IMÁGENES PRIMIGENIAS DE LA RELIGIÓN GRIEGA – Karl Kerényi

“¡Son dioses! Maravillosamente singulares,
que eternamente vuelven a generarse
sin jamás saber aquello que son”.
Goethe, Fausto II 8075

Hablar de Karl Kerényi es referirse a una institución en el mundo de los estudios clásicos. Junto con el prusiano Ulrich von Wilamowitz y el sueco Martin P. Nilsson, sus trabajos sobre religión, historia de la religión y mitología griegas dominaron el panorama de finales del siglo XIX y durante casi todo el XX. Bajo el nombre de Imágenes primigenias de la religión griega, la editorial Sexto Piso recoge cuatro breves ensayos del erudito húngaro: El médico divino. Estudios sobre Asclepio y sus lugares de culto, Hermes. El conductor de almas, Misterios de los cabiros y Prometeo. Imagen arquetípica de la existencia humana. Se trata de cuatro textos independientes entre sí pero que tienen un evidente nexo común, y que ya fueron publicados por separado con anterioridad por la misma editorial hace unos años.

Kerényi escribió estos estudios sobre Asclepio, Hermes, los cabiros y Prometeo en diferentes momentos de la década de los años 40 del siglo pasado, cuando ya se había instalado en Suiza empujado por el auge de la extrema derecha —ideología con la que el pensador no simpatizaba en absoluto— en algunos países de la Europa central, entre ellos el suyo. Se trata de ensayos en los que el mitólogo y filólogo húngaro emplea el enfoque de la por entonces pujante psicología (no en vano escribió mano a mano algún que otro trabajo sobre mitología con su amigo Carl Jung, fundador de la psicología analítica), y lo combina con la arqueología, que en aquellas décadas del siglo XX era una disciplina en plena efervescencia; y con una orientación humanista, es decir, una búsqueda de la perspectiva humana a la hora de abordar los mitos y las creencias de los griegos. Estas Imágenes primigenias de la religión griega —que ya vieron la luz en formato unificado en 1998 (Urbilder der griechischen Religion) en Alemania— se alinean en el esfuerzo del pensador por dar empaque y fortaleza al estudio de la mitología de los griegos: para Kerényi, la mitología es una actividad creativa autónoma del ser humano, y por tanto una disciplina cuyo estudio se revela necesario para tener una comprensión más completa del hombre griego.

Kerényi fue un autor prolífico, y tenemos la fortuna de que un puñado de sus obras están traducidas al castellano. Quizá las más conocidas sean Los dioses de los griegos y Los héroes griegos, libros cuyo propósito es, según palabras del propio Kerényi, ofrecer una mitología de los griegos no a los especialistas ni tampoco a los niños, sino a los adultos, y en especial a aquellos cuyo interés reside en el estudio de los seres humanos. Estos dos libros son de lectura ágil y fluida, textos enormemente útiles para conocer a las divinidades y los semidioses griegos y comprender sus interrelaciones y sus mitos. Otros trabajos del húngaro, como La religión antigua o Dionisios. Raíz de la vida indestructible, son de lectura más esforzada y buscan ahondar en el estudio psicológico del mito y de la creencia de los griegos en sus seres divinos. En este segundo tipo de lecturas se enmarca cada uno de los ensayos que forman Imágenes primigenias de la religión griega. En ellos alude con frecuencia al que fuera su maestro Walter Otto, y a su más destacada obra, Los dioses de Grecia, cuyos planteamientos son muy inspiradores para Kerényi. Conviene saber también que un elemento clave en el libro del húngaro es el mitologema, concepto que podría definirse como el conjunto de narraciones, ideas y elementos transmitidos por la tradición, que constituyen el punto de partida y componente esencial que dan lugar a la aparición de los mitos.

En el primero de los ensayos Kerényi investiga la figura de Asclepio y el culto que recibió en diferentes lugares y momentos de la historia de los griegos y los romanos antiguos. Asclepio era hijo de Apolo, divinidad con atribuciones curativas, y sin embargo para Homero no era un dios sino un hombre a partir de cuya muerte recibe la veneración propia del héroe, pero que mientras tanto solo es considerado como un “excelente médico”. En la Ilíada abundan los médicos: uno que cura las heridas de los dioses (Peón), otros que solo son citados (el centauro Quirón), y otros que intervienen en la lucha: Macaón y, Podalirio. Estos lideran el ejército aqueo de Tesalia, lugar donde se halla la ciudad de Tricca, en la que se encuentra ubicado un templo a Asclepio, “el más antiguo y el más excelso de todos los existentes en Grecia”, según Estrabón.

En un recorrido ausente de orden cronológico, Kerényi comienza hablando del culto que recibió el dios en Roma, en la isla Tiberina, donde se le erigió un santuario a principios del siglo III a.C. para que ayudara a combatir la epidemia de peste que azotaba Roma. Llegó a suelo romano proveniente de Epidauro, ciudad en la que el culto a Asclepio ya estaba asentado desde tiempo atrás. Allí existía un auténtico recinto asistencial sagrado para el peregrino que acudía en busca de remedio a sus males: un templo construido a imitación del de Zeus en Olimpia, un tholos (edificación circular) cuya función no está clara… (recinto sagrado, por cierto, cuyos elementos arquitectónicos principales han sido recientemente descubiertos). Para sanar, el enfermo debía dormir y soñar con el dios, de modo que el contacto con la divinidad, si bien onírico, carecía de intermediarios. El médico por tanto, estaba excluido de esa relación. Kerényi menciona elementos importantes en el culto al dios: el papel de la serpiente, así como el del perro, también el paralelismo con los misterios de Eleusis, y lo destacable de la existencia de agua en las proximidades del recinto en forma de manantiales o lagunas, siendo una especie de vínculo con las profundidades de la tierra. De hecho, en Cos fue descubierto en 1902 un templo del siglo III a.C. dedicado a Asclepio, sobre una colina y no lejos de un manantial de aguas minerales. Esta construcción, semejante a la del Asclepion de Epidauro, recogió la herencia del gran Hipócrates y se convirtió en morada de los “asclepíadas”, sucesores de Asclepio cuyo saber y esencia se transmitía de padres a hijos. Finalmente, Kerényi también habla del culto a Asclepio en Atenas a partir de finales del siglo V a.C., cuando se le hizo donación de un santuario.

El capítulo dedicado a Hermes, mensajero de los dioses, lo describe como un dios ladrón, engañoso e insolente, y sin embargo, y eso es lo más maravilloso en él, le es propia una inocencia divina. Su papel en la Ilíada no es el de raptor ni mentor de almas; el epíteto que repite Homero, “argifonte” recuerda su gran hazaña de acabar con el gigante de cien ojos llamado Argos, y su papel más destacado en el poema es el de guiar al rey Príamo a la tienda de Aquiles, el asesino de su hijo, en lo que podría ser una metáfora de la función principal del dios: conducir las almas de los difuntos a su morada eterna. En cambio en la Odisea sí que aparece como psicopompo (“conductor de almas”), guiando las almas de los pretendientes de Penélope hasta el Hades. Menciona también Kerényi cuál es el sentido aparente que tenían en el mundo griego las hermas itifálicas, bloques rectangulares de piedra con la cabeza del dios Hermes en la parte superior y con un falo erecto esculpido en la parte frontal, que se situaban en los caminos y en las entradas de las casas.

En relación con los Misterios de los cabiros, Kerényi explica el significado originario de la palabra “misterio”, su relación con lo secreto, lo oculto, con la noche y la nocturnidad. Numerosas fiestas atenienses eran llamadas misterios, como misterio era también el culto que en Samotracia recibían las divinidades subterráneas conocidas como cabiros. Sin embargo, parece que llegaron a Samotracia desde Tebas, donde se encuentra un santuario dedicado a este culto. Como parte del rito, Kerény infiere de los textos clásicos que los iniciados debían confesar cuál había sido su acción más terrible o ilegal (Kerényi cita la respuesta que según Plutarco —Moralia 229D— le dio al sacerdote el general espartano Lisandro, al decirle este que la pregunta provenía de los dioses: “Pues bien, tú quítate de delante y yo se lo diré a ellos en caso de que me lo pregunten”). Estos misterios tenían su base fundacional en el culto a la diosa Deméter, y por tanto estaban relacionados con los Misterios de Eleusis.

En último lugar, el ensayo dedicado a Prometeo el autor húngaro analiza diferentes apariciones del personaje en autores como Goethe, Hesíodo o Esquilo. Kerényi dice, y ello no es ninguna novedad, que de todos los dioses griegos Prometeo es el que tiene una relación más extraordinaria con la humanidad, una relación que por semejanza y contraste recuerda al concepto que los cristianos tienen de su Redentor. Prometeo está al lado de la humanidad, se solidariza con ella como ningún otro dios griego, y sufre un castigo terrible por ello. Pero ¿quién fue realmente Prometeo? ¿Un dios, un titán, un hombre? Su importancia en el mundo griego es enorme, ya que fue él quien “inventó” el modo de hacer sacrificios a los dioses, y quien entregó a la raza humana el fuego como símbolo de vida, progreso y evolución.

Los cuatro escritos recogidos en Imágenes primigenias de la religión griega supusieron en su momento un acercamiento original y novedoso a las figuras míticas que abordan. Se trata de una lectura que demanda atención y pausa, lo cual no habría de ser en absoluto un impedimento para llevarla a cabo. Seguro que el lector moderno interesado en ahondar en el sentido de las creencias de los antiguos griegos sabrá valorar y apreciar las palabras de Kerényi, y probablemente se quedará con ganas de más.

 

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Karl Kerényi, Imágenes primigenias de la religión griega (traducción de Brigitte Kiemann). Madrid, Editorial Sexto Piso, 2022, 448 páginas.

 

     

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