LA DESVENTURA DE LA LIBERTAD – Pedro J. Ramírez

9788490600979“El tal Riego fue capturado por campesinos españoles con tres oficiales, lo que prueba la dispersión absoluta de las fuerzas que le quedaban”. Monseñor, el Duque de Angulema, en carta al Primer Ministro de Su Cristianísima Majestad, Jean-Baptiste de Villéle.

La narración comienza el 12 de Mayo de 1823. Quedan menos de 6 meses para la victoria de los Cien mil hijos de San Luís y el fin del trienio liberal. España ha sido invadida por un cuerpo expedicionario francés, y un ejército de la Fe, acaso igual de numeroso, se ha levantado en armas para apoyarlo. El gobierno constitucional se retira hasta Sevilla, y ahí es donde Fernando VII nombra un nuevo gobierno con José María Calatrava al frente. 

A partir de este momento, Calatrava gobernará un territorio en permanente retroceso, acosado por un desplome imparable de la resistencia militar, un reguero de traiciones y el obstruccionismo hipócrita de su rey. Y ni siquiera cuenta con el apoyo pleno de los constitucionales, divididos entre masones y comuneros. Condenados por los sucesivos desastres, los liberales eligen regresar a una mitificada ciudad de Cádiz, sospechosa de fiebre amarilla y rápidamente sitiada por el ejército francés…pero ahora con la marina de guerra gala dominando también el mar, debido a la neutralidad inglesa. Allí tendrán que afrontar la falta de recursos, la pérdida de toda fuente de financiación y el lento estrangulamiento al que les someten los invasores. Todo para tener que capitular y entregar al rey que, lo saben bien, tomará cumplida venganza contra todos ellos tras su victoria.

Sin embargo, la narración no se limita solo a la trayectoria del gobierno constitucional español. Se extiende al mando francés, con un Angulema espantado ante el fanatismo de sus aliados; a la corte británica, con Jorge IV conspirando a favor de la posición francesa; la corte de un crepuscular Louis XVIII, dirigida por un descomunal Chateaubriand, dispuesto a entrar de lleno en la historia, mientras que a su alrededor se conspira a favor del futuro Carlos X… Y no elude las peripecias amargas de las fuerzas militares constitucionales que se van descomponiendo por toda España, ni la resistencia ante los asaltos franceses en Cádiz.

Naturalmente, el libro tiene una extensión muy notable. Pero la agilidad de la trama lo convierte en una lectura rápida, fluida y de extraordinaria amenidad. Algo a lo que contribuye no poco, como en el anterior libro del autor, su capacidad para describir la psicología de los personajes a través de unos pocos trazos y semblanzas biográficas, apoyadas por numerosas ilustraciones.

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10 comentarios en “LA DESVENTURA DE LA LIBERTAD – Pedro J. Ramírez

  1. Balbo dice:

    Hace poco estuve viendo una entrevista que le hicieron al autor y me resultó muy atractivo el libro. Habla de una acción que suele pasar muy deprisa en los libros de historia, pero se nos habla de un ejército que llegó hasta Cádiz. Muy interesante. Tendré que leerme lo en breve. 》Gracias por la reseña Uro.

  2. Antígono el Tuerto dice:

    Interesante reseña, parece una especie de secuela de su anterior libro sobre la Revolución Francesa.
    «España ha sido invadida por un cuerpo expedicionario francés, y un ejército de la Fe, acaso igual de numeroso, se ha levantado en armas para apoyarlo.», curioso comentario. ¿De dónde saca los datos?, siempre creí que las cifras eran de unos 90.000 franceses y 30.000 españoles….frente a los 130.000 soldados de las tropas liberales.

  3. urogallo dice:

    El dato es mío, no del autor. Por eso señalo «acaso». No hay que tener en cuenta solo al ejército regular, sino también a la infinidad de partidas y grupos de voluntarios que aparecen por doquier. El ejército constitucional (O más bien los ejércitos) si aparece detalladamente descrito y evaluado: Fuerzas en constante dispersión y disminución.

  4. urogallo dice:

    Pués si amigo Balbo, una campaña mucho más amplia y compleja, con ramificaciones diversas que se resuelven en otros tantos asedios ya olvidados.

  5. Richar dice:

    Recientemente me he leído el Episodio Nacional de Galdós que transcurre en esta época. Esto, sumando a que el anterior «tocho» de Pedro J. me gustó bastante, hace que tenga que anotar este nuevo en la lista de «pendientes a leer sin falta ya veremos pero seguro que cae qué sé yo».

    Gracias Uro.

    Saludos,
    Richar

  6. Iñigo dice:

    Yo también leí su anterior libro y me gustó a pesar del nivel de atención que exigía para no perderte en los dimes y diretes que contaba. La reseña me provoca interés. Ya veremos más adelante. No es barato que digamos. Pedro J.
    narra bien y sobre todo prepara exhaustivamente sus libros, con mucha documentación.

  7. Urogallo dice:

    Hay que tener en cuenta que el anterior narraba un episodio, por decirlo así, dentro de un fenómeno complicado y prolongado como fué la revolución francesa. Aquí se trata de una obra mucho más acotada, el gobierno de Calatrava y la invasión gala, dentro de un contexto patrio donde la gran mayoría de los personajes nos resultan mucho más cercanos.

  8. Soldadito Pepe dice:

    Meto la crítica (formidable) que le hizo Pérez Reverte

    Cuando la libertad naufragó en Cádiz
    Crítica de ARTURO PÉREZ-REVERTE | Publicada en El Cultural 09/05/2014 |
    Hay libros de Historia que iluminan con extrema eficacia el presente, lo que no siempre -en España, al menos- conduce forzosamente a la paz de espíritu o al optimismo. A cambio ofrecen lucidez, que no es poco. Referencias magistrales para comprender mejor, y comprendernos. Lecciones importantes que, en las voluntades y manos adecuadas, serían útiles herramientas de futuro. En tal sentido, La desventura de la libertad es una de esas lecciones. Uno de esos libros. En él, su autor reconstruye casi día por día los cinco terribles meses de 1823 en que el Gobierno liberal presidido por José María Calatrava, enfrentado a una invasión militar francesa, sin apoyos, sin dinero, sin ejército, sin apenas fe política, se desmoronó aferrado a una Constitución imposible de aplicar, defendiendo a un infame rey constitucional que no quería que lo defendieran y conspiraba contra los ministros que él mismo había nombrado, y a un pueblo español apático, tornadizo y violento al que en su mayor parte resultaba indiferente ser libre o ser esclavo.

    Como ya hizo en El primer naufragio al analizar el golpe de Estado jacobino de 1793 durante la Revolución Francesa, el autor proyecta ahora una luz singular sobre el trienio liberal y el fracaso de la utopía doceañista: tres años de esperanza que pudieron ser heroicos y acabaron en grotescos, a modo de tragicomedia de enredo cuyo telón cayera teñido de sangre. Se trata otra vez de esa luz gris, casi sucia, infrecuente en el género, marca de fábrica del historiador solvente, y original, que a estas alturas parece difícil discutirle al autor como título. Con ella ilumina el abrumador material de que dispone -el lector advertirá ecos de documentos muy precisos y especializados-, y en especial la pieza que todo lo articula, ordena y detalla: el archivo inédito del propio Calatrava, conseguido por el autor –hay azares que parecen mágicos- en un librero anticuario. Todo eso le permite desmenuzar el período elegido, ofreciéndolo al lector bajo los diversos puntos de vista de protagonistas y testigos directos de cuanto narra. Y así fluye el relato, incitando de continuo a saber qué ocurrió tras cada suceso; con una factura que hace pensar, a veces, en el modo con que Winston Churchill, que además de conspicuo político fue también estimable periodista, historiador y memorialista, se desempeñaba en sus textos cuando combinaba eficiente el rigor, la amenidad, el vocabulario y la estructura.
    Las minuciosas 1.165 páginas del libro constituyen un baño de lucidez necesario, casi higiénico, sobre qué somos los españoles
    Durante aquel dramático repliegue ante las tropas francesas, arrastrando a Fernando VII con ellos de Madrid a Sevilla y de allí a Cádiz, los liberales defendían lo que ya era indefendible, envueltos en una guerra formal contra los invasores del duque de Angulema, en otra guerra sorda contra un rey que los traicionaba desde dentro, y en una tercera guerra entre ellos mismos -tan española que aterra reconocerla en cada zancadilla, en cada vileza–: una guerra interna, ésta, librada aún con más empeño que la que libraban contra los enemigos de la libertad. Aterra, leyendo La desventura de la libertad, más aún que la perfidia política y la crueldad del rey que a todos mintió, pese a que todos sabían que mentía, la falta de generosidad de los mismos liberales divididos en facciones, intereses y egoísmos individuales. Una guerra civil íntima y encarnizada entre supuestos correligionarios, que habría de prolongarse más allá del fracaso, la derrota, la prisión o la fuga, y que todavía los iba a mantener enfrentados durante años, incluso en el extranjero: en aquel Londres donde, forzados a ganarse la vida de cualquier modo, esos exiliados seguirían dedicando su energía a odiarse entre sí, llevando a su miserable existencia la misma ambición, desidia, incompetencia y soberbia suicida que los habían llevado al abismo en España.

    También estremece adquirir, página a página, suceso tras suceso, la certeza notarial de que entre aquellas dos España enfrentadas a garrotazos como en el cuadro donde Goya nos pintó el alma, la absolutista y la liberal -la partidaria del trono y el altar, y la utópica alimentada de una fe rayana en el cálculo demagógico o la estupidez-, no había término medio posible; y cuando lo había, o despuntaba, éste se convertía en blanco predilecto de los ataques de unos y otros. Y todo eso pasaba ante los ojos confusos de un pueblo que ni siquiera estaba dispuesto a liberarse a sí mismo; porque, obediente y sumiso por costumbre -en frase de Quintana-, seguía amando la imagen del rey absoluto, paternal e intocable. Un pueblo inculto, primario, vulnerable a púlpitos, confesionarios y halagos fáciles de quienes lo manipulaban con la facilidad otorgada por una práctica vieja de siglos. Y semejante falta de realismo, la pretensión de imponer libertades nuevas y de difícil aplicación a una España estólida que pasaba de ellas, el empeño ciego de no tocar una coma de la Constitución de 1812 aunque todo se perdiese, acabó haciendo realidad lo que más tarde señalaría Carlos Marx: era inviable el cambio brusco que los constitucionales quisieron imponer a un pueblo que no los comprendía.
    El logro mayor del libro es, sin duda, el formidable retrato psicológico de los principales protagonistas
    Documenta el autor, muy oportunamente, la sorpresa de los invasores franceses cuando se internan en un país que muy poco antes había sido su más terrible pesadilla militar. Los veteranos de la campaña napoleónica, acostumbrados a vérselas con un enemigo cruel y fanático en una España hostil, se frotan los ojos, incrédulos, cuando se ven vitoreados y abrazados en cada pueblo, bendecidos desde las iglesias por los mismos curas y frailes que sólo ocho años antes, trabuco en mano, predicaban su implacable exterminio como abortos de Satanás. Los soldados del duque de Angulema -al que este libro hace debida justicia-, que sólo pretenden restaurar la monarquía y hacer posible un régimen con cierta representatividad por parte del pueblo, no esperan la reacción brutal, sangrienta, de Fernando VII y su gente hacia los constitucionalistas vencidos. Y cada vez, cuando los liberales se retiran o encierran en sus casas, cuando la turba infame acude, como suele, en socorro del vencedor y ajusta cuentas con el débil y el caído, son los franceses quienes salvan a cuantos pueden. Incluso, a menudo, los encarcelan para protegerlos. Ellos son los únicos que intentan impedir las atrocidades alentadas por los realistas borrachos de venganza, que con saña se multiplican por todas partes; los saqueos y asesinatos perpetrados por las turbas que se envalentonan a su paso, dispuestas a cobrarse en los indefensos, en los liberales encarcelados y sus infelices familias, el fácil botín infame de la revancha.

    Son brillantes, y muy útiles para comprender el juego de fuerzas de la época, las descripciones de la situación política en Gran Bretaña, con los intentos de Londres para que España tuviese una salida constitucional razonable, y su alivio al advertir que a Francia correspondía el repugnante mérito de haber allanado el camino a un tirano sin escrúpulos. La parte militar del asedio de Cádiz y el asalto francés al Trocadero figura en el libro con claridad y rigor extremos, y la exhaustiva documentación manejada por el autor convierte esas escenas en intensos relatos bélicos, narrados en primera persona por los más destacados testigos.

    Pero el logro mayor de La desventura de la libertad es, sin duda, el formidable retrato psicológico de los principales protagonistas. Gracias a la riqueza documental y testimonios directos que el autor maneja, todos aparecen penetrados lúcidamente en sus intenciones y sentimientos, lo que redunda en la mejor comprensión de los sucesos en que intervienen. Y entre todos esos absolutistas infames y vengativos, entre todos esos políticos mediocres víctimas de su propia incompetencia, entre todos esos militares indecisos, propensos a cambiarse de bando según pintasen oros o pintasen bastos, se alza enorme, superior, cuajado a lo vivo, un retrato magistral de Fernando VII: el rey más vil que ocupó trono en España; el siniestro personaje que engañó a sus padres, a Godoy, a Talleyrand, a Napoleón, a Inglaterra, a Francia, a sus esposas, a los liberales y a sus mismos partidarios. En estas soberbias páginas, Fernando VII aparece exactamente como era: un oportunista cruel, un cobarde inteligente y afortunado, un psicópata del disimulo y de la infamia. Alguien cuyo carácter queda resumido en un trazo brutal, rápido y definitivo: la mirada de odio que el rey, recién liberado, dirige al regente Cayetano Valdés, el digno héroe de San Vicente y Trafalgar, en silenciosa promesa de la venganza implacable que caerá sobre él y cuantos lo humillaron. Y es que el rey felón es el único personaje de talla entre ese rebaño lanar de serviles imbéciles o interesados, de liberales arrogantes, irresponsables y utópicos. Fernando VII, en su vileza infinita, es el único que emerge por siniestro mérito propio entre toda esa mediocridad e incompetencia, brillante en cada página del libro justo a causa de su ilimitada maldad, por entero shakesperiana, que lo pone a la altura de un Ricardo III o un Macbeth.
    El autor proyecta ahora una luz singular sobre el trienio liberal y el fracaso de la utopía doceañista
    Y es que no hay hombres capaces. O apenas hacen acto de presencia en aquel trágico escenario. Se lo dice sin rodeos Quintana a lord Holland: “Tuvísteis vuestro Cromwell, los americanos su Washington, los franceses su Napoleón. Nuestro país, milord, no produce esa clase de hombres”. Ni siquiera, en La desventura de la libertad, hay héroes reales, durables. La muerte les llega con infamia, sucia, alevosa: a la española. Ballesteros, O’Donnell, Riego… Los viejos soldados liberales de la guerra de la Independencia traicionan a los suyos, buscan el perdón real, el medro futuro, o viven sangrientos y tristes crepúsculos, delatados, insultados, asesinados por el mismo pueblo que luchó bajo sus órdenes y hasta ayer los aclamaba como paladines de la libertad. Y los que, gracias a sus vencedores franceses, que los apresan para poder salvarles la vida, logran huir al exilio, aún allí, desunidos, insolidarios, en esa perpetua guerra civil que todo español parece tener incrustada en el alma, se echan en cara unos a otros la derrota y el desastre.

    La desventura de la libertad es uno de esos textos altamente recomendables, aunque fuese para confirmar una útil certeza: la historia de España es una novela apasionante que a menudo acaba mal. Sus minuciosas 1.165 páginas constituyen un baño de lucidez necesario, casi higiénico, sobre qué somos los españoles, qué fuimos y qué podemos o podríamos ser. Este libro abunda en desalientos, fracasos, ruindades y esperanzas; en situaciones que entristecen o que, eso depende de cada lector, explican, educan y tal vez consuelan. Entre las últimas, destaca una imagen: la del joven teniente que en Sevilla y en plena retirada hacia Cádiz, al frente de su tropa que marcha a tambor batiente, ordena presentar armas según las ordenanzas y grita ¡Viva la Constitución! al pasar ante la lápida conmemorativa de 1812, que en ese momento el populacho está destrozando a martillazos.

  9. Iñigo dice:

    Atención, atención. Hoy en Amazon, el ebook por sólo 1’56€. Yo ya lo he comprado.

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