LA GRAN GUERRA Y LA MEMORIA MODERNA – Paul Fussell

«El impulso de la historia moderna domestica lo fantástico y normaliza lo inenarrable. Y el detonante de la catástrofe es la Gran Guerra.»

Cuando estallaba lo que se conocería como Gran Guerra, más tarde Primera Guerra Mundial, muchos pensaban que sería no sólo una guerra breve sino la última y la más decisiva de las guerras europeas; un conflicto que redimiría a Europa de sus males y que haría de preludio de una larga era de paz y prosperidad para el continente. La posibilidad de que se convirtiese en una matanza multitudinaria de varios años de duración y de que, en vez de resolver  los problemas europeos, supusiera el origen de una prolongada crisis terminal (tal que ha justificado calificativos tremebundos como «era de extremos», «guerra civil europea» y «guerra del mundo») apenas entraba en la cuenta de las peores fantasías. Hubo quienes la consideraron desde su mismo inicio una catástrofe que ponía la civilización al borde del abismo, pero lo que prevalecía en el ambiente era la embriaguez del fervor patriótico y el optimismo nacido de la fe en el mito  del progreso indefinido. La colisión entre expectativas y realidad fue pavorosa.

En el frente occidental, en particular, la guerra de trincheras expuso a los combatientes a la supresión de los estándares de lo normal y al contacto con lo inefable: ¿cómo narrar la abrumadora realidad de las trincheras, una experiencia que parecía devolver a los hombres a una condición primitiva de trogloditas?; ¿cómo expresar el infierno de los bombardeos preliminares y de batallas que se cobraban decenas de miles de muertos por la captura –casi siempre transitoria- de unos cuantos kilómetros de terrreno?; ¿cómo dar cuenta del sacrificio inútil de tantísimos hombres aniquilados por las ametralladoras, mutilados por las explosiones, sofocados por los gases y  desgarrados por las alambradas de espino?; ¿cómo transmitir la horrenda visión de las montañas de cadáveres diseminadas en la tierra de nadie, el espacio que separaba las dos líneas de trincheras? En definitiva, ¿cómo expresar el desengaño de las ilusiones y la constatación de la gratuidad de la vida humana como experiencia cotidiana? No es que la concepción victoriana de la guerra, con su profusión de imágenes gloriosas y sus apelaciones al heroísmo, se  viera simplemente desbordada; esa concepción se veía más bien reducida al absurdo. Por consiguiente, lo que estaba en juego para quienes se esforzaron en dar testimonio de lo vivido era la posibilidad de plasmar la realidad inconmensurable de la guerra moderna en un lenguaje fidedigno y comprensible.

El estadounidense Paul Fussell (Pasadena, 1924), historiador cultural y de la literatura, veterano de la Segunda Guerra Mundial, aborda en La Gran Guerra y la memoria moderna el tema de la interacción entre guerra y expresión literaria en la perspectiva británica de la Primera Guerra Mundial. El libro fue publicado originalmente en 1975 y ha devenido un clásico continuamente reeditado en inglés y otros idiomas. Su contenido presenta varias aristas: la mencionada «interacción entre guerra y expresión literaria» apunta a la plasmación escrita de la experiencia bélica por parte de combatientes de nacionalidad británica, pero también al modo en que la guerra suministró un repertorio de materiales –imágenes, tópicos, metáforas- a la vida  cotidiana. La idea de fondo es que la percepción de la guerra no podía sino servirse de la iconografía proporcionada por la tradición literaria, situación tanto más pertinente habiendo de por medio un rico acervo literario y una población altamente alfabetizada como ocurría en el caso británico; por otra parte, la Gran Guerra rompió con todos los parámetros conocidos de violencia y mortandad y desbancó los recursos expresivos convencionales, demandando la narración del conflicto una nueva imaginería, un vocabulario acorde con los niveles  inauditos de destrucción (la sola ametralladora anulaba la posibilidad de hablar de aquella guerra como de cualquier otra, dice Fussell). La reciprocidad del proceso no acaba aquí, pues también abarca el trasvase del imaginario surgido de la Gran Guerra al lenguaje cotidiano, al discurso de la experiencia rutinaria en épocas de paz.

Para decirlo en pocas palabras: el tema del libro es la forma en que el bagaje literario moldeó la literatura testimonial de la guerra, por un lado, y, por el otro, la forma en que la experiencia bélica modeló dicha literatura, además de contribuir a la configuración de la mentalidad moderna. Todo ello, como está dicho, acotado a la experiencia británica. Las fuentes de que se sirve el libro  son diversas: memorias, crónicas noveladas, diarios, relatos de ficción, poesía, epístolas, prensa escrita. No obstante, a despecho de la variedad de registros, el eje del análisis de Fussell lo proporciona la obra de un puñado de memorialistas y poetas, por lo general mejor conocidos en el ámbito angloparlante: Siegfried Sassoon, Robert Graves, Edmund Blunden, Isaac Rosenberg, David Jones y  Wilfred Owen. Aunque sus respectivas obras transiten generalmente por las vías del tradicionalismo estilístico, todos ellos manifestaron en algún momento su frustración ante la insuficiencia expresiva del lenguaje literario tradicional.

Un factor que otorga relevancia al estudio de Fussell es el notable grado de «literaturización»  que había en todos los niveles del ejército británico en la PGM, resultado de un sistema educativo que enaltecía las propiedades formativas de la literatura clásica y británica, y del auge de la educación popular y de una mentalidad de autosuperación orientada en sentido humanista. Fussell sostiene que la sociedad británica estaba imbuida de un inigualable respeto hacia la literatura, llegando a considerar las letras nacionales como una fuente de orgullo patrio. Las memorias de la guerra, obra en su mayoría de escritores no profesionales, así como las cartas recopiladas y atesoradas en el Imperial War Museum, suelen estar cuajadas de alusiones literarias y de expresiones en que resuenan los ecos de varios siglos de literatura. Los británicos casi no habían leído a Dante de modo que, aparte la Biblia, su fuente primordial de imágenes aprovechables en un contexto extremo debía ser otra; ésta era el libro de John Bunyan, El progreso del peregrino, obra alegórica publicada en la segunda mitad del siglo XVII  y una de las más leídas en lengua inglesa. También influían poderosamente los poemas artúricos de Alfred Tennyson y escritos como Los pintores modernos, de John Ruskin (cinco volúmenes publicados entre 1843 y 1860), y El pozo del fin del mundo, relato de inspiración medieval de William Morris (1896). Los soldados podían deleitarse leyendo una compilación poética como la Guía Oxford del verso en inglés (en contraste con la literatura bélica británica, puntualiza Fussell,  su par estadounidense refleja la falta de conciencia de un canon literario nacional y una menor familiarización con los clásicos grecolatinos. No hay en las obras estadounidenses las abundantes referencias literarias que se encuentran en las obras británicas, por lo mismo carecen del contraste irónico y del ánimo de parodia que suele caracterizar a estas últimas).

¿Cómo encaja una obra como Los pintores modernos en este tema? Acaso sea uno de los mejores ejemplos de conformación de la mentalidad por una obra erudita, ni más ni menos. Explica nuestro autor que Ruskin modeló el sentido estético de los victorianos y sus sucesores, descubriéndoles –entre otras cosas- la importancia de los cielos, esto es, su representación pictórica y su significado moral y religioso. Ruskin «me ha dado la mirada», sentenció Charlotte Brontë, y lo mismo pudieron decir los muchos soldados y oficiales que hicieron de los  amaneceres y atardeceres una visión recurrente en sus testimonios. Tratándose de motivos frecuentes, pero también de mecanismos discursivos importantes, Fussell analiza entre otros los siguientes: la extrema polarización que atraviesa la comprensión del presente, reducido a una confrontación radical entre «nosotros» y «ellos», o «nosotros» y «el enemigo» (una dicotomía cardinal en el paradigma de la violencia que domina el mundo moderno); la tendencia específicamente británica a fusionar la memoria de la guerra con el imaginario proveniente del teatro; el homoerotismo; lo pastoril en la poesía testimonial (Fussell: «Recurrir a lo pastoril es una manera británica tanto de calcular las calamidades de la Gran Guerra como de protegerse imaginariamente contra ellas»); la ironía («La Gran Guerra fue la más irónica de todas las guerras que se han luchado hasta ahora», partiendo por el hecho de haberse desencadenado precisamente cuando la confianza en el mito del Progreso alcanzaba su punto mas álgido).

La Gran Guerra forjó la omnipresencia del estado de guerra en la conciencia del siglo XX. La inesperada prolongación de la guerra, así como su estancamiento y la situación de punto muerto en el frente de trincheras, causaron en combatientes y civiles la impresión de que nunca llegaría la paz. Cerraba el año de 1916 y el diario The Times de Londres, frecuentemente optimista, declaraba que tras 29 meses de lucha no había indicios de una resolución definitiva. Los tres principales memorialistas de la guerra, Sassoon, Graves y Blunden, tuvieron en común el «haberse sentido tentados por la idea o la imagen de una guerra literalmente sin fin». (Cabe destacar que Fussell hace hincapié en el carácter preponderantemente ficticio de las tres «memorias», o pseudomemorias. Esto, a contrapelo de la apreciación general tanto de la crítica como del público, que ha cometido el error de exagerar su rigor histórico o documental.)

El lenguaje mismo ha perpetuado el vocabulario de la guerra de trincheras, presente en áreas que van desde el periodismo y la publicidad  hasta el habla corriente. Es frecuente que las novelas ambientadas en conflictos posteriores rindan homenaje al imaginario de la PGM, aun sin saberlo. En Los desnudos y los muertos (1948), novela de Norman Mailer cuyo escenario es la guerra del Pacífico, se describe una situación mediante los términos «parapeto» y «tierra de nadie»; la descripción es de una efectividad ejemplar, ciertamente, pero se sostiene en anacronismos: la Segunda Guerra Mundial no se caracterizó por la existencia de parapetos o de tierras de nadie, afirma Fussell. Lo mismo vale para otro tipo de escritos y otras temáticas. Vasili Grossman, en Todo fluye, designa la franja de tierra que separa dos campos de concentración soviéticos -uno para hombres y otro para mujeres- con el nombre de «tierra de nadie»: en verdad lo parece, pues la bordean las alambradas y las ametralladoras vedan el paso. Las trincheras de la PGM se han convertido en una suerte de paisaje mítico, y el que se recurra a anacronismos como los mencionados es, en palabras de Fussell, «una muestra de la poderosa continuidad imaginativa» entre aquella guerra y las que le siguieron, además de una amplia variedad de situaciones ajenas a la experiencia militar. Más decisivo es que Mailer, por ejemplo, dejase constancia de una mentalidad prevaleciente al escribir en dicha novela que la «sociedad moderna» es una continuación del ejército por otros medios.

Se trata en suma de un ensayo erudito, un libro que se disfruta mejor cuando se es un conocedor de las letras británicas, que no es mi caso. De todos modos, hace las delicias de cualquier aficionado a  temas como la formación de la mentalidad y la interrelación entre literatura e historia, o entre literatura y vida. Al menos tres de sus virtudes lo acercan al público lector medio: el contagioso amor por la literatura que irradian sus páginas; la escritura de Fussell, diáfana y nada rebuscada, y el compromiso del autor con un pensamiento humanista, contrario a cualquier forma de glorificación de la guerra. La editorial Turner publicó en 2003 el libro que lo complementa: Tiempo de guerra. Conciencia y engaño en la Segunda Guerra Mundial.

Paul Fussell.
La Gran Guerra y la memoria moderna.
Turner, Barcelona, 2006. 478 pp.

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14 comentarios en “LA GRAN GUERRA Y LA MEMORIA MODERNA – Paul Fussell

  1. rosalia de bringas dice:

    Ante todo, Rodrigo, darte las gracias por una reseña tan prolija y entusiasta; y, como siempre, felicitarte por la erudición que destilan sus líneas.
    Me parece interesantísima esa interacción entre literatura-guerra, o como lo ficticio es capaz de configurar la realidad (otro ejemplo de ello lo encontramos en la formación del movimiento Rosacruz).
    Aprecio, eso sí, que el libro se circunscribe al ámbito inglés, ¿es que no sucedió algo similar en el lado germano? ¿cuál fue el imaginario bélico de esa otra parte? ¿Sabes si hay algún antecedente en el inmediato conflicto europeo anterior (creo recordar que fue Crimea)?
    ¿Hay alguna referencia a las posibles influencias de este fenomeno en la literatura del resto de los países (España).
    Una vez más, mi gratitud, admiración, y un saludo muy cordial.

  2. ARIODANTE dice:

    Gran reseña, sí señor, y con mucha enjundia. Creo que la voy a leer otra vez porque es tan densa que me cuesta un poco asimilarla. El tema me parece subyugante. Lo que dices de Ruskin es muy, muy curioso. Cuando la vuelva a leer, volveré a pasar por aqui.

  3. ARIODANTE dice:

    Y Rosalía plantea una cuestión que queda abierta, la de la literatura alemana.

  4. Rodrigo dice:

    Bueno, Ario.

    Rosalía, no es que no sucediera algo similar en los demás países, es solo que –y copio tu frase- Fussell ha optado por circunscribir su estudio al ámbito inglés. Ojalá hubiera sido menos focalizado pero ha primado la especialización, supongo, pero también es cuestión de espacio y de tiempo. El material que el autor ha revisado y en que se ha basado es enorme, muchos archivos, buena cantidad de memorias y toda la gran tradición literaria inglesa, y un estudio completo de tipo comparativo abarcaría muchos volúmenes. En todo caso, hay algunas referencias puntuales a otras literaturas nacionales, ejemplificadas en obras como la de Barbusse (El fuego), Remarque (Sin novedad en el frente), Jünger (Tempestades de acero, que por supuesto no sale muy bien parada –Fussell detesta la guerra, Jünger la romantizaba e idealizaba). Pero si asoma un referente comparativo, este es el caso estadounidense, como espero haber reflejado en la reseña.

    Imagino que puede hacerse un trabajo similar sobre la guerra de Crimea y otros conflictos, material no faltará.

  5. Rodrigo dice:

    Supuse que la referencia a Ruskin te interesaría, Ario. Según explica Fussell, Turner era el máximo exponente de sus ideas sobre la importancia moral y estética de los cielos, con unos efectos que superaban incluso a los de un Claude Lorraine. Para seguir con el tema: el “efecto Ruskin” perduró por largo tiempo, y se percibe también en comentarios que reflejan cierto hastío de la moda de los cielos (un ejemplo tomado de Oscar Wilde resulta muy ilustrativo). En torno a 1930 el hastío era definitivo, al menos entre personas de educación sofisticada (en este caso el ejemplo viene a ser una cita de Evelyn Waugh, un párrafo cargado de retranca).

    Según referencias, el otro libro importante de Fussell, Tiempo de guerra, no es exactamente una réplica del modelo seguido en La Gran Guerra… (intersección de literatura y guerra) pero sí una continuación del empeño del autor por desromantizar la guerra. En Novilis he encontrado una breve reseña del libro:

    http://novilis.es/?p=406

    A estas alturas estará descatalogado pero igual trataré de conseguirlo. He quedado con más ganas de Fussell.

  6. yossarian dice:

    Enhorabuena por esta reseña, Rodrigo. No dejes escapar «Tiempo de guerra». Yo lo leí antes del de «La Gran Guerra» y es el libro que me hizo desmitificar definitivamente la 2ª GM. Muy recomendable.

    Saludos

  7. Rodrigo dice:

    Terminando de leer Secesión, el aburrido libro de John Keegan sobre la guerra civil estadounidense –estadounidense, no «americana-, me topo con una gratificante referencia a Paul Fussell, calificado por Keegan como “el defensor estadounidense de la literatura inglesa de la Primera Guerra Mundial”. La idea de fondo es el escaso legado literario de la guerra civil, en nada comparable al “extraordinario movimiento literario” que inspiró en Inglaterra la Gran Guerra: precisamente el tema central del libro de Fussell. “La Guerra de Secesión, dice Keegan, no dejó homólogos de Robert Graves, Siegfried Sassoon o Wilfred Owen”. En todo caso, Keegan destaca un libro escrito por cierto John de Forest, de quien yo no tenía noticia alguna (señala el británico que fue una de las fuentes de las que se sirvió posteriormente Stephen Crane para su Roja insignia del valor), además de los “testimonios vívidos e imaginativos (plasmados) en las memorias de los supervivientes”.

    ¿El más importante monumento literario surgido de la Guerra de Secesión, según Keegan? Las Memorias personales de U.S. Grant.

  8. Rodrigo dice:

    Releo el magnífico ensayo de Fussell y me digo, como la primera vez, que es el tipo de libro que me habría gustado escribir.

    La Gran Guerra y la memoria moderna es un brillante estudio sobre 1) la reciprocidad entre tradición literaria y vida real, o de cómo la vida alimenta a la literatura y viceversa, y 2) la influencia de la iconografía de la PGM en la historia posterior, o la forma en que los símbolos, tópicos y mitos surgidos en dicha guerra condicionaron la mentalidad y los hechos del siglo.

    Tremendo el capítulo titulado “El mundo troglodita”. Obviamente, su tema es el de la guerra de trincheras y el choque emocional que supuso para los soldados. Pérdida de la inocencia y el derrumbe definitivo del mundo victoriano.

    El capítulo siguiente es aún más potente, pues concierne al modo en que la PGM –sobre todo la guerra de trincheras- acabó de consolidar la gran fractura de los tiempos modernos: la polarización ideológica, social, sicológica y política que dividió a los hombres en bandos irreconciliablemente opuestos; el germen, pues, de los horrores venideros. La comprensión del mundo reducida a unas cuantas dicotomías, en absoluto inocuas. “Nosotros” v/s “ellos”; “nosotros” v/s “el enemigo”; “nosotros, que nos reconocemos y nos entendemos” v/s “ellos, desconocidos e incomprensibles, una amenaza latente o real”, etc. A los del bando opuesto, los de la trinchera de enfrente, apenas se los veía, y la mezcla de sensaciones (miedo, ansiedad, tensión, odio) deformaba la percepción, los convertía en algo cercano a una entidad mitológica, incidiendo en una deshumanización del enemigo que revestía diversas formas. Cuando los alemanes se abalanzaban sobre las trincheras británicas, a los “tommies” les parecían mucho más altos y más fuertes de lo que eran; si alguno de aquéllos era capturado, los ingleses se apuraban por echar un vistazo al raro espécimen, a aquel “huno” que tan malos ratos les hacían pasar. La “tierra de nadie” como la frontera entre el mundo conocido y un mundo hostil, misterioso y preñado de peligros, poblado por seres grotescos con los que no había modo de entenderse. La mentalidad del enfrentamiento, alimentada precisamente por la flagrante dicotomía “nosotros” / “ellos”. Y, por supuesto, el modo en que esta suerte de lógica de la confrontación o de las dicotomías irreductibles condicionó la literatura: la literatura testimonial del momento y ciertas manifestaciones de la literatura posterior.

    Admirable libro.

  9. Carmen dice:

    Muchas gracias por tu reseña, Rodrigo. Por cierto, ¿podrías especificar en qué página de la obra se encuentra la cita que has nombrado al principio de tu artículo? ¡Muchas gracias por adelantado y un saludo!

  10. Rodrigo dice:

    Está en la página 103, Carmen. Al final del capítulo II.

    Por aclarar un poco. Fussell se refiere a la idea de la guerra sin fin como condición ineludible del siglo XX: como si el mundo estuviese permanentemente en estado de guerra, resultando esta fatalidad la condición natural de la humanidad en vez de una crisis excepcional. Lo que para los hombres de siglos pasados era fantástico e inenarrable, la guerra eterna, para los del siglo XX se volvía normal y natural. El origen de esta terrible idea, enfatiza Fussell, puede rastrearse en los días de la PGM, cuando los soldados, mientras permanecían agazapados en las trincheras, se forjaban la impresión de que su tormento no acabaría jamás.

    Me pareció apropiada la cita como epígrafe, es un buen anticipo de lo que plantea el autor en su libro.

  11. Antonio dice:

    Buenas noches:
    Si este libro se parece a «Tiempo de guerra. Conciencia y engaño en la Segunda Guerra Mundial», aunque referido a la IWW, será una obra ineludible.

    Atte.
    PS: excelente reseña.

  12. Rodrigo dice:

    No he hallado ese otro título, supongo que debería mirar en la red.

    Me apetece decir que La Gran Guerra… es uno de los libros que con mayor placer he reseñado, siempre en Hislibris.

    Gracias, Antonio.

  13. Rodrigo dice:

    Ha salido, o está por salir, una nueva edición de este libro. La novedad es que incluye un prefacio de Jay Winter (historiador social y cultural especializado en la PGM, según he constatado en la red).

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