LA REVOLUCIÓN ALEMANA DE 1918-1919 – Sebastian Haffner

LA REVOLUCIÓN ALEMANA DE 1918-1919 – Sebastian HaffnerSi el Kaiser no abdica, entonces la revolución social es inevitable. No la quiero, de hecho la odio como el pecado.
Friedrich Ebert

Que sucede si tradicionalmente has sido el partido de la Revolución, con el discurso en favor de la futura Revolución, ocupando puestos en el Parlamento defendiendo la futura Revolución, promoviendo reformas para ir llegando a la futura Revolución… y de pronto, de manera inesperada, llega la Revolución.

El libro recoge la situación en la que se encontraron los partidos socialistas o socialdemócratas, nacidos inicialmente del marxismo, cuando con el cambio de siglo se empezaron a integrar en el sistema social y político como una fuerza de carácter reformista. Así, el SPD, perseguido en la época de Bismarck, se convierte en mayoritario en el Reichstag, y una leal oposición durante la guerra, y actúa como único contrapoder al Alto Mando durante la dictadura de Ludendorff, que realmente no tenía ni el grado ni el prestigio para ocupar el puesto que en la práctica ocupaba.

Con una guerra perdida, el autor nos muestra la famosa puñalada por la espalda, pero no proviene de los políticos sino del propio Ludendorff, durante el fin de semana del 27 de septiembre, que buscando desligarse de la derrota, inicia una revolución desde arriba que derrocará al canciller y provocará una serie de acontecimientos que llevarán al fin de la monarquía (diría luego el Kaiser: «el rey de Prusia ha sido hecho abdicar por el príncipe de Baden»).

Es una revolución que los dirigentes socialdemócratas no quieren, pues están acostumbrados al funcionamiento del Reich, y así vemos a Ebert tratando de salvar a la monarquía, a pesar del Kaiser (que se marcha a Holanda) o de algunos militares (los almirantes que deciden hacer una salida suicida que provoca la rebelión). A partir de ahí, el libro desarrolla el absurdo de la situación: una revolución de unas masas socialdemócratas, donde los Consejos (o Soviets en otra terminología) los controlan socialdemócratas (los independientes y los futuros comunistas eran minoritarios) y donde el canciller socialdemócrata trata de sofocar la revolución.

El autor presenta la idea de que la revolución no era mala ni había sido particularmente violenta, que provenía mayormente desde las filas socialdemócratas, que frente a lo que se dijo luego no había implicados comunistas de estilo bolchevique (si acaso Leviné en Baviera), reduce el papel de los asesinados Rosa Luxemburg y Kart Liebknecht (que tampoco aspiraban a una revolución violenta como Lenin), señala que no se planteaba implantar una dictadura totalitaria…

Por supuesto su visión hay que tomarla desde la perspectiva de 1968, con el mayo francés, una Alemania dividida y el SPD que no volvería a la mayoría hasta 1969.

Pero los sucesos se van a precipitar; Ebert, tras intentar varias veces neutralizar a los revolucionarios, se verá en la necesidad de recurrir a los Freikorps (de los que según Haffner en el futuro saldrán los SA y SS) para aplastar ciudad por ciudad a los Consejos, ya con crueldad, violencia y en un clima de guerra civil, bajo la dirección de Noske, que se autorreconoce como el perro de presa. Culminando en Baviera, donde tienen lugar acontecimientos sorprendentes e interesantes con personajes como Eisner y Leviné, y cervecerías (algo pasa en las cervecerías de Munich, debe ser que al ver la cuenta, dan ganas de rebelarse).

Sofocada la Revolución, es el SPD el que pasa a ser innecesario para las clases dirigentes, incluso para sus colegas de la coalición de Weimar, y es un buen objetivo para culpabilizar de la derrota. En ese clima contrarrevolucionario se producirá el Putsch de Lüttwitz (Kapp era un hombre de paja) donde las mismas tropas que había dirigido Noske y apoyado al gobierno le dan la espalda. Viéndose obligado Ebert a acudir a las masas contra los golpistas, produciéndose la curiosa situación de una Alemania con dos gobiernos que no gobiernan más allá de la puerta de sus despachos. Pero de nuevo, tras imponerse, Ebert vuelve a dejar de lado a sus partidarios y tiene que reprimirlos.

Para Haffner, muchos de los problemas futuros partirán de lo sucedido estos años, el SPD perderá peso político al sentir sus votantes que les han traicionado, las izquierdas se mantendrán divididas y enemistadas, la coalición de Weimar solo es por intereses temporales, la ultraderecha empezará a resurgir aunque aún buscando un líder.

En conclusión, un libro interesante, y republicado numerosas veces, para ver una perspectiva de la Revolución Alemana que va a cumplir cien años, pero hay que tener en cuenta que es una visión parcial de los hechos, y algo resumida por su tamaño.

En cuanto al apartado gráfico, consiste exclusivamente en algunas fotografías de los sucesos y de los personajes más importantes.

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6 comentarios en “LA REVOLUCIÓN ALEMANA DE 1918-1919 – Sebastian Haffner

  1. David L dice:

    Es importante destacar que las palabras también pueden constituir un gran peligro cuando sirven de arma de agitación de masas y posteriormente la realidad hacen de aquellas un «boomerang» de consecuencias impredecibles. Algo así parece haber ocurrido en la Alemania de posguerra, después de haber cimentado tu credo político en la Revolución cuando llega la hora quieres llevar la acabo «controlandola» y una Revolución se sabe cómo empieza, pero no cómo puede acabar. Al final es curioso que una parte de la socialdemocracia alemana utilizase elementos contrarrevolucionarios para desmantelar la misma creando una situación de guerra civil que bien caro pagaría el país. El poder busca el control, cuando llega el «descontrol» no agrada ni a derechas ni a izquierdas. Este es un buen ejemplo.

    Saludos.

  2. Rodrigo dice:

    “… La coalición de Weimar solo es por intereses temporales…”

    Al hilo de esta afirmación: fuera de las sucesivas crisis económicas, el gran drama de la República de Weimar fue justamente el haberse sustentado en una constelación de intereses, mucho más que en genuinas convicciones: mucho más que un compromiso sincero e irrestricto con el ideal republicano. No en vano Ian Kershaw dice de ella que fue un “desdichado experimento de democracia sin demócratas”. Muy pocos de sus dirigentes y de sus personalidades públicas se comprometieron en la defensa activa del régimen republicano, pocos se alzaron como valedores de la democracia: Rathenau, Stressemann, el mismo Ebert; los hermanos Mann, (Thomas y Heinrich), Kurt Tucholsky o Remarque en el ámbito de las letras… El hecho mismo de encumbrar a un Hindenburg a la presidencia –circunstancia grotesca y deplorable por donde se la mire- habla a las claras de lo poco concernida que se sentía la sociedad alemana en la defensa de la democracia.

    En relación con la reflexión de David: la izquierda alemana llevaba tiempo entrampada en la encrucijada de “reforma o revolución”, por algo es que los revolucionarios rusos (de Lenin para abajo) tenían a sus antiguos maestros por imposibles, tratándose de montar una revolución. La derrota de Alemania en la Gran Guerra abocó a esa izquierda a un reto para el que, pese a su enorme bagaje doctrinario y a su crédito como vanguardia del radicalismo en Occidente, no estaba en el fondo bien equipada.

    No he leído este libro y quisiera hacerlo pero sabiendo por dónde van los tiros (es decir, conociendo la línea de trabajo de Sebastian Haffner), no cabe esperar una relación pormenorizada del período abordado sino más bien un examen y una interpretación de los hechos, que esto era lo que cultivaba el autor en sus publicaciones. Me parece holgadamente válido y por demás interesantísimo.

    Bien por la reseña, APV.

  3. APV dice:

    Se puede contraponer esta visión, donde Ebert es un villano, a la de otros libros como el de Möller.
    Estaría bien que se publicasen (o tradujesen) libros más actuales sobre esta revolución.

    Respecto a los efectos, pues algunos quedaron claros: Ludendorff había logrado pasar el puerto a los políticos del desastre que había provocado; el ejército no iba a defender a un gobierno frente a golpes desde la derecha; socialdemócratas y sectores más izquierdistas o comunistas no volverían a trabajar juntos; los partidos liberales debieron confiar en que podrían asimilar como había pasado al SPD a los más radicales o revolucionarios como el futuro partido nacional-socialista; la debilidad de la coalición de Weimar,…

    Si bien la alternativa en ese momento no está muy clara.

  4. Balbo dice:

    Yo creo que para entender de forma completa este libro hay que leer antes su interesantísimo libro «Los siete pecados capitales del imperio alemán en la Primera Guerra Mundial». Why? porque te pone en contexto acerca de como los alemanes encajaron la derrota.

  5. Rodrigo dice:

    Interesantísimo trabajo el de Haffner. Como de costumbre.

    Agudo y demoledor desmenuzamiento de la personalidad y las maquinaciones del nefasto personaje que fue Ludendorff (de manera fidedigna, Hindenburg aparece como un simple monigote). Dice mucho del individuo su forma de escaquearse cuando la derrota se volvió inevitable, “cargándole el muerto” a los políticos (en concreto, al parlamento); traspasando a quienes siempre había despreciado la gravosa responsabilidad de solicitar el armisticio, salvaba astutamente su imagen y la del ejército y sentaba las bases de la leyenda de la puñalada por la espalda (activamente difundida por el mismo Ludendorf, secundado como siempre por Hindenburg). Y el nuevo gobierno civil, tan patriótico el pobre, pisó inocentemente el palito: hizo lo posible por ocultar el hecho de que la decisión de capitular provenía del mismísimo mando militar. En buenas cuentas, los políticos colaboraban sin saberlo en la gestación de la abominable leyenda, plantando el germen no solo de su propio descrédito sino el de la incipiente república entera.

    A renglón seguido, Haffner argumenta que la revolución de noviembre fue hecha en apoyo del nuevo gobierno, no en su contra. Revolución que, por demás, no pretendía radicalizar el cambio de régimen sino afianzarlo, garantizando el giro constitucional que legitimaba la transición a un régimen republicano parlamentario (un objetivo más bien moderado, ajeno al extremismo que hubiese supuesto la instauración de un régimen de tipo bolchevique). Ni siquiera aspiraba a trastocar el régimen de propiedad privada ni las bases de la economía capitalista; como mucho, aspiraba a reformarlas. La socialdemocracia emergía entonces como el aliado natural de los insurrectos, en sus dirigentes cifraban estos sus expectativas. Cosa bastante decidora, considerando que el partido socialdemócrata había abandonado hace mucho el radicalismo de sus orígenes. Redunda en lo mismo el que los conservadores dejaran en manos de los líderes socialdemócratas (Ebert, Noske, y demás) el sofocamiento de la insurrección de la marinería y la soldadesca y el apaciguamiento de las masas soliviantadas. Estos mismos hombres, cabeza del nuevo gobierno, serían los responsables de aplastar la revolución (enero-mayo del 1919).

    Ojalá se hubiera reprimido Haffner en su determinación de afearle a los socialdemócratas su cometido. Me refiero en concreto a la parte en que, en un rapto de vehemencia, incurre en el anacronismo de explicar el fracaso de la revolución por su derrota a manos de una coalición de socialdemócratas y NAZIS. ¡Nazis, en una época –primeros meses de 1919- en que todavía no existían! Si acaso su precedente directo, el DAP, pero esta era una agrupación minúscula y sin ninguna incidencia. De lo que afirma luego –lo de echar mano el SPD a los precursores del SA y las SS- se desprende que Haffner recrimina a dicho partido su complicidad con los Freikorps, unos genuinos protofascistas. Esta salida del autor, muy puntual y contenida en apenas un escueto párrafo, cabe mejor en un libelo que en un libro de historia. Cierto que el género panfletario era una especialidad suya, pero este libro en particular encaja más bien en el ámbito de la síntesis e interpretación historiográfica. En aras del rigor histórico, el hombre podría haberse ahorrado el comentario de marras, que no hace más que rechinar.

    Hay más, por supuesto. El capítulo de Munich, ente otras cosas, con una sentida reivindicación de Kurt Eisner.

    Es cierto que Ebert aparece como el supremo villano. Por un momento parece que Haffner modere su evaluación del personaje al motejarlo de “personalidad trágica”: las circunstancias, arguye, lo obligaban a hacer justo lo contrario de lo que en su fuero interno anhelaba, exponiéndose a un sinfín de malentendidos. Acepta a regañadientes el papel de gobernante revolucionario (él, que detestaba la sola idea de revolución), luego la derecha le endilga la responsabilidad de sumir a Alemania en el caos revolucionario (por el contrario, hizo cuanto estuvo a su alcance para atajar la revolución). Más adelante, Haffner, no sin una dosis de benevolencia, atribuye a ingenuidad la disposición de Ebert a aliarse con los paramilitares de ultraderecha (Freikorps), en quienes no habría sabido ver otra cosa que monárquicos exaltados (cuando en realidad eran unos reaccionarios de otra cuerda, muchísimo peores). Pero termina cargándole la mano, y muy pesadamente: lo acusa de traicionar la revolución y de propiciar la represión de las masas proletarias a las que debía amparar. En suma, una interpretación radicalmente opuesta a la de Horst Möller (La República de Weimar: una democracia inacabada).

    Como es obvio, el libro tiene por sustrato una apreciación benigna del movimiento revolucionario, según Haffner, mucho menos rupturista en sus objetivos que los bolcheviques. Es cierto que los comunistas alemanes, que recién se dieron una organización propia al calor de las convulsiones de aquellos días, tuvieron un papel marginal en los acontecimientos (Haffner lo ilustra con un capítulo en que resta importancia al rol de Liebknecht y Rosa Luxemburgo, personalidades de relevancia más simbólica que real), pero creo que el contexto global de la época no permite hacerse ilusiones con la eventualidad de un quiebre mucho menos traumático que el de Rusia. Después de todo, transitar de una monarquía retrógrada a una democracia parlamentaria ya resultaba en sí mismo un vuelco bastante drástico. (Al respecto, no deja de ser un indicio el que la derecha nunca se aviniera a acordarle legitimidad a la república de Weimar.)

    En todo caso, el libro se merece una atenta lectura. Resulta enjundioso, a despecho de su brevedad; al igual que todos los que firmó su autor.

  6. APV dice:

    No había visto este último comentario Rodrigo, pero me parece un resumen excelente.

    Esa Alemania que estaba transitando desde una monarquía semiabsoluta y autoritaria (en transición hacia un choque interno en los momentos anterior a 1914), pasando por un directorio militar (Ludendorff) de cara a un sistema que no tenía claro en ese momento ¿democrático? ¿soviético?,… Ebert un ¿héroe o un villano en esa lucha por el poder?

    El análisis de Haffner es interesante, y deja muchas dudas en cuanto al camino que iba a asumir la Revolución, sobre todo porque los comunistas parecían más mencheviques y no había un Lenin presente en comparación con Rusia o Hungría, pero el doble poder como se mostró en Rusia entre Duma y Soviets era inestable.

    Quizás se necesitan más obras actualizadas que permitan comprender los hechos y el papel de los protagonistas.

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