LA SANGRE DEL PADRE – Alfonso Goizueta

“Somos mejores que ellos, somos superiores a ellos porque representamos la luz de la civilización y ellos la noche oscura de la barbarie”.

Si el conquistador macedonio Alejandro Magno saliera de su tumba, allá donde esta pueda encontrarse (teorías hay unas cuantas), ladearía un poco la cabeza con ese gesto suyo tan habitual y sonreiría feliz al verse convertido en fuente inagotable de inspiración para artistas, cineastas, escritores y gente de a pie en general. Él buscaba la fama, como Aquiles, y no puede negarse que es famoso, después de 2300 años.  Y la fama sigue, porque habemus nueva novela alejandrina. La sangre del padre es el título con el que el joven Alfonso Goizueta ha bautizado su obra, que ha sido finalista del prestigioso premio Planeta en su edición de 2023. Es una novela primeriza, o casi, con la que el autor ha conquistado de buenas a primeras su propio imperio persa. Así que a eso se le llama llegar y besar el santo. San Alejandro, en este caso.

“Recordaba el día en que lo mataron, a su padre” es la primera frase de la novela, un claro homenaje al fallecido Javier Marías, maestro del anacoluto y admirado y odiado por ello a partes iguales. Sin embargo, para alivio de los detractores del autor de Corazón tan blanco y pena de sus admiradores, ahí acaba, hasta donde este reseñador ha podido detectar, el homenaje, seguramente involuntario. Las seiscientas páginas que siguen son otra cosa; en ellas se cuenta la historia del hijo de Filipo de Macedonia vista a través de los ojos de Alfonso Goizueta. ¿Y qué Alejandro es ese?, se preguntarán quizá los lectores ya bregados en novelas alejandrinas, y puede que también los no habituales del subgénero. Porque Alejandros ya hay unos cuantos, todos oriundos de y estimulados por los textos clásicos que nos hablan de él. Esta página nuestra está llena de reseñas de libros (no haré la lista), novelas y ensayos, que pintan casi tantos Alejandros como autores lo han abordado: tenemos al Alejandro genio militar, al Alejandro sanguinario y cruel, al místico e inspirado por los dioses, al joven ingenuo, al audaz y valiente, al irresponsable y alocado… Y por supuesto, están los Alejandros que nacen de la combinación de esos ingredientes. Así pues, ¿qué Alejandro encontramos en La sangre del padre?

Cuenta en alguna entrevista el autor, cuya juventud va a la par con la del protagonista de su novela, que la inspiración para escribir sobre Alejandro le vino al contemplar Las reinas de Persia a los pies de Alejandro, enorme pintura (3×4’5 metros) de 1661 obra del francés Charles Le Brun. Y una vez leída la novela lo cierto es que sí, que uno mira ese cuadro de estilo clasicista propio del Barroco francés, y percibe un algo, un aura, un olor, que también ha encontrado en las páginas del libro. O tal vez serán imaginaciones de este reseñador. En fin, vayamos al grano: el Alejandro de Goizueta es un individuo víctima de muchas cosas: para empezar, de la edad. El rey macedonio es un adolescente (pero ¿cuánto dura la adolescencia?) abrumado por el desprecio de su padre, quien lo infravalora y maltrata. Pero sobre todo, Alejandro está influido y eclipsado por su madre, Olimpia de Epiro. Y si bien tanto ella como Filipo desaparecen de la novela en cuanto los pasos del futuro conquistador le conducen a Asia, su recuerdo es un lastre para el joven, un lastre que le pesa varios talentos y del que no logra desprenderse. Alejandro lleva marcado a fuego en su interior el descrédito de Filipo y, sobre todo, la condescendencia de Olimpia, hasta el punto que la conquista de Asia deviene una huida de su recuerdo. En eso se transforma el conocido pothos de Alejandro, ese poético, y probablemente mistificado por la tradición, deseo de seguir siempre adelante, de descubrir mundos nuevos, de llegar al confín de la tierra: en un miedo casi pánico a su madre. Es terreno abonado para los psicólogos, sin duda.

Y es que las mujeres ocupan un lugar importantísimo en la mente de Alejandro y, por ende, en la novela. Sisigambis, la madre del rey persa Darío III, desempeña para el macedonio en Asia el papel que Olimpia ejercía en Macedonia; las otras mujeres de la familia real persa, Estatira y Dripetis, están en un discreto segundo plano; Ada, reina de Caria, se convierte en su madre adoptiva; Roxana, por su parte, brilla por su maldad; Barsine en cambio, hay que decirlo, apenas juega papel alguno. Esta es, pues, la senda que ha escogido Alfonso Goizueta para su novela, una senda lícita pero algo sorprendente: contar la historia del mayor conquistador del mundo occidental, una historia imbuida por el espíritu marcial, que transcurre entre lanzas y caballos, disciplina militar y corazas, volcada en el ejército macedonio y familiarizada hasta el extremo con la rudeza castrense, el combate y la muerte, una vida que recorrió a lomos de Bucéfalo miles de kilómetros, arriesgándose continuamente, sufriendo heridas que casi le llevaron a la muerte en más de una ocasión, contar esa historia, digo, poniendo el foco en la influencia que dos mujeres, Olimpia y Sisigambis, ejercieron sobre él.

Algo de lo antedicho sobre el Alejandro militar se da en la novela, ciertamente, pero quedarán defraudados quienes esperen (y no soy uno de ellos) descripciones de batallas, de tácticas o de logística militar, quienes quieran percibir la tierra del camino, el sudor de los cuerpos, la polvareda de las contiendas o la sangre del combate. No es esta una novela épica, ni siquiera de aventuras. Es una novela, y cójase esta etiqueta con pinzas, de personajes: el pusilánime y cobarde Darío (un estereotipo, como lo es también la cita que abre esta reseña), las dominantes Olimpia y Sisigambis, el eternamente decepcionado Hefestión, el sibilino Ptolomeo… y sobre todo, el omnipresente en todo momento y ocasión Alejandro, joven lleno de miedos y contradicciones, que levanta odios y pasiones por igual. No es novela, por tanto, a la que convenga exigir rigor histórico más allá de lo estrictamente necesario. La recreación histórica, el “andamiaje”, es escaso, aunque va de menos a más. Está lejos de esas novelas que abruman con términos exóticos (hetairoi, strategos –mal empleado, por cierto– y poco más), topónimos, descripciones minuciosas, ambientaciones exuberantes… Los escenarios y las batallas pasan de puntillas por las páginas. Y bien está, pues esta es la novela que ha querido escribir Goizueta y podemos estar de acuerdo o no, pero al autor le asiste todo el derecho del mundo. Como tiene también derecho a seleccionar, del amplísimo repertorio de datos, temas y tópicos alejandrinos, los que más le interesen para su obra, así como a tomarse licencias históricas. La guerra de Alejandro contra las tribus fronterizas con Macedonia brilla por su ausencia. El modo en que muere Memnón también es fruto de la iniciativa creativa del escritor, igual que la participación personal de Alejandro en el ascenso a la Roca Sogdiana, la simplificación del cargo de Pérdicas (quien llegó a ser ni más ni menos que somatophylax, guardia personal del rey) o la minimización del motín del Hidaspes. El autor decide a qué personajes dar vida y a quiénes condenar al olvido: así por ejemplo, escoge a seis hetairoi (“compañeros”) de Alejandro, al adivino Aristandro o al regente Antípatro, pero ningunea al secretario de Alejandro Eumenes, a Alejandro Lincesta o al cronista Calístenes (estos dos últimos, de trágico final, con gran importancia en la “historia oficial” de Alejandro).

Si la primera parte de la novela nos revela un Alejandro frágil, influenciable y temperamental, las páginas siguientes incorporan a ese perfil rasgos propios de una personalidad tiránica: abuso de poder, irracionalidad, despotismo… Ni rastro de la capacidad de Alejandro como general del ejército de Macedonia, ni rastro de sus dotes de mando, ni rastro tampoco de su afán por sobresalir, por estar siempre en primera fila, por afrontar el peligro sin titubeos; Alejandro es poco menos que un loco impulsivo, un irresponsable con un punto de desequilibrio mental. Y de nuevo conviene decir que estamos ante una novela, y por tanto todo ello es perfectamente válido y lícito. De hecho, seguro que más de un historiador estaría de acuerdo en imaginar al rey macedonio con ese carácter de joven despótico e influenciable sin atisbo de genialidad militar. Y tal vez estén acertando, quién podría saberlo.

La sangre del padre transcurre sobre todo entre asuntos palaciegos y tramas folletinescas, no entre marchas militares o batallas multitudinarias. La paternidad dudosa de Filipo es asunto que subyace a lo largo de la novela (sí, la leyenda del faraón Nectanebo y su presencia en la corte macedonia –y en la cama de Olimpia–, que se cuenta en la Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia del Pseudo Calístenes, tienen cabida aquí). También la sutil influencia sobre Alejandro (tan sutil que a menudo ni se percibe, aunque continuamente se nombre) del eunuco Bagoas, aquí llamado Begoas; o los algo cansinos estados de ánimo de Hefestión, siempre alicaído por las reiteradas muestras de desamor del rey hacia él. Otros episodios recogidos en la novela (la visita de las amazonas, la búsqueda del jardinero Abdalónimo para nombrarle rey de Sidón) dan idea de la intención novelesca de la obra, valga la perogrullada. También aparece, y esto merece la pena destacarlo, la progresiva orientalización de Alejandro, rasgo este que le ocasionó, según los textos clásicos, numerosos problemas con las tropas macedonias (aunque en la novela estos problemas apenas son esbozados).

Para ser una obra primeriza, La sangre del padre no está del todo mal escrita. Aún faltan muchas tablas, en la opinión de este humilde reseñador a quien sin duda también le faltan, y por eso la prosa no destaca, no brilla, no encandila. Se lee sin dificultad y no requiere esfuerzo alguno por parte del lector, lo cual, paradójicamente, quizá sea una lástima. Sin embargo, ciertamente la novela va de menos a más en cuanto a complejidad estilística. Algunos quizá pensarán que a menudo bordea la cursilería; también Mary Renault, salvando las enormes distancias, recibe ese tipo de críticas. Mención aparte merece la cubierta del libro, que acumula un anacronismo tras otro (y a quién le importan esas fruslerías, después de todo) y ofrece una idea completamente equivocada de lo que hay en el interior.

Como bien nos descubrió recientemente la película Todo a la vez en todas partes, existen infinitos universos paralelos en los que la vida, los sucesos y hasta el paso del tiempo, son diferentes al nuestro, el cual es uno más, uno de tantos, y seguro que ni siquiera el más importante ni el mejor. Con la vida de Alejandro Magno sucede lo mismo. La novela de Alfonso Goizueta no hace sino explorar uno de esos universos, cuyas reglas y devenir son, como es lógico, los que el joven autor ha querido determinar. Por eso La sangre del padre gustará, no me cabe duda, a unos lectores y disgustará, tampoco lo dudo, a otros. Y así ha de ser porque si no, la literatura y la vida serían muy aburridas.

 

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Alfonso Goizueta, La sangre del padre. Barcelona, Editorial Planeta, 2023, 602 páginas.

 

 

     

4 comentarios en “LA SANGRE DEL PADRE – Alfonso Goizueta

  1. Balbo dice:

    Sí, una revisión psicológica de la figura de Alejandro Magno daría para mucho, la verdad (no sé si existe algún libro sobre ello), pues pasar en la novela, en la primera parte, de ser un joven acomplejado por su entorno a ser un déspota en toda regla es un paso grande, drástico…

    Tuve este libro hace unos días en la mano, en la Casa del Libro, en formato bolsillo y estuve dudando de si comprarlo o no, y al final no lo hice. Lo volví a dejar en el montón de la mesa-muestrario con el siguiente comentario: «Bufff, otro más de Alejandro». Y es que a día de hoy estoy saturado de tantos «alejandros» y de tantas visiones del mítico conquistador del imperio persa (y esto lo escribe quien tiene ahora mismo de fondo musical la bso de Vangelis). A mi entender existe un antes y un después en la producción literaria de la figura de Alejandro Magno desde la película de Oliver Stone (antes de que me crucifiquen por este comentario déjenme que me defienda y lo explique) Antes de ésta existía una gran cantidad de libros sobre este tema pero es que después de la película de 2004 dicha producción literaria subió ad eternum. El exceso de novelas históricas alejandrinas (me gustan las de Manfredi y las de Renault) y de ensayos hicieron que las costuras de las librerías casi explotaran, provocando que leyéramos un sin fin de trabajos sobre la figura de Alejandro y como si uno se hartase de comer en un banquete de bodas quedé saciado por un tiempo.

    Ese es el motivo por el que dejé la novela en la mesa de la Casa del Libro. Por ahora estoy ahíto del tema alejandrino aunque, lo cortés no quita lo valiente, no dudo que con el tiempo volveré a leer algo de ello. Aun así, según lo que pones en la reseña (espero no haberlo interpretado mal) esta novela primeriza no me interesa mucho porque no veo, por ahora, que nos aporte algo nuevo y tiene algo de refrito. Aunque ¿que novela o ensayo sobre el divino Iskander puede aportar algo novedoso que no se haya tratado ya? Difícil pues como bien dices en tu excelente reseña, el multiverso Alejandro es como el de Marvel, infinito e imposible de abarcar. Bueno, por lo menos la lectura te ha entretenido, que es lo importante en estos tiempos.

    Un saludo ;-)

  2. cavilius dice:

    Lo que sí existe, Balbo, en psicología, es el llamado «complejo de Alejandro», consistente en odiar al padre y considerarlo un rival. En mi opinión la elección del personaje para bautizar ese complejo es igual de desacertada que en el caso del complejo de Diógenes.

    Sí, la película de Stone fue pionera entre las grandes superproducciones (lo digo un poco a ciegas) por tratar de ceñirse a las fuentes históricas todo lo posible. Es sabido que el director tuvo como asesor (y extra en alguna escena) a Robin Lane Fox. Otra cosa es lo mal que se le dio elegir al actor protagonista…

    Como digo por ahí, habrá a quien le gustará esta novela y habrá a quien no. No pasará a los anales de la novelística histórica, eso sí.

    1. Balbo dice:

      Ah mira, desconocía lo del complejo de Alejandro. Es verdad que no había buen feeling entre padre e hijo, y ya con frases como aquella de: «Busca, hijo mío, un reino igual a ti, porque en Macedonia no cabes» ya se ve que no iban a quedar para ir a un simposio a tomarse unos vinos XD .

      Saludetes ;-)

  3. Valeria dice:

    Gracias por la reseña, Cavi. Este universo ya no me atraía demasiado, y reconozco que los finalistas y los premiados cada vez me generan más desconfianza. Siempre se agradece una fundamentada opinión, y aún más si cabe si el que opina tiene criterio, finura, sentido del humor y muchas lecturas a su espalda.

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