IMPERIAL WOMEN OF ROME. POWER, GENDER, CONTEXT – Mary T. Boatwright

Las mujeres de las familias imperiales en Roma durante el Principado (27 a.C.-192/235 d.C.) jugaron un rol público y privado que va mucho más allá de algunas imágenes estereotipadas –ya en fuentes como Suetonio, Tácito y Dión Casio, ya en la cultura popular contemporánea, de novelas como Yo Claudio (sobre todo su adaptación televisiva) o de películas y series de televisión–,* y que a menudo han creado tópoi literarios: Livia la envenenadora, Julia (hija de Augusto) infiel y castigada, la devota (esposa de Germánico) Agripina la Mayor, su ambiciosa hija Agripina la Menor (esposa de Claudio y madre de Nerón), la sexualmente insaciable Mesalina (capaz de retar a una prostituta a acostarse con el mayor número de clientes), la sacrificada Octavia (hija de Claudio), las respetad(ísim)as Plotina, Matidia la Mayor, Sabina y Faustina la Mayor en época de los Antoninos, las sirias (y por tanto tildadas extranjeras) Julias Domna, Soemias y Mamea, etc.

*Al respecto de la ficción audiovisual, además de una serie ya “clásica” como Roma (HBO/RAI/BBC: 2004-2006), que presenta a algunas de las mujeres de la órbita del joven Octaviano, futuro Augusto, y de la mencionada Yo Claudio (BBC: 1976), a las que se añadirían películas como Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951), La caída del Imperio Romano (Anthony Mann, 1964), Calígula (Tinto Brass, 1979), Gladiator (2000, 1999) o miniseries como Anno Domini (NBC: 1985), en las que aparecen las muchas mujeres imperiales que se recogen en este libro, hay que señalar el reciente estreno de Domina (Sky: 2021-2023), serie (cancelada tras su segunda temporada) que recrea la vida de Livia Drusila (ca. 59 a.C.-29 d.C.), segunda (o tercera) esposa de Augusto, hasta la muerte de su hijo Nerón Druso en 9 a.C.

Mujeres (muchas más además de las mencionadas) que gozaron de poder (en algunos casos) o que fueron envilecidas por sus (¿supuestos?) crímenes; que tuvieron una imagen pública con títulos como Augusta o Mater Castrorum (madre de los campamentos) o que fueron divinizadas (Divae) tras su muerte; que aparecieron en monedas y a las que se levantaron estatuas por doquier… mujeres imperiales, en última instancia, que por su condición de género fueron cosificadas, con una posición pública que a menudo hubo que justificar ante la misoginia imperante en la época y sin la “inmunidad” que los principes, a priori primeros entre iguales, gozaron como “emperadores” de Roma. La costumbre y la ley moldearon las vidas privadas y públicas de estas mujeres, de modo que el libro de Boatwright nos muestra, en estos más de dos siglos y medio de época analizada, cómo fueron sus experiencias y cómo su imagen fue enaltecida o condenada en su propia contemporaneidad, creando a su vez una visión que ha perdurado en el imaginario colectivo hasta nuestros tiempos.

El volumen consta de ocho capítulos (más una introducción) y tres apéndices: una relación cronológica de los hechos de las mujeres imperiales, una serie de cuadros genealógicos de las dinastías y un listado de Divae [mujeres divinizadas] y de hombres consagrados). Cada capítulo comienza con un caso concreto de comportamientos inapropiados de mujeres imperiales, para trazar a continuación un estudio de una cuestión concreta. El primer capítulo, con Livia/Julia Augusta en la introducción, escudriña qué poderes pudieron tener las mujeres imperiales, con títulos como Augusta. ¿Qué “poder(es)” podía tener una mujer en Roma y qué privilegios podía conseguir en época del Principado y disfrutar en la corte/familia imperial? (sobre todo durante el período de la dinastía julia-claudia, 27 a.C.-68 d.C.).

El segundo, con la introducción dedicada a Domicia Longina (esposa de Domiciano, superviviente a su reinado), incide en los “crímenes” que se podía achacar a las mujeres imperiales, como el adulterio o la traición (maiestas), y qué castigos (exilio, muerte), a menudo sin un juicio, podían sufrir. Se analizan, por ejemplo, casos muy concretos, como los de Julia la Mayor y Julia la Menor (hija y nieta de Augusto), que han hecho correr ríos de tinta. El tema de fondo es hasta qué punto las mujeres imperiales estaban o no constreñidas por el peso de la ley (ab-soluta) como en cierto modo sí lo estuvieron los hombres que ejercieron el poder imperial. El capítulo tercero versa sobre el papel de las mujeres imperiales en el seno de la corte/casa imperial, como esposas y madres, y con el caso introductorio de Faustina la Menor, esposa de Marco Aurelio e hija del césar anterior, Antonino Pío, de modo que ella fue transmisora del poder; de hecho, la “dote” que recibiría Marco Aurelio al casarse con ella en cierto modo fue el propio imperio.** También se trata casos de “familias no tradicionales”, como Antonia Cenis y Lysistrata, concubinas de Vespasiano y Antonino Pío, o la relación de Adriano con Antínoo. El capítulo incide, como afirma Boatwright, en la familia imperial como «piedra angular del principado» y en el que las mujeres tenían complicado lograr una visibilidad individual dentro de ella (p. 118).

**Como se menciona en la Historia Augusta, en la biografía de Marco Aurelio (19, 7-9):

«Por otra parte, muchos escritores aseguran que Cómodo nació realmente de un adulterio porque está suficientemente comprobado que Faustina, cuando estuvo en Gaeta, escogió como amantes a marineros y gladiadores. Cuando a Marco Antonino [Aurelio] le hacían comentarlos sobre ella con el fin de que la repudiara, si no la condenaba a muerte, dicen que contestó: “Si repudio a mi esposa, tendré que devolver también la dote”. Pero, ¿qué otra cosa se consideraba como dote, sino el imperio que él había recibido al ser adoptado por su suegro [Antonino Pío] y por la voluntad de Adriano?» (traducción de Vicente Picón y Antonio Cascón, Tres Cantos (Madrid), Akal, 1989).

El capítulo cuarto trata sobre la representación de mujeres imperiales en las monedas y su participación en el culto romano, con el ejemplo introductorio de las hermanas de Calígula (Agripina la Menor, Drusila y Julia Livila) en monedas de inicios de su reinado. ¿Qué imagen, y con qué mensaje, se ofrecía de las mujeres imperiales en las monedas? (recordemos: el objeto por el que todo ciudadano del imperio, ya fuera en Roma o en las provincias, reconocía a su gobernante).*** Se trata también la cuestión de qué papel desarrollaron en el culto oficial, ya fuese como sacerdotisas/flaminicas, o como objeto del mismo al ser divinizadas (Divae), así como en otros cultos religiosos.

***Un ejemplo popularizado en Mateo 22: 17-21:

«Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no? Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos [los fariseos], les dijo: “¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo”. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: “¿De quién es esta imagen, y la inscripción?”. Le dijeron: “De César”. Y les dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”» (Biblia, edición de Reina-Valera, 1960).

Los capítulos quinto y sexto se centran en las imágenes de las mujeres imperiales en la cultura material, y ambos con casos concretos sobre Agripina la Menor, y aquí aparece la vertiente de Boatwright como arqueóloga: fruto de ello son sus libros Hadrian and the City of Rome (Princeton University Press, 1987) y Hadrian and the Cities of the Roman Empire (Princeton University Press, 2000). El quinto capítulo rastrea la presencia de las mujeres imperiales en diversos edificios de la ciudad de Roma: la visibilidad de una mujer con poder sirve para reseguir otros espacios públicos en los que las mujeres imperiales tuvieran una presencia destacada: los funerales, las conmemoraciones imperiales (adventus) y los triunfos, ceremonias religiosas, edificios asociados a su nombre (pórticos, por ejemplo) o en los que aparecen (columnas conmemorativas, arcos, altares públicos, etc.). Que las mujeres pudieran acudir a esos actos en carruajes destacados como el carpentum sería una muestra de su visibilización pública como figuras influyentes/con poder. Por su parte, el capítulo sexto pone el foco en las estatuas, que sirven como soporte físico de un lenguaje metafórico sobre estas mujeres imperiales como modelos y ejemplos de virtudes morales para (toda) la ciudadanía romana. Se incide en los retratos de Livia en el siglo I, que generaron un estilo que mujeres posteriores imitarían, y de Sabina, Plancia Magna y las dos Matidias en el siglo II.

El capítulo séptimo trata la imagen de las mujeres imperiales en el ejército, fuera de Roma, con el caso introductorio (de hecho, un estudio de caso a lo largo del capítulo) de las Julias de la dinastía severa (193-235). Mujeres que acompañaban a sus maridos en su servicio como comandantes militares/gobernadores, rompiendo la tradición de época republicana, aunque con matices: Livia, por ejemplo, que no solía viajar con Augusto en las eventuales giras por las provincias. El octavo y último capítulo ofrece unas conclusiones, que para empezar inciden en los problemas de la documentación, y que nunca es de primera mano, es decir, procedente de esas mujeres imperiales, para a continuación destacar que apenas gozaron de una “protección legal” a diferencia de los emperadores (Livia fue el caso que más se aproximó a ello), hasta qué punto disfrutaron de bienes propios, cuál fue la imagen que mostraron en la esfera pública (y con qué límites), qué poderes, si es que los tuvieron, pudieron ejercer, qué roles religiosos desempeñaron y qué estigmas soportaron en su vida en relación a su comportamiento/”crímenes” cometidos. Termina el libro Boatwright con una interesante reflexión: «Más importante, quizá, es una pregunta que nunca podrá ser contestada: ¿Qué pudo conseguir el Imperio romano si hubieran valorado y se hubieran valido de sus mujeres imperiales, y otras, del mismo modo que de sus hombres?» (p. 288).

Como podemos ver, estamos ante un libro que todo lector avezado en la Roma imperial gozará, pues tiene un input académico muy estimable (en muchos aspectos parece un libro “de vieja escuela”), pero que, por su estilo ameno y por el ámbito tratado (que a todo el mundo le sonará, de un modo u otro) también llegará a lectores curiosos y generalistas. De hecho, quien haya leído novelas históricas clásicas como Yo Claudio de Robert Graves, Quo Vadis de Henryk Sienkiewicz, Nerópolis de Hubert Monteilhet, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, o novelas más recientes (y para un público mainstream) como el reciente díptico de Santiago Posteguillo (Yo Julia e Y Julia retó a los dioses, muy lejos, literariamente, de las anteriores, pero con un éxito comercial imponente), pasando por las sagas histórico-detectivescas de Marco Didio Falco y Flavia Albia a cargo de Lindsey Davis, “conocerá” a las mujeres imperiales del este volumen; y en el caso de la adaptación televisiva de la novela de Graves, más aún: Siân Phillips siempre será la malévola Livia en el imaginario televisivo, del mismo modo que se recordará a Julia, Antonia, las dos Agripinas y Mesalina, personajes episódicos, pero cuyas andanzas los lectores/espectadores tienen guardada en su memoria (sobre todo los que ya peinamos canas).

Esa imagen popular es la que también ayudará a que, curiosos, esos lectores quieran conocer más de esas mujeres y otras posteriores: Domicia Longina (esposa de Domiciano), Plotina (esposa de Trajano), Matidia (sobrina de este y suegra de Adriano), Sabina (esposa de este), Faustina la Mayor y Faustina la Menor (respectivamente, esposas de Antonino Pío y Marco Aurelio, y madre e hija), Lucila (hija de Marco Aurelio), Julia Domna (esposa de Septimio Severo y madre de Caracalla y Geta], su hermana Julia Mesa y las hijas de esta, Julia Soemias (madre de Heliogábalo) y Julia Mamea (madre de Severo Alejandro). Y eso sin descontar a otras mujeres imperiales mencionadas por las fuentes, como Octavia (hermana de Octaviano/Augusto), Livila (hermana de Germánico y esposa de Druso el Joven, hijo de Tiberio), Drusila y Julia Livila (como Agripina la Menor, hermanas de Calígula), Lolia Paulina y Cesonia (esposas de Calígula), Popea (esposa de Nerón), Julia Flavia (hija de Tito) o libertas como Antonia Cenis (concubina de Vespasiano).

De un modo u otro, todas estas mujeres (y las que me dejo en el tintero), ya en la esfera pública o entre bambalinas, fueron importantes en el seno de las familias imperiales, aunque a menudo tuvieran que lidiar contra los convencionalismos sociales y una rígida (por no decir misógina) concepción de su lugar en esa esfera pública. Modelos públicos como Octavia, Livia, Plotina y Faustina la Mayor; contraejemplos como (sobre todo) Mesalina y Agripina la Menor, (hasta cierto punto) Faustina la Menor y las sirias Julias de época severa. Mujeres que, en muchos casos, por ser esposas (o madres o suegras) de los augustos gozaron de títulos y estatus públicos como el de Augusta en Roma (la primera fue Livia, viuda de Augusto, adoptada por este en su testamento, pasando a ser Julia Augusta y, por tanto, sacerdotisa del culto al Divino Augusto) o, entre las legiones en las provincias, como Mater Castrorum (Madre de los Campamentos, siendo Julia Domna la primera en recibir este título).

Pero, también, mujeres que fueron condenadas (a menudo en situaciones alegales, como las Julias, hija y nieta de Augusto, por ejemplo) por contravenir la moral oficial, situarse en un plano de igualdad/superioridad respecto a los principes, hacer política o participar en la vida militar. Si Agripina la Mayor fue elogiada por mantenerse firme durante una rebelión militar en Germania en los años 14-15 d.C. (y además embarazada), en cambio Plancina, esposa del gobernador de Siria Gneo Calpurnio Pisón, enfrentado a Germánico en el año 19, fue criticada por dar órdenes a escuadrones de jinetes; ambas mujeres, coetáneas y enfrentadas entre sí a causa de sus respectivos maridos (Germánico y Pisón), asumieron roles que no les correspondía. Del mismo modo que Livia logró un estatus público respetable, tras la muerte de Augusto, que en cierto modo despertó el resquemor de su hijo Tiberio, Agripina la Menor, esposa (y sobrina) de Claudio y madre de Nerón, ejerció un poder imperial que la hacía foco de las críticas de autores como Suetonio y Tácito, pues gobernaba por encima de su marido e hijo. Papeles más discretos asumirían Domicia Longino, que sobrevivió a su marido Domiciano, o las esposas de Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio (la de este último con matices), pero respetados precisamente porque “sabían estar en su lugar”. Que Julia Soemias y su hijo Heliogábalo fueron asesinados por no saber gobernar decentemente (y por orden de la madre y abuela de ambos, Julia Mesa), o que Julia Mamea y su hijo Severo Alejandro fueran asesinados por militares por no plantear una política suficientemente belicista, muestra hasta qué punto las madres de emperadores podían sufrir un cruel destino si hacían lo que no se esperaba de ellas (gobernar por sus hijos).

La imagen pública es importante, además, como rastrea Boatwright a través de los títulos asumidos, su efigie en monedas, estatuas y en monumentos y edificios públicos, y el alcance de su influencia por todo el imperio; y todo ello permite que conozcamos más en detalle cómo funcionaba la imagen pública de un régimen monárquico presuntamente constitucional (la idea de que el princeps asumía unos poderes como el primero de los ciudadanos y los senadores, que le entregaban los poderes civiles y militares): qué lugar ocupan las mujeres de las familias imperiales en el espacio público, ya sea como Augustae en vida o como Divae tras su muerte, y qué papel político realizaban con el primer título o entre las legiones como Mater Castrorum desde finales del siglo II, cuando se anticipa ya el peso de los militares en la elección (y usurpación o derrocamiento) de los emperadores a lo largo del siglo III.

El volumen permite que el lector, curioso o avezado en la materia, profundice (de un modo que combina el rigor académico con la amenidad expositiva) en temas relacionados con las mujeres de las familias imperiales. Y va más allá de lo que el lector habrá leído recientemente en Domina. Las mujeres que construyeron la Roma imperial de Guy de La Bédoyère (Pasado y Presente, 2019) y en obras de Emma Southon, como Agripina: la primera emperatriz de Roma de Emma Southon (Pasado y Presente, 2019) y La historia de Roma en 21 mujeres (Pasado y Presente, 2024); o ya hace un tiempo, en Livia: primera dama de la Roma imperial de Anthony A. Barrett (Espasa, 2004), Las emperatrices romanas: sueños de púrpura y poder oculto de María José Hidalgo de la Vega (Ediciones Universidad de Salamanca, 2012) y, en una panorámica más amplia, Soror. Mujeres en Roma y Cunnus. Sexo y poder en Roma de Patricia González (Desperta Ferro Ediciones, 2021 y 2023, respectivamente). Al mismo tiempo, le servirá para conocer lo que haya leído, desde la ficción histórica, en novelas citadas anteriormente de Robert Graves, Marguerite Yourcenar o Santiago Posteguillo. No se olvida tampoco de un lector habitual de estudios académicos (¡existimos!), al que a menudo se deja en segundo plano, y que agradece especialmente libros como este: monografías que analizan en detalle cuestiones más especializadas y con un riguroso aparato crítico.

Boatwright puede ser parangonada (salvando las distancias) con Mary Beard y sus obras de alta divulgación, además de títulos como El triunfo romano, similar en método y análisis al de esta monografía. Otra Mary en el candelero. Puestos a señalar algún defecto, hay algunas repeticiones en casos concretos de mujeres y en referencia a fechas, que, en cierto modo, no dejan de ser lógicas para que el lector, ante la avalancha de nombres propios, ubique a cada mujer en su período concreto. Minucias, en todo caso y ante un trabajo sobresaliente en el manejo de las fuentes, la sinergia con otras disciplinas y el enfoque prosopográfico que a algunos nos pierde. Una obra de referencia desde ya.

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Mary T. Boatwright, Imperial Women of Rome. Power Gender, Context. Oxford University Press, 2021, 400 páginas.

     

3 comentarios en “IMPERIAL WOMEN OF ROME. POWER, GENDER, CONTEXT – Mary T. Boatwright

  1. APV dice:

    Interesante libro y gran reseña. ¿Hay alguna obra equivalente con las mujeres de las familias imperiales del Dominado?

  2. Farsalia dice:

    Pues no me suena. También, con excepciones, pero también lagunas (el siglo III después de los Severos, por ejemplo), además de una mayor parquedad en cuanto a fuentes, sería más complicado elaborar un libro similar.

    1. APV dice:

      Obviamente en el siglo III pocas son conocidas (Ulpia a parte) pero en las dinastias del siglo IV y V hubo bastantes destacadas por su papel.

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