionados al tema oracular estamos de enhorabuena: tenemos un nuevo libro que echarnos a las alforjas. Un libro serio, por supuesto: atrás quedaron las elucubraciones del señor Vandeburgos, por ejemplo (y el suyo era un libro serio, la verdad, pero circulaba por una senda un tanto sospechosa). También queda ya muy lejos en el tiempo la magna obra, y tiene unas cuantas, de Joseph Fontenrose Python. Estudio del mito délfico y sus orígenes, escrito en 1959 y publicado por Sexto Piso ya en el siglo XXI; o el breve, jugoso y algo más reciente (de los años 80) La adivinación en la Antigüedad de Raymond Bloch, reeditado varias veces por el Fondo de Cultura Económica. Delfos. Una historia del centro del mundo antiguo, de Michael Scott, tiene menos de 10 años, y menos de cinco Oráculos griegos de David Hernández de la Fuente, breviario sobre el tema pero cuyas páginas valen su peso en oro. Y ya puestos, podría mencionarse colateralmente el utilísimo (para quienes nos interesa el asunto, claro) Diccionario de adivinos, magos y astrólogos de la Antigüedad de Santiago Montoro, publicado en la editorial Trotta hace una un cuarto de siglo, o el interesantísimo Catábasis. El viaje infernal en la Antigüedad, de Miguel Herrero de Jáuregui, que vio la luz anteayer, como quien dice. Todo esto en castellano, por supuesto (y alguno más habrá, supongo): en idioma anglosajón la lista de libros sería vergonzosamente más larga.

Hasta aquí la nota pedante, aunque quizá le resulte práctica a alguien. El libro objeto de la actual reseña es La voz de los dioses, de Diego Chapinal-Heras. Un libro ágil, de cómoda lectura, divulgador y entretenido a partes iguales; el libro más completo en nuestro idioma sobre el tema, en palabras del antecitado Hernández de la Fuente. En él Chapinal-Heras nos ofrece un recorrido por lo que podemos llamar “el mundo oracular”, que se extendió por toda la geografía helena durante un período de tiempo extraordinariamente largo. Quizá hayamos oído hablar de Delfos, centro oracular por excelencia, o de Siwa (gracias a la conocida visita que le hizo Alejandro Magno), y eso que este último estaba en territorio egipcio, no griego; pero lo cierto es que oráculos griegos había muchísimos: Dodona, Dídima, Delos, Lebadea, Oropo, Epidauro, Olimpia, Tegira, Claros, Labraunda… Los griegos se pasaban la vida consultando su futuro: cada viaje, cada perspectiva de cambio en sus vidas, cada batalla, cada pequeña y gran cosa que les pudiera afectar, era susceptible de ser consultada a un adivino. Este transmitiría la pregunta al dios en cuestión, y eran unos cuantos los que tenían consultorio abierto en Grecia, y el dios expresaba su respuesta de algún modo ocurrente o pintoresco, la cual debía ser interpretada por el solicitante como buenamente pudiera.

En prosa o en verso; con monosílabos o con frases más o menos crípticas; mediante palabras, a través del susurro del viento, o a través del sonido de varios calderos de bronce golpeados; en vivo gracias a la mediación de un adivino (o adivina), o en imágenes oníricas que el solicitante veía en su mente durmiente… Los medios y maneras de expresarse los dioses eran múltiples y variadas; las tradiciones van como van, y los dioses griegos son especialmente caprichosos. “El señor cuyo oráculo está en Delfos”, decía el filósofo Heráclito (apodado “el oscuro”) en uno de sus aforismos, “ni habla ni oculta nada sino que se manifiesta por señales”. Desde el oráculo más antiguo según Heródoto, el de Dodona en el Epiro, región esta de cuya helenicidad a veces se ha dudado, al más famoso (al menos en su sector: el de consultar a los muertos), el situado en el río Aqueronte (también en el Epiro, vaya), Chapinal-Heras nos hace viajar por toda la geografía griega, tanto continental como insular y de Asia menor, para que conozcamos los oráculos de los griegos, sus orígenes, sus métodos, su historia. Si en un principio los centros oraculares estaban localizados, como era obvio, en suelo griego, con las campañas de Alejandro Magno en Asia estos puntos de consulta se desparramaron por todo el territorio conquistado, produciéndose entonces fenómenos como el sincretismo (la fusión de divinidades locales con las griegas, resultando así cultos combinados) o la afirmación de dioses que tenían funciones oraculares similares, como sucedió en Egipto, por ejemplo.

Los oráculos eran consultados, afirma el autor, al menos en función de la información que nos ha quedado, por hombres. Pocos nombres de mujeres aparecen en las fuentes escritas o en los restos epigráficos o del tipo que sea; curiosamente, sí se sabe que los esclavos los visitaban de vez en cuando, con una pregunta estrella más que obvia: “¿qué hay de mi libertad?”.

En una clasificación clarificadora, Chapinal-Heras reconoce tres tipologías oraculares: la más típica y habitual, que engloba las consultas al dios acerca del futuro del consultante; otra, las que buscan la sanación de algún mal físico que padeciera el solicitante; y una tercera es el llamado nekyomanteion, el oráculo de la muerte, que agrupa las consultas dirigidas a los muertos, no a los dioses. Varias eran las “puertas del Hades” por las que un griego podía descender al Inframundo y ver (y consultar) las almas de los fallecidos, pero la más conocida era, ya fue mencionada, la situada junto al río Aqueronte. En este tipo de oráculos el agua siempre estaba presente como elemento fundamental.

Chapinal-Heras no hace, en cambio, clasificación de los oráculos en cuanto a las “disciplinas oraculares”, es decir, a los sistemas por los que los simples mortales trataban de ponerse en contacto con los inmortales para consultarles lo que fuera que les inquietara, porque sería una tarea abocada a la locura. Por hacer una sucinta e incompleta relación, puédese citar la cleromancia (el azar, o sea, usando dados, tablillas u objetos similares), la astragalomancia (una especificidad de la anterior: el azar mediante astrágalos), necromancia (visitar a los muertos), oniromancia (la respuesta se revela en el sueño, usando el método llamado incubatio), fitomancia (lanzando hojas al aire; otra especificidad de la cleromancia), dendromancia (adivinación a través de los árboles), hidromancia (sirviéndose del agua —mirando el agua de una fuente y viendo allí la respuesta a la consulta, por ejemplo—), critomancia (otra cleromancia, esta vez con granos de cebada), piromancia (examinar las llamas de una hoguera sacrificial), ictiomancia (adivinación mediante peces), gramatomancia (usando tablillas con letras grabadas), esticomancia (recurriendo a escritos antiguos), homeromancia (lo mismo de antes pero utilizando la Ilíada y la Odisea en exclusiva), cledonomancia (utilizar un hecho reciente para hallar en él respuesta a la consulta), ornitomancia (observar el vuelo de las aves)… Los procedimientos y metodologías son muchísimos, y no es de extrañar ya que los oráculos convivieron con los griegos durante cientos de años, incluyendo bastantes siglos de ocupación (permítaseme ese término) romana. Hubo tiempo de sobras para que la imaginación, la humana y la divina, trabajara en la búsqueda de sistemas innovadores e impactantes.

Antes de acabar, dos cosas merecen mencionarse sobre La voz de los dioses: a quien le interese el oráculo de Dodona, hallará en sus páginas abundante información. No en vano el autor escribió con anterioridad a este un libro dedicado a este oráculo. Es de agradecer, añado, que el foco de la obra no se haya puesto en el mucho más conocido oráculo de Delfos; la variación es un punto a favor. Y en segundo lugar, Chapinal-Heras pone especial énfasis en lo que significa, o debió significar, para un griego antiguo, la experiencia de acudir a un oráculo para realizar una consulta. En un más que interesante (o sea, interesantísimo) último capítulo (o penúltimo, que luego viene el epílogo), el autor se dedica al tema del peregrinaje en sí mismo, y lo compara con la experiencia de peregrinar en el Camino de Santiago, que él mismo ha hecho en un par de ocasiones.

Diego Chapinal-Heras, a quien pudimos conocer en Hislibris hace un tiempo gracias a esta entrevista, ha escrito un libro entretenido y riguroso, lo cual ya es un mérito. Con un tono casi desenfadado y nada académico, buscando sin duda con ello llegar al gran público (y es que el tema parece pensado, por desgracia, para interesar a una minoría), La voz de los dioses merece la oportunidad y el éxito que sin duda los oráculos de Dodona y Delfos le auguraron en algún momento de su larga historia.

 

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Diego Chapinal-Heras, La voz de los dioses. Los oráculos y la adivinación en el mundo griego. Barcelona, Ático de los Libros, 2023, 315 páginas.

 

     

4 comentarios en “LA VOZ DE LOS DIOSES. LOS ORÁCULOS Y LA ADIVINACIÓN EN EL MUNDO GRIEGO – Diego Chapinal-Heras

  1. Balbo dice:

    Parece interesantísimo. Este tiene que caer si o sí. Por curiosidad, en el listado de disciplinas adivinatorias ¿aparece la nefelomancia u observación o adivinación de las nubes? Por lo demás, una reseña excelente, gracias. ;-)

    1. cavilius dice:

      Pues no tengo ahora el libro delante, pero no recuerdo que nombre esa especialidad adivinatoria, y eso que enumera unas cuantas. Quizá sí la cite y me esté fallando la memoria, pero creo que no.

  2. Farsalia dice:

    Fantástico libro y estupenda reseña. Una monografía que puede leerse en paralelo a la de David Hernández de la Fuente, Oráculos griegos (Alianza Editorial, 2008, reed. 2020).

    1. cavilius dice:

      Sí, ambos libros transcurren por cauces paralelos, cada uno en su estilo. Y el que tampoco tiene que estar nada mal es el anterior de Chapinal-Heras dedicado al oráculo de Dodona, Experiencing Dodona creo recordar que se titula. Ya me gustaría a mí echarle el guante.

Responder a cavilius

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