LA RIVE GAUCHE – Herbert Lottman

LA RIVE GAUCHE, Herbert LottmanEl ideal de la literatura comprometida, vigente a lo largo del siglo pasado y que se plasmara en la exigencia de llevar la arena política a las páginas de la literatura y poner a ésta al servicio de una causa ideológica, nos parece, en el momento presente, algo similar a un disparate, cuando no una completa aberración -una de tantas en la «era de extremos» que fue el siglo XX-. Mientras estuvo en boga, dicho ideal tuvo en París  una de sus capitales internacionales, sobre todo entre los años de 1935 y 1950.  En La Rive Gauche (1982), obra del investigador estadounidense Herbert Lottman (Nueva York, 1927), disponemos de una interesante historia del papel desempeñado por intelectuales, escritores y artistas, no sólo franceses sino también extranjeros, en la escena pública francesa durante el referido período (derrota militar y ocupación alemana de por medio).

Parte de una tríada completada por La caída de París (reseñado en esta página) y La depuración, el título del libro alude a la ribera parisina del Sena –la izquierda- que en los años treinta congregó a multitud de artistas e intelectuales de procedencia y afinidades ideológicas diversas.  Abocado al tema, Lottman hace hincapié en la tradición francesa del intelectual comprometido, con el affaire Dreyfus como uno de sus hitos y un verdadero divisor de aguas. Según el autor, lo que distingue a escritores y artistas de la época es la internacionalización de sus inquietudes: no se contentaron con ocuparse de la realidad francesa tal cual sus predecesores sino que, con tremendo idealismo y no poca presunción, hicieron suyos los problemas de Europa y del mundo. 

Dos premisas fundamentales del libro son las siguientes: el impacto político de los escritores no tuvo relación directa con la calidad de la obra que produjeron en el período (por lo general mediocre), y ellos mismos, hombres y mujeres distanciados por ideas e ideologías contrapuestas, se comportaron entre sí con notable lealtad. Con respecto a lo primero, Lottman opina que, así como algunos escritores consagrados o exitosos vieron mermado el nivel de su creación después de 1935, autores de segundo orden adquirieron notoriedad justamente por lo conflictivo de sus opiniones políticas. A su entender, «para producir una obra perdurable hay que ser un solitario: Céline cuando escribió Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito, el Sartre de La náusea o el Camus de El extranjero». (Otra cosa es que uno guste o no de tales obras, ciertamente.) En  relación con lo segundo, el autor aporta suficiente evidencia en apoyo de la idea (por ejemplo, hubo quienes se salvaron de morir por la intercesión de amigos con los que habían roto por razones ideológicas), pero también la hay en sentido inverso.  De hecho, el propio Lottman incurre en contradicción al afirmar, pocas líneas después de sentar la premisa, que viejos amigos se denunciaban «en circunstancias -las de la época de la ocupación alemana- que podían llevar a la detención, a la tortura y a la muerte»; y que tras la liberación, en días de la depuración (persecución y castigo de quienes colaboraron con los alemanes y con el régimen de Vichy) y del auge del estalinismo, las rencillas entre antiguos amigos podían resultar en la pérdida de empleos o de posición social.

En la gama de actitudes asumidas por escritores y artistas hubo casos emblemáticos como el de Sartre, eterno abanderado del compromiso del intelectual –su propio historial en este respecto es bastante turbio, considerada su defensa irrestricta de la URSS a pesar de las revelaciones sobre los campos de concentración-; o el de André Gide,  quien en su momento adhirió al comunismo para luego distanciarse de él, y que tuvo a bien arrepentirse de su subida a la tribuna política y reivindicar el derecho o deber de alejar el quehacer artístico de la búsqueda de una eficacia inmediata.

Acerca del álgido período de la ocupación alemana, Lottman asigna a la actuación de las gentes un alto grado de ambigüedad.  Declara, por ejemplo, que de la lectura de memorias de grandes personajes de aquellos años se puede deducir que en París casi todo el mundo resistía, pero también que todo el mundo colaboraba. Según el autor, lo común parece haber sido una especie de miopía política e inocencia, además de una buena dosis de debilidad de carácter (Lottman se guarda de criticarla en demasía).

La posguerra deparó nuevos dilemas y nuevas luchas políticas. Al problema de la depuración siguió, destacando entre los demás, el de los inicios de la guerra fría: optar entre capitalismo o comunismo, EE.UU. o la URSS, o bien ilusionarse con una tercera vía. El período culmina con la mengua del impacto político de los intelectuales y artistas de París, que coincidió con la decadencia del protagonismo internacional de la cultura francesa.  

Llegado a este punto, y para finalizar, creo conveniente señalar que, en mi opinión, el libro ha sido escrito con sentido crítico pero sin profundizar demasiado en juicios ni arriesgar tesis explicativas. Se trata de un trabajo más descriptivo que analítico, ponderado y alejado de consideraciones simplistas.  
 
– Herbert Lottman, La Rive Gauche. Tusquets, colección Tiempo de Memoria, Barcelona, 2006. 463 pp.

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14 comentarios en “LA RIVE GAUCHE – Herbert Lottman

  1. Koenig dice:

    Buenas tardes.

    Interesante reseña Rodrigo. Y con respecto al autor, coincidente. No puedo evitar comparar tu último párrafo con parte de lo que comenté sobre «La Caída de París».

    «Igualmente me ha dado la impresión de que el autor se “moja” poco. Se trata de una colección de anécdotas y hechos de personajes a todos los niveles, pero sin apenas obtención de conclusiones, investigación histórica, razonamientos… etc. propios del autor. Se me antoja (siendo injusto seguramente) una especie de “corta y pega” en algunos momentos.»

    Saludos.

  2. Rodrigo dice:

    Severa opinión, Koenig. No he leído «La caída de París», por lo que no puedo hacer la comparación. Pero sí, creo que en «La Rive Gauche» el autor está un poco tibio, aunque al menos una de las premisas en que basa su estudio es bastante crítica; y no creas, que las figuras literarias e intelectales de la época quedan por lo general en muy mal pie. Por otra parte, me ha parecido bastante más elaborado que un anecdotario de copiar y pegar. En fin.

    El libro lo he leído con harto morbo en realidad (personajes y época me interesan mucho), animado además por mi conocimiento previo de la biografia de Camus por el mismo autor -excelente libro-. Al final me dejó gusto a poco, sin resultarme decepcionante del todo.

    Saludos.

  3. Koenig dice:

    ¿Severo? Es la primera vez que me lo dicen. Ja, ja.

  4. Rodrigo dice:

    Será que hay que interponer un océano y un continente para tamaño atrevimiento.

    :-)

  5. Ariodante dice:

    Muy buena tu reseña, como siempre, Rodri. Me has recordado que tengo ese libro y me he puesto a buscarlo como loca.No lo leí cuando lo compré, y ya se sabe.
    Me ha llevado mi tiempo, pero lo encontré, finalmente…en su sitio (como dice mi marido).
    Me gusta mucho esa frase que citas de que «para producir una obra perdurable hay que ser un solitario»: coincido completamente con ella. Hay miles de ejemplos en la historia.
    Y esa otra en la que dices que todo el mundo resistía y todos colaboraban. Es una generalización, obviamente, pero es cierto que el nivel de colaboracionismo fue altísimo y mucho más asumido entre la población, a juzgar por los escritos de muchos autores. Y si comparamos la posición de Francia con la posición de Inglaterra, no hay color. Francia poco más o menos, perteneció al Eje, de facto.
    Aunque luego intente disimularlo la intelectualidad y la progresía con veinte pasos hacia delante.
    Cuando leí las memorias de Simone de Beauvoir, interesantísimas, me quedó un regustillo amargo por la posición de los intelectuales, ella misma incluída, por supuesto.

  6. David L dice:

    Excelente reseña Rodrigo. Tengo el libro hace tiempo y tal vez tu exposición me animé a adelantar su lectura. A mí también me atrae mucho conocer la posición de los intelectuales en unos tiempos en los que todo iba demasiado deprisa. Ser consecuente con tus ideas, o modificarlas, adaptándolas a las circunstancias tan cambiantes, resultó trágico para muchos de estos pensadores, escritores, artistas, etc..del período de entreguerras. Con respecto a la intelectualidad, estos años antes de que estallara la guerra resultan tremendamente apasionantes. Uno no puede imaginarse qué debía pasar por las cabezas de toda esta gente cuando se produce el ascenso nazi al poder en 1933; cuando el fascismo de Mussoloni comienza a pesar en la política europea; cuando estalla la Guerra Civil española y ya se habla claramente de dos mundos totalmente enfrentados entre sí. La personalidad para mantener ciertos postulados preconcebidos, antes de que estos acontecimientos movieran las conciencias de millones de ciudadanos en el mundo, debió de ser una tarea muy difícil para más de un pensador.

    Un saludo.

  7. Rodrigo dice:

    Tienes razón, David, es un tema apasionante.

    Personalidad, dices, pero también una dosis de ingenuidad y de presunción; de ceguera y obcecación. Más aun tratándose de la defensa de postulados preconcebidos en época de utopismos e ideologías totalitarias. Entre quienes la tuvieron difícil, aquellos intelectuales que se desencantaron del experimento soviético o que no se dejaron seducir por sus cantos de sirena y se atrevieron a criticarlo públicamente (Gide, Orwell, Koestler, Camus, Victor Serge, etc.). Del otro lado, los que como Sartre, Beauvoir o Maurice Merleau-Ponty se empecinaron en la defensa irrestricta de la URSS, justificando incluso el terror de los campos de concentración.

    Uno de los dilemas importantes que personalidades de todo orden enfrentaron antes del estallido de la SGM, el del pacifismo a ultranza v/s la constatación de que a Hitler sólo se lo podría detener con las armas. Claro que si la cosa pasaba por involucrarse en maniobras como el Congreso por la Paz de 1935, orquestado a distancia por el Kremlin, difícilmente llegaría a buen término.

    Ario, ni qué decir que yo también comparto aquella apreciación, premisa del libro. Mencionas las memorias de Simone de Beauvoir; no las he leído. Pero sí su novela en clave “Los mandarines”, que parece fundamental para saber del paño.

  8. Ariodante dice:

    Si, yo también leí hace tiempo «Los mandarines» y esta gente se las traía…Pues las Memorias de Beauvoir son interesantísimas, cuatro tomos, pero aprendes mucho sobre esta época y sobre la personalidad de estos intelectuales divinos que se permitían todo y luego no permitían a los demás.
    Y la relación Sartre-Beauvoir tambien echa chispas. Eran tal para cual, Pin y Pon (esto es un juego de connotaciones españolas, Rodri).

  9. Rodrigo dice:

    ¿Los muñequitos?

    Recuerdo un viejo comercial televisivo.

    «Pin y Pon
    Pin y Pon
    tu diversión».

    :-P

  10. Ariodante dice:

    Jajaja, sí, los muñequitos. Se los compraba a mi hijo cuando era muy pequeño…

  11. David L dice:

    La reseña de Rodrigo ha hecho que haya empezado a leer el libro de Lottman y, la verdad, no me está defraudando. Su lectura me está resultando interesantísima. Uno se pregunta algo que aquellos intelectuales se cuestionaban entonces, ¿hasta dónde la literatura puede estar al servicio de la política? o, a la inversa, ¿hasta dónde la política puede estar al servicio de la literatura? Ese parecía ser un dilema para muchos de estos creadores o pensadores de la época. Cuando hablamos de intelectuales posicionados muy a la izquierda, caso de los comunistas estalinistas, es curioso como defendían la falta de libertad en la URSS como una supuesta medida coercitiva pasajera de cara, decían, al logro de una sociedad más libre. La URSS necesitaba de estos intelectuales para no asustar a sus futuros simpatizantes. Por otra parte, los intelectuales situados más a la derecha, caso de Brasillach o Drieu de la Rochelle, no tenían ningún inconveniente en declararse abiertamente fascistas, antisemitas y, a la vez, mantener ciertas amistades con semejantes situados muy alejados políticamente. Eran dos mundos totalmente opuestos, pero, aunque parezca paradójico, más cercanos de lo que nos podemos imaginar hoy en día. Sigo con esta apasionante lectura….

    Un saludo.

  12. Rodrigo dice:

    El tema del sacrificio de las generaciones presentes a la construcción de la sociedad futura, perfecta e ideal, fue objeto de gran controversia. Una vez formulado el sentido de la historia de modo “científico”, todo medio resultaba válido; el fin lo justificaba todo: desde sacrificar la literatura al compromiso ideológico a meter millones de personas a los campos de concentración. Pero Camus pudo señalar, contra la pretensión cientificista de la profecía marxista, que “no hay razón alguna en este universo para imaginar el fin de la historia”, y que el fin de la historia “no es un valor de ejemplo y perfeccionamiento, sino un principio de arbitrariedad y de terror” (ver “El hombre rebelde”).

    Aprovecho de recomendar un artículo sobre la literatura comprometida, del escritor hispanoargentino Horacio Vásquez-Rial:

    http://www.libertaddigital.com/ilustracion_liberal/articulo.php/599

    Saludos.

  13. David L dice:

    Es increíble como muchos de estos intelectuales de izquierdas unieron sus vidas literarias al servicio de Moscú sin hacerse demasiadas preguntas sobre el verdadero significado del estalinismo en la URSS. El autor parece buscar una respuesta ante semejante hecho, Lottman cree que son varias las explicaciones que pueden hacernos entender esta “anomalía”. Una de ellas podría estar en la obligación que existía durante la guerra de imponer una disciplina en aras de la unidad de acción( esto me recuerda a muchos de los alegatos que hicieron muchos afiliados al partido comunista durante la Guerra Civil española para defender su unión a este partido) necesaria en tiempos de guerra; otra explicación podría estar basada en el rencor de parte de estos intelectuales contra el mundo anticomunista. Tal vez la afirmación que dice así, “el fin justifica los medios” pueda servirnos de respuesta ante esta cuestión tan polémica.

    Un saludo.

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