HIJOS DE BEN-HUR. LAS CARRERAS DEL CIRCO EN LA ANTIGUA ROMA – Fernando Lillo Redonet

HIJOS DE BEN-HUR. LAS CARRERAS DEL CIRCO EN LA ANTIGUA ROMA - Fernando Lillo Redonet“Ajajá, aquí están mis niños… descienden de los veloces corredores árabes de los primeros faraones. Les he puesto nombres de estrellas. Bueno, Antares, tú eres el más lento pero puedes correr todo el día sin cansarte (…). Ven, Rigel, los dos hemos cenado bien y el mundo es agradable. Bien, mi buen Rigel. Ooh (a Altair), sí, ya sé que tienes mucho sueño, jejé, tu trabajo ha terminado por hoy ¿eh?. ¡Ah!, bueno, podrás irte a dormir dentro de un momento. Buenas noches, buenas noches, precioso. ¡Oooohh, ah!, sé juicioso, Aldebarán. No, no creas que me he olvidado de ti. Tú eres el más veloz, pero tienes que ser también formal. jajajaja… … Vamos, Antares, Rigel, ya es tarde. Altair, Aldebarán, ¡a dormir! Tenéis que estar fuertes, y correr veloces. Descansad, hijos míos, descansad». El jeque Ilderim hablando a sus caballos en un extracto de Ben–Hur (William Wyler, 1959).

Habremos visto Gladiator un buen número de veces. Hemos gozados con ella y después de tantos visionados habremos detectado qué es lo correcto, desde el punto de vista histórico, que tiene el film de Ridley Scott. A mí por ejemplo hay una escena que me llama mucho la atención. En ella aparecen sentados en unos soportales dos senadores romanos tomando un refrigerio mientras observan a su alrededor la locura que se apodera de la gente al ir al Coliseo a ver las luchas de gladiadores. Uno de ellos está algo enfadado por esta actitud y así se lo dice a su correligionario. Pero este otro, en vez de darle la razón le dice lo siguiente: “El corazón de Roma no late en el mármol del Senado sino en la arena del Coliseo”. Grandilocuente frase que en una película queda muy bien pero que es una verdad (o mentira) a medias. Es cierto que a los latinos les encantaban las luchas de gladiadores y todo el espectáculo de sangre que hubiera en él. Pero lo que no dice la frase del senador es que lo que de verdad volvía locos a los hijos de Marte eran las carreras de caballo. La fiebre era tan grande que podríamos decir que era la misma que mucha gente hoy siente por el fútbol. El deporte rey por excelencia.

Tanto era el paroxismo que había entorno a ellas que incluso una vez llegaron a protagonizar una de las mayores revueltas de la antigüedad. Una revuelta que estuvo a punto de hacer caer a todo un emperador: Justiniano I. Son los llamados Disturbios de Nika. Hemos de remontarnos al año 532 d. C, en concreto a un Imperio Bizantino en el que las tensiones sociales y religiosas estaban a flor de piel. Durante unas carreras de caballo en el Gran Hipódromo de Bizancio dos facciones de espectadores, los verdes y azules, se enzarzaron en una batalla campal provocando un estallido popular de dimensiones bélicas. En ella se juntaron no solo las rivalidades propias de un deporte, y la tensión de las apuestas, sino un trasfondo político, social y religioso que se llevaba larvando durante mucho tiempo. Según parece los verdes representaban a la clase media y profesaban el monofisismo (o lo que es lo mismo pensaban que Jesús solo había estado en la Tierra en forma divina y no humana), mientras que los azules eran aristócratas y terratenientes que defendían a muerte el cristianismo oficial. Los rebeldes se alzaron en armas en el mismo hipódromo al grito de nika (victoria) y tras arrasar Santa Sofía y el Gran Palacio estuvieron a punto de derrocar al mismo emperador, pero la acción valerosa de Teodora y de los generales Belisario y Narses evitaron la victoria final de los verdes. Fueron rodeados en el hipódromo y masacrados por los generales bizantinos. Se dice que en total fueron 30.000 personas las que fueron pasadas por las armas.

Como se podrá ver lo de las carreras de caballo en la antigüedad era algo que iba muy en serio. Y aunque en el ejemplo que les he puesto de los disturbios de Nika se entremezclaran varias tensiones distintas, llama la atención la de gente que se arremolinaban en torno a un hipódromo para ver a sus estrellas favoritas. Todo este mundo de aficionados, caballos, arquitectura, equipos y velocidad, toda esta emoción, y toda la pasión que había en torno a este universo lo plasma de manera maravillosa uno de los escritores que mejor conocen de verdad cuál era el verdadero corazón de Roma, Fernando Lillo Redonet. Normalmente todo este tema de las carreras de caballo se suele encuadrar dentro de algún capítulo de las obras destinadas al ocio en Roma, pero nuestro autor lo rescata y nos trae una obra que trata exclusivamente de este tema y que, no puedo esconderlo, es toda una maravilla leer. Con todos ustedes: Hijos de Ben – Hur (Evohé, 2016). Un libro que aunque trate en exclusiva de las carreras del circo en la antigua Roma no se detiene ahí y prosigue hasta el mismo mundo bizantino en donde incluso estas carreras eran muchísimos más impresionantes que las que vieron los habitantes del Lacio.

En este trabajo Lillo Redonet nos explica cual fue el origen de las carreras, desde un simple tributo religioso para que a ritmo del traqueteo circular de los carros despertaran las fuerzas internas de la tierra, pasando por la celebración y fasto de las victorias romanas y enaltecimiento de sus generales, hasta el homenaje que se hacía a los emperadores bizantinos. Nos habla de cuáles eran los equipos de corredores, las personas que los componían y sus funciones, aunque sea la más insignificante (como los que se encargaban de echar agua a la cabeza de los caballos para que estos estuvieran frescos) los aurigas, su preparación y cuáles eran los más importantes en su momento y los que hacían que las damas se desmayaran con solo oler su sudor, como por ejemplo el lusitano Diocles. Los caballos y su mundo también tienen su capítulo aparte y observaremos como no cualquier caballo valía para correr. Su entrenamiento y origen eran esenciales para llevar al auriga hasta la victoria y que de esta manera los espectadores estallaran en una atronadora ovación por haber conseguido doblar su dinero en las apuestas o un triste reniego al ver a su preferido morder el polvo en las muchas veces en que este espectáculo se llevaba a algún corredor por delante.

Pocos son los libros y películas que nos ofrecen una visión de cómo eran aquellas carreras y cómo se organizaban. Por ejemplo en las de Ben Hur, como la de Willian Wyler (1959) podemos observar la trastienda de la carrera antes de comenzar el espectáculo en sí. Pues en este libro aprenderemos cómo se preparaban, los componentes arquitectónicos y simbólicos del Circo Máximo o el de Bizancio; cómo se organizaban los dirigentes del circo para que lucieran más la carrera y mantener la legalidad en todo el momento; y sobre todo la espectacular procesión inaugural (que yo como poco me imagino al ritmo de Miklos Rozsa). Cada parte del libro está muy cuidada. Incluso sorprende el submundo existente entre los aurigas. Todos querían ganar y convertirse en auténticas leyenda, y no pocos eran los que no les importaba utilizar cualquier artificio para ello, aunque fuera la misma magia negra con la que neutralizar a sus oponentes.

Y por encima del todo, obviando el ruido de los cascos de los caballos y del látigo de los expertos corredores, nuestro autor nos lleva al meollo de la excitación: al bando de los aficionados o facciones que animaban a sus héroes deportivos. Éstos estaban divididos por colores: blancos (albata), rojos (russata); azules (veneta); y verdes (prasina). Cada uno no solo era animado por los suyos sino que incluso tenían sus propias caballerizas (stabula factionum), vamos, lo que actualmente son escuderías. Y no solo era la plebe la que se adhería a una de estas caballerizas sino que también eran los propios emperadores los que unas veces apoyaban a unos y a otros, llegando incluso a darse la ocasión en que hasta estos mismos dirigentes se volvían fanáticos de las carreras y las protagonizaban. Como por ejemplo Calígula, que hasta se disfrazó de cochero para poder correr. Imagino que no utilizaría para tal caso a su amado caballo hispano, Incitatus.

Leer Hijos de Ben–Hur, es adentrarse en el increíble mundo de las carreras de caballos de la antigüedad y sentarse al lado de los alrededor 150.000 personas que desean ver en el Circo Máximo a sus cuadrigas (en el Anfiteatro Flavio o Coliseo solo cabían unos 50.000. Un ensayo que nos enseña cada nimio detalle de las carreras y su composición además de desmitificarnos algunos aspectos de ellas. Veremos grandes hazañas, caballos de nombre mítico e incluso emperadores locos o que se vuelven locos por ver a su equipo victorioso. Fernando Lillo Redonet se asienta sobre un gran aparato crítico y bibliográfico y nos enseña, con su tono didáctico acostumbrado, todo lo que había alrededor de las cuadrigas. Y como siempre suele hacer en sus anteriores trabajos no solo fija su sapientia sobre texto escritos sino que incluso lo hace sobre material cinematográfico haciendo que además de leer su libros nos haga volver a visitar películas como las ya mencionadas de Ben – Hur (de la última, la de 2016, solo decir que vale la pena el momento de la carrera. Lo demás sobra) o visionar otras que, yo por lo menos todavía no había visto como Teodora, emperatriz de Bizancio (1953). Así pues les sugiero, no, mejor les conmino a que se hagan con este excelente libro y disfruten con el vértigo y la velocidad de los Hijos de Ben–Hur.

¡Qué Altaír, Antares, Rigel y Aldebarán os sean propicios y os lleven hasta la victoria final!

 

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7 comentarios en “HIJOS DE BEN-HUR. LAS CARRERAS DEL CIRCO EN LA ANTIGUA ROMA – Fernando Lillo Redonet

  1. Iñigo dice:

    Reseñón. Enhorabuena. Parece muy interesante. Tomo nota.

  2. Vorimir dice:

    Gran reseña de un pequeño gran libro. Una obra muy del estilo de su anterior trabajo con Evohé (el de los gladiadores), en menos de 200 páginas te da un panorama muy bueno de como funcionaba el mundo de las carreras de carros en la antigua Roma, un tema sin duda apasionante.

  3. Farsalia dice:

    Lo tengo aún pendiente desde que lo compré cuando se publicó. Una tarde de estas me lo leo…

  4. Urogallo dice:

    Siempre me encantó la escena de los caballos.

    ¡Les puse nombres de estrellas para que fuesen veloces!

  5. José Sebastián dice:

    Fabulosa reseña Balbo. Felicidades.

    Precisamente en «Roma. La ciudad del Tíber», reseñada recientemente por Vorimir hay un apartado dedicado Circo Máximo cuyas vistas desde el Aventino o el Palatino no tienen precio aunque solamente leyendo la obra de la profesora González Serrano te haces una idea de lo majestuoso que debió ser.

    Saludos

  6. Antígono el Tuerto dice:

    Gran reseña Balbo, sobre todo ese inicio con la famosa escena de Ben Hur del jeque (¿existían jeques en aquella época?) Ilderim y sus caballos….que servía de preludio a la famosa escena del hipódromo de Antioquía. Interesante tema el que trata, el de los aurigas de los hipódromos romanos, y las pasiones que levantaban; con auténticas hordas de hooligans que provocaban revueltas e inseguridad en las ciudades…unos hombres que a pesar de sus orígenes humildes (mal vistos socialmente) podían amasar auténticas fortunas…siempre que sobrevivieran a sus carreras.

  7. ave dice:

    Una reseña magnífica, Bilbo, te atrapa. Leeré Hios de Ben Hur, lo haré, me has convencido.

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