HUMANIDAD E INHUMANIDAD: UNA HISTORIA MORAL DEL SIGLO XX – Jonathan Glover

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«Yo tengo los pies en el mundo desde que comenzó este puto juego. He alimentado todas las sensaciones que el hombre ha querido experimentar. Siempre me he ocupado de lo que quería y nunca le he juzgado. ¿Por qué? Porque nunca le he rechazado. A pesar de sus imperfecciones, soy un devoto del hombre: soy un humanista. Puede que el último humanista. ¿Quién en su sano juicio, Kevin, podría atreverse a negar que el siglo XX ha sido mío por completo? ¡Todo mío, Kevin! Todo mío. Mío». John Milton (Al Pacino) en Pactar con el diablo (Taylor Hackford, 1997; vídeo de la secuencia, desde minuto 1:12).

El siglo XX fue el siglo del horror, parafraseando de algún modo al histriónico personaje que encarna Al Pacino y que, a su vez, no deja de ser un trasunto del mismo diablo. Ha sido el siglo más mortífero de la Historia, suele decirse: dos guerras mundiales, diversos genocidios, la caída del hombre desde su esfera moral hacia los horrores del infierno. La ética quedó por el camino que conduce a las trincheras de la Primera Guerra Mundial, Auschwitz, las purgas estalinistas, Hiroshima, el Gran Salto Adelante de Mao, My Lai, Pol Pot, Yugoslavia y Ruanda, por citar algunos de las pesadillas y terrores que se vivieron en el siglo que comenzó con la idea de que el ser humano había aceptado la autoridad de la moral, una ley que había que aceptar y obedecer. Recogiendo las palabras de Lord Acton en una conferencia en Cambridge en 1895 –«las opiniones cambian, las costumbres mudan, los credos surgen y caen, pero la ley moral está escrita en las tablillas de la eternidad»–, se podría decir que el pensamiento de Immanuel Kant –«el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí» (ambas citas en p. 17)–, se podía creer en 1900 acerca del progreso moral y en el retroceso de la barbarie. Del Mal, podríamos argüir. Hoy en día, avanzando en un siglo XXI mucho menos ingenuo que el inicio  de la centuria anterior, el recuerdo de los cien años anteriores deja bien claro que la perversión del desafío filosófico de Friedrich Nietzsche había llevado al abandono de la ética y, especialmente, de la moral.

En Humanidad e inhumanidad: una historia moral del siglo XX (Cátedra, 2013, 2ª ed.), Jonathan Glover (n. 1941), profesor de ética en el King’s College de Londres, nos ofrece un ensayo en el que la filosofía y la historia van de la mano para llevarnos al terreno de la reflexión madura sobre ese legado del siglo XX. Su trabajo es una obra en el que trata de dilucidar las claves de ese siglo de crueldades, atrocidades y crímenes inimaginables cuando el hombre inauguró la centuria. El debate se circunscribe en el terreno de la filosofía y parte del desafío de Nietzsche; mejor dicho, de la malversación de sus ideas. El filósofo alemán llegó a la conclusión de que el hombre podía alcanzar la cúspide de su existencia dejando de lado la moral; pero su idea no es la de un hombre inmoral, sino la de un superhombre que no se aferra a una moral religiosa, cristiana, concreta: «A medida que la voluntad de verdad gane conciencia de sí misma –y de esto no puede caber duda–, la moral irá desapareciendo poco a poco; he aquí el gran espectáculo en un centenar de actos reservado a los dos próximos siglos en Europa, el más terrible, el más cuestionable y tal vez el más esperanzado de los espectáculos» (La genealogía de la moral). La vida es una lucha constante en el que la compasión y el altruismo de raíz cristiana socavan el proceso de autocreación del ser humano, que aparta de su camino aquello que le debilita o le impiden progresar. Las ideas de Nietzsche superaban el estadio religioso y se aproximaba al darwinismo social en la medida en que se concibe la vida como una lucha. Pero Nietzsche no habría imaginado como en el siglo XX que no llegó a conocer sus ideas fueron manipuladas y pervertidas: la dureza que propugnaba como seña de identidad del hombre se convertiría en un festival de crueldad; la sustitución de la compasión hacia los débiles que no se han esforzado por alcanzar la fase del superhombre era perversamente transformada en la destrucción de todos aquellos considerados inferiores; el proceso de autocreación se derivaba malévolamente hacia la construcción de utopías raciales e ideológicas que condujeron al genocidio, de Auschwitz al «vaciado del cesto» de los jemeres rojos en Camboya.

Glover parte de la idea de que en el siglo XX la psicología  ha estado en la guerra a lo largo del siglo XX y ha estado implícita «en la manera de librar una guerra y las atrocidades que en ella se cometen, ya sea en combate cuerpo a cuerpo, ya sea mediante medios tecnológicos a distancia» (p. 68). La masacre de My Lai o los bombardeos sobre las ciudades alemanas o sobre Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial ejemplifican los dos casos. Como el ser humano concibe la capacidad para hacer matar se analiza desde la perspectiva del combatiente –sus miedos, sus impulsos, las órdenes que se reciben, las lecciones que se aprenden–, de modo que se producen respuestas diversas: My Lai produce horror y no es un caso habitual, pero la psicología implícita en esa masacre no es, en opinión de Glover, radicalmente distinta de combates mucho más «normales»; es «moralmente diferente de la lucha armada con fuerzas enemigas. Moralmente diferente, pero inquietantemente próxima en su ideología» (p. 95). ¿Cómo concebir, pues, la muerte a distancia, ya sea el bloqueo naval británico en la Primera Guerra Mundial, los bombardeos estratégicos (y sistemáticos) sobre las ciudades alemanas en la contienda posterior o el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima? Glover analiza el componente militar, los pros y contras que aquellos que tenían poder decisorio se plantearon. Y presenta el debate moral: la noción de la «guerra justa» y el «mal menor» (¿se salvaron más vidas humanas, en última instancia, de las que se aniquilaron?). En el caso del bombardeo estratégico sobre Alemania, Glover recoge las críticas de obispo de Chichester, George Bell, que pronunció un vigoroso y crítico discurso en la Cámara de los Lores en 1944. En particular, Bell alertaba sobre los efectos a largo plazo de los bombardeos:

«¿Por qué esta ceguera ante el aspecto psicológico? ¿Por qué esta incapacidad para reconocer los hechos morales y espirituales? ¿Por qué  este olvido de los ideales que han inspirado nuestra causa? ¿Cómo es posible que el Gabinete de Guerra no advierta que esta progresiva devastación de ciudades es una amenaza a las raíces de la civilización? ¿Cómo pueden estar ciegos ante la acumulación de guerras y de desolación aún más feroces a las que, incluso en este país, llevará inexorablemente la actual destrucción, cuando los miembros del Gabinete de Guerra hayan pasado a mejor vida? […] Estamos en un momento de extraordinaria solemnidad. Lo que hacemos en la guerra –que, después de todo, se mantiene por un tiempo comparativamente breve– afecta de manera integral a la naturaleza de la paz, que cubre un período mucho más prolongado» (discurso de George Bell, Cámara de los Lores, 9 de febrero de 1944, citado en pp. 126-127).

Del mismo modo, se planteó un debate moral acerca del uso de la bomba atómica que no evitó su lanzamiento. ¿Salvaba más vidas (de soldados norteamericanos) de las que eliminaba? (alrededor de 350.000 muertes de japoneses entre muertos inmediatos y hasta cinco años después de su lanzamiento en las dos ciudades). Se podía argüir que una bomba se fabrica para ser utilizada, y con mayor motivo un artefacto fabricado tras varios años de trabajo y miles de millones de dólares invertidos, y que no se sabría su potencial hasta su lanzamiento. Y, sin embargo, las dudas e incluso el rechazo atenazaron a científicos como Niels Bohr. Quizá la pregunta que se planteaba una superviviente de Hiroshima sea más certera en cuanto al planteamiento de un debate moral: «Los científicos que inventaron la bomba atómica, ¿qué pensaron que sucedería si la lanzaban?» (p. 143), y que podemos extrapolar a quienes ordenaron su lanzamiento.

Junto a las implicaciones de la psicología moral, Glover plantea el «tribalismo» como el elemento más primitivo que conduce a las guerras y las matanzas. Se trata de una «hostilidad […] común  que podría considerarse inherente a la condición humana». Con este nombre, «tribalismo», Glover engloba, a veces en un sentido metafórico, a hostilidades como los de Irlanda, Yugoslavia y Ruanda, centrándose específicamente en estos dos últimos casos. El tribalismo llevó al genocidio de los tutsis por parte de los hutus en 1994 y a los odios étnicos y la guerra que sacudió la extinta Yugoslavia entre 1991 y 1995,  con una campaña de odio y una incitación a la matanza conducida desde los Gobiernos. Frente a las matanzas cuyas consecuencias se contemplaron por televisión hubo una pasividad internacional. El Leviatán de Hobbes (otro referente filosófico de Glover) falló: tanto Estados Unidos, la única superpotencia mundial a finales de la centuria, como Naciones Unidas, que moralmente ejercía como policía mundial, no actuaron eficazmente. Los odios nacionalistas o étnicos se agitaron en los años e incluso décadas anteriores al estallido bélico o genocida. Las raíces del conflicto tribal no pudieron escapar a la «trampa hobbesiana» de un estado tribal: el miedo común de dos grupos que son amenazas potenciales recíprocas, un miedo que conduce a que surjan motivos para que uno de los dos grupos golpee primero, de modo que la escalada del odio aumenta y se refuerza. «El miedo hobbesianio condujo a un nacionalismo defensivo-agresivo en las repúblicas cercanas a Serbia», comenta Glover, y «la manipulación que los políticos serbios hicieron del tribalismo étnico y religioso produjo miedo en otros grupos [los croatas], cuyos políticos jugaron a su vez la baza del tribalismo» (p. 184). Se creó la trampa: la imperiosa necesidad de que en un estado multiétnico una de las etnias tenga que ser la predominante. La perversión del darwinismos social: el más fuerte prevalece. En Yugoslavia se llevó a cabo el proceso: «la reivindicación de un Estado tribal serbio por parte de Milosevic puso a la defensiva a los croatas, que eligieron a Tudjman. El Estado tribal croata de Tudjman llevó a la exigencia defensiva de la minoría serbia en Croacia, que reclamaba su propio Estado tribal. El medo es básico. La trampa del Estado tribal es una versión de la trampa hobbesiana» (p. 186). Multipliquémoslo en el caso de Bosnia. Llevémoslo al caso de Ruanda.

La guerra puede derivar tanto del miedo a ser objeto de un ataque como de que se produzca un ataque real. Tucídides planteó esta idea para describir la causa de la Guerra del Peloponeso: «Lo que hizo inevitable la guerra fue el crecimiento del poder ateniense y el miedo que esto provocó en Esparta» (Historia de la Guerra del Peloponeso, I, 23, 6). Y sobre este idea pivota la parte del libro dedicada a la guerra como trampa, focalizada en dos casos concretos: el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 y la crisis de los misiles cubanos en 1962. Sobre ambos casos hay lecciones que se pueden aprender, y de hecho en 1962 tanto Kennedy (que leyó Los cañones de agosto de Barbara Tuchman, publicado ese mismo año) como Jruschov fueron conscientes de ello. La crisis de los misiles pudo desembocar en un conflicto nuclear en aquellos quince días de octubre de 1962. Los temores a repetir la cadena de acontecimientos que condujo al horror de las trincheras en la Gran Guerra jugó un aspecto esencial en esa crisis. Se aprendió una lección del miedo y de la trampa de la escalada militar y de la movilización que alemanes, rusos, franceses y británicos no pudieron, supieron o quisieron aprender en aquel mes de agosto de 1914. La trampa central de la guerra es el temor hobbesiano a que se produjera la causa de la Guerra del Peloponeso: la escalada militar y el miedo como respuesta recíproca. La solución de Hoobes era el Leviatán, la sumisión a un poder más fuerte que los implicados en un conflicto. En un mundo contemporáneo en el que ese Leviatán ha sido imposible de alcanzar (desde luego, no lo es la ONU), la solución a la trampa hobbesiana es la solución cooperativa, según Glover: ponerse de acuerdo para abandonar el juego, y que es lo que sucedió in extremis en 1962: Kennedy y Jruschov vieron que dar un paso atrás era la salida a un conflicto potencialmente devastador. Kennedy, como presidente, se dio cuenta de su error al caer en la trampa en su campaña electoral en 1960 –azuzar el miedo a la tibieza del Gobierno estadounidense ante la supuesta escalada militar soviética. Superar esa trampa sólo fue posible llegando a un acuerdo con el enemigo: ambos debían abandonar la carrera armamentística, pues no tenía sentido acumular ojivas nucleares que destruyeran el planeta miles de veces; y no tenía sentido el temor a que fuera el otro quien atacara primero: el resultado iba a ser igual de devastador. Un debate moral llevó a la solución, pero no siempre fue así.

De hecho, la moral fue pervertida. No sólo de la malinterpretación de Nietzsche parte la trampa que caracterizó el siglo XX, en opinión de Glover, y que dejó la moral como algo prescindible. El optimismo que encarnó la Ilustración, la noción de que «la expansión de la perspectiva humana y científica llevaría a la desaparición no sólo de la guerra, sino también de otras formas de crueldad y barbarie» (p. 24), fue desvirtualizado por aquellos que pensaban que se podía hacer tabla rasa desde el mismo presente. Utilizando el terror, Stalin y sus herederos (Mao y Pol Pot) jugaron la carta de que se podía empezar a construir un nuevo mundo dejando de lado la moral: se podía eliminar a aquellos que no formaban parte del ideal de sociedad utópica que se trataba de construir. Mao pensó en el Gran Salto Adelante como la expansión económica sin límites de China en un corto espacio de tiempo; pero los resultados no fueron los esperados (de 18 a 30 millones de muertos de hambre en menos de una década). Mao consideraba que podía permitirse el lujo de eliminar a una parte sustancial de la sociedad china con tal de llegar a un objetivo que nunca se alcanzó. Cuando sus ideas no cuajaron y su reputación, tanto dentro como fuera de China, quedó en entredicho, aparentemente dio un paso atrás; en realidad cogió impulso para, mediante la Revolución Cultural, eliminar a sus opositores. En Camboya el proyecto los jemeres rojos desde 1975 «aspiraba a recrear la totalidad de la vida y así destruir la totalidad de la cultura tradicional» (p. 415). Era el «Año Cero»: un comienzo totalmente nuevo de la historia:

«[…] Esto implicaba el deterioro de los instrumentos musicales tradicionales. Los muebles debían desaparecer. Las casas tradicionales sobre pilotes fueron reemplazadas por hileras de bungalós. La eliminación de la influencia occidental supuso también la destrucción de medicamentos, registros gramofónicos y sobre todo libros. […] Se acabó con la propiedad privada, los mercados y el dinero. La preocupación última de los jemeres rojos era la pureza de la sociedad. […] También había que eliminar la religión. […] La ceremonia tradicional del matrimonio quedó abolida, lo mismo que todas las celebraciones budistas, y se destruyeron o profanaron los templos. […] Se atacó la idea de familia. La gente a la que se permitió permanecer en su aldea tenía que compartirlo todo, incluso las ollas y las sartenes. […] Era menester reeducar al “pueblo nuevo”» (p. 416).

La idea de los jemeres rojos iba más allá de lo que jamás imaginaron nazis y estalinistas, o incluso Mao: «la idea de vaciar el cesto y volver a poner en él sólo la fruta que se sabe con certeza que no está podrida era una aproximación a la presunción inicial de culpabilidad» (p. 420). Más allá de Nietzsche, más allá de Hobbes, la ausencia de moral llegó a su culminación con Pol Pot: se presumía que todo el mundo es «fruta podrida», a menos que uno sea especialmente seleccionado como sano. Era mejor matar a millones de inocentes que permitir que quedaran enemigos con vida. Se podía prescindir de todo de la práctica totalidad con tal de que quedaran sólo aquellos, por pocos que fueran, dispuestos a crear el nuevo paraíso sobre la tierra.

El experimento nazi fue en una línea similar, pero desvirtuando la moral que para los jemeres rojos no existía. La creencia fue esencial para construir un entramado de terror y destrucción del enemigo. El núcleo del nazismo era una lectura torticera del darwinismo social y del pensamiento de Nietzsche; su desafío fue manipulado, el superhombre ario surgiría de la destrucción de todos aquellos que hombres «inferiores» que no se adaptaban al modelo racial. Para ello, la obediencia al Führer era clave, del mismo modo que el conformismo  con lo que sucedía dentro y fuera del Reich. La creación de la utopía nazi partió de una ausencia de toda empatía moral o compasión; ya no era la dureza nietzschiana, sino que la propia compasión era un síntoma de debilidad contra la que se debía combatir. Compartían los nazis con Stalin y sus herederos la idea de que un mundo nuevo surgía (una modernidad, como analizó Roger Griffin en Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, Akal, 2010), pero este mundo ya no estaba circunscrito a criterios éticos y morales:

«El estalinismo, como versión de la idea ilustrada de la reforma de la sociedad sobre una base racional, puso de manifiesto las catastróficas implicaciones de llevar a cabo semejante proyecto sin restricciones morales o humanas. El nazismo estaba en contra del universalismo de Kant y de otros pensadores de la Ilustración. Era tribal: no afirmaba los derechos del hombre, sino el derecho de Alemania al Lebensraum. Si el estalinismo muestra qué puede fallar cuando las ideas de la Ilustración se aplican erróneamente, el nazismo muestra qué puede suceder cuando se aplican correctamente las ideas no ilustradas» (p. 537).

Con su libro (y concluyo), Jonathan Glover nos anima a reflexionar sobre la moral como parte esencial del ser humano. Los factores psicológicos que predisponen al ser humano a cometer actos de barbarie son la consecuencia de un comportamiento que deja la moral a un lado: cuando la simpatía y la compasión hacia el otro se abandonan, cuando la capacidad para ser crueles se azuza y explota, cuando no se plantea si lo que se hace es justo… cuando lo inhumano supera a lo humano.

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45 comentarios en “HUMANIDAD E INHUMANIDAD: UNA HISTORIA MORAL DEL SIGLO XX – Jonathan Glover

  1. Javier dice:

    Hola, gracias en primer lugar por tu extensa reseña. Más allá de la enjundia del libro, que está claro que la tiene, mi pregunta antes de meterme en 600 páginas de disquisiciones morales acerca de un asunto sobre el que ya hay mucho escrito, bueno y malo, interesante y redundante, sería ¿qué tal escribe el tal Glover? Dicho de otro modo ¿es un ladrillo? Te agradezco la respuesta. Un saludo.

  2. iñigo dice:

    Reseñón, con un nivel humano enorme… Vaya ensayo… uff. Psicología y moral, ética y guerra… Estupenda pinta y complicado asunto.

  3. Clodoveo11 dice:

    Iba a preguntar que qué es eso de la moral, ya que Glover lo considera «parte esencial del ser humano», y máxime cuando resulta un constructo artificial del mismo, pero bueno… ;-)

    Las matanzas del XX las produce lo mismo que las del XIX o las del IV a.c. Es la ideología. Con que les metas a la gente en la mollera una ideología determinada te harán lo que quieras a poco que influyas en su ánimo. Si Glover leyese a Zimbardo igual hubiera deducido algo más. Lo que pasa es que las del XX, ayudadas por la ciencia y la técnica y difundidas por los medios de comunicación, nos impresionan más, en volumen y alcance. Pero la raiz de las mismas es la de siempre: alguien mete idioteces en la cabeza de la gente que le llevan a cargarse al vecino, previa deshumanización.

    Y el Leviatán de Hobbes claro que funcionó: por eso hubo guerra fría y sólo caliente en escenarios de tercera. Como lo fue Yugoslavia o Ruanda, donde ni les mereció la pena implicarse o para aquello. De todos modos también hay que percatarse que las personas hacen la historia y no sólo los contextos, economías o grupos de presión. Si se fue a la guerra del 14 fue porque hubo dirigentes estúpidos en máxima concentración, cosa que con Kennedy, pese a lo que fuere como persona, no ocurrió. Que no todo es tan Annalizable como parece.

    En cuanto a la reseña excelente como siempre, Farsalia.

  4. Farsalia dice:

    Te recomiendo el libro, Clodoveo (a todos). Vale mucho la pena… hay mucho que reflexionar al respecto del hilo narrativo de Glover. Muchos fracasos del ser humano.

  5. asiriaazul dice:

    Excelente reseña Farsalia, para un libro con una pinta estupenda. El tema de la moral ( o de su ausencia), además es apasionante a la par que controvertido. Como bien dice Clodoveo11, en última instancia y al margen de credos religiosos, la moral no es más que una creación humana más (como lo son las leyes de cualquier naturaleza) y por tanto sustituible por otro código moral, cuando por otro lado es evidente que para que el hombre no se extermine mutuamente debe llegar a algún tipo de compromiso moral colectivo para evitarlo.

    Es un hecho que en el caso del siglo XX la potencia destructora de la tecnología militar unida a las ideologías políticas sectarias o los sentimientos de tribu que deshumanizan al contrario conformaron un cóctel explosivo que dio lugar a un siglo de matanzas sin precedentes. Veremos si en el siglo XXI hemos aprendido algo, aunque tengo serias dudas al respecto.

    De lo que no tengo ninguna duda es de que tengo que hacerme con este libro.

  6. Clodoveo11 dice:

    No dudo, Farsalia, que el libro será tremendamente interesante. De lo que dudo es de las conclusiones que saca el autor. Porque los filósofos, cuando quieren también calzan unas ideologías que aplicadas por descerebrados acaban con millones de vidas, y no solo físicamente como esta crisis nos está enseñando. Con lo que a ellos también habría que aplicarles algo de esa etérea «responsabilidad moral» que flota en el ambiente. Por poner un ejemplo que me comprenderéis los «clásicos» del blog, ahí está lo que les molaba a Sócrates y Platón, tan respetables y trascendentes ellos, el modelo socio-político espartano; o el totalitarismo de este último en sus conceptos políticos.

  7. Farsalia dice:

    A tu pregunta, Javier (la veo hoy): no es para nada un ladrillo…

    El siglo XX es diferente, Clodoveo. Siempre ha habido masacres y genocidios, pero nunca se había llegado a un tipo de crímenes del calibre que hubo en la vigésima centuria. La tragedia fue que la ética, la moral, que parecían haber llegado a su culmen a principios de esa centuria, fueran pervertidas y destruidas en nombre de «otra» moral, «otra» ética. Y de eso, los filósofos no son responsables. ¿Era Nietzsche responsable de cómo sus ideas fueron tergiversadas? ¿Era responsable del Holocausto? En mi opinión: no.

  8. Clodoveo11 dice:

    Que el XX, en cuanto a cantidad (no cualidad) de crímenes es diferente es indudable, Farsalia. Pero que las divagaciones filosóficas también tienen su responsabilidad en todo esto a mí me parecen innegable. Hombre, por supuesto que Nietzsche no es responsable del Holocausto; pero tampoco sus ideas eran inocentes del todo. Por supuesto que fueron tergiversadas, pero desde el momento en que se diseñan esbozos o constructos teóricos en los que se es insensible al conjunto de consecuencias, para todos los humanos y todos los sectores sociales, raciales, etc, que la aplicación (tergiversada en el grado que se quiera) de esas ideas trae consigo, ya hay una cuota de responsabilidad. Se montan alegremente conceptos ideales sobre la sociedad o sobre la realidad que, además de ser falsos y no contrastados, en manos de demagogos, políticos o pirados pueden llevar a graves consecuencias. Ahí es donde personalmente veo la irresponsabilidad filosófica, en el grado y extensión que se quiera otorgar.

    Si a fines del XIX se había llegado a un culmen moral… hombre, cosas como el darwinismo social, la imposición racial justificada filosófica y científicamente, el librecambismo y sus excesos no apuntaban precisamente por ahí, y tampoco lo reconocían amplios sectores de la cultura, las artes, etc que estaban en plena reconversión, como por ejemplo nos cuenta Blom. Había una crisis, no sé si puede llamarse ética y moral, pero sí de derrumbamiento de lo que era sólido y fiable hasta entonces. Crisis de la que participó Nietzsche y otros, por supuesto, con sus propuestas más o menos equivocadas.

    La verdad es que el tema es fascinante, pero no se puede olvidar nunca el papel de la ideología sobre las mentes. Aunque luego sea cada uno, con su actuación y personalidad, quienes dan el paso para hacerla efectiva o no, y quienes son a la postre los máximos (pero no únicos) responsables. El terrorista aprieta el detonador, pero siempre hay detrás alguien que hizo de aprendiz de brujo.

  9. Farsalia dice:

    Pues sí podemos hablar de la cualidad de los crímenes (quizá «cualidad» no sea la palabra adecuada). Un crimen es un crimen, pero no todos son iguales. El siglo XX ha sido especialmente mortífero gracias (por desgracia) a una tecnología que ha permitido matar en masa con mayor facilidad. Pero también a una pérdida de la moral por parte de quienes perpetraron los crímenes. La frialdad con que, dentro del engranaje del Holocausto, se llevaron a cabo esos crímenes, esa banalidad del mal que mencionara y tratara Hannah Arendt, por ejemplo, sí marca una diferencia con las masacres de, por ejemplo, las guerras de religión en los siglos modernos o las matanzas de la edad antigua. Claro que cada masacre hay que verla con la óptica de la época en que sucedió. Los millones de personas que, por ejemplo, murieron en las conquistas romanas son fruto de la mentalidad de la época, del conquistador que considera que puede vender como esclavos a una población conquistada, mutilarlos o asesinarlos. Que Atenas decidiera, durante la Guerra del Peloponeso, que los melios fueran vendidos como esclavos, estableciéndose un debate en la propia Atenas, nos muestra que el tema moral (o ético) siempre ha estado presente en la historia de la humanidad. La filosofía es un proceso de reflexión constante sobre la condición humana, no una hoja de ruta. Es también un proceso de reflexión dependiente de su época, y es con la óptica de la época como podemos comprender los debates filosóficos; Aristóteles mismo no ponía en duda la institución de la esclavitud, pero ello no significa que su pensamiento diera alas a masacres. Ni Platón o, ya en época moderna, Maquiavelo. Los gobernantes no necesitan escuchar a los filósofos ni seguir un esquema.
    El poder buscan mantenerse a costa de lo que sea o de quien sea. Platón imaginó una sociedad ideal y trató de implantarla en Siracusa; Dionisio el Joven no estaba por la labor… Séneca fue tutor de Nerón, pero también fue un magnate que hacía negocios y poseía miles de esclavos; el estoicismo que predicaba en sus cartas a Lucilio o en sus textos filosóficos en cierto modo podían ser vistos como las disquisiciones de un diletante, pero en su mentalidad había distinciones en el seno de la humanidad. Los seres humanos nunca han sido iguales (siguen sin serlo), de hecho. Los prejuicios humanos siguen manteniéndose, más allá del ejercicio de reflexionar y debatir sobre la psique y la condición humana. Los prejuicios raciales de Hitler tenían un poso de tradición de siglos que, llevados al límite desde el poder o con el apoyo de una tecnología que industrializaba la muerte, eran impensables de realizar del modo en que se realizaron apenas unas décadas antes; siempre hubo pogromos contra los judíos, pero no se había pensado en una manera mecánica de matar. ¿Quién es responsable en el frío engranaje del Holocausto? ¿El Führer que ordena el genocidio? ¿Los soldados que la ejecutan con ejecuciones en masa? ¿El burócrata que firma una orden? ¿El ingeniero que pone en marcha una cámara de gas? ¿El soldado que libera el gas venenoso? ¿Lo es el filósofo que, en su época y teniendo en cuenta el debate filosófico, plantea la idea de que la moral cristiana, como se conocía, debe ser superada para que el hombre alcance su mayor cota de libertad? ¿O lo es la tergiversación de una idea que el pensador jamás imaginó que condujera a los asesinatos en masa?

    No olvidemos, por último, que las ideas no matan: lo hacen las personas, con bayonetas, machetes, pelotones de fusilamiento o cámaras de gas.

  10. Antígono el Tuerto dice:

    Si al final los pobres filósofos van a tener la culpa de la bomba atómica.
    El libro es muy interesante, y abunda en el hecho (nada nuevo) de que el siglo XX es considerado el siglo más sangriento de la Historia de la Humanidad, que ya es decir.
    Y eso es así por lo que dice Farsalia, es el primer siglo en que la Humanidad puede hacer matanzas en masa a escala industrial.

  11. Clodoveo11 dice:

    No estoy de acuerdo contigo, Farsalia. Las ideologías, o ideas, sí matan. Las ideas son lo que tienen las personas en la cabeza cuando matan. Que son los ejecutores y máximos responsables, sí; que son quienes en último término pueden decir no, también. Pero que hay un ideólogo detrás que hace de aprendiz de brujo, también. Cada época tenía su moral y su ideología, y en todas se manejaban prejuicios (ahora también). La mentalidad del conquistador heleno, la del legionario romano, la del lansquenete imperial, la del colonizador leopoldino, la del SS nazi, la del francotirador serbio, la del etarra… me da igual, son todas como bien dices «fruto de su mentalidad», compartida con la época o no. Y siempre hubo y habrá quienes disientan y lo rebaten, pero eso no minimiza el hecho indiferenciado.

    Y la filosofía, reflexión de su época o utopía desbarrada, sí que proporciona una hoja de ruta: otra cosa es que sea recomendable, y generalmente, no hacerle ni caso, porque no es ni más ni menos acertada que los sistemas que el hombre se ha dado, en comunidad o individualmente, para organizarse. Ni Platón, ni Marx, ni Nietzsche, ni San Agustín provocaron masacres, eso ya lo he dicho antes; pero indirectamente, con su conceptos idealistas y aplicados torticeramente por otros, sí tienen una cuota de responsabilidad.

    O a ver si va a resultar que Julen Madariaga es un abuelito cebolleta y la mala es Inés del Río. Pues no, el mundo no es yin o yan, sino algo de yin y algo de yan. ;-)

  12. Antígono el Tuerto dice:

    Hay personas que cuando matan no lo hacen por idea alguna; mercenarios, piratas, soldados a sueldo, etc…
    No vayamos a creer que detrás de cada ejército y conquistador había una filosofía depurada y compleja, muchos no iban más allá de rapiñar todo el oro que pudieran y vivir a todo tren.

  13. Farsalia dice:

    En última instancia es culpa del «ideológo», ¿no? Tiene que haber alguien detrás que haya elaborado una «ideología» para que un conquistador, un líder, un rey, un general, alguien cometa un crimen o perpetre un genocidio. Pues me temo que es más sencillo que eso. César no necesitaba una ideología para conquistar las Galias y esclavizar a millones de galos: era el poder lo que subyacía detrás de ello. Poder personal. Como Stalin, que también buscaba el poder (y no estoy haciendo una comparación, más que nada porque son incomparables). La filosofía no busca el poder. El comunismo no buscaba el poder, en su origen, al contrario: de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades. Ausencia de un poder establecido, de un gobierno, en el último estadio; pero la tergiversación de la «idea» llevó a regímenes que se sustentaron por el pdoer (la URSS mismo, esclerotizada en sí misma). Los nazis buscaban en última instancia crear un imperio que durase miles de años… y para ello necesitaban expulsar y luego exterminar a todos aquellos que ocupaban el espacio que consideraban necesario para crear ese imperio milenario.

    Me parece que reducir las grandes masacres del siglo XX (por no mencionar las anteriores) a que había alguien detrás «ideando», es simplificar en exceso. Opino. ;-)

  14. Clodoveo11 dice:

    Un filósofo divagando en su cuartucho no busca el poder directamente, eso es obvio: pero igualmente es cierto que cuando plantea una idea le gustaría que se llevase a la práctica, o por lo menos la plantea con ánimo positivo de mejorar la sociedad, convivencia o o que se quiera. Si no, ofrecería novelas de utopía científica o política, y lo que hace es ofrecer tratados filosóficos con visos a su posible aplicación práctica (casi siempre, y por fortuna, no consumada).

    Todo el que busca el poder, o comete crímenes, o genocidios o lo que sea lo hace en aras de algo, y no porque sí (una «moral», si se quiere definir así). Del mismo modo que el tomar el poder por el poder, sin más, no dura demasiado. Fidel Castro no lleva 50 y pico años en el poder por el poder sin más: lo hace conforme a una ideología que transmite a sus ciudadanos y le permiten conservarlo. Los tiranos de la edad arcaica asaltaban el poder con una ideología que permitía a los políticamente desfavorecidos sustentarle; en cuanto sus hijos o sucesores planteaban el poder por el poder, sin más justificación, se volvían en «odiosos» tiranos y los derrocaban; véase la consideración posterior de Pisístrato comparada a Hipias, por ejemplo.

    Tú mismo me lo estás diciendo: hay una relación entre poder e ideología; cuando ésta falla o mejor, no se comunica o entiende, cae ese poder. Cuando la ideología falló su transmisión los jóvenes de EEUU veían absurdo ir a Vietnam y salieron a la calle. Cuando el comunismo ya no entusiasmó porque veían por la tele que en Occidente se vivía de tres c… comparado a la miseria material en que les sumía la «igualdad» marxista adoptaron una nueva ideología, la consumista, y tiraron el muro. Y en las grandes masacres del XX, del XV o del V hay alguien detrás que azuza a la masa para que actúe, y en base a una idea, ideología o como quieras llamarle con la que esa masa, equivocada y aborragadamente, piensa que va a salir favorecida.

    Y al fondo, en un cuartucho, siempre hay alguien, filósofo de carrera o de boquilla, que prende una llamita. Luego tiene que haber quien azuze el fuego, lo mantenga y alimente, pero eso viene después. Opino igualmente… :-)

  15. Farsalia dice:

    Si la ideología mantuviera a los gobernantes… los comunistas aún seguirían en el poder en la URSS. Y si siguen en China o Corea del Norte no es por la ideología… sino por el poder que ejerce un estado. Cuando esta no consigue convencer a los habitantes de un país, llega la opresión (si es que no había llegado antes). El poder, ejercido con mano de hierro, con el apoyo de las fuerzas militares, el control de los medios de comunicación y el cierre de unas fronteras. ¿Por qué los alemanes del Este querían marcharse al otro lado de la frontera alemana o del Muro de Berlín? ¿Por qué cayó tan rápidamente el bloque comunista? El genocidio nazi partió de la manipulación de los prejuicios raciales y de la tergiversación de ideas… pero sin un régimen en el poder y las tecnologías del siglo XX habría sido una de tantos pogromos de siglos anteriores, con mayor o menor virulencia. Sin los mecanismos del poder, el Gulag no se habría extendido en la URSS. Sin un régimen con fuerzas armadas a su disposición, el «tribalismo» que menciona Glover no habría llegado tan lejos en sus consecuencias. Un filósofo puede teorizar, pero su ideología per se no mata: lo hacen las personas, los gobiernos, los regímenes.

    Esto va camino de convertirse en un toma y daca a ver quién tiene razón… y tampoco es el quid de la cuestión, ¿verdad? Pero mientras, intercabiemos opiniones.

  16. Antígono el Tuerto dice:

    «Todo el que busca el poder, o comete crímenes, o genocidios o lo que sea lo hace en aras de algo, y no porque sí (una “moral”, si se quiere definir así).»
    No necesariamente, puede buscar riquezas, tierras, nuevas rutas comerciales…cosas nada ideológicas ni morales, y sí muy materiales.

  17. Clodoveo11 dice:

    No, hombre, como bien dices es un intercambio de opiniones… esto es como leer libros sobre un mismo tema; hay que contrastar, informarse, y después decidir. ;-)

    Por supuesto que no nos vamos a convencer uno al otro, pero sigo sin ver cómo un poder puede mantenerse sin un consenso social mayoritario vía ideológica. Mientras la ideología comunista caló en los ciudadanos siguió la URSS, pero cuando la gente vió que su ideología no tenía ni pies ni cabeza adoptó otra y se fue la cosa al garete, con represión, gulags y ejército igual que antes. Si cabe, aún estaba más perfeccionado el aparato represor en los 70 que en los 40 o 50, supongo… y en cuanto a los nazis, recuerda que la oposición interna al nazismo fue episódica (sí, la Rosa Blanca, los de Stauffenberg y eso, pero muy poca) hasta el final de la guerra. Y si quieres mira, incluso te hablo de Franco (¡ay Dios… ;-) , a quien se le atribuye que gobernó sin ideología alguna, pero que comunicó a una parte significativa de la población (suficiente para tampoco tener demasiada oposición) una ideología de orden conservador, desarrollo o como se quiera articular pero que le mantuvo en el poder hasta el final: si toda esa gente no hubiera estado convencida de ALGO, de una ideología conservadora, nacional-católica o como se le llame, no se hubiese mantenido Franco por pura represión (que sí ejerció contra los que NO se convencían de la misma, en parte por influjo de otras ideologías, como el comunismo).

    Termino, que me repito como la sopa de ajo. No he dicho que los filósofos maten, sino que sus ideas no siempre son inocentes: el que mata es el que dispara o puede disparar, pero el que le mete la idea en el cogote no se va de rositas. Y en cuanto a Glover sin leer su libro pero sí tu reseña, creo que le impresiona la cantidad, mediatismo y tecnificación de las matanzas del XX pero no se percata de la raiz del problema, lo cual no quita para que su libro y reflexiones sean seguramente interesantes.

  18. cavilius dice:

    Por aportar algo al debate:

    Introduzco el tema de la intencionalidad, que va ligado al de la responsabilidad, diría. ¿Hubo maldad, y me refiero a auténtica maldad, en Platón cuando diseñó su estado ideal? ¿La hubo en Nietzsche cuando concibió la idea del superhombre? En otras palabras: ¿pensó Nietzsche, se le pasó siquiera por la cabeza que sus ideas podían desencadenar no ya un holocausto sino el asesinato de una simple persona, pensó en esa posibilidad y aun así mantuvo su doctrina? Si la respuesta es que sí, habría que darle la razón a Clodoveo11 y decir que Nietzsche, Platón y hasta Alfred Nobel, son responsables del uso que se hizo de sus ideas y de sus logros; aunque fueran tergiversados, sectarizados, politizados o malinterpretados, el caso es que ellos previeron esa deformación de su idea original y no les importó. Pero si no hubo tal perspectiva de futuro por parte de esos pensadores, o sí la hubo pero no hasta el extremo en que esa perspectiva podía ser llevada, ¿son igualmente responsables? ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de lo que hacemos, de lo que pensamos? ¿Hasta el punto de obviar si en eso que hemos hecho o pensado hubo o no mala intención?

    Lo cual me lleva a otra cuestión, la de los filósofos metidos a ideólogos políticos: entiendo que no hay que ser filósofo (y personalmente pienso que es mejor no serlo) para dedicarse a cuestiones de ideología política, aunque me temo que, sin ir más lejos, el propio Platón me desmiente. El filósofo se ocupa (o debería ocuparse) de cuestiones que están en otro plano; se pregunta por el ser de las cosas, por su esencia, trata de comprender el mundo, por qué las cosas son como son y no de otro modo; todo lo que sea salirse de eso requiere ser definido con adjetivos añadidos al oficio de filósofo: ideólogo, político… Pero ser filósofo en tanto que tal no conlleva per se la creación de doctrinas políticas ni ideologías de ningún tipo. Que muchos filósofos, a lo largo de la Historia, hayan querido meterse en esos berenjenales aprovechando que la filosofía es propicia a tender puentes en esa dirección, estoy de acuerdo en que es cierto; pero preguntarse por el ser de lo ente no debería convertir a nadie en sospechoso de los males que en el futuro puedan cernirse sobre la sociedad. Le puede hacer sospechoso de que le falta un tornillo, pero poco más.

    Opino, por supuesto.

  19. Farsalia dice:

    Me decanto por tu opinión, Cavilius… si no había quedado claro antes. :-P El filósofo (así, en plan genérico) se preocupa más por la condición humana que por la manipulación de su pensamiento; aunque, como no, siempre hay excepciones (Maquiavelo podía intuirlo, por ejemplo), y luego los hay como Martin Heidegger que se dejan llevar por sus propios prejucios y se apuntan al carro de los gobernantes (nazis) de turno (aunque luego acaben lamentándolo o pretendan hacerlo ver).

    Respecto a lo que comentas de los nazis, Clodoveo, la resistencia a ultranza hasta el final se debe a factores como el terror a la venganza de los rusos (como así fue), a la aceptación de la expansión de las fronteras y la creación de un imperio europeo (no pocos luchaban por eso), entre otras razones. No descarto que comulgaran con la ideología nazi, pero ¿más allá de las Waffen-SS, las propias SS o racistas del tipo Streicher? ¿La gran mayoría de la población alemana se incluía en esos grupos? Lo de Franco… bueno, una vez muerto el Caudillo y apartado del poder su Bunker (¿del todo?), no hay más que ver la vigencia del Movimiento Nacional o de Falange. Ya década antes era evidente que la mayoría de la población española no estaba por esas mamarrachadas. Si el régimen se mantuvo en el poder hasta el final fue un «prietas las filas» y una represión feroz… prácticamente hasta la muerte de Franco; de ahí, por ejemplo, la conmoción que supuso la ejecución de Salvador Puig Antich, la muestra evidente de que el régimen franquista mantenía las cadenas bien apretadas.

    Lee el libro de Glover, cógelo de alguna biblioteca…

    1. Javi_LR dice:

      «El ser de lo ente»… Griego habías de ser.

  20. Clodoveo11 dice:

    Vaya, os multiplicáis cual hidra multicéfala… procuraré seccionaros la cabeza telegráficamente, je, je, je. :-)

    Cavilius: no creo que los filósofos (salvo algún h de p) en general, deseen muertes de nadie; pero sí que a menudo son bastante irresponsables de los efectos de sus teorizaciones o de la puesta en práctica de las mismas, sea cual sea su grado de deformación. Cuando Nietzsche proclama al superhombre, exalta la voluntad de poder o separa señores de siervos debería saber que dice cosas con potencialidad peligrosa. Cuando Platón invoca una supuesta superioridad moral de determinados estratos sociales (guardianes) para imponerse al resto usando los instrumentos del Estado (con Esparta como espejo en su mente) debería saber que abría las puertas al totalitarismo. Más aún, y como dije antes: no me creo que ningún filósofo conciba sistemas político-sociales sin la esperanza de verlos puestos algún día en práctica; sólo por esta pretensión deberían medir sus pensamientos y concepciones y los efectos que pudiere, hipotéticamente, causar su puesta en práctica en la sociedad que pretenden «organizar». Es a este respecto y en este plano en que sitúo las responsabilidades políticas de los filósofos (que por cierto, son un campo proteico y amplio de definición: ¿serían filósofos teóricos como Suslov o Rosenberg o Gramsci?).

    Farsalia: la crisis y descomposición del III Reich se vino fraguando desde Normandía o Bragation (igual da), con lo que el final llevaba un año siendo inevitable. Las represiones-monstruo no explican semejante resistencia en un escenario que se veía cómo iba a acabar. Que el miedo a los rusos ayudó, por supuesto, pero ya no había posibilidad de un imperio europeo o nuevas fronteras; la desnazificación posterior señaló hasta qué punto las ideas habían calado en la gente y les impelían en su actuación. Otra cosa: es un error identificar ideología con partido. Puede un partido como el nazi descomponerse y seguir funcionando su ideología. Franco actuó manejando una ideología mientras que el partido, o el Movimiento le servían sólo instrumentalmente. seguimos desestimando el poder de las ideas-creencias, muy, muy poderosas: los hutus que macheteaban a los tutsis no necesitaban aparato de partido alguno para hacerlo, porque les impulsaba la ideología que les inculcaba que los tutsis eran cucarachas no humanas que merecían ser machacadas.

    Y en cuanto a Franco y su represión no voy a discutir demasiado porque es un tema que siempre se malinterpreta o salta alguno con la vena del cuello más que con las de la cabeza, pero por resumir: una dictadura que se mantiene 40 años en el poder no lo consigue con una represión continuada y asfixiante; la clave es que la mayoría haga lo que se desea desde el poder y encima con gusto. Y eso lo consigue la inculcación ideológica.

    Que síiii, que ya leeré el libro de Glooover… :-)))))))

  21. cavilius dice:

    Ajá, Javi, sabía que pensarías implícitamente en la objeción de que los filósofos no solo se devanan los sesos acerca de por qué el cielo es azul sino que también se ocupan del comportamiento humano, la ética, qué determina nuestro modo de obrar y por qué y para qué hemos de actuar como lo hacemos o como deberíamos hacerlo. El pensamiento de Sócrates está claramente enfocado en ese sentido, el de Descartes no digamos, Kant promulgó el imperativo categórico como norma de conducta… Pero todos ellos, creo, se centran en la singularidad del individuo, la ética a la que se refieren es una ética individual, no abogan por un «manual de comportamiento» para una sociedad sino para el individuo. ¿Y por qué, qué tiene de especial el hombre que no tenga una ameba o una hiena del desierto, por qué el filósofo se preocupa del individuo además de preocuparse por el ser de lo ente? Pues porque el individuo también es un ente, y además no cualquier ente, pues también lo son una ameba o una hiena, sino precisamente, y por ponerme pedantemente heideggeriano, el ente que hace posible la apertura del ser, el ente ante el cual se muestran todas las cosas, ante el cual el mundo se revela como es. Y lo dejo, que me voy a las etéreas cavilaciones de la filosofía más ingenua, más inútil, menos práctica y más pura.

    Clodoveo11, el juicio sobre los filósofos (y repito lo que dije antes: no en tanto que filósofos sino en tanto que pensadores metidos a ideólogos políticos) es más fácil hacerlo a toro pasado que en su contemporaneidad. Dudo mucho que si Nietzsche hubiera previsto la tergiversación nazi de su superhombre no habría hecho nada al respecto. En juzgarle de irresponsable por su escasa visión de futuro veo más irresponsabilidad por nuestra parte que por la suya. Platón es caso aparte; él sí que quiso conmover y reformar los cimientos de su sociedad (dejando en el empeño a Sócrates en la cuneta), pero repito que juzgarlo a toro pasado es complicado: habría que conocer sus motivaciones, su desencanto con la Atenas que le tocó vivir, analizar si un «totalitarismo» en aquel contexto sociohistórico es equiparable a nuestro actual concepto de totalitarismo… Un tirano griego no tiene nada que ver, ni en la forma ni en el fondo, con un tirano de la Era Moderna, y la democracia griega poco, muy poco tiene que ver con la democracia actual; por ello decir (y no digo que tú lo digas) que Platón es responsable de haberse decantado por la tiranía y que fue un antidemócrata, no es que sea falso, que no lo es, pero sí que está completamente fuera de lugar y de contexto. En fin, que sigo pensando que es difícil, muy difícil, tasar el grado de responsabilidad de esas ideas (dejemos si acaso a las mentes de las que nacieron y quedémonos con las ideas) cuando esas ideas han desembocado en situaciones poco gratas.

  22. Clodoveo11 dice:

    Indudablemente, Cavilius, hay que juzgar a los personajes en su contexto. Pero también cuando alguien trasciende a su tiempo lo consideramos un «adelantado» o «visionario», con un matiz positivo. Las teorías del superhombre o la moral de señores y esclavos no eran modelo de progreso precisamente, reproducían estereotipos de su tiempo y como tales resultaban profundamente injustas; la diferencia entre ello y el abolicionismo, por ejemplo, resulta flagrante. No dudo de las buenas intenciones de gente como Platón con su reformismo político, pero me convencería más si se hubiese puesto en la piel de un ilota o de un esclavo, ya que tenía tanto tiempo para reflexionar. Por supuesto que comparto tu reivindicación de situar a los personajes en su tiempo y lugar, pero veo que a menudo las teorizaciones (políticas) de los filósofos, aparte de no trascender su contexto (cuando otras contemporáneas a ellas sí lo hicieron como el pacifismo, feminismo o la propia democracia griega, tan novedosa y por ello celebrada incluso hoy día), reprodujeron modelos desiguales y desequilibrados que, adoptados por descerebrados, tergiversadores o demagogos llevan a lo que llevan. Y ello sin dejar de opinar como tú que medir ese grado de responsabilidad es muy difícil, pero no me convence por lo expuesto dejarlo a 0 absoluto…

  23. Farsalia dice:

    Es ilógico, en la mentalidad de la época, que Platón se pusiera en la mente de un esclavo. Es inconcebible, desde su punto de vista. Tampoco habría entendido, con la carga semántica y especialmente contemporánea que conlleva la palabra «totalitarismo», que su pensamiento evolucionara precisamente hacia un «totalitarismo» (es como si a los dictatores romanos del siglo V a.C. se les explicara lo que era un «dictador» en la actualidad… habrían entrado en syntax error. Como ha incidido Cavilius, los filósofos son hijos de su época y como tal hay que considerarlos y valorar su pensamiento. Me declaro incapaz de leer a Platón en términos y concepciones actuales (lo cual no quita que a menudo me cueste discernir al Platón de su época y pensamiento en algunos de sus diálogos). Es redundante insistir en esto, pero resulta esencial para avanzar en el debate. Que Platón prefigurara en sus diálogos organismos como el Consejo Nocturno no significa que veamos en él a un precursor de Stalin y el Politburó soviético. ¿Es responsable (y no es esta la palabra adecuada) Platón de que la evolución en su pensamiento, de la República a las Leyes sea vista, desde una óptica actual, como un antecedente de la represión que ejercieron en un grado mucho mayor las dictaduras del siglo XX? No tiene sentido si: a) obviamos que no es lo mismo la Atenas del siglo IV a.C. que el mundo del XX d.C.; y b) dejamos de lado cómo se produjo esa evolución platónica de un diálogo a otro, qué factores y experiencias personales influyeron, cuál fue el contexto histórico en el que se ubicó la redacción de ambos escritos, etc. Y eso sin dejar de lado el salto cualitativo que suponen esos veintitrés siglos de distancia, con la evolución de la sociedad, del pensamiento, de la política, el uso de las teconologías, etc.

    Y en cuanto a nazis y franquistas… Los alemanes confiaron en la victoria final… hasta el final. Pero también en un acuerdo con los enemigos “civilizados” del oeste que con el “salvaje” rival del este. Obviamente no esperaban mantener el imperio sine die… pero sí mantener el Reich que habían conocido, en las fronteras de 1938 (¿si no, por ejemplo, por qué la población alemana de Prusia Oriental se mantuvo ahí hasta que tuvieron a los alemanes prácticamente a las puertas de Königsberg?). No preveían los procesos de desnazificación a priori (a posteriori es fácil establecer una serie de acontecimientos), que su país sería cuarteado y dividido o que millones de alemanes serían expulsados de zonas que posteriormente ocuparían países como Polonia. La población alemana esperaba un final de la guerra, quizá no como en 1918, con sus fronteras inalterables, pero sí en otros términos. La resistencia final era fruto de la desesperación por ver las consecuencias de la llegada de los rusos y también de ideas que prefiguraban la guerra fría. Respecto a la cuestión partido vs. ideología, la pertenencia al NSDAP no significaba comulgar con sus ideas (los prejuicios que desde 1933 había entre las “viejas camisas pardas” respecto los millones de nuevos afiliados que se unían al partido por motivos de conveniencia y posibilidades de medrar profesionalmente son más que elocuentes); el partido nazi tuvo hasta doce o trece millones de afiliados, si no recuerdo mal, pero eso en muchos aspectos no era más que una cifra. Franco fue “listo” (entiéndaseme): obvió el sistema partidista (en función de la diversidad de fuerzas políticas que le apoyaron desde el estallido de la guerra) y creó el Movimiento Nacional, pero él mismo era consciente desde los años cuarenta y cincuenta de la vacuidad de una ideología, que tomaba de unos y otros sin demasiado criterio y sólo en función de contentar a unos y otros, que, en términos estrictos, se basaba en el rechazo absoluto del comunismo (y de lo que se consideraba asimilable, creándose topos “literarios” como el “enemigo judeo-masónico”); y que secretarios generales del Movimiento o de Falange como Arrese pretendieran revitalizar el “movimiento” en los años cincuenta movían a risa dentro del aparato de poder de El Pardo. De un modo similar, Hitler despreciaba gran parte de las disquisiciones de Himmler en cuanto a la cuestión racial y la búsqueda de elementos germánicos en el pasado prerromano, la filosofía de Rosenberg o gran parte de las teorías agrarias de Walther Darré. Para Hitler la ideología del partido nazi en sus primeros años era la que debía mantenerse una vez se llegara al poder. Que secuaces como Röhm fueran incapaces de asumir que no habría una “segunda revolución” era un problema político y de mantenimiento del poder en última instancia, en los momentos en que se produjo esa amenaza de las SA (1934), cuando el régimen nazi trataba de asentarse y no despertar la oposición de las fuerzas armadas, a las que trataba de atraer.

    Los hutus que masacraron a los tutsi no pudieron hacerlo sin el apoyo, o mejor dicho el permiso tácito y la incitación, de las estructuras de poder, tanto en el Gobierno ruandés como en el ejército. Décadas, por no decir un siglo, de dominio de unos sobre otros, para luego producirse la reacción contraria, van más allá de la ideología: las rencillas de poder explican por qué unos (hutus) se levantaron como miles una mañana y empezaron a masacrar a los que (tutsis) habían detentado el poder. Es un largo proceso, pero hay raíces que llevan al colonialismo y a cómo quedó el país tras la marcha de los europeos y el control del poder.

    No quiero ser cansino, pero si preguntamos a nuestros padres y abuelos por qué aguantaron el régimen de Franco durante cuarenta años, la ideología tiene poco que ver y más bien es la represión (larga y diversa en el tiempo), los efectos del desarrollismo en los años sesenta y la sensación, ya en los primeros años setenta, de que cuando muriera el caimán las cosas cambiarían. La represión fue fuerte en los años inmediatos de la posguerra y la década de los cuarenta, endurecida en los años cincuenta y sesenta con las revueltas estudiantiles, mantenida siempre con el Tribunal de Orden Público (TOP), constante aunque se fueran vaciando las cárceles de prisioneros de guerra y se cerraran los campos de concentración… y siempre presente. Mi padre siempre dice, por poner un ejemplo, que hoy en día robas y llega tarde el castigo, pero que en época de Franco los que robaban, mataban o se alzaban contra el régimen sabían lo que les iba a caer. Esa idea de represión institucionalizada a muchos niveles estuvo muy presente… hasta el final de la dictadura.

    Ladrillazo que acabo de soltar… disculpadme. :-P

  24. cavilius dice:

    Para lo que dices en tu primer párrafo, farsalia, intuyo que viene que ni pintado el libro aquel cuyo título, autor y editorial no recuerdo, y que no he leído por cierto, sobre cómo los nacionalsocialistas pretendieron colocar las raíces de su ideología en la cultura grecolatina.

    Lo que sí recuerdo es que el libro es caro…

  25. Clodoveo11 dice:

    Oye, que por bombardeo de saturación no vas a tener más razón, ¿eh…? :-)

    No voy a añadir mucho más porque las posturas están claras para quien quiera leerse la ristra. En lo tocante a los filósofos, insisto en que sus divagaciones se hacían con la esperanza de, en su opinión, mejorar la sociedad respecto a lo que había, osea, en que alguien las pusiera algún día en práctica. Más vale que en general no se hizo, porque no hubiesen aportado nada positivo en su contexto. Y aceptando lo del contexto y su necesidad a la hora de valorar en historia, tendríamos que empezar también a valorar que lo que ha propiciado el avance en el pensamiento y otras ramas no ha sido adecuarse al contexto, sino mirar mas allá. Los abolicionistas del XIX que vieron un hombre y no una cosa, los primeros ecologistas, los que pensaron que una mujer era algo más que una criada, paridera o puta… ha habido gente que teorizaron más allá del «contexto» y propiciaron avances posteriores en beneficio de la Humanidad que, francamente, no los veo en las concepciones políticas de los filósofos invariablemente sectarias, parciales e injustas. A los filósofos se les pide, si su objetivo era mejorar la sociedad, trascender sobre las limitaciones de ésta, y no reproducirlas con otros ropajes. Nunca se ve que lo hicieran, y encima sus teorías sirvieron como pasto deformador para otros. Así que además de inservibles, fueron potencialmente perniciosas, como la historia ha enseñado.

    En cuanto a poder e ideología… con sólo represión no se controlan poblaciones de millones de habitantes. Ya sé que jode admitir que el ser humano es tan fácilmente manipulable, pero así es. Los ciudadanos de la RDA se espiaban entre sí bien a gusto. En Alemania casi nadie dijo ni mu por el holocausto: ¿sólo por miedo, cuando en el resto de Europa el antisemitismo era casi tradición? ¿En Polonia, Este de Europa, etc también se les perseguía por miedo al poder? No, había un odio ideológico de fondo. Las dictaduras (y democracias, sí) comunican una ideología y ésta hace la mayor parte del trabajo para sustentarlas, lógico en comunidades enormes en las que la acción física del Estado no puede llegar a todos y cada uno de los individuos. Que se apela al miedo, lógico; pero eso también pasa en una democracia, en que se vota más por miedo a que gane el «otro» partido que el nuestro. Por lo mismo funcionan las compañías de seguros y no son estructuras represoras. El banco no te obliga a guardarte la pasta en casa, pero el miedo te obliga a llevársela. Y por hablar de Franco cada uno sabrá lo qué pasaba en Barcelona o en otras partes, pero en mi caso y en la localidad que residía por entonces, de unos 10.000 habitantes, la fuerza represora visible eran 5 o 6 guardias municipales paseantes de 50 años para arriba con una tripa barrilona y una porra de adorno en el cinto; eso sí, con ellos no se metía ni Dios y delincuencia o persianas en los comercios 0. Hoy día hay en cualquier sitio un porrón de policías de extracción diversa, JASPs, atleticos, y hay alarmas, rejas y problemas de orden publico recurrentes; digo yo que o la eficacia represiva de aquellos abueletes era «monstruosa» o había algo más que tenía a la población tranquilita y sin protestar, y si no sería ello el conformismo ideológico.

    ¿O sería cosa del bromuro…? ;-)))))

  26. Farsalia dice:

    El nacionalsocialismo y la Antigüedad, de Johann Chapoutot (Abada), ese es libro que mencionas indirectamente, Cavilius. Hitler incidía en Grecia y Roma, como orígenes de la alemanidad (mejor dicho, le da una alemanidad a Grecia y Roma, en cierto modo), que no las teorías germanistas de Himmler, que en petit comité consideraba patochadas.

    Clodoveo, no «jode» admitir que el ser humano es fácilmente manipulable (¿ese es el quid del debate?). No le niego una parte importante a la ideología, pero la ideología, el pensamiento de los filósofos, no manipula al poder, sino que suele ser al contrario: el poder utiliza las ideologías para sus fines. Y las utiliza y desecha cómo, cuándo y por qué le convienen. La represión es un factor esencial para el mantenimiento del poder, sobre todo con aquellos que están contra los que detentan el poder. Y lo es por encima de las ideologías.

    Darle vueltas a lo mismo una y otra vez no es lo que me apetece hacer, la verdad. Pero los absolutos no llevan a nada, sólo… por eso no me convence tu idea sobre los filósofos como responsables, directos o indirectos, de los crímenes que se pudieran realizar en su nombre, que es el punto de partida de este debate. Lo importante no es el destino, sino el viaje. ;-)

  27. Clodoveo11 dice:

    «…el poder utiliza las ideologías para sus fines.» ¡Pero si es lo que llevo diciendo hace un porrón de días! ¡El poder nunca puede aspirar a tal sin inculcar una base ideológica en sus gobernados! Una base que puede o no estar ya subyacente en los mismos previamente (antisemitismo, integrismo católico, lo que sea) por estructuras de poder pretéritas. Con lo cual veo que no estamos tan lejos. Represión… tanto democracias (de un tipo) como dictaduras (de otro, más palpable) recurren a la represión para sustentar su poder pero sólo CUANDO falla la ideología. El poder no es tonto, y economiza recursos: la represión monstruo es costosa, exhaustiva y poco efectiva. Mejor es dominar las mentes que sujetar los cuerpos.

    No sé dónde ves un absoluto en mi opinión de la responsabilidad indirecta de los filósofos y sus teorías políticas. De hecho, y como señala Cavilius, es complicado cuantificarla. Pero no evaluarlas en su dimensión teleológica y en su cuota a la hora de conformar ideologías de uso político pernicioso me parece obviar una pieza ineludible del puzzle que conforman las estructuras ideológicas que afectan a la sociedad, en mi opinión.

  28. Farsalia dice:

    Coñe, Clodoveo, que desde el principio del debate lo he estado comentando… XD Tú insistes en que es la ideología lo que prima, la que da sustancia al poder, y lo que vengo diciendo es que el poder utiliza (o no) la ideología y que busca perpetuarse per se.

  29. Clodoveo11 dice:

    Claro que el poder busca perpetuarse siempre, pero lo consigue en base a una ideología sin la cual cae indefectiblemente y por mucha represión que haya. Tu tesis de que el poder se perpetua por simple represión no me convence. Pero bueno, es tu opinión y ahí queda. Lo interesante es debatirlas, argumentarlas y pasar un buen rato. ;-)

  30. Farsalia dice:

    No, decía que el poder se mantiene ejerciendo los métodos y los elementos que tiene a su disposición; la represión es uno de ellos. La ideoología la utiliza a su conveniencia, pero no es determinante para ejercer y mantener el poder.

    Ya damos vueltas sobre lo mismo… lo que suponía que sucedería… inevitablemente. :-P

  31. Clodoveo11 dice:

    Pero hay una diferencia ESENCIAL entre que el poder utilice una ideología o no: que si no la utiliza dura muy poco. Precisamente porque el poder arbitrario queda al desnudo. La ideología le da una sustentación imprescindible. Por eso yo diferenciaba hace 400.000 comentarios a los tiranos arcaicos de 1ª hora de sus sucesores: los primeros manejaron una ideología para sustentarse y les hizo quedar bien a ojos de sus ciudadanos, los segundos aparecían ya como tiranos, precisamente por descuidar esa ideología.

    Si es que por muchas vueltas que le déis Glover o tú, el lugar natural del pulpo es el arrecife… o la cazuela. :-))))))

  32. Antígono el Tuerto dice:

    No creo que Julio César y sus sucesores usaran ideologías depuradas para mantenerse en el poder…y su dominio duró siglos.
    Poderes sin ideología se han mantenido a largo plazo gracias al control de la maquinaria y la burocracia del Estado; no hace falta un andamiaje intelectual elevado para mantenerlo.

  33. Lopekan dice:

    ¡Ah, siglo XX cambalache! El siglo en que a Dios lo mataron. La Guerra de Crimea quedaba ya lejos, y las nuevas guerras que llegaron no fueron caballerescas: el siglo en que al Honor lo mataron.

    Sin Dios ni Honor bajo el que regirse, inmersos en las mayores matanzas que la Historia haya conocido… ¿han sido los hombres de este siglo más o menos humanos?
    Más humanos, sin duda. Hemos profundizado en todo aquello que nos hace humanos, que nos caracteriza como seres más pensantes y más emotivos que el resto de los seres vivos. Tanto en lo malo como en lo bueno. Sopesando lo uno y lo otro —¿es menos humano algo de ello?—, parece que en el balance hemos progresado. Al menos si les preguntamos a los esclavos (el último país que abolió oficialmente la esclavitud fue Mauritania, en 1980), o a las mujeres.

  34. Farsalia dice:

    Lo de la guerra caballeresca y honorable previa al siglo XX… bueno, es relativo. Nos queda la imagen de ese tipo de guerra antes de la modernidad del siglo XX, en todos los sentidos, pero en no pocas ocasiones ha sido un cliché, en parte real (como destaca David Bell en La primera guerra total, para la guerra dieciochesca anterior al «pueblo en armas» y las «guerras revolucionarias), en parte reconstruida por mitificaciones. Pero la guerra me temo que siempre ha sido lo que es: salvaje, cruda, incivilizada, desastrosa para los no combatientes y la poblaciñon civil que sufre sus consecuencias (como Lauro Martines destaca en su reciente libro en Crítica). Me parece que el ser humano ha sido, modulado y adaptado a los tiempos y sus cambios, siempre constante y en una senda similar de humanidad e inhumanidad (o de moral y ausencia de la misma).

  35. Antígono el Tuerto dice:

    Como bien dice Farsalia, la guerra honorable y caballeresca ha sido cosa más de libros de caballerías y fantasías del romanticismo que algo real. La guerra es la guerra, y la guerra nunca cambia…aunque se mate con ametralladoras en vez de espadas.
    Por cierto, la esclavitud pervive en nuestros tiempos, quizás no con ese nombre pero pervive en nuestro mundo…es más, estoy seguro de que no lejos de donde vivimos hay esclavos, casi a la vuelta de la esquina.

  36. Lopekan dice:

    ¡Cuánto hemos cambiado!… o no.
    De eso trata este tinglado que nos gusta tanto de la novela histórica ¿no es cierto?: de indagar en cómo fuimos, mientras notamos el cosquilleo de que Aquiles, Cleopatra o el Miramamolín siguen latiendo dentro de nosotros.
    ¿Somos ahora más buenos que ellos, los antiguos? ¿Menos heroicos, más civilizados, tan brutales? ¿Igual de humanos?
    Seguimos teniendo, como ellos, diez dedos en los pies. Las mismas descargas hormonales nos recorren. Somos capaces como ellos de crear belleza y admirarla; y capaces también de destruir con su misma saña. Hacemos el amor y hacemos la guerra, milenio tras milenio.
    sin embargo, no es la misma guerra ni el mismo amor. La humanidad no es constante, y cambia. Evoluciona, como cualquier otra mano sobre el tapete de la vida. Y lo hace de forma cada vez más acelerada, más intensa que nunca antes. Porque no cambia a través de sus genes mutables, sino que lo hace impelida por su cultura.

    Esta cultura viva —y en evolución sin remisión— es la que contiene peldaños irreversibles como la simbólica muerte de Dios, a manos de Nietzsche. O la abolición de la esclavitud, o el resurgir de la mujer como ser equiparado al hombre. Se me han ocurrido estos tres, como muestra de la evolución de la cultura humana (y su moral en el mismo lote), porque estoy positivo y procuro ver lo bueno. Aunque hay muchos pecados que poner en el otro plato de la balanza.
    Mientras tanto, dejadme convencerme de que somos, en este ya siglo XXI, igual de humanos que antes, pero algo más humanitarios.

  37. Farsalia dice:

    Hasta que enciendes el televisor y ves las noticias, o lees un periódico on line… y te haces a la idea de que ahora estamos más informados sobre el alcance nuestra naturaleza que antes. ¿Humanitarios? Para depende qué…

  38. Antígono el Tuerto dice:

    Lopekan: «Hacemos el amor y hacemos la guerra, milenio tras milenio. Sin embargo, no es la misma guerra ni el mismo amor.»
    No sé que decirte, yo me reproduzco por esporas ;-)

  39. Lopekan dice:

    No me diga más: ya me imaginaba que era una vaina.
    Pero no se lo tendré en cuenta si me ayuda con lo del vaso humanitario medio lleno.
    ¿Es o no indicativo de haber mejorado en cuestiones morales, el no vivir bajo un sistema judicial que incluya la crucifixión, el empalamiento o el ser devorado por las bestias como una forma habitual de condena?
    Por otra parte, cuando pienso en los siglos que está tardando la humanidad en erradicar la ablación, me puede el derrotismo…

    ¡Ayude Vd. Antígono, que siempre es un prodigio de optimismo!

  40. Farsalia dice:

    No hay que buscar truculentas acciones. Cuando ves a alguien escarbando en un contáiner para conseguir comida (y no cartones, papeles y metales que revender) y miramos a otro lado, cuando se dejan animales y, lo que es peor, ancianos en las gasolineras, cuando hay gente agonizando en las calles comerciales de una ciudad, cuando se maltratan a tantas personas por tantos motivos… en fin, lo humanitario es relativo.

    Y me considero una persona vitalista, que conste.

  41. Antígono el Tuerto dice:

    Lopekan, puede que hayan desaparecido algunas crueldades pretéritas, o no tan pretéritas, la lista de países con pena de muerte no es precisamente corta…o donde se practica la tortura, ahí tenemos el caso de Guantánamo; pero han aparecido nuevas desigualdades y problemas en nuestras sociedades.
    La discusión de si la botella está medio llena o medio vacía es casi eterna, nunca se alcanzará una utopía, quizá porque es imposible, pero tampoco voy a creerme que vivimos en el mejor de los mundos posibles….y no soy pesimista….creo. De todas formas me lo haré mirar.

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