LA CREACIÓN DE UN MUNDO: HISPANOAMÉRICA – Fernando Bellver

9788477742630Más allá de las controversias en torno al proceso desencadenado por la hazaña colombina de 1492, es de perogrullo que el ser de Hispanoamérica hunde sus raíces en un acto externo, venido de fuera. Antes de este acto, que no es otro que el de la conquista y dominación de una vasta porción del continente americano por españoles, lo que había era un mosaico disperso e inconexo de pueblos, un racimo de primeros pobladores al que un error de concepto –exógeno también- puso el nombre genérico de “indios”. El hecho de la conquista y dominación no agota, ciertamente, la definición de lo hispanoamericano, fenómeno de identidad colectiva en que el mestizaje y el sincretismo cultural son componentes fundamentales; pero sí es el factor de origen y el aglutinante primordial, sin el cual el nombre mismo (“Hispanoamérica”) carecería completamente de sentido. Está fuera de duda que la gestación de este cuerpo o conglomerado de naciones articulado por la herencia hispánica fue un proceso asaz violento, tan irreductible a cualquier forma de idealización como la vida de los pueblos precolombinos anterior a 1492. Empero, es el hecho de la articulación, del entramado, lo que concierne a la presente ocasión: el cómo se gestó en sus inicios el mundo hispanoamericano, en un proceso que remite necesariamente a los tres siglos de la empresa colonial hispana en América. Éste es justamente el tema de La creación de un mundo: Hispanoamérica, obra de divulgación escrita por el historiador español Fernando Bellver.

Un arduo y prolongado momento fundacional, el de Hispanoamérica, en cuya caracterización concurren conceptos como construcción y adaptación, trasvase de instituciones, aculturación, asimetría cultural (relación de dominio/subordinación), sincretismo, arraigo. La etapa inicial, el siglo XVI, tiene tanto de gesta como de drama; su material es el que alimenta las leyendas inspiradoras pero también las historias más sombrías. Iniciativa imperial por definición, su protagonismo es notoriamente español, dejando a las miríadas de nativos el papel de figurantes, o de víctimas. Desde el punto de vista de la epopeya, los dos siglos siguientes son de tono menor; sus protagonistas no son ya los conquistadores sino los administradores. Pero se trata de siglos fecundos, pues en ellos germina definitivamente la simbiosis que a lo largo y ancho del continente justificará el nombre de Hispanoamérica. Una Hispanoamérica que sí es el consabido crisol de razas, mas no la gloria del ideal de cohesión. Porque, amalgamada y todo en una urdimbre común, esta tierra, este Nuevo Mundo de habla hispana, ha sido y sigue siendo a la manera de un tapiz más que multicolor, hecho de fibras muy distintas, y su historia ha tendido mucho más a la disgregación que a la armonía y la mancomunidad. La exorbitante geografía y unas oscuras fuerzas centrífugas, por no hablar de ciertas tensiones inscritas en la estratificación étnica –consubstancial al proceso de colonización-, sofocan, en no pocos momentos de una historia plurisecular, la conciencia de su filiación común. Filiación que, por si fuera poco, en sí misma es también problemática, sobre todo en países de mayoría amerindia en que el vano reniego de la prosapia española es más recurrente.

Un Nuevo Mundo que, en lo que toca a la América ibérica, lo es menos en el sentido cultural que en el geográfico. Porque no es una radical voluntad fundacional lo que inspira los orígenes de Hispanoamérica, sino un afán de inclusión y de apropiación. Lo que hay no es el intento de forjar una realidad sui generis, libre de los vicios, guerras y querellas que inficionaban al Viejo Mundo –la quimera puritana de la “Nueva Jerusalén”-, sino un proyecto que es al mismo tiempo ecuménico e imperial, cuyo dictado espiritual es el de incorporar el continente –y sus gentes- al orden de la cristiandad, mientras que en lo material la tarea consiste en proveer al bienestar de la metrópoli. Al decir del historiador mexicano Edmundo O’Gorman, «América [su parte ibérica] resultó ser, literalmente, un mundo nuevo en el sentido de una ampliación imprevisible de la vieja casa o, si se prefiere, de la inclusión de ella en una parcela de la realidad universal, considerada hasta entonces como del dominio exclusivo de Dios» (v. La invención de América, Cuarta Parte). Al contrario que en la América anglosajona, en la hispana no es la pasión de la originalidad lo que se impone, no la «inconformidad con la mera repetición» (O’Gorman), sino la réplica de lo conocido. Por lo mismo es que el trasplante de patrones institucionales y la fidelidad a la metrópoli son los signos fundamentales de la política colonizadora hispana, lo mismo que la voluntad de integrar a la población aborigen (pues evangelización y aculturación ubican a este modelo en las antípodas de su contraparte anglosajona, con su efecto excluyente -cuando no exterminador- del aborigen).

Pero no es ni puede ser la América hispana una simple réplica de la matriz ibérica, o una Europa latina de segunda mano. Lo impiden factores como la diversidad y las peculiaridades de la tierra y sus habitantes, las escalas y los desafíos desproporcionados de la empresa colonial y, en fin, la misma lejanía de la metrópoli. Los descendientes de los conquistadores representan el arraigo en la tierra madre y el germen del sentimiento patrio, el que subrepticiamente introduce un elemento de disgregación (la incipiente fractura, que incidirá también entre los hispanoamericanos), mientras que el mestizaje y la presencia indígena cobran creciente protagonismo; bien pronto se añade el componente africano. Apunta Fernando Bellver:

«El poder económico, el social y hasta el político realzaba a los criollos. Y de la mano de los criollos, América empieza a vivir. Sus ciudades pasan de ser embriones a brillar con luz propia (…). Europa se refleja en América. Pero el marco es distinto. Se trata de la naturaleza americana en su diversidad y grandiosidad que tan bien conocieron los conquistadores. Es ella la que convierte a los recién llegados en americanos, que no son simplemente los españoles en América, sino los americanos españoles. América empieza a ser su patria. Y en este marco entran los indígenas, que, a través de los criollos, descubren las innovaciones europeas y que pronto las saben reproducir, realzando aspectos inéditos que ya son auténticamente americanos. América empieza a hablar utilizando lenguajes europeos. El mensaje americano enriquece al europeo. Se trata de un comienzo que dará frutos inesperados».

Tenemos en La creación de un mundo: Hispanoamérica un libro guiado por la intención de trazar las líneas fundamentales del proceso en cuestión, considerando sus aristas políticas, administrativas, económicas, militares y socioculturales. Un libro que no hurta el cuerpo a la faceta sórdida de la presencia española en América pero que, con buen sentido, se enfoca en sus aspectos constructivos. Obra breve, panorámica, bien escrita por lo general y sobradamente apreciable en su género, que es de la divulgación.

– Fernando Bellver Amaré, La creación de un mundo: Hispanoamérica. Antonio Machado Libros, Madrid, 2014. 333 pp.

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21 comentarios en “LA CREACIÓN DE UN MUNDO: HISPANOAMÉRICA – Fernando Bellver

  1. ARIODANTE dice:

    Interesantísima reseña y un libro sumamente atractivo. Hace nada he terminado la biografía de Hernán Cortés y veo muy ligado un tema a otro.
    Enhorabuena, Rodrigo, por sacar a la luz este libro. Ciertamente, es destacable que la conquista y administración española no fueron como la británica. Las tierras que se iban incorporando al imperio lo eran como un reino o una provincia más. Al menos, esa fue siempre la intención española. Que hubo una parte sórdida, …la hubo, claro que la hubo. Pero que el fruto fue un mestizaje sabroso y con una propia idiosincracia, también es otra realidad.

  2. Rodrigo dice:

    Cierto, Ario. Y se trata de una multitud de idiosincracias, en realidad, con un trasfondo común. Para ustedes –en España- quizá la diferencia no es tan evidente pero entre nosotros sí que la percibimos. No es lo mismo ser colombiano que mexicano, o peruano, o argentino, o chileno, por ejemplo.

    Para una visión contrastada de las dos empresas colonizadoras, española y británica, tenemos el magnífico libro de John Elliott, Imperios del mundo Atlántico. Éste de Bellver se centra en Hispanoamérica y está bastante bien como visión panorámica de tipo temático. Divulgación de calidad.

    ¿Quién es el autor de esa biografía de Cortés?

  3. ARIODANTE dice:

    El autor de la biografía que he leído es Salvador de Madariaga. Un clásico.

  4. alexander dice:

    Interesante, sin embargo el libro de Madariaga es muy genérico; considero que América Latina y Rusia deben empezar a abordarse primero desde la literatura y después desde la historia, para entender porque un coronel muchos años después en el pelotón de fusilamiento recuerda aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo, o porque a otro coronel de las guerras civiles nunca le llegó la pensión prometida desde la capital e iba todos los día a esperar el buque en el Magdalena, buque con el cual soñará Santiago Nassar el día que lo iban a matar.

  5. ARIODANTE dice:

    ¿Que quieres decir con «genérico», Alexander? El libro de Madariaga es una magnífica y exhaustiva biografía sobre Cortés y sobre México. Madariaga también tiene una novela sobre México y la conquista de Cortes, pero no la he leído aún.

  6. alexander dice:

    Si pero es solo México, y el resto del subcontinente? Donde queda Pizarro, Aguirre, Almagro? Además la América es más que la Conquista, donde queda por ejemplo el hito de la Revolución cubana? que con todos sus errores y la dictadura de los Castro que luego engendró es uno de los procesos políticos más interesantes del hemisferio occidental. Lo que yo afirmo de la literatura es que en América Latina se dió un sincretismo entre lo trágico-realista y lo mágico como el pavoroso diluvio que cayó sobre Macondo o cosas hermosas como la levitación de Remedios, la bella, que sirven de abrebocas a la pavorosa masacre de las bananeras. Sirve de introducción a un subcontinente sincrético y con un mestizaje entre trágico y erótico, que donde tal vez más se ve es en la región Caribe.

  7. Rodrigo dice:

    Ajá, Madariaga. Leí en tiempos El corazón de piedra verde, que me gustó.

    Gracias, Ario.

  8. ARIODANTE dice:

    A esa me refería, Rodrigo. El corazón de la piedra verde. La tengo en cola para leer .

    Alexander, Madariaga tiene otros muchos textos sobre Hispanoamérica. Pero este que he leído yo es una biografía de Hernán Cortés. Obviamente Pizarro solo sale de pasada, Aguirre ni se nombra. Almagro también sale brevemente. Una biografía suele ceñirse al biografiado…y su contexto. Lo que tu echas de menos es justo lo que yo creo que ha reseñado Rodrigo.

  9. alexander dice:

    Otro libro que analiza en profundidad la entraña de América Latina Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa, con la célebre pregunta que el protagonista se formula cuando atraviesa la avenida Tacna en el mediodía gris de Lima, En que momento se jodió el Peru?

  10. ARIODANTE dice:

    Conversación en la Catedral es una magnifica novela, pero creo que la mejor manera de analizar el surgimiento y devenir de Hispanoamérica es mediante el ensayo histórico, y el que nos reseña Rodrigo me parece una vía interesantísima, ¿no lo crees así, Alexander?

  11. alexander dice:

    Sí el problema es la dispersión habría que estudiar Diecinueve historias de 19 Repúblicas americanas que hablan español no incluyo a Brasil para no hacer más complejo el problema y como anotaba anteriormente Rodrigo las naciones hispanoamericanas son muy diferentes las unas de las otras, a excepción de la literatura y por supuesto la lengua de Cervantes veo difícil un aglutinador común para hablar de una historia.
    En cuanto a novelas históricas que hablen de la América hispana hay muchas y de muy buena calidad Yo el Supremo del paraguayo Augusto Roa Bastos, Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Pietri, El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, los cuentos de gauchos de Jorge Luis Borges, el Siglo de las Luces de Alejo Carpentier.
    Y bueno todo el boom.
    También hay que tener en cuenta un subgénero la novela del dictador algo muy muy latinoamericano, como El Señor presidente de Miguel Angel Asturias, El otoño del patriarca de García Márquez, La fiesta del Chivo de Vargas Llosa, eso de pronto si podría ser un factor unificador.
    En fin como dice un famoso verso de Pablo Neruda sobre la Conquista, Nos quitaron todo nos dejaron todo, el idioma.

  12. Rodrigo dice:

    La cosa es que la literatura de ficción no tiene por función primaria el desentrañar las esencias de una cultura cualquiera (sea ésta nacional, subcontinental, hemisférica o lo que se cuadre). Su cometido y sus parámetros son ante todo artísticos; lo demás es secundario, cuando no incidental. No es función de un novelista “analizar” la entraña de una idiosincrasia, y en caso de hacerlo, solo será de forma excepcional, figurada y tangencial –y no por hacerlo será por fuerza un gran escritor, o su obra una obra de primera línea. Novelas idiosincráticas como La vorágine, Raza de bronce y El reino de este mundo importan en primerísimo lugar porque son buenas novelas: porque satisfacen criterios estéticos y porque entretienen. E importan, pero en términos secundarios, porque son buenas metáforas –que no análisis- de ciertos aspectos idiosincráticos hispanoamericanos –no de todos. La porción de América Latina retratada en Las lanzas coloradas no es la misma de hoy, dos siglos después de los movimientos de independencia; así como la independencia de la Nueva Granada no fue igual que la de Chile o la de Bolivia, por ejemplo. La Colombia representada en La vorágine no es necesariamente la misma de hoy, y ni siquiera en su día representaba esa novela a toda Colombia (no la urbana, ciertamente). No cabe tener como representativa de la identidad argentina o de la chilena una novela como la de Rivera, o una como Cien años de soledad; lo mismo puede decirse de una novela de Cortázar o una de José Donoso con respecto al ámbito caribeño. Se trata por un lado de que no hay esencias culturales inmutables, ajenas al devenir histórico, y por el otro de que también en literatura es muy real el problema de la fragmentación y la dispersión cultural en Hispanoamérica.

    ¿La novela de dictador como factor unificador? No veo cómo. El tema de fondo es el de unas muy concretas realidades históricas, y no es correcto hacer tabla rasa de las especificidades de las distintas dictaduras que existieron y que existen en la América Hispana. No es lo mismo la dictadura de Castro o la de Maduro que la de Stroessner o la de Pinochet. ¿Qué hacemos con la dictadura de Pinochet, una de las más brutales y prolongadas, pero que no inspiró una genuina novela de dictador? ¿Excluimos a Chile de los estudios histórico-culturales hispanoamericanos?

    Como medio de conocimiento de una identidad o una cultura, la literatura de ficción solo puede hacer un papel auxiliar e instrumental, y referido más a cuestiones idiosincráticas que propiamente históricas. Los verdaderos encargados de estudiar estas materias son historiadores, antropólogos culturales, sociólogos, ensayistas misceláneos. Profesionales que eventualmente pueden echar mano de la literatura de ficción, como algunas veces han hecho.

  13. alexander dice:

    Pues es libro de historia unificador acerca de América Latina, es Mommson ese von Ranke aún no ha surgido. Es un continente muy joven aún con un mestizaje que hasta ahora empieza a asentarse hay hechos dispersos ensayos de historia palimpsestos de historiadores. En cuanto al género de la novela del dictador éste acabó cuando acabó el boom.

  14. Rodrigo dice:

    No entiendo muy bien ese afán por un libro unificador, ni qué signifique esto en concreto. Historias generales de América Latina (o Hispana) no faltan, acaso insuficientes pero los hay. Estudios culturales sobre lo mismo, también.

    Dado lo extenso y diverso del tema, no es cuestión de que un único historiador o investigador cualquiera (“un Mommsen o un Ranke”) deba abordarlo por sí solo. Un verdadero libro “total” debería ser fruto de un trabajo multidisciplinario, en que historiadores trabajen codo a codo con sociólogos, antropólogos, historiadores de la literatura y del arte y otros, representativos de todos los países de la región: una empresa poco menos que quimérica. La Historia de América Latina editada por Leslie Bethell y publicada por Editorial Crítica en varios volúmenes, por de pronto, es una obra colectiva. Un Marcello Carmagnani, por ejemplo, escribe libros generalistas sobre América Latina, pero los suyos no son libros enciclopédicos (y no tienen por qué serlo). Fondo de Cultura Económica publicó hace poco una Historia de América Latina escrita por Edwin Williamson, biógrafo de Borges; pienso comprarla, pero doy por descontado que un solo volumen como éste será por fuerza una versión comprimida del asunto.

    Libro unificador… No sé.

  15. Rodrigo dice:

    La última novela de dictador de verdad es La fiesta del Chivo. En Chile tenemos Milico, de José Miguel Varas, pero aun siendo buena no entra cabalmente en el subgénero.

    No sé de ninguna novela argentina o uruguaya que lo haga.

  16. alexander dice:

    Y aunque la literatura de ficción no tenga como función desentrañar el pasado sirve como fuente primaria de estudio por ejemplo el Sabueso de los Baskerville de Artur Conan Doyle y nuestro querido amigo Scherlock sirve como fuente primaria de la época victoriana tardía, así como la importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde para la eduardiana, para la era victoriana temprana los papeles del club Pickwick de Charles Dickens, para la conquista del Cáucaso Hadji Murat de Tolstoi, para el París del impresionismo Bel Ami del gran Guy de Maupassant, para la Norteemérica de la guerra civil los poemas de Walt Whitman oh capitain my capitain, para la misma Revolución cubana las canciones de trova, para la Grecia preclásica la Ilíada y la Odisea, ara las andanzas en la Persia islámica los cuentos de la bella y enigmática Sherezada, para la Atenas clásica las obras de Platón, para el Levante de la edad de Bronce la Biblia, para la época de transición entre el paganismo y el cristianismo las Confesiones de San Agustín.

  17. ARIODANTE dice:

    Yo estoy con Rodrigo, la función de la literatura no es analizar. No es una ciencia, es un arte, y no produce conocimiento en el sentido científico de la palabra, solo «muestra» cosas. Personajes, paisajes, situaciones…ayuda, obviamente, a entrar en el pasado histórico. Pero no ha de tomarse como fuente de estudio, sino como apoyo y como sugerencia. Tomarla como fuente podría llevarnos a error. Ya las propias fuentes históricas son tendenciosas ( cuando no son hechos constatados, sino informes de hechos) porque incluyen opiniones del relator, cuanto más lo son las obras literarias, que incluyen una interpretación del autor, e incluso una mezcla con ficción.

  18. Rodrigo dice:

    Suscribo, Ario, al 100%.

    Imposible decirlo mejor.

  19. alexander dice:

    Las fuentes de la historia es lo escrito eso es lo que distingue la historia de la prehistoria, si lo que por ejemplo tenemos de los coptos del siglo ix, después de dos siglos de islamización, son poemas debemos recurrir a ellos para ver como vivían. No estoy hablando de novela histórica sino de producción literaria de la época, o acaso el abanico de lady Wildemore de Oscar Wilde, no les parece una exacta reproducción de la clase alta eduardiana? o el diario del doctor Samuel Johnson una reproducción fidedigna del Londres del siglo xviii? sus hábitos, los lugares donde la gente tomaba cerveza, leía periódicos en fin como diría Ortega discurría su vividura? o el Diario de la peste de Daniel Defoe o los Diarios de Pepys, del Londres del siglo xvii? O acaso alguien osa a quitarle entidad de documento para el estudio de la historia a las obras de Shakespeare? o al contexto de la masonería en la Viena del siglo xviii a la flauta mágica de Mozart? Entonces todo el arte todo lo que el ser humano ha descrito para si, para su deleite en 4000 años de historia escrita no pueden ser tomados como base para el estudio de la historia? Acaso Schilemman no llegó a Troya gracias a los cantos de la Iliáda que recitaba un viejo marinero en el Hamburgo del siglo xix?(según la biografía de Emil Ludwig). O las Sagradas Escrituras no son base para l arquelogía del Cercano Oriente así sea para refutarlas? Cuántos no utilizamos a Las mil y una noches como abrebocas para los estudios islámicos? Ahora hay novelas históricas tan bién escritas que superan un libro de historia, Guerra y Paz de León Tolstoi es un ejemplo Los Buddenbrook o la misma Montaña Mágica de Thomas Mann todo lo escrito es útil para el estudio de la historia.

  20. Rodrigo dice:

    Ya, hombre, no te discuto que la literatura de ficción sirva como fuente de estudio. Esto lo dije antes, cuando señalé que la literatura puede hacer un papel auxiliar y que los profesionales de las ciencias sociales o humanas han echado mano de ella.

    O sea que sí, la literatura de ficción es útil al conocimiento, pero no genera conocimiento por sí misma. Dicho de otro modo: la literatura es útil a la ciencia, eventualmente, pero no es ciencia ella misma. Es un arte.

    Otra cosa es mezclar obras de ficción con textos religiosos o memorialísticos. No es cosa de pintar con brocha gorda.

  21. alexander dice:

    En eso coincidimos, además la literatura de le época sirve de motivación para leer libros históricos al respecto, p. ej quien guste de Shakespeare puede motivarse a leer un libro de historia acerca de la Inglaterra isabelina, quien guste del Quijote algún libro de Henry Kamen sobre el Siglo de Oro, o la Regenta algún libro de historia de la España del siglo xix.

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